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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Casi me da vergüenza volver por aquí. Pero prometí que no dejaría esto a medias. Y no voy a hacerlo. Ya os conté que había estado teniendo problemas. Estuve mal mucho tiempo, y sin ganas de saber nada del romanticismo y esas cosas. Un estado mental nefasto para escribir una historia como esta. Pero la vida sigue, una aprende a seguir adelante también así que... era hora de volver.


Gracias a quienes habéis estado esperando por esta historia. En adelante las actualizaciones no deberían llevarme tanto.

33. Lo correcto

 

  El amanecer la sorprendió aún pincel en mano, sentada frente al lienzo. Desvió la mirada hacia la ventana, y fue entonces cuando se dio cuenta de la claridad que despuntaba tras los edificios. Cerró los ojos con fuerza y se los frotó. Todo el cansancio cayó sobre ella, hundiéndole los hombros y amenazando con producirle un horrible dolor de cabeza. Había conseguido mantener la concentración durante toda la noche, pero ahora se había evaporado, y no podría retomar su trabajo hasta haber descansado.

  Siempre era así. Podía trabajar durante horas sin darse siquiera cuenta del paso del tiempo y, en un momento dado, al deshacerse aquella especie de trance, ya no podía seguir.

  Dejó sus útiles, cerró las cortinas y se metió en la cama. Nada más apagar la luz tuvo la sensación de que su cuerpo se volvía de plomo. Se encogió sobre sí misma, abrazando la almohada. Le resultaba extraño no tener a nadie al otro lado del colchón, y le producía una cierta tristeza. Le recordaba a cuando había salido de su pueblo y se había mudado a la ciudad para estudiar arte.

  Lo había pasado muy mal al principio, estando lejos de Ray. Nunca le había gustado estar sola, y estaba tan acostumbrada a su presencia... Pero él la había animado, a pesar de que también le era difícil, porque era lo mejor para ella. Él siempre pensaba en lo mejor para su futuro, lo cual era genial… sin embargo, lo que más la había atraído de Enrique era su absoluta despreocupación, su filosofía de ‘vivir el momento’. Era excitante, a su lado el aburrimiento no tenía cabida. Y era lo que Mariah quería en su vida.

  …

  …

  …

  “Today is gonna be the day that they’re gonna throw it back to you...”

  Entreabrió los ojos, muy cansada para sobresaltarse. Instintivamente, puesto que en su estado era incapaz de razonar, supo sin lugar a dudas a quién correspondía la canción que surgía de su teléfono. Era una de las pocas canciones que gustaba a ambos.

  “… I don’t believe that anybody feels the way I do about you now”

  Se planteó no cogerlo, pero al final alargó un brazo, que pesaba como una tonelada, y cogió al aparato.

  -Voy… a matarte… -murmuró con voz pastosa antes de que su interlocutor dijese nada.

  Oyó una cálida risa al otro lado de la línea que conocía muy bien.

  -¿Cómo se te ocurre llamar a estas horas?-ahogó un bostezo.

  -Así que otra noche en vela, ¿eh? Son las diez.

  -¿Cómo?-frunció el ceño. Efectivamente se filtraba bastante luz por los resquicios que dejaban las cortinas.

  -Las diez. ¿A qué hora te acostaste?

  -No estoy segura… No importa, ¿qué querías, Ray?

  -Quería saber cómo estaba Oliver, pero no tengo su número… Supongo que no lo habrás visto.

  -¿Oliver?-¿qué relación tenían Ray y él?-No, ¿por qué, ha pasado algo?

  -Oh, no es nada importante. Ayer tuvo… tuvimos un mal encuentro con unos tipos. Al final no pasó nada, pero quería asegurarme de que seguía bien.

  -Hmm… -suspiró. Se frotó los ojos con cansancio.-Voy a buscarlo, le diré que te llame.

  -No hace falta, Mariah. Es mejor que sigas durmiendo, siento haberte molestado.

  -No seas tonto –masculló, ahogando un bostezo.-Tengo mucho que hacer como para seguir durmiendo. Espera cinco minutos.

