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Cuentos de amor, locura y muerte. por Agus y Moony

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Notas del capitulo:

Ea, ea!! Después de tanto tiempo acá estamos.

Advertencias: No es un buen capítulo xDD, pero teníamos que sacarnosló de encima para poder seguir la historia, ojalá les guste igual.

 

Hyoga resopló. Su nuevo compañero era un completo idiota. Nada le molestaba, se tomaba las pastillas sin chistar y era amable con las enfermeras.
No sabía porqué estaba ahí y mucho menos porque estaba continuamente esposado. No le parecía que la estupidez fuera un delito, porque claramente eso era lo único que parecía que poseía su compañero.
No le gustaba estar acompañado. El no tenía amigos, excepto Camus, ni tampoco pensaba en tenerlos.
Recordó a su madre y sintió una punzada de angustia. ¿Cómo podía haberle ocultado algo Así durante tanto tiempo? Pensó en su tacto suave y en su voz dulce. Se le escaparon unas lágrimas rebeldes. No quería llorar frente a su compañero que ahora leía tranquilamente.
¿Cuándo vendría a verlo Camus? Su médico le había dicho que podría verlo. Así no se sentiría tan solo.
El rubio se acomodó en la cama y manoteó una botella con agua que había en su mesa de luz. Hacía muchísimo calor, incluso con el aire acondicionado.
Con un gesto de molestia se levantó y cerró las cortinas, buscando tapar un poco el molesto sol. Su compañero le había pedido a la enfermera que las abriera esa mañana temprano.
Hyoga tiró de ellas y sintió alivio inmediato. La oscuridad tuvo una reacción instantánea en su compañero.
Bajó su libro visiblemente molesto. Lo miró con unos enormes ojos verdes, Hyoga no se dio por aludido.
¿Qué podría hacer además de quejarse? Estaba esposado a la cama. Además no parecía muy agresivo. Se rió por lo bajo de su maldad. Ahora al menos estaba un poco más fresco.

* * *

Aioros consultó su reloj. En unos minutos Valentine traería a Dohko para su terapia. Había avanzado mucho con el chino y quería darle el alta, pero temía que sus heridas no se hubieran cerrado aun. Se merecía una vida tranquila con su hijo.
El enfermero parecía despistado y alicaído luego de lo sucedido con su amigo, por eso Aioros no comentó nada cuando este llegó con el paciente veinte minutos después de la hora pactada.
Dohko estaba de buen ánimo como era usual en esos días. A pesar de que tenía que rememorar los sucesos más terribles de su vida, se lo veía tranquilo.

-¿Y bien?-le preguntó al medico que no había hablado mientras se sentaba.

-¿Y bien? –repitió Aioros sonriendo.

Dohko era muy inteligente y enseguida se daba cuenta de sus problemas. Pero ahora mismo no necesitaba ser él el atendido, así que no se dejó amedrentar.

-¿Qué te parece que te dé el alta? –fue la ofensiva de Aioros. Su voz era tranquila y armoniosa a pesar que sus pensamientos sobre lo que había ocurrido con Aiacos y después con Gino pugnaban por salir a flote.

El chino se puso ligeramente pálido y por un momento pareció mucho más viejo de lo que en realidad era. Aioros temió haber avanzado demasiado rápido. Lo meditó unos momentos, si seguía en ese estado le haría otra pregunta, pero tenía que esperar que el pobre paciente se aclimatara.

-¿Ya estoy bien? –preguntó al cabo de unos minutos.

Aioros se relajó, había estado bien en esperar.

-Yo creo que sí Dohko, pero lo que importa es lo que vos creas.
El chino no hablo por unos momentos y Aioros dedujo que su mente, como mecanismo de defensa pensaba en los posibles peligros a lo que se enfrentaría si salía de allí, y le advertía de ellos.

-No quiero separarme de Shion. –largó, de repente el chino con un hilo de voz.

Esto descolocó al psiquiatra, si bien sabía que ambos se sentían bien juntos tampoco pensaba que era para tanto, y menos que ese fuera en problema de Dohko. Se sintió tonto. Pero no podía dejar que la sesión se le escapara de las manos. Meditó unos momentos y decidió tomar otro rumbo.

-Pero, ¿y Shiryu? ¿no queres vivir con él, tranquilo? ¿Volver a China, quizás? –aventuró.

Las palabras parecieron hacer efecto contrario en Dohko que se puso más pálido aún que antes mientras el labio le temblaba ligeramente.

-¿China? –repitió. –No, por favor, no.

Y aunque el medico notó como todo el cuerpo de su paciente lo alertaba de una crisis inminente no supo que decir para frenarla.

