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A medias por Aquarius No Kari

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Notas del capitulo:

Holaaaa! muchas gracias a quienes nos han dejado un comentario y a quienes nos dan una oportunidad para transmitir lo que estamos por armar. Neomina y yo estamos muy agradecidas :)... y por ello es que les traemos el segundo capitulo, por supuesto a cargo de ella, una de las más talentosas escritoras recientes que ha tenido este fandom

Esperamos que sea de su agrado. Cualquier sugerencia por favor, no duden en hacerla.

Capítulo 2. El escritor. Camus.

Antes de saber escribir ya sabía que quería contar historias.

Cerca de mi casa había un descampado en el que los niños del barrio nos reuníamos a jugar. Con las lluvias del otoño se llenaba de charcos y lodo. Mi madre decía que era un lugar horrible; sólo bueno para mancharse las botas, pero para mí era un sinfín de lugares magníficos en los que vivir increíbles aventuras… En mi mente, ese terreno abandonado se transformaba en un peligroso territorio pantanoso plagado de caimanes, en un lejano planeta en cuya superficie se extendía un mar de lava viva, en una frondosa selva habitada por una tribu de reductores de cabezas o, simplemente, en un lugar donde divertirme saltando sobre los charcos.

Un día, en el colegio, nos dijeron que teníamos que escribir un cuento. Cuando llegué a casa me senté delante de una hoja en blanco con un lápiz en la mano. Mi cabeza siempre estaba llena de historias pero después de pensarlo durante un buen rato no me decidía por nada. Mi hermano jugaba en el cuarto. Lanzaba estocadas contra un adversario invisible. Entonces me acordé. Mi hermano pequeño quería ser caballero. Un caballero de flamante armadura y gran valentía que, espada en mano, pelearía contra temibles dragones y salvaría a bellas princesas… Aquella fue mi primera historia escrita. Después de eso, escribí a cerca de cómo se conocieron mis padres, escapando de la lluvia en un día de tormenta; de mi mejor amigo, que de mayor pensaba convertirse en buzo, para caminar por el fondo del mar entre feroces criaturas de las profundidades marinas; de mí, ese pobre niño pelirrojo que se muere de tristeza porque su madre le ha confiscado lápices y cuadernos por haberse puesto de barro hasta las orejas… Sobre las cosas que consiguen emocionarme.

Al escribir me gusta pensar que soy espectador. Alguien que ve, escucha, siente… y que todo eso lo plasma luego en un papel. Cuando escribo es como si prendiese fuego a mis sentidos y mis emociones. La escritura me atrapa. Siento su llamado en todo mi cuerpo y me pierdo en el fluir de mis pensamientos.

Hace poco más de dos años, en una reunión en casa de unos amigos, un tipo al que casi no conocía se acercó y me dijo, después de de escuchar la historia que acababa de contar, que algún día yo escribiría un libro. En aquel momento su comentario me hizo sonreír y, por supuesto, me halagó sobremanera aunque jamás se me hubiese ocurrido pensar que sus palabras terminarían por hacerse realidad.

Lo cierto es que, a día de hoy, no me gusta considerarme un escritor. Soy, nada más, alguien que tiene algo que contar. Sólo pretendo expresar lo que me dicta el corazón y si, con ello, consigo emocionar a otros me doy por satisfecho. Durante todo este tiempo únicamente he querido escribir, buscar la forma más emocionante de contar una historia; pero el despiadado mundo del negocio editorial, que me ha convertido en lo que soy, amenaza ahora con matar mi pasión por las letras. Y es precisamente él; el hombre que creyó en mí, el que me dio la oportunidad de hacer lo único que creo se me da bien, quien me pide que haga aquello de lo que me considero incapaz.

Yo no sé escribir por encargo. Sólo soy una persona que escribe cuando algo despierta mi creatividad.

-¿Camus?

Su voz llega de nuevo a mis oídos y, en este momento, soy consciente de que hace ya un buen rato que he dejado de prestarle atención. Sus ojos están clavados en mí. Su penetrante mirada me exige la respuesta a una pregunta que no he escuchado.

