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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Me propuse no acabar el año sin actualizar, y aquí estoy. Estos meses han sido difíciles personalmente, y lamento mucho haber tardado tanto. Pero no me olvidé en ningún momento de esta historia.

  Ray resopló. En parte era por el frío, pero mayormente por lo que acababa de pasar. Todavía no estaba seguro de si debía sentirse ofendido por aquella pequeña emboscada. Por fortuna, Kai le esperaba al pie de las escaleras, con el paraguas abierto, aparentemente inmune al frío. Sin pensarlo, se lanzó a sus brazos y lo besó largamente, haciendo caso omiso de la mirada alarmada del portero. Pareció que el hombre iba a decirles algo, pero al encontrarse con los intensos ojos de color rubí se lo pensó mejor.


  El bicolor lo acompañó en silencio hasta el coche, y no dijo nada hasta que ambos estuvieron dentro.


  -¿Cómo ha ido?


  Ray se lo pensó unos segundos antes de responder.


  -Raro.


  -¿En qué sentido?-inquirió alzando una ceja.


  -Tengo la sensación de que debería estar enfadado, pero es como si estuviese demasiado sorprendido para ello. Es que su novio y otro amigo me estaban esperando también –explicó.-No sé si todo estaba planeado de antemano o simplemente surgió, pero…


  -Es como si te hubiesen preparado una encerrona.


  -Exacto –se pasó una mano por el cabello, tratando de ordenarlo un poco.-Sé que no hubiese sido del todo correcto verme con ella a solas, pero podía haberme avisado de que él estaría también.


  Kai asintió con la cabeza, centrando su atención en la carretera.


  -Tal vez creyó que no irías si sabías que iba a estar su novio –sugirió tras unos minutos de silencio.-O quizás su idea era que os vieseis a solas pero luego él se enteró o…


  -…O cambió de idea –completó el oriental.-Sí, es posible. Pero sigue sin ser agradable.


  El bicolor esbozó una media sonrisa, comprensivo.


  -¿Y qué tal está?


  -Ha cambiado bastante, la verdad. Estaba más guapa de lo que recordaba, pero… -musitó casi para sí.


  Kai lo observó, interrogante, pero Ray sólo pudo sacudir la cabeza, incapaz de dar con las palabras adecuadas. No sabía cómo expresarlo. No se trataba de que ya no la viese hermosa, porque, de hecho, aún se lo parecía. Simplemente ya no le atraía. Antes una sola mirada suya era capaz de derretirle el corazón, su aroma le nublaba la mente y cada roce era como una descarga que recorría su cuerpo. Pero ahora…


  Ahora era otra la persona que le hacía sentir todas aquellas cosas.


  -¿Le has hablado de mí?-inquirió el ruso, interrumpiendo sus cavilaciones.


  -No… -reconoció.-Ya había bastante tensión en la habitación como para añadirle algo así. Seguramente la haría sentir mal.


  -Eso sería un poco egocéntrico por su parte, ¿no?-Ray parpadeó, confuso.-Asumir que ahora sales con un hombre porque romper con ella te afectó tanto que ahora no quieres estar con otra mujer –explicó.-Porque no es así… ¿verdad?-añadió en voz más baja.


  -¡Claro que no! No eres un parche, te quiero de verdad, simplemente por ser tú…


  Kai detuvo el coche frente a la entrada del edificio donde vivía Ray. El oriental le dirigió una mirada llena de preocupación. Él alargó la mano y le acarició suavemente la mejilla, ante lo cual los ojos dorados se cerraron, disfrutando el contacto. Kai se inclinó hacia él y depositó un beso en sus labios.


  -Hasta mañana –se despidió Ray con cierta pena cuando se separaron. Se le iba a hacer extraño dormir sin el bicolor a su lado.


  -Que descanses –respondió Kai.


  Notó una punzada de tristeza al verlo salir del coche y subir las escaleras, y fue peor cuando desapareció en el interior del edificio. Se había acostumbrado a verlo cada mañana junto a él, nada más despertar, y sabía que le resultaría difícil pasar sin aquellos momentos.


  Con un suspiro, engranó una marcha y continuó hacia su propio edificio.


***


  Abrió los ojos, e inmediatamente la tensión se adueñó de su cuerpo. Instintivamente supo que debía estar alerta, aunque no estaba seguro del porqué.