-No quiero volver a pasar por eso. Mis amigos están muertos. Todo lo que nos hicieron—

Seguido a esto profirió un grito desgarrador, más parecido a un rugido que a un sonido humano y quedó paralizado temblando en la silla de manera evidente.
Aioros no podía creer cómo había dejado que eso sucediera, cómo había estado haciendo tan mala lectura de la realidad del chino. Realmente necesitaba vacaciones.
Seiya golpeó la puerta del consultorio con suavidad, alertado por el grito. Aioros lo dejó pasar con un sonido ininteligible que salió de su boca y le hizo un gesto casi imperceptible para que se lo llevara. Seiya necesitó de toda su fuerza para moverlo y cuando lo hizo ya las lágrimas borboteaban de los ojos verdes del chino.
Miró a Aioros por alguna explicación y se asustó al comprobar que el psiquiatra parecía tan perdido como el paciente.
Cuando se quedó solo, Aioros quiso ser profesional y no pensar en lo desilusionante que había sido la terapia el día de hoy.
Nuevamente deseando vacaciones se dirigió a la oficina del Director. Golpeó la puerta un par de veces hasta que Hades lo hizo pasar.
Su habitual tranquilidad le puso los pelos de punta al griego que sentía que si no hacía algo para mejorar su vida se quebraría de un momento a otro. Le habló de lo mal que le había salido la recuperación de Dohko y que últimamente no estaba percibiendo nada de lo que pasaba a su alrededor. Lo que era algo terrible para un psiquiatra. La herida del casi suicidio de un enfermero de su grupo le volvió a arder y el volver a caer en las redes pseudo protectoras de Giovanni después de pseudo haberse acostado con Aiacos le pesó como nunca. Aunque, por supuesto, eso no se lo mencionó al Director.
Hades lo miró con parsimonia y después de un rato le estiró el certificado para que se tomara una semana. Aioros sonrió falsamente y sin pensar en nada, ni en Virgo que mañana se preguntaría porqué no aparecía, salió de la Clínica y se dirigió a su departamento.
* * *
Milo estaba intranquilo, le había dado tantas vueltas a esta reunión que una vez que había llegado el día no sabía como comportarse. Camus llevaba más de 40 minutos de retraso y Hyoga parecía nuevamente sumido en una profunda depresión. Milo tamborileó la mesa donde estaba sentado y el chico lo miró con odio cargado en sus ojos celestísimos. Milo se sintió avergonzado y se relajó un poco, intentando parecer profesional.
El reloj de la habitación donde se encontraban era el único sonido en un ambiente que parecía cortarse con cuchillo. A Milo se le estaba yendo el paciente de las manos y lo sabía. Afortunadamente para él, Shaina hizo pasar a Camus con un gesto de fastidio en su delicada cara. Si algo le molestaba a la enfermera eran los familiares desconsiderados de los pacientes.
Camus entró y los ojos de Hyoga se iluminaron brevemente al verlo. Pero los de Milo no. El recién llegado tenía el rojizo cabello sucio y a todas luces parecía que deseaba estar en cualquier lugar menos en ese. Sus ojos estaban tapados por un flequillo desprolijo que no hizo nada para correrse mientras el psiquiatra se lo recortaba con la mente. Alguien así no podía ayudar en nada en la recuperación de un depresivo. En la recuperación de nada, pensó Milo con rabia.
Hyoga se incorporó para saludarlo y Camus le dedicó un frío abrazo pero que pareció ser suficiente para el rubio. A Milo le dio la mano. El psiquiatra suspiró para tomar el control de la situación y abrió la carpeta donde había anotado todo lo que Camus le había dicho en la primera reunión que habían tenido. El drama de la familia Cisne.
Hyoga parecía aterrado que sus verdades salieran a la luz y por primera vez Milo lo vio capaz de interesarse en algo y dejar ese lado apático. Quizás no era de la mejor manera pero por lo menos parecía tomar contacto con la realidad.
Se dio cuenta que Camus también había notado la turbación del joven y le había puesto una mano en la cabeza mientras le susurraba palabras en ruso. Milo sintió ternura a pesar de lo enojado que estaba con ese sujeto, y por un momento lo vió arrastrando el cuerpo de un hombre mas grande y fuerte, pero que lucia como Hyoga y enterrándolo en algún helado bosque de Siberia, arriesgando todo por su amigo.

-Bien Hyoga- dijo con fingida seguridad- En la primera reunión que tuve con Camus, el me contó tu historia, o lo que el puede saber desde su punto de vista. Ahora me gustaría escucharte a vos.

