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Sombra de Otoño por Eiri_Shuichi

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Notas del capitulo: Jamas dije q actualizaria temprano xD y lo importante es q aca esta el final d esta historia ^^ (a esperar otro año TwT)
Tampoco creo q alguien hubiera notado si m retrasara en actualizar, cosa triste, le tengo un cariño particular a esta historia, esta vez si m gusto lo q hice ^w^ pero no importa, soy feliz d haberlo escrito

   El agua caía y él seguía observando el paisaje nublado sin terminar de creérselo; quizá no era originario de aquella ciudad, pero sabía bien que no era temporada de lluvias y, por lo tanto, aquel diluvio estaba más allá de lo que pudiera considerarse como típico, claro estaba, podía ser que, como solía decir Brian: “El calentamiento global ya tiene vuelto loco al clima”; sí, seguro era cosa del cambio climático.

   Debía llevar por lo menos veinte minutos esperando, pero cada vez que el bus de su ruta se aproximaba, seguía de largo sin compasión y él, tenía que correr para no terminar todavía más mojado y a ese paso terminaría yendo a pie por mucha pulmonía que eso fuera a provocarle.

   Sintió una presencia conocida, no tuvo la necesidad de girarse a ver de quien era, porque la llevaba demasiado grabada para confundirla con ninguna otra en el mundo e, incluso de haberle quedado dudas, el olor picante del humo de tabaco que lo caracterizaba lo habría delatado fácilmente.

   Semanas atrás… de hecho meses atrás, había caído enfermo de anemia y estrés, su madre le había rogado que dejara el trabajo y él, finalmente, tuvo que acceder bajo la presión de su familia, el medico y los exámenes finales; así que desde entonces no lo veía ni estaba cerca de él, no se lo había topado y eso tenía mucho sentido porque, como en cualquier ciudad, había muchos lados a los que ir y demasiadas personas para ver. No se giró, no hizo ningún intento por mirarle directamente, su corazón ansioso latía demasiado rápido al grado de nublarle los pensamientos y no quería hacer el ridículo; por fin vio su colectivo acercarse, subió a él sentándose al fondo del vehículo, fue entonces que se percató que la figura perdida entre el inmenso abrigo se acercaba y se acomodaba a su lado.

   Le pareció que la razón y el autocontrol le abandonaban cobardemente, como una vil traición, en el instante preciso en que estaba a punto de caer en la tentación de hablarle, escuchó como el celular del otro comenzaba a sonar, le pareció que él había aceptado la llamada, pero no le escuchó decir nada, hasta que finalmente cortó. Pocas calles después, notó como se preparaba para bajar del vehículo y se dejó llevar por la curiosidad siguiéndolo a una distancia prudente. …l se detuvo en la entrada de un cementerio, encendió un cigarrillo y se quedó esperando por un largo rato; Megistophiel se estaba cansando cuando vio a un chico caucásico de cabello y ojos oscuros que se acercaba a él, llevando consigo a una pequeña niña cuyo cabello y ojos eran aún más oscuros que los del mayor.

   Los tres entraron al desolado lugar mientras el cielo gris dejaba ver los primeros rayos de Sol.

   Pasó alrededor de dos horas sentado en un café, con un moka ya frío y una rebanada de pastel a medio terminar; estaba a solo dos cuadras del cementerio, pero no estaba seguro de si quería ir a buscar de nueva cuenta a aquel extraño que lo orillaba a actuar de forma tan estúpida. Divagaba en esas ideas hasta que fue interrumpido por el tacto suave y ligero de una diminuta niña que no debía llegar ni a los siete años, era menuda, su piel clara tenía una tonalidad cálida, sus ojos eran pequeños y alargados eran inmensamente oscuros, de un tono muy similar a otros con los que añoraba.

