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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Bueno, he de decir que éste ha sido un capítulo de lo más extraño, hacia la mitad se me ocurrió darle un giro que no había previsto y... en fin, a mí me pareció interesante. Vosotros diréis.

  Al entrar de nuevo en su piso, Ray sintió una punzada de remordimiento. No llevaba tanto tiempo viviendo con Kai, pero sí el suficiente para que una fina capa de polvo se hubiese instalado sobre cada superficie horizontal. Tendría que limpiar antes de que Max y Tyson volviesen, o sus amigos podrían molestarse... Bueno, siendo francos, sólo Max se lo echaría en cara. Dudaba que Tyson se diese cuenta siquiera, se dijo sonriendo para sí. 

  Dejó el paquete que le había llegado el día anterior desde China sobre la mesa del salón. Al ver por la mañana que no había nada en su buzón se les ocurrió ir a la oficina de correos a preguntar. Tras una interminable hora haciendo cola en la que Bryan había conseguido llevar la paciencia de Kai hasta límites peligrosos, había conseguido por fin aquella caja. 

  Se sentó en una de las sillas y giró la cabeza para mirar a Kai. 

  -Ponte cómodo –le dijo con una sonrisa. 

  El bicolor estaba plantado a pocos pasos de la entrada, con las manos en los bolsillos, mirando distraídamente a su alrededor, aparentemente tranquilo. Pero Ray sabía que estaba tenso y que se obligaba a no mirar en dirección a la caja, como si ignorándola pudiese hacerla desaparecer. 

  Cuando el pelinegro le habló pareció relajarse un poco, aunque no del todo. Se acercó un poco adonde estaba el oriental, pero en lugar de sentarse se quedó de pie, con la espalda apoyada en la pared. 

  Ray sabía el porqué de su inquietud. El ruso se ponía a veces un poco tenso cuando él mencionaba a su familia, y aquel paquete era para Kai un recordatorio palpable de lo duro que iba a ser que los dejasen estar juntos.

   El joven de ojos dorados le dio un par de vueltas a la caja, examinando cada una de las caras de cartón, con tanto cuidado como si contuviese una bomba. 

  -¿Crees que es posible... –preguntó con expresión grave. Por el rabillo del ojo vio que Kai volvía a tensarse y contuvo una sonrisa -, que al abrir la caja me succione y, a través de un agujero de gusano, me mande de nuevo a China? –terminó con total seriedad. 

  El bicolor se lo quedó mirando, como si estuviese tratando de discernir si se había vuelto loco o si, simplemente, se estaba quedando con él. Ray le sostuvo la mirada unos segundos antes de echarse a reír. El ruso negó con la cabeza. 

  -Me asustaste –le reprochó.-Por un momento creí que pasaba algo malo. 

  -Lo siento, pero es que parecía que era lo que esperabas que sucediese. 

  -Es que... –hizo un gesto de impotencia con las manos al no ser capaz de encontrar las palabras para explicarse.-No sé cómo decirlo... 

  -No hace falta, sé cómo te sientes –bajó la mirada.-Cada vez que veo a tu padre me pregunto si hará algo para separarnos y... si lo conseguirá –suspiró. 

  Kai se separó de la pared, se sentó a su lado y lo abrazó. Ray se sintió mejor al apoyar la cabeza contra su pecho, estando rodeado por uno de los brazos del ruso. También Kai se tranquilizó al tenerlo cerca. Con la mano que tenía libre cogió el paquete y lo depositó en el regazo del pelinegro. 

  -Sólo hay una persona que pueda separarme de ti, y eres tú –susurró con cariño. Ray alzó la vista para mirarlo y aprovechó para besarlo con suavidad. 

  Una repentina descarga recorrió el cuerpo del oriental de arriba a abajo. Se limitó a sonreír a Kai, sonrojado y sin saber qué decir. Decidió centrar su atención en la caja. Con un rápido tirón despegó las tiras de celofán que cerraban las tapas de cartón.

   Lo primero que vio fueron varios sobres de cartas, algunos de un tamaño considerable, especialmente el que estaba firmado por su madre. Las apartó para leerlas en otro momento.

