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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Gracias por leer, espero que os guste ^^

 


  Aquel día, los recién llegados al conservatorio estaban congregados en la sala de la media cúpula para mostrar sus aptitudes a los que serían sus profesores. Había gente bastante novata, pero también otros que casi habrían podido impartir las clases.


  Los ojos color avellana de la profesora Petrova se abrieron, interesados, cuando un chico de rasgos orientales subió al estrado y comenzó a tocar el violín. Tenía buena técnica, seguramente practicaba mucho, pero, además, conseguía dar vida a la música y expresar sentimientos a través de ella.


  Bajó la mirada hacia los papeles con los nombres de los nuevos. Aquel chico era Ray Kon.


  Cuando el joven acabó, hizo una ligera reverencia y bajó de la tarima. No se le escapó la mirada de una profesora, una mujer  de cabello oscuro recogido en un moño, vestida con sobriedad pero sin renunciar a la elegancia. Estaría ya entrada en la cuarentena, pero conservaba una innegable belleza.


  El hombre que se sentaba a la derecha de la mujer se inclinó hacia ella para comentarle algo. Ella asintió con la cabeza y luego sonrió brevemente a Ray, un gesto que el chico estaba empezando a ver que era algo inusual entre los rusos.


  No se trataba sólo de Kai, más aún, el comportamiento de Hiwatari era, al parecer, lo habitual cuando los rusos trataban con desconocidos. Al menos esa era su conclusión luego de tratar con varias personas en el conservatorio.


  La puerta se abrió justo cuando Ray tomaba asiento, y fue una suerte, porque, de lo contrario, quizás hubiese caído al suelo.


  Kai Hiwatari acababa de entrar en la sala.


  Cuando sus miradas volvieron a encontrarse, Ray tuvo que reconsiderar sus anteriores pensamientos. Quizás los rusos fuesen algo introvertidos y secos de cara a las personas que no conocían, pero ninguno tenía una mirada tan condenadamente fría y hostil. Parecía que no se hubiesen visto en la vida.


  Hubo algunos murmullos a causa de su peculiar aspecto, pero eso no pareció afectar en absoluto al chico de cabello bicolor. El joven subió a la tarima, se sentó en la banqueta del piano y colocó frente así unas partituras que extrajo de su mochila. Y entonces fue cuando Ray se quedó con la boca abierta.


  Nada más empezó a tocar, el rostro del ruso se transformó totalmente, mostrando una expresión relajada. Era como si el hielo de sus ojos, habitualmente duros como un par de rubíes, se hubiese derretido a causa de algún tipo de emoción.


  Hasta aquel momento, el oriental se había sentido demasiado intimidado por aquel joven, pero ahora mismo se daba cuenta de que era realmente apuesto. Se sonrojó ligeramente. Era la primera vez que pensaba algo parecido de un chico.


  Se acomodó mejor en su asiento y disfrutó de la música, sencillamente hermosa y dulce, aunque invadida de un profundo sentimiento de nostalgia.


  Cuando Kai acabó de tocar, el joven de ojos dorados lamentó profundamente que el hechizo se hubiese roto y que el ruso hubiese vuelto a adoptar aquella máscara de hielo.


  Uno de los profesores se acercó a él cuando bajaba del estrado.


  -Siento curiosidad –dijo.- Francamente, no he podido reconocer esa pieza. ¿Quién es su autor?


  -Yo –repuso el joven.


  Los siguientes murmullos fueron de admiración, un sentimiento que Ray compartía.


  -Realmente impresionante –murmuró el profesor.


  -Sería interesante… -habló la profesora de ojos avellana-, poner a prueba a los que habéis presentado un nivel más alto, algo como trabajar en una pieza por parejas y mostrarla a vuestros compañeros en el recital por el Día de la Unidad del Pueblo, el cuatro de noviembre. Y… -miró alternativamente a Hiwatari y a Kon. Ray inspiró hondo, temiéndose lo que venía a continuación-, creo que Kai Hiwatari trabajaría bien con Ray Kon –miró a los chicos.-Espero que no haya inconveniente.


  -Hn… -fue todo lo que obtuvo del ruso.


  Kai sencillamente miró a la mujer y luego al oriental, que se había levantado de forma automática al oír su nombre, con lo que adivinó que él era Ray Kon. Como si aquello no fuese con él, se apoyó en una de las paredes, con los brazos cruzados ante el pecho y los ojos cerrados. La profesora sobreentendió que le era indiferente.


  -No, señora –farfulló el oriental.


