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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

He tenido (y tengo) exámenes, así que no os enfadéis mucho conmigo. Gracias como siempre a todos los que siguen el fic, agradezco infinito su paciencia, y, sobre todo, a los que me apoyan con sus comentarios ^_^

  La claridad fue apoderándose paulatinamente del piso hasta colarse por la puerta entreabierta de una habitación. De pronto, un par de rubíes destellaron bajo aquellos primeros rayos de sol. Kai parpadeó varias veces, aún adormilado, y suspiró. Hacía mucho tiempo que no despertaba sintiéndose tan bien. Sus ojos se posaron sobre el cálido cuerpo que se acurrucaba contra el suyo, y que era el causante de aquel sentimiento.


  No pudo resistirse a acariciar las hebras de azabache que se habían escapado de la cinta y se desparramaban sobre la almohada. Eran tan suaves… y desprendían aquel dulce aroma a vainilla que había aprendido a adorar por identificarlo con Ray.


  Desde la pérdida de su hermano, había pensado que nunca jamás volvería a sentirse en paz. Se estremeció pensando en lo que sería de él si alguna vez llegaba a perderlo. Supondría perder de nuevo a la persona más importante de su vida, el centro de su mundo.


  Ya desde niño había aprendido a levantarse tras cada caída, a sacudirse el polvo y seguir adelante, a enfrentar el dolor para hacerse más fuerte. Fuerte. Eso era lo que su abuelo le había enseñado. Sin embargo, nada más ponerse en pie después de las muertes de Aleksandr y de su madre, supo con claridad meridiana que, si sufría otro golpe así, no volvería a levantarse jamás.


  Ray se removió, aún dormido, y le rozó la mejilla con su sien. Aquella caricia sacó a Kai de los oscuros derroteros que estaban tomando sus pensamientos. Abrazó al oriental con más fuerza, haciendo que suspirase en sueños, y hundió en rostro en su hombro, buscando grabar a fuego en su mente detalles como su olor, la calidez de su cuerpo o la suavidad de su piel.


  Aún era muy temprano, probablemente Ray tardaría aún varias horas en despertar, pero, aunque sabía que probablemente no volvería a conciliar el sueño –pues casi nunca lo lograba una vez abría los ojos-, no se le pasó por la cabeza el levantarse.  No, estaba demasiado bien allí. Y ni su cabeza llena de ideas fatalistas ni su cuerpo acostumbrado a madrugar tenían intención de llevarle la contraria esta vez.


***


  -Eres consciente de que no podemos consentir esa relación, ¿verdad?


  Andrey Hiwatari desvió brevemente la mirada por encima del periódico hacia su anciano padre y luego la devolvió al artículo que estaba leyendo. Internamente agradeció que Voltaire hubiese tenido la delicadeza de no sacar el tema hasta que Dimitri y su hijo hubieron abandonado el comedor. Le habría gustado acompañarlos, pero tenía una reunión aquella mañana y no le apetecía estar todo el paseo pendiente del reloj.


  -No me ha parecido que el joven Kon sea una amenaza para Kai –respondió con tono monocorde.-De todas formas aún son muy jóvenes. Dudo mucho que su relación sea duradera.


  -Es lo más probable, pero eso no significa que el efecto que tiene sobre Kai no sea permanente –masculló Voltaire.-Lo último que le conviene es volverse uno más de esos niños atolondrados, carentes de autocontrol, como son todos en las generaciones actuales.


  -Padre… -suspiró Andrey con una sonrisa irónica cruzándole el rostro-, ¿de veras imaginas a Kai perdiendo la cabeza de esa forma?


  -Hmm… -el anciano gruñó algo para sí.-Tú tómatelo a broma. Ya te lamentarás de no haberme escuchado cuando tu precioso hijo decida fugarse con ese dichoso músico de tres al cuarto –advirtió-, ¿o tampoco consideras que su dedicación a la música pueda interferir con su carrera empresarial?


