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Cisne por zion no bara

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Notas del fanfic:

Espero que les guste el fic, ya he usado a la pareja pero me pareció bien hacerla de nuevo.

 

Notas del capitulo:

Este fic está dedicado a Megara1980 y a ChaniChan quienes querían algo de los Generales Marinos y de los dioses guerreros de Asgard, espero que les guste y con este fic termino mi cuota de fics con estos personajes.


 

Las historias con las que crecimos siendo niños generalmente empiezan de la misma manera, así que ésta empezará igual: Había una vez...

 

 

Un reino llamado Atlántida, un lugar lejano y próspero, un sitio hermoso y elevado en el cual su centro de vida era el palacio, el palacio de Nereidas (1) se levantaba imponente en el lugar como un orgulloso vigía que observaba a todos los suyos y se encargaba de hacerles sentir que estarían protegidos a su sombra. La familia reinante era la familia de los Solo, una antigua estirpe que había cuidado de los suyos, los había hecho un reino y procuraba su bienestar, ninguno de los gobernantes había sido jamás recordado como malvado o cruel, jamás, eran ejemplos de monarcas para sus vecinos reinos.

Estaban justamente en el momento en que desafortunadamente deberían llorar la pérdida de uno de sus reyes, de los mejores, Poseidón (2) de Atlántida estaba muriendo. Siendo ya mayor dejaba detrás de él la desolación de su gente que lloraba por su inminente pérdida, él mismo lo sabía y por eso hizo llamar a sus descendientes. Desafortunadamente sus hijos eran muy jóvenes aún, sus dos herederos eran Julián, ya un adolescente y Sorrento, quien aún era un niño. Ambos entraron al imponente lugar en el que rodeado de súbditos leales y dolientes su padre estaba terminando su paso por éste mundo.

-Hijos míos-dijo débilmente el rey.

Los dos llegaron a su lado y procuraron contener sus lágrimas, no eran llantos con los que deseaban despedir a su padre.

-Cuando me vaya ustedes quedarán en éste sitio como los responsables de su gente, de Atlántida-les dijo seriamente su padre-Procuren ser los mejores gobernantes que se pueda para éste reino, no los lleven a las guerras ni les causen pesares, velen por su bienestar y protéjanlo de sus enemigos.

Ambos aceptaron de un movimiento.

-Serás tú quien reine mi querido Julián, cuida de nuestro pueblo.

-Lo haré padre-dijo con formalidad el jovencito.

-Sorrento.

El pequeño se acercó temblando como una hoja.

-Debes ayudar a tu hermano, se el mejor hermano pues de ambos depende nuestro pueblo.

-Si...padre...

Y fue todo lo que resistió antes de empezar a llorar.

-Mis hijos su padre los bendice.

Ambos se acercaron y el caballero colocó su mano sobre su cabeza, sabiendo que sería la última vez que les daría su protección paterna. Poco después los dos fueron retirados de la habitación y llevados a las suyas; durante la madrugada se dejó escuchar el fuerte repiquetear de las campanas de la capital anunciando que el rey había muerto. El reino se vistió de luto pero confiaban en la continuidad de la familia Solo ya que había dos jóvenes príncipes que llevaban el apellido, no había motivos para preocuparse, mientras un Solo estuviera al frente Atlántida continuaría adelante.

Siendo como era que Julián aún era joven para sus deberes en calidad de rey temporalmente el reino quedó en manos de una regencia, el muy leal y adicto a la corona además de ministro Krishna de Crisaor quedó en calidad de regente hasta que el joven tuviera la edad para asumir sus responsabilidades. En medio de todo eso Sorrento tan sólo estaba ahí, triste por perder a su padre y buscaba la manera de ser útil a su hermano quien se preparaba para llegar a ser rey.

 

 

Ambos hermanos eran muy unidos, cualquiera lo hubiera visto, cuando por alguna causa salían del palacio y pasaban por la capital su pueblo los saludaba con respeto y afecto, ellos por lo mismo siempre buscaban cumplir y ver que se cumplieran los deberes hacia los suyos. Julián y Sorrento al saberse los únicos Solo tomaban muy enserio sus responsabilidades y deberes, prepararse para llegar a ser quienes guiaran su reino. Además de eso se habían hecho muy unidos y cercanos, por ello cada vez que tenían la oportunidad ambos se buscaban y procuraban llevar una relación muy estrecha.

Con frecuencia los dos hermanos daban paseos por los bosques que rodeaban al palacio, cuando eso sucedía ellos mismos pedían no ir con guardias pues eran momentos únicamente para los dos.

-Alcánzame Julián-gritaba a lo lejos Sorrento.

Su hermano mayor lo dejaba correr y sonreía de verlo estar recuperado, el menor se sentía contento y por ello no se dio cuenta del todo del sitio al que se dirigía.

-¡Sorrento!

Al escuchar a su hermano gritar se detuvo.

