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Angel Mao por Kurenai Mido

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Notas del capitulo:

Como lo prometí, el segundo cap de este fic de amor en la vispera de Navidad! (Aunque no me quedó como yo quería...)

Espero que les guste igual!

 

Angel Mao

Cap 2: Riley se confiesa

Riley fue cortésmente invitado a pasar a la sala donde iban a tomar el té, para gran alegría de Mao, que no tenía como disimular el color sonrosado de sus mejillas al saludar al alto moreno. Mientras Camryn se retiraba muy discretamente para ir tendiendo la mesa, el menor le entregó las llaves y lo miró con timidez.

-¿Qué suerte que se te ocurrió venir aquí, no?- comentó en tono intrascendente. Riley asintió.

-Bueno, sí… pero si tú hubieras ido a Las Acacias tampoco habría estado mal. Hubiéramos podido charlar.

-¿Y eso… te gustaría?

-Mucho- aseguró, con el corazón latiéndole muy fuerte- creo que podríamos ser buenos amigos.

La palabra “amigos” no amilanó a Mao; lo importante era que Riley tuviera ganas de conocerlo. E incluso sino fuera por su total inexperiencia en asuntos amorosos, se hubiera dado cuenta que su interlocutor no le quitaba la vista de encima y que al decir amigos había querido decir mucho más. Pero como no sabía, y no quería parecer muy obvio, lo condujo a la sala donde Dewey y Sun conversaban animadamente. Ambos se pararon para estrechar la mano del visitante.

-Ah, muchacho, lo escuchamos recién. Mi hijo ya estaba por ir a buscarlo.

-Si, señor, Mao me lo dijo.

-Mamá lo invitó a tomar el té- intervino Mao, con una extraña nota de orgullo en la voz.

-También lo oímos- terció Dewey- no hay ningún problema. ¿Qué tal si nos vamos sentando?

-Son todos muy amables- agradeció Riley, agachándose galatemente junto a Mao- ¿Me puedo sentar junto a ti?

-¡Claro!- exclamó, riendo y olvidándose por completo de su hermano y su padre allí parados.- Pero tienes que llevarme. Es por allí, en la parte de la sala que usamos para comer. Ya verás, las cosas que prepara mamá son deliciosas…

Riley no se hizo de rogar y se colocó detrás de Mao para llevar su silla, feliz de que el muchachito le dispensara ese honor. A través de ese frío metal podía sentir su calidez interior, y desaparecieron entre ellos las barreras que los separaban, uniéndolos como si fueran amigos de toda la vida. A la mesa el moreno se sentó junto a Mao, Sun en la cabecera, Dewey en el otro extremo y Camryn frente a ellos, y ninguno, pero absolutamente ninguno de los presentes, pudo ignorar la radiante expresión del menor. Ostentaba una sonrisa amplia y deliciosa y un brillo travieso en sus ojos que nada tenía que ver con la frágil sonrisa que tuviera durante aquella tarde. Era la expresión de alguien feliz; Dewey llegó a esa conclusión y se preocupó, porque significaba que su pequeño Mao hasta entonces no había estado bien y él no se había dado cuenta. Y además, que la presencia de ese desconocido le iluminara de tal modo el rostro le daba un poco de envidia. Riley le ofrecía tostadas con manteca y Mao se reía al tomarlas, contándole (con bastante soltura para su tímido modo de ser) acerca de las clases que tomaba con una profesora particular, y sobre las cosas que le gustaría hacer en esas vacaciones. Riley a su vez le contó sobre las clases que el señor Joseph le impartía para aprender a ser un buen floricultor, sobre su nuevo departamento y nueva vida en aquel barrio tan distinguido.

-A veces me parece que no encajo muy bien- confesó- porque yo vengo de un barrio pobre. Pero el señor Joseph dice que esas son pavadas y que lo que cuenta no es el dinero sino que clase de persona es uno.

-Y tiene razón- acotó Sun- el dinero a veces solo enmascara a gente que es una porquería como individuo, así que no es importante. Lo que vale es ser honrado y decente. ¿Verdad?- Riley asintió.

-Desde luego, señor Lang.

-¿Vives muy lejos de aquí, Riley?- inquirió Mao con curiosidad.

-No, no demasiado. Si tomo el autobús de la otra esquina son diez minutos de viaje nada más.- Pensó un instante, calculando sus probabilidades.- Quizás un día te invite yo a tomar el té, si quieres. Así podría retribuir tu generosidad de hoy.