El pelirrojo hizo un ademán de decir algo pero Milo lo miró severamente. Para empezar a tratar a ese chico, necesitaba que empezara a hablar. Desde que estaba internado, apenas si le había podido sacar unas palabras.
Después de unos minutos de silencio, Hyoga abrió la boca, pero no encontró nada para decir y volvió a cerrarla. A pesar de que Camus estaba junto a él, no sabia como empezar, ni lo que podría decir. Sentía la angustia como un apretado nudo en su garganta que le dificultaba la respiración.
Miró a su amigo y recordó los blancos días en su pueblo natal y la llegada de Camus a su vida. Era un buen amigo que lo entendía y al que podía contarle todo. Recordó el fuego que no podía hacer arder y como lo había encontrado casi hipotérmico una mañana.

-¿Queres contarme cuando ustedes se conocieron?- dijo el medico y Hyoga lo miró asombrado de que supiera en que estaba pensando.

* * *

Radamanthys se acercó al Office de enfermería con pasos nerviosos. Apenas había visto a Valentine luego de sucedido con Myu y no estaba seguro de cómo lo encontraría.
No había rastros de los enfermeros y el medico recordó que era horario de medicación.
A pesar de que temía encontrarse cara a cara con su novio, se sintió un poco vacío al no encontrarlo allí. Después de todo, había ido a buscarlo.
Se adentró más en el lugar hasta dar con una habitación más apartada, donde el personal de enfermería tenía sus casilleros. A pesar de ser el jefe de todo el sector, se sintió como un niño haciendo una travesura. Rápidamente encontró el de su novio, justo al lado del de Papillon y recordó que habían entrado juntos a atrabajar allí.
Intentó no pensar en el chico suicida y se concentró en el casillero de Valentine, que a modo de broma alguien había dibujado junto a su nombre esos ridículos querubines con un arco y una flecha de punta de corazón.
Sonriendo con picardía corrió las rueditas que tenia el candado poniendo con los números la fecha de su aniversario. El que hizo el aparatito lo hizo sonreír.

-Muy predecible cielo-dijo a la nada con ternura.

Abrió la puerta y se ruborizó levemente al encontrar pegadas a la puerta fotos con su novio, y hasta incluso una de él solo.
Fisgoneó un poco las cosas y pensó que si mantenía eso en secreto, alguna vez podría escurrirse allí y dejarle algún regalo a su novio para que lo encontrara allí.
Había un bolso negro Radamanthys reconoció y una bolsa blanca de supermercado. Movido por la curiosidad decidió abrirla, días atrás su novio le había prometido una cena sorpresa, quizá los ingredientes de la comida se hallaban allí escondidos.
Se sorprendió al ver que había un especie de cúmulo de dulces. Chocolates, alfajores y hasta gomitas de colores.
Nunca había visto a su novio comer golosinas, de hecho, muchas veces dejaba de comer cosas alegando que estaba a dieta…
La verdad golpeó al medico como un martillo en la cabeza.
La comida, el rechazo a su cuerpo, las pastillas de menta, las visitas más que frecuentes al baño…
Con el corazón galopando en su pecho revolvió los bolsillos del bolso de Harpy con desesperación. Allí estaban. Diferentes tipos de laxantes y diuréticos de diversos colores.
Después de verlos allí, soltó las pastillas como si le quemaran las manos y se alejó de ellos trastrabillando hacia atrás hasta chocar con la pared, donde se dejó caer hasta quedar sentado.
No podía creer que no lo había notado antes. No podía creer que él, un psiquiatra de años no había notado lo que pasaba justo frente a sus narices.
Se quedó allí, sin saber que hacer, mirando con angustia vergüenza de si mismo la foto que el mismo había sacado, estirando el brazo para alejar el lente de la cámara de su cara y la de su novio.
* * *
Saga se sentó en su cama con incomodidad. Estaba en un lugar desconocido. Era un hospital, eso seguro. Era esquizofrénico pero no idiota.

-¿Kanon?-preguntó solo por si acaso.

Se observó la ropa-pijama verde agua con la que estaba e intentó leer el nombre de la clínica bordado cerca del cuello escote en v. No lo logró, así que intentó levantarse. Quizá había algo parecido a un espejo en el baño.
Pero no pudo. Sus piernas estaban amarradas a la cama. Se sintió avergonzado y miserable. Había vuelto a sus alucinaciones y delirios.
Intentó recordar cuando había sido la última vez que había estado lúcido. Tampoco pudo.
Se sintió desorientado y solo. Sentía que la realidad apenas se mantendría y pronto caería de nuevo en el abismo.