-Sorrento-dijo Julián alcanzándolo-No debes ir hacia ahí, nunca vayas hacia ese bosque.

A lo lejos se podía ver un antiguo y helado bosque al que jamás nadie se acercaba.

-Tenemos prohibido ir hacia allí Sorrento-le explicó su hermano-El Bosque Helado es un sitio al que nunca debes ir.

-¿Por qué?

-En ese sitio sin importar que época del año sea siempre está cubierto de nieve y hielo, un hechizo pesa sobre sus habitantes, no debes siquiera acercarte ¿lo comprendes?

-Si Julián.

-Será mejor que regresemos Sorrento.

Sin otra palabra ambos se pusieron en camino pero el menor aún volteó para ver el sitio ¿de verdad estaría encantado? No lo sabía pero obedecería a su hermano. Con ello nunca más se acercó al bosque que a la distancia se mostraba cubierto de nieve eterna.

Parecía que todo estaba en calma, los hermanos estaban en paz y el reino seguía su vida común, por eso cuando los príncipes quisieron dar un paseo nadie se preocupó, era algo normal y nunca había sucedido nada que alertara a los demás. Ambos salieron de palacio y anduvieron por los alrededores sonriendo, mirando el paisaje y disfrutando de su compañía; fue entonces cuando Sorrento vio algo que llamó su atención poderosamente.

Una mariposa de colores brillantes pasó delante de sus ojos rosas, el pequeño de cabellos violáceos nunca había visto una así y la siguió pero parecía que cada vez que iba a capturarla levantaba el vuelo y volvía a detenerse unos pasos más adelante.

-Sorrento ¿Qué haces?

-Mira Julián, que linda mariposa pero no puedo atraparla.

En esos instantes la mariposa estaba sosteniéndose en la rama de un árbol, una que el  mayor alcanzaba.

-La atraparé para ti Sorrento.

Cuando el jovencito estiró su mano la mariposa una vez más emprendió el vuelo, el menor pareció decepcionarse y por eso el mayor de cabellos azules se decidió a algo más.

-Espérame aquí Sorrento, traeré tu mariposa.

-Gracias Julián.

Así que el menor se quedó ahí, sentado en el prado, aguardando por su hermano que se alejó buscando atrapar la mariposa que tanto le había gustado.

En un principio no se preocupó, nada sucedía que indicara que algo estaba mal pero cuando se hacía tarde y su hermano no regresaba el pequeño de cabellos violáceos se sintió inquieto, vio los colores del ocaso cubrir el horizonte y dar paso a la noche y su hermano no volvió. Sorrento no se atrevió a moverse de donde estaba esperando que Julián volviera, se quedó en medio de la oscuridad y los sonidos nocturnos temblando sin saber que hacer ni comprender lo que sucedía.

-¡Julián! ¡Julián!

Sorrento lo llamó a gritos pero no obtuvo respuesta. Se quedó en vela simplemente rogando que su hermano volviera.

Pero Julián no regresó.

Ya era de mañana cuando un grupo de sirvientes de palacio apareció en el prado y encontraron al pequeño príncipe en el lugar, temblando de frío y con expresión de desasosiego, no pasó mucho para que Krishna apareciera en el lugar y preguntara que había sucedido pero Sorrento sólo dijo lo que sabía: que Julián había ido en búsqueda de una mariposa que él quería y no volvió.

 

 

La búsqueda del príncipe Julián fue la máxima preocupación de todos en palacio y en el reino, nadie dejó de buscar en los montes, los valles, las casas y los caminos así como en los bosques al joven de mirada azul pero no se encontró la menor señal de él, era como si simplemente hubiera desaparecido, con el paso del tiempo se llegó a una resolución: No buscar más.

Parecía que todas las pesquisas y el trabajo no llevaban a nada, así que Julián dejó de ser buscado. Cuando Sorrento lo supo no pudo sino llorar, lloró por mucho tiempo sin consuelo, su hermano estaba perdido y ya no lo buscaban y todo era por su culpa, porque él había querido esa mariposa.

En medio de su angustia y su dolor el pequeño Sorrento fue nombrado el príncipe heredero de Atlántida y por lo tanto, cuando fuera el momento, reinaría. Pero Sorrento no pensaba en eso, tan sólo quería desaparecer.

Fue por esos motivos que un día salió de palacio ocultándose de los demás, no quería ver a nadie y que nadie lo viera, se marchó entre llantos dispuesto a nunca regresar, no merecía estar en ese sitio; sin darse cuenta sus lágrimas y su angustia lo llevaban directamente a un lugar, a uno que le habían dicho nunca debía ir: el Bosque Helado. Pero estaba tan angustiado que ni siquiera se dio cuenta.

