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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Bueno, por fin me he puesto las pilas. Siento muchísimo el retraso, la verdad es que ha sido una época complicada en el ámbito familiar, y espero que sepáis excusarme por haber tenido la cabeza en otra parte. Pero, como prometí, tarde lo que tarde acabaré esta historia.

Muchas gracias a los que me siguen leyendo :)

  Le dolía oír a Tyson tarareando mientras le ayudaba a preparar la comida. Cada vez que sus miradas se cruzaban el japonés le sonreía con calidez, y eso hacía que se le encogiese el corazón. Ray se las había apañado con la excusa de responder unas cartas para dejarlos a solas, pero él simplemente no lo soportaba. De un momento a otro su amigo diría algo acerca de lo ocurrido el día anterior, y tendría que decirle que… ¿Qué? ¿Que se lo había pensado mejor? ¿Que aquel beso había sido un impulso y que no creía que lo suyo pudiese funcionar?

  Con todo su tacto, no se le ocurría una manera de decirlo que no le rompiese el corazón. Porque, en realidad, era culpa suya por no haber sido capaz de mantener la calma, y Tyson tendría todo el derecho del mundo a reprocharle su actitud.

  En un momento dado, el japonés se giró para decirle algo, y él se apresuró a excusarse.

  -Voy a salir un momento.

  -¿Estás bien?

  -Sí, sólo estoy un poco… no sé… Necesito tomar el aire.

  Dejó a un lado la cuchara con la que estaba removiendo, buscó un abrigo en el perchero de la entrada y salió del piso sin añadir nada más. Ray, que estaba limpiando el salón, se detuvo y se quedó mirando la puerta, preocupado. La relación entre sus amigos no parecía estar avanzando, ni hacia delante ni hacia atrás. Se habían quedado atascados en un punto de inflexión, y temía que la situación fuese a estallar de la peor manera.

  Max bajó los cuatro pisos a pie. Su cabeza estaba muy lejos de allí, y antes de darse cuenta había traspasado la puerta principal.

  La tormenta había remitido, pero aún hacía frío. Es decir, más del habitual. Debería haber cogido también unos guantes y una bufanda.

  Miró hacia ambos lados de la calle, sin saber muy bien qué hacer. Necesitaba consejo. Urgentemente. Por suerte, había alguien, además de Ray, que entendería perfectamente su situación.

***

  Mariah se abotonó el cuello del abrigo. Oliver y ella salieron del piso en cuanto el tiempo empezó a mejorar. Le estaban muy agradecidos a aquel chico, Kai, pero se notaba que se sentía incómodo y que le suponía un esfuerzo mostrarse amigable.

  -¡Un momento! –un chico rubio se les acercaba corriendo. Oliver dedujo, acertadamente, que quería que no dejasen que la puerta se cerrase.-Gracias… -les dijo, jadeando, al llegar a su lado. Entonces se fijó mejor en ellos y se los quedó mirando, paralizado, durante unos segundos.

  No, no a ellos, comprendió de pronto Mariah. Era a ella a quien miraba.

  Sin embargo, enseguida se recompuso, volvió a sonreírles y entró en el edificio.

  -Qué cosa tan extraña… -murmuró su amigo.

  -Un poco –repuso la pelirrosa. Había creído ver reconocimiento en los ojos de aquel chico. ¿Podría ser otro de los amigos de Ray?-Venga, vámonos.

  Gracias a las indicaciones del bicolor, encontraron una parada de taxis. Dentro del vehículo, Mariah recordó que había apagado el móvil por si finalmente se atrevía a ver a Ray, y volvió a encenderlo. Tenía más de media docena de mensajes y llamadas perdidas. Intentó no torcer el gesto, pero no pudo evitar hacer un pequeño mohín que, como siempre, Oliver detectó.

  -Él es así –dijo el francés.

  -Ya. Suerte que sabe que estás conmigo, o ya habría llamado a la policía.

  -Le iba a dar igual. Hasta las cuarenta y ocho horas no se considera una desaparición –sonrió, consiguiendo arrancarle una carcajada.

  Al llegar al hotel, Enrique los estaba esperando, dando vueltas por el vestíbulo como un león enjaulado.

