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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

¡Lo conseguí! Acabé el capítulo ^_^ Tenía ganas de escribir esta parte.

Espero que os guste. Gracias por los reviews.

  Ray había salido a dar un paseo por los jardines. Le apetecía perderse un rato entre los árboles. Era la tarde de su tercer día allí, uno de los pocos en que el cielo no estaba cubierto de nubarrones.


  Los días anteriores todo había sido bastante normales, charlas por la mañana, paseos por la ciudad a la tarde y observaciones por la noche. Pero ahora necesitaba estar solo… bueno, en realidad necesitaba alejarse un rato de Kai. Cuanto más tiempo pasaba con él, más difícil se le hacía aguantarse sus sentimientos, y no quería cometer ninguna locura.


  Los rayos de sol no habían derretido por completo la nieve, y sus pies provocaban un suave crujido al posarse sobre el suelo medio helado.


  Siguió el sendero hasta una placita con una fuente de aguas tranquilas y bancos de piedra. Se sentó en el borde de la alberca y contempló su reflejo en el agua. Se palpó el rostro. Nunca se había sentido acomplejado por su aspecto. Algunas personas le habían llegado a decir que era apuesto, pero, después de haber conocido a Kai, sentía que aquello no era verdad. Entre otras muchas cosas, el ruso era hermoso, un dios heleno esculpido en sedoso alabastro. Y él no era más que un pobre mortal.


  Apartó la mirada de su reflejo, con un pesaroso suspiro.


  Un bostezo atrajo su atención. No estaba solo allí.


  Estirada sobre uno de los bancos se encontraba una figura menuda que conocía bien.


  -Ian –lo llamó.


  El muchacho se incorporó un poco y parpadeó, confuso. Tardó un rato en enfocar bien a la persona que lo había llamado.


  -¿Humm?-se restregó los ojos, medio adormilado.-Ah, Ray… ¿qué tal?-se estiró para luego volver a tumbarse. Entornó los párpados, disfrutando de la cálida caricia del sol en su piel. Sus amigos solían decir de él que debía de ser una especie de lagarto, ya que siempre que hacía buen tiempo, se escabullía a algún lugar tranquilo a tomar el sol. Y, por lo general, era difícil sacarlo de su letargo.


  -Bien, supongo.


  -Si sólo lo supones –ahogó un nuevo bostezo-, es que no tan bien.


  Ray volvió a suspirar. Se llevó las manos a la cabeza. No, claro que no estaba bien, se estaba volviendo loco.


  -No sé qué hacer, Ian.


  El ruso se desperezó y fue hasta donde el oriental.


  -¿Qué te preocupa?


  -Pues…


  -Puedes contármelo si quieres, no diré nada.


  Miró un rato al chino, que agachaba la cabeza, dubitativo. Si no quería su ayuda… Se dio media vuelta, dispuesto a volver al banco a seguir con su siesta.


  -Es que… -la voz del oriental lo detuvo-, no sé si es bueno que le diga a Kai… que le diga lo que siento por él.


  -Hmm… -se rascó la barbilla.-Sí, deberías –respondió con sencillez. A continuación, volvió a tenderse donde antes.


  -¿Por qué estás tan seguro?-preguntó, sorprendido por tanta rotundidad.


  -Obvio: eres el único ser humano al que Hiwatari soporta tener tan cerca durante tanto tiempo, menos por propia voluntad. ¿Y lo de hacerse una foto contigo de esa guisa? No sé hasta qué punto, pero le gustas.


  -Pero… yo…


  -Que no te atrevas ya es otro problema –bostezó. Lo miró con ojo crítico-, pero si no lo haces pronto, vas a estallar. No es un secreto fácil de guardar.


  Ray suspiró y se puso en pie. El cielo empezaba a teñirse con un suave tono rosado, y pronto comenzaría la observación.


  -Gracias por el consejo, Ian –se despidió.


  -Ah, una cosa –dijo el ruso, incorporándose de un salto.-Por favor, no digas a nadie que estoy aquí, o vendrán a molestar.


  -Uh… ¿tus amigos no saben dónde estás?


  -Humm… Spencer sí… él no me da –bostezó-, la brasa con tonterías. Es un buen amigo.


  -De acuerdo, no se lo diré. Hasta otra.


  Ian masculló algo, pero Ray no lo entendió del todo. Por un momento envidió profundamente al ruso, tan relajado y despreocupado.


***


  -¿Lo ve, señor Kon?-preguntó Dimitri.


  -Sí… Hasta se distinguen los anillos.


