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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Lo siento, he tardado un pelín más de lo que pretendía en actualizar ^^'. Espero que el nuevo capítulo os guste.

  Por la noche Ray había olvidado echar las cortinas, así que se despertó con los primeros rayos de sol. Parpadeó varias veces para habituarse a la leve claridad y miró extrañado a su alrededor. Tardó unos segundos en situarse y comenzar a recordar.

 

  El día anterior todo había salido bien. El avión había llegado a Novosibirsk a la hora prevista, y había tenido un par de horas para tomar algo en el aeropuerto antes de coger el vuelo que lo llevaría hasta Moscú, no habían perdido su maleta en el trasbordo, su nuevo hogar era amplio y confortable, y la compañía era grata. Desde luego, no podía quejarse.

 

  Incapaz de volver a conciliar el sueño, se vistió, hizo la cama, tomó su llave y salió sin hacer ruido, no sin antes pegar un post-it en su puerta indicando que iba a dar un paseo. Eran apenas las seis y media, pero no sabía cuándo volvería, y si sus compañeros despertaban antes de que hubiese regresado podrían preocuparse.

 

  En cuanto salió a la calle, el aire helado hirió su rostro y sus manos, que estaban al descubierto, y no fue más clemente con el resto de su cuerpo.

 

  -Se nota que estoy en Rusia –murmuró para sí mientras se arrebujaba en su abrigo y buscaba sus guantes de piel en los bolsillos.

 

  Deambuló por aquella especie de campus de escuelas privadas. A esas horas tenía un cierto aire tétrico, tan vacío, con unos edificios tan altos que todavía la luz no llegaba al suelo.

 

  Oyó a lo lejos el murmullo de algunas voces, pero no les prestó atención. Seguramente sería algún barrendero o vigilante.

 

  Llegó hasta el conservatorio, un bellísimo edificio de techos y paredes curvilíneos recubiertos de oscura pizarra. En lo alto, como toque de distinción, surgía una media cúpula, cuya cara lisa era de cristal y daba a un precioso estanque de aguas lisas y cristalinas, cubiertas de hielo en algunas zonas.

 

  Ray se encaminó hacia allí y se acuclilló en la orilla para contemplar su reflejo. Su aliento se convertía en vaho nada más salir de sus labios entreabiertos, y la suave brisa jugueteaba con los oscuros mechones sueltos de su cabello.

 

  Las voces volvieron a dejarse oír, acompañadas por una estentórea carcajada que, por alguna razón, le dio mala espina.

 

  Vio aparecer a un grupo de cinco chicos algo mayores que él, altos y fornidos, cuando doblaron la esquina, y el joven oriental se encogió instintivamente, buscando agazaparse entre los arbustos.

 

  Aquellos tipos tenían de por sí algo inquietante, y llevaban todos algún distintivo con la cruz gamada nazi, lo cual no dejó de sorprenderlo. ¿Realmente quedaba gente de aquella ideología? Tragó saliva. Fuera como fuese, lo más probable era que no les gustasen los extranjeros.

 

  El grupo se detuvo muy cerca de donde él estaba escondido, y eso comenzó a ponerle muy nervioso. Y ni qué decir cuando se encaminaron hacia la orilla. Tenía a uno de ellos a menos de medio metro. Era más delgado que sus compañeros y de rasgos más afilados, tenía una piel mortalmente pálida, ojos azules y lacio cabello castaño claro que enmarcaba su rostro. Le habría parecido guapo de no ser por su expresión maliciosa.

 

  Ray no pudo soportar más la presencia de aquellos tipos y, aterrado, salió corriendo lo más rápido que pudo, sin pararse a ver si lo seguían o no. Siguió corriendo hasta que ya no pudo más y se derrumbó en las escaleras de entrada a otra de las escuelas.

 

  Trató de calmar su acelerada respiración y los latidos desenfrenados de su corazón. El aire frío le hacía daño en los pulmones y sus piernas protestaban por la carrerita que se había marcado. Pero al parecer sus perseguidores no se habían rendido. Habría dado lo que fuese por volver a estar en la cama y que aquello fuese un mal sueño. Por desgracia, no podía ser.