  Dicho esto, el hombre se levantó y salió del salón. Andrey estaba más que acostumbrado a sus desplantes, y normalmente defendía el comportamiento de su hijo, puesto que, por muy rebelde que fuese, al final sus decisiones siempre eran sensatas. Pero, ¿podría decir lo mismo ahora que se había enamorado?


  Unos suaves golpes sonaron en la puerta y a continuación el mayordomo entró en la estancia.


  -Señor Hiwatari, lamento importunarle, pero tiene una llamada.


  -Muchas gracias, Mijaíl.


  Mientras iba de camino a la sala de estar, se preguntaba quién podría llamarle a aquella hora. ¿Alguno de sus inversores, tal vez? No, ellos siempre le llamaban a su oficina.


  -Aquí Andrey Hiwatari, ¿quién es?


  -Buenos días, señor Hiwatari. Siento lo temprano de la hora, pero supuse que sería más fácil localizarle ahora –respondió una voz masculina, suave, probablemente de alguien ya mayor.-Mi nombre es Gustav Vasiliev, y soy el director del Conservatorio de Moscú.


  -Hmm… -asintió.


  -Bien, señor, el motivo de mi llamada es su hijo.


  -¿Kai?-frunció el ceño.-¿Qué sucede con él?


  -Oh, no se alarme, son buenas noticias –adivinó una sonrisa en su voz.-Se trata de que el joven Kai tiene un gran talento, como músico así como a la hora de componer. Su profesora, y estoy de acuerdo con ella, me ha comentado la posibilidad de enviarlo a una escuela de mayor calibre. Profesores de otros conservatorios acudieron al recital en que participó su hijo, y se mostraron bastante interesados en él. Estará de acuerdo conmigo de que es una gran oportunidad. Podría tener un gran futuro en la música.


  El hombre no era consciente de la suerte que tenía de no encontrarse frente a frente con el señor Hiwatari. Su mirada se había afilado tanto que de seguro podría cortar el diamante.


  -Kai no me ha dicho nada al respecto –comentó, procurando mantener al mínimo la hostilidad de su voz.


  -Me parece que su profesora aún no se lo ha comentado, pero seguramente lo haga cuando lo crea oportuno.


  -Su profesora… -meditó un momento.-Me gustaría hablar con ella, ¿quién es?


  -La profesora Ekaterina Petrova. Puedo pasarle con ella, seguramente estará en su despacho…


  -No se moleste. Prefiero ir en persona. Muchas gracias por informarme.


  -No hay de qué –repuso alegremente, sin captar el peligro latente en su voz.-Tenga un buen día.


  -Igualmente –dijo, más por inercia que por otra cosa, y colgó.


  Salió de la mansión a paso ligero, apenas deteniéndose a informar a su mayordomo de que saldría y de pedirle que se encargase de retrasar su reunión, y fue directo al garaje. Eligió un BMW de color azul marino, más discreto que el resto de lustrosos automóviles que dormitaban allí. Aquel lugar sería el sueño de cualquier amante de los coches, y él no era una excepción, pero en aquel momento no tenía la cabeza para detenerse a admirar aquellas bellísimas máquinas.


  Al subirse al asiento del conductor le sobrevino una sensación mezcla de extrañeza y júbilo. Llevaba demasiado tiempo dependiendo de chóferes, y ahora estaba de nuevo al volante, con el potente motor bajo su control: cómo había echado de menos aquella sensación, se dijo mientras una sonrisa salvaje relumbraba en su rostro. Sin embargo, el entusiasmo se desvaneció en cuanto llegó al conservatorio.


  Fueron varias las personas que se lo quedaron mirando al pasar, subiendo las escaleras con envidiable agilidad, caminando con ligereza, derrochando una elegancia de la que muy pocos podían jactarse.


