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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Uf, este ha sido más largo y más complicado de lo que esperaba, pero por fin lo he terminado. Espero que el resultado haya sido bueno ^^


P.D.: Editada la parte final para que no quedase taaaaaan cutre xD


 

  Lo despertó el ruido. No era un estruendo, tan sólo un murmullo quedo de sillas arrastradas, platos, tazas… y voces. No distinguía qué decían, pero habría reconocido sus tonos en cualquier parte. Le despertaban una nostalgia que no había sido consciente de sentir.


  Sus ojos dorados recorrieron el techo de su habitación. Tenía que reconocer que la había añorado, aunque sólo fuese un poco. Con ayuda de sus amigos, aquel piso se había convertido en su nuevo hogar, un lugar donde poder sanar su corazón herido. Ahora… simplemente no podía ser más perfecto.


  -¿Has dormido bien?-preguntó en voz baja.


  Los párpados del níveo rostro que reposaba junto a él se abrieron por un momento revelando unos iris de incandescente color rojo antes de cerrarse de nuevo. Un hondo suspiro brotó de los pálidos labios.


  -Más o menos –respondió en el mismo tono.-Soy de los que les cuesta dormir en camas ajenas.


  Una risa baja sacudió el cuerpo del oriental, y el ruso esbozó una amplia sonrisa.


  -¿Quieres desayunar?-le preguntó Ray mientras estiraba los brazos.


  -Hmm –asintió, sonriendo, aunque esta vez de forma más perversa. Tyson había puesto mala cara al saber que se quedaría a dormir, y apostaba a que volvería a enfurruñarse al verlo. No sabía de dónde le venía esa afición a verlo molesto, simplemente le divertía. A pesar de ser una niñería.


  Efectivamente, nada más verlo aparecer, al japonés se le agrió el humor, aunque intentó disimularlo con una sonrisa algo forzada. Nada le hubiese gustado más que echar al ruso a patadas. La mirada de advertencia que le lanzó Max hizo que se contuviese. Bueno, eso y la certeza de que, si le ponía una mano encima a Kai, sería él quien acabase apaleado.


  -Buenos días –saludó alegremente el rubio.


  -Buenos días –respondió Ray. El bicolor simplemente hizo un gesto con la cabeza y esbozó un amago de sonrisa.


  Se sentaron frente a los otros dos chicos. Por precaución, el pelinegro eligió el que estaba en frente del de Tyson, para que Kai y él estuviesen lo más alejados que era posible.


  -Y, ¿qué tal sienta haber vuelto?-inquirió el chino.


  -Bien –respondió el japonés.-La verdad es que lo echaba de menos… –miró de reojo al bicolor-, bueno, con alguna excepción.


  Max contuvo el aliento por unos segundos, hasta que comprobó que el aludido simplemente ignoraba la puya y que Ray se limitaba a sacudir la cabeza con resignación.


  -De verdad que no lo entiendo –dijo el chino.-¿Cómo es que os lleváis tan mal?


  -No sabría decirte –confesó Tyson.


  -Del mismo modo en que a veces conoces a alguien que te cae bien nada más verlo, en ocasiones te encuentras con personas que te resultan enervantes, hagan lo que hagan –explicó Kai con su habitual tono bajo y calmado.-No le busques una razón lógica, no la hay.


  -Exacto –asintió el otro, sonriente. Justo después de decirlo parpadeó un par de veces, confundido.


  -¿Estás bien?-le preguntó Max.


  -Hmm… -se tocó la frente, preocupado.-No sé yo, acabo de darle la razón a ese, ¡debo de estar fatal!


  El ruso sonrió con sorna.


  -Sí, de la azotea, pero eso ya te viene de antes –ni Max ni Ray pudieron evitar que se les escapase una sonrisa.


  -¡Eh! –se levantó con brusquedad, e hizo ademán de agarrarlo. Ray iba a levantarse también para interponerse, pero el rubio fue más rápido: lo asió de la camisa y, de un tirón, lo obligó a sentarse de nuevo.-¡Au! ¿Qué haces?-protestó.


  -Compórtate, ¿quieres?


