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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Hmm... ¿qué se supone que deba decir? Sé sobradamente que no tengo excusa, porque en verdad no hay más motivo que la vagancia para haber tardado tanto, y lo siento mucho.

 

En este capítulo aparece por primera vez Mariah en persona y... bueno, ya veréis qué ha sido de su vida. Espero que os guste ^^

  Respiró profundamente, sintiendo cómo las brumas del sueño se iban despejando y lo depositaban suavemente de vuelta a la realidad. Notó el cálido cuerpo que lo rodeaba, la mano que comenzaba a acariciar su cabeza al ver que iba a despertar, la acompasada respiración que rozaba su piel… Inconscientemente, se aferró más a él, buscando aquellas sensaciones que le encantaban. No dejó de notar, un poco sorprendido, que, aunque era sólo la segunda vez que se encontraba en esa situación, su cuerpo ya reaccionaba como si fuese de lo más normal. Qué fácil era acostumbrarse a lo bueno.

 

  -Buenos días, Kai –murmuró, aún medio dormido.

 

  -¿Cómo estás?

 

  -¿Hmm…? Bien, ¿por qué lo dices?-parpadeó varias veces hasta que logró enfocar la vista.

 

  -Creo que tuviste una pesadilla o algo así –el bicolor le acarició la mejilla y lo acunó entre sus brazos.-¿Fue por lo de ayer?

 

  Ray se recostó contra su pecho. Sí que recordaba vagamente haberse sentido muy inquieto, pero al poco rato había notado como si alguien lo arrullase. Comprendió que no había sido su imaginación, y que había sido Kai el que lo había calmado, meciéndolo como ahora hacía.

 

  -No lo sé, no recuerdo qué soñé… Siento haberte despertado.

 

  -No te preocupes –lo besó en la frente.

 

  El oriental lo miró a los ojos y se dio cuenta de que realmente al ruso no le importaban en absoluto las molestias que pudiese causarle, pero aún así se sentía un poco culpable.

 

  -¿Qué te pasa?-preguntó Kai, que notó el cambio en su expresión.

 

  Abrió la boca para responder que no era nada, pero enseguida recordó que Kai siempre sabía cuándo se estaba guardando lo que pensaba para intentar no preocuparle. Cuando alguien hace eso, lo habitual es que la otra persona se imagine las cosas peores de lo que son en realidad, y no quería angustiar más a Kai.

 

  -Es lo de siempre –se incorporó hasta quedar sentado y el bicolor lo imitó.-Me pasa algo y eres tú el que acaba teniendo que cuidarme. Es un poco injusto para ti, siempre estás preocupándote y yo casi no puedo hacer nada por ti.

 

  -Ray, creo… creo que no eres consciente de cuál es la situación ahora mismo –el pelinegro giró la cabeza y se encontró con la severa mirada de los ojos rubí. Se acordaba de haber recibido miradas así antes por parte de sus padres, cuando le regañaban por haber cometido alguna estupidez, pero bajo el enojo no había más que un temor inmenso porque le hubiese podido pasar algo. Supo que aquello era exactamente lo que Kai estaba sintiendo, lo que llevaba sintiendo desde la tarde anterior, y que si no le había dicho nada hasta ahora era porque antes necesitaba consuelo.-Podías haber muerto. Debiste huir desde el principio. ¿En qué estabas pensando?

 

  -En que no podía dejar que te hiciese daño –repuso mirándolo a los ojos con seriedad.-Tenía miedo de lo que pudiese hacerme, y es cierto que lo más sensato hubiese sido escapar… pero me da más miedo que intenten herirte, Kai –agachó la cabeza y se abrazó a sí mismo, intentando no temblar. Sólo pensarlo le dolía.

 

  De repente, los níveos brazos del ruso lo rodearon, ajustándose a él lentamente, atrayéndolo con suavidad. La nariz de Kai rozó su cuello con ternura antes de depositar un par de breves besos sobre su piel para luego esconder su rostro en el hombro izquierdo del pelinegro. Sus mejillas estaban húmedas y su cuerpo temblaba ligeramente.

 

  Lloraba.

 

  ¿Miedo, emoción? Probablemente por ambas cosas.

