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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

¡POR FINNN! Creí que nunca lo acabaría TwT

¡Hey! ¿Quién hubiera dicho que las cosas se podían torcer más en mi vida? Eeeen fin... Aprovecho para deciros (a los que aún sigáis aquí) que ahora tengo Twitter, así que me podéis buscar (si os apetece) como @LeticiaGoimil con la vnetaja de que, si no pasáis mucho tiempo en Amor Yaoi, allí avisaré de las actualizaciones y así no tenéis que estar siempre mirando si actualicé aquí o no; y pondré alguna que otra cosa interesante -como fotografías de lugares que describo y tal-. Y por supuesto me podéis dejar comentarios allí también.

Pueeees... nada, disfrutad del capítulo, no os hago esperar más.

  Cuando llamó a la puerta, no fue Ray quien le abrió. Se preparó para los malos humos que siempre se le ponían al japonés al verlo pero, por una vez, Tyson mantuvo una sonrisa bobalicona en el rostro.


  -Hombre, tú por aquí –lo saludó.-¡Ray! –llamó.


  -Vaya, qué buen ambiente –murmuró el bicolor cuando el chino acudió a abrazarlo.-Imagino que ya se han reconciliado.


  -Sí, al final todo ha ido bien –dijo, señalando sobre su hombro a la feliz pareja que tonteaba en el sofá.-¿Y tú qué tal estás?


  -Ha sido una mañana… interesante –el pelinegro ladeó la cabeza, intrigado.-Precisamente venía a contártelo.


  -Pues pasa, estás en tu casa. Y dime, ¿qué es eso tan interesante?-preguntó mientras se sentaban en la mesa del comedor. Max se volvió un segundo, en parte para saludar al ruso, pero también para seguir su conversación.


  -He conocido a Mariah –soltó, directo al grano. Ray abrió los ojos al máximo.-Los encontré a ella y a un amigo suyo, un tal Oliver, un poco perdidos en mitad de la tormenta, y me los llevé a casa hasta que amainó un poco.


  El oriental abrió la boca, pero al poco la volvió a cerrar, enmudecido.


  -Vio la fotografía que me regalaste en Navidad.


  -Pero… ¿ella sabe que tú y yo…?


  -No –esbozó con cierta sorna.-Sólo pensó que eras un poco cursi.


  Tyson dejó escapar una risita por lo bajo. El pelinegro lo miró un segundo, pero no le reprochó que estuviese escuchando. Si la conversación hubiese sido privada se habrían ido a su habitación.


  -Bueno, y… -tamborileó con los dedos sobre la mesa-, ¿qué te ha parecido?


  -De entrada no está mal, aunque…


  -¿Sí?


  Negó con la cabeza.


  -Nada, cosas mías.


  Ray no insistió más, aunque daba mucha importancia a las observaciones de Kai. Sabía que lo mejor era dejar que contase lo que le pareciese y cuando mejor le pareciese.


  -¿Quieres tomar algo? Iba a hacer un té.


***


  Y otra vez allí. Subió con rapidez las escaleras. Dos chicos estaban entrando, y por suerte la vieron y le sostuvieron la puerta.


  -Muchas gracias –dijo en inglés.


  Los dos eran bastante más altos que ella. Uno, el más alto y fornido, tenía el pelo gris, y los ojos tan claros que era difícil discernir su color. El otro era más delgado, pelirrojo, con ojos azules y facciones más suaves.


  Mariah miró a su alrededor.


  -El ascensor está ahí –señaló el pelirrojo.


  -Ah, gracias –subió con ellos.-¿A qué piso vais?


  -Al cuarto.


  Era el mismo al que iba ella. Pulsó el botón correspondiente. Miró al de ojos azules de reojo, y descubrió que él también la observaba, meditabundo. Estaba completamente segura de que no lo había visto jamás… pero tenía algo que le sonaba.


  Las puertas se abrieron. Ellos fueron directos hacia la derecha. Ella miró las letras que había en cada una y fue también hacia la derecha. Se quedó parada un momento al ver que iban a llamar adonde, según le había dicho Lee, vivía Ray. El pelirrojo pareció notar su mirada, porque dejó la mano en el aire, sin llegar a tocar el timbre, y giró la cabeza hacia ella. Una sonrisa afilada, con cierto tinte lobuno, se abrió paso por su piel de porcelana.