  No tardó mucho en dar con los despachos. Había una joven cargada con un buen montón de papeles entrando y saliendo de una oficina a otra.


  -Disculpe –la llamó. Un par de grandes ojos avellana se posaron en los suyos, y se abrieron ligeramente, como si lo hubiese reconocido, aunque a él no le sonaba de nada-, estoy buscando a la profesora… –vaciló apenas un segundo antes de recordar el nombre-, Ekaterina Petrova.


  -Está en su despacho, es ese de ahí –señaló la puerta por la que ella acababa de salir.


  El hombre entró, con paso decidido, sin llamar siquiera, y cerró la puerta tras de sí. La mujer sentada al otro lado del escritorio le echó una rápida ojeada por encima de los papeles que estaba leyendo y la devolvió a los documentos. Tras unas décimas de segundo, como si no hubiese asimilado bien lo que había visto, volvió a mirar al recién llegado, con los ojos más abiertos a causa de su imponente aspecto.


  Andrey sonrió interiormente con satisfacción. Era atractivo y, al contrario que su hijo, era consciente de ello, y le gustaba sentirse admirado.


  -¿Qué desea?-preguntó la mujer, rápidamente repuesta de la sorpresa.


  -Mi nombre es Andrey Hiwatari, soy el padre de Kai Hiwatari.


  Ekaterina frunció imperceptiblemente el ceño. No aparentaba la edad suficiente para tener un hijo de diecinueve años.


  -Supongo que el señor Vasiliev ha hablado con usted.


  -Hace apenas un momento, sí.


  La mujer notó la tensión en su voz y adivinó que no le había agradado la idea.


  -Antes que nada quiero decirle…


  -Permítame que le deje clara una cosa –atajó con cierta rudeza.-Kai es mi único hijo y el heredero de las empresas Hiwatari. He consentido que estudie música sólo porque es su pasatiempo, y siempre y cuando no lo distraiga y estropee su futuro.


  Ella escuchaba con gesto serio, algo contrariada, pero sin que su gesto imperturbable lo demostrase. Andrey prosiguió, con voz peligrosamente suave.


  -Más le vale no meterle ideas raras en la cabeza sobre ser músico, o haré que la despidan. Si mi hijo hace la más mínima alusión al tema, asumiré que usted lo ha animado y se lo haré pagar. ¿Queda claro?


  -Cristalino –respondió ella con rotundidad, si vacilar ni un ápice.-¿Le importa que ahora hable yo?


  Su expresión era resuelta, sus labios sugerían una sonrisa, aunque no llegaban a curvarse realmente. El señor Hiwatari sintió una leve punzada de exasperación ante aquella actitud, que se le antojaba casi descarada. Pero no lo dejó traslucir. Impertérrito, se quedó plantado al otro lado del escritorio, los brazos cruzados y la mirada fija en ella.


  -Entiendo por su visita que la noticia no le ha gustado, precisamente, está claro que tiene sus propios planes para su hijo… pero como profesora de Kai es mi deber evaluar sus aptitudes y comunicarle mi idea al respecto.


  >>Yo parto de la idea de que mis alumnos vienen aquí porque desean estudiar música, por tanto supongo que les alegrará saber que tienen futuro en este mundo. Sin embargo, no todos quieren, o pueden –remarcó-, dedicarse profesionalmente a la música, y tengo muy claro que mi papel al respecto es simplemente el de informarles acerca de sus opciones.


  >>Lo que quiero decir con todo esto, señor Hiwatari, es que no pretendo meterme en la vida de su hijo: al fin y al cabo, la decisión debe tomarla él, y nadie más que él.


  Se sostuvieron la mirada durante varios largos, tensos segundos. Más de los que nadie, fuera de la familia Hiwatari, había resistido antes enfrentándose a aquella mirada carmesí.