  -Tal vez estaría más tranquilo si estuviese Sveta para vigilarlo –sugirió Kai.


  El japonés dejó escapar un bufido, pero no pasó de ahí. En realidad, quien más acusó el comentario fue Max. Ray se dio cuenta que aquellas palabras le habían herido, y una quizá no tan disparatada teoría empezó a formarse en su cabeza.


  Que Tyson estuviese más callado de lo habitual podía entenderlo, pero en el caso de Max resultaba algo chocante. Él nunca había tenido problema en hablar en presencia de Kai. Pensaba en qué podría decirle cuando Tyson se levantó, prácticamente de un salto, sorprendiéndolos, y, sin decir nada, recogió su parte de la mesa y se encerró en su habitación.


  Los tres se habían quedado paralizados, mirando la puerta. El rubio fue el primero en desviar la mirada de nuevo hacia su plato. Parecía tan triste y desamparado que a Ray se le partió el corazón. Estiró una mano y la posó en su antebrazo en ademán consolador, con lo que al menos logró que forzase una sonrisa.


  -Hablaré con él –dijo entonces Kai, cansado de todo aquel embrollo.


  El bicolor recorrió el corto pasillo que se abría junto a la cocina. No sabía por qué Tyson había elegido aquella habitación, separada de las otras por el salón, pero tampoco es que le importase. Se detuvo delante de la puerta y llamó un par de veces con los nudillos.


  -¡No quiero hablar! –le llegó la voz de Tyson desde el interior.


  Ignorándolo, el ruso abrió la puerta y entró en la habitación. Se ganó una mirada furibunda del oriental, pero poco le importó.


  -¿Para qué llamas si luego vas a hacer lo que te dé la gana? ¿Es que no me has oído?


  -Sí, has dicho que no quieres hablar.


  -¿Entonces?


  -Pero no dijiste que no pudiese entrar –concluyó.


  El de la gorra abrió y cerró la boca varias veces, si saber muy bien cómo responder a aquello.


  -Es que eso se sobreentendía –gruñó.


  -Bueno, no todo el mundo entiende las cosas del mismo modo –se encogió de hombros.


  Tyson lo miró fijamente unos segundos.


  -¿Me estás vacilando?


  -En absoluto. Bueno… -lo pensó un momento-, quizás un poco –su expresión tranquila no varió al oír el ronco gruñido que ascendió por la garganta del moreno.-Sólo quiero hacerte una pregunta, luego me iré.


  -Pues escúpelo y lárgate.


  Kai bajó su mirada hacia el suelo con un suspiro.


  -A ti… ¿te gusta Ray?


  Los ojos azul oscuro se agrandaron aún más. Aquello era lo último con que esperaba que le saliese el ruso… Bueno, no, realmente lo más disparatado e imposible que podía haberle soltado Kai era una declaración de amor, pero eso estaba totalmente descartado. Aún así, aquella pregunta estaba también muy abajo en su lista de “temas de conversación”, especialmente tratándose de una conversación con Kai… un hecho ya raro de por sí, dicho sea de paso.


  -¿Granger?-lo llamó el bicolor tras unos segundos de espera.


  -Dis-disculpa –balbució, sacudiendo un poco la cabeza-, creo que no he oído bien, ¿acabas de preguntarme si me gusta Ray –el otro asintió.-¿Ray Kon?


  Kai ladeó un poco la cabeza y enarcó una ceja, dejando claro sin palabras el “¿Tú qué crees?” de su respuesta.


  -¿Por qué crees eso?


  -Limítate a responder –repuso, tajante.


  Tyson frunció un poco el ceño, pero no se atrevió a desobedecer a ese tono.


  -No, no me gusta en ese sentido.


  Aunque la variación en su postura fue mínima, Kai se sintió intensamente aliviado. Pero claro, entonces…


  -Entonces, ¿por qué me odias tanto?


  El japonés cambió el modo en que estaba sentado en el borde de la cama para que no pudiese verle la cara, reticente a hablar de aquello. Kai guardó silencio y, al ver que no pensaba contestar, se dio la vuelta para salir de la habitación.