  -Ya iba siendo hora –protestó nada más verlos entrar.-Empezaba a estar preocupado.

  -Lo siento –se disculpó Mariah.-Tuvimos que esperar a que la tormenta amainase un poco.

  -Pero estáis bien, ¿no?

  -Sí, ¿no nos ves? De todos modos, ¿a qué viene tanta impaciencia?-inquirió Oliver.

  -Nos han llamado los organizadores de la exposición, quieren que vayamos a ver el museo y cómo va a estar todo colocado. Para que conozcamos el espacio y nos sintamos más cómodos el día de la exposición. Además, creo que van a estar algunos de los empresarios que han invertido en la reforma. Es una buena ocasión para darnos a conocer entre gente importante –sonrió.

  A la chica se le escapó un gritito emocionado.

  -¿Cuándo vamos?

  -Vienen a buscarnos en una hora.

  -¡Pues voy a cambiarme! –prácticamente echó a correr hacia los ascensores.

  Abrió las puertas del armario de par en par y sacó varias perchas, indecisa. Se recolocó un mechó de pelo por detrás de la oreja y se dio cuenta de que aún estaba húmedo. Fue al baño para comprobar su aspecto. Afortunadamente aquella mañana apenas había utilizado maquillaje, y no le llevaría mucho retocarlo, pero su pelo era otra historia.

  Después de desenredarlo y alisarlo, tuvo que darse prisa en escoger su ropa. Optó por un largo jersey verde hoja, unos pantalones marrones, elegantes y calentitos, y un cinturón ancho que ceñía la cintura, por encima del suéter, a juego con un colgante hecho de piezas ambarinas. En un tiempo récord volvió a perfilarse los ojos, se aplicó una fina capa de pintalabios, recogió su bolso y su abrigo y volvió a toda prisa al recibidor del hotel.

  -Ya estoy –anunció casi sin aliento al llegar junto a Oliver. Miró a su alrededor y preguntó:-¿Y Enrique?

  -¿Sabes que siempre digo que tarda en arreglarse más que la mayoría de las mujeres?

  -Sí…

  -Pues eso –sonrió.

  Mariah hinchó los mofletes, disconforme.

  -Si sabía que iban a venir a buscarnos podría haberse preparado.

  -Recuerda que hablamos de Enrique. Para eso hace falta cierto grado de previsión y responsabilidad.

  La chica se rio con él. Por alguna razón le resultaba divertido bromear con Oliver a costa de su novio. En cambio, estando con Ray, ella siempre era la primera en salir en su defensa. Claro que a Ray lo conocía desde que eran críos, sabía perfectamente los motivos que había detrás de cada comportamiento suyo, y tenía asumido tanto sus virtudes como sus defectos.

  Enrique apareció unos diez minutos después de que hubiesen llegado a buscarlos. Subieron a un pequeño autobús junto con otros siete chicos de aproximadamente su misma edad.

  El museo no estaba muy lejos, pero el mal tiempo hacía que el tráfico fuese exasperantemente lento. Mariah se obligó a arrellanarse en su asiento y analizar el paisaje urbano por el que transitaban para no desquiciarse. Era un hábito que le había inculcado uno de sus profesores. La mayoría de sus alumnos lo detestaban, porque era muy puntilloso con los detalles, no limitándose a valorar la obra en su conjunto, y con sus incisivos ojos oscuros, su nariz curvada y su tendencia a pasearse por el aula escrutando a sus pupilos recordaba más a un ave rapaz diseccionando a su presa con la mirada que a un profesor.

  La pelirrosa no era una excepción, al menos en un principio. El señor Feng era desesperante. Después de dos meses se plantó en su despacho hecha una furia –lo hubiese hecho mucho antes, pero Ray solía conseguir que su sensatez se impusiese-, protestando por una dura crítica que había hecho a la que ella consideraba su mejor obra.

  -¿Me presenta un cuadro a medias y tiene el valor de venir a reclamar?-le había dicho él.

  -¿Qué quiere decir con “a medias”?-inquirió ella, con el mismo humor que un gato al que intentan meter en una bañera.