-¡Oh…! ¿En serio?- exclamó, ilusionado.

-Por supuesto que sí. Si tus padres te dan permiso, claro. Yo le pediría al señor Joseph para salir más temprano, nos vamos a mi casa, y luego te traería de vuelta en taxi.

-No me parece- soltó Dewey impulsivamente- eres casi un desconocido como para que te quedes a solas con Mao.

-¡Dewey, no digas eso!- regañó el pelinegro, avergonzado.- Vas a ofender a Riley.

-Esa no fue mi intención, lo siento- dijo, sin sentirlo en absoluto- solo quiero remarcar que eres muy joven para irte solo a casa de un hombre que acabas de conocer. Yo tendría que acompañarte.

-Muy loable, pero si sus padres lo autorizan no veo porque tú tienes que intervenir. No haría falta.

El matrimonio Lang observó en silencio aquel diálogo antagónico entre su hijo mayor y el moreno Riley, preguntándose si en verdad era lo que sospechaban. Dewey siempre había sido muy celoso en lo que a su hermano se refería, especialmente después del accidente que lo dejara inválido; como él era en parte responsable por haber estado conduciendo el auto al momento del choque, se había tomado muy a pecho su papel de guardián de Mao, y lo cuidaba con feroz devoción de cualquier cosa que pudiera herirlo. Ambos incluso habían bromeado diciendo que si algún día Mao se enamoraba, el candidato tendría que vérselas con Dewey en lugar de con ellos. Al verlo ahora tan a la defensiva con el simpático florista, se preguntaron si Du intuía en él al hombre en cuestión que podía reemplazarlo en el afecto del menor. Observaron también a Mao. Parecía incómodo por los dichos de su hermano, pero hasta unos segundos antes su cara transmutaba alegría ante la propuesta de Riley de tomar el té en su casa. ¿Eso acaso no era una especie de confirmación de que se sentía atraído por el moreno?

-Mao cielo, ¿a ti te gustaría ir a visitar a Riley?- inquirió Camryn.

-Sí- asintió con simpleza, volviéndose hacia el florista- no tengo muchos amigos y Riley me cae muy bien.

-Eres tan dulce, Mao- soltó el moreno impulsivamente- tú también me caes maravillosamente. Si quieres podemos ser los mejores amigos y divertirnos mucho juntos. Yo no tengo problema.

Mao se puso más que contento y dedicó toda su atención a Riley, insistiendo en que se quedara hasta que ya fue muy tarde y el muchacho se despidió para volver a su propia casa. Estaba eufórico: ¡Riley lo quería, podía sentirlo y verlo en sus hermosos ojos marrones! Se quedó un instante quieto, oyendo su respiración agitada y rememorando el beso de despedida que le había dado en la mejilla, escaldándole la piel; la boca de Riley era tan suave como un capullo de rosa, y él nunca había experimentado un roce así de perfecto. Regresó a la sala donde su familia seguía reunida haciendo la sobremesa, y su enorme sonrisa atrajo todas las miradas.

-¿Qué pasa, cielo, por que tienes esa carita?- interrogó su madre.

-Nada- contestó radiante- que la pasé muy bien hoy. Me divertí oyendo a Riley.

-Que bueno, querido- terció Sun Lang- ahora será mejor que subas un rato a descansar. Mañana tienes que ir a la Clínica y necesitas hacer reposo.- Dewey se paró de golpe, con una expresión felina.

-Yo me encargo. Vamos, Mao.- Y dicho esto volvió a cargar a su hermanito hasta el cuarto, con una punzada de celos que iba horadándole el corazón. ¿Por qué a su pequeño le había gustado aquel muchacho? Oh, era tan obvio que lo había impactado con su cuerpo sensual y su aire de bohemio romántico. Mao no sabía esconder sus emociones. Una vez que se quedaron a solas, se sentó a su lado con parsimonia y le tomó la mano cariñosamente, dispuesto a averiguar.

-Dime la verdad, Mao. Ese hombre, Riley… ¿Por qué te cayó tan bien?

-Oh, no sé, Du. Es muy amable y simpático y me trata como si fuera alguien normal, no un niño tonto. Eso me gusta; él no piensa que yo soy un inútil solo porque no puedo caminar. La mayoría de la gente me mira con pena, y Riley no lo hace.

-¿Y por qué crees que es eso?

Mao lo miró, nervioso.- No sé, Du, no insistas porque no sé.