  -Gracias –en su voz se adivinaba una sonrisa. Casi podía verla en su mente.

  Colgó.

  Se incorporó con un leve gruñido. Le daba una pereza inmensa ponerse en pie, pero tenía mucho que hacer. Era día cinco. El cuadro debía estar listo para el día siete. Eso no le dejaba mucho margen.

  Por fin se levantó de la cama, se puso las zapatillas y salió de la habitación con el móvil en la mano. Justo antes de cerrar la puerta, se acordó de volver a por la llave. Por el pasillo se cruzó con una pareja de mediana edad. Evitó la mirada altiva y desdeñosa que le lanzaron a causa de su aspecto y aceleró el paso para desaparecer de su vista antes de que se planteasen llamar a la policía. No se había cambiado desde la tarde anterior. Llevaba una holgada camiseta blanca llena de manchas y un viejo pantalón de chándal. En aquel lugar podrían confundirla con una mendiga.

  Llegó a la habitación trescientos cuarenta y uno y llamó un par de veces con los nudillos. Fue Oliver quien le abrió, y Mariah lo odió por estar tan radiante con su ropa de trabajo –una camisa desgastada y vaqueros con pegotes de pintura- y medio despeinado.

  -¿Otra noche en vela?-dijo a modo de saludo.

  -Hmm… -bufó, no dignándose a responder a lo evidente.

  -Deberías estar durmiendo –la hizo pasar.

  -Estaba en ello, pero entonces recibí una llamada –cambió el peso de una pierna a otra y esbozó una sonrisa juguetona.

  -¿Una llamada… interesante?

  -Bastante –miró a Enrique, que dormía plácidamente, ajeno a todo.-Era Ray. Preguntaba por ti –volvió la vista a Oliver.-Parece que sois bastante amigos.

  -Es una persona agradable –repuso con diplomacia mientras cogía su paleta y un pincel.- ¿Qué quería?

  -Saber si estabas bien después de lo de ayer –el francés se giró hacia ella.-¿Estás bien?

  -Sí, sólo… Unos pandilleros se dedicaron a perseguirme. Ray y sus amigos los ahuyentaron.

  -¿Estuvisteis en una pelea?-inquirió, consternada.

  -No, no. Al verlos a ellos se acobardaron. No pasó nada.

  -Bueno. Le he dicho que le llamarías. Te dejo su número –se lo escribió en el bloc de notas del hotel.-Yo me vuelvo a la cama… si es que no me confunden con una indigente y me echan –añadió. Entre su ropa y la pinta de muerta viviente a causa de la falta de sueño… la pareja de antes bien podía haber llamado a la seguridad del hotel.

  -Exageras –desechó con un gesto la idea.

  -Me parece que no me has mirado bien.

  -Au contraire –sonrió.

  Mariah no pudo evitar sonrojarse. Agradeció que el chico estuviese de espaldas a ella. Miró hacia otro lado, y se encontró con el cuadro a medio hacer de Enrique. Parecía un hombre muy alto, con una larga barba blanca, junto a una joven pálida de cabellos blanquecinos, al lado de un trineo tirado por tres caballos blancos. El paisaje a su alrededor aún era difuso, pero parecía un bosque nevado.

  -Ded Moroz y Snegur-no-sé-qué –explicó el francés.-Algo así como el equivalente a Papá Noel y su ayudante.

  -Ah…

  Se acercó más a mirarlo. Aunque faltaba bastante por acabar, la muchacha estaba perfectamente detallada. Delicada, hermosa. Elegante de una forma sobrenatural. Y, aunque parecía frágil, también había cierta fuerza en ella, en su mirada…

  -Parece muy real, ¿verdad?

  Mariah asintió.

  -Tiene truco –repuso ella.-Seguramente se basó en una chica con la que se cruzó.

  La pelirrosa pudo notar como un pinchazo. No eran exactamente celos, sino algo más parecido a la tristeza. Una sensación de que ella sería fácilmente reemplazable en la vida de Enrique, ya que cualquier cara bonita atraía su atención.