  -Conozco esta calle porque voy por ella a diario. No ha pintado ninguno de los cables telefónicos que la cruzan, en su cuadro las casas parecen nuevas, cuando en realidad casi todas tienen desconchones y zonas en que la pintura está desvaída. Tampoco se ha fijado en las campanillas que cuelgan de la puerta de esa tienda y que tintinean con la brisa, y la chica que ha tomado como figura central… está claro que es una invención suya, o que la vio en otro sitio, porque la iluminación del rostro no concuerda con la del escenario, y su cabello se mueve mientras este mantel permanece estático.

  Mariah enrojeció, como si la hubiesen pillado en falta.

  -Señorita Wong –dijo él con más suavidad-, los detalles son los que dan realismo al cuadro. Es la diferencia que hay entre una fotografía desenfocada y estar en ese lugar. Hay detalles más importantes que otros, pero el único modo de acercarse a la perfección es tenerlos en cuenta.

  -Con todos mis respetos, no todos los artistas intentan plasmar la realidad. Algunos hacen su propia interpretación del mundo.

  Aquello pareció divertirle, porque sonrió ampliamente.

  -Con todos mis respetos, antes de intentar hacer las cosas a su manera tendrá que demostrar que sabe lo que se hace, ¿o cree que cualquiera puede iniciar una corriente artística?

  -No, pero…

  -Tiene que demostrar que hace las cosas porque quiere, y no porque no sepa hacerlas de otra forma. Cuando tenga la habilidad y la experiencia suficientes estará en condiciones de separar lo importante de lo superfluo y de decidir su propio estilo. De momento… tiene que presentarme un nuevo trabajo si no quiere suspender.

  Le había recomendado anotar mentalmente los detalles más destacables de su entorno, los que le diesen más vida. Un nido de pájaros bajo un alféizar, una cortina asomando por una ventana abierta, una planta creciendo en una grieta… Había muchas cosas que daban vida a un lugar.

  Sin embargo, no había acabado de comprender las palabras del profesor hasta conocer a Oliver Boulanger. Al principio le había repelido un poco, porque a pesar de tener un estilo particular, lleno de figuras abstractas, siempre parecía contar con la aprobación del señor Feng. Pero al hacerse amiga de Enrique tuvo ocasión de conocerlo mejor… y de ver sus esbozos. Estaban llenos de minuciosos detalles que luego iba seleccionando y adaptando a su gusto. Lo cierto es que había aprendido mucho de él.

  En cuanto quiso darse cuenta llegaron a una avenida llena de árboles que acababa en una plaza, con los senderos también bordeados por árboles, frente a un enorme edificio de mármol blanco. Aquel era el museo. Al bajar del autocar y acercarse le sorprendió comprobar que la fachada imitaba el estilo de un templo griego. Era curioso ver allí aquel tipo de estructura, nacida en climas mucho más cálidos.

  El propio director del museo les dio la bienvenida, a ellos y a quienes habían invertido su capital en la reforma, y sería quien les guiase.

  Enrique le cogió la mano, tan emocionado como ella, y entraron en el luminoso edificio, gracias a sus techos de cristal.

***

  Acababan de marcharse Mariah y su amigo de pelo verde y ya estaban llamando de nuevo a su puerta. Con gesto de fastidio recorrió el corto pasillo y abrió. Su expresión cambió totalmente, primero a la sorpresa y luego a la preocupación.

  -Max, ¿ha pasado algo?

  -Yo… Kai, necesito ayuda… -la voz se le quebró y dos lagrimones rodaron por sus mejillas.

  El bicolor se quedó petrificado un instante, descolocado. Tras unos segundos le hizo pasar y sentarse en el sofá.

  -¿Quieres… tomar algo?

  -No… no, gracias… No creo que pueda tragar nada…

  Esperó unos minutos a que se calmase antes de seguir la conversación.

  -¿Has hablado ya con Granger?

  -No he sido capaz… -murmujeó con la cabeza gacha, sin ser capaz de despegar la mirada de sus manos. Tragó saliva con cierta dificultad.-Esto va a salir mal, no tenía que haber hecho nada, ¡somos buenos am-migos! –se le quebró la voz.

  -Max… -lo llamó con suavidad. No continuó hasta que el rubio alzó la vista hacia él-, ¿por qué has venido a hablar conmigo?