   Debajo de las cartas había un pequeño álbum. Al abrirlo sonrió con nostalgia. Fue pasando las páginas y nombrando a las personas que aparecían. Kai no tardó en irse quedando con las caras y los nombres. Señalaba sus rostros y los nombraba, mientras el oriental asentía o lo corregía. Al volver una de las hojas, Ray se quedó paralizado por un momento. Ella no había aparecido en ninguna fotografía hasta entonces, pero no hacía falta. De seguro el ruso la reconocería. Fue a pasar la página, pero Kai lo interrumpió.

   -Mariah, ¿verdad?-dijo señalándola con un dedo. No parecía alterado por ver a la pelirrosa al lado de Ray.

   -Sí, es ella.

   Kai sonrió con suficiencia.

   -Con ese pelo es difícil confundirla –el pelinegro rio.-Pero es bastante mona –admitió a regañadientes.

   -¿Ah, sí?-preguntó sorprendido.

   Kai hizo un mohín.

   -Sólo un poco –rectificó.-No tiene ni punto de comparación contigo –dijo, bromeando sólo a medias.

   -Vaya, gracias –sonrió halagado.

   -¿Esta es tu madre?-inquirió señalando a la tercera figura de la imagen, una mujer menuda pero de aspecto enérgico, vestida de blanco y con el cabello semirrecogido con una pinza.

   -Sí, ¿cómo lo has sabido?

   Kai encogió los hombros. Casi todas las personas que había visto en las fotografías tenían un cierto aire gatuno, al igual que Ray. Pero tanto su novio como aquella mujer tenían un rasgo en común que no compartían con los demás.

   -Tenéis los mismos ojos –dijo al fin.-Los vuestros son más claros.

   Ray volvió a mirar la fotografía. Los ojos ambarinos eran un rasgo común en su pequeña región. Su padre, Gary, Kevin, Lee y Mariah también los poseían. Pero Kai tenía razón. Sus iris y los de su madre eran ligeramente más claros, de color dorado. Le sorprendió agradablemente que el ruso hubiese notado aquella sutil diferencia.

   Cuando terminaron de ver las fotos volvió a coger el paquete y extrajo lo último que quedaba, un bulto rectangular envuelto en papel de regalo. Al desenvolverlo se encontró con dos gruesos libros.

   -Vaya, qué interesante –dijo mientras leía la contraportada.-¿Te suenan?

   -Hace años oí hablar de ellos. Ahora se han vuelto famosos porque están haciendo una serie, o algo así –se encogió de hombros.-Dicen que están muy bien. Si te gusta la literatura fantástica.

   -Y si tienes toneladas de tiempo libre –dijo sopesando los enormes tomos. Sonrió.-Bueno, creo que no podré aburrirme en las próximas seis semanas, más o menos –se levantó y cogió el álbum.-Voy a dejarlo en mi cuarto. Nunca has entrado en mi habitación, ¿verdad?-el otro chico negó con la cabeza.-Ven.

   Kai se levantó y lo siguió por el corto pasillo. En cuanto Ray abrió la puerta le llegó un suave olor floral. En una mesita baja, cerca de la ventana, había flores secas. Su aroma debía de haber sido muy fuerte para que aún perdurase parte de su fragancia en el ambiente.

   La habitación estaba ordenada, como era de esperar. El oriental era una persona muy cuidadosa. A la derecha de la puerta había una cómoda sobre la cual descubrió una imagen conocida: otra copia de la fotografía que Ray le había regalado. Sin darse cuenta, esbozó una sonrisa. Al darse la vuelta vio al pelinegro reordenando su estantería, buscando un hueco para sus nuevos libros, además de para el álbum.

   En una de las baldas superiores había otra fotografía. Se acercó un poco, curioso. En primer plano aparecían Mariah y Ray abrazados. Ambos sonreían con ternura, parecían muy felices... Casi le dio pena que aquella pareja se hubiese roto.

   Casi.

   Por detrás de ellos se veía un trozo de una casa tradicional china, de paredes blancas, con las vigas de madera rojiza visibles, y techo de tejas oscuras curvado hacia la esquina. Pero lo más extraordinario era el fondo, unas altísimas montañas de paredes rocosas casi verticales punteadas de verde en los recovecos. Si ya resultaba increíble en aquella imagen, ver aquel paisaje en directo debía de quitar el aliento.

   Salió de su ensoñación al darse cuenta de que un par de ojos dorados lo miraban con atención.

   -Esas montañas son impresionantes.

