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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Hmm... llevo más de un mes sin actualizar, la verdad es que me he estado liando con otras cosas ^^"... pero en mi defensa diré que también he estado con 4th season, en la que ayudo a mi hermano.

 

Bueno, como resultado a la pregunta que hice, Julia será el nuevo personaje que aparezca en la historia (aunque no en este capítulo). Gracias a quienes votaron.

 

Y ahora, el capítulo ^^

  En tan sólo dos días y medio había visto más de Moscú que en todo el tiempo que llevaba viviendo allí. Claro que hubiese preferido un ritmo menos frenético que le hubiese permitido admirar lo que había a su alrededor. Básicamente había descubierto una parte que había permanecido oculta a sus ojos durante todo aquel tiempo: el metro.

  El metro de Moscú, de casi trescientos kilómetros de longitud de tendido, era una maravilla cuya existencia no había conocido hasta entonces. Siempre había ido a pie por la superficie, ya que no solía alejarse demasiado de la zona en que vivía, y si daba un paseo largo era precisamente porque necesitaba caminar.

  Lo particular eran sus estaciones, construidas y decoradas como auténticos palacios. Mármoles brillantes, inmaculados techos blancos, molduras doradas, vidrieras, lámparas de araña, exquisitos murales... Todas y cada una eran distintas, pero iguales en opulencia y belleza. Por ello el metro de la ciudad era conocido como "el palacio subterráneo". Entre las que más le habían gustado estaban la estación Novoslobodskaya, por sus hermosas vidrieras de vivos colores, y la Kíevskaya, la que más le había recordado a una sala palaciega con sus mosaicos enmarcados en dorado y sus espléndidas lámparas.

  Otra cosa que le había llamado la atención era que en la línea cinco, que tenía forma de anillo y se cruzaba con todas las demás líneas, los anuncios para las personas que viajaban en sentido horario los hacía una voz masculina, mientras que en la megafonía del sentido anti-horario era una voz femenina. En las demás líneas, la voz masculina indicaba que el tren se acercaba al centro de la ciudad, y la femenina, que se dirigía a la periferia. Había sido un auténtico lío para él, ya que con las prisas apenas se daba cuenta de dónde estaba, y seguramente se habría perdido de no ser por Yuri. El pelirrojo se movía por la ciudad con tal facilidad que parecía que se hubiese criado allí.

  De todos modos, a pesar de las prisas, hubiese disfrutado más de haber contado con la presencia de Kai. Apenas había visto al bicolor en aquel tiempo, y tenía la incómoda sensación de estar abandonándolo, por mucho que Yuri repitiese que, si estaban haciendo todo aquello, era precisamente por él.

  Ahora estaban en el piso de Kai. Habían pedido al señor Ivanov que entretuviese al chico para que no llegase antes de las diez. Los adornos y los ingredientes que iban a utilizar habían estado guardados en el piso de Ray hasta aquella tarde. Parte de la decoración ya estaba puesta, y ahora se centraban en hacer la cena.

  -Creo que ya están. Mira a ver qué te parece –dijo, mientras sacaba una bandeja del horno.

  -Humm... –el pelirrojo olisqueó el aroma de las empañadillas recién hechas-, no sé cómo sabrán, pero huele que alimenta.

  El oriental dejó la bandeja en la encimera, puso uno de los dulces en un plato y lo partió en dos. Comprobó satisfecho que el relleno, una mermelada de naranja que había hecho el día anterior, no se había secado. Yuri cogió una de las mitades con cuidado de no quemarse y le dio un bocado.

  -Mmm... –asintió con aprobación-, me encanta.

  -Fantástico –se giró para poner su atención en el cazo en que se estaba cocinando el salmón para preparar la solianka.-¿Cómo te va la ensaladilla esa?

  -Ensalada Olivié –corrigió.-Va bien, ¿qué tal tus remordimientos?

  Ray suspiró.

  -Siguen en su sitio, gracias por preguntar –repuso con ironía. Lo que menos le hacía falta era que se lo recordasen.

  -Vamos, vamos, sabes que Kai no se morirá por no estar contigo unas pocas horas al día.