-¿Aioros?-llamó de nuevo, intentando tener mejor suerte.

Se observó las manos, en un gesto típico de los esquizofrénicos. Solo encontró marcas en sus muñecas que delataban que habían estado amarradas a la cama también.
Quiso saber cuanto tiempo llevaba ahí. Movió su cabeza y su cabello cayó hasta sus codos. Estaba larguísimo. Le dio una angustia terrible saber que había estado fuera de su verdadera vida bastante tiempo.
Probó una última vez, sabiendo que acertaría. No había querido aceptarlo antes, pero estaba internado y sabía que había alguien que respondería a su llamado.

-¡Enfermera!-gritó esperando ver una cara algo conocida.

Marín entró a la habitación con una alegría inusual. Ver a Saga lúcido y darle una sorpresa a Aioros era definitivamente una buena noticia.

-¿Cómo está, Géminis? –preguntó con delicadeza, intentando establecer el contacto con la realidad que tenía el paciente en este momento.

-Me siento mejor, gracias. –asintió, luchando por reconocer a la enfermera pelirroja.

-¿Sabe dónde está? –preguntó ella, tranquila.

Saga se sintió humillado ante esa simple pregunta. Pero sabía que se la había ganado.
Asintió lentamente con la cabeza.

-¿En el loquero? –inquirió, sonriendo de manera triste.

Marin se acercó a él y le acarició el largo cabello con delicadeza.

-El loco se cree cuerdo, mientras el cuerdo reconoce que no es sino un loco…

-Shakespeare, ¿eh?, -reconoció Saga. –Una mujer culta, me gusta –bromeó.

-¿Tiene algo que hacer esta noche, enfermera Águila? –inquirió después, con una sonrisa seductora, recordando de pronto quién era esa mujer.

-Creo que el doctor Sagitario está de guardia, así que tendré que estar acá, atendiendo sus demandas. –contestó ella, mordaz.

Ante el simple nombre de su amado, la cara de Saga tomó un color rojo brillante.

-¿Aioros está acá? –preguntó, desesperado por oír una respuesta positiva.

Marín sintió que se había equivocado en nombrarlo ya que ahora no sabía que decir. Quizás Saga entrara en un estado de depresión si se enteraba que Aioros ya no era su psiquiatra.
Por fortuna un grito que la nombraba desde el pasillo le ahorró decir una respuesta.

-Con permiso. –exclamó con rapidez. Y salió.

Ya llamaría a Escorpio para que lo atendiera.
* * *
Kanon tomaba café en su oficina, tenía muchísimo trabajo y no sabía por dónde empezar. Tenía en la cabeza a Milo, Aioros y Saga. Le caía bien el nuevo médico de su gemelo, de hecho le resultaba extrañamente atractivo para ser alguien de su edad, pero no estaba totalmente confiado de su poca experiencia y lo peor es que ambos lo sabían. Había hablado con Sagitario y éste aseguraba que era totalmente competente y que no le daría su amor de la vida a cualquiera y que él había estado presente durante su educación y que, que—pero aún así lo dudaba.
Estaba cansado de toda esta situación con Saga, no quería abandonarlo pero le estaba costando demasiado sostener todo.
Pensó que él también debía hacer terapia para no volverse loco.
Tomó un sorbo largo y terminó su café pensando en esto último. Siempre había temido terminar como Saga y aunque lo ocultaba de manera magistral vivía con ese miedo que lo atormentaba. Aioros le había explicado que la esquizofrenia aparecía entre los dieciocho hasta los veintipico de años, y era poco probable desarrollarla después, pero aún así temía. Con todo su ser.
Desde pequeños habían sido iguales, compartían todo, incluso se enfermaban juntos. Cuando Saga tuvo su primer ataque, estaba seguro que tarde o temprano él caería también. Pero no pasó y aún lo esperaba aterrado.
Abandonó el plano que tenía a medio hacer y se masajeó las sienes. Sonrió tristemente al pensar que si enloquecía no tendría que terminar todo ese arduo trabajo.
Por suerte sonó el teléfono y le alejó esos pensamientos funestos de la cabeza.

-Géminis –dijo como todo saludo.

Lo sorprendió la voz de Milo Escorpio. Era jovial y suave.

-Saga está lúcido. –le anunció sin más preámbulos y del respingo que dio la borra que quedaba en su pocillo se desparramó sobre sus proyectos.

-Voy para allá.
Notas finales:

¿Y? ¿Demasiado de transición? Gracias por los comentarios y por estar ahí. Besitos


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