   -¿Hmm?-siguió la dirección de su mirada. Sonrió ampliamente y le acercó el marco.-Es de la aldea donde se criaron mis padres. De niño prácticamente vivía allí –miró al ruso.-Estoy seguro de que te encantaría, es un lugar muy tranquilo. Recuérdame que te lleve algún día.

   -Te tomo la palabra.

   Ray le observó, sonriendo con dulzura, mientras examinaba más de cerca la fotografía. Aquellas montañas eran un lugar muy importante para él, y le emocionaba ver que Kai era capaz de apreciar su belleza. Cuando el bicolor hubo dejado el marco de nuevo en su sitio, lo abrazó con suavidad, apoyando la cabeza en su hombro. Los brazos del ruso lo rodearon con la misma delicadeza, pero acercándolo un poco más hacia sí. Ray podía sentir en su piel el calor que desprendía su cuerpo, incluso a través de la ropa. Volvió a recorrerle aquella familiar descarga y se separó un poco, turbado. Pero Kai no lo soltó. Cuando lo miró, interrogante, el pelinegro bajó la vista, sonrojado.

   -¿Qué te pasa?-preguntó. Le acarició la mejilla, lo que hizo que Ray se estremeciese.

   -No es nada –dijo tomando su mano y besándola.-¿Volvemos? Ya es tarde.

   El bicolor asintió silenciosamente y lo vio salir con paso nervioso. El corazón le dio un salto en el pecho al entender lo que ocurría, y no supo si debía sonreír o ponerse colorado. Respiró hondo un par de veces antes de seguir a Ray.

   El oriental lo esperaba cerca de la entrada, con todas las cartas que había recibido en una mano y sus llaves en la otra, deseando salir.

   Volvieron caminando al edificio de Kai. Por una vez, el pelinegro agradeció el frío, que le ayudó a despejarse un poco y se llevó el exceso de calor que aún notaba. No obstante, la mera presencia del ruso le aceleraba el pulso... lo cual no mejoró cuando llegaron al piso y recordó que ambos dormían en la misma cama. Sintió que las mejillas le ardían violentamente y bajó la cabeza de modo que el flequillo le tapase un poco la cara.

   El bicolor, ajeno a lo que pasaba por su mente, abrió la puerta y traspasó el umbral, extendiendo la mano par alcanzar el interruptor de la luz... pero se quedó parado en mitad del movimiento. Ladeó la cabeza. Algo no estaba bien allí. Con el mayor sigilo, avanzó dos pasos largos y se detuvo a escuchar.

   Sin necesidad de preguntar nada, Ray entró tras él y cerró la puerta sin producir más que un leve chasquido. Luego se situó junto a Kai y aguzó el oído. Sus sentidos eran mucho más agudos que los del ruso, y no tardó en detectar el sonido de un roce. Los sensibles ojos dorados  recorrieron el salón. Aparentemente todo estaba bien, cualquier otra persona no habría notado la diferencia, pero el bicolor era bastante maniático respecto a cómo colocar sus cosas, y por eso cualquier pequeña variación resultaba demasiado evidente, incluso con la decoración navideña que Yuri había introducido.

   Giró bruscamente la cabeza hacia la derecha. Algo se movía frente a la puerta del despacho, probablemente el intruso acababa de salir de allí. Su mirada fue de allí a la ventana entreabierta y luego a Kai. Él también se había dado cuenta y miraba hacia aquella figura extraña. Ray le señaló la ventana con un gesto y le habló en voz muy baja.

   -Voy a cerrarla.

   Kai fue a responderle, pero el intruso los había visto y, abandonando el sigilo, fue hacia la ventana. Pero el oriental llegó antes que él. Se paró en seco y miró a su espalda. El bicolor se le acercaba lentamente, con precaución, y pareció decidir que prefería enfrentarse al chino.

   -¡Apártate! –le ordenó.

   -¿Otra vez tú?-dijo el pelinegro en cambio. La escasa luz de luna era suficiente para reconocer sus rasgos.-¿Qué estás hac...?

   Antes de que hubiese acabado de hablar, el chico se lanzó sobre él, y de pronto se encontró sujeto por la espalda y con algo frío bajo la barbilla.

   -¡Tú! –le gritó a Kai.-¡No te acerques más o le rajo el cuello!

   El bicolor no veía tan bien como Ray en la penumbra, pero podía distinguir aquel brillo acerado peligrosamente cerca del asiático.