  -Me voy –dijo repentinamente.

  -¿Estás… -la puerta se cerró, con quizás algo más de fuerza de lo necesario, antes de que acabase de hablar-, bien?

  Suspiró.

  Se acercó a su amigo, plácidamente dormido boca abajo, abrazado a la almohada, y lo despertó con una colleja en la nuca.

  -¡Arriba, gandul!

  -¡Aaaaay! –se incorporó sobresaltado, frotándose la zona dolorida.

  -Aún tienes mucho que hacer, no puedes permitirte haraganear todo el día –dijo de mal humor.

  -¿Pero qué rayos te pasa?

  <<Eso, Oliver, ¿qué rayos te pasa?>> se dijo.

  Últimamente se había empezado a dar cuenta de que el estado de ánimo de Mariah influía en su propio humor. Nunca le habían importado gran cosa las novias de su amigo: solían durar demasiado poco como para pretender acordarse de todas ellas.

  Y era mejor.

  La mayoría eran tan poco serias como el italiano en lo tocante a las relaciones, y eso le daba rabia. Enrique había sido un romántico convencido antes de enamorarse locamente de una chica que sólo buscaba divertirse, y que lo dejó con el corazón hecho pedazos cuando se sintió agobiada por la relación.

  Otras le daban algo de pena, porque parecían sinceramente interesadas en tener algo más, algo de verdad. Tampoco demasiada, porque ninguna había luchado por seguir juntos.

  Y llegó Mariah.

  Al principio le había parecido otra tonta impresionada por la seductora actitud de Enrique, pero al final no había sido así. Se había hecho amiga suya. Se había enamorado de verdad. Oliver había visto de cerca las dudas, la indecisión: ¿Enrique o Ray? Entonces no conocía al oriental, pero ahora comprendía hasta qué punto tenía que haber sido duro. Era un buen tipo, que había pensado antes en la felicidad de Mariah que en la suya propia, y que no le había guardado rencor.

  A pesar de todo, la pelirrosa se había decidido por Enrique, y lo había abandonado todo por él. Por eso le molestaba tanto verla sufrir.

  -No vas tan sobrado como para pasarte el día durmiendo –dijo, no obstante. Eran buenos amigos, pero al italiano no le gustaba que opinasen sobre sus relaciones. Sólo quedaba esperar que supiese lo que estaba haciendo.

  Cogió su teléfono y fue hacia la puerta de la habitación.

  -¿Adónde vas?

  -Tengo que hacer una llamada.

***

  -Sveta… -llamó Valeria con voz suplicante. La mentada levantó la mirada del libro que estaba leyendo y la dirigió a su hermana, interrogante-, se buena y tráeme un café, anda.

  -Hmm… -soltó un quejido de disconformidad y se acomodó mejor en la butaca.

  -No tengas tanto morro –la reprendió Julia con suavidad.

  -Es que estoy muy bien aquí –protestó, y se removió para acomodarse mejor en el regazo de su novia.

  La menor de las hermanas suspiró con resignación antes de dejar su lectura e ir a la cocina.

  -¿Tú quieres algo, Julia?-preguntó.

  -No, muchas gracias –le sonrió.

  La joven rusa era poco habladora. Su parquedad podía confundirse con frialdad, pero era una impresión falsa. En realidad, era simplemente una persona seria, y en ocasiones algo tímida, que tendía a perderse en sus propios pensamientos, al igual que su madre. En cuanto comprendió esto, Julia comenzó a sentirse como en casa.

  Sveta torció el gesto al encontrarse la cafetera vacía. Seguro que Valeria lo sabía.

  -Y como es demasiado vaga para hacer más, me manda a mí –se dijo entre dientes.

  Se sentó en la encimera mientras la cafetera empezaba a borbotear, y trató de retomar el libro por donde lo había dejado. Pero apenas encontró la línea por la que iba llamaron al timbre.

  -Svetaaa… -oyó a su hermana, y supo que no se levantaría del sofá aunque su vida dependiese de ello.