Así que el pequeño príncipe se adentró en las frías tierras, sus pies pasaban por la nieve y estaba rodeado de altos y pétreos árboles que no florecían, pero nada de eso le interesaba, estaba dispuesto a nunca volver a ver la luz del sol. Caminó así, cegado por sus lágrimas hasta que no pudo andar más y cayó de rodillas sobre el suelo congelado sin dejar de llorar, lo hizo hasta que sintió que nunca podría dejar de hacerlo pero sin darse cuenta sus lágrimas cayeron a una superficie perfecta que pareció brillar por el cálido contacto.

Entonces sucedió algo extraordinario, lo que parecía simplemente hielo era en realidad un lago, uno congelado, un rayo de luz surgió de su interior y de él emergió un cisne, pero no como los demás, era más negro que la obsidiana y parecía que las puntas de sus alas eran doradas además de tener los ojos más verdes que ninguna esmeralda. Sin embargo algo ocurría con el ave, se acercó al pequeño que seguía llorando y como si buscara consolarlo recargó su delicada cabeza en sus piernas.

Ante ese acercamiento Sorrento levantó el rostro y vio al emplumado desconocido que estaba ahí, él nunca había visto un ave de ese tipo y se sintió conmovido al ver que no estaba bien, el cisne estaba herido. Así era, en una de sus alas llevaba atravesada una especie de astilla de hielo que sin duda debía dolerle; Sorrento, quien jamás había soportado ver sufrir a quien no podía cuidarse solo, no dudo en dejar su propio dolor a un lado y ocuparse del ave frente a él.

-Pobrecito, estás herido.

Lo acarició por la cabeza y con cuidado tomó el ala herida, quiso quitar la astilla pero al tocarla sintió un dolor agudo y dio un grito, de todas maneras volvió a intentarlo, no importaba si le dolía a él, lo que importaba era que no lastimara más al cisne. Con decisión tomó la astilla y a pesar del dolor jaló de ella, le costó trabajo hacerlo, mucho trabajo, pero no se rindió, logró retirarla y cuando lo hizo la vio desvanecerse como si fuera humo.

Pero no se ocupó de eso, de inmediato su atención continuó en el ave, vio que sangraba y con su propio pañuelo, que llevaba bordado su nombre en hilo de oro, hizo un improvisado vendaje con el que curó el ala.

-Estarás bien.

Pero se notaban las señales de la tristeza en su rostro y por eso el cisne le habló.

-¿Qué te ha sucedido pequeño?-le preguntó con voz suave.

En el momento que le preguntó el pequeño de ojos rosas comenzó a llorar de nuevo, aunque le dijo lo que había sucedido, el ave se mostró amable con él.

-Tu corazón está lleno de bondad, no temas ni llores más, volverás a ver a tu hermano.

Y si bien siguió llorando por unos momentos más Sorrento logró sentirse mejor, como si supiera que era verdad, de alguna manera volvería a ver a Julián.

-Gracias-dijo él.

-Me has ayudado pequeño, por eso, cuando sea el momento te ayudaré.

En ese instante el alado personaje arrancó cinco de sus plumas con su pico y se las entregó al de cabellos violáceos quien las sostuvo en sus manos sin comprender el presente.

-Si me necesitas-dijo el cisne-debes venir al bosque, a la luz del ocaso esperarás pero al primer rayo de luna que se refleje en éste lago pon una de las plumas y acudiré, te ayudaré siempre, te lo aseguro.

-¿Por qué?

-Porque tu corazón es muy noble.

El pequeño prefirió no decir nada más, aceptó de un movimiento, más tranquilo de todo lo que había sentido en los días anteriores, se despidió del cisne con un movimiento de su mano y volvió al palacio con las plumas entre sus manos. Al llegar a su habitación las guardó en una cajita de madera labrada que tenía, dispuesto a seguir con el papel que le correspondía ahora.

 

 

Los años pasaron, Sorrento en todo ese tiempo había dejado de evadir sus responsabilidades, lo que había hecho era dedicarse a estar listo a la labor que le esperaba como el heredero de la familia Solo al reino de Atlántida, no podía huir de ello, estaba consciente que había personas que dependían de él y no podía abandonarlos, era su deber. En ese tiempo no hubo sobresaltos de ninguna clase, con Krishna al frente las cosas habían marchado bien, el guardián del joven príncipe se tomaba muy en serio su papel, sabiendo que él en algún momento debería entregar la corona al legítimo heredero se sentía complacido de ver que el joven cumplía perfectamente con lo que se esperaba de él. Nadie dudaba de su amor por su gente y que haría cualquier cosa por el bienestar de su reino.

-Un año más-decía Krishna.

-Así es-respondió Sorrento.

En ese momento los dos se encontraban en una habitación de la más alta torre del palacio, charlaban en privado pues el cumpleaños del joven se acercaba y había cuestiones que arreglar.

-Estás a punto de tener la edad de tomar la corona-decía el caballero.

-Si.

-Estás listo Sorrento, no dudo de ello.

-Sólo me hubiera gustado tener más tiempo para aprender.