  -Pero es que de un día para otro he pasado de estar con él casi todo el tiempo a no verle casi nada. Y sin ninguna explicación –se volvió hacia su amigo.-¿Qué pensarías tú en su lugar?

  -Lo que yo pensase no tiene nada que ver con lo que piensa Kai, él es muy especial. No lo veo preguntándose si tendrás amante o algo así.

  -¿¡Qué!?-estuvo a punto de dejar caer el cucharón.-¿Crees que ha podido pensar que...?

  -Eh, tranquilízate, ¿por qué ibas a buscarte a otro teniéndolo a él?-Negó con la cabeza.-Sería de lo más absurdo.

  -Sí, supongo que sí. Pero aún así no debe de estarlo pasando bien.

  -Creo que superará el trauma. Ah... bueno, esto ya está. Voy a acabar de colgar las guirnaldas.

  -Hablando de los adornos, ¿no querías poner un árbol? Sólo faltan un par de horas antes de que llegue Kai.

  -No te preocupes, me lo traerán pron... –dos timbrazos cortos y uno largo lo interrumpieron.-Aquí está el árbol –canturreó mientras iba a abrir.

  El oriental enarcó una ceja. Se asomó al pasillo, extrañado, y enseguida se volvió a escabullir a la cocina, sonrojado. No le parecía bien estar mirando mientras Yuri y Bryan se... saludaban.

  Poco después oyó cerrarse la puerta y los pasos de ambos por el pasillo.

  -Hola, Ray, ¿cómo te va?-el recién llegado apareció por la puerta de la cocina. Arrastraba un bulto de aspecto pesado envuelto en plástico blanco. Por algunos de los pliegues asomaban agujas de abeto.

  -Hola, ¿tú por aquí?

  -Traigo el árbol y blinis de carne y setas.

  -Genial –sonrió. Los blinis, filloas rellenas, eran el equivalente ruso a la comida rápida. Los de San Petersburgo eran los más famosos, y no sin razón.

  -Espero que no te importe que le haya invitado –dijo Yuri.-Es que pensé que sería mejor no quedarme a dormir, para dejaros intimidad, y así no tengo que volver solo ni molestar a Kai para que me lleve.

  -Por mí no hay problema.

  -¡Estupendo! Venga, Bryan, vamos a poner el árbol.

  Ray sacudió la cabeza con una sonrisa y volvió a centrar su atención en lo que estaba haciendo, tratando de no mortificarse más por no haber estado con Kai.

***

  Aquellos últimos días habían sido de lo más extraños para él. Le habían hecho darse cuenta de hasta qué punto se estaba volviendo dependiente de Ray. Lo echaba de menos, a pesar de que estaba con él por las mañanas y de que dormían juntos. El resto del día se le hacía desesperadamente largo. Sólo habían sido dos días, pero la tarde anterior había acabado en el gimnasio, aporreando el saco de boxeo para ahogar aquella extraña frustración.

  Sabía que Yuri tenía que ver con ello, y eso le hacía sentirse algo molesto con el pelirrojo, pero en el fondo sabía que había una razón para su comportamiento, aunque no hubiesen querido compartirla con él. Todo lo que podía hacer era esperar pacientemente.

  Desvió la mirada del cielo nocturno, que había estado contemplando en la silenciosa compañía de Dimitri, hacia su reloj.

  -Creo que es hora de que me vaya –dijo-, la cena empezará pronto.

  -¿No te quedas?-preguntó, aunque no demasiado sorprendido.

  -No me gusta esa gente –explicó con sencillez mientras se ponía en pie.

  El señor Ivanov lo acompañó por el jardín hasta la parte delantera de la mansión, donde Kai tenía su coche. Quería irse antes de que empezasen a aparecer los invitados de su padre.

  -Yo tampoco los adoro, Kai, pero estoy seguro de que a tu padre le gustaría estar contigo esta noche. Si invita a todos esos inversores es por la empresa, no por gusto.

  -Hmm... –suspiró.-Lo sé bien, y por eso más que nada me voy. Aunque me quedase esta no sería una velada en familia... sólo es trabajo.