  -¿Maya? Ah, no –se corrigió.-¿Cómo era? Mari, Mara… -miró al otro chico, que no parecía saber de qué hablaba.


  -Mariah –dijo la pelirrosa, que acababa de reconocer aquella voz burlesca.-Oh, no…


  El chico llamó por fin al timbre.


  -Puedes acercarte, no muerdo. Bryan tampoco –señaló al de pelo gris con un gesto.


  La joven avanzó unos pasos, con desconfianza. No le gustaba nada la sonrisa de… Yuri, sí, así se llamaba. Afortunadamente, enseguida abrieron la puerta.


  -Hmm, hola… -saludó un chico de rasgos asiáticos, con el oscuro cabello recogido en una coleta baja.


  -¿Tú eres Tyson?-él asintió.-Hola, yo soy Yuri.


  -¡Ah! Ray nos ha hablado de ti… Tú debes de ser Bryan –extendió la mano al otro ruso, que se la estrechó con una leve sonrisa.-¿Y tú…?-dijo, fijándose en la chica.


  Mariah se había quedado callada, un poco desorientada. El oriental los había saludado en un idioma que no conocía, seguramente ruso, y el pelirrojo le había respondido en la misma lengua, así que no se había enterado de nada.


  -¿Quién es?-inquirió una voz desde dentro. La pelirrosa tampoco entendió las palabras, pero sí reconoció la voz. Sonrió ampliamente cuando el pelinegro se asomó.


  -¡Ray! –exclamó.


  El chino parpadeó un par de veces, sorprendido.


  -Hola, ¿qué haces aquí?


  -Quería hablar contigo y… bueno, también quería pedirte un favor.


  -Ejem… -el pelirrojo carraspeó, haciendo que Ray se fijase en él.


  -¡Yuri, Bryan! ¿Qué tal?


  A Mariah le molestó un poco que saludase a aquellos rusos con más efusividad que a ella. Al menos ahora la conversación discurría en inglés, por deferencia hacia ella.


  -Nos sentíamos un poco abandonados –dijo Yuri haciendo un puchero.


  -Si ayer fuimos a tomar un café –le recordó.


  -¿Cuándo?-preguntó el japonés.


  -Mientras Max y tú organizabais la Tercera Guerra Mundial –repuso, con apenas un ligero tono de reproche.


  -Ya, pero no es igual de divertido recorrer la ciudad si no puedo meterme con Hiwatari –habló Bryan por primera vez.


  Tyson disimuló como pudo una carcajada. Ray simplemente negó con la cabeza.


  -Anda, pasad –los hizo pasar al salón.-Mariah, creo que ya conoces a Kai –ella saludó con la mano al bicolor, que procuraba disimular el agobio que estaba empezando a sentir.-Tyson, Yuri, Bryan… -los fue señalando-, y él es Max –señaló al rubio.-Bueno, a vosotros ya os he hablado de Mariah. Ahm… -se volvió hacia la chica.-Creo que querías pedirme algo.


  -Bueno, sí, pero… -miró al bicolor.-Verás, en realidad quería pedirte algo a ti.


  -A… ¿a mí?


  No era algo común en él titubear, pero aquella situación era demasiado extraña.


  -Me gustaría… pintarte en un cuadro.


***


  No había podido.


  Se pasó las manos por el pelo, frustrado, y pateó una lata que alguien había dejado tirada en la acera, casi enterrada en la nieve. Avanzó unos pasos más, hasta donde la había mandado, y le dio otra patada. Y otra vez. Y otra. Siguió con aquel pequeño juego, sin preguntarse hacia dónde se dirigía. Simplemente quería no pensar.


  Pero no funcionaba.


  Tenía que habérselo dicho de una buena vez. <<Kai es mi novio>> dijo mentalmente. <<Kai es mi novio, Kai es mi novio, Kaiesminovio>> siguió repitiendo, cada vez más rápido, hasta que aquellas cuatro palabras se juntaron en una. Cuatro simples palabras que no había sido capaz de pronunciar.