  -Además hoy se ve muy bien. Hemos tenido un día muy despejado. En la zona meridional se ve una forma alargada y brillante: es la Tormenta Dragón.


  Kai ya había visto Saturno cientos de veces, pero no era eso lo que le distraía. La luz que se filtraba por el objetivo iluminaba el ojo por el que miraba Ray, haciendo brillar su iris como oro bruñido, la única luz en la oscuridad casi completa de la sala.


  -Muy bien, ahora déjame buscar… -el oriental cedió su sitio al señor Ivanov-, Júpiter. Aquí está. Veamos cuántas lunas se ven hoy… Cinco, no está mal –dejó ver a Ray.-Los que tienen una forma como la de la Luna son los cuatro satélites descubiertos por Galileo: Ío, Europa, Ganímedes y Calisto. El resto no son ni remotamente esféricos. ¿Ves la gran mancha roja?


  -Es como… un remolino.


  -Es una tormenta, una gran tormenta.


  -Caray…


  -A veces no se ve mucho, pero…


  -Papá –la puerta de la sala se abrió y apareció Yuri-, hay un problema con el otro telescopio, no soy capaz de ajustarlo.


  -Caramba… Kai, ¿crees que serás capaz de manejar este?


  -Sí, señor.


  -Muy bien, pues os dejo solos un rato.


  Dimitri y su hijo desaparecieron por la puerta, dejándolos de nuevo a oscuras y en silencio.


  -Bueno, déjame buscar algo interesante –dijo Kai, ocupando el lugar del señor Ivanov.-Oh, vaya.


  -¿Qué pasa?


  -La Luna… hoy se ve muy hermosa. El otro día estaba un poco nublado, mira ahora.


  Ray se aproximó. Al principio, el repentino brillo argénteo lo cegó, pero pronto se acostumbró.


  -Es preciosa…


  -Uhumm –asintió el bicolor. Estaba muy cerca de Ray para tener a mano los controles que marcaban las coordenadas, y le llegaba su suave aroma a vainilla.


  Se sacudió aquellas sensaciones que lo asaltaban, confundiéndolo, siempre que tenía tan cerca al oriental.


  -¿Podemos ver Marte?-preguntó el pelinegro.


  Kai asintió en silencio. Marcó las coordenadas aproximadas y luego se inclinó hacia el objetivo para buscar el planeta rojo, ajeno al hecho de que estaba a pocos centímetros del pecho de Ray.


  El joven chino rezó por que el ruso no pudiese oír sus alocados latidos, que, en medio de la quietud, parecían truenos en sus oídos.


  -Ahí está, ya lo veo –el bicolor se apartó un poco para permitirle echar una ojeada.


  Otra vez, al mirar, la luz del objetivo arrancó destellos dorados a los ojos del oriental, que, fue incómodamente consciente de que estaban a solas y de que, si quería, tendría toda la atención de aquellos fascinantes ojos escarlata.


  Lo miró de reojo y le pareció que sonreía.


  -Bonito, ¿no crees?


  -Mucho…


  <<No sé hasta qué punto, pero le gustas.>>


  Las palabras de Ian volvieron a su mente. Tragó saliva. Vaya momento para acordarse de eso.


  -Kai… -su voz fue apenas un suspiro que pasó desapercibido para el bicolor.


  Siguieron buscando por el firmamento, pero Ray apenas prestaba atención a lo que veía. Estaban los dos muy cerca el uno del otro. Kai mantenía una de las manos sobre el telescopio y se apartaba lo justo para que él pudiese mirar, de modo que sus cuerpos no se rozaban, pero sí sentían la calidez de la presencia del otro.


  En una de aquellas ocasiones, Ray simplemente se quedó embobado, hechizado por aquellos iris de fuego, por aquel rostro endiabladamente perfecto. Ni siquiera fue consciente de lo que hacía. Sólo había oscuridad, silencio… y algo presionando sus labios.


  Abrió los ojos. Y un torrente de sentimientos lo inundó.


  Estaba besando a Kai.


  Se separó de él, anonadado, y retrocedió hasta dar con la espalda en la pared, cubriéndose la boca con las manos, los ojos muy abiertos por la sorpresa y el horror. ¿Qué había hecho?


  El ruso ni siquiera había reaccionado. Miraba a Ray, sorprendido. Con lentitud, alzó una de sus manos y se rozó los labios con las yemas de los dedos, con suavidad. Desconcierto. Eso era todo lo que Ray podía ver en su rostro.