 

  Una voz a su izquierda lo sobresaltó. Abrió al máximo sus ojos dorados. Era el muchacho moreno de ojos azules, que lo había visto y avisaba a sus compañeros. La mirada que lanzó a Ray, acompañada de una desagradable sonrisa, era gélida y amenazadora.

 

  El chino se levantó y obligó a sus piernas a moverse. Ignoró el cansancio, los gritos en ruso que entendía a medias y que habría preferido no comprender en absoluto, simplemente continuó… hasta que se dio de bruces contra algo y a punto estuvo de caer al suelo. Dejó escapar una maldición.

 

  La única razón por la que descartó que aquello con lo que se había dado no era una farola, fue porque una mano lo agarró del brazo para que no cayese. Y es que aquella persona había encajado el choque sin ceder un milímetro ni emitir una queja.

 

  Las palabras de disculpa se le atragantaron cuando su mirada tropezó con un par de ojos rojizos, ardientes como brasas.

 

  -L-lo siento mucho –dijo, primero en un ruso vacilante, y luego, pensando que si el hombre no le respondía era porque no lo había comprendido, lo repitió en inglés. Tampoco esta vez obtuvo respuesta.

 

  No pudo hacer nada que no fuese quedárselo mirando como un idiota, corrigiendo la primera impresión de que era un hombre mayor. La mitad de su cabello era gris, lo cual lo había llevado a error, y el resto, de un profundo azul noche. Pero sus serias facciones eran juveniles, y tenía dos curiosos triángulos azules marcados en cada una de sus pálidas mejillas. Era bastante más alto que él, y debajo de sus ropas no costaba adivinar una potente musculatura.

 

  Los miembros del grupo que había estado persiguiéndolo dejaron de correr y sus pasos se volvieron vacilantes al reconocer la siniestra figura en pie en medio de la calle. Ray sintió aún más miedo, temiendo haber saltado de la sartén para caer en las brasas.

 

  El joven de cabello bicolor evaluó al oriental con la mirada y dio un paso hacia él. Ray temía que fuese a herirlo y cerró los ojos, pero volvió a abrirlos al no sentir golpe alguno, y entonces comprobó, con estupor, que el extraño de mirada carmesí se había colocado ante él, protegiéndolo de las miradas de aquellos cinco canallas.

 

  El oriental sintió una enorme gratitud hacia aquel chico, pero pronto quedó ahogada por la preocupación. Seguían siendo cinco contra dos.

 

  Sin embargo, para su sorpresa, aquellos tipos dieron media vuelta y desaparecieron, aparentemente intimidados por una sola mirada de su salvador.

 

  Se olvidó de respirar cuando aquellos ojos escarlata volvieron a fijarse en él. Aquellos iris parecían hechos de fuego y, no obstante, transmitían un frío devastador. Aquella mirada simplemente no era humana. Le daba miedo. Era aún más aterrador que los otros cinco.

 

  -¿Has venido a causar problemas?-le preguntó de pronto en un perfecto chino.

 

  Ray parpadeó, perplejo, antes de responder, tartamudeando:

 

  -N-no, yo sólo hab-bía salido a pasear y…

 

  El otro entrecerró los ojos.

 

  -No es buena hora para estar fuera. Sígueme –ordenó con cierta brusquedad. Ray no se atrevió a desobedecerlo.

 

***

 

  El chico paseó la mirada de sus ojos dorados por la austera sala. Estanterías bajas junto a la ventana, el viejo pero cómodo sofá donde estaba sentado, una butaca y una mesita eran todo el mobiliario de aquella estancia.

 

  El joven de cabello bicolor había ido a la cocina, y poco después salió con una taza humeante en cada mano. Tendió una a Ray y luego se sentó en la butaca, junto a la ventana, ignorando a su huésped.

 

  El color verde desvaído de las paredes infundía una honda melancolía, los muebles eran de distintos estilos, y no había cuadros, fotografías ni plantas, ni un solo toque personal. Era frío y funcional.

 

  <<Este sitio sería una pesadilla para Max>> pensó.

 

  -¿Cuánto tiempo llevas aquí?