  La rusa gruñó, pero bajó de la encimera y fue hacia la entrada. Su madre salía un momento y su hermana se pegaba al sofá como una lapa a su roca. Si no la hubiese echado tanto de menos, la habría levantado de una patada en el…

  -Hola Sveta…

***

  Ray estaba sentado sobre su cama con las piernas cruzadas, dando una capa de resina al arco de su violín. Tenía pensado ensayar un rato, en parte por practicar, en parte porque era la mejor forma de mantener el instrumento en buenas condiciones.

  De cuando en cuando lanzaba miradas de reojo a su teléfono, que descansaba en la mesilla de noche a su izquierda. Empezaba a preguntarse si Mariah se habría quedado dormida después de colgar cuando el móvil empezó a sonar. Dejó la resina a un lado y alargó la mano hacia el aparato.

  -¿Diga?

  -¿Ray? Soy Oliver.

  -Oliver, hola, ¿cómo estás?

  -Bien, gracias por preocuparte –el chino dejó escapar una risilla avergonzada.-En serio, te lo agradezco.

  El oriental no pudo evitar sonrojarse, como cada vez que alguien le hacía un cumplido.

  -Entonces, ¿todo bien?

  -Sí… -vaciló.-En ese aspecto sí… -se mordió el labio, dudando sobre si debía contárselo o no. Apenas se conocían, pero intuía que, si alguien podía entenderle, era Ray.

  -Oliver, si puedo ayudarte en algo… -ofreció sin pensarlo dos veces.

  -Es que… -bajó la voz-, no sé qué hacer, Ray –suspiró.

  Parecía cansado. El pelinegro dedujo que, fuera cual fuese el problema, llevaba largo tiempo lidiando con él.

  -¿Cuáles son tus opciones?

  -Bueno, podría volver a la habitación y darle una patada en el trasero a Enrique para que deje de comportarse como un completo idiota…o podría quedarme al margen viendo el desastre y recoger los pedazos después.

  -Oh… -dijo Ray, pero no era un “oh” de sorpresa, sino de total comprensión. Su mente iba enlazando ideas y sacando conclusiones. Carraspeó, sacándolos a ambos de aquel trance meditativo.-Bueno, depende de si crees que lo suyo puede funcionar o si crees que será más feliz contigo.

  El chino no podía verlo, y Oliver lo agradeció internamente, porque había enrojecido hasta la raíz del cabello. Ray había entendido demasiado bien. Tartamudeó varias veces antes de ser capaz de dar una respuesta coherente.

  -N-no me parece bien entrometerme… y menos de ESA forma.

  -Creo que tampoco te parece bien dejarlo como está –pudo percibir una sonrisa irónica en la voz del pelinegro.-Veamos, repasemos tus opciones –el francés hizo un sonido de asentimiento-: puedes tratar de abrirle los ojos a Enrique para que su relación mejore, de lo cual no hay garantías y él podría molestarse; o puedes esperar el desastre, en cuyo caso te sentirás culpable porque tendrás dos amigos con el corazón roto…

  -¿Entonces?-preguntó Oliver tras una pausa.

  -Entonces espero que tengas una tercera opción, porque las dos primeras apestan. Sin ofender.

  -Hmm –hizo un mohín.-No, no hay tercera opción, a menos que sugieras que le quite la novia a mi mejor amigo.

  -Bueno, yo nunca haría eso, pero si decides hacerlo no me opondré –concluyó con una corta risa.

  -Ja ja –puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se colase en su rostro.-Me parece que no le tienes mucho cariño a Enrique.

  Ray se puso serio de repente.

  -No me malinterpretes –dijo.-No le guardo rencor porque Mariah me dejase por él, pero aquello me dolió mucho… de no ser por Kai seguiría hecho polvo y…

  -Lo sé, lo entiendo. Yo en tu lugar no sé si habría sido tan amable con ellos.

  -De todas formas, he visto a Mariah sufrir por su culpa, y eso también me enerva. Esperaba que, ya que rompimos, mereciese la pena.

