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Las aventuras de Atobe Keigo por Neko uke chan

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Toc toc– dijo frente la madera de la puerta, sin tocarla. No recibió respuesta –Dije toc toc– repitió de igual forma, con un tono que podría usar cualquier secretaria al contestar una llamada. De nuevo silencio. –¡Atobe, Atobe, rápido! ¡Seigaku nos va a entregar la copa de las nacionales! ¡Abre! – bien, definitivamente esa había sido su peor idea en siglos…será para pulirla, de otra forma ni nos dejarían verla se reprochó.


–¡Por Dios abre de una vez! ¡Soy Jiroh! – gritó, tocando esta vez la puerta.


Escuchó el chirriar del colchón, unos pasos y la cerradura girar –Ya sé que eres tú, ¿Quién mas haría semejante ridiculez? – bufó al abrir la puerta, el dormilón no se quejó porque esa verdad absoluta le constaba.


–Es tu culpa por no abrirme de un principio– hizo un pequeño puchero, mirándole con desdén. Keigo suspiró, solo así Jiroh notó el desaliñado estado de su amigo: ojos enrojecidos, cabellos despeinados y la camisa mal abotonada, sin comentar el pantalón con el cierre abajo. Sutilmente inquirió una pregunta –…y... ¿por qué no me abrías?- –arqueó levemente una ceja.


 –¿No se nota sólo con verme? – lo miró con cierto desapruebo, como si de un ignorante se tratara. Jiroh lo pensó unos segundos, y a juzgar por su aspecto…


–¡No me digas! – se alteró, chillando de repente –¡Te estabas haciendo la pa-¡


 Atobe le tapó la boca, abochornado.


–¡Imbécil! ¡¿En qué demonios estás pensando?! Estaba durmiendo, ¡durmiendo! –le golpeó en la cabeza y lo soltó como si picara, Akutagawa no sabía si reírse por la reacción del otro o quejarse por el dolor del golpe –¿Y entonces porque tardaste tato en abrir? – preguntó a los minutos de haber entrado y haberse acomodado en la habitación, su dueño se encontraba sentado en la silla de su escritorio –Sabes que duermo desnudo así que tardé en vestirme, por tu fastidiosa insistencia tuve que apresurarme y por tú culpa salí desastroso a abrirte la maldita puerta…sin contar que estamos en verano y las sábanas mullidas de lana no son una buena opción para el calor ¡además no dejaste ni que me lavara la cara! – explicó fastidiado, cruzado de piernas y brazos; el holgazán se quedó en la frase “sabes que duermo desnudo…” y de allí no le dio más interés a la explicación.


Atobe de alguna manera pareció entender qué cruzaba por la mente del aludido, así que no perdió oportunidad de comunicárselo. –¿Sólo eso escuchaste? Después dices que no eres pervertido– sarcástico.      


–¡No más que tú! – se defendió de resoplido –¡Pervertido! – gritó en un berrinche. Atobe pasó su mano sobre su enmarañado cabello y suspiró –Y bien, ¿acaso viniste sólo a decirme pervertido? ¿O pretendías meterte  bajo la sábana? – esperó la respuesta del otro, que sólo optó por arrugar la vista –No. Vine a decirte que ya sé que darte de regalo– sonrió alegremente.


Sin mucha ilusión preguntó –Y bien ¿qué será?…otro plasma LCD o tal vez algún otro terreno o acción en un club privado...quizá alguna reservación en un hotel 5 estrellas o un traje de diseñador italiano a la medida…,– contabilizó aburrido las opciones de regalo estrafalarias (e imposibles para él) que podían desfilar en la confusa mente del chico –Si es así lamento informarte qu…– fue interrumpido por Akutagawa –Lo que quiero regalarte no se puede comprar– por alguna razón, o tal vez por el tono contenido que usó el muchacho; el joven heredero sintió interés por primera vez en semanas.