  -… -se detuvo con la mano en el pomo de la puerta y giró la cabeza al oír el murmullo ininteligible del oriental. Tyson lo miró de refilón.-Es por Max –repitió más alto a ver que no le había entendido.


  -¿Max?-repitió, genuinamente confundido.-¿Qué tengo yo que ver con el rubito?


  -Él te admira –bajó la cabeza, decaído.-Siempre que estás cerca él está pendiente de ti… ¿Y cómo puedo competir yo con Mister Perfecto?-añadió, irónico.


  -¿Perfecto, eso crees?-inquirió, escéptico.-Te equivocas de cabo a rabo. Si Max tiene un ojo puesto en mí es sólo para asegurarse de que trato bien a Ray. Es amable, pero sé que en el fondo aún no se fía del todo de mí.


  -Ya, claro…


  -Créelo o no, eso ya es cosa tuya.


  En cuanto hizo ademán de irse, el japonés lo retuvo de nuevo.


  -¿Tú crees… que él… bueno… -suspiró. Kai esperó pacientemente a que acabase-, que se fijaría en mí… de esa forma?


  -No es que sea la persona más indicada para preguntarle sobre sentimientos, ¿sabes?-contestó con una misteriosa media sonrisa.-Además, creo que eso debes descubrirlo tú mismo.


  -¡Eh, espera! –exclamó al ver que le daba la espalda.-¡Tú sabes algo! No puedes irte.


  -Ah, no, esto ya no es asunto mío. Además, me dejaste muy claro que debía largarme tras hacer mi pregunta –le dedicó una sonrisa burlona y desapareció antes de que el chico pudiese añadir algo más. Pudo oír sus maldiciones a través de la puerta, pero no le hizo caso. Era con Max con quien debía hablar, no con él.


  Ray y Max estaban como los había dejado. El estadounidense se giró en cuanto lo oyó acercarse, ávido por saber cómo estaba su amigo.


  -Necesita hablar contigo –fue todo lo que le dijo Kai, sin que su gesto ni su tono dejasen traslucir nada, ni bueno ni malo.


  El rubio asintió y se dirigió a la habitación del japonés.


  Ray lo miró inquisitivamente, con una ligera sonrisa.


  -Eres malo –dijo.


  -Lo sé –se encogió de hombros.-¿Por qué esta vez?


  -Has dicho que “necesita” hablar con él, no que “quiera”. Tyson no te ha pedido hablar con Max, ¿verdad?-sonrió-, intentas obligarle a sincerarse.


  Kai tomó asiento en el lugar que antes había ocupado el japonés, quedando frente a Ray, y sonrió con cierta malicia.


  -Pero qué mente tan retorcida. ¿No crees más probable que haya tenido un lapsus en el lenguaje?


  -¿Tú un lapsus?


  -¿Por qué no?


  -Ya… cuando las ranas críen pelo.


  -Sí, bueno, cambiado de tema… -dijo, acercándosele súbitamente-, ¿por qué no nos vamos y les dejamos intimidad?


  -Me parece bien –murmuró, acortando aún más la distancia para besarle.


***


  Miró por la ventanilla por enésima vez en los últimos cinco minutos, desde que la lucecita del cinturón se hubo encendido y el capitán les anunció que estaban a punto de aterrizar. Un nudo de nervios le retorcía el estómago y le oprimía el pecho. Quería… no, necesitaba llegar de una vez, salir de allí, echar a correr y…


  <<¿Y qué?>> se preguntó.


  Quería llegar ya, pero no sabía adónde. No tenía ninguna dirección ni la más mínima pista que pudiese ayudarla.


  Una mano rozó la suya con gentileza, trayéndola de vuelta a la realidad.


  -¿Te encuentras bien, Mariah?


  Se giró y vio a Oliver inclinado hacia ella, con el brazo extendido por delante del durmiente Enrique, que estaba entre ambos.


  -Sí, es sólo… -sacudió la cabeza.-No puedo dejar de pensar en Ray. Hace mucho que no lo veo, y no sé cómo reaccionará al verme, y su novia…


  -Entiendo –asintió.-No creo que debas preocuparte. Por lo que me has contado, Ray es un buen tío. Si él no te guarda rencor, ¿por qué iba a hacerlo su chica?-sonrió.


