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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

¡Estoy viva, damas y caballeros!

No me había dado cuenta de que hacía más de un año de mi última actualización ¡y eso no puede ser! Así que qué mejor manera de acabar el año que ponerme las pilas. Espero que lo disfrutéis. Felices fiestas ;)

Capítulo 36: Claroscuros

 

Andrey esbozó una encantadora sonrisa y se escabulló con elegancia del grupo de empresarios por el que se había visto fagocitado. Sentía que había hablado suficiente de negocios e inversiones para lo que quedaba de año, y eso que este tenía apenas una semana de vida. Un camarero pasó por su lado con una bandeja de bebidas expertamente balanceada en la mano. Andrey se hizo con una flauta de champán y se la llevó a los labios. El líquido intenso y burbujeante contra su paladar lo ayudó a despejarse. Detuvo su deambular junto a una figura conocida envuelta en un elegante vestido azul y se fijó por primera vez en los cuadros que teóricamente debían ser el centro de atención del acontecimiento.

—¿Sabes algo de arte?—inquirió.

Sveta dio un respingo y Andrey captó un instante de pánico en sus facciones.

—No —admitió la chica en voz baja.

—Yo tampoco —dio otro sorbo.—Puedo decir si una obra me gusta o no, pero eso es todo —se encogió de hombros.—Todas las… —hizo un gesto con la mano—, interpretaciones que los artistas se sacan de la manga me parecen artificiosas, incluso…

—¿Pretenciosas?—sugirió ella.

—…Iba a decir pedantes, pero tu respuesta es más políticamente correcta —esbozó una sonrisa torcida. Sveta soltó una risita, y el muro de recelo entre ellos pareció resquebrajarse.—¿No bebes?—preguntó.

—No, gracias —repuso con una sonrisa educada pero tensa, indicativo de que había respondido a aquella pregunta en múltiples ocasiones. Andrey asintió sin insistir, a pesar de su sorpresa. Veía a muy pocos asistentes sin una copa en la mano. Especialmente los jóvenes artistas llegados de países como Estados Unidos o Japón, en los que no tenían permitido beber hasta los veinte o veintiún años, brindaban sonriendo como niños haciendo una travesura por la que saben que no serán castigados.

—Creo que allí está el cuadro de Wong —señaló de pronto Sveta.

—¿Wong?—Andrey miró hacia donde apuntaba la chica con el ceño fruncido.

—Sí, la… amiga de Ray —hizo un mohín.

Andrey alzó las cejas, intrigado.

—¿La conoces?

—No tengo el gusto —se encogió de hombros—, es sólo… —sacudió la cabeza.—No importa.

—No, por favor, me gustaría saber qué piensas de toda esa historia.

Caminaron hacia aquel cuadro, deteniéndose a echar una ojeada a los que se encontraban por el camino. Andrey reconoció a Ray y a su hijo entre el grupo que contemplaba la obra de Mariah Wong, mucho más juntos de lo que los había visto en todo el día.

Andrey había tenido la feliz idea de que comiesen todos juntos, aprovechando que por una vez tenía a tanta gente reunida bajo su techo. Kai y Ray se sentaron en todo momento a una distancia prudencial el uno del otro sin que nadie tuviese que decirles nada, lo cual era de gran ayuda para que la tormenta que era el temperamento de su padre no se desatase. No era suficiente para aplacar su perenne malhumor pero, mientras tuviese la boca cerrada, a Andrey no le importaba lo mucho que frunciese el ceño.

Sabía que estaba forzando la jugada cuando llamó a Kai para celebrar Reyes juntos, pero tener la casa llena de gente, de vida, le parecía suficiente motivo de celebración. No era muy justo que Ray se viese obligado a soportar el escrutinio del abuelo de su novio, pero el chico parecía dispuesto a ignorarlo y mantener las apariencias por darle el gusto. Andrey podría acostumbrarse a aquello, a ver esas mismas caras a su alrededor año tras año.