-Si no te conociese…, pensaría que me estás ignorando. –me dice mostrándome una sonrisa suave.

-¿Por qué tanto empeño? –le pregunto-. ¿En serio piensas que esto me hace falta? Sabes que no puedo escribir porque sí. No me sale. Siempre me has dicho que respetarías mi forma de trabajar y que no…

-Camus –me llama. En su voz puedo reconocer un leve deje de molestia-. Nunca te he pedido nada… Si no quieres hacerlo por tu carrera, hazlo por mí. Tienes talento. Es imposible que no seas capaz de hacer una ridícula canción.

-¿Ridícula? –ahora soy yo el que suena enfadado-. ¿Menospreciando mi trabajo es cómo piensas convencerme?

-Sabes que no he querido decir eso –ha recuperado su habitual tono calmado-. Sólo quería decir que no puede resultarte tan difícil escribir unas pocas estrofas. Lo haces constantemente.

No me gusta discutir con él. Le debo lo que soy. Lo respeto y no puedo más que estarle agradecido. Por eso me duele estar negándome tan vehementemente pero es que lo que me pide me fastidia demasiado.

-Además, te vendría bien para no pensar en quien tú ya sabes…

-No pienso en… -decido no terminar esa frase-. Ya te he dicho que estoy bien. No necesito distracciones extra. Gracias.

-Bueno… Ya que no me dejas ayudarte en lo personal, déjame al menos hacer mi trabajo. Te repito que participar en este proyecto será muy beneficioso para tu carrera.

-¿Cuál es tu verdadero interés en esto, Saga? – le pregunto arqueando una ceja. Estoy seguro de que tras tanta insistencia debe haber alguna razón más… personal.

-El representante de ese músico del que te he hablado es amigo mío. Los dos creemos que sería una excelente oportunidad para ambos. Tan simple como eso –sentencia.

No me está mirando a los ojos. Ahora estoy más seguro que nunca de que me oculta algo. Respetaré su silencio; él respeta los míos. Ahora camina hacia mí. Mientras recorre el corto trayecto que nos separa saca del bolsillo de su chaqueta algo que deposita en mis manos.

-Deberás estar en Londres dentro de dos días –mientras lo dice me mira directamente. Su voz suena contundente. No parece dispuesto a admitir una negativa.

Mi mirada pasa de sus ojos al pequeño rectángulo de papel que acaba de darme y que ha resultado ser un billete de avión.

-¿Cuándo he aceptado? –pregunto. No me gusta que me digan lo que he de hacer y, por lo visto, considera que esta batalla la tenía ganada de antemano.

-Creí que lo harías por mí –me chantajea.

Espero que todo esto no sea un tremendo error. Nunca he sido de los que hacen las cosas sin querer y esto no quiero hacerlo. No quiero trabajar con un desconocido, por muy maravilloso que Saga se empeñe en describírmelo. No quiero escribir una, quizás sí tenga razón, ridícula canción para una película absurda que asegura arrasará en taquilla. Pero, sobre, todo, no quiero abandonar la soledad de esta pequeña habitación donde suelo recluirme para escribir. Aunque me temo que esto último lo perderé de todos modos si no accedo a lo que me pide. Sé con certeza que este hombre jamás saldrá de aquí si no acepto. Tan sólo asiento con la cabeza.

-Perfecto –me sonríe y, de verdad, que me gustaría borrarle esa expresión victoriosa de su cara-. Mañana vendré a primera hora y ultimaremos los pormenores de tu viaje. Ahora debo irme. He de ocuparme de aún de ciertos asuntos.

Sin más, me da la espalda y camina hacia la salida. Lo veo alejarse, caminando altivo, como si el suelo debiese agradecer que lo estuviese pisoteando mientras me grita que, tal vez, sería buena idea que escuchase alguna cosa del tal Milo Vanzetti.

Continuará...


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