-Lo harás bien, lo sé.

Era casi el momento para que él asumiera su sitio como rey de Atlántida pero el muchacho de ojos rosas aún sentía dudas, a pesar de eso sabía que tendría a Krishna y a los demás leales caballeros que habían velado por el reino desde que su padre falleciera y su hermano Julián desapareciera...Julián, pensaba en él con mucha frecuencia.

-Eres inteligente y dedicado Sorrento, estoy seguro que sea lo que sea que se presente podrás manejarlo.

-Eso deseo, también deseo que sigas a mi lado Krishna.

-Lo haré con el mayor de los placeres.

-Gracias.

A pesar de eso Sorrento aún no se sentía seguro de lo que se esperaba de él ¿En verdad era capaz de cuidar de su gente? Krishna se daba cuenta de sus dudas pero confiaba en él y para tratar de cambiar el tema decidió informarle algo que aún no estaba seguro en que clase de noticia catalogarlo, de las buenas o de las malas.

-Vendrá una visita Sorrento.

-¿Quién?

-Se trata de Kasa de Limnades.

A esa mención el de los ojos rosas se sintió algo sorprendido y el caballero delante de él comprendía que fuera de esa manera.

-Ha enviado un mensaje-continuó Krishna-Dice que está de viaje y que pasará por aquí, pidió asilo para descansar un día. No pude negarme.

-Hiciste bien Krishna.

Pero una información de ese tipo era para pensarse. Kasa de Limnades si bien era conocido en muchos sitios y lejanas regiones no era precisamente porque fuera algo bueno. Ese hombre tenía una fama que nadie podía decir cuan cierta era pero en su mayoría la gente estaba de acuerdo que era alguien con demasiado poder, un notable hechicero a quien nadie deseaba hacer enojar, lo mejor era tenerle paciencia y cortesía para no atraer su enojo y que se marchara lo más pronto posible.

-Debemos estar listos para cuando llegue Krishna ¿Cuándo será?

-No dijo un día exacto, sólo que vendrá antes de la próxima luna llena.

-Muy bien, que las puertas estén abiertas para recibirle todo el tiempo.

-Así se hará.

Esperaban que nada sucediera que alterara esos planes.

 

 

Desde que anunciara su visita Kasa era esperado por la gente de Atlántida, se tenían vigías y mensajeros para que en cuanto fuera visto se informara y se le pudiera recibir, incluso por las noches se mantenía iluminado con antorchas el camino y así no permitir que pasara desapercibido.

-Todo se encuentra como lo pidió-le informaba uno de sus ministros al joven Sorrento-Kasa de Limnades será recibido con cordialidad.

-Gracias Isaac-respondió el de mirada rosa-Lo mejor es no darle motivos para enfadarse.

-Tan solo deseo que se marche pronto-dijo con sinceridad el líder de la guardia-No me agrada la idea de que permanezca en Atlántida.

-No te preocupes Bian, debemos ser cordiales y pacientes simplemente, es como cualquier otro visitante a estas regiones.

-No lo es-intervino quien en esos momentos detentaba el cargo de intendente de palacio-Su fama le precede como para tomarle por una visita más.

-Dejemos de pensar de manera tan negativa Io, cuando llegué tenemos que mostrarnos a la altura de nuestros deberes y rango.

A pesar de que fuera su joven príncipe quien lo dijera ninguno de los tres hombres se tranquilizaba, no podían sino creer que lo mejor sería que esa visita se marchara lo más pronto posible.

Los días se sucedían y nadie veía señales del visitante, se comenzó a comentar si en verdad iría pero no se atrevían a cerrar las puertas por temor a que pareciera un desplante.

Una noche, una noche cerrada y fría, el cielo estaba cubierto de nubes, no se podía ver nada, ni las estrellas ni la luna, así que nadie era capaz de decir si ya estaba la luna llena o no. Como fuera se mantenían aún en pie esperando, de todas maneras era el último día que lo harían pues si el invitado no llegaba en el plazo que él mismo había fijado la descortesía sería de su parte y no de ellos. No se veía nada en el camino, nadie de los apostados en los alrededores vio que alguien se acercara, los que sostenían antorchas en la entrada no escuchaban siquiera un sonido, parecía que todo estaba en calma.

Pero fue en medio de esa calma que algo sucedió, de repente se desató un viento fuerte y salvaje, sin que nadie pudiera evitarlo las puertas que se habían mantenido abiertas todos esos días se cerraron de un solo golpe y se dejó escuchar una voz.

-¡¿Cómo se atreven a ésta insolencia?!

La calma regresó y los presentes vieron, sin que pudieran explicarse cómo, que a las puertas del lugar estaba Kasa de Limnades.

Las personas no sabían que decir, no podían explicarse lo sucedido, en poco tiempo ya estaba Sorrento a la entrada y a su lado Krishna, esperaban que pudiera solucionarse lo sucedido sin necesidad de mucho.