—Es que no creo que baste hacer las cosas sin mala intención —habló Sveta cuando Andrey ya no lo esperaba, con un gesto severo que le recordó inmediatamente a su madre.—Entiendo cuál es su situación y por qué hizo lo que hizo. Mirar a alguien a los ojos y romperle el corazón es duro, pero ya que estás haciéndole daño lo mínimo es que des la cara, ¿no? —Andrey asintió.—Y no es sólo eso. En cuanto las cosas se pusieron difíciles con su nuevo novio acudió a Ray. Es como, ¿no tienes a otra persona en el mundo?—soltó con genuina rabia, y el hombre adivinó que llevaba tiempo rumiando todo aquello.

—Supongo que no les has dicho nada.

—Claro que no. No puedo entrometerme sin permiso. Es su vida…

Andrey asintió de nuevo y miró el cuadro que tenía ahora ante sí. Desde la pintura, entre los trazos borrosos de una ventisca, un rostro muy familiar le devolvía la mirada.

***

Se sentía extraño. La tensión se enroscaba como un alambre en la boca de su estómago, y el nudo se tensaba un poco más cada vez que miraba a Mariah. No había podido intercambiar ni un par de palabras con ella en toda la velada, pero sabía que algo iba mal. Estaba claro que la chica tenía la cabeza en otra parte. Debería estar feliz por la oportunidad de participar en una exposición internacional tan prestigiosa como la reapertura del Pushkin, pero en lugar de eso parecía el vivo retrato de la desazón. Le molestaba verla así. Y le molestaba aún más que, mientras tanto, Enrique se dedicase a disfrutar de la atención de otras chicas como si no pasara nada.

—Si sigues mirándolo así vas a abrirle un agujero en el cráneo. No es que fuese una gran pérdida, pero… —comentó Kai en un tono juguetón que le sacó una diminuta sonrisa.

—Lo siento, sé que no debería estar pensando en esto. Especialmente en tu debut como modelo —le guiñó un ojo, a lo que Kai le soltó un codazo flojo y un Oye mientras un ligero rubor se instalaba en sus mejillas.—Pero Mariah fue mi amiga antes que mi novia y, por mucho que fuese su elección…

—Una mala elección —masculló el ruso.

—…Sí, bueno —carraspeó.

—Horrible, de hecho.

—¡Kai! —se quejó, dándole un golpe en el hombro, aunque tuvo que morderse el labio para no reírse. Varias personas se volvieron hacia ellos, así que bajó la voz.—El caso es… que ella ha dado mucho por su relación, y él actúa como si lo diese por sentado. Ya sé que Enrique no se lo pidió, y aunque lo hubiese hecho seguiría siendo decisión de Mariah pero, si iba a tratarla así, no debió aceptar salir con ella en primer lugar.

—Probablemente sea más complicado que eso… Oye, ¿te importa que nos vayamos de aquí? La gente está empezando a mirarme —susurró.

La gente llevaba toda la noche mirándolo y no tenía nada que ver con el cuadro, sonrió Ray para sí. Era un milagro que alguien fuese capaz de contemplar las pinturas teniéndolo a él al lado con chaleco y camisa. Ray se había arreglado como correspondía al evento, pero Kai estaba arrebatador sin siquiera intentarlo. Encajaba en aquel lugar de enormes salas con imponentes columnas griegas que sostenían grandes bóvedas de cristal. Miró hacia arriba, repasando el diseño geométrico de la cristalera, y se preguntó cómo sería estar allí con las luces apagadas, tan sólo iluminados por la luna y las estrellas. Se planteó si podría pedir que atenuasen la luz de las lámparas para comprobarlo, hasta que recordó que tenía otras cosas más urgentes de las que preocuparse.

—Parece que hacia el pasillo que lleva a la terraza hay menos gente, ¿por qué no vas allí? Quiero saludar a Mariah primero.

Kai asintió y se deslizó entre la gente, deseoso de un poco de espacio.

Mariah estaba conversando con un hombre de aire distinguido que debía de rozar la cuarentena. Conversar quizás no era el término correcto, dado que el hombre hablaba sin parar, haciendo gestos grandilocuentes con las manos, mientras su amiga esbozaba una sonrisa tan forzada que hacía que a Ray le doliesen las mejillas sólo de verla. Se acercó con sigilo al hombre y le dio dos toquecitos en el hombro izquierdo. En cuanto él se giró, Ray se movió por su derecha.