 

-¿Puedo tomar su mano?- le preguntó con una acento obviamente extranjero y una expresión sumamente inocente, por lo que, sin poder negarse, le tendió su mano para que interpretara su aceptación; ella la tomo entre sus dos manos, obviamente más pequeñas, comenzó a palparlas con cuidado, pasó las yemas de sus dedos en la palma de Megistophiel que la miraba confundido y, en cierta medida, fascinado por la naturalidad con la que la pequeña realizaba aquel tacto, así como la extraña sensación que emanaba; ella lo miró fijamente y sonrió con sinceridad, mientras una lágrima comenzaba a rodar por su mejilla

-¿Ocurre algo?- preguntó angustiado por la aparente tristeza de la pequeña, pero ella solo negó enérgicamente, aún con los ojos aguados, fue en ese momento que el causante de sus delirios se aproximo a ellos y en aparente confianza tomo entre sus brazos a la pequeña hablándole casi en un susurro

-Adrik le llama- la pequeña lo miraba con brillo en los ojos, aparentemente emocionada por algo que no alcanzaba a comprender y, sin embargo, la imagen le resultaba conmovedora, al grado de admirar y envidiar ligeramente la posición de la infanta que aparentemente tenía una buena relación con el anónimo.

-Dan, ¿te importaría si me quedó con él un momento más?

-Tu hermano dice que es hora de irse, deben ver a Alex todavía- ella no se mostraba feliz por la respuesta del mayor, pero igual se resigno y con una sonrisa amigable se despidió de Megistophiel en brazos del caucásico. Terminó sus alimentos, pagó la cuenta y salió.

 

   El frío ya se dejaba sentir, no debía quedar más de una hora de sol, con suerte poco menos de dos y su abrigo de pronto le parecía insuficiente, incluso había olvidado a donde demonios se dirigía antes de desviar su camino para perseguir a aquel sujeto; no sabía que era lo que lo llevaba a actuar de forma tan extraña, ridícula, pero ya no quería seguir haciéndolo, tenía que frenar de una buena vez esos malditos impulsos que lo metían en problemas solamente. Llegó hasta él el aroma a tabaco, un picor delicioso que lo deleitaba, sin embargo, no pensaba hablarle o mirarlo, ya no más.

-Parece que le has agradado- le escuchó decir antes de aspirar el humo que el otro ya había echado, no le respondió –eso es algo poco común, ella tiene… “buen ojo” para las personas- parecía decirlo con cierta burla y Megistophiel sintió que había algo oculto en aquellas palabras, igual intentó ignorarlo –si sigues callado lo tomaré como una provocación- entonces no pudo evitar mirarlo directamente, estaba más cerca de lo que había supuesto, de pronto aquella figura alargada le parecía más alta de lo que en realidad era o, quizá, él se había encogido misteriosamente en cuestión de minutos; esos iris oscuros se perdían con la pupila convirtiéndose en un abismo nocturno e infinito como si, en cualquier instante, un millón de estrellas pudieran comenzar a titilar en ese universo diminuto oculto en la persona más extraña que hubiese conocido nunca. Creyó ver sus labios curvarse en una sonrisa, distinguiendo los bordes de sus labios ligeramente enrojecidos, con cada parpadeo sentía cientos de miles de hilos finos y negros pescando su atención, su rostro, a casi nada de distancia, le resulto irrealmente blanco y su aroma invernal mezclado con el tabaco le hipnotizó -¿piensas quedarte ahí parado toda la tarde?- Dan ya había comenzado a andar, obviamente, invitándolo a seguirle y, sin poder evitarlo, pese a todo lo que se había dicho a si mismo, hizo precisamente lo que él quería. Caminaron por algunas cuantas calles hasta llegar a una prácticamente desolada, el pelinegro abrió la inmensa reja oxidada que daba a una casa de apariencia antigua, descuidada, el césped había sido descuidado, las ventanas de la planta baja eran oscuras y en cada rincón diversos barrotes parecían servir como protección intimidando casi tanto como la fachada ya gastada del edificio, entraron por una puerta de madera que rechinaba terriblemente, algunos muebles antiguos y llenos de polvo estaban regados por la estancia sin orden, en otra habitación, un enorme espejo roto yacía apenas en su marco sobre el piso, los azulejos había perdido su brillo natural. Subieron las anchas y largas escaleras hacía el primer piso, donde solo un poco de la luz solar se filtraba por las ventanas, en la segunda puerta Dan le cedió el paso a Megistophiel, quien se limitó a entrar aún confundido, asustado.