  -Kai, yo… -se le quebró la voz. Algo mojó sus manos, que aún cubrían su boca, y se dio cuenta de que estaba llorando-, yo…


  -¿Por qué?-fue lo único que acertó a decir el ruso. Las emociones sacudían su interior con violencia, dejando tan sólo caos a su paso. No era normal en él. Era incapaz incluso de saber si eran sentimientos agradables o no.


  -Kai, yo… Kai… Lo siento… te quiero –dijo en voz baja, pero el ruso pudo oírlo claramente.


  -Ray… -murmujeó, anonadado.


  -Perdóname –gimió Ray antes de darse la vuelta y salir de la pequeña estancia.


  -¡Ray! –escuchó que lo llamaba, pero no fue capaz de detenerse.


***


  Sus mejillas ardían a causa de la vergüenza. ¿Cómo había osado…?


  -Joven Kon –lo llamó otra voz.


  El chico se detuvo y, secándose a toda prisa con la manga del jersey, se volvió hacia Dimitri.


  -¿Te encuentras bien, muchacho?


  -En realidad no… Voy a salir un rato a tomar el aire.


  -De acuerdo, pero hace bastante frío, no te alejes mucho.


  Asintió con la cabeza y siguió su camino, a un paso más lento que antes.


  Una oleada de aire helado lo golpeó en cuanto cruzó la puerta, pero no le importó. Caminó sin rumbo por la nieve y, antes de llegar a la zona arbolada, se tumbó, sin importarle que la humedad lo calase totalmente. Si el frío lo mataba, le haría un favor.


  Miró las estrellas, brillantes, lejanas y preciosas, y se sintió pequeño. Por un instante, su desliz empezó a parecerle insignificante. Si uno se para a pensarlo detenidamente, todo carece de verdadera importancia cuando lo compara a la inmensidad del Universo.


  Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Se estaba congelando. Se sentó y se abrazó el cuerpo para intentar conservar algo de calor.


  De repente, algo suave y cálido cayó sobre él y le disipó un poco el frío. Tan concentrado estaba que no le había oído acercarse. Sin atreverse a mirarlo, se arrebujó en el abrigo, que le iba un poco grande.


  Kai se sentó a su lado, en silencio y mirando al infinito.


  Ray se mordió el labio, sin saber qué decir ni cómo actuar.


  -Idiota –masculló el bicolor. Se miraron.-¿Pretendes morirte de frío?


  -Algo así. Kai, yo…


  El ruso lo interrumpió.


  -Si lo que sigue es algún tipo de disculpa, ahórratelo.


  El oriental parpadeó, perplejo. No sabía qué reacción había esperado, pero desde luego no era aquella. Kai aún se veía un poco perdido dentro de sí mismo, pero se lo tomaba con calma.


  -¿Iba en serio?


  -¿El qué?


  -… Lo de… que me quieres –dijo en voz baja.


  A pesar del frío, Ray sintió que su rostro recobraba rápidamente el calor.


  -Sí, claro que es en serio.


  Sobrevino un pesado silencio. Kai se miró las manos. Hacía mucho que no sentía nervios. No era agradable, pero tenía un lado positivo. No estaba tan muerto como pensaba.


  -Ya sabes que no manejo muy bien esto de los sentimientos…


  -Si quieres que me aleje de ti…


  -…y no sé… ¿Qué?-miró a Ray con los ojos muy abiertos.


  -Dijiste que no querías volver a querer a nadie, y yo no pretendía… Oh, Kai, no quiero hacerte daño.


  El ruso no supo qué decir. O sí, pero no se atrevía a reconocerlo ante sí mismo.


  -Vamos dentro –dijo levantándose.-Es tarde.


  Ray lo siguió. Parecía un alma en pena.


  Llegaron a las habitaciones. El oriental se quitó el abrigo y se lo devolvió a su dueño sin una palabra. Iba a entrar en su cuarto, pero el ruso lo agarró del brazo.


  -Ray, necesito un poco de tiempo para aclarar lo que siento.


  -Si no quieres verme más, lo entiendo, no hace falta que…


  -No te estoy dando largas –cortó el bicolor-, sólo te pido que esperes un poco… -vaciló.-Lo que si puedo decirte es… que no quiero que te vayas, Ray.


  El oriental lo miró, incrédulo.


  -Kai –sonrió.


  Se acercó un poco, con intención de abrazarlo, pero se detuvo. Y entonces fue Kai quien lo abrazó a él.


  -Gracias por decírmelo, Ray.

Notas finales:

Quizás quedó un poco apurado, no sé, ya me diréis.

Hasta pronto :D


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