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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Muchísimas gracias a todos los que estáis ahí, leyendo y dejando comentarios, como siempre, es de agradecer.


Es una pena no tener tiempo para escribir más a menudo, ya sé que no mola tener que esperar, peeero... es lo que hay.


Espero que disfrutéis de este capítulo ^^

  Al día siguiente, la profesora Petrova les tenía una sorpresa.


  -Antes de que os vayáis, os comunico que, como todos los años, van a organizarse viajes a distintos lugares de interés cultural. Son gratuitos para los estudiantes, o sea, para vosotros. Las listas de inscripción con todos los detalles acerca de las distintas excursiones están en la mesa junto al tablón de anuncios de la entrada. Se realizarán a partir de la primera semana de diciembre. Pensáoslo.


  Los jóvenes se apresuraron a recoger sus cosas para ir abajo. Ray iba a levantarse también, pero al girarse vio que su amigo bicolor se lo tomaba con calma, así que esperó por él.


  -¿No te apetece hacer un viaje?-preguntó el chino.


  Kai esperó a estar a su altura para responder.


  -Vi antes los panfletos, sólo me falta decidirme.


  -Ya veo… ¿Te importa si…?


  -No, claro. Ve a echar una ojeada.


  Había muchas opciones interesantes, algunos eran incluso a otros países. Le atrajeron los observatorios, siempre le habían gustado las estrellas. El observatorio de Estrasburgo se veía precioso, pero no le apetecía volver a cambiar de país. El de Pulkovo, en San Petersburgo, también tenía buena pinta, y estaba a seis horas en coche.


  Cogió ambas papeletas, por si luego se animaba a ir a Estrasburgo, y fue hasta donde estaba Kai.


  -Creo que me quedo con este.


  -Hmm… -el ruso esbozó una media sonrisa.-Así que te gustan las estrellitas.


  Ray hizo un puchero.


  -No te burles.


  -No lo hago. ¿Nos vamos?


  -Claro.


  Al llegar al piso, colgaron los abrigos y dejaron las mochilas al lado. Al pasar por el salón, Ray vio a Aldebarán dormitando en la butaca. Era raro que estuviese en casa a esas horas, aunque, con lo de la otra noche, era natural que prefiriese quedarse allí.


  -¿Qué te apetece hoy?-preguntó Kai desde la cocina.


  -Ahm… -el pelinegro se rascó la barbilla, pensativo, y se apoyó en el quicio de la puerta.-No sé…


  El bicolor clavó su mirada en los ojos dorados del oriental un instante, haciendo que se sintiese un poco incómodo, y luego sonrió.


  -¿Pasa algo?


  -Cuando pones esa cara… es que sabes exactamente lo que quieres, pero te da vergüenza expresar tus opiniones.


  -¿Qué? Ah… yo no…


  -No te gusta avasallar a la gente, lo cual es todo un detalle –le dio un golpecito suave en la frente-, pero no deberías callarte tus opiniones. Especialmente porque te la he preguntado. Además, yo elegí la otra vez.


  -Es que… te va a sonar raro…


  Kai alzó los brazos hasta media altura, con las palmas abiertas, y miró hacia el techo.


  -¿Crees que a estas alturas me queda capacidad de asombro?-preguntó.


  Ray no pudo evitar reírse.


  -De acuerdo, es que, desde que estoy aquí no he comido nada típico ruso, y… -lo dejó en el aire.


  -Comida rusa… Déjame que piense…


  -¿Ahora es cuando dices que no te sabes ninguna?


  El bicolor torció el gesto.


  -Claro que conozco alguna. Pero no sé si tengo los ingredientes… Hmm… -rebuscó por la nevera, estantes y alacenas, repasando las cosas que tenía.-Me faltan un par.


  -¿Qué necesitas?


  -Cerezas secas y raíces de apio. Sé dónde las venden, pero queda un poco lejos. Mejor vamos en coche.


  -Eh, vale… -aceptó, sin pensar. Se pusieron los abrigos y, cuando salían por la puerta, acertó a decir, sorprendido:-¿Tienes coche?


***


  Ray nunca había sido un amante de los coches, pero el de Kai era demasiado bonito como para ser ignorado. Lexus LS 460, se leía en la parte trasera. Una preciosidad. Una carísima preciosidad, para ser más exactos.


  El oriental delineó su contorno, suave y elegante, con la mirada.


  Kai apretó el mando de apertura, y el repentino parpadeo de luces sacó al pelinegro de su ensimismamiento.


  -Sube –dijo el ruso.


  Ray se acomodó en el asiento del copiloto.


  -Es precioso –murmuró, admirando el interior.


  -Demasiado caro para ser sólo un coche, pero al menos no es ostentoso.