  El bicolor no había dicho nada al respecto, ni siquiera había parecido ofendido o disgustado en modo alguno. Aunque probablemente seguía un poco descolocado por la petición de Mariah. De todos modos, sentía que le había fallado en algo tan importante… Es decir, Kai se lo había contado a su familia sin ningún problema –su único temor había sido la seguridad del propio Ray-, y él no podía decírselo a su ex.


  Algo tenía que estar mal dentro de su cabeza si era capaz de casi dejarse matar por él y, sin embargo, se acobardaba ante semejante nimiedad. ¿Desde cuándo le importaba lo que pudiesen decir de él por estar con Kai?


  Se paró en mitad de la calle, inspiró profundamente y luego soltó el aire lentamente. Miró a su alrededor, tratando de ubicarse, y trazó mentalmente una ruta para volver a su punto de partida.


  Sabía que Mariah no encajaría del todo bien el que estuviese con un hombre, pero aún así... Todo el mundo, incluso él mismo, lo había asumido con tal facilidad –bueno, tal vez exceptuando a su madre, y seguramente otros miembros de su familia-, que casi había olvidado que seguía estando mal visto por algunas personas.


  ¿Cómo estaba tan seguro, pues, de que a su amiga le supondría un problema, siendo como era tan poco tradicional? Simplemente por el modo en que había reaccionado ante Max y Tyson. Los dos chicos se habían acomodado en el sofá, abrazados, dándose algún que otro beso o caricia. Mariah no había puesto el grito en el cielo ni nada por el estilo, pero Ray la conocía bien, y no se le había escapado lo tenso de su expresión al fijarse en ellos. Se sentía incómoda.


  Las intrincadas calles que había elegido para deambular desembocaron finalmente en la amplia avenida que llevaba al parque Gorky –los habitantes de la ciudad se referían a él como parque de la Cultura-, a orillas del río Moscova. Mariah había elegido aquel lugar como fondo de su cuadro. Concretamente su bella entrada, una construcción rectangular, blanca, compuesta por enormes columnas sosteniendo la parte superior, con verjas pintadas en negro y dorado. A ambos lados se alzaban dos edificios más bajos, anexos al parque, construidos con la misma piedra y con tallas decorativas idénticas a las de la entrada.


  En aquella época del año, los senderos y la laguna del parque se transformaban en una inmensa pista de patinaje, mientras que en verano se abrían multitud de atracciones. A Ray le hubiese gustado dar una vuelta por el lugar… pero lo de patinar no era su fuerte.


  Frente a la entrada estaba el Árbol de Año Nuevo, compuesto por grandes esferas de luz de diversos tamaños, apilados alrededor de un mástil de forma que su perfil recordaba a un abeto. La propia entrada estaba adornada con multitud de luces. Aún era pronto para que las encendiesen, pero podía imaginarse la bella estampa nocturna de aquel lugar.


  Justamente allí, cerca del árbol, Kai permanecía erguido, de perfil, con el rostro ligeramente vuelto hacia donde se encontraban Mariah, Yuri y Bryan… y aquel chico de cabello verde, que debía de haber llegado mientras él estaba de paseo, cuyo nombre no record... ¡Oliver! ¿Qué estaría haciendo allí? Bueno, sinceramente, mejor él que Enrique.


  -…Y entonces los guardas se dedicaban a asustar a… -estaba explicando Yuri al joven peliverde, que escuchaba atentamente.


  -Hey, Ray –lo saludó Bryan al verlo acercarse, haciendo que los otros interrumpiesen su charla.


  Oliver se giró hacia él, y vio que cargaba con un lienzo y un atril, además de con una bandolera en la que seguramente guardaba sus pinturas, pinceles y demás.


  -Hola, Ray –le tendió como pudo una mano, y el chino se la estrechó.


  -Oliver –asintió.-¿Buscando un sitio para pintar?


  -Sí, precisamente… eh… -miró al pelirrojo-, Yuri –recordó el nombre-, me estaba contando una historia muy interesante sobre uno de los jardines del parque, y creo que voy a pintar eso mismo.


  -¿Cuál es esa historia?