 

  La voz del otro chico sobresaltó a Ray, que a punto estuvo de derramar la infusión.

 

  -Desde ayer por la tarde.

 

  La fría mirada de su interlocutor se tiñó con un ligero toque de indulgencia.

 

  -Ya me parecía –masculló.-Mira, no deberías salir solo antes de que haya amanecido del todo. Esos tipejos rondan por aquí por las noches, y algunos no se marchan hasta ese momento.

 

  Ray resopló.

 

  -¿No habría que hacer algo al respecto?

 

  El otro no respondió. Claro, para él aquellas alimañas no eran un problema. Daba más miedo que todos ellos juntos. Decidió cambiar de tema.

 

  -¿Cómo te diste cuenta… de que soy chino?

 

  -Cuando chocamos dijiste algo en chino.

 

  -Ah… ¿Y tú?-preguntó.

 

  -Soy ruso.

 

  No añadió nada, tampoco hizo preguntas. De hecho, apenas se dignó a mirar a Ray, que empezaba a sentirse de lo más incómodo. Trató de centrarse en la infusión en un intento de olvidar el incomprensible comportamiento del chico de ojos rojos. Lo salvaba, lo llevaba a su casa y ahora hacía como si no existiese.

 

  Finalmente, tras un tiempo insoportablemente largo de mutismo absoluto, su anfitrión anunció:

 

  -Ya son las ocho.

 

  Ray comprendió que era la forma educada de indicarle que podía y debía marcharse, así que se puso en pie y fue hasta la entrada. El ruso lo acompañó por mera formalidad.

 

  -Tampoco pasees solo una vez haya oscurecido –le recomendó.

 

  -Lo tendré en cuenta.

 

  -Más te vale –repuso con sequedad.

 

  -Gracias por…

 

  -Ahora estás avisado –le advirtió-, así que si vuelves a meterte en líos es tu problema. No es mi trabajo ir por ahí salvando incautos.

 

  -Lo sé, y te agradezco muchísimo que te tomases la molestia de arriesgarte por mí –inclinó el cuerpo en una respetuosa reverencia.

 

  -Hmm… -el bicolor le lanzó una mirada tan penetrante que lo dejó clavado en el sitio, y luego, sin más, entró en su piso y cerró la puerta.

 

  Ray se quedó unos segundos mirando la puerta que le había cerrado prácticamente en las narices. Un escalofrío recorrió su cuerpo, como cuando se sale de un lugar frío a otro más cálido. Sin duda, se dijo mientras abandonaba el lugar, era por efecto de la presencia de aquel joven.

 

***

 

  En esta ocasión, no se sintió intimidado cuando entró en su edificio, sino que lo invadió un profundo alivio. Al fin a salvo.

 

  Abrió la puerta del piso, y entonces le llegaron las voces de sus dos compañeros de piso.

 

  -No llores, Maxie… -pedía Tyson.

 

  -Pero yo… Oh, es mi culpa, ¿cómo pude olvidar algo tan importante?-gimoteó el rubio.

 

  -También yo lo olvidé, supongo que, como estamos acostumbrados, no le dimos importancia… Espero que esté bien…

 

  -Pobre Ray…

 

  -Venga, chicos, no habléis como si hubiese muerto –intervino el oriental.

 

  -¡Ray! –exclamaron los dos a la par, claramente aliviados.

 

  El pelinegro se vio de pronto ahogado por un fuerte abrazo. Conmovido por su preocupación, correspondió al gesto.

 

  -Menos más que estás bien –sollozó Max.

 

  -Sí –asintió Tyson.-Y por cierto, ¿cómo has hecho para sobrevivir?

 

  -Un tío muy raro me ayudó. Hizo huir a los que me perseguían sólo con una mirada.

 

  -Ah, él –masculló el de la gorra.

 

  -¿Lo conocéis?

 

  -¿Un tipo alto, pálido como un cadáver, con marcas azules en la cara, pelo bicolor y ojos rojos?-Ray asintió.-Claro, ¿quién sino iba a ser? Y claro que lo conocemos, no hay nadie que no haya oído hablar del Kai “el glaciar” Hiwatari.