  -Pensé… no sé… que entenderías la situación –sorbió por la nariz y se secó un poco las lágrimas.

  -¿Por qué mi relación con Ray también es complicada?-Max esbozó una sonrisa amarga.-Si lo único que necesitas es que te convenza para que hagas lo que, en el fondo, quieres hacer, es que tienes las cosas bastante claras –señaló, no sin cierta diversión.

  El estadounidense desvió la mirada, ruborizado.

  -Somos cada uno de una punta del planeta –murmuró.

  -Bueno, hay unos inventos para eso, creo que los conoces, el avión e Internet. Ayudan bastante, hasta que decidáis quién se muda adónde.

  -¡Pero qué dices! –ahora estaba rojo hasta las orejas.-Ni siquiera estamos juntos, ¡ni siquiera sé si podemos estar juntos!

  -Bueno, lleváis más de un año conviviendo y no os habéis matado, así que ahí no está el problema.

  -Las cosas cambian en una relación.

  Kai se echó hacia atrás hasta apoyar la espalda en el respaldo. Respiró hondo, pensativo.

  -Yo no tengo mucha idea de estas cosas… pero en mi opinión el problema es intentar cambiar lo que no gusta de la otra persona. Como amigos –continuó-, la gente no da demasiada importancia a los pequeños defectos, y luego al convivir con ellos a diario resulta que no son tan pequeños.

  -¿Y la conclusión es…?

  -Como dije, ahora mismo vivís juntos y os soportáis. Si te decides a dar el paso sólo recuerda que hay que poner de parte de ambos y ser razonables.

  -Pero en algunas cosas somos demasiado diferentes.

  -¿Y? También habrá cosas de él que te gusten que no tengáis en común.

  El rubio sonrió.

  -Es bueno que seáis distintos. Él es el tipo de persona que puede ayudarte a ver la vida de forma más despreocupada, y tú le ayudas a mantener los pies en la tierra.

  Max sonrió con cierta ternura.

  -¿Qué es lo que más te gusta de Ray?

  -Es dulce, amable, alegre, valiente, se preocupa por todos… Me gusta tal y como es -se encogió de hombros.-Me gusta por ser él.

  A pesar de eso, el estadounidense no parecía del todo convencido. Kai creyó adivinar por qué.

  -Las relaciones a distancia no son lo más fácil del mundo –admitió el ruso.

  -Tengo miedo, la verdad. ¿Qué pasa cuando estemos lejos? No somos vecinos, precisamente.

  -Yo diría que es lo suyo en estos casos.

  -¿Tú también tienes miedo? Pero si se os ve tan bien…

  Kai dejó escapar una carcajada.

  -Ray tiene toda su vida en China, y veo complicado que su familia me acepte fácilmente. Cuando vuelva, la cosa va a ser difícil. Y eso sin considerar lo que mi abuelo pueda intentar… -añadió, más bien para sí.

  -Y aún así estás con él…

  -Merece la pena. Ya sean unos meses o el resto de nuestras vidas, mientras estar juntos nos haga felices compensa el esfuerzo.

  -Pero…

  -Si Ray decidiese dejarme estaría en todo su derecho y tendría que aceptarlo. El caso es disfrutarlo mientras dure. Veniros a estudiar a Moscú también fue una decisión arriesgada, y sin embargo aquí estáis.

  -Bueno, eso es verdad. Supongo que debería preocuparme menos y disfrutar un poco más del presente.

  Kai sonrió aprobadoramente.

  A pesar de que había resuelto buena parte de sus conflictos, Max se removió nervioso, o tal vez un poco impaciente por preguntar algo, sin saber cómo.

  -Sólo suéltalo –lo azuzó el bicolor.

  -He visto… a una chica de pelo rosa saliendo del edificio. ¿Era…?

  -La ex de Ray, sí. Ha estado aquí.

  -¿¡Qué!?-prácticamente saltó del asiento.

  -Vio la foto que tengo con Ray, pero ha supuesto que simplemente somos amigos –esbozó una media sonrisa.-Dudo que jamás hubiese adivinado lo nuestro.

  -Pero, ¿cómo es que ha venido aquí?

  -Los encontré a ella y al su amigo refugiándose de la tormenta en la entrada de un edificio, y no me pareció correcto dejarlos morir de hipotermia.