  -Pues verás –intervino Yuri, retomando el hilo de lo que estaba contando antes-, existe la leyenda de que, en el siglo dieciocho uno de los fundadores del jardín Neskuchni, representante de la dinastía de comerciantes Demidov, contrató guardias especiales para proteger sus singulares plantas. Untados de tiza, simulando ser estatuas del parque, los guardias permanecían todo el día de pie sobre pedestales. Sin embargo, si alguno de los visitantes se comportaba inadecuadamente, la escultura “revivía”. A veces, las “esculturas” asustaban a los transeúntes simplemente por malicia. Los rumores de las esculturas vivientes no tardaron en propagarse por Moscú, y al jardín de Demidov le dieron el nombre de “Neskuchni”, es decir, “alegre”.


  >>Actualmente, las plantas y árboles han crecido tanto que parece más un bosque, y muchas de las construcciones ya no son más que ruinas, pero sigue siendo un lugar muy popular.


  -Caray, nunca había oído nada parecido –dijo Ray.-¿Y vas a pintar las estatuas vivientes?


  -Algo así. Voy a dar una vuelta por ese jardín, a ver si se me ocurre algo.


  -¿No necesitas ayuda para cargar con todo eso?


  -Descuida, estoy en mejor forma de lo que parece –sonrió ampliamente.


  Yuri le dio algunas explicaciones sobre cómo llegar al jardín, y se despidieron del joven francés, que antes de irse se acercó un momento a Mariah.


  -Recuerda: haz que mire hacia ti.


  Ella asintió, distraídamente. No tenía un lienzo, como Oliver, sino una de aquellas tabletas electrónicas, en la que estaba haciendo un esbozo rápido, aunque bastante preciso, de las formas y colores.


  Ray se acercó silenciosamente para echar un vistazo por encima de su hombro. La chica no se habría dado cuenta de su presencia de no ser porque Kai hizo una mueca divertida. Miró a su lado, extrañada, y se sobresaltó al encontrarse a Ray tan cerca.


  -¡No hagas eso! –exclamó, a lo que el pelinegro respondió con una sonrisilla maliciosa.


  -¿A qué te refieres?-preguntó con fingida inocencia.


  -No te acerques de esa forma tan sigilosa.


  -Dudo que te dieses cuenta aunque me acercase tocando unos platillos. No es mi culpa que te abstraigas tanto.


  -Hmm –frunció los labios, pero el oriental sabía que no estaba realmente enfadada.


  Repasó los trazos de la pelirrosa sobre la pantalla. Había hecho las formas básicas del fondo –seguramente tomaría una fotografía del lugar para plasmarlo sobre el lienzo- y se había centrado en detallar a Kai. Había copiado perfectamente su porte elegante, ligeramente altivo. Al estar de perfil, sólo se veía su ojo derecho, una nota de rojo intenso en un escenario blanco y gris que observaba intensamente al espectador. Oliver tenía razón: si hubiese estado mirando hacia otro lado, aquella mirada de fuego habría perdido gran parte de su fuerza, pudiendo parecer soñadora, o incluso melancólica.


  En el dibujo, una ráfaga de viento movía su abrigo, sus cabellos, y hacía ondear su bufanda. En aquel momento estaba llenando el aire de manchones blancos, como si el bicolor estuviese en medio de una fuerte nevada.


  -Deberías oscurecer el fondo, y difuminarlo un poco –señaló.-En las ventiscas hay mucha menos luz.


  -Hmm –Mariah tocó en varios sitios, y las capas del fondo perdieron nitidez.-Igual con un poco más de contraste –murmuró para sí.


  Pasaron varios minutos más antes de que Mariah se diese por satisfecha. Bryan y Yuri se había unido también a espiar el trabajo de la chica, pero ella no pareció darse cuenta, o tal vez sí pero no le importaba.


  Kai posaba tranquilamente, sin protestar por llevar demasiado tiempo en la misma postura, y a Ray se le ocurrió que podría haber sido una de aquellas estatuas vivientes de las que antes hablaba Yuri.


  -Ya está –anunció entonces la pelirrosa.-Muchas gracias, Kai –sonrió al joven ruso, que estiraba los brazos para desentumecerse.


  -Bien, ¿queréis ir a algún lado?-propuso Ray.


  -Yo tengo que irme ya –se disculpó Mariah.-Tengo mucho que hacer, así que… -se encogió de hombros.-Nos veremos en la exposición.