-Bueno, mi amor, yo no quiero amargarte la ilusión, pero cuídate, ¿sí? Al fin y al cabo no sabes nada de ese hombre y no querría que te lastimara.- Le dedicó una mirada extrañamente apasionada.- Tú eres tan inocente y tan hermoso que es imposible que no te miren los hombres, pero yo estoy aquí para cuidarte de cualquier mal que te hagan.

-Okey…- Mao no dijo nada más porque sabía que con Dewey era imposible razonar: para su hermano él era un muñeco de porcelana al que había que proteger, y no podría convencerlo de que ya tenía 16 años y hacía rato que deseaba cambiar los solícitos cuidados de un hermano por los solícitos cuidados de un hombre que lo quisiera.

-Ahora voy a dejarte solo para que descanses, amor. Si me necesitas…

-Ya sé, ya sé, no te preocupes. Ve tranquilo que estoy bien.

-Bueno, querido.- Dewey lo miró largamente y después, sin previo aviso, le dio un fugaz beso en los labios, suspirando. Mao se apartó estupefacto.

-¿Por qué hiciste eso?- inquirió con voz aguda.

-Porque te amo, Mao- contestó aturdido- y quiero que no lo olvides.

(…)

A la mañana siguiente Riley prácticamente saltó de su cama, ansioso por llegar a Las Acacias. Se vistió con más esmero de lo usual, con una remera limpia y un mameluco nuevo que le daba un aspecto muy juvenil y atractivo, y se cepilló el cabello hasta dejárselo bien lacio y brillante. Normalmente su apariencia no le preocupaba demasiado, ni tampoco si su ropa estaba manchada de tierra, pero ahora que Mao había entrado en su vida quería lucir lo mejor posible para él y también para sus padres, para que no creyeran que era un hippie sucio indigno de su hijo. También puso una muda de ropa en su bolso y algo de dinero extra para hacerle al pequeño algún tipo de agasajo. Le había dicho que todos los martes y jueves acudía a la Clínica para hacer su tratamiento, de nueve a doce del mediodía, lo que le venía justo para invitarlo a almorzar o al menos pasar a verlo a esa hora. Quizá pudiera llevarle unas flores; él mismo haría el ramo, para que fuera un obsequio más personal. Seguro le gustaría.

-¡Ah, pero si es Riley LaBranche!- exclamó la señora Camryn cuando él se presentó en su casa, cinco minutos después de las doce del mediodía.- ¿Cómo estás, muchacho?

-Muy bien, señora, gracias por preguntar.

-Seguro que vienes a ver a Mao- dijo ella con astucia- pero no está, los jueves tiene Cliníca. Y Dewey me llamó para decir que hoy lo llevará a almorzar al centro, así que no regresará hasta dentro de unas horas.

-¡Ah, que suerte de porquería!- exclamó con una mezcla de rabia y desilusión. Camryn advirtió que llevaba un precioso ramo de rosas y crisantemos y sonrió, ya segura de cuales eran las intenciones de ese hombre con su pequeño. Primero Dewey que insistía en no devolver a Mao a su casa a la hora de siempre para que no lo viera “ese florista atrevido”, y ahora el mencionado que aparecía con bellísimas flores en su puerta. Quizá una madre convencional hubiera estado más de acuerdo con la posición de Dewey, pero para ella lo principal y único que contaba era la felicidad de Mao. A Mao le gustaban los hombres, y Mao había sonreído al ver a Riley, y ella que no era ciega se daba cuenta que estaba fascinado con el joven en cuestión. Por lo tanto los ayudaría.

-Mira, si conozco a Dewey (y lo conozco mejor que nadie), sé a donde llevó a Mao a comer. Es un patio de comidas cerca de la Clínica. Yo podría darte la dirección si de veras quieres verlo.

-¡Oh, se lo agradecería mucho, señora Camryn!- exclamó Riley, de nuevo animado- siento que ayer me quedé con ganas de decirle muchas cosas a Mao, y me hará bien verlo de nuevo.

Ella sonrió.- Yo también creo que les hará bien a ambos. ¿Y te digo una cosa?

-¿Qué?

-A Mao le encantan las flores blancas- dijo riendo.

(…)

-¿Qué sucede, Mao, que no has comido casi nada? ¿No te gusta lo que ordené para ti?

-No, no es eso, Du, me encantan las hamburguesas con doble queso. Es solo que no tengo mucho hambre.- Alzó la vista de su bandeja y lo miró inquieto.- ¿Podrías llevarme de nuevo a casa?