   Vio un lienzo desgarrado sobre la chimenea, jamás había visto una, mucho menos podía imaginarla en aquella planta de la estructura, pero ayudaba a dar un aire lúgubre y misterioso a la habitación iluminada por luces incandescentes.

-¿Tienes miedo?- negó y se percató de cómo él sonreía –bien, acércate- lo llamó hacía una pequeña mesa redonda con dos sillas tapizadas en tela roja como la sangre y eran precisamente esos tres muebles los únicos que parecían limpios y en uso, se acomodó en una de las sillas frente al pelinegro, sin saber que más hacer –dame tu mano- así lo hizo, pero de pronto, descubrió que la sensación que le producía el tacto de ese hombre no se parecía al de la niña del restaurante –Uriel aún es joven, una aprendiz talentosa, pero solo eso- la yema de los dedos índice y corazón del pelinegro rozaban lentamente cada línea en la mano izquierda de Megistophiel, de pronto abandono el contacto y de su costado derecho tomo un mazo de cartas que comenzó a barajar hasta acomodarlas en una cruz, poco a poco fue girándolas y mostrando así figuras extrañas y coloridas que no era capaz de comprender –hay cosas que ella puede hacer y yo no, hay cosas que yo puedo hacer y me esfuerzo en instruirla- los ojos oscuros observaban definidamente cada baraja con sumo interés; finalmente pareció terminar y dirigió su atención hacia él -¿quieres saber lo que me han dicho las cartas y tu mano?

-No, gracias

-¿Por qué?, ¿para que seguirme si no te interesaba saber tu futuro?, ¿o es que ahora si tienes miedo?- negó con la cabeza -¿entonces?

-Te seguí a ti, te he estado siguiendo a ti- respondió con sinceridad –quizá no fue buena idea venir, no se que estaba pensando

-No estabas pensando- Dan cogió nuevamente la mano de Megistophiel mostrándole un punto específico en una de las líneas –hay cosas escritas desde antes de nacer… hay cosas que nos llaman, cosas que añoramos toda la vida- vio como él se levantaba se su lugar acercándose, agachándose y quedando a su oído –hay cosas inevitables- de improviso él se apodero de sus labios en un beso inesperado, se separo casi al instante y se miraron mutuamente por largo rato; de un instante a otro Dan se quitó la bufanda, el abrigo y desprendió de su cuello una cadena plateada con una piedra azul en forma de gota de agua colocándolo en Megistophiel

-¿Qué es?- preguntó con curiosidad casi infantil

-Es un regalo, llévalo contigo siempre, ¿si?

 

   El cómo y el por qué no eran relevantes, sencillamente se había dejado llevar; ya embriagado por la esencia que le transmitía Dan, Megistophiel se entregó aquella vez a un sentimiento ya existente en él; tal y como lo había dicho el pelinegro, “Hay cosas que nos llaman, cosas que añoramos toda la vida” y él había escuchado el llamado de esos ojos oscuros y profundos.

   Había mantenido su palabra, no le preguntaba a Dan sobre su suerte, ni siquiera estaba seguro de si realmente dominaba algún arte adivinatoria, pero atesoraba su compañía como lo mejor que pudiera haberle pasado y el collar que este le había dado de pronto se había convertido en un amuleto de buena suerte, en un recordatorio de lo maravillosa que era ahora su vida.

   Transcurrieron exactamente tres años, el otoño había vuelto y con él, un cúmulo de maravillosas sensaciones; acababa de mudarse a la vieja casa hacía poco más de un mes, incluso si desde antes pasaba más tiempo ahí que en cualquier otra parte, estaba preparando su tesis, ya a punto de titularse como arquitecto, dejando así el trabajo de mesero que había retomado para entrar a una empresa privada. A menudo veía a Uriel, que si bien había crecido seguía siendo una niña menuda y tierna con mirada nostálgica, casi tan profunda como la de Dan.

   Megistophiel era feliz, más de lo que imaginaba que pudiera llegar a ser alguna vez, había valido la pena el drama con su familia por su relación, pero todos los días despertaba sabiendo que era lo mejor que podía haberle pasado en la vida y que amaba a Dan más que a nadie en el mundo.

 

   El frío no paraba, nunca lo hacía; el frío de un invierno trágico y cruel, el recuerdo constante de una desgracia avasalladora e irremediable que le robaba el aliento a cada instante.