  Dimitri le puso una mano en el hombro, comprensivo. Él había perdido prácticamente el contacto con su familia, que residía en la otra punta del país. Se había mudado a Novosibirsk, donde conoció a su ahora exmujer, para trabajar como profesor en la facultad de Física, y unos cuatro años atrás, a San Petersburgo, donde tenía su actual empleo. A veces le dolía que su hijo apenas conociese a sus parientes, pero Yuri había resultado ser tan desarraigado como él, y se sentía más cómodo en compañía de sus amigos, a los cuales, por otra parte, conocía mejor que a cualquiera de sus tíos y primos. Pero la situación de Kai era distinta. Mientras su madre y su hermano vivían, aquella había sido una velada familiar para él también. Ahora que sólo tenía a su padre y a su abuelo, esa noche había perdido todo significado para el chico. Como acababa de decir, sólo eran asuntos de trabajo.

  -Aprovecha al menos para estar con Ray y con Yuri –dijo simplemente.

  El bicolor asintió, aunque temía llegar a casa y encontrárselos tan distantes como aquellos dos días. En realidad, a pesar de su escepticismo hacia la Navidad, querría hacer algo especial con ellos. Suspiró para sus adentros.

  -Que le sea leve –se despidió antes de subir a su coche.

  Dimitri lo vio marchar, sonriendo para sus adentros. Estaba al corriente del plan que su hijo y el joven chino habían ideado, y sabía que Kai lo agradecería, por mucho que exteriormente se dedicase a criticar la hipocresía de aquellas fechas.

  Caminó hacia la entrada de la mansión, con las manos en los bolsillos del abrigo para protegerlas del frío, aún sonriente. Hacía algo más de tres años, después de su horrible pérdida, Andrey  había contactado con él después de mucho tiempo sin verse. Tras casi un año, Kai no había vuelto a ser el mismo, y estaba muy preocupado con él. Nunca había sido un muchacho particularmente abierto, pero se había convertido en una persona huraña y de carácter gélido. Ya nunca sonreía, apenas hablaba, y no tenía un solo amigo. Esperaba que él y Yuri pudiesen animarlo un poco. Sin embargo, todo intento fue en vano. Kai sentía una especie de respeto por el señor Ivanov, pero apenas sí dirigía una palabra a su hijo.

  Y ahora, no obstante, el bicolor parecía estar recuperándose al fin. Lo que Yuri no había conseguido en años lo había logrado el joven Kon en pocos meses.

  Miró una última vez al cielo antes de atravesar el umbral de la puerta principal. Rogaba porque el terco de Voltaire no echase al traste aquel prodigioso milagro por el que todos habían rezado.

***

  El silencio reinaba en su edificio. Casi todo el mundo se había marchado para estar con sus parientes, como cada Navidad, así que ninguno de sus vecinos se había molestado en decorarlo. No había adornos en las puertas ni lucecitas en la fachada. Nunca le había dado la más mínima importancia, pero ahora le resultaba inusualmente frío y lúgubre.

  Subió los escalones con cierta prisa, manoseando el pequeño paquete que llevaba en el bolsillo derecho, tontamente emocionado por dárselo al oriental. No era más que un simple colgante de tipo militar en el que había hecho grabar un tigre y el nombre "Ray Kon" por un lado y un "Te amaré siempre" en el anverso. Era cursi, sumamente cursi, pero sentía la necesidad de corresponder a todo lo que Ray había hecho por él con un gesto así.

  Respiró hondo una vez antes de introducir la llave en la cerradura y abrir la puerta de su piso. Abrió la boca para pronunciar un saludo, pero el asombro lo hizo enmudecer. Había guirnaldas, grandes lazos y bolas de navidad colgando del techo y las paredes, figuras de angelitos y estrellas cubiertas de purpurina en las repisas, y del salón llegaban destellos de colores y un agradable olor a pino y comida.

  A los pocos segundos, mientras él aún estaba paralizado en la entrada, apareció un sonriente Ray, y detrás de él otras dos figuras en las que no se llegó a fijar dado que el oriental se había abalanzado a sus brazos.