-Pero querido, creí que te gustaría que hiciéramos algunas compras de Navidad. Ya que estamos acá…

-Lo sé, lo sé, pero de verdad hoy no tengo ganas. Quiero ir a casa.

“Mentira”, pensó el muchacho molesto, masticando su sandwich de pollo a la parrilla como si fuera de goma, tal era la molestia que le corroía el estómago. Mao no quería regresar porque estuviera cansado, quería hacerlo para poder cruzarse a Riley LaBranche. ¿Qué diablos le había visto a ese mugriento florista? Comenzó a pensar una excusa para retrasar la vuelta, cuando sufrió un impacto tremendo. El pollo se le atoró en la garganta.

-¡Riley!- exclamó Mao lleno de júbilo, al verlo acercarse con una gran sonrisa y un ramo de rosas y crisantemos. No había dejado de pensar en él ni un minuto desde el día anterior, y ahora como por arte de magia aparecía allí. ¿Cómo había hecho para encontrarlo?

-¿Qué haces aquí?- le preguntó animado.

-Fui a buscarte a tu casa y tu mamá sugirió que quizás estuvieras aquí almorzando- contestó, saludándolo con un  beso en la mejilla. Le entregó el ramo con un gesto tierno.- Son para ti, querido.

-¡Oh… muchas gracias, Riley, son hermosas!- tartamudeó el pelinegro, tomando el ramo con manos temblorosas.

-¿Te importa si me quedo a acompañarte?- preguntó, ignorando olímpicamente a Dewey.

-¡No, no, para nada! Al contrario, me gustaría que miráramos las tiendas juntos- propuso, exultante. De repente tomó su hamburguesa con doble queso y le dijo, riendo:- pero primero me terminaré esto, ¡estoy muerto de hambre!

La desfachatez de Mao hizo que Dewey se retirara furibundo al baño dejándole el campo libre a Riley, quien una vez se vio a solas con el menor pudo actuar con más libertad. Mao comía con juvenil apetito y se veía adorable al limpiarse los labios con una servilleta, tanto que deseó ser esa servilleta. Finalmente el objeto de tan dulce mirada no pudo seguir esquivándola y enfrentó los bellos ojos marrones de Riley, con una valentía que ignoraba poseer.

-¿Por qué me miras tanto, Riley?

-Disculpa… ¿Te molesta que lo haga?

-Bueno, no- admitió- pero quisiera saber por qué. No creo ser tan interesante para que me miren tanto.

-Te equivocas. Eres más que solo interesante, eres encantador y tienes algo que fascina- declaró sin pensar. Al instante ambos enrojecieron y él se dio cuenta que no podía volver atrás, ni tampoco lo deseaba. Era la ocasión perfecta para que declarara su amor a Mao.- De hecho, si vine para buscarte ahora, es para decirte…

-¿Para decirle qué?- interrumpió una voz cargada de ira a sus espaldas. Maldijo.

-Es algo privado, Dewey- dijo en tono frío, mientras Mao hacía un gesto de impaciencia.

-Sí, Du, ¿no podrías esperar un poco?

-¡No!- se opuso levantando la voz y haciendo que los miraran.- Tú te vienes conmigo a casa ahora mismo, Mao, y tú, deja en paz a mi hermano- ordenó a Riley. Éste bufó indignado.

-No te metas- se sublevó el moreno- yo hablo con Mao todo lo que quiero. Tú no eres su dueño ni mi jefe para decirnos que hacer.- Sostuvo la mirada asesina de Dewey hasta que el menor intervino, avergonzado.

-Dewey, por el amor de Dios, ¡no me hagas esto!- suplicó, mientras arrugaba una servilleta sobre su falda de los nervios- yo quiero quedarme con Riley. Tenemos cosas que decirnos. A solas.

Dewey se sintió impotente. Pero al fin y al cabo era uno de sus preceptos el no llevar la contraria a Mao, si podía evitarlo, y no hacerlo sufrir, si podía evitarlo. Se retiró no sin antes lanzar una velada amenaza a su rival.

-Ya vamos a ajustar cuentas nosotros, LaBranche. Adiós, Mao.

El pelinegro se quedó temblando en su silla de ruedas, haciendo grandes esfuerzos por no llorar ni hacer evidente su incomodidad y vergüenza; ¿ahora con que cara iba a mirar a Riley? Sin embargo, el mayor no se puso a pensar en los malos modales y el excesivo celo protector de Dewey, sino que aprovechó para retomar su confesión, tomando con delicadeza las suaves manos de Mao. Éste alzó la vista esperanzado.

