Pueden prohibirme seguir mi camino, pueden intentar forzar mi voluntad. Pero no pueden impedirme que, en el fondo de mi alma, elija a una o a otra.
Henrik Johan Ibsen (1828-1906)
Elegir
Lo había escogido a él.
Sasuke abrió la boca grande, grande al enterarse, y Sakura parpadeo llena de confusión. Incluso la tímida Hinata lanzó un gritillo de infinita sorpresa, y su primo Neji enarcó una ceja si poder evitar sentir curiosidad. Ino aseguró que ya lo veía venir, y Shikamaru a su lado asintió a sus palabras, mucho más sincero. Kakashi entrecerró los ojos, e Iruka exclamó un hiriente “¡No!”.
Ni lo último ni lo primero lo apabulló o lo hizo retroceder.
En cuanto a él, sonrió con emoción, aún debajo de su mascara madura e inescrutable mueca. Sus ojos de ónice brillaban como nunca antes, y sus manos viajaban nerviosas en un ir y venir de ademanes. Itachi le tomó el rostro y, delante de sus amigos, lo besó con tanta fuerza que deseó romperse en sus brazos.
Se sintió tan feliz, tan lleno de vida y amor por el Uchiha, que tardó mucho en percatarse de que Sasuke, dolido y denigrado en lo más profundo, había optado por marcharse. Tal vez, de haber elegido al Uchiha más joven, la victima por excelencia, y no al mayor, Itachi habría asentido, aceptando lo que la mente infantil de Naruto hubiera decidido. No hubiese apelado a una lástima que no merecía, ni tampoco odiaría a su hermano; lo contrario, seguiría amándolo tan incondicionalmente como ahora, y seguro que olvidaría a Naruto sólo para no estorbar a la feliz pareja.
Quien sabe, a la mejor por eso escogió a Itachi.
De cualquier modo, Naruto, esta vez, no se fijó en Sasuke o sus intrincados sentimientos, en su dolor o en el pensamiento que reflejaban los ojos de toda la aldea: “Sasuke se lo merece más”.
No se trata de quien mereciera más su amor, siendo que a su ver no era gran cosa, sino de a quien se merecía él. Y Naruto, con total seguridad, sabía que ni siquiera él necesitaba de un alma voluble y caprichosa como la de Sasuke.
Itachi, mártir desde el principio, al percatarse del dolor que debía aquejar a su pobre, pobre y miserable hermanito, quiso negar su amor, regalar el único camino de redención y paz que veía a la vista, creyendo que herirle con la muerte o con la anterior matanza de su familia, era mucho menos mezquino que quitarle al zorrito.
Pero no lo hizo.
Tal vez, porque Naruto tomó sus manos en perpetua unidad, sumergiéndolos en la intrínseca metáfora de un feliz por siempre. O hasta que la culpa los carcomiera y se acabara su amor.
Hasta entonces, al menos, Sasuke tendría que conformarse con nada.
Quizás, en unos años, los ojos brunos de su antiguo compañero, victimizados y patéticos, o sus palabras y quejicas interminables, las largas charlas de miserias, o los gestos irrisorios, terminarían convenciendo a su corazón y optaria por obsequiarle su amor, olvidándose entonces del moreno que ahora le otorgaba todo de sí.
O tal vez no…