  Mariah le devolvió la sonrisa más convincente que pudo componer. Quería creerle, pero no estaba segura de tener tanta suerte. Respiró hondo y volvió a mirar por la ventanilla. Moscú brillaba hermoso, preparándose para la noche. Los últimos rayos del ocaso se desvanecían y las primeras estrellas comenzaban a adornar el cielo.


  A su izquierda, Oliver intentaba despertar al italiano con toda la suavidad posible. Sonrió, contenta de tenerlo cerca. Adoraba a Enrique, pero su amigo francés era amable y comprensivo, la animaba cuando lo necesitaba. Cuando les habían informado de que su viaje se adelantaba dos días había estado a punto de darle un infarto. De hecho, seguía estando muy nerviosa. Pero, por otra parte, deseaba llegar cuanto antes.


  Los minutos que pasaron entre que el avión tomó tierra y que abrieron las puertas fueron un calvario sólo superado por la interminable espera para recoger sus maletas. El modo en que el tiempo podía estirarse de forma indefinida cuando más prisa tenía era tan sorprendente como desesperante.


  Aquella sensación de desasosiego no la abandonó hasta que no hubo traspasado las puertas que llevaban al exterior de la terminal. El aire frío llenó sus pulmones, reconfortándola… aunque sólo por un momento, antes de que una ráfaga helada le acuchillase la piel a través de la ropa. Se arrebujó más en su abrigo, aterida.


  -¡Mon Dieu! –oyó. Al girarse vio a Oliver frotándose los brazos y dando saltitos para entrar en calor.-¿De quién fue la genial idea de organizar una exposición en Rusia en pleno invierno? Me gustaría decirle un par de cosas.


  La pelirrosa no pudo menos que reírse.


  -Busquemos rápido un taxi.


  Fue más fácil decirlo que hacerlo. Era una época de bastante tráfico aéreo, y el hielo hacía que los taxis y los autobuses tardasen más en acabar las rutas y volver allí. Para cuando encontraron un vehículo libre tenía los dedos entumecidos y casi ni sentía los pies por la nieve que se había derretido y calado sus botas. No se dio cuenta de cuándo entró en el coche. Oliver tuvo que decirle que se abrochase el cinturón, porque el agradable calor que hacía allí dentro la había adormecido, y finalmente el cansancio acabó por vencerla.


  …


  -Cariño… -entreabrió los párpados. Se había dormido, y Enrique la zarandeaba con suavidad.-Despierta, ya hemos llegado.


  Bajó del coche y subió las escaleras con torpeza, pero apenas fue conciente de lo que hacía hasta que la cegó la luz del recibidor del hotel, demasiado intensa en comparación con la iluminación exterior. O quizás simplemente era demasiada para sus cansados ojos. Pero no era la única. El francés se frotaba los ojos inconscientemente y no podía dejar de bostezar. Por suerte Enrique había dormido durante buena parte del vuelo y estaba lo bastante entero como para encargarse del registro.


  Lo siguiente que supo fue que estaba en un ascensor. Era grande, y lo parecía aún más dado que una de las paredes era un pulido espejo. El resto de los paneles eran una bonita imitación de mármol rojo con vetas blancas. Al abrirse las puertas salieron a un pasillo de suelo enmoquetado. Echó un vistazo a los números de las puertas más cercanas y luego miró el de la tarjeta que tenía en la mano -¿cuándo se la habían dado?-, comprobando que su habitación quedaba hacia la derecha.


  -¿Cuál tienes?-le preguntó su novio.


  -La trescientos seis.


  -Nosotros la tres cuarenta y uno –dijo, haciendo un puchero.-Y eso que pedí que nos las diesen juntas…


  -No pasa nada, por lo menos estamos en el mismo piso.


  -¿Quedamos en diez minutos y vamos a cenar?


  -Eh… La verdad es que no tengo mucha hambre… Creo que voy a deshacer la maleta y descansar.


  -Entonces buenas noches –le dio un beso.


  Oliver se despidió con la mano. Ella respondió al gesto.