—Hola, Mariah —saludó con desparpajo, como si no acabase de interrumpir con toda la insolencia del mundo.—Sí que estás solicitada, ¿eh?

—Ya ves —sonrió, ahora de verdad, una vez pasada la sorpresa.

—Me encanta el cuadro, en serio, lo colgaría en el salón, pero sospecho que Kai no volvería a hablarme en un mes.

Mariah se rio por fin. Así era como debía ser. ¿Qué era eso de andar como un alma en pena por un tío que no la valoraba? Él había llorado mares por esa mujer, ¿y ahora un cretino cualquiera la convertía en una sombra de sí misma? Ni hablar.

—¿Puedes escaparte un momento? Tengo que hablar contigo.

—Oh. ¿Vas a presentarme por fin a la chica misteriosa?

—Eh… algo así.

—¿Es aquella?—Ray miró hacia donde señalaba y vio a Sveta, enzarzada en una conversación con el señor Hiwatari. «¿Cuándo se han vuelto tan cercanos?»— Os vi hablando antes. Deberías estar con ella, ¿sabes? No me molesta que…

—Oh, no no no, Sveta es una amiga, nada más.

—¿Entonces quién…?

Ray echó una ojeada a su alrededor antes de cogerla por el codo y llevársela a un aparte. Era como quitarse una tirita. Cuanto más dudase, peor iba a ser.

—Estás muy rar-

—Por favor, ten la mente abierta, ¿vale?—la cortó. Ella parpadeó, confusa.—Es Kai —soltó Ray de golpe.—Kai es mi novio. Llevamos pocas semanas juntos, pero es algo serio —dijo, recordando la conversación de la tarde anterior. Le resultaba extraño pensar que hacía pocos meses que conocía a Kai; era sorprendente que hubiese podido vivir sin él hasta entonces, cuando encajaba tan perfectamente en su vida como hecho a medida.

—No tiene gracia, Ray.

—Sé que el concepto de dos hombres juntos te resulta… extraño, pero no es una fase ni algún tipo de venganza retorcida contra las mujeres del mundo.

—¡¿Extraño?! ¡Es completamente demencial! —Ray chasqueó la lengua, más que molesto, y la arrastró a la terraza. Por el camino cruzó su mirada con la de Kai, que contemplaba la escena con preocupación, y le hizo un gesto para pedirle que esperase allí.—¡Es antinatural y…! ¿Por qué me traes aquí fuera? Hace frío.

—Creí que te gustaba lo natural. Es enero, estás en Rusia: lo natural es que haga frío —replicó con acidez. Mariah cerró la boca de golpe, estupefacta. Ray soltó un bufido y se acodó en la barandilla de piedra, dándole la espalda. Respiró profundamente varias veces para calmarse antes de seguir hablando.—La homosexualidad es muy natural, Mariah, de hecho se da en varias especies animales. Y aunque no lo fuese, ¿qué más da?, eso no hace que sea malo. La cicuta es natural y puede matarte, en cambio un medicamento artificial puede salvarte la vida. Nosotros sólo somos dos personas que se quieren, ¿qué mal hay en eso?

—Pero, Ray —dijo ella en un tono mucho más suave—, el entendimiento entre un hombre y una mujer como pareja es mucho más íntimo. Se completan.

Ray boqueó. ¿Completarse? Él era una persona completa, muchas gracias, no necesitaba de nadie para eso. Sin embargo, decidió guardarse esa reflexión para sí y atacar por otro frente.

—Tal como lo dices parece que todos los hombres y mujeres sean iguales y necesiten lo mismo. Si te sirve cualquier hombre, ¿por qué me dejaste? Y si no te vale cualquiera, ¿entonces por qué Enrique? Puedes levantar una piedra y encontrar diez novios mejores que ese que está ahí dentro desvistiendo con los ojos a todo lo que lleva falda —ella retrocedió un paso, como si la hubiese abofeteado. Ray suspiró. Negó con la cabeza.—En fin, eso es asunto tuyo. Yo estoy con Kai. Puedes aceptarlo o no. No tengo más que decir sobre el tema —concluyó. Apenas le dedicó una última mirada cargada de tristeza antes de volver a la fiesta.