  -¿No lo querías?


  -Fue mi abuelo el que se empeñó en que tuviese un coche… “con clase”.


  -O sea, caro.


  -Exacto. Le tengo un poco de manía por eso, pero reconozco que no está mal, aunque sea un despilfarro.


  Ray decidió cambiar de tema. El bicolor parecía un poco molesto.


  -Y, ¿cuál es el plato que has pensado?


  -Kharcho –la cara del joven de ojos dorados al oír el nombre le hizo sonreír de nuevo.-Es una sopa de cordero. Lleva bastantes cosas, pero es fácil de hacer. Se fríe un poco la carne con aceite y ajo y luego se pone a cocer en una olla con el resto de ingredientes: arroz, nueces, zanahoria, raíces de apio, cerezas secas, cebolla, laurel, pimienta, cilantro, perejil, tomillo, zumo de limón, un poco de vino… Hay quien le echa ketchup y salsa picante, pero yo prefiero usar tomate y algo de guindilla.


  -Pues sí que lleva muchas cosas. ¿Cuánto hay que cocerlo?


  -Se cuece la carne con un poco de sal durante una… media hora, y luego otro tanto con los demás ingredientes –sonrió.-¿Vas a intentar hacerlo tú?


  -Puede… si logro recordar todo lo que lleva.


  Kai conocía bien la ciudad, y supo evitar los atascos, así que llegaron enseguida a su destino, una tiendecita pequeña, de paredes encaladas y tejado verde, inclinado para evitar las grandes acumulaciones de nieve.


  Una mujer de ya muy avanzada edad dormitaba junto al fuego que ardía en una chimenea, mientras que un hombre de no más de treinta años atendía tras el mostrador de madera maciza.


  Mientras el ruso hacía su pedido, Ray se dedicó a curiosear por los múltiples estantes, repletos de especias. En los mercados orientales no era nada extraño encontrar gran variedad de aquellos productos, pero hasta el momento no había visto en Rusia una tienda tan bien surtida de condimentos.


  Por el rabillo del ojo observaba a Kai, que también había decidido echar un vistazo, por si había algo interesante. Preguntó algo al tendero, y Ray esbozó una sonrisa. Se veía relajado, y eso le gustaba.


  Sintió que alguien le tiraba de la manga y se giró. La anciana que antes ocupaba la mecedora estaba ahora a su lado, tendiéndole un saquillo.


  -¿Uh? ¿Qué es?


  No le hizo falta abrirlo mucho para captar el olor de la canela.


  La mujer le dijo algo, pero no lo comprendió.


  -No entiendo…


  Miró a Kai, que se había acercado, ya con sus compras, y que sonreía, divertido.


  -Es un pequeño regalo… para que te dé suerte -explicó.


  -Oh, muchísimas gracias –Ray se inclinó en una cortés reverencia.


  -¿Hay algo que quieras o nos vamos ya?


  -No, si has acabado, podemos irnos. Adiós –se despidió de la anciana.


  Al caminar de vuelta al coche, Kai conservaba aquella sonrisa, y Ray no pudo evitar preguntarle al respecto. Al hacerlo, la sonrisa del ruso se ensanchó.


  -Esa mujer es austriaca, y en su tierra es tradición que los enamorados se regalen ramilletes de canela. Ha debido de pensar… que te gusta alguien.


  El oriental enrojeció intensamente. Kai soltó una alegre carcajada.


  -Me alegro por ti.


  Ray no pudo evitar pensar que no se alegraría tanto si supiese de quién se había enamorado.


  Por la calle de enfrente, en un descuido, un hombre pisó a otro. Ambos se detuvieron, y el que había recibido el pisotón pisó al otro con suavidad, sin llegar a hacerle daño. El chino pensó que serían conocidos y era una broma particular suya, o algo, pero la formalidad con que se despidieron le hizo desechar la idea.


  -Es una superstición rusa –le explicó Kai, al ver su cara de desconcierto-, cuando una persona pisa a otra, el que ha sido pisado, debe pisar el pie de quien ha dado el pisotón, de lo contrario se piensa que esas personas acabarán enfadadas.


  -Curioso. Nunca había visto algo parecido.


  -Imagino que en China también habrá supersticiones raras.


  -Y tanto. Hay una que dice que, si una mujer embarazada mira fijamente a un perro o a un gato, el bebé se parecerá físicamente a ese animal.


  Como esperaba, el bicolor lo miró significativamente y se rio.


  -Sí, sé lo que piensas. Soy la razón viviente de que esa superstición siga en pie.


  -No puedes culparme por ello, minino.


  -Miau miau –siguió con la broma.