  -Perfecto entonces –sonrió ella.-Si tenéis cualquier duda –habló a todos los presentes-, soy la profesora Ekaterina Petrova.


  Lo que quedó de tiempo ese día, fue dedicado a organizar las demás parejas que querían participar en el recital.


  Ray se acercó tímidamente a su inesperado compañero, que no había movido un músculo desde que se acomodara en aquel rincón.


  Sólo estaba relajado en apariencia, porque detectó enseguida la presencia del chino y le disparó una mirada que lo instaba a no acercarse más. Ray tuvo que aclararse la garganta, ya que su voz había decidido desaparecer. Por un instante, se preguntó si no debería hacerlo él mismo.


  -Me… me ha gustado m-mucho tu pieza. Fue… increíble –consiguió decir.


  La postura de Kai se relajó por unas décimas de segundo, que fue lo que tardó en imponerse su firme autocontrol.


  Ray respiró hondo. Al parecer, tendría que llevar él el peso de la conversación.


  -Dime, ¿tienes alguna idea para el recital? Lo digo por si quieres tocar algo tuyo… o no.


  Si creía que no podía sentirse más incómodo, se equivocaba, porque el ruso no sólo no respondió, sino que además volvió a cerrar los ojos. Una de las cosas que hacían a Ray sentirse más ridículo era tener que parlotear sin sentido hasta dar con un buen tema de conversación. Le gustaba más escuchar. Aquello iba a ser horrible. Pero, entonces, el ruso habló:


  -No puedo tomar una decisión sin haberte visto tocar –dictaminó.


  -¿Qué?-oír su voz lo había sorprendido tanto que tuvo que luchar por volver a pensar con normalidad.-Ya, claro… ¿Cómo hacemos?


  Kay sacó una libreta con partituras de la mochila a sus pies y rebuscó entre las hojas a la vez que observaba al joven de ojos dorados. No lo hacía por inquietarlo, sólo intentaba dar con alguna pista que le indicase el tipo de música que casaría mejor con él. Pero Ray no podía saberlo, y rehuía la mirada del ruso.


  Indeciso, Kai acabó por cerrar la libreta y tendérsela.


  -Más te vale no perderla –le advirtió.-Busca una pieza que te guste y ensáyala. ¿Crees que te bastará con un par de días.


  -Veré lo que puedo hacer –dijo Ray, curioseando las primeras páginas.


  -Pasado mañana a las cinco en mi casa, ¿algún problema?


  -N-no, allí estaré.


  -Bien.


  Sin despedirse siquiera, el chico de cabello bicolor se cargó la mochila al hombro y se marchó.


  Al llegar había estado escuchando tras la puerta, sin atreverse a entrar e interrumpir una melodía tan tierna. Le había tocado hondo. Al pasar a la sala, le había sorprendido ver al muchacho que había salvado horas antes yendo a sentarse, aunque su rostro no lo demostró. No obstante, antes de decidir qué hacer con él, debía ver si la vivacidad de su música se debía sólo a horas de ensayo… o si el chico le ponía verdadero sentimiento. Porque si no tenía lo que él consideraba necesario, no iba a arriesgarse a que destrozase una de sus canciones.


  Al llegar a casa Kai vio, perplejo, una bolsa colgando del pomo de su puerta. En el interior había una caja y una nota que procedió a leer con curiosidad.


  Algo se removió en su interior al leer las palabras de gratitud firmadas por Ray Kon, y la palabra “adorable” surgió en su mente, antes de que la coraza de hielo que reprimía sus emociones de tragase el cálido sentimiento de ternura que el oriental acababa de despertarle.


  Meditabundo, entró en su piso, dejó la mochila a un lado sin muchos miramientos, se sentó el la mesa de la cocina y abrió la caja.


  -¿Cómo rayos…?


  Su rostro quedó congelado en una mueca de asombro. De algún modo, el tal Ray había dado en el clavo. Los dulces con frutas eran una de las pocas cosas que lograban desarmarlo. No pudo resistirse a escoger uno al azar y darle un buen mordisco.


  Probablemente el chico había elegido aquellos dulces por el tipo de infusión que le había servido. Se permitió una media sonrisa. Sencillamente genial.


  Por un momento, temió por la barrera que rodeaba su corazón y que lo protegía de los recuerdos dolorosos. Si Ray era tan intuitivo como para llegar a conocerlo un poco, quizás pudiese llegar a demolerla.


  Pero… ¿eso era bueno o malo?