***

Era una preciosidad. Ojos grandes del color de las avellanas. Una cascada de bucles castaños. Pestañas largas de un negro absoluto. Piel clara que se teñía con el más dulce rubor.

Y una mano firme que le cruzó la cara sin contemplaciones cuando se le ocurrió decírselo.

—Te está bien empleado —declaró Oliver mientras él no podía dejar de mirar el vaivén de su vestido azul alejándose.

Enrique se tocó la mejilla dolorida. Dolor, calor y desconcierto. Eso era lo que sentía en aquel momento. Su amigo aprovechó su estado ausente para llevarlo fuera de la sala antes de que todo el mundo los relacionase con la muchacha que cruzaba la estancia hecha una furia.

—¿Tan raro es lo que he dicho?

—Para una novela de Jane Austen, no. Pero en la vida real resulta un poco… perturbador. Aunque diría que la bofetada es por haberle mirado el escote —añadió.

—Pero es preciosa —gimoteó.

Oliver puso los ojos en blanco y le recolocó la pajarita con cuidado. Estaba hecha de plumas, negras moteadas de blanco como base y varias de color crema por encima. Gallina de Guinea y faisán respectivamente, si no recordaba mal. Se la había regalado Oliver con la esperanza de que dejase de usar la otra que tenía, con plumas de pavo real. Aquel adorno era demasiado hasta para alguien con el cabello de color verde lima.

—Hay muchas chicas preciosas, Enrique, como por ejemplo esa con la que sales. ¿Te acuerdas de ella? Dulce, pelo fucsia, ojos bonitos…

—¿Intentas decirme algo?—inquirió, súbitamente serio.

Oliver cuadró los hombros. Lo que iba a decir bien podía valerle un puñetazo en la cara, pero estaba harto de andarse por las ramas.

—No creo que debas seguir saliendo con Mariah. Fue una idea absurda desde el primer día, ¡desde que permitiste que dejase a su novio por ti! Y no, no me vengas con que no fue cosa tuya —lo cortó en cuanto abrió la boca—, te dedicaste a tontear con ella, le hiciste pensar que ibas en serio, pero luego actúas como si siguieses soltero.

—Soy el mismo de siempre, ¿se puede saber a qué viene esto ahora?

—Viene a que por una vez tienes a una chica que quiere comprometerse. Mariah no es como las otras. Esto no era un divertimento pasajero para ella.

—¿Era?—repitió.

Oliver suspiró.

—Se acabó, amigo. Si ha durado tanto es porque Ray tiene pareja y no puede volver con él.

—Eso es lo que más te duele, ¿verdad?, que tú no eres una opción.

Oliver palideció. El puñetazo habría sido preferible. Agradeció que estuviesen en un pasillo poco concurrido, porque de lo contrario hubiese muerto de la vergüenza allí mismo.

—No lo digo por eso.

—Ya. Sé que no harías algo tan rastrero. Pero también sé que no te meterías si no la quisieras. Pues adelante, ve con ella, cuéntale lo capullo que soy y pídele que se case contigo.

—Por Dios, no seas melodramático. ¿En serio crees que voy a intentar algo?

—¿No?

Oliver tuvo que contener las ganas de zarandearlo para ver si así conseguía imbuirle un poco de sentido común.

—¡Claro que no! Mariah acabó una relación larga para salir contigo, lo cual ya es un muy mal inicio. Añade ahora el trauma de otra ruptura. No, lo último que Mariah necesita es empezar otra relación.

—Si no eres tú, será otro —insistió, y Oliver sabía que era muy posible que tuviese razón. No obstante…

—Pues que sea otro el que la cague —se encogió de hombros.—Yo tengo principios.

***

La cabeza le daba vueltas.

Agradecía el frío y la oscuridad, apoyada contra la piedra fría de la balconada que dominaba un oscuro y sosegado bosque en mitad de la ciudad. No se creía capaz de soportar las risas y las luces brillantes sin sufrir un colapso.