  -Y en cuanto a lo de mi despido… -añadió la mujer cuando Andrey hizo ademán de volverse para salir del despacho-, usted no tiene ningún motivo válido para exigir mi destitución, ya que si Kai no hubiese sido asignado a mi clase, usted no estaría aquí ahora mismo.


  El hombre entrecerró los ojos, pero la mujer había vuelto a sus papeles y no le prestaba atención. Un pitido insistente le taladraba los tímpanos, acrecentando su enojo. Apoyó la mano en el respaldo de la silla que tenía a su lado. ¿Iba a darle una bajada de tensión? Lo cierto es que aquella mañana se sentía de todo menos bien. Pero aún quería decirle un par de cosas a la mujer… aunque no se le ocurría el qué.


  Ekaterina alzó la mirada hacia él, entre molesta y curiosa.


  -Señor Hiwatari, no es que quiera echarle, pero la verdad es que tengo bastante trabajo que me gustaría terminar antes de Nochebuena… y por el sonido de lo que debe de ser su busca, diría que usted debería estar en otra parte.


  Andrey dio un respingo. El maldito busca. Se palpó todos los bolsillos hasta dar con el aparatito y apagar, por fin, el infernal ruido. Sin pretenderlo, un súbito sonrojo acudió a sus mejillas. La mujer no tenía culpa ninguna de su torpeza al respecto, pero sólo por haber sido testigo de aquel penoso incidente deseó poder hacerla desaparecer.


  Alzó la vista, intentando reflejar odio en sus ojos… pero descubrió que ella lo miraba con cierta comprensión y una leve sonrisa y… simplemente no soportó el peso de aquella mirada.


  -Debe de ser difícil ser padre cuando se está tan ocupado –murmuró.-Es bueno ver que se interesa por la vida de su hijo, hay tantos padres desinteresados… -suspiró, volviendo a fijarse en sus cosas.


  -Hn… -se sintió un poco culpable. Lo cierto es que él y Kai no tenían una relación muy estrecha… Sacudió la cabeza, ¿y ahora le hacía sentir mal? Sin duda aquella mujer estaba reuniendo todas las papeletas para ganarse su enemistad.-Bueno, tengo que irme –dijo, recuperando la firmeza.-Mantengo lo dicho: si se le ocurre empujar a mi hijo a estudiar música, lo lamentará.


  Recibió como respuesta una mirada de hastío. A la profesora Petrova sólo le faltó poner los ojos en blanco y soltarle un “váyase, me está molestando”. Y, de hecho, le faltó bien poco para hacerlo, pero se contuvo. Una insolencia semejante sólo le aseguraba que aquel hombre, o sus abogados como mínimo, volviese para ponerle una demanda.


  -Que tenga un buen día –dijo por el contrario, con toda la cordialidad que pudo reunir.


  Andrey parpadeó, sorprendido. Acertó a asentir, aceptando la cortesía, y salió del despacho.


  La chica ya no estaba en el pasillo, pero ni siquiera se dio cuenta. Básicamente no fue consciente de lo que pasaba a su alrededor hasta que estuvo de nuevo en su coche, conduciendo a la reunión con una extraña sensación en la boca del estómago.


***


  No podía haber una mejor forma de amanecer. Al abrir sus ojos dorados se encontró con los iris escarlata que tanto amaba contemplándolo con infinita ternura, los cálidos brazos de Kai rodeándolo y sus dedos recorriendo su cabellera con suavidad.


  -Buenos días –sonrió ampliamente.


  -Buenos días, Ray –le sonrió a su vez. Había algo nuevo en el rostro del ruso, un destello de alegría y emoción que no recordaba haberle visto antes.-¿Has dormido bien?


  -Uhum –asintió. Se frotó los ojos para terminar de despejarse.-¿Y tú? No habré sido molestia.


  -Para nada, hacía mucho que no me sentía tan bien –se desperezó y se puso en pie con agilidad.-¿Quieres desayunar?