  -Tuvieron suerte. Pero, ¿tú qué hacías fuera?

  -Salí a correr. Cuando los vi estaba volviendo para casa porque el tiempo empeoró mucho.

  El rubio negó con la cabeza.

  -Esta tarde se lo diré a Ray, así que no hace falta que le cuentes nada. Ahora piensa en arreglar lo tuyo con Tyson. Su principal virtud no es la paciencia.

  Lo acompañó hasta la salida.

  -Entonces, ¿vendrás esta tarde?

  -Hmm –asintió.

  -Bien, pues hasta luego.

  -Nos vemos.

***

  Se sintió un poco culpable al abrir la puerta y percibir el olor a comida. Al final había dejado a Tyson haciendo casi todo, y Ray ya estaba poniendo la mesa.

  -Hola, chicos –saludó.

  -Hola –le sonrió el pelinegro.

  -¡Max! –exclamó Tyson.-Has tardado un montón, ¿se puede saber adónde has ido?

  -Lo siento, necesitaba pensar.

  -¿Te encuentras bien?-le puso una mano en el hombro.

  Ray se tensó un poco, temiendo la reacción del rubio, pero, para su sorpresa, sonrió y abrazó a Tyson. El japonés se sonrojó, pero pasada la sorpresa correspondió al gesto.

  -Vaya, y yo que pensaba que me estabas evitando después de lo de ayer… -comentó.

  -Bueno… -admitió-, tenía algunas dudas. Tú y yo somos bastante distintos para algunas cosas, y además el resto del año vivimos muy lejos… pero aún así me gustaría intentarlo. Si tú quieres.

  -Pues claro que quiero –sonrió ampliamente, aliviado. Aquella noche la había pasado prácticamente en vela, y cuando Max prácticamente había huido de su compañía aquel día le había costado mantener el tipo delante de Ray. Además, la reticencia del chino a hablar del tema le había llevado a temerse lo peor.-Te quiero –dijo, y lo besó con suavidad.

  -Enhorabuena, chicos –les dijo Ray cuando consideró que podía interrumpirlos.

  -Gracias –sonrió el rubio. Pensó en decirle que Kai se pasaría por allí a la tarde, pero luego se le ocurrió que a Tyson podría molestarle que hubiese hablado de sus dudas con el ruso antes que con él.

***

  Pasaron a una sala más pequeña que las anteriores, y en la que no había ningún cuadro o escultura. El director del museo se plantó en el centro de la sala e hizo un gesto amplio con los brazos.

  -Por último, nos gustaría proponeros un pequeño reto para finalizar la exposición –dejó que la intriga calase en los diez jóvenes.-Nos gustaría que hicieseis una obra acerca de Rusia, o de Moscú, de algo que os haya gustado o que os haya llamado la atención. Sé que es día cuatro y que apenas tenéis tres días antes de la reapertura, pero me pareció que sería interesante, un buen modo de poner a prueba vuestras habilidades, y de comprobar cuál es vuestra visión de este lugar.

  Era una locura. ¿Un cuadro decente en menos de tres días? Y, sin embargo, Mariah no pudo dejar de notar la emoción latiendo en su pecho. Tenía la mejor oportunidad para demostrar de lo que era capaz.

  Enseguida acudió a su mente la imagen que deseaba pintar. La fría sobriedad rota por un gélido azote de rabia. Una figura salvaje y serena surgiendo de la rugiente tempestad. Unos ojos candentes en un rostro pálido como la nieve.

  A su lado, Enrique emitió un leve bufido.

  -Menuda locura.

  -Vamos, puede ser divertido –dijo Oliver.

  -No llevamos un día aquí, ¿qué impresión voy a tener de este lugar?

  -Deberías ir a dar una vuelta por la ciudad –intervino la pelirrosa.

  -¿Crees que esa es la solución?

  -Te sorprenderías –sonrió, con cierto aire soñador. Le dio un apretón cariñoso en el brazo.-Desde luego encerrándote en la habitación del hotel no vas a conseguir gran cosa.

  -¿Significa eso que ya sabes qué pintar?

  -Bueno… tengo alguna una idea.

Notas finales:

¿Sería mucho pedir alguna crítica?


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