  Después de doblar un par de esquinas llegó por fin a su cuarto. Le llevó tres intentos conseguir abrir la puerta con la dichosa tarjeta. Cuando la manija por fin cedió, buscó a tientas el interruptor más cercano, arrastró la maleta al interior de la habitación, la lanzó sobre la cama y se desplomó a su lado.


  Al olvidar los nervios todo el cansancio se le había echado encima, pero estando a solas volvió a formarse aquel incómodo nudo en su estómago. Decidió dedicarse a deshacer su maleta para distraerse, pero no funcionó del todo. Le temblaban las manos, y no podía dejar de pensar en encender su teléfono y… ¡No!, no debía hacerlo. Ni siquiera debería pensarlo. Aunque…


  Volvió la cabeza hacia el pequeño aparato que descansaba sobre la mesita de noche.


  ¿De verdad sería tan malo? Era su amigo, después de todo, y él mismo le había dicho que le llamase cuando hubiese llegado.


  -Ah, ¿por qué tiene que ser todo tan difícil?-suspiró tirándose sobre el colchón.


***


  Oyó las voces en cuanto se abrieron las puertas del ascensor. Rezó para que no viniesen de su piso, pero a medida que se acercaba se dio cuenta de que sus esperanzas eran vanas.


  -Oh, Dios mío –murmuró para sus adentros mientras hacía girar la llave. Su maravilloso día tocaba a su fin.


  Lo primero que vio fue a Sveta apoyada en la pared y abrazándose a sí misma, impotente. Lo segundo fue…


  -¡…con Matilda todo el día en la habitación! ¿Por qué crees que cogí la habitación separada?


  -¡No estábamos…! Señor… ¡Matilda es mi amiga! ¡Lo que hacíamos era estudiar!


  -¡Ya, claro…!


  …a Tyson y Max vociferando.


  Trató de seguir el hilo de lo que decían, pero cada poco rato cambiaban de idioma. Entendió algunas alusiones a Rick y a Sveta por parte del japonés, y no le hacía falta comprender el idioma para captar la exasperación de Max.


  -¿Qué ocurre?-preguntó Kai, el primero en salir de su estupor.


  La chica se giró hacia ellos.


  -No estoy segura… Max me llamó para ayudarle a sacar a Tyson de su habitación, pero al aparecer yo la cosa empeoró –tenía los ojos húmedos.-Llevan horas así, y no sé…


  Se calló al notar que los gritos habían cesado.


  Ray enrojeció notablemente. No estaba claro quién de los dos había iniciado el beso, porque ambos se aferraban entre sí casi con desesperación. Fue Max quien lo terminó, apartándose con brusquedad y lanzándole una última mirada cargada de fiereza al moreno antes de correr a refugiarse en su cuarto sin siquiera fijarse en las tres personas paradas en el recibidor. Tyson decidió imitarle.


  -…Curioso –murmujeó Kai tras unos segundos de silencio.


  -¿A quién se le ocurrió dejarlos solos?-inquirió la rusa.


  -Lo dices como si fuese evidente que esto iba a pasar –repuso el bicolor.-Necesitaban hablar, no creí que eso pudiese ser tan peligroso.


  -Es cierto, nunca habían sido tan… agresivos –dijo Ray.


  -¿Y ahora qué hacemos?


  -Trataré de hablar con Max –resolvió el oriental.-Suele ser el más razonable.


  Dio unos golpecitos suaves en la puerta de su amigo.


  -¿Qué?-oyó la voz ahogada de su amigo.


  -Soy Ray, ¿podemos hablar?


  Hubo como un minuto de silencio. El pelinegro esperó con paciencia hasta oír un desganado “pasa”.


  El estadounidense estaba echado en la cama con la cabeza hundida en la almohada. Cerró la puerta con delicadeza tras de sí y se sentó a su lado. Extendió una mano y le frotó la espalda.


  -Siento lo de antes –masculló el rubio.-Menudo espectáculo.


  -¿Qué ha ocurrido para que os gritaseis de ese modo?


  -Si te soy sincero, no tengo ni idea –se incorporó un poco y se giró para mirarlo.-Parecía deprimido, así que llamé a Sveta para que me echase un cable… pero Tyson se puso furioso.