 

  Ray alzó su brazo izquierdo y le acarició, enredando los dedos en su cabello. Kai agradeció la caricia con un nuevo beso en la base de su garganta. Esta vez, el oriental no pudo evitar estremecerse. Se giró un poco, lo suficiente para poder mirarle de frente, y lo besó repetidamente mientras sus manos secaban suavemente las lágrimas derramadas por los ojos escarlata.

 

  -No podría soportar perderte, Ray –murmuró sobre sus labios.

 

  -No vas a perderme, mientras me quieras a tu lado yo estaré contigo. No dejaré que me separen de ti.

 

  Kai se dejó mimar, respondiendo de buen grado a las caricias del joven chino, que ahora estaba tumbado bajo su cuerpo. Todo su autocontrol se estaba yendo por la borda hasta que un ruido en el salón le recordó que no estaban solos. Se separó un poco de Ray apoyando su peso en los brazos, respirando entrecortadamente y, supuso, con las mejillas coloreadas. Miró al oriental y vio que su respiración era tan agitada como la suya y que su rostro se había teñido de un encantador tono rojizo. No pudo evitar sonreír y besarlo una última vez.

 

  -Te quiero –murmuró Ray.

 

  -Y yo a ti –terminó de incorporarse.-Voy a hacer el desayuno. ¿Té, café, leche?

 

  -Té, por favor –se desperezó y respiró hondo, mirando al techo. Fue al baño a lavarse la cara, en parte para ver si así se le bajaba el calor de las mejillas, y luego se dirigió silenciosamente al salón.

 

  Yuri seguía profundamente dormido en el sofá, con un brazo doblado bajo la cabeza y el otro estirado y extrañamente apoyado en la mesita. Vio un libro tirado en el suelo y dedujo que el ruido que los había interrumpido antes lo había hecho éste al caer.

 

  Algo peludo y suave se enredó en sus tobillos, lo que le sacó una sonrisa. Cogió al gato y se lo llevó a la cocina. Aldebarán ronroneaba encantado entre sus brazos, y frotaba su cabeza contra el brazo del chico.

 

  -¿Aún duerme?-preguntó el bicolor en voz baja.

 

  -Sí.

 

  -Hmm… -miró el reloj de pared y el oriental lo imitó.

 

  -Aún no es muy tarde.

 

  -Ya, probablemente aún tarde un rato en despertar –al pasar por su lado para acercarse a la alacena le rascó distraídamente la cabeza a Aldebarán.

 

  -Por cierto, ayer no te pregunté… -Kai se giró hacia él-, ¿qué tal tu padre?

 

  -Pues… mejor. La verdad, no creí que estuviese aún tan afectado. Pensé que ya había superado lo de… -el pelinegro asintió, entendiendo sin necesidad de que acabase.-Al parecer no soy el único que aún se mortifica –suspiró. Se pasó una mano por el cabello y dirigió su mirada ausente hacia la ventana.

 

  A Ray no le hizo falta más que ver su gesto sombrío para adivinar en qué estaba pensando.

 

  -¿Estás considerando la idea de Yuri?

 

  El ruso lo miró, alzando una ceja, y sonrió con cierta malicia.

 

  -No creas que no me tienta –Ray esbozó una media sonrisa y negó con la cabeza-, pero a la larga pelear con ellos sólo lograría empeorar las cosas. Por otra parte, es la única idea que tengo de momento –admitió.

 

  -Bueno, quizás… Hmm… nada, olvídalo –resopló. Pensaba sugerirle que hablase con el chico, pero eso ya lo había intentado él y dudaba que fuese a mostrarse más razonable con Kai.

 

  -No te preocupes, Ray –le revolvió los cabellos sonriendo con tranquilidad-, ya encontraremos una solución.

 

  El oriental correspondió a su sonrisa. Desayunaron en silencio, más que nada por no despertar a Yuri, quien, al contrario que su compatriota, no tenía por costumbre levantarse hasta bien entrada la mañana, lo cual tenía sentido ya que en el observatorio gran parte del trabajo se realizaba por la noche.

 

  -¿Qué quieres hacer hoy?-preguntó el pelinegro.

 

  -Pensaba acercarme a ver a mi padre, pero no creo que esté en casa hasta dentro de varias horas… así que tal vez entrene un rato.

 

  -¿Entrenar?

 

  -Bueno, quizás esa no sea la palabra –murmuró-, no es que me esté preparando para algo, solamente hago algo de ejercicio con pesas y cosas así.