***


  A Ray le habría gustado tocar algo alegre, pero aún había demasiada melancolía dentro de él, y la pieza que había escogido, ya de por sí triste, sonaba aún más amarga.


  -Esto está empezando a deprimirme –protestó Tyson.-¿No podrías buscar algo más animado?


  El chino esbozó una sonrisa algo apesadumbrada. Ojalá.


  -Pues a mí me parece conmovedora –repuso Max.


  -Pero mira que sois raros –se quejó el japonés.


  El rubio hizo un gesto despreciativo con la mano.


  -Entonces, Ray, ¿vas a ir a su casa hoy?-preguntó.


  -¿Prefieres entierro o incineración?-intervino Tyson con sorna.


  -Oh, cállate –ordenó Max-, Kai no es tan malo.


  -Ya, simplemente odia a todo el mundo en general.


  -No le escuches –el rubito volvió a dirigirse a Ray.-¿A qué hora quedasteis?


  -A las cinco –respondió el chico mientras jugueteaba con un trozo de brécol de su plato. Respetaba que Max hubiese decidido incluir más verduras en su dieta, pero, ¿por qué aquella? Esa cosa asquerosa no podía de ningún modo entrar en la categoría de “comestibles”.


  Por una vez, Tyson parecía haber perdido el apetito.


  Les daba igual su gusto por la mostaza, que rayaba casi en lo enfermizo, ya que era cosa suya lo que hiciese con su comida, pero aquello era distinto, ya que afectaba también a los otros dos.


  -No deberías jugar con la comida –lo regañó el rubio.


  -Esto no es comida, Maxie, es un instrumento de tortura –apuntó Tyson.


  Ray se echó a reír sin poder evitarlo. Le había leído la mente.


  Max murmuró algo por lo bajo, indignado, pero, como siempre, se le pasó pronto. Sonrió a Ray con amabilidad:


  -Seguro que lo haces bien, has practicado mucho.


  -Eso espero.


  Si metía la pata, intuía que Kai no se lo perdonaría. La música parecía algo realmente importante para él. Al menos, lo bastante como para hacerle mostrar sus sentimientos.


***


  Otra vez estaba allí, delante de la puerta 2C, reuniendo valor para llamar al timbre. Cuando al fin lo hizo, no tuvo que esperar más que unos pocos segundos para encontrarse frente a una figura que ya se le empezaba a hacer familiar. Bajó la vista para no encontrarse con su mirada…


  -Gracias por los dulces –dijo el ruso con suavidad.


  …pero al oír aquello volvió a alzarla, y comprobó que sus ojos ya no lo miraban de forma tan hostil.


  -¿Te… te gustaron?-preguntó.


  -Mucho.


  Ray tuvo ganas de sonreír por la ilusión que le hizo, pero se contuvo.


  -Me alegro –dijo simplemente.


  Kai se hizo a un lado para dejarlo pasar.


  Todo estaba exactamente igual que la vez anterior, a excepción de la mesita baja del salón, que estaba cubierta de carpetas y papeles ciscados sin ton ni son. Quizás era ese pequeño desorden lo que generaba un ambiente menos deprimente, además por supuesto de la mejora en el humor del bicolor.


  -¿Qué pieza has escogido?-quiso saber Kai.


  -Pues… -Ray sacó la libreta y buscó hasta dar con la partitura-, esta –dijo mostrándosela.


  -Muy bien –asintió el otro.


  Ray colocó la partitura donde pudiese verla, sacó el violín de su funda, comprobó que estuviese bien afinado y comenzó a tocar.


  Las primeras notas fueron vacilantes, pero después la melodía surgió fluida, y como un prolongado lamento sin palabras transmitió toda la nostalgia, todo el dolor que tenía acumulado. Y Kai lo sintió a la perfección.


  El pesar con el que había compuesto aquella canción renació con fuerza en su pecho y se mezcló con el del joven oriental, haciendo que, por primera vez en mucho tiempo, se le humedeciesen los ojos.


  Pero, entonces, Ray volvió la mirada un momento hacia el ruso, y perdió totalmente el compás.


  Otra vez aquella mirada tan expresiva, a la vez torturada y dulce… y, en esa ocasión, estaba dirigida a él. Por alguna razón, le resultaba más difícil soportar que lo mirase de esa manera a que lo hiciese de forma fría y siniestra.


  -Lo siento –murmuró, sintiendo las mejillas arder.


  Intentó volver adonde lo había dejado, pero ahora que era plenamente consciente de que tenía toda la atención de Kai, no era capaz de relajarse. No recordaba haberse puesto tan nervioso por la mera presencia de alguien en su vida.