-No llores Mao querido. No hagas caso de tu hermano… ey…- lo tomó del mentón para mirarlo a los ojos, derritiéndose por dentro.- ¿No quieres saber lo que tengo para decirte?

-Sí, claro- balbuceó.

-Que me estoy muriendo de amor por ti, Mao… te quiero, desde que te vi por primera vez no puedo sacarte de mi cabeza. No espero que ya saltes de alegría por eso, pero debía ser honesto y decírtelo de una vez antes que fuera tarde.

-¿Cómo puede ser?- planteó el pelinegro, con el corazón latiéndole a todo volumen- ¿Qué tengo yo para que me ames? Mírame bien, soy un pobre desdichado en silla de ruedas, no tengo nada que ofrecerte. ¿Por qué me quieres?

-¡Pero Mao, no digas esas cosas de ti mismo!- le reprochó con suavidad- tienes mucho que ofrecer. Tu vida no se termina solo porque no puedas caminar, ¿sabes? Eres un jovencito precioso, con una carita de lo más tierna, eres sencillo y dulce, y adivino que debes ser el más valiente de todos. A mí me flechaste así como eres. No pienses que no vales la pena.

Mao parecía a punto de llorar, por lo que Riley se adelantó y lo abrazó amorosamente, sin prestar atención a las ahora obvias miradas curiosas de la gente. Todo lo que alguna vez quiso lo tenía ahora entre sus brazos, sintetizado en el cuerpo de Mao, y no le importaba un comino que murmuraran. ¡Que suavecita era su piel, y que fragante aroma emanaba su cabello…! Era como una frágil hada de belleza ultraterrena, y él se consideraba un elegido por poder contenerlo y estar a su lado. Por fin Mao se calmó y logró mirar a Riley a la cara.

-Tú también me gustas, Riley- soltó con timidez, con la sensación de estar dentro de un sueño- eres tan guapo. ¡Tenía miedo que te rieras de mí si te dabas cuenta de lo que siento!

-¿Pero como me iba a burlar porque una cosita hermosa como tú me diga que le gusto? ¡Todo lo contrario!- exclamó dichoso- es una bendición, un milagro.

-¿Entonces…?

-Entonces, ¿te gustaría salir conmigo?

Fue una pregunta clara, directa y sincera. Mao no tuvo que pensarlo mucho.

(…)

-¿Qué ustedes que?- chilló Dewey cuando volvieron del centro y se presentaron muy juntos ante los Lang para comunicarles la decisión que habían tomado. Mao, que se había asustado un poco por el tono agresivo de su hermano, extendió una mano de forma casi imperceptible para que Riley se la sostuviera, cosa que el moreno hizo.

-No hace falta que te alteres tanto, Dewey. Es muy sencillo: yo le pregunté a Mao si le gustaría salir conmigo y él me dijo que sí. Por eso vinimos directo aquí en vez de salir a pasear, para hablar con sus padres.- Se volvió hacia Sun y Camryn, que parecían haberse quedado congelados con cara de estupefacción en el sofá en que estaban sentados.- Yo sé que ustedes tendrán sus dudas al respecto, pero les aseguro que mis intenciones para con Mao son las más honestas y puras. Estoy enamorado de él, y desearía que ustedes lo aprueben, porque sinceramente no puedo concebir ya mi vida lejos suyo. Fue amor a primera vista: tan simple como eso, se los juro.

-Y a mí me pasó igual- completó Mao, apretando más la mano de su novio- Riley me gusta muchísimo y quiero conocerlo mejor, tengo la fe que podremos ser felices si nos dejan intentarlo.- Miró con una sonrisa tímida a su madre, la que más lo comprendía.- Por favor, digan que está bien. Lo necesito…

-Mao, ¿te das cuenta que Riley te lleva ocho años, no?

-Ya sé, papá. No me importa.

-Usted, joven, ¿se da cuenta que mi hijo es un muchacho de salud delicada, que además no conoce nada de los asuntos de una pareja?

-Por supuesto, señor Lang. Y no es mi intención obligar a Mao a mantener el ritmo de vida de un adulto- aclaró Riley con parsimonia- ni mucho menos. Lo único que yo deseo es estar a su lado. Con eso me conformo.

-¿Pero que demonios les pasa a todos?- intervino Dewey indignado- ¡Si hasta ayer ni siquiera se habían hablado, por Dios! ¿Y ahora de repente ya son novios? ¿Qué les pasa?