-Lo lamentamos terriblemente-dijo el muchacho de cabellos violáceos-Esperamos su llegada todo este tiempo pero éste viento nos sorprendió al igual que a usted.

-Sólo ha sido un lamentable accidente-agregó el caballero de Crisaor.

-Eso no es suficiente-dijo Kasa con voz fría-Jamás he sido tratado de manera tan indigna.

-Todo ha sido una lamentable coincidencia-decía el de ojos rosas-Por favor, lo esperamos desde que envió su mensaje.

-Esto no se quedara así.

-Debemos ser razonables...

-No-interrumpió Kasa-He sido insultado y por lo tanto exijo justicia para esta afrenta.

Nadie se atrevió a hablar a partir de ese momento, el poder de ese hombre era grande y temían lo que podría hacer. Kasa se daba cuenta de todo eso, con sus ojos oscuros lo estudiaba todo a su alrededor, no perdía detalle alguno y entonces fijo su penetrante mirada en el muchacho delante de él. Como si nadie más existiera le habló.

-Sorrento de Solo, tu reino me ha infligido un insulto imperdonable al cerrarme las puertas en mi propia cara, así que deberás responder por todos.

Nadie se atrevía siquiera a respirar.

-Hoy es la luna llena-y al decir eso el cielo se despejó dejando ver el brillante astro en el cielo-cuando sea la siguiente luna llena deberás buscarme y entregarme los seis zafiros de Balder (3), sólo con ellos perdonaré a éste reino. De lo contrario sumiré éste lugar en la oscuridad eterna y nadie jamás volverá a recordar su nombre.

Ninguno de los presentes se atrevió a decir ni a hacer nada mientras el hechicero se desvanecía ante sus ojos.

-El futuro de Atlántida está en tus manos Sorrento de Solo.

Kasa desapareció y la gente se quedó aterrada, habían atraído contra ellos la furia del hechicero de Limnades y no encontraban una manera de solucionar lo ocurrido.

 

 

El reino de Atlántida se sumió en el temor, nadie sabía que hacer ni como proceder pues sinceramente, a pesar del cariño que pudieran tener por la casa de Solo, no creían que Sorrento, ni ningún otro, pudiera cumplir con las condiciones impuestas por Kasa. El joven de cabellos violáceos había meditado en qué debía hacerse pero ninguna idea se formaba en su mente y discutía con sus más cercanos al respecto.

-Tal vez si enviamos a la búsqueda de los zafiros podamos encontrarlos-decía el de cabellos rubios.

-Aún cuando fuera de esa manera Krishna-decía Io-¿Quién en Atlántida sabe donde encontrarlos?

El hombre no se atrevió a responderle.

-Nadie sabe donde están ni la manera de recuperarlos-continuó el de Escila-Son sólo mitos y ciertamente no se puede asegurar que siquiera existan.

Era una posición muy mala en la que se encontraban definitivamente.

-Esto no fue un accidente-dijo con rabia contenida Isaac de Kraken-Perdería mi otro ojo apostando por que todo fue provocado por esa víbora de Limnades.

Lo cierto era que ninguna persona en el reino creía que hubiera sido un accidente lo del de Limnades, sin duda él mismo había provocado el viento y esa nublada noche para no ser visto y tenerlos así en sus manos.

-Lo importante es encontrar una solución-intervino Bian de Hipocampo-No podemos perder el tiempo en lo que creamos, lo importante es resolver esto.

Todos se mostraban de acuerdo pero nadie encontraba una solución.

-¿En qué piensa?-preguntó el de Crisaor.

Y lo hacía porque el joven de los ojos rosas no había dicho nada.

-Debo pensar en esto Krishna, por favor, necesito estar a solas-dijo el joven con formalidad-Les pido que se retiren.

-Como desee.

Con esas últimas palabras el de Crisaor y todos los demás se retiraron dejando al muchacho de ojos rosas solo. Pensaba, meditaba, rogaba pero no encontraba respuestas a lo que debía hacer, fue entonces que recordó. Salió corriendo a su habitación y sin aguardar por nada buscó en el último cajón de su armario, guardada entre sus recuerdos estaba la cajita de madera y al abrirla encontró intactas las plumas que le diera el cisne años atrás. Tal vez él pudiera ayudarlo.

Sin decir una palabra a nadie Sorrento salió de palacio y se dirigió al Bosque Helado, caminó por encima de su nieve y el hielo y le pareció que estaba exactamente igual que cuando corrió hasta ahí porque deseaba nunca volver con los suyos. Llegó al lago congelado a la luz del ocaso y aguardó, cuando la noche hizo su entrada colocó la pluma en el lago y fue iluminada por el primer rayo de luna, sin que pasara mucho tiempo el sitio dejo emerger al brillante cisne que él viera tanto tiempo atrás.

-Me has llamado-dijo el ave.

-Si-respondió él-Por favor, necesito de tu ayuda.