   -Si le haces daño juro que te mataré –siseó, con la ira vibrando en su voz.

   -Ya, ya, no eres tan duro al fin y al cabo –repuso burlón-, no cuando se trata de tu amiguito.

   -Suéltale.

   -¿O si no...?

   No bien lo hubo dicho cuando recibió un duro golpe en las costillas que lo hizo doblarse de dolor, soltando al pelinegro. En cuanto volvió a erguirse el puño de Ray impactó contra su rostro y lo derribó. No osó volver a levantarse.

   -Ray, ¿estás...?

   -Estoy bien –resopló-, pero estoy muy harto de que ese idiota me amenace.

   Kai buscó el interruptor más cercano y encendió la luz. Ray se frotaba el codo derecho, que había incrustado en el torso de aquel tipo, mientras miraba su cuerpo caído con el ceño fruncido. El bicolor se encontró pensando en lo atractivo que resultaba con toda aquella fiereza brillando en sus ojos. Se sacudió aquella idea y rodeó la butaca para verle la cara al chico que se retorcía en el suelo, gimoteando algún que otro insulto.

   -Creo que le has roto la nariz –hizo notar con aparente indiferencia.

   -Ya, bueno, él me puso una navaja en el cuello –señaló el arma, que había lanzado a una esquina de una patada.

   -No era un reproche. Más bien lo contrario –le regaló una media sonrisa, gesto que el oriental correspondió con cierto orgullo.

   El chico de ojos azules los miró con odio.

   -Sois un par de...

   -Compórtate si no quieres que te patee –amenazó el ruso.-¿Cómo te llamas?

   -No pienso...

   Kai lo agarró por el cuello del abrigo y lo levantó a pulso hasta que sus ojos quedaron a la misma altura, provocando que el intruso soltase un gritito asustado que casi hizo reír al chino.

   -¿Cómo-te-llamas?-repitió pronunciando lentamente cada palabra. No alzó la voz, pero no le hacía falta para resultar amenazante.

   -Alexey Kozlov –contestó. Kai entrecerró los ojos al oír su apellido.

   -¿Qué haces aquí? ¿Qué buscas?

   -...

   -¡Responde! –lo zarandeó un poco.

   -¡A ti! –replicó. Dos lágrimas le rodaron por las mejillas, se mezclaron con la sangre que caía de su nariz y le mancharon de rojo el cuello de la camisa.

   Kai lo soltó con tanta brusquedad que se tambaleó y tuvo que sentarse en el brazo de la butaca.

   -Ya veo –lo miró detenidamente.-¿Ibas a matarme mientras dormía?

   -Tal vez... –dijo evasivo sin mirarlo a la cara.

   El bicolor alzó una ceja y luego miró a Ray.

   -Habría que llamar a la policía –dijo el oriental.

   -Antes prefiero llegar al fondo de este asunto.

   -¿Cómo supisteis que había alguien?-quiso saber el de ojos azules.

   -Removiste las cosas de la mesa de la entrada. ¿Qué pasó, que como no me encontraste decidiste robar?

   -¡No soy un ladrón! –saltó, indignado.

   -Sí, es verdad, sólo te has colado en una casa ajena para cometer un asesinato –dijo Ray con desdén. El chico tuvo la decencia de parecer avergonzado.

   -Buscaba algún tipo de información. Lo dejé todo en su sitio –murmuró mirándose las manos.

   -No exactamente en su sitio –puntualizó Kai.-¿De verdad pretendías matarme?

   -No lo sé –dijo con franqueza.-Esa era la idea, pero cuando llegué aquí... –tragó saliva.-Creo que me alivió que no estuvieses aquí, durmiendo.

   -¿Dónde vives?

   El chico volvió a quedarse en silencio. Se limitó a dirigirle una mirada hosca, y Kai supo que, para sacarle algo más, tendría que ser a golpes.

   -Tal vez sepan más en el bar en el que trabaja –propuso el pelinegro.

   Alexey dio un respingo. El bicolor sonrió con cierta malicia.

   -Sí, creo que es una buena idea.

 ***

 

  Cogió un paño y comenzó a limpiar la barra. Los últimos clientes habían dejado el bar hacía al menos un cuarto de hora. Había sido una noche tranquila, sin mucho ajetreo, así que apenas había notado la ausencia de su hermanito, que había decidido escaquearse. Se pasó una mano por el corto cabello castaño. De todos modos le diría un par de cosas en cuanto volviese a casa.