  Desperezó sus músculos y escuchó atentamente. No se oía nada, y no estaba seguro de si eso era bueno o malo. Se calzó las zapatillas de andar por casa y, haciendo el menor ruido posible, abrió la puerta y se asomó. No había ninguna luz encendida en el salón, y tampoco en la cocina. Tal vez sus amigos aún durmiesen.


  Despacio, pero más relajado, avanzó por el corto pasillo hasta el salón, hasta que un ruido a sus espaldas lo hizo detenerse. Al mirar por encima de su hombro vio que ahora la puerta de Max estaba entreabierta. No supo si llevarse las manos a la cabeza o echarse a reír.


  -¿Enserio, Max? ¿Ahora vais a jugar al escondite?


  La puerta se abrió un poco más, dejando ver parte del rostro de su amigo.


  -¿Sabes si Tyson está por ahí?-preguntó.


  Ray se encogió de hombros.


  -Acabo de levantarme –repuso.-No me digas que le tienes miedo, con lo decidido que parecías ayer.


  -Es que lo he pensado y, ¿sabes?, no creo que vaya a funcionar… Pero no sé cómo decirle algo así –lo miró suplicante.


  -Ah, no, eso sí que no. No vais a meterme en medio. Es algo que debéis hablar vosotros solos.


  Max no respondió, y en cuanto le dio la espalda cerró de nuevo la puerta.


  El oriental suspiró. En realidad no podía acusarlo de cobardía. Lo que le iba a decir a Tyson era doloroso, y no sólo para el japonés. Además eran amigos. En el fondo era natural que estuviese asustado de cómo estaban saliendo las cosas.


  Entró en la cocina y abrió la nevera para coger la leche. Estaba llenando el tazón cuando alguien más entró.


  -Ah, eres tú –dijo Tyson.-Buenos días.


  -Buenos días –sonrió.-Pareces decepcionado.


  -Ya, bueno, no te ofendas. Es que quería hablar con Max. Ayer peleamos y…


  -Lo sé, lo vi.


  El japonés se quedó en blanco unos segundos.


  -Ah… Y, esto…, ¿vis-viste cuando nos…?-tartamudeó.


  -¿Besasteis?-lo ayudó.


  -Sí… -suspiró.-Entonces, ya que lo sabes… ¿tienes algún consejo?


  Ray se apoyó en la encimera, pensativo.


  -¿Qué es lo que quieres, Tyson?


  -Pues… es obvio, ¿no? Me gusta y quiero estar con él. Sé que no va a ser fácil, pero también lo es lo tuyo con Kai y aún así habéis decidido luchar por ello.


  El chino no pudo menos que sonreír.


  -¿Por qué no le dijiste eso antes?


  -Bueno, ya nos viste, gritándonos y eso, no estaba para ponerme tierno.


  -No me refiero a ayer sino a… cuando supiste que él te…


  -Oh, ya, bueno, es que eso fue a mediados del curso pasado, y yo tenía… novia –se encogió de hombros con una sonrisa nerviosa.-Ella se quedó en Japón, y no soy de los que rompen por teléfono. Es rastrero.


  Ray parpadeó un par de veces.


  -¿Tú tenías…?


  -Eh, ¿qué pasa? ¿Qué tiene de raro?


  -No, nada, nada. Volviendo al tema: lo dejaste con tu novia y… ¿no hiciste nada hasta ahora?


  -No es tan simple, Max estaba todo el día con Matilda o mandándose mensajes con Rick. Cuando se trataba de ellos yo me volvía invisible, así que no me atreví. Tú sabes cómo es eso: te daba miedo que Kai te echase de su lado si le decías lo que sentías por él.


  Ray asintió. Desvió la mirada y puso la taza en el microondas.


  -Entonces, vas a pedirle que salga contigo –no era una pregunta.


  -Sí –frunció el ceño.-¿No crees que deba hacerlo?


  El chino se mordió el labio inferior. Tyson no era tan perceptivo como Max, pero tampoco era tonto.


  -Max es mucho más precavido que tú. Probablemente prefiera ir a lo seguro y conservar vuestra amistad que arriesgarse a iniciar algo más –se giró para mirarlo otra vez.-No te va a ser fácil convencerlo, pero si le quieres deberías intentarlo.