-¿Qué ha sucedido?

Sorrento le contó prontamente lo ocurrido y lo dicho por Kasa, tan sólo esperaba que él supiera algo al respecto.

-Kasa de Limnades es un hechicero muy poderoso-dijo el cisne-Y con un corazón malvado, sin duda tiene planes para hacer esto.

-Quiero ayudar a mi pueblo-dijo Sorrento-Dime ¿sabes de los zafiros de Balder?

-Si pero te advierto que no será sencillo obtenerlos ni encontrarlos.

-Haré lo que sea por mi gente.

-Tendrás que ser muy valiente, más valiente que nunca, y aún cuando sientas que tu corazón se detiene por el miedo deberás continuar ¿Comprendes eso?

-Si.

Y al ver su firmeza al hablar el cisne supo que podía confiar en él.

-Escúchame bien entonces-continuó el emplumado personaje-Deberás hacer un viaje, cuanto antes, pues el tiempo está en tu contra, deberás dejar el palacio ya que Kasa lo ha dejado sin duda vigilado pero hasta aquí no se atreverá a entrar.

-Está bien.

-Puedo decirte como obtener los primeros zafiros desde ahora ya que para obtener el segundo necesitarás el primero. Los zafiros de Balder son guardados en circunstancias especiales para que no cualquiera se apodere de ellos, ten presente eso.

-Muy bien.

-El primero que puedes obtener será el zafiro de Benetosh.

El joven príncipe lo escuchó todo atento y sin perder una palabra, haría lo que fuera por evitar que su gente sufriera a manos de Kasa y fue por ese motivo que regresó a palacio a escondidas solamente para dejarles una nota, les aseguraba que cumpliría con las condiciones de Kasa, no debían preocuparse por él y dejaba a Krishna al frente, también les aseguraba que todo estaría bien aunque no volviera.

 

 

Estando ya en camino pensaba Sorrento en esa primera prueba, el cisne le había explicado todo, el camino a seguir y el destino que debía alcanzar. El primer zafiro que necesitaba estaba en las antiguas cavernas del éste del reino, las cuevas de Mime, no eran un sitio común pues la gente les temía ya que en ellas pesaba un encantamiento, se decía que se podía entrar pero no salir ya que las cavernas cambiaban día a día. Aún con esa advertencia él llegó y respiró profundamente antes de entrar, vio la luz del sol y sin esperar entró.

Las cavernas eran oscuras y frías pero debía seguir, para iluminar su camino no podía llevar una antorcha ni nada que se le pareciera pero el cisne le había dicho como tener luz.

-En las cercanías de las cavernas hay una laguna-dijo el ave-Verás a la orilla unos lirios y en ellos se posan unos pequeños insectos de color oscuro (4), atrapa uno con uno de tus cabellos y llévalo como si fuera un dije en tu cuello, te ayudará.

El joven lo había hecho, ató a uno de los pequeños insectos con uno de sus violáceos cabellos y lo colocó sobre su pecho como un broche, mientras aún se veía algo de luz por la entrada no hubo inconvenientes pero apenas dio la vuelta en uno de los muros cuando encontró que ya no había camino y quiso regresar sobre sus pasos se dio cuenta que la entrada por la que ingresó ya no estaba. Suspiró pero siguió con su camino, en poco tiempo el pequeño insecto comenzó a brillar brindándole una luz respetable con la cual ver el camino.

Anduvo por un largo tiempo sin saber si avanzaba o no, se limitaba a continuar tratando de distinguir algo que semejara lo que él buscaba pero no había señales de ello. El cisne le había indicado lo que debía esperar.

-Debes sentir una brisa, entonces síguela.

Pero en ese sitio no se sentían brisas, algunas veces se encontró con muros que le cerraban el paso, otras cayó por casi invisibles pendientes, unas más se golpeó con rocas que parecían aparecer de la nada, llegó un momento en que le dio la impresión que no había manera de salir de ahí y a punto de desfallecer sintió un ligero movimiento en su cabello, volteó y se convenció que había una leve brisa, la siguió tan aprisa como pudo pero era difícil, el camino se hacía muy estrecho, de ir a pie tuvo que seguir a gatas y después prácticamente arrastrarse pues las paredes se encogían a su alrededor pero él continuaba, no podía detenerse en ese instante.

Finalmente salió del estrecho camino para llegar a lo que parecía una enorme cueva, distinguió lo que iba buscando: el zafiro. Pero estaba de una forma un tanto particular. El zafiro estaba incrustado en un arpa, una de un brillante color escarlata. Se acercó y tomó con cuidado el arpa.

-Ahora sólo debemos salir-dijo en voz alta.

Pero la salida fue mucho más sencilla que la entrada ya que sin explicación aparente el arpa brilló y se abrió una salida ante sus ojos.

-Gracias-dijo él.