   Giró la silla de ruedas para alcanzar los vasos que faltaban por secar. Habían tenido que hacer ampliar el espacio detrás de la barra, elevar el suelo y bajar algunos de los estantes para que él pudiese seguir trabajando allí, y estaba contento con el resultado. Aunque seguía echando de menos tener dos piernas funcionales, detrás de la barra apenas notaba su discapacidad.

   Examinó, satisfecho, el cristal limpio y seco del vaso y lo estaba colocando en su sitio cuando oyó abrirse la puerta.

   -Lo siento, ya vamos a cerrar –dijo sin alzar la mirada.

   -Perfecto, así podremos hablar en privado.

   Se quedó paralizado. Aunque había cambiado un poco, habría reconocido aquella voz en cualquier parte. Sus peores pesadillas todavía se la traían de vuelta, aunque cada vez con menor frecuencia, al igual que la visión de unos iris rojos como el fuego. Como la sangre. Sólo con oírla notó pinchazos en la espalda.

   Lentamente, alzó la mirada hasta que sus ojos azules se encontraron con aquellos que tenía grabados a fuego en su memoria. Le sorprendió ver que eran tres las personas plantadas en la entrada, y el corazón se le paró al reconocer entre ellas a su hermano, tembloroso y con la cara ensangrentada.

   -Liosha, ¿qué ha pasado?

   -Está bien, sólo tiene rota la nariz –respondió otro chico al que no conocía. Parecía asiático, tenía el cabello negro azabache muy largo y ojos dorados.-Pretendía matarnos, así que es lo menos que se merece.

   -Liosha –repitió, esta vez con severidad.

   -Yo...

   -Creo que tenemos mucho de qué hablar –intervino el bicolor.

   -Sí... ¿por qué no os sentáis? ¿Queréis... tomar algo?

   -No, gracias –declinó el pelinegro, mientras conducía al ruso de ojos azules hasta una silla cercana.

   Kai se limitó a mirarlo mientras salía de detrás de la barra. El oriental no pudo evitar sentir compasión al ver la silla de ruedas, y debió de reflejarse en sus ojos, porque el hombre hizo un gesto de incomodidad. Aunque también podía ser por la presencia del bicolor.

   -Kai –saludó.

   -Nikolay –dijo.

   -Suena raro dicho por ti. Para ti siempre era Kolia.

   -También eras mi amigo –repuso con frialdad.

   -¿Por qué Kolia?-inquirió el de ojos dorados.

   El hombre sonrió con amargura.

   -Es el diminutivo cariñoso de Nikolay, como Liosha lo es de Alexey –explicó.

   -Entiendo –asintió. Al ver que lo seguía mirando decidió presentarse.-Yo soy Ray.

   -Tanto gusto... supongo –dijo volviendo a mirar a su hermano.-¿Quién le hizo eso?

   -Yo.

   -Hmm... Bueno, Kai, ¿y ahora qué? ¿Vais a llamar a la policía o qué?

   -Me contentaría con... un cese de las hostilidades, por llamarlo de algún modo –dijo tomando asiento junto al chino.-Ya es la tercera vez que ataca a Ray.

   Nikolay miró a su hermano, que echaba cuentas con los dedos.

   -Explícate –exigió.

   -Él te partió la espalda –dijo señalando a Kai.

   -¿Y por eso atacas a este chico?-preguntó haciendo un gesto hacia el oriental.

   -No era por eso... Bueno... es que es su amigo y... ¡Yo sólo quería hacérselo pagar! –exclamó.

   -¿También la primera vez?-inquirió Ray.

   -¿Cómo?-Alexey frunció el ceño, confuso.

   -La mañana después de llegar a Moscú fui a dar un paseo y me tropecé contigo y con otros tipos. Os pusisteis a perseguirme. Si Kai no me hubiese defendido... –lo dejó en el aire.

   -Ah... –dijo asintiendo.-Oh –parpadeó.-¿Eras tú?

   Ray alzó una ceja. Nikolay se llevó una mano a la cara.

   -¿Es que no tienes ni medio cerebro?

   -Yo...

   -Cállate. No vas a volver a ver a tus amiguitos esos. Y no vas a salir de casa si no es para ir a clase, ¿entendido?