  -Ray…

  -¿Sí?-la ligera amargura que había impregnado su voz se esfumó de golpe.

  -¿Volverías con ella si rompiesen?

  -No –respondió con total seguridad.-Quiero a Kai.

  Oliver suspiró.

  -Eso me alivia, ¿sabes? Confieso que creo que eras el más indicado para ella, por encima de Enrique, y… es posible que ella siga dudando si debió romper contigo y…

  -No te preocupes por eso –lo atajó.-No voy a volver con ella porque, sencillamente, ya no la quiero más que como a una amiga. Acerca de lo que debes hacer, me temo que no puedo serte de mucha más ayuda. En estos casos no hay una única respuesta.

  -Me vale con la correcta.

  -Eso depende de ti –se encogió de hombros-, de lo que tú creas correcto –se rió, adivinando el desconcierto y la frustración del otro.-Lo siento, amigo, así es la vida.

  -Ya… -suspiró.

  -Si te consuela, creo que eres un buen tipo y que encontrarás una buena solución.

  El francés volvió a sonrojarse.

  -Gracias. Eso espero.

  Se despidió de Ray, que volvió al cuidado de su violín, y fue directo a su habitación, donde Enrique estaba parado frente a su cuadro. Oliver se lo quedó mirando, extrañado. El italiano resopló y se pasó una mano por el pelo, en un claro signo de frustración.

  -Debería haberle pedido su teléfono –dijo en voz alta. Obviamente lo había oído entrar.

  -¿A quién?

  El rubio suspiró.

  -A la chica que estoy usando de modelo para Snegurochka.

  -Ah, ya, la ayudante de Papá Noel.

  -Ded Moroz –corrigió.-Literalmente, “Abuelo Frío”. Y ella es su nieta: la Doncella de Nieve.

  -Qué bonito. ¿Y cuál es el problema?-preguntó mientras reordenaba sus útiles para seguir pintando.

  -Que había algo en su expresión que no logro reproducir. Me gustaría tanto volver a hablar con ella…

  Oliver le dirigió una mirada indescifrable, que sorprendió a su amigo por su intensidad.

  -¿Qué?

  -Nada -desvió la vista a su propio cuadro.

  -De verdad, aquella chica era increíble. Parecía frágil y delicada, pero a la vez tan fuerte y determinada…

  Detuvo su perorata al ver que el francés se tensaba.

  -Enrique, sólo lo diré una vez –dijo en un susurro ronco y amenazante-, y espero que te quede bien claro… Tienes una novia estupenda y que te adora, y que ha renunciado a mucho por ti –le lanzó una mirada torva que el italiano jamás le viera antes.-Si no la tratas como se merece… te arrepentirás.

  Estuvo a punto de decir “te la quitaré”, pero se corrigió en el último momento. Mariah no era una cosa, y no podía decidir por ella con quién salía o dejaba de salir.

  -Oliver, no te metas –repuso el italiano una vez se rehízo de la sorpresa.

  -Impídemelo –soltó con brusquedad.-Ella también es mi amiga. No quiero que le hagas daño.

  Ante esto, Enrique pareció reaccionar por fin. ¿Hacerle daño? Él sólo era amable con la gente. Si gustaba a las chicas y se le acercaban, eso no era malo, ¿no? ¡No la estaba engañando, por el amor de Dios!

  Pero tal vez, apuntó una molesta vocecita en su cabeza, debía guardarse aquellos comentarios sobre otras mujeres para sí…

  Frunció el ceño y volvió a su pintura sin decir una palabra más.

***

  La chica palideció, y tuvo que agarrarse al marco de la puerta.

  Un hombre alto de cabello rizo y oscuro, bigote espeso y ojos negros estaba plantado en el umbral de la puerta. Un hombre al que conocía muy bien, aunque con algunas arrugas más surcando su rostro y nuevas canas aclarando su pelo.

  Abrió la boca, pero la palabra “papá” se le atascó en la garganta.

  -Siento mucho que haya pasado tanto tiempo.