  Al ruso no le pasó desapercibido, y admitió que resultaba bastante divertido, pero no quería hacerlo sufrir de esa forma.


  -Si te incomoda que te esté mirando, puedo irme a la cocina –ofreció.


  -Yo… -murmujeó Ray.-Es sólo que…


  El chico de cabello bicolor lo tranquilizó con un gesto y desapareció en el interior de la otra habitación.


  Fue casi instantáneo. En cuanto lo perdió de vista, el cuerpo del oriental se relajó, y su mente volvió a funcionar con normalidad. Era de lo más extraño lo que le estaba pasando con aquel joven. O lo intimidaba o lo hacía sentirse turbado.


  En fin, suspiró, ya tendría luego tiempo de sobra para romperse la cabeza.


  Desde la cocina, mientras ponía una tetera al fuego, Kai disfrutó del resto de la pieza, y detectó un pequeño cambio. Por debajo de los anteriores sentimientos, parecía que había también una ligera incertidumbre mezclada con algo de ilusión y una pizca de esperanza. Kon realmente era capaz de poner su alma en la música.


  Cuando el chico acabó de tocar, Kai entró de nuevo en el salón, llevando una bandeja con dos tazas y un plato con dulces. Su expresión volvía a ser indiferente, pero no tan tensa como antes.


  Sentía los ojos dorados del joven clavados en él, expectantes, pero hasta que no estuvo todo bien colocado sobre la mesa, los papeles ordenados dentro de sus respectivas carpetas y él cómodamente sentado en su butaca, no se dignó a responder.


  -Creo que voy a componer algo nuevo para el recital.


  -Entonces…


  -Sí, me gusta cómo lo haces… pero si vas a ser mi compañero… -lo miró fijamente. Ray intentó no desviar la mirada.


  -Dime.


  -… Vas a tener que ser capaz de tocar estando yo delante. Si te trabas ahora, no importa, pero me temo que no te queda otra que acostumbrarte a mi presencia… al menos hasta el concierto –añadió.


  Ray se sonrojó de nuevo, lo que arrancó a Kai una media sonrisa.


  Un ruido al otro lado de la ventana llamó la atención de los chicos. Un enorme gato blanco con una mancha negra en la cabeza golpeaba con la pata en el cristal. Kai abrió un poco y el felino entró, con toda la confianza del mundo, y se repantingó en la butaca. Desde allí disparó una mirada desconfiada y arrogante a Ray, como si el muchacho, y no él, fuese un intruso.


  -Acaba de… ¿mirarme mal?-Ray estaba asombrado.


  -Sí, bueno… no te lo tomes como algo personal. Cuando no estoy para darle de comer, a mí también me mira de una forma parecida.


  -Quizás lo has mimado demasiado.


  -Tenlo por seguro –asintió el bicolor.


  El joven fue a la cocina y dejó en el suelo un platito con leche y comida para gatos en otro.


  Mientras, el oriental se fijó en que el animal tenía algunas cicatrices en las orejas y en el hocico. Seguramente era un gato callejero cuya confianza se había ganado el ruso. Se veía lustroso y bien cuidado. Sonrió. Qué suerte tenía el bicho.


  Kai llamó al minino con unos sonidos similares a un siseo, y éste no tardó en descender ágilmente de la butaca e ir a por su comida.


  -Es Aldebarán. Es un poco raro, pero supongo que por eso nos llevamos bien –se permitió bromear.


  Ray estaba fascinado con el buen humor del que ahora gozaba su anfitrión. Empezaba a sentirse bastante cómodo con él.


  -¿Ibas a alguna academia de música en China?


  -De pequeño sí, pero hace muchos años que practico por mi cuenta –Kai asintió con la cabeza.-¿Y tú?


  -Yo siempre he estudiado en casa, con un tutor, y, entre otras cosas, me enseñó a tocar el piano.


  -¿Nunca has ido al colegio ni al instituto?


  -No. Hasta las pruebas de acceso a la Universidad, nunca había estado en una clase con más gente. Mi abuelo lo consideraba… vulgar.


  Ray frunció el ceño, pero no comentó nada al respecto.


  -Y entonces… ¿vas a la Universidad?


  -Podrías decirlo así, aunque sólo suelo ir a los exámenes. Prefiero estudiar por libre.


  -¿Y funciona?


  -Hasta ahora he sacado todos los cursos limpios.