Había entrado en el edificio principal justo a tiempo de ver a una chica altísima y guapísima abofeteando a Enrique, e inmediatamente tuvo que salir de allí, porque las palabras de Ray cayeron de golpe sobre ella como una avalancha. Su ex salía con un hombre al que ella había retratado en su cuadro, que la había salvado de una ventisca, y su futuro ex se olvidaba de su existencia en cuanto se cruzaba con una chica guapa. ¿De verdad era quién para juzgar las decisiones de nadie?

Un taconeo la sobresaltó. Lo primero que vio fue un vestido azul y rizos oscuros. La chica se plantó junto a la baranda, a varios metros de ella. «¿Para qué lleva tacones con lo alta que es?» La miró de reojo y se dio cuenta de que era la misma a la que había tomado por novia de Ray.

—Te vi con Ray, pero no sé tu nombre —dijo sin saber muy bien por qué.

La chica se tensó. Le dedicó una mirada de reojo.

—Svetlana Petrova —su acento hacía que su nombre sonase exótico y aristocrático.

—Mariah Wong. Aunque supongo que ya lo sabes —Svetlana asintió.—También pegaste a mi novio.

—¿Novio?—enarcó una ceja.

—¿Qué pasa?

—Me sorprende que siga siendo tu novio después de que haya logrado que una perfecta desconocida lo abofetee en mitad de una fiesta como esta.

—Eso no es asunto tuyo.

—Has hecho que sea asunto mío —repuso.—¿Te molesta que pegase a tu chico? Bueno, a mí me molesta que un baboso me hable al oído y me mire las tetas. ¿De qué va, se cree Casanova?—soltó una risa carente de humor.

—¡¿Quién te crees que eres?! —rugió.

Svetlana se movió hasta quedar de frente hacia ella. Mariah se sintió encoger, y no por la diferencia de estaturas. Todo, desde su porte a su mirada, la hacía volver al colegio, cuando una de sus profesoras, una mujer severa e incisiva la hacía salir a la pizarra. Así era como la miraba cuando fallaba una respuesta.

—Deberías dejar de culpar a las mujeres con las que flirtea tu novio. Él es quien está en una relación contigo, quien te debe lealtad. No soy yo quien te ha fallado —dijo con calma.—Te recomiendo que le dejes. Y luego te recomiendo que aprendas a ser feliz estando sola; no hay manera de que tengas una buena relación si estás con alguien por miedo a la soledad.

—Sí, señora —respondió automáticamente.

Svetlana dibujó una sonrisa que parecía sincera y volvió a acodarse en la balaustrada. Mariah se relajó en aquel silencio compartido, que tenía una cualidad cálida y envolvente.

***

—¿Cuál es tu cuadro favorito?—preguntó Kai, apoyado relajadamente contra una columna junto a él y mirando el contenido de su copa, que apenas había probado.

—El de Oliver, el de las estatuas, es muy bueno —dijo Ray.—La luz, la bruma, las texturas, el claroscuro… ¿Y el tuyo?

—El estanque de los nenúfares y las carpas. Es relajante —explicó con sencillez.

—Hmm, no estaba mal, pero se nota que es un trabajo algo antiguo, la técnica aún no estaba… pulida del… todo —sus últimas palabras vacilaron bajo los ojos rubí que lo contemplaban con curiosidad.—Qué puedo decir, salí con una artista.

—Ya veo.

—Ah, y se lo he dicho. Ha sido horrible —se rio sin ganas. Cambió el peso de un pie a otro.—Ella ha dicho cosas horribles, yo he dicho cosas horribles y…

—Y necesitas un diccionario de sinónimos —Ray torció el gesto.—¿Demasiado pronto para chistes?

—No, es que prefiero que me enseñe usted, señor Ilustrado.

—Será un placer. Pero, ahora en serio, ¿estás bien?

—Sí, claro, no es como si cambiase algo. Quería decírselo porque acabaría enterándose, y no quiero que piense que me avergüenzo o que te escondo de ella.

—Lo sé, y te lo agradezco —le acarició el brazo. Un agradable escalofrío recorrió a Ray de la cabeza a los pies.—Eh, qué te parece si mañana cocino. He encontrado una receta de bollos chinos y quiero probarla.

Ray sonrió con ilusión.

—Me gusta cómo suena eso.


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