  -Venga, gatito, vamos a comer.


***


  -¿Y bien?


  Ray le sostuvo la mirada unos segundos antes de dedicarle una amplia sonrisa.


  -Está muy bueno, tengo que apuntar la receta.


  -Al fin has probado algo de aquí… después de dos meses.


  -Sí, ya iba siendo hora –se quedó mirando a un punto indeterminado, meditabundo.-Es increíble que ya haya pasado tanto tiempo, con razón Lee se sorprendió de que le llamase.


  -¿Tanto tiempo sin hablar con tus otros amigos? ¿No te da vergüenza?-le recriminó, aunque con un deje burlón.


  -Tiendo a olvidarme de todo cuando algo me preocupa. Además, si hubiese llamado antes de haber superado lo de Mariah, le habría deprimido. Quería tener algo bueno que contarle.


  -¿Te refieres a la persona a la que vas a regalar el ramillete de canela?


  Le divirtió ver el leve sonrojo que adquirieron las mejillas del oriental, pero no le hizo tanta gracia el tinte melancólico que empañó su mirada.


  -Lo siento, no quería decir algo inapropiado.


  Ray negó con la cabeza.


  -No es nada grave, simplemente no me corresponde.


  -Espero que no fuese muy brusca.


  -¿Brusca?-repitió, luego se dio cuenta de que era lógico que pensase que hablaba de una mujer.-¿Brusca con qué?


  -Al rechazarte.


  El pelinegro entrelazó las manos con nerviosismo, intentando trazar en su mente una historia que justificase el que no fuese a declararse a esa supuesta chica. Al final no le hizo falta.


  -Está con otro, ¿no?-creyó entender, vista la incomodidad del chico de rasgos gatunos.


  Ray permaneció en silencio, dejando que el otro sobreentendiese un sí. Kai suspiró.


  -Cambiemos de tema, pues.


  -¿De qué quieres hablar?


  -Hmm… Bueno, podrías hablarme de tus amigos de China.


  El rostro del oriental se iluminó al recordar a Lee, Kevin y los demás.


  -Claro, déjame pensar –pidió, mientras ordenaba sus ideas.-¡Ah, sí! Pues, verás…


***


  La tarde transcurrió amena, sin sobresaltos, para variar, y la siguiente semana se pasó organizando sus cosas para el viaje a San Petersburgo. Acababa de despedirse de Tyson, Max y Sveta y de subirse al autobús. El viaje duraría algo más de seis horas, y era desalentador ver que sólo había un par de personas más allí a las que no conocía de nada y que no parecían predispuestas a iniciar una conversación con él, a juzgar por las breves miradas que le dirigieron.


  Buscó un sitio hacia la mitad del autocar y se acomodó junto a la ventana con un suspiro. Iba a ser un viaje muy largo.


  Se puso los auriculares y cerró los ojos. Pasó un rato hasta que el conductor encendió el motor, haciendo vibrar todo el coche. Ya se marchaban.


  Entonces, cuando ya se estaba haciendo a la idea de pasar todo el trayecto a solas, si no los cinco días, su intuición le hizo abrir los ojos y girar la cabeza. Y el corazón le dio un vuelco.


  Se quitó los cascos.


  -¿Kai?


  El ruso acababa de subir y tenía una pequeña disputa con el conductor. Ray vio que en la mano sostenía una de esas jaulas de viaje para animales y sonrió, estupefacto. El bicolor lo miró, y le devolvió un gesto igualmente sorprendido. Se acercó hasta donde estaba.


  -¿Al final vas a Pulkovo?


  -¿No lo ves?-repuso Ray.-Es que no me apeteció ir a Francia. ¿Y tú? ¿También te gustan las estrellitas?


  -Pues sí –tomó asiento junto a él, con la jaula en su regazo.


  Ray se asomó y vio a Aldebarán, más que disconforme con su encierro.


  -Pobrecillo, pero, ¿crees que te dejarán tenerlo allá?


  -He estado allí varias veces, y nunca ha habido problema.


  -¿Tienes conocidos en San Petersburgo?


  -El señor Dimitri Ivanov, que trabaja en el observatorio, y su hijo, Yuri. Fue él quien escogió el nombre de Aldebarán. Tiene nuestra edad. Es posible que te lleves bien con él.


  -Me gustaría –sería estupendo tratar con alguien que conociese al bicolor. Aunque la mejor parte era que pasaría cinco días con el propio Kai.


  Sonrió ante aquella perspectiva. El viaje acababa de volverse aún más interesante.

Notas finales:

Bueno, admito que no han pasado muchas cosas en esta parte, quería incluir varias cosas más, pero preferí dejarlo para más adelante.


Hasta pronto ^^


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