  <<Tres años, casi nada>> pensó, pero no lo dijo. El corazón se le estrujaba en el pecho. Agachó la cabeza y entornó un poco la puerta, que aún tenía sujeta.

  -Por favor, escúchame –se apresuró a decir el hombre.-Aunque tu madre y yo estemos separados, no quiero que tú y yo sigamos distanciados.

  Sveta alzó la mirada. Quería creérselo, tanto que dolía, pero…

  -Fuiste tú el que se marchó –murmujeó, desviando nuevamente la vista y centrándola en sus pies.

  -Era una situación complicada. Sé que no es excusa pero… quiero arreglarlo.

  La joven entrecerró los ojos, pensativa. Tal vez fuese cierto. Si se arrepentía de veras, tal vez lo justo fuese darle otra oportunidad. La gente aprendía de sus errores y, en ese caso, ¿no sería injusto seguir echándole en cara los errores del pasado?

  -Papá… -consiguió decir.

  -No hace falta que me respondas ahora. Yo… -alzó una bolsa que llevaba en la mano-, te he traído esto. Feliz Navidad, hija.

  Sveta cogió el paquete que le tendía, envuelto en papel azul con un lazo dorado. Por el peso supo al instante que no eran libros. Su padre nunca le regalaba libros. Desechó aquella idea de su mente, ¿por qué se le había pasado siquiera por la cabeza? Eso no era importante.

  Sonrió emocionada, e iba a agradecérselo cuando su hermana irrumpió en el recibidor.

  -¿Quién es, Sveta?-preguntó inocentemente.

  La chica se giró y vio también a Julia, que se había asomado a través de la puerta del salón.

  A Sveta su instinto le decía que no era buena idea, pero trató de reprimirlo diciéndose que su padre estaba allí para hacer las paces… pero su instinto resultó estar en lo cierto, como comprobó cuando miró a su padre y vio el cambio en su expresión.

  -¿Qué hacéis aquí?-dijo, con la ira contenida vibrando en su voz.-¿Acaso ahora intentáis corromper a mi hija?

  Valeria abrió los ojos como platos, acusando el golpe. Julia le lanzó una mirada asesina, dominándose a duras penas para no saltarle encima.

  -Pero pa…

  -¡No te atrevas! ¡Yo no soy tu padre! –exclamó.-Tú no eres hija mía –declaró con desprecio.

  Valeria bajó la mirada, temblando como una hoja, intentando esconder las lágrimas que ya habían acudido a sus ojos.

  -Debería darte vergüenza… -comenzó el hombre, pero un duro golpe le cortó la respiración.

  Sveta le había estampado el regalo en el pecho, los dientes apretados y los ojos llorosos relampagueando de odio.

  -Hija… -dijo él, sorprendido.

  -¡NO! –lo cortó.-Si no eres el padre de mi hermana, entonces tampoco lo eres mío.

  Él la miró como si la viese por primera vez. Antes de poder reaccionar la chica le cerró la puerta en las narices y corrió hacia su hermana, que lloraba en brazos de su novia.

  -Gra-cias –gimoteó, con la voz entrecortada.

  -Ni lo menciones –repuso la menor, abrazándolas a ambas.

  Podía oír a su padre llamándola. En lo que a ella respectaba, podía dejarse los nudillos golpeando la puerta. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que Julia le estampó un beso en la frente y le dijo que todo iría bien.

  Dolía. Más de lo que podía imaginar. Por un segundo había estado a punto de conseguir algo que llevaba años deseando. Y lo había dejado ir…

  -Lo siento, Sveta –hipó Valeria.

  -Shh, tú habrías hecho lo mismo por mí –se abrazaron más fuerte.

  …Porque era lo correcto.

 

Notas finales:

No es todo lo que quería contar en este capítulo, pero cuando me quise dar cuenta se estaba alargando, y decidí cortar aquí. Espero vuestras opiniones, especialmente con el giro en el papel de Oliver, si queréis que el padre de Sveta y Valeria aparezca más o si ha sido suficiente... y todo lo que se os ocurra.


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