  El japonés sonrió ampliamente.


  -Pues claro que lo haré.


***


  Hacía frío. Los copos de nieve caían suavemente, casi con pereza, desde el cielo plomizo. Después de casi una hora deambulando por las calles nevadas el paraguas estaba cubierto por una fina capa blanca.


  Tras mucho insistir, había conseguido que Lee le diese la dirección del piso en el que vivía Ray, y a continuación había buscado su ubicación en un mapa. Quedaba un poco lejos, y la nieve dificultaba un poco sus pasos. Ahora que al fin había conseguido encontrar el lugar, estaba plantada delante de las escaleras, sin saber qué hacer.


  A su lado, Oliver permanecía en silencio, frotándose las manos enguantadas. No le había dicho adónde se dirigían, entre otras cosas porque no estaba segura de si finalmente se atrevería a ir, pero a aquellas alturas debía de imaginárselo.


  La puerta principal se abrió, y salió una chica. Era bonita, de piel fina, grandes ojos grises y cabello castaño claro que caía por debajo de su gorro blanco de lana. Apenas les dedicó una breve mirada, tal vez un poco extrañada, seguramente por lo curioso de sus cabellos –los de ella rosa y verdes los de él-. Se preguntó si sería ella la nueva novia de Ray, pero supuso que, de serlo, la hubiese reconocido. Es decir, ella le había hablado mucho de Ray a Enrique, y seguramente Ray hubiese hecho lo mismo.


  -¿No vas a entrar?-le preguntó Oliver, sacándola de sus pensamientos.


  Mariah lo miró, y luego la fachada del edificio. Sacudió la cabeza. No, no podía. Aún no estaba lista para conocer a la novia de Ray, si es que estaba allí, y tampoco le apetecía agobiarlo. Ya había sido bastante malo emboscarlo de aquella manera la noche anterior.


  Giró bruscamente y siguió andando.


  El joven francés se quedó quieto un segundo, perplejo, y luego corrió para alcanzarla.


  -Creo que deberíamos volver, han dicho que se acerca una tormenta.


  -Estamos en Rusia, el tiempo siempre es horrible –murmuró la pelirrosa.


  -Precisamente por eso, ¿no crees que si los rusos lo llaman “tormenta” será algo a tener en cuenta?


  La chica esbozó una media sonrisa, pero no respondió. Oliver miró al cielo, preocupado, viendo cómo se oscurecía cada vez más, como si fuesen las últimas horas de la tarde en lugar de las primeras de la mañana. Odiaba el frío, y probablemente pronto estaría también empapado… pero no podía dejar a Mariah sola, y menos en aquel estado en que ella misma no sabía lo que quería o necesitaba.


  La nieve empezó a caer con más intensidad, y el viento fue cobrando fuerza, pero no llegaba a ser alarmante.


  Llegaron a un pequeño jardín, al lado de un edificio curvilíneo recubierto de pizarra. En el centro del parterre había un estanque. Mariah se acercó al borde. La mayor parte de su superficie estaba cubierta de hielo. Y cada vez había más. Podía ver cómo se helaba poco a poco, y entonces fue consciente de que la temperatura había descendido bruscamente.


  -M-Mariah… -la llamó su amigo, tiritando.


  La chica se giró hacia él, y entonces una racha de viento le arrancó el paraguas de las manos y se lo llevó volando por las calles. Ahogó una exclamación consternada. Sus manos apenas le respondían, y si no salían de allí pronto el resto de su cuerpo se congelaría igualmente.


  Agarró a Oliver del brazo y lo arrastró hasta la entrada del edificio, donde el viento no soplaba con tanta fuerza. Pero seguía haciendo frío, mucho, cada vez más.


  Se preguntaba cómo harían para volver al hotel cuando una figura apareció trotando en mitad de la ventisca. Se frotó los ojos. Tenía que ser una alucinación suya. ¿Quién podía salir a correr con aquel tiempo?


***


  El aire helado entraba y salía de sus pulmones, aparentemente sin afectarle. El frío y la nieve no eran problema para él, sin embargo el viento empezaba a ser más que molesto, y la intensidad de la nevada le dificultaba la visión. Decidió que ya iba siendo hora de volver.