  -Ah, vale, eh… -Ray quería hablar con ella a solas un segundo y acabar de una vez con todo el asunto de “Kai-es-mi-novio”, pero la chica no le dio tiempo a decir nada.


  -Gracias por todo, ¡adiós! –se marchó prácticamente corriendo, dejándole con la palabra en la boca.


  -Maldición –gruñó.


  -No te preocupes por eso –lo tranquilizó el bicolor. A Ray le llamó la atención lo poco que le sorprendía a aquellas alturas la habilidad de Kai para leer su mente.


  -Quería decírselo de una buena vez…


  -¿El qué?-inquirió Bryan, un poco perdido.


  -Que Ray y yo estamos juntos –repuso Kai.


  -¿Y por qué decírselo?-preguntó Yuri.-Es tu ex, no tu madre, no tienes por qué darle explicaciones.


  El pelinegro abrió la boca para contestar, pero se dio cuenta de que tenía buena parte de razón. ¿Por qué tenía que ir corriendo a contárselo? Él no estaba haciendo nada malo, no tenía sentido estar tan angustiado. Sonrió.


  -Me gustaría ver ese jardín encantado del que hablabas.


***


  Ruinas y más ruinas. Maleza. Nieve. En aquel sitio, uno podía creer en los cuentos de fantasmas. De hecho, no le habría extrañado mucho ver un espectro atravesar alguna de las paredes que quedaban en pie.


  A pesar de su aspecto de niño mimado, Oliver disfrutaba paseando por lugares como aquel, imaginando las historias que podrían haber tenido lugar. Las construcciones de sólida piedra cubiertas por musgo y enredaderas le transmitían cierta paz. Otra persona quizás habría sentido pena por la decadencia que llegaba con el paso del tiempo, que avanzaba inexorable y pasaba factura a todos por igual. Pero él lo veía de otro modo: Oliver buscaba las historias, lo que realmente hacía especiales aquellos lugares y que perduraba a pesar de que no quedasen más que piedras desgastadas y una maraña de plantas.


  Llevaba horas allí. Lo sabía por cómo iba cambiando la luz, porque él no estaba en absoluto cansado. Había encontrado un rincón solitario, al pie de unas escaleras que ya no conducían a ninguna parte, pues la hiedra había crecido hasta bloquear el camino que había en lo alto. A su alrededor había bancos y pedestales. Sobre algunos de éstos había estatuas en distintos grados de deterioro, pero otros estaban vacíos. Seguramente en aquellos se habrían apostado los guardias disfrazados.


  En el lado opuesto a la escalinata quedaban dos paredes de un edificio, la frontal, con una verja de hierro forjado, y una de las laterales.


  Ya había terminado de hacer las formas básicas de la escena. Justo a tiempo para el ocaso. Empezó a limpiar y guardar sus útiles de pintura mientras la luz se iba tiñendo de rojo. Quería pintar aquella iluminación, porque a su modo de ver daba un toque misterioso, casi… mágico. Inspiró hondo, esperando a que la luz fuese la adecuada y extrajo una pequeña cámara de fotos y una libreta de la bandolera, que reposaba a sus pies. Hizo varias fotografías, algunas generales, otras de detalles más concretos –el brillo del sol en las hojas, las tallas de las piedras…- y luego procedió a tomar algunas anotaciones en la libreta con el mismo lápiz que había utilizado para hacer el esbozo.


  Aquel trabajo –anotar las ideas que se le iban ocurriendo, las sensaciones que tenía y que quería transmitir- era sumamente importante. La inspiración que tenía en aquel momento podía no volver a presentarse, y necesitaría aquellos apuntes para seguir con lo que quería hacer.


  Se quedó sentado en el mismo banco una vez terminó, garabateando algunas cosas, puesto que tenía que esperar a que se secase la pintura. La pintura al óleo tardaba mucho en secarse, según la calidad y la cantidad de pintura empleada podían ser meses. Pero, por supuesto, existían modos de acelerar el proceso. Como añadir a las pinturas aceite de lino y secante de cobalto, o trementina.