  -Creo que celoso es un término más exacto –Max se sonrojó.-¿Te das cuenta de que los dos estáis frustrados porque queréis estar juntos?


  -¿En qué te basas para…?-Ray alzó una ceja.-Vale, tienes razón, pero es él quien me ve parejas por todos lados. Según él estoy como con cinco personas a la vez –el chino se rio.-No tiene gracia.


  -Perdona –se rascó la barbilla.-Hmm… tengo una idea, ¿por qué no le pides salir?


  -¿A… ahora?-su pálida piel se volvió de un intenso color rojo.


  -Bueno, tal vez sea mejor que esperes hasta mañana, cuando esté un poco más calmad… -su teléfono comenzó a sonar. Resopló.-¿Qué más puede pasar hoy?-sus ojos parecieron agrandarse al ver la pantalla.


  -¿Va todo bien?


  -Es Mariah –musitó, la boca se le había quedado seca-, está en la ciudad y quiere verme.


  Max hizo una mueca de preocupación.


  -¿Crees que a Kai le parecerá bien?


  -No va a gustarle, eso está claro –masculló-, pero tampoco me parece bien dejarla colgada… -se mordió el labio, inquieto.-Voy a hablarlo con Kai. Ah, y… ánimo con lo tuyo.


  -Gracias.


  Los rusos no se habían movido del sitio.


  -¿Qué tal pinta la cosa?-preguntó ella.


  -Me parece que lo arreglarán.


  -¿Y tú estás bien?-dijo Kai, preocupado por su gesto inquieto.


  El pelinegro no respondió, sino que le tendió el teléfono para que leyese el mensaje. El bicolor frunció ligeramente los labios, pero no comentó nada.


  -Vamos. ¿Te acercamos a casa?-le preguntó a Sveta.


  -Si no es molestia…


***


  Ray se tensó un poco cuando la chica salió del coche y Kai puso camino al hotel en el que se hospedaba Mariah. No había dicho nada al respecto, y eso le preocupaba bastante.


  -Si no te parece bien que vaya puedo decirle…


  -Antes o después os veréis, posponerlo no tiene ningún sentido. Además, confío en ti –añadió con más suavidad.-Pero, si no te importa, esperaré fuera.


  -No hace falta que te quedes.


  -Lo sé –contestó-, pero quiero hacerlo.


  Aparcó en un hueco a pocos metros de la entrada del lujoso edificio de aspecto antiguo, con su fachada revestida de mármol con remates dorados. Ray corrió a través de la ligera nevada hasta las escaleras, y miró atrás una vez más antes de subir. Ni siquiera con su aguda visión logró distinguir al bicolor dentro del coche, pero le bastó con ver la silueta del vehículo para sentirse mejor.


  Pasara lo que pasase allí dentro, Kai estaría esperándole.


  Se internó en el vestíbulo y se dirigió con aire resuelto al mostrador de la recepción. La mujer que atendía en aquel momento lo miró de arriba abajo con cierto desdén. El joven se sintió confuso un instante, hasta que cayó en la cuenta de que, en aquel ambiente, su aspecto debía de ser más bien vulgar. Sin embargo, eso no lo amedrentó.             A esas alturas todo aquel lujo ya no le impresionaba. Kai le había demostrado lo poco que importaba en realidad.


  -Buenas noches, ¿podría decirme dónde está el ascensor?-preguntó educadamente.


  -Sí, claro –repuso. Tenía una voz aguda y lánguida, a juego con su constitución delicada. Le recordaba bastante a Lisabetta, tan rubia y pálida. Aunque se apostaba algo, a juzgar por sus cejas castañas, a que su color de cabello no era natural.-Por allí a la derecha.


  -Muchas gracias –se despidió con una cálida sonrisa, y habría jurado que la mujer se sonrojaba un tanto.


  Encontró los ascensores y, una vez dentro, constató con cierta exasperación que hasta allí se habían empeñado en decorar hasta el último rincón. No era por criticar, pero la versión en miniatura de una lámpara de araña que pendía del techo era demasiado. Agradeció llegar al tercer piso y dejar de tener aquel trasto, que no dejaba de oscilar levemente, suspendido sobre su cabeza. Echó una rápida ojeada a los números dorados de las puertas y tomó el pasillo de la derecha.