 

  Al joven chino no le hizo preguntar el porqué de aquel sobrenombre.

 

  -Has tenido mucha suerte –dijo Max.

 

  -Y tanto, no siempre es tan considerado –gruñó el de la gorra.

 

  Ray frunció el ceño, inquisitivo.

 

  -A Tyson no le cae bien porque, como se puso un poco pesado… -señaló el rubio acusadoramente-, Hiwatari lo amenazó con sacarlo a patadas de su piso y dejarlo en manos de los delincuentes de turno.

 

  -Oh, venga, no fui tan plasta. Si hice demasiadas preguntas es porque él apenas habla. Y, cambiando de tema, ahora que Ray está entero y en casa, voy a hacer el desayuno. No sé vosotros, pero me muero de hambre.

 

  El desayuno al estilo oriental fue una agradable sorpresa para Ray. Resultó que Tyson era japonés, al igual que el padre de Max, aunque él había vivido más tiempo en Nueva York con su madre que en Japón.

 

  En un principio, parecía que la comida era demasiada para tres, pero no habría sobrado ni aunque fuese el doble, entre Tyson, que comía por cuatro, y Ray, que, en contra de su costumbre, no se cortó un pelo.

 

  -Vaya, parece que no hayas tenido una comida decente en meses –comentó Max cuando acabaron.

 

  La expresión del chino se ensombreció un poco. Si no contaba el desayuno que Lee le había preparado el día anterior, lo había clavado. Por suerte, no tuvo que dar explicaciones, ya que Max pasó a otro tema.

 

  -¿Cuándo empiezas con tus clases?

 

  -Hoy a las diez. Quería comenzar cuanto antes.

 

  Aún quedaban un par de horas para eso, y no dejaba de rondarle por la cabeza la idea de que debía agradecerle al ruso que le hubiese salvado la vida. Así pues, preguntó a sus nuevos amigos si conocían alguna tienda de dulces o algo similar por allí cerca.

 

  Como sospechaba, Tyson conocía casi todas las tiendas de comestibles, y resultó que había una pastelería a apenas cinco minutos. Por supuesto, estuvo encantado de acompañar a Ray.

 

***

 

  Desde luego, todos los dulces tenían una pinta buenísima, pero el chino acababa de darse cuenta de algo importante: no conocía los gustos de Hiwatari.

 

  Por si acaso, evitó cuidadosamente cualquier cosa que llevase frutos secos, no fuese a ser alérgico, y procuró elegir cosas que llevasen fruta. La infusión que le había servido tenía un sabor afrutado, así que quizás fuesen de su gusto.

 

 

  A Ray le sorprendió un poco la forma de pagar. Por lo visto, en Rusia era costumbre no dar el dinero de mano en mano, ya que, supuestamente, eso traería mala suerte en el plano económico, así que en el mostrador había platillo especial para poner el dinero. La dependienta lo tomaba de ahí y luego le dejaba la vuelta en el mismo sitio. Curioso.

 

  Ya con su compra, se despidió de Tyson. El japonés parecía dispuesto a arramplar con todas las galletas de la tienda. Aunque en teoría eran para los tres, Ray supuso que el chico de la gorra acabaría zampándose la mayor parte.

 

  No le costó demasiado esfuerzo encontrar el edificio en el que se había refugiado, principalmente porque no estaba demasiado lejos del suyo. El interior era más humilde, pero estaba perfectamente cuidado, y había una cierta elegancia en aquella sencillez.

 

  Subió por las escaleras, ya que sólo eran dos pisos, y se plantó delante del 2C.

 

  El recuerdo de aquella temible mirada rojiza hizo que dudase antes de atreverse a pulsar el timbre. Aguardó un tiempo prudencial y, por si acaso, volvió a llamar. Nada. El joven debía de haber salido.

 

  Ray ató la bolsa con la caja de dulces al pomo de la puerta, buscó en su mochila un papel y un bolígrafo y escribió una escueta nota de agradecimiento que, a continuación, introdujo en la bolsa.

 

  Ojalá le gustase el detalle.

Notas finales:

Como siempre, será un placer recibir vuestros comentarios. ¡Hasta pronto!


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