  Dibujó libremente, llenando una página tras otra de líneas de grafito, algunas sin sentido aparente. En un momento dado se encontró sonriendo estúpidamente al tiempo que esbozaba una curva, que no representaba otra cosa que una sonrisa. Siguió construyendo una imagen a partir de aquel sencillo trazo, y al poco aparecieron unos ojos y un largo cabello. Se detuvo al oír el eco de una risa a sus espaldas. Allí el sendero trazaba una curva entre los árboles, por lo que no se podía ver más allá.


  No sabía muy bien por qué, quizás porque no se había cruzado con mucha gente en aquel lugar, pero le picó la curiosidad, así que cogió su bandolera y fue a echar una ojeada. Resonó una nueva carcajada, y se agazapó tras uno de los árboles. Se fiaba bastante de su instinto, y en ese momento su instinto le gritaba que algo no iba bien.


  Apartó cuidadosamente una rama y escudriñó a través de las hojas. Era un grupo de chicos, de su edad o poco mayores, pero de constitución más fuerte que la suya. Tenían un aire siniestro, y cruzaban sonrisas maliciosas.


  Se acercaban, así que se hundió aún más en la maleza, sin importarle que las zarzas le arañasen la piel. Lamentó haber dejado el cuadro allí, a la vista, pero podría rehacerlo de nuevo si a aquellos tipos les daba por estropearlo. No pensaba volver atrás y exponerse a que le hiciesen daño.


  Como temía, al ver la pintura sobre el caballete el grupo se dirigió hacia allí y escrutaron la zona. Sólo les hubiese faltado olisquear el aire para parecerse aún más a una manada de lobos.


  Uno de ellos derribó el soporte de una patada. Un gemido salió de los labios del peliverde, que se tapó la boca, horrorizado, cuando los cinco muchachos se giraron hacia donde estaba.


  -¡Ahí! –gritó uno.


  Pero Oliver ya se había levantado y echado a correr, deshaciéndose a tirones de las zarzas. Era doloroso, pero lo que le esperaba si se detenía sería mucho peor.


  Afortunadamente, una vez en el sendero, sin obstáculos, era más rápido que sus perseguidores. Pero no estaría a salvo hasta llegar a una zona concurrida.


  Se le hizo eterno, y para su desgracia ellos no desistían. Llegó a una placita alrededor de una fuente, pero no vio a nadie. Estaba seguro de que antes había visto gente allí, pero ahora estaba desierta.


  -Merde –masculló.


  Sin tiempo para pensar, tomó el camino a su derecha.


  ¿Por qué no había pedido que le acompañasen? ¿Por qué había tenido que alejarse tanto de la entrada? ¿Por qué…? Se detuvo al doblar una esquina, parpadeando varias veces. ¿Por qué estaban Kai y Ray abrazados de aquella forma y…?


  <<¡Por Dios, reacciona!>> se gritó a sí mismo.


  -¡Kai, Ray! –corrió hacia ellos.


  Los chicos lo miraron, sorprendidos, pero no hicieron ademán de separarse.


  -¿Qué ocurre?-le preguntó el oriental.


  -Unos tipos… Me están… Hay que correr… -explicó como pudo, falto de aliento.


  De todos modos no le hacía falta se más concreto, porque enseguida aparecieron aquellos cinco vándalos. ¿Dónde estaban las estatuas vivientes cuando se las necesitaba?


  En lugar de echar a correr, el bicolor se irguió y dio un paso hacia ellos. Para su sorpresa, el grupo detuvo la carrera hasta detenerse. Uno de ellos se adelantó y miró al ruso, intentando parecer amenazante.


  -¿Crees que puedes con cinco, Hiwatari?-escupió.- Porque esos dos no parece que vayan a servirte de mucho.


  Oliver tragó saliva, pero Ray, que se había puesto a su lado en actitud protectora, entrecerró los ojos y gruñó. El peliverde sabía que Kai era fuerte, había cargado con él como si nada durante un buen trecho, pero no se creía que estuviesen dispuestos a pelear con semejante desventaja. Y aún así, el bicolor esbozó una sonrisa de suficiencia.


  -¿Y por qué no te acercas?-preguntó.-Si de verdad te atrevieses conmigo no perderías el tiempo parloteando.