   Su lucha de día a día, noche a noche, las múltiples batallas que constantemente perdía dolorosamente, la tortura de una realidad irreversible e innegable que lo atormentaba.

   …l lo sabía, lo había sabido al primer instante, en aquel primer roce inocente, la primera vez que había visto a través de sus ojos el destino de un alma noble; embrujado por lo que había conocido al instante, aterrado por el futuro.

   Siete meses habían transcurrido, el otoño dulce y maravilloso llegaba a sus vidas en nueva cuenta, su aniversario particular; esa tarde cumplían tres años desde la tarde en el restaurante cuando fueran juntos a la vieja casa y le había regalado su más preciada posesión. Octubre treinta y uno, su novio recorría la casa increíblemente entusiasmado, poniendo decoraciones innecesarias en una casa que por si misma ya era bastante aterradora pero que para ambos era un paraíso; lo veía sonreír y, cuando se dio cuenta, estaba frente a él con un peculiar obsequio en sus manos.

 

-¿Qué es esto?- le preguntó casi riendo al ver su expresión aniñada

-Esto, señor adivino, es nada más y nada menos que una calaverita; una tuya y otra mía- le entregó un dulce de azúcar en forma de cráneo con la palabra “Dan” escrita en una tira de papel brillante mientras le mostraba a la vez una con su nombre

-¿De dónde lo sacaste?- le preguntó realmente impresionado por tan peculiar artesanía

-Por ahí, debes comer la tuya y yo la mía

-¿Ah sí?

-¡Sí!; ¿sabes lo que simboliza?- negó esperando la respuesta –así se acepta que todos hemos de morir y por ello la muerte es parte de nosotros- explicó orgullosamente comenzando a comer su dulce, así que lo siguió; entonces, ya a punto de terminarlo, el otro se lo arrebato de un mordisco para ofrecerle el propio que igual se llevó a la boca sin comprender muy bien

-¿Eso también es parte de la tradición?

-No, pero no pienso dejar que te me escapes ni aunque la muerte nos lleve a rastras- ambos sonrieron en una promesa silenciosa; pero, en el fondo, él sabía que muy pronto esas palabras se volverían realidad.

 

   Solo dos días después un horrible accidente lo arrancó de su lado, él ya no estaba más en el mundo de los vivos, ese que ni sus habilidades le permitían abandonar.

   Había sido conciente de ese trágico desenlace desde hacía mucho, al grado de preferir evitarlo para no sufrir el día que tuviera que perderlo, pero el destino, mucho más fuerte que la voluntad de ambos, los había juntado y más allá del terrible dolor que esa nueva soledad le implicaba, no podía arrepentirse por el tiempo que había estado junto a él.

   Deseaba saber cuanto tiempo debería esperar antes de ir a su lado, antes de poder estar juntos de nuevo, pero no podía, porque ni las cartas ni ningún otro medio le dirían nunca su propio futuro y no tenía el valor de preguntarle a Uriel. Por ello pasaba los días tratando de sentir lo más que le fuera posible la presencia de su amante que todavía lo seguía como una sombra difusa, como sueños que le consolaban, que lo ayudaban a apaciguar su desesperación, el desencanto de seguir con vida.

   Aquella noche, botado en el piso junto a una ventana, con la lámpara moribunda, escuchó los pasos livianos que conocía bien, pero esa vez estaban acompañados de una presencia con la que nunca se había enfrentado.

   Vio a Megistophiel sonriendo, tendiéndole la mano, con el mismo amor de siempre y así, dichoso de no tener que esperar un día más, lo siguió hacía las sombras donde de pronto el frío se disipaba y así, a las siete con tres minutos de esa mañana de noviembre, ambos escaparon hacía el mundo de su promesa mientras la luz de la lámpara se desvanecía y la vieja casa se bañaba en rayos de Sol.

Notas finales: Ahora actualizar es un melodrama si uno quiere q la pag respete el formato o.O en 3 años he visto cada cosa xD pero bueno.
Espero q si alguien lo lee (y d milagro llega hasta este punto) haya sido de su agrado; d lo contrario... espero q puedan encontrar algo q si les guste.
Suerte!!!!

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