  Se detuvo ante la trescientos seis y llamó un par de veces con los nudillos. A los pocos segundos se abrió revelándole una figura conocida, a pesar de los cambios. Su cabello era algo más corto y brillante, sus ropas ya no eran las sencillas prendas que le conocía, y unos leves toques de maquillaje resaltaban sus bonitos ojos.


  -Ray, has venido.


  -Hola, Mariah –respondió con una inclinación de cabeza.


  -Pasa, por favor.


  -No creo… -dudó-, que sea apropiado.


  -Pero…


  -Pasa, hombre, no hay problema –dijo otra voz.


  Por encima del hombro de la pelirrosa vio a dos chicos. El que había hablado era rubio y de ojos azules. Sonreía, pero el gesto era tenso. El otro, de cabello verde, permanecía sentado, sumido en un silencio expectante.


  A pesar de la creciente sensación de incomodidad, Ray entró y le tendió una mano al rubio, que vaciló antes de apretársela.


  -Enrique, supongo.


  -Sí… Así que tú eres Ray –el pelinegro asintió.-No te imaginaba así.


  Ray se rio.


  -Espero no haberte decepcionado –ladeó la cabeza.-Hola –extendió la mano hacia el otro chico, que se la estrechó con una sonrisa.


  -Hola, yo soy Oliver. Tenía ganas de conocerte.


  -¿Ah, sí?


  -Por lo poco que he oído pareces un ser excepcional.


  -No sabría decirte, resulta difícil ser objetivo con uno mismo.


  Ambos se rieron. Mariah dirigía miradas nerviosas a su novio de cuando en cuando, analizando sus reacciones. Hubo un minuto de silencio hasta que Ray lo rompió:


  -Qué… incómodo –soltó el chino.-La verdad, no esperaba un reencuentro así.


  -Lo siento –susurró la joven.


  -Tranquila, no te disculpes. No creo que haya un modo adecuado para hacer estas cosas…


  -Ahora tienes pareja, ¿no?-inquirió el francés. Enrique pareció contener el aliento mientras esperaba la respuesta.


  -Sí.


  -¿No podrías presentárnosla? No es muy tarde, podríamos ir a tomar algo todos juntos…


  -En realidad ha venido, pero no le apetecía entrar.


  -¿Por qué no?-inquirió Mariah.


  -Le hace tanta gracia conocerte como a Enrique el que yo esté aquí –dijo con cierta sorna. El italiano pareció un poco avergonzado.-Me alegro de verte, de verdad, pero ahora es mejor que me vaya. Ya quedaremos y te presento a todo el mundo. Creo que ya has tenido el honor de hablar con Yuri.


  -¿Ese?-resopló.


  Ray se carcajeó, con lo cual ella no pudo evitar una sonrisa.


  -En realidad no es mal tipo –su sonrisa se ensanchó.-Bryan es diez veces peor.


  -¿Qué clase de amigos has hecho?


  -Unos geniales, créeme. Realmente hice bien viniendo aquí. Entre todos me ayudaron mucho con… ya sabes –miró hacia la puerta.-Bueno, es tarde y tengo mucho lío en casa.


  Mariah lo acompañó hasta la puerta.


  -¿Nos veremos de nuevo?


  -Claro –sonrió.-No planeo caerme del mundo.


  Lo siguió con la mirada y no cerró hasta que Ray no hubo doblado la esquina. Suspiró. Había cambiado. Parecía más fuerte, más seguro de sí.


  -Me gusta –declaró Oliver.-Tiene sentido del humor, sobre todo teniendo en cuenta la encerrona que hemos organizado.


  -Siempre ha sido muy cortés –dijo Mariah.


  -Eso está claro –respondió, en voz demasiado baja para que lo oyesen. Cualquier otro se hubiese enfadado y enfrentado a ellos, pero aquel chico había tenido la prudencia de marcharse sin montar una escena.


  Sonrió para sí. Cada vez le parecía más interesante.

Notas finales:

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