  -Caray, eh… espera… ¿”Los cursos”? ¿Cuántos años tienes?


  -Diecinueve.


  Era de su misma edad.


  -¿Cómo puede ser? Deberías estar empezando segundo.


  -Hmm… -Kai pareció algo reticente a responder.-Cuando estudias en casa, lo que tienes que hacer es pasar unos exámenes oficiales, sin estar sujeto al calendario escolar…


  -Vamos, que hiciste más de un curso por año –resumió el oriental, francamente sorprendido.


  -Exacto.


  -Wow… ¿Y qué… qué estudias?


  -Administración y dirección de empresas, estoy en el último curso –soltó con un hastiado suspiro.-Mi familia tiene varias empresas, y en un futuro tendré que hacerme cargo.


  -Y no te entusiasma –adivinó por su expresión.


  -Pues no.


  Aldebarán, ya satisfecho, volvió al salón y reclamó la atención de Kai con un maullido. El chico cogió al gato y lo dejó en su regazo, donde se hizo un ovillo, ronroneando con las caricias del joven. Aldebarán disparó al oriental una mirada desafiante, y Ray hizo un mohín.


  -Bola de pelo mimada –masculló, pero no tardó en sonreír y extender una mano para acariciarlo. Después de todo, los felinos le encantaban. Pero el gato bufó y le arañó el dorso de la mano.-¡Au!


  -¡Aldebarán! –exclamó el ruso.


  El animal se asustó y corrió a otra parte.


  -¿Estás bien?-Kai se sentó junto al chico y tomó su mano herida entre las suyas.


  -Sí, sólo es un rasguño –no sabía por qué, pero se le estaba acelerando el pulso.


  -Hay que limpiarla.


  -Pero si no es nada…


  -Las heridas hechas por un gato se infectan con facilidad, no hay que confiarse.


  Ray no protestó por el escozor del desinfectante, estaba disfrutando del roce de las manos del bicolor.


  Miró la tirita que cubría la pequeña lesión.


  Aldebarán subió al respaldo del sofá, entre los dos chicos, y maulló. El joven de ojos escarlata lo empujó suavemente para que bajase de allí.


  -Siento el percance.


  -Creo que sobreviviré –sonrió el oriental.


  -Eso espero, preferiría no tener que buscarme otro compañero.


  -¿Acaso yo te gusto como tal?


  -Hmm… Pareces… -lo miró, pensativo-, pareces todo lo contrario a la gente con la que suelo tratar.


  -¿Y eso es bueno?


  Hiwatari se inclinó un poco hacia él, mirándolo con intensidad. En ese momento, Ray supo que no olvidaría aquellos ojos.


  -Si te considerase mala persona, nunca te habría permitido poner un pie en mi casa, Ray.


***


  Al volver a casa, Max y Tyson quisieron conocer todos los detalles. Se alarmaron un poco al ver la tirita de su mano.


  -Fue su gato.


  -¿Tiene un gato?-se sorprendió el japonés.-Vaya, y yo que pensaba que era incapaz de relacionarse con seres vivos.


  -Es un buen tipo, Tyson, y tampoco es tan borde. De hecho, fue bastante amable.


  -Imposible…


  -Debes de haberle caído muy bien –dijo Max.


  -O quizás estaba enfermo y deliraba.


  -¿No crees que yo pueda ser encantador?-medio bromeó Ray.


  -Sí, pero me cuesta creer que surta efecto en ese témpano de hielo.


  -Bueno, supongo que es mejor que nos llevemos bien hasta que pase el recital.


  -¿Y cuándo vais a ensayar?-inquirió el rubio.


  -Dijo que esperaba tener algo el lunes para empezar con los ensayos. En principio sería los lunes, miércoles y viernes a las cuatro y media.


  -¿En principio?


  -Cuando haya acabado de escribir la canción, tendremos que ensayar más duro. Si no os importa, chicos, voy a practicar un poco a mi cuarto.


  Intentó reproducir de memoria la pieza de Kai, pero le sonaba ligeramente distinta. Era como menos… deprimente.


  Cerró los ojos y, como hacía siempre, intentó pensar en Mariah. Le costó un poco apartar el recuerdo de una intensa mirada de fuego, pero una vez lo hizo, la canción volvió a sonar tan triste como antes.


  Era increíble que en una tarde Kai Hiwatari le hubiese afectado de esa forma, pero procuró no pensar en ello, resultaba confuso.


  Había oído lo de que el desamor con amor se cura, pero él no se estaba enamorando de Kai… ¿verdad?


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