   -Sí –murmuró.

   -Bien –resopló.-Siento mucho las molestias que este zoquete os haya podido ocasionar.

   Alexey hizo un puchero.

   -A él no le pasó nada después de lo que hizo –masculló mirando de refilón a Kai.

   Su hermano puso los ojos en blanco.

   -Mira, él se cargó al imbécil de Chris, lo cual no creo que haya entristecido a nadie, y a mí me dejó en silla de ruedas. Teniendo en cuenta que nosotros matamos a su hermano y que era uno solo contra veinte no creo que haya jurado en el mundo que lo condene. Si es que llegase a haber juicio, porque siendo un Hiwatari no creo que haya muchos abogados dispuestos a ir en su contra.

   Kai esbozó una pequeña sonrisa carente de alegría.

   -¿Hi-Hiwatari?-repitió Alexey.

   Su hermano volvió a resoplar.

   -¿Ni siquiera sabías a quién te enfrentabas? Tú es que no tienes ni media neurona, ¿verdad? Anda, saca las cajas vacías y luego vete a tu cuarto.

   -P-pero...

   -¡Ya!

   El chico se levantó con un gimoteo quejumbroso y desapareció en la trastienda.

   -Te agradecería mucho que no lo denunciases –pidió en voz baja.

   -Como ya he dicho, me vale con que no moleste más.

   -No lo hará, me encargaré de ello –lanzó una mirada evaluadora al bicolor.-Has crecido mucho, ya no eres ningún niño –sonrió.

   -Tú estás más viejo.

   Nikolay se carcajeó.

   -Es verdad, y quiero pensar que también más sabio.

   -¿Es tuyo el bar?-preguntó Ray.

   -Desde hace dos años, cuando murió mi padre.

   -Lo siento.

   -No te preocupes. ¿Y tú de dónde eres, Ray?

   -De China. Vine a estudiar música.

   El ruso silbó.

   -Son muchos kilómetros, ¿no había conservatorios más cerca?

   -Sí, pero quería uno que estuviese lejos –dijo simplemente.

   -Entonces estás en el lugar indicado –rio, y Ray se unió a su risa.-Eres un chico simpático. Tienes suerte de tenerlo –le comentó a Kai.

   -Sin duda.

   La sonrisa que esbozó el bicolor estaba tan llena de afecto que al barman no le pasó desapercibido. Se quedó mirándolos con la boca abierta, perplejo. Después de un rato se dio cuenta de que los estaba incomodando y se apresuró a disculparse.

   -Perdonad, es sólo que no parecéis... –carraspeó.-Nunca habría pensado que te iban los hombres –le dijo al ruso.-Habría apostado a que tenías algo con Natasha.

   El joven de ojos rojizos arrugó levemente el ceño.

   -¿Quién?

   -Aquella rubita que se pasaba el día revoloteando a tu alrededor.

   -Ah, esa –negó con la cabeza.-Ni siquiera llegué a saber su nombre. Tal vez me lo dijo, pero no le presté atención.

   -Pobrecilla –se rio.-Bueno, ya no tiene importancia. Es cosa del pasado –ahogó un bostezo.-En fin, va siendo hora de que me vaya a dormir, y vosotros también.

   Los chicos se levantaron y se dirigieron a la puerta. Antes de que Kai llegase a girar el pomo, volvió a llamarlos.

   -Yo puedo retener a mi hermano, pero él no es de lo peor que pulula por ahí. Queda alguno que daría lo que fuese por poder machacarte a golpes, y el miedo no les durará siempre. Tened cuidado los dos.

   -Nikolay...-murmuró el bicolor.

   -¿Sí?

   -¿Por qué me ayudas? Te destrocé la vida.

   El hombre le sostuvo la mirada unos segundos antes de responder.

   -Tú no veías a por mí, sino a por Chris. Yo era su, digamos, lacayo, y me peleé contigo porque creí que era lo que debía hacer. Fui yo quien buscó pela contigo, y pudiste haberme matado pero no lo hiciste. Aún estando fuera de ti, te contuviste –se encogió de hombros.- Me alegro de seguir con vida.

   Kai asintió para sí.

   -Tened cuidado –repitió.

   -... Gracias, Kolia.

Notas finales:

¿Qué tal? ¿Bien, mal, una paranoia total? Ya me contaréis ;)


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