  -Sí… -se lo quedó mirando mientras pasaba por su lado para ir a la cocina. Tenía bastante vitalidad para ser de mañana… aunque, bien visto ya pasaban de las nueve y media.-¿Llevas mucho tiempo despierto, Kai?-preguntó al entrar en la cocina.


  -Ahm… Tal vez… No, no te sientas mal, yo siempre me despierto temprano. Es una costumbre que tengo desde pequeño.


  -¿Y a qué hora…?


  -Hmm… entre las siete y las siete y media.


  -¿Qué? ¿Llevas más de dos horas despierto?


  -Créeme, no ha sido nada aburrido –esbozó una media sonrisa.-¿Té, café, leche…?


  -Té, por favor. ¿Quieres que te ayude?


  -No, no hace falta.


  Ray bostezó, dejando al descubierto sus grandes caninos, y estiró los brazos por encima de su cabeza. Recordaba vagamente un sueño en el que estaba de nuevo sentado frente al padre de Kai, en su despacho. La estancia era más oscura de lo que recordaba, y el hombre lo miraba de forma hostil. Pero en el sueño Kai estaba en pie a su lado, con una mano sobre su hombro, así que no sentía ningún miedo.


  -Ray –el oriental, que estaba apoyado en el quicio de la puerta, alzó la mirada hacia él, que estaba poniendo una tetera al fuego. Su voz había sonado extrañamente suave, como cuando se trata un tema delicado-, después de lo de ayer con mi padre me he estado preguntando… ¿has hablado a los tuyos de mí?


  -Sí. Bueno, en realidad fue Lee quien les contó que estaba saliendo contigo, y luego ellos me llamaron a mí.


  -¿Y?-se volvió para encararlo.


  -Y… nada –se encogió de hombros.-Se sorprendieron mucho, claro, pero saben desde hace mucho que no pueden hacer nada al respecto.


  -Puedo imaginármelos maldiciéndome a mí y a todos mis ancestros –masculló el ruso, lo que hizo reír al chino.-Con lo de que lo saben hace tiempo… ¿te refieres a que tampoco les gustaba Mariah?


  -Exacto.


  -¿Puedo saber por qué?


  -Bueno… mis padres, a pesar de todo, son bastante tradicionales y… una chica con idea de ser pintora y viajar por todo el mundo no encajaba en sus planes. Aunque creo que lo que más les llamó la atención fue su pelo fucsia.


  Kai alzó las cejas y parpadeó, perplejo. Estuvo a punto de hacer un comentario al respecto de aquello último, pero cayó en la cuenta de que sería demasiado irónico, dado que él tenía el cabello bicolor.


  -¿Tienes inclinación por la gente con el pelo raro o es pura coincidencia?-dijo sin embargo.


  Ray sonrió con cierta sorna.


  -Será porque el mío también es poco común –repuso mientras acariciaba su larga trenza.


  -Siempre puedes cortártelo, si te supone algún problema. Aunque yo creo que te queda bien así.


  El agua de la tetera rompió a hervir, y se giró para retirarla del fuego, por lo que no alcanzó a ver el sonrojo de Ray. Casi todas las personas que conocía le habían dicho en algún momento que debería cortarse el pelo. Era la primera vez que le decían que le sentaba bien largo.


  Kai cogió dos tazas de la alacena y un par de bolsitas de té. Estaba colocando todo en la mesa cuando sonó el timbre de la puerta.


  -¿Quién puede ser a estas horas?


  -¿Abro?-preguntó Ray.


  -Sí.


  Probablemente sería Yuri. Es decir, además del pelirrojo, ¿quién podría querer algo de Kai a una hora tan rara? Jamás habría adivinado lo que le esperaba al abrir la puerta.


  -¡TÚ! –un rostro muy conocido, aunque enojado como nunca lo había visto, esperaba en el rellano. Sin embargo, al ver a Ray su expresión se volvió confusa.-¿Qué haces aquí?