 

  -Oh… -fue lo único que se le ocurrió decir a Ray. Claro que se notaba que Kai hacía algún tipo de ejercicio, pero hasta ahora no se había parado a pensarlo.-¿Y dónde tienes el equipo?

 

  -Hmm… No es mío, tenemos una especie de… gimnasio privado en el sótano del edificio. Se necesita una llave para entrar. La tenemos todos los residentes, pero soy casi el único que lo utiliza. Si te apetece bajar… -ofreció mientras recogía ambas tazas.

 

  -Pero, ¿qué pasa con…?-hizo un gesto con la cabeza en dirección a la salita.

 

  -Yuri ya es mayorcito –dijo el bicolor encogiéndose de hombros.-Bastará con dejarle una nota, ¿no crees? Sólo espero que no cause ningún destrozo… -dijo, más bien para sí, a lo que Ray rio ligeramente.-Entonces, ¿te vienes?

 

  -Sí, me vendrá bien.

 

  Tuvo que pedirle algo prestado al ruso, ya que entre las cosas que había llevado para quedarse en su casa no había incluido ropa de deporte. Tuvo que hacerle un dobladillo al pantalón para no pisar los bajos al andar, pero, por lo demás, el conjunto no le quedaba del todo mal.

 

  Kai dejó una escueta nota al durmiente pelirrojo sobre la mesita de la sala y a Aldebarán holgazaneando en la butaca antes de coger las llaves y salir del piso seguido por el joven de ojos dorados.

 

  Dado que en el sótano se encontraban el gimnasio, la caldera y poco más, las escaleras que conducían hasta él no estaban tan cuidadas como las que llevaban al resto de pisos. Las paredes no estaban pintadas, y el cemento tenía alguna que otra marca de humedad. Un ventanuco a ras del suelo de la calle iluminaba sin demasiado éxito el angosto pasillo y las puertas metálicas a ambos lados del mismo. Ray no pudo dejar de compararlo con el escenario de alguna película de terror, y agradeció contar con la compañía del ruso.

 

  Kai no se molestó en encender la luz del pasillo, aquella leve claridad le bastaba para avanzar hasta la tercera puerta de la izquierda e introducir la llave. Abrió la pesada puerta sin mayor dificultad y la sostuvo para que Ray entrase. Una vez el pelinegro hubo pasado la soltó, dejando que se cerrase sola.

 

  El oriental echó una ojeada a su alrededor. No le hacía falta más luz que la que entraba por las estrechas ventanas de la pared opuesta a la puerta, del mismo tipo que la del pasillo, para poder ver con claridad lo que le rodeaba. Aquella sala estaba en mejor estado que el pasillo, con las paredes pintadas en un tono muy claro y el suelo enmoquetado. Había tres bancos de pesas, un par de bicicletas y un saco de boxeo colgado en una esquina. No era la gran cosa, pero no estaba nada mal tener acceso gratuito a un espacio así en tu mismo edificio.

 

  Kai encendió únicamente una de las luces del techo, más que suficiente para no tropezar con las pesas que había apiladas en el suelo y leer las instrucciones de las máquinas.

 

  -¿Vienes muy a menudo?-inquirió el oriental. Se sorprendió de lo fuerte que sonó su voz.

 

  -Depende de la época, normalmente unas tres veces a la semana –alzó su brazo derecho sobre su cabeza e inclinó el cuerpo hacia la izquierda y luego a la inversa. Repitió el proceso varias veces antes de volverse hacia Ray.-No soy tu profesor de gimnasia así que no voy a mandarte que hagas nada, pero te recomiendo que estires antes de hacer nada.

 

  El chino parpadeó varias veces antes de darse cuenta de que había estado mirándolo embobado. Sonrojado, se acercó adonde estaba Kai e imitó los movimientos de este.

 

  Aquellos ejercicios le trajeron recuerdos del colegio, de las clases de educación física. Lee y él solían competir para ver quién era el más rápido y casi siempre le ganaba, pero su amigo no se rendía. Tampoco él daba su brazo a torcer. Por muchas veces que Lee lo desafiase, por cansado que estuviese, él siempre aceptaba. Sólo por ella. Por Mariah.