  Al doblar una esquina tuvo que esquivar un paraguas que volaba zarandeado por las corrientes de aire. Se preguntó quién, aparte de él, sería tan inconsciente para estar en la calle en aquel momento.


  Siguió corriendo y llegó hasta el conservatorio. A juzgar por la dirección del viento, quien hubiese perdido el paraguas debía de estar por aquella zona. Miró hacia la entrada del edificio, y le pareció ver algo rosa. Y luego unos ojos dorados que lo contemplaban. El corazón le dio un vuelco al reconocerla.


  Maldición.


  De todas las personas que había en el mundo, y tenía que ser ella.


***


  La supuesta alucinación subió los escalones hacia ellos. Tenía el cabello gris, pero a medida que se acercaba vio que su rostro era joven, aunque tan firme y serio que parecía esculpido en piedra, y con dos rubíes por ojos.


  Unas marcas azules adornaban sus mejillas, casi tan pálidas como la nieve que los rodeaba.


  Sintió el deseo de plasmarlo en un cuadro.


  Era hermoso, una extraña mezcla entre lo salvaje e indómito de su cabello y sus ojos y lo regio y elegante de su porte.


  La miraba con fijeza, pero de seguro se debía a la sorpresa de encontrar a alguien en medio de la tormenta de nieve.


  Oliver pareció darse cuenta al fin de la presencia del extraño.


  -¿Pu-puedes ayudarnos?-murmuró en inglés.


  El joven les lanzó una mirada evaluadora y ladeó la cabeza, pensativo.


  -Venid –repuso simplemente.


  La chica se levantó con bastante agilidad, pero el de pelo verde tiritaba demasiado como para ser capaz de sostenerse. Sin mediar palabra, el bicolor se le acercó, lo levantó agarrándolo por la cintura y se lo cargó al hombro.


  -Vamos –le dijo a la sorprendida muchacha.


  Mariah caminó obediente tras él. Parecía más que acostumbrado a moverse con aquel tiempo, y llevaba a Oliver con tanta facilidad como si fuese una pluma.


  No tardaron mucho en llegar a su destino. Entró en un edificio, y mantuvo la puerta abierta con la mano que tenía libre para que ella lo siguiese. En lugar de tomar el ascensor, el joven subió por las escaleras. La oriental estaba cansada, pero no se quejó. A Oliver tampoco pareció importarle mucho el vaivén con tal de no estar a la intemperie.


  El extraño bicolor se detuvo frente a una puerta del segundo piso. Buscó en uno de sus bolsillos y extrajo unas llaves. Introdujo una en la cerradura, abrió la puerta y entró.


  Mariah vaciló en la entrada. En su pueblo era natural acoger en la propia casa a quien lo necesitase: un enfermo, un herido, alguien que se hubiese extraviado… pero no era un comportamiento propio de la ciudad. Aquel chico los estaba ayudando, pero no podía dejar de sentir cierto recelo.


  Finalmente entró en la vivienda.


  Había adornos navideños por doquier, pero, en general, el piso tenía un aspecto sobrio. No había fotografías, recuerdos, ni más plantas que el abeto del salón, nada que hablase de los gustos ni de las vivencias de la persona que allí habitaba. La única pista quizá fuesen los libros que atestaban los estantes que se extendían de pared a pared bajo las ventanas de la sala, pero los símbolos de los lomos resultaban ilegibles para ella.


  El chico había sentado a Oliver en una butaca, al lado de la estufa eléctrica, y le había echado una manta por encima. Le acarició la frente a su amigo, apartándole algunos mechones de los ojos. Tenía la piel fría, pero sus temblores eran mucho menos violentos.


  Oyó ruido procedente de la habitación contigua. Se asomó por la puerta y descubrió a su anfitrión en la cocina, preparando algún tipo de infusión. Sonrió.


  -Muchas gracias –le dijo. Él apenas se giró para mirarla un instante y volvió a lo que estaba haciendo. Aquello le resultó un poco incómodo.-¿Crees que es factible llamar a un taxi?


  El bicolor siguió sin decir nada, mirando por la ventana, mientras el agua comenzaba a hervir en el cazo. La pelirrosa suspiró. Iba a dar media vuelta para volver a salón cuando él por fin habló.


  -Te recomiendo que esperes. Lo peor de la tormenta pasará pronto. Ahora mismo es arriesgado ir en coche.