Así que pudo salir y llevó al arpa con él, una vez afuera liberó al pequeño insecto que lo había guiado en el lago de nuevo, le dio las gracias y después de un breve descanso se dispuso a continuar ya que el siguiente zafiro estaba lejos.

Tal y como el cisne le había dicho necesitaría del primero para obtener el segundo zafiro aunque no era exactamente por la piedra que conseguiría el segundo.

-El zafiro de Arioto-le había explicado el cisne-es resguardado por Phenril, debes tener cuidado pues no le gusta la gente.

Le dijo al muchacho de cabellos violáceos que se trataba de un lobo enorme que andaba libremente en los bosques de Glasir (5), muy fuerte, veloz y sobre todo feroz, debía tener mucho cuidado con él y era por eso que necesitaría del arpa de Mime (ya que llevaba el mismo nombre que las cuevas), pues acercarse para obtener el zafiro no sería nada sencillo. De todas maneras el de ojos rosas fue hacia los bosques aguardando por lo mejor.

Los altos árboles que la rodeaban casi parecían tener rostros que lo miraban, él caminaba con pasos tímidos volteando a cada instante como asegurándose que nadie lo seguía, entonces escuchó algo que hizo que se le helara la sangre, era un aullido pero era tan terrible que el bosque mismo temblaba.

-Debe ser Phenril-se dijo en voz alta.

Caminó en la dirección que parecía el origen de todo y desde lo alto de una colina pudo contemplar al animal, de verdad era enorme, esperaba un lobo de gran tamaño pero ese era más que grande, le parecía que era más grande que Krishna y antes de poder saber más aparte que tenía ojos dorados y pelaje plateado fueron justamente esos ojos los que se posaron en él y sin más la gigantesca bestia corrió adonde se encontraba. Lo primero que hizo Sorrento fue asustarse y corrió pero sabía que el lobo lo alcanzaría, aun así esperaba que no fuera en ese sitio sino en uno más abierto pero vio como los árboles caían cuales pajillas al avance del enfadado animal.

Se quedó contra un enorme árbol escuchándolo y logró verlo, aún más de cerca, el lobo aulló fieramente y él sintió que le temblaban las manos, entonces se le cayó el arpa pero afortunadamente por ese movimiento recordó lo que debía hacer.

-Tan sólo debes tocar el arpa de Mime-le dijo el cisne-Y Phenril ya no te atacará.

Como si fuera un último impulso llevó sus dedos a las finas cuerdas y apenas las tocó se dejó escuchar una melodía, era tan bella, tan suave, que Sorrento ya no sintió miedo, se tranquilizó y algo similar sucedió con el lobo que se quedó ahí cual cachorrito escuchando, sin duda la música doma a las fieras.

-No eres tan feroz después de todo-le dijo el de cabellos violáceos.

Cuando Sorrento regresó al Bosque Helado lo hizo sobre el lomo de Phenril llevando también el arpa de Mime que seguía como cantando muy contenta durante el camino.

 

 

Sorrento había superado las primeras pruebas pero sabía que aún faltaba mucho para triunfar, de todas maneras se alegró cuando al llamar al cisne con la segunda pluma éste apareció y vio lo sucedido.

-Sabía que lo conseguirías-dijo el ave.

-Gracias a ti-respondió él.

-Debes desear seguir con tu búsqueda.

-Si pero deseo pedirte algo, algo más-dijo agachando la mirada.

-¿Qué?

-Ellos necesitan un hogar-dijo refiriéndose al arpa y al lobo-No me atrevo a abandonarlos, parecían contentos de venir conmigo.

-Les daré mi protección-aseguró el cisne-No temas por ellos.

-Gracias-dijo el de ojos rosas sonriendo-Ahora debo seguir cuanto antes por el siguiente zafiro.

-Así sea. Lo más conveniente es que te dirijas a las regiones de Phecda, uno de los zafiros es resguardado ahí.

El joven Sorrento emprendió su nuevo camino con prisa pues no deseaba perder tiempo, ahora que sabía lo que debía hacer contaba con triunfar pues aún faltaba mucho para que se considerara cerca de un final afortunado. Como fuera durante el camino repasaba mentalmente lo que el cisne le había dicho, tendría que alcanzar las regiones de Phecda y una vez ahí enfrentar una nueva prueba.

Phecda era una zona rocosa, no iba a ser nada sencillo el poder encontrar el zafiro pues estaba bien vigilado por un guardián muy singular ya que habitaba en las cercanías de una montaña, a sus faldas aparentemente, oculto entre las ruinas de lo que fuera una ciudad, los años habían deteriorado aún más la región pero lo primero que quedó ante la mirada rosa al llegar fue que parecía un laberinto, las rocas se amontonaban o estaban roídas dejando marcados caminos que sin duda su habitante había creado.

-Todo el sitio está bajo el cuidado de una serpiente enorme-le había dicho el cisne-Es muy grande y fuerte, debes tener cuidado de no quedar a su alcance.