-Bueno, ¿y a ti que te importa?- dijo Riley en mal tono, perdiendo la paciencia- ¿Si Mao es feliz que importa que sea algo raro? ¿No quieres ver feliz a tu hermano?

-¡Por supuesto!- tronó Dewey.

-Entonces deja de gritarnos y date cuenta que Mao y yo nos queremos, y que con tus gritos solo estás logrando que él se sienta mal.- Rabiando por sus palabras, el atlético hijo mayor de los Lang miró solamente a su hermanito adorado y se dio cuenta que tenía los ojos empañados. Eso lo sacudió. Nada, nada en el mundo justificaba que su hermano derramara lágrimas. El pobre ya había tenido que llorar demasiado antes y no se merecía que ahora lo hostigaran como él estaba haciendo. Además… si debía ser sincero consigo mismo… no era lo repentino de su pasión por Riley lo que le molestaba (al fin y al cabo era un adolescente, muy sensible y romántico), sino que hubiera despertado al amor con otro hombre que no era él. Por supuesto que sabía que estaba prohibido entre ellos, pero eso no le impidió que concibiera absurdos planes en que ambos permanecerían solteros para cuidarse y quererse el uno al otro por el resto de sus vidas. La realidad de ver a Mao enamorado de otro le resultó insoportable y hasta quiso deshacerse de Riley (de hecho aún quería), pero cayó en la cuenta que hacer eso sería el peor rasgo de egoísmo que podía concebir, pues rompería la ilusión del menor en mil pedazos por nada, ya que lo de ellos era el más grande tabú. ¿Tenía derecho a privarlo de esa aventura que tanto lo hacía sonreír? ¿Era justo que lo condenara a estar atado a él para siempre, solo porque su mente incestuosa lo había elegido? Suspiró y se agachó ante su hermano, tomándole la mano libre y mirándolo a los ojos.

-Perdóname, Mao- pidió con sincero arrepentimiento- no quise avergonzarte ni hacerte sentir mal por lo que decidiste hacer. Si piensas que con Riley puedes llegar a tener una relación seria que te haga dichoso, yo no me voy a oponer, al contrario, estaré a tu lado apoyándote en lo que necesites. Perdóname- repitió.

-Está bien, Dewey, no importa- dijo Mao, recuperando su sonrisa angelical- no pasó nada. Cualquiera puede ponerse un poco nervioso, así que no te preocupes.

-Gracias, dulce.- Por alguna razón sonó triste, y se paró rápidamente para ir con sus padres y arengarlos.- Bueno, la decisión es de ustedes, ¿verdad? ¿Qué van a hacer?

-¡Ah! Pues…- Camryn se veía sorprendida por el repentino cambio de su hijo mayor- realmente no tengo nada en contra, y creo que Sun es de mi misma opinión, ¿no, Sun? Solo deseamos ver a Mao feliz.

-Les aseguro que yo lo haré muy feliz- intervino Riley ansioso.- No se arrepentirán si me permiten verlo.

-Por favor- pidió Mao, haciendo un mohín. Camryn asintió.

-De acuerdo, de acuerdo. Pueden salir juntos si es lo que en verdad quieren.

-¡Gracias, mamá, gracias por entendernos!- exclamó Mao alborozado, volviéndose hacia su novio.- ¡Oh, Riley, que contento estoy!

-Sí, mi amor- contestó Riley igual de eufórico, enlazándolo por el cuello y dándole un casto beso en la mejilla.- Yo también; pensar que no tenía el valor ni para hablarte, ¡y ahora eres mi novio!- Lo miró con tanto amor que sintió que iba a llorar, y entonces Mao sorprendió a todos dándole él un beso en los labios, fugaz como una estrella, pero tan perfecto como solo puede serlo algo muy simple. Riley se quedó deliciosamente sonrojado.

-Ahora vas a tener que hacerme un regalo de Navidad muy lindo- bromeó riendo.

-Por supuesto que sí. ¿Qué te parece salir mañana a ver las tiendas, y después tomar el té en casa?

-A nosotros ya ni nos miren- dijo Camryn en son de burla- ustedes parece que ya lo decidieron todo.

En efecto, al ver que Mao y Riley se habían sumergido en una agradable e íntima charla, todos salieron de la sala y los dejaron planeando la salida del día siguiente. Hasta que Mao le propuso subir al cuarto para mostrarle sus tesoros, y Riley sucumbió a su dulce encanto.

                                    Continuará

 

Notas finales:

Si la suerte me acompaña, el tercer capitulo para el 31 de Diciembre! Hasta entonces!


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