  -Bien –respondió ella.


  -¿Tu amigo está mejor?-preguntó tras otro silencio.


  -Me parece que sí. Ya no tiembla tanto… -dudó un segundo.-¿Qué hacías corriendo con este tiempo?


  Él se volvió, con una sardónica sonrisa plasmada en los labios.


  -¿Tú me lo preguntas? No soy yo quien casi se muere congelado.


  Ella sonrió.


  -Touché… -luego su sonrisa se apagó.-No debí haber venido, fue una imprudencia –suspiró y se sentó en una de las sillas de la cocina.-A todo esto, me llamo Mariah, y mi amigo es Oliver.


  -Kai –dijo él.


  -Kai… -repitió. Le sonaba aquel nombre. Juraría que de oírselo a Ray, pero tal vez fuese un nombre común allí. Volvió a mirarlo de reojo. Desde luego, el bicolor no se parecía al tipo de amigos que solía tener Ray. Un escalofrío le subió por la espalda y se frotó los brazos para intentar entrar en calor.


  -Hay más mantas en la habitación –habló el ruso.-Es esa puerta de ahí –señaló.


  La chica se levantó y fue adonde le había indicado. Al abrir la puerta, un enorme gato blanco que dormitaba sobre la cama se desperezó, saltó al suelo y, con andares altaneros, pasó por su lado hacia el salón.


  Cogió una manta que había doblada sobre el colchón, aunque no sabía si el chico se había referido a aquella, no queriendo rebuscar en los armarios ajenos. Se la echó por los hombros, agradecida de su suavidad y calidez.


  Al volverse para salir, algo llamó su atención en la mesilla de noche. Una fotografía. Sin pensar, la cogió.


  Kai estaba dejando la bandeja con las tazas de infusión sobre la mesita de la sala cuando apareció Mariah con un marco en la mano.


  -Tú eres amigo de Ray –dijo.


  -… -pensó un momento su respuesta, consciente de la inscripción que el oriental había hecho en el margen de la foto.-Se podría decir que es mi mejor amigo, sí.


  -Se nota –la pelirrosa sonrió ampliamente.-“Por que estemos siempre juntos”-leyó, y se le escapó una risita.-A veces Ray es un poco cursi. Casi parece una declaración romántica.


  El bicolor esbozó una media sonrisa, aliviado. Ray se disgustaría si Mariah se enteraba de su relación por alguien que no fuese él mismo.


  -Es un chico cariñoso.


  -Lo sé –suspiró.-Yo era… su novia. ¿Te ha hablado de mí?


  -Si eres Mariah Wong, entonces sí.


  -La misma –se sentó en el sofá. El gato, que estaba a su lado, maulló malhumorado. El bicolor dijo algo que no entendió, y el animal se calmó.-Vaya, es un poco gruñón.


  -Le has quitado el sitio –dijo Oliver con voz débil.-Normal que no le guste.


  -¿Te encuentras mejor?-le preguntó ella.


  -Sí… creo que conservaré todos los dedos –bromeó.-Menos mal que nos encontraste.


  -No es nada. Empieza a ser una costumbre rescatar a extranjeros perdidos –evidentemente, no comprendieron a qué se refería, y tampoco se molestó en explicarse.-Es mejor que descanséis. Cuando la tormenta amaine un poco llamaré a un taxi.


  Los dos volvieron a agradecerle su ayuda. Kai los dejó a solas y fue a cambiarse de ropa. Se quitó las prendas deportivas y se puso unos vaqueros oscuros y un jersey negro.


  Se preguntaba si sería una buena idea contarle a Ray su pequeño encuentro. Decidió que sí. Mariah acabaría contándoselo en algún momento, y no tenía sentido ocultárselo.


  Pero no ahora.


  Si lo llamaba, el oriental se sentiría obligado a ir hasta allí, y no quería presionarlo a que lo presentase como su novio.


  Volvió al salón, aunque no era su mayor ilusión estar con Mariah, sería descortés dejarlos solos mucho rato. Además, la chica no estaba tan mal. Era bastante agradable, y, aunque le pesase, debía reconocer que era hermosa. En realidad, lo único que no le gustaba era que siguiese teniendo en mente volver con Ray.

Notas finales:

Feliz Año Nuevo :D


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