Epílogo.
Angello Gardielli era un gondolero que laboraba en Venecia en los albores del siglo XX. Era bien conocido por todos con el apodo de “Máscara de la muerte”, gracias a su extraña afición por usar siempre, en cada carnaval, la variación Casanova de un rostro cadavérico.
Era un buen hombre, decían algunos. Tenía un carácter vivaz y era elocuente cuando hablaba. Su sonrisa seductora siempre hacía suspirar a toda mujer, joven o vieja que transportara en su góndola, deleitándolas con sus canciones o con la charla siempre entretenida que les brindaba.
Pero todo mundo sabía que Angello estaba enamorado de Anabella Saffina, una joven díscola y de sonrisa encantadora, hija de una familia humilde a la que Angello tenía gran aprecio. Anabella se había comprometido en matrimonio con el gondolero, la boda se celebraría antes del carnaval de 1899, pues la pareja tenía pensado pasar las fiestas como marido y mujer, al menos eso sabían los amigos más cercanos a Angello y gracias a que el mismo gondolero lo pregonaba por toda Venecia.
Sin embargo, una semana antes de la unión, Anabella rompió el compromiso y se fugó de la ciudad con un Lord Londinense del que nadie había sabido nada hasta ese momento.
Angello quedó destrozado por la traición de su prometida; se dedicó a ejercer su oficio, pero ya sin la chispa que le caracterizaba. Desde el dia en que se enterara de la huida de Anabella, el gondolero dejó de sonreír, su rostro se volvió triste y su mirada gris, a pesar del rojo granada de sus ojos, era como si la vida se hubiese escapado de sus venas.
Dos años después, Anabella volvió a Venecia, casada con el Lord que ahora cumplía su capricho de vivir en su amada ciudad flotante. Tenía un niño de tres meses, y la pareja vivió feliz por otros 6 más, hasta que un día, la joven apareció flotando en el canal Grande, mientras su esposo se había colgado en la araña gigantesca que adornaba el salón de su mansión.
Al principio todos acusaron a Angello de las muertes, pero pronto se supo la causa. El propio marido de Anabella la había asesinado con una puñalada en el corazón tras enterarse de la infidelidad de su esposa, infidelidad que muchos suponían, había cometido con el mismo Angello.
Las cosas nunca fueron confirmadas, pero el joven gondolero se tornó aún más sombrío, como un fantasma que deambulaba por los canales, indemne al frio, al calor, o a cualquier otro elemento que no fuera la tristeza que pesaba sobre sus hombros.
Algunos siempre afirmaron que había sido plan del propio Angello para vengarse de la traición de su antigua prometida, pero nadie supo la verdad jamás, y antes de que se cumpliera un año de la muerte de Anabella y en la alborada del carnaval, Angello fue encontrado muerto en su góndola, cerca del hotel “Mignon”, un edificio que persiste hasta la fecha. El gondolero había muerto de neumonía.
Desde ese entonces, muchos afirmaban que en las noches de luna llena y las mañanas que les precedían, habían escuchado el fantasmal sonido de una góndola viajar por el canal, sin que nada más que niebla y agua se vislumbrara sobre el. Algunos decían que veían la sombra de Angello cuando la luz de la luna se reflejaba en las aguas, y otros más, turistas en su mayoría, habían dicho que un misterioso gondolero les había llevado a su destino y desaparecido con la niebla misma.
Los gondoleros más viejos creían que su alma nunca encontraría descanso hasta no volver a reencontrarse con su amada Anabella, a quien también afirmaban ver vagar por las calles, como un espíritu afligido y en pena.
Pero con la muerte del joven español, todo ha cambiado.
La gente cuenta que en las calles, el canto del gondolero es perfectamente audible ahora, que la alegría de su espíritu es contagiosa, y que han visto la sombra de su góndola entre la niebla, ahora con un ocupante.
Afirman, que Angello ha encontrado por fin con quien pasar la eternidad, y que ahí, suspendido en su realidad, es parte de la alegoría del carnaval Veneciano, el que tanto amó en vida, y que ahora comparte con su compañero, un hombre que mira desde la góndola con ojos azules y vivos y que sonríe en la noche, mientras se deja acariciar por el viento y conducir por los canales, hasta que el día los sorprende y la niebla se los lleva, allá donde no existen penas ni tristezas, donde hay carnaval y vida eternamente.