  -Eso iba a preguntarte yo, Sveta.


  La chica lo miró de arriba abajo y esbozó una sonrisa torcida.


  -Oh, ya veo.


  El oriental frunció el ceño.


  -¿Qué?-se miró a sí mismo, vestido con un pijama que, claramente, no era suyo, y enrojeció intensamente, comprendiendo.-Sólo he dormido aquí –trató de explicar.


  -Sí, como sea, no vengo por eso. ¿Está Hiwatari?


  -Sí, está –respondió la voz del ruso desde el pasillo, unos metros por detrás de Ray.


  -Contigo quería yo hablar –gruñó la joven, recuperando aquel semblante peligroso desconocido en ella hasta ahora.-¿¡Se puede saber a qué viene que tu padre amenace a mi madre!?-le espetó.


  -¿Disculpa?-Kai enarcó una ceja. Se separó de la pared en la que había estado apoyado y se acercó.-No sé de qué me hablas. ¿Estás segura de que era mi…?


  -Bueno, el hecho de que ese desgraciado y tú seáis casi idénticos y que se apellide Hiwatari no deja mucho margen de error –respondió con sarcasmo.


  -¿Cuándo ha sido?-preguntó ignorando el insulto a su progenitor. A él se le estaban ocurriendo calificativos mucho peores.


  -Hace apenas media hora. Se plantó en el conservatorio y le dijo que, si por su culpa tú te hacías músico, haría que la despidieran.


  El rostro del bicolor se había vuelto sombrío, mientras que el oriental no cabía en sí de la sorpresa. Kai resopló, crispado.


  -¿Hablarás con él?-preguntó Sveta.


  -Descuida –no pensaba consentir que su padre se metiese en su vida de esa forma.-¿Quieres tomar algo?


  -Gracias, pero no. Tengo que volver, estaba ayudando a mi madre con el papeleo y no le dije que me iba.


  -De acuerdo, pues te tendré informada.


  -Bien. Pues adiós.


  -Adiós, Sveta –se despidió el oriental.


  -Nos vemos, Ray.


  Kai cerró la puerta y volvió a la cocina, visiblemente molesto. El pelinegro le hizo sentarse mientras él servía el té.


  -¿Quieres que te acompañe a hablar con él?


  -Créeme, no te gustaría estar presente –murmuró, consiguiendo que un escalofrío atravesase la espalda del oriental.


***


  -Estás totalmente en la inopia.


  Andrey se volvió hacia su amigo.


  -No me digas… -murmujeó. Desde que había hablado con Ekaterina Petrova se notaba como atontado.


  Dimitri suspiró.


  -¿Quién es?


  -¿Quién es qué?-alzó una ceja.


  -¡La que te tiene embobado!


  -No digas chorradas, Ivanov –sacudió la cabeza. Qué cosas se le ocurrían.


  -Como quieras… ¿Y qué crees que va a decir Kai al respecto?


  -Kai no tiene por qué saber…


  Un portazo llamó su atención. “Lo siento, Yuri, ahora no puedo” se oyó claramente.


  -Las noticias vuelan, mi querido Andrey –Dimitri se encogió de hombros.


  Pocos segundos después, Kai entraba en el salón con un rostro engañosamente impasible que no presagiaba nada bueno.


  -Señor Ivanov, me gustaría hablar a solas con mi padre.


  -Por supuesto, Kai –asintió el hombre, saliendo por la puerta por la cual el joven acababa de entrar y cerrándola a su espalda.


  Un silencio tenso se instaló por unos segundos en la habitación.


  -Buenos días, Kai, ¿qué tal est…?


  -Corta ya –gruñó.-¿Se puede saber a qué has ido a hablar con la profesora Petrova? Mejor dicho: a amenazarla –corrigió, perdida toda calma y mostrando a las claras su enfado.


  -¿Se puede saber cómo rayos te has…?