El de cabellos violáceos caminó con cuidado buscando el sitio exacto que le había sido indicado para que pudiera llevar a cabo su labor pero no lo ubicaba, de acuerdo a las palabras del cisne era el sitio en que podría hacer frente al siguiente guardián de un zafiro.

-La serpiente no se siente de buen grado en el agua-le dijo el cisne-Encuentra un arroyuelo que corre por el sitio y es donde debes aguardar.

Pero el joven no veía agua por ahí, sin embargo siguió adelante atento al menor ruido que le indicara que no estaba solo. Lo que no sabía era que estaba siendo seguido desde el primer momento por una mirada brillante y profunda, su dueño era sigiloso y no se daba a notar, se limitaba a estar tras él y esperar su momento para atacar. Sorrento buscaba agua pero no veía nada, se inclinó cuando creyó encontrar un pequeño charco, si había algo de agua lo demás debía estar cerca, de hecho no estaba tan errado pues si había un camino de agua pero estaba casi oculto bajo las piedras; permaneció de rodillas cavando con sus manos y lo que buscaba estaba ahí: se trataba de una brillante piedra, pequeña, pero era lo que necesitaba, un cristal de roca que extrañamente solo se daban en el agua.

Mientras sostenía la pequeña piedra en su mano no sintió que alguien estaba a sus espaldas, una enorme serpiente se elevaba en silencio tras él preparándose para atacar, pero en ese instante se reflejó en el cristal de roca y Sorrento apenas si pudo voltear sorprendido y esquivarlo. Pudo ver al nuevo guardián, se llamaba Thol por lo que el cisne le había dicho y le advirtió que era una serpiente de gran tamaño pero no esperaba que fuera tan grande, se incorporó ante sus ojos rosas y se convenció que debía tener el tamaño de dos hombres pero no podía quedarse ahí, se levantó tan pronto como pudo para echar a correr pero la serpiente fue tras él, el joven buscaba refugio y la serpiente derribaba todo a su paso.

Entonces el de cabellos violáceos tropezó pero al hacerlo sintió que la tierra bajo sus pies era blanda, había un pequeño hueco bajo unas rocas y se escabulló entre ellas mientras su perseguidor entró después de él, al hacerlo con prisa pareció no percatarse de lo ocurrido. Resultaba que justamente debajo de esas rocas había parte del camino que corría el agua y que sin duda había sido cubierto por la misma serpiente, el joven Sorrento estaba en una especie de laguna que le llegaba hasta la cintura mientras que la serpiente apenas tenía un pequeño espacio de tierra seca, fue el momento que aprovechó el joven y le arrojó el cristal de roca mientras siseaba a la boca, con eso bastó para que su cabeza cayera como si pesara demasiado y no se moviera más.

-Lo siento-dijo Sorrento acercándose y tomando el zafiro que brillaba en su frente.

No tuvo corazón para dejarla de esa manera y le sacó el cristal de roca de la boca, con lo cual la serpiente salió y lo ayudó a salir, parecía que no tenía más motivos para perseguirlo y acompañó al de cabellos violáceos el resto del camino dócilmente.

 

 

Al joven Sorrento no le vino mal la compañía pues lo siguiente no sería nada sencillo.

-Es un zafiro resguardado en el bosque de Megrez-le había informado el cisne.

El bosque de Megrez era el tipo de sitio que fácilmente hubiera hecho a cualquiera asustarse, era oscuro, frío, cerrado, como si el sol no llegara del todo, se trataba de un inmenso bosque que si se hacía caso a lo que contaban tenía vida propia pues toda la naturaleza del lugar era dueña de su propia voluntad y se encargaba de los intrusos que se arriesgaban a entrar.

Cuando Sorrento llegó notó de inmediato que había un arroyo y no quiso que Thol se arriesgara a ir con él, así que lo dejó del otro lado y cruzó la húmeda distancia para alcanzar la orilla del bosque, una vez ahí necesitaba recordar todo lo dicho por el cisne pues estaba seguro que era mejor seguir sus consejos como el de tomar unas pequeñas amatistas que brillaban en el fondo pues debía hacerse una pulsera con ellas ya que le serviría una vez alcanzado su objetivo.

-Solo las amatistas son un escudo que sirva-le dijo el cisne-No intentes tocar el zafiro sin ellas y sin importar lo que suceda, lo que escuches o lo que veas, no debes hablar, en ese bosque los hombres no son bien recibidos.

Para pasar inadvertido siguió el resto de las instrucciones, había bastante maleza alrededor, así que tomó las hojas, las amontonó y como si fuera un animalito se revolvió entre ellas hasta quedar cubierto, aún con hojas prendidas en sus cabellos y sus ropas continuó adelante. El bosque era mortalmente silencioso y Sorrento no tardó en comprobar que aparentemente el sitio de verdad se movía pues los árboles y las plantas no se veían como en ningún sitio