  Los otros acusaron la puya, pero seguían reticentes a acercarse. Aunque podían cambiar de idea en cualquier momento.


  -¡Eh! ¿Qué pasa aquí?-inquirió a sus espaldas una voz dura y profunda.


  El francés temió que fuesen más amigos de aquellos tipos, pero su corazón dio un vuelco de alegría al reconocer a Bryan, quien había hablado, y a Yuri.


  -Muy oportunos –dijo Kai, sin dejar de taladrar con su mirada a aquellos cinco.


  Su rostro, así como el de los recién llegados, no presagiaba nada bueno. Sólo una palabra y lamentarían haberse cruzado con ellos. Aquellos tipos parecieron captar el mensaje, porque finalmente se retiraron, amedrentados.


  Fue Ray quien rompió el silencio una vez desaparecieron de su vista.


  -¿Estás bien?-le preguntó, pasándole un brazo por los hombros.


  -Sí… -murmujeó, pero se dio cuenta de que estaba temblando.-Tengo que volver a por el lienzo… -recordó.


  -Si nos dices el camino, Bryan y yo iremos por él –dijo Kai. Oliver asintió, agradecido.-Ray, Yuri, esperad con él.


  El oriental lo condujo hasta un banco, donde el peliverde se dejó caer. El asiático se sentó a su lado, mientras que el ruso permaneció de pie, vigilante.


  -Ray –llamó, recordando otra cosa.


  -Dime –repuso, solícito.


  -¿Kai y tú estáis…?-hizo un gesto impreciso con las manos.-Es que antes me pareció…


  -Sí, estamos juntos –dijo, sin vacilar.


  En realidad no lo pensó, las palabras simplemente salieron solas, pero le alivió haberlo dicho por fin. Sostuvo la mirada de aquellos grandes ojos azules con serenidad, y le alegró no encontrar ni rastro de rechazo en ellos.


  -Es un buen tío –sonrió Oliver.-Aunque a veces da miedo –frunció el ceño.-¿De qué conoce a esos…?


  -Todos cometemos errores –fue Yuri quien habló-, y eso incluye a Kai.


  -Hmm… -asintió pensativo.-Mariah no lo sabe, ¿verdad?


  -Quería contárselo, pero no estoy seguro de cómo hacerlo. No le va a gustar –suspiró apesadumbrado.


  -Es verdad que tiene ciertos… prejuicios, pero lo superará. Ella te tiene respeto. Si alguien le puede abrir los ojos al respecto, eres tú.


  Ray esbozó una media sonrisa.


  Kai y Bryan aparecieron al poco, cargando con el cuadro y el caballete. El peliverde se apresuró a evaluar los daños.


  -Le ha caído algo de nieve encima –dijo el bicolor.


  -Por suerte ya estaba casi seco –le restó importancia.-No es nada que no pueda arreglar. Muchas gracias por todo, creí que no salía de esta.


  Kai le sonrió afablemente. Al francés le maravilló cómo ligeros cambios en su rostro transmitían tantas cosas. Sobre todo sus ojos, se dijo, eran de lo más expresivos.


  Caminaron tranquilamente hasta el hotel donde se alojaba, y a Oliver le alivió dejar atrás el jardín, que, con las sombras de la noche, parecía aún más embrujado.

Notas finales:

Graaaaaaaaaaaacias a todos por leer y por soportar mi increíble tardanza. Estoy incluyendo lugares nuevos porque actualmente estoy leyendo Metro 2033 de Dmitry Glukhovsky y eso me hace tomar conciencia de los muchos sitios interesantes que hay en Moscú, a través de lo que hablan sobre la red de metro.


Por si os interesa, en el punto donde Oliver deja de dibujar porque oye una risa, inicialmente los que aparecían eran Ray, Kai, Bryan y Yuri, y también los veía un poco acaramelados y llegaba a la conclusión de que están juntos. Pero al momento de escribirlo se me ocurrió... ¿y si los que esperan al otro lado no son amigos? Así que, como los camorristas llevaban mucho sin aparecer, los puse, y así quedó.


Tal vez algún día haga dibujos de los cuadros, pero de momento no. Si queréis hacerlos vosotr@s, no tengo problema :3


Y hasta aquí por ahora, espero vuestros comentarios.


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