  -Su hija estaba allí, y resulta que es conocida mía. Y ahora di: ¿de qué narices va esto?


  -Me han llamado esta mañana. Resulta que a tu profesora le parece que te iría bien como músico, que hay muchas escuelas interesadas en ti.


  -¿Y?


  -¿Y?-repitió.-Kai, tú tienes unas obligaciones con las empresas Hiwatari. No puedes estar pensando en…


  -Sé muy bien cuál es mi sitio, padre. Sabes que asumiré mi lugar al frente de las empresas llegado el momento. Hasta entonces, lo que yo haga con mi vida es cosa mía. ¡Y te juro que lo lamentarás si se te ocurre que despidan a esa mujer!


  Andrey gruñó.


  -Además, tu problema no es con ella. Si hubiese sido otro mi profesor, no la habrías molestado a ella.


  -Gracias, eso me lo ha dicho ella misma. Es una mujer de lo más… insolente.


  El silencio volvió, esta vez más prolongado, pero menos incómodo.


  Kai encontró que su padre estaba un poco ausente y enarcó una ceja.


  -¿Quién es?


  -¿Quién es qué?


  -La que te tiene embobado.


  Una fuerte sensación de déjà vu invadió a Andrey.


  -¿Es que hoy todo el mundo va a decirme lo mismo? Dimitri me acaba de preguntar lo mismo –explicó ante la expresión de extrañeza de su hijo.


  -¿Ha vuelto Lisbeth?-preguntó el joven.


  -Lisabetta –corrigió el hombre.


  -Como sea. Ya sabes a qué me refiero, ¿has encontrado a otra niña bien que es apenas dos años mayor que yo?-preguntó, despectivo y burlón.


  -¡Kai! –protestó.-No hay ninguna mujer en mi vida ahora.


  -No ha habido ninguna desde que murió mamá. Todas las muñequitas pintadas que he visto desfilar por aquí no eran más que un pasatiempo, ni te importaban a ti ni tú a ellas.


  -Eso es cosa mía, Kai –repuso el hombre con hosquedad.


  -Y es cosa mía con quién decida salir y lo que haga de mi vida. ¿Qué tal si yo no me meto en tus asuntos y tú dejas en paz los míos?


  El hombre le dio la espalda, pero el joven bicolor lo interpretó correctamente como un gesto de rendición.


  -¿Tanto aprecias a tu profesora?


  Kai se encogió de hombros.


  -Es directa, inteligente, tiene carácter, es capaz de mirarme a los ojos sin vacilar… aunque me imagino que eso ya lo has comprobado tú –su padre lo miró de soslayo con una media sonrisa.-Sí, me gusta que sea ella mi profesora. ¿Y a ti, te gusta?


  -¿Qué?-abrió mucho los ojos, pillado por sorpresa.


  -Hmm… -una sardónica sonrisa acudió a sus labios.-¿Sabes? Creo que no me opondré a que salgas con ella, necesitas a alguien que te ponga en tu sitio. Pero creo que a su hija no le has gustado mucho.


  -¿Ah, no?


  -Te llamó desgraciado. Aunque yo en su lugar habría utilizado otro término –se dio media vuelta para marcharse.


  -De todos modos yo no tengo nada con esa mujer.


  -Pues deberías –dijo Kai antes de irse.


  Se miraron intensamente durante un instante. Ambos comprendían perfectamente el dolor del otro, la soledad…


  -Aunque sólo sea como amiga, creo que te ayudaría a pasar página.


  Andrey sonrió con melancolía. ¿De verdad alguien podría reemplazar a su Irina?


  -Así que ve y discúlpate –añadió.

Notas finales:

Muajaja, y aquí dejo este capítulo ;p


Bueno, ahora me gustaría saber vuestras opiniones... ¿queda bien que Andrey salga con Ekaterina o es mejor que sean sólo amigos? Espero vuestros reviews (sobre eso y todo lo demás que queráis comentar).


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