 

  Suspiró casi imperceptiblemente. Se le hacía raro pensar en eso ahora. Que desde niño hubiese estado ansioso por captar su atención, que hubiese estado tan colgado de ella. Y, sin embargo, ahora su afecto por Mariah se había diluido hasta no ser más que el cariño que correspondía a una amiga.

 

  Fijó su vista en Kai y éste también se lo quedó mirando, extrañado.

 

  -¿Te encuentras bien?-le preguntó.

 

  -Sí, sólo… pensaba –sacudió la cabeza con una sonrisa.-Es curioso cómo han sucedido las cosas.

 

  -¿A qué te refieres?

 

  -Si alguien te hubiese dicho que acabarías con un chico que se ha ido de China para huir de sus recuerdos… ¿qué habrías pensado?

 

  -Hmm… -esbozó una media sonrisa-, supongo que lo mismo que tú si te hubiesen dicho que acabarías en Moscú y enamorándote de un sujeto semejante –dijo señalándose a sí mismo con cierto desdén.

 

  -Es curioso, pero me gusta –sonrió cálidamente.-Me alegro de haberte conocido.

 

  Kai esbozó una sonrisa, pequeña pero sincera, y sus pálidas mejillas se colorearon ligeramente. Carraspeó para intentar ocultar lo mucho que significaba eso para él, aunque, a esas alturas, Ray lo sabía de sobra.

 

  -Bueno, ¿por dónde quieres empezar?

 

***

 

  El timbre del teléfono resonaba como martillazos en sus oídos. Se removió en el sofá, refunfuñando, y se cubrió la cabeza con el cojín que le había servido de almohada.

 

  -Oh, por el amor de Dios –gruñó-, ¿es que nadie va a cogerlo?-preguntó en voz más alta.

 

  Al no obtener respuesta, se levantó resignado, maldiciendo por lo bajo. Fue hasta la cocina y tomó el móvil que estaba sonando, sin plantearse que su dueño pudiese molestarse.

 

  -¿Sí?-respondió con la voz pastosa y exasperada. Una voz femenina demasiado aguda para alguien recién levantado habló al otro lado. Yuri frunció el ceño y se frotó un ojo. Algo no cuadraba allí. Vale que acababa de despertarse, pero no estaba tan espeso como para no entender lo que le decían.-Espera, por favor, no entiendo nada –la interrumpió hablando en inglés.

 

  La voz se apagó por unos segundos.

 

  -… ¿Quién eres tú?-preguntó la chica en el mismo idioma.

 

  -Am… -se rascó la cabeza-, me llamo Yuri, esto… El dueño de este teléfono no está disponible ahora mismo, si quieres dejarle un mensaje…

 

  -¿Eres amigo de Ray?

 

  -Sí. ¿Y tú eres?

 

  -Una amiga suya.

 

  -Vale, eso lo había supuesto, querida –dijo con sorna. La chica soltó un bufido indignado.-¿Quién le digo que ha llamado?

 

  -Para que lo sepas, soy su mejor amiga –le espetó.- Me llamo Mariah Wong. Dile que me llame en cuanto pueda.

 

  -Obviamente no te llamará cuando no pueda –sonrió ampliamente cuando ella gruñó, incluso se permitió una breve risa.

 

  -Eres de lo más… ¡argh!

 

  -Interesante, nunca antes había oído ese adjetivo –comentó con jocosidad.

 

  -¡Insufrible! ¡Eso eres! No me creo que Ray sea amigo tuyo.

 

  -Verás, linda, no suelo serlo tanto sin un buen motivo, pero tu llamada me ha despertado de una manera bastante poco agradable así que no estoy de buen humor. En fin, le diré que te llame en cuanto le vea.

 

  -Hmm… De acuerdo, gracias. Y siento haberte despertado.

 

  -… No pasa nada, supongo. Adiós.

 

  -Adiós.

 

  Colgó.

 

  El pelirrojo se quedó mirando el móvil de Ray, sabiendo que había algo extraño en lo que había dicho la chica. Al punto cayó en la cuenta. Recorrió la agenda de contactos y comprobó que, como había pensado, algunas de las personas, las más cercanas, supuso, ya que Kai estaba entre ellas, tenían una melodía propia. Sin embargo, al llamar aquella chica había sonado el típico “ring, ring”. Entonces… ¿por qué decía que era su mejor amiga? Bueno, lo cierto es que ella había sonado convencida, pero obviamente Ray no le tenía tan grande estima. En fin, tampoco era asunto suyo.

 

  En otro momento no lo habría hecho, pero, ya que estaba solo y nadie le castigaría por su curiosidad, volvió hasta la entrada con el nombre de Kai. Empezó a sonar una canción que reconoció al instante, con su música dura pero de letra dulce. Esbozó una media sonrisa. Vaya, no esperaba que a Ray le gustase aquel grupo.

 

  Dejó el móvil en la encimera, todavía con la cancioncilla sonando, y se dispuso a prepararse el desayuno mientras canturreaba a coro con el cantante principal.

 

  -…Take my hand tonight one last time…

 

***

 

  Se obligó a apartar la mirada del móvil y a guardarlo en su bolso. Con un suspiro, se sentó de nuevo frente al lienzo y cogió el pincel, intentando volver a concentrarse en su trabajo.

 

  Desde aquella azotea, protegida del sol por una pérgola, la vista de la ciudad de Roma era magnífica, pero le estaba trayendo recuerdos inesperados.

 

  Buena parte de los edificios de aquella zona eran de color ocre, y al verlos por la mañana, bajo un reluciente sol, espléndido para ser invierno, no había podido evitar acordarse de ciertos ojos dorados… y de su dueño.

 

  -¡Mariah!

 

  Se giró para encontrarse con un sonriente joven de angelical rostro de brillantes ojos azules, enmarcado por una hermosa cabellera rubia. Como siempre, no pudo evitar corresponder a su sonrisa.

 

  -Hola, Enrique, ¿ya te vas?

 

  -Sí, la exposición comienza en media hora, y, si llego tarde, Ángela y Beatrice se enfadarán –la sonrisa de la pelirrosa vaciló.

 

  -Mucha suerte, seguro que les encantan tus cuadros.

 

  -Gracias –se acercó hasta ella y se inclinó para besarla.

 

  -¡Enrique! –llamó una voz, y un chico de su misma edad apareció a los pocos segundos, perfectamente arreglado, ni uno solo de sus verdes cabellos fuera de lugar.-Más vale que estés listo.

 

  -Sí, sí, cojo mi chaqueta y nos vamos. Ciao, Mariah –se despidió y desapareció por las escaleras.

 

  -Ah, este chico no tiene remedio –suspiró el otro joven, que sonrió con calidez a la muchacha.-Tranquila, me ocuparé de que no haga ninguna tontería.

 

  -Te lo agradezco mucho, Oliver.

 

  -Au revoir –se despidió con una leve inclinación y fue en pos de su amigo.

 

  La oriental exhaló un largo suspiro, desaparecida su sonrisa. Se dio la vuelta para volver a mirar el cuadro, aunque sin verlo realmente. Quería a Enrique, pero empezaba a tener dudas de que hubiese hecho la elección correcta.

 

  Todo había ido estupendamente entre ellos hasta que, un par de semanas atrás, habían viajado a la Toscana, donde residía la familia de Enrique y se habían encontrado con… con Giulia, una amiga de la infancia del chico. Pero estaba más que claro que ella quería algo más que una amistad. Y Enrique parecía encontrar divertido tontear con… en realidad, con cualquier chica que se acercase a él.

 

  Resopló.

 

  Enrique le había atraído por su carisma, su dulzura y su caballerosidad, el problema es que también era atractivo para las demás y él no hacía mucho por alejarlas.

 

  Ahora que estaban en Roma por la exposición, Giulia no era un problema, pero no habían tardado mucho en aparecer nuevas admiradoras demasiado fervorosas para su gusto. Por suerte estaba Oliver, un viejo amigo del italiano, que se encargaba de ponerle un freno y de recordarle que ahora tenía novia. <>

 

  Dio un respingo ante ese pensamiento. ¿Estaba bien que los comparase a ambos? No, definitivamente no lo estaba, había dejado a Ray y no era justo que pensase en él como algo más que un amigo.

 

  Miró el bolso donde había guardado su móvil una última vez antes de olvidar todo pensamiento e introducirse en su mundo de lienzos, trementina y pintura al óleo.

Notas finales:

Por si a alguien le interesa, la canción que Yuri canta -la que Ray tiene en el móvil- es Take my hand de Simple Plan, una de mis canciones favoritas de mi grupo favorito.

 

Como siempre, espero vuestros reviews. Hasta pronto ;)


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