Por un momento silencioso pensó ¿Su cuerpo? ¿Alguna otra forma de tener sexo? Pero al no percibir ningún brillo de lujuria en la fija mirada de su acompañante, descartó de inmediato la idea, debía de admitir que le causaba curiosidad. Jiroh era simple en su forma de ver las cosas, pero cuando de proponerse algo se trataba, surgía una habilidad de crear expectativa cuya eficiencia radicaba en lo subestimable que podía llegar a ser su apariencia o personalidad. Atobe no era la excepción, aunque lo conociera más a fondo que muchos otros.


–Entonces no preguntaré. Es parte del encanto, ¿no?.


–De todas maneras no sabría cómo explicarlo, y la verdad es que un regalo debe ser sorpresa– dos razonamientos válidos para ocultar su realmente inexistente idea de regalo. Bueno, no del todo, pero aun no tenia bien definido su plan (estaba seguro de que no era un objeto, sino un acontecimiento) debía pulirlo, y muy a su pesar, debía pensarlo bien. Keigo no era cualquiera, y además competía con otros tantos ricachones engreídos que le quitarían su atención por horas; horas en las que Akutagawa quisiera, aunque fuese un poco, que él pensara en su humilde regalo.


–Me voy– el dormilón se levantó de repente de la desordenada cama donde yacía sentado, el dueño de la residencia se permitió emitir un chasquido con la lengua, justo cuando empezaba a conseguir entretenida la actitud del chico y comenzando a pensar en cómo podría sonsacarle una que otra pista por medio de contactos físicos; le dice que se quiere ir….maldito dormilón.


Jiroh hizo un ademán de mano y se dispuso a recorrer el breve espacio que lo separaba de la puerta, cuando escuchó el rechinar del espaldar de la silla y sintió un agarre en su cintura, ambas manos de Keigo se fijaron en él y su cabeza descendió hasta su clavícula, besando la piel descubierta por el cuello mal arreglado de la camisa.


Sólo pudo emitir un pequeño suspiro al sentir una mordida en su lóbulo derecho, Atobe le volteó frente a él para encararlo y atacó con sus voraces labios los desprevenidos del otro, entrando velozmente en la cavidad bucal y lamiendo cualquier rastro de saliva que descendiera por las comisuras; la sensación abrumadora de sentir los jadeos del mayor en su boca lo incitó a participar, balanceándose sobre sus pies hasta alcanzar a rodear totalmente la nuca de su buchou, afianzándose a ella y profundizando el contacto. Las manos inquietas del bocchan apretaban las caderas del chico contra su cuerpo, acariciando la espalda y las nalgas en su recorrido sobre las prendas.


Con un jadeo sonoro se separaron ambos. La exigencia de aire pudo más que su ansiedad de acercamiento. Sus ojos brillaban expectantes y deseosos, el suave sonrojo del de cabellos cobrizos y su agitada respiración eran todo un deleite. Atobe sonrió con una mueca mezcla de lujuria y cariño y se acercó de nuevo a su boca, esta vez con más calma y plantó un suave beso, uno delicado que parecía una caricia. Brevemente se distanció despacio, regalándole a los ojos una mirada profunda y nostálgica; Jiroh se sonrojó más.


Con un leve empujón encaminó de nuevo al chico hasta la salida, éste pasó por la puerta y quedó en el pasillo frente a ella –No nos veremos por unos días, – dijo suavemente, se sorprendiendo a Akutagawa por la revelación –así que procura no evadir tus obligaciones por estar durmiendo.– apuntó él, y por algún motivo Jiroh se sintió triste, no quería que cerrara la puerta cómo claramente estaba intencionado a hacer con la mano tras la perilla.


 –Pero, ¿Cuándo volverás? – se sentía tonto y desolado.


 –Antes de mi cumpleaños, no te preocupes–lo calmó con un gesto de indiferencia…quería decirle que se quedara, detenerlo o amarrarlo a las patas de la cama para que no se fuera, pero decidió no hacer ni decir nada, la mirada profunda de Keigo le indicó que era mejor no armar escándalo.


–Nos vemos– sonrió levemente, y cerró la puerta con un corto rechinido.


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