  -¡Feliz Navidad! –exclamó con una amplia sonrisa.

  -Ray, tú has... –no cabía en sí de la sorpresa.

  -Ejem... –carraspeó alguien. Kai se fijó al fin en las dos personas que los miraban desde el salón.-No es de buena educación ignorar así a tus huéspedes, Kai –señaló Bryan con cierta sorna.

  -¿Qué haces tú aquí?-inquirió perplejo.

  -Nos ha ayudado a Yuri y a mí a preparar todo esto. Y trajo el árbol.

  El bicolor miró adonde le indicaba el oriental, al enorme abeto que habían plantado en una esquina, cuya copa casi rozaba el techo. Debía de haber supuesto todo un reto cargarlo. Pero lo que más le llamó la atención fueron los regalos que había bajo sus ramas.

  -Espero que tengas hambre –dijo el pelirrojo interrumpiendo sus pensamientos-, porque Ray y yo hemos trabajado un montón.

  -Yo... –murmuró.

  -Kai, ¿estás bien?-el pelinegro lo miró con cierta preocupación. No esperaba que el bicolor saltase de alegría, pero aquella ausencia de reacciones lo intranquilizaba.

  -Sí, es sólo que... no... no me esperaba esto –una sonrisa se fue abriendo paso por su rostro.-Yo... os lo agradezco mucho.

  -Oh... –Yuri sonrió, conmovido.-A veces eres tan encantador, Kai. Deberías probarlo más a menudo.

  -Pides demasiado, Yura –repuso su novio.

  -Bueno –habló Ray-, ¿cenamos?

  -Eso, que tengo hambre –dijo Bryan.

  El bicolor no pudo evitar una breve risa. Se sentía bien, enormemente agradecido. Tenía lo que quería, a pesar de que ni él mismo había estado seguro de lo que deseaba. Por primera vez desde que los conocía fue capaz de considerar a Yuri y a Bryan como amigos. A pesar de sus diferencias, se dio cuenta de que también apreciaba su presencia.

  Pero jamás habría llegado a ese punto de no haber sido por Ray.

  Sabía que aquella cena era idea suya, porque ya se lo había sugerido en una ocasión. Entonces él no le había dado una respuesta, y habían acabado hablando de otra cosa. Aún así el oriental había seguido adelante con el plan y... francamente, era un alivio que no hubiese hecho caso de sus evasivas.

  Lo besó, y Ray correspondió de buena gana. Para ambos había sido difícil soportar el distanciamiento de aquellos dos días, pero... al final había merecido la pena.

  Hablaron de todo y de nada mientras cenaban. Casi todos los platos los habían preparado entre Ray y Yuri, y tenía que reconocer que habían hecho un trabajo excepcional. A pesar de que ya le habían dado de comer, Aldebarán comenzó a maullar insistentemente al oler la solianka, y no cesó sus lamentos hasta que consiguió que se apiadasen de él y le sirviesen un poco.

  -Creo que has mimado demasiado a este gato, Kai –dijo Yuri, observando al minino, que ronroneaba complacido-, Rigel y Antares no son tan pesados.

  -Lo sé, pero no puedo evitarlo -reconoció.- Sabe demasiado bien cómo darme pena.

  -A veces eres sorprendentemente blando –comentó Bryan. El aludido entrecerró los ojos y le lanzó una mirada capaz de helar la sangre.-Vale, vale, lo retiro.

  Kai sonrió con cierta suficiencia, mientras el pelirrojo y el oriental reían divertidos.

  Al acabar de cenar, a Yuri le faltó tiempo para lanzarse a abrir los regalos, tan ilusionado como un niño pequeño. Bryan y Ray lo siguieron, pero el pelinegro volvió enseguida adonde Kai, que se había sentado en el sofá, con un delgado paquete entre las manos.

  -Este es para ti –dijo, algo sonrojado, tendiéndoselo.

  El joven de ojos carmesí enarcó una ceja, intrigado. Rasgó el envoltorio y, luego de pelearse un poco con el celo para retirar el papel de burbujas, dejó al descubierto un bonito marco de madera con intrincadas tallas de hojas. Pero lo más maravilloso era la fotografía. Sonrió con ternura al verse a sí mismo rodeando con un brazo los hombros de Ray, en la plaza San Isaac. En el margen derecho había unos estilizados caracteres chinos. "Por que estemos siempre juntos", leyó.

  -¿Te... te gusta?-preguntó el chino con timidez.

  -Es precioso –se levantó y lo abrazó.-Es perfecto.

  Ray sonrió, aliviado. Temía haberse pasado. El bicolor se separó de él con suavidad y, sin dar ninguna explicación, fue a su habitación. Dejó la fotografía en la mesilla de noche y buscó el paquetito en el bolsillo de su chaqueta. Volvió al salón y se lo tendió a Ray, que vaciló un segundo antes de cogerla. En su mirada se leían claramente su sorpresa y curiosidad.

  En lugar de romper el papel, despegó cuidadosamente los bordes. Aldebarán subió al respaldo del sofá, como si también le interesase saber qué contenía. El oriental abrió la aterciopelada cajita y rozó el colgante con la yema de los dedos antes de atreverse a cogerlo. Lo sostuvo entre sus manos con suma delicadeza, bajo la atenta mirada de los tres rusos, acariciando los relieves del metal. Le dio la vuelta y no pudo evitar suspirar al leer la inscripción.

  -Kai... –murmujeó. Miró al bicolor sin saber qué decir. Se abrazó a él con fuerza, enterrando el rostro en su pecho.-Gracias.

  Kai lo abrazó con más fuerza y le dio un beso en la cabeza.

  -Qué tiernos –susurró Yuri con una sonrisa.

  -Sí –asintió Bryan dándole un beso en la mejilla.-Tal vez debiéramos dejarlos a solas.

  -Sí... Después de que les dé sus regalos.

***

  Desde su punto de vista, la noche no podría haber sido mejor. Kai parecían tan feliz por que hubiesen organizado aquella cena... y lo mejor era que podía poner fin a sus remordimientos.

  Miró una vez más su colgante, que ahora pendía de su cuello, y sonrió. Era perfecto, absolutamente perfecto.

  Acarició a Aldebarán, que dormitaba en su regazo. Yuri le había comprado un collar, lo cual quizás no había sido su mejor ocurrencia, ya que el gato se había revuelto, incómodo, hasta que de alguna forma logró quitárselo. Tal vez Kai lo hubiese mimado, pero en algunos aspectos seguía siendo bastante salvaje.

  A él le regaló una matrioska, ya que era algo muy típico de Rusia y le había visto mirarlas en una de las tiendas por las que habían pasado, y a Kai, una larguísima bufanda blanca. Incluso estando enrollada alrededor de su cuello le llegaba más allá de la cintura, pero al bicolor pareció gustarle. Ray por su parte le compró al pelirrojo un CD del que le había hablado y que lamentaba no haber sido capaz de encontrar.

  Kai salió del baño con el pijama puesto y se tendió a su lado en la cama.

  -Gracias.

  El pelinegro le sonrió.

  Aldebarán, al oír la voz de su dueño, abrió un ojo, se estiró y bajó al suelo, ante la desconcertada mirada del oriental.

  -No le dejo dormir aquí –explicó Kai.-Ya se ha apoderado de los sofás, sólo faltaría que además se quedase con la cama.

  Ray se rio.

  -Bueno, al menos no le has consentido en todo.

  -Hmm... –lo atrajo hacia sí y lo besó.-De verdad te agradezco lo de esta noche.

  -De nada... Pero aún así siento haber desaparecido estos días.

  -Te he echado de menos –confesó-, pero la verdad es que ha valido la pena.

  -Sí –sonrió.-Ojalá haya más noches como esta.

  Por respuesta obtuvo una amplia sonrisa. Apagó la luz y se acurrucó entre los brazos de Kai. En realidad, pensó poco antes de dormirse, cualquier noche era especial para él teniéndole a su lado.

Notas finales:

Sugerencias, ánimos, quejas... ya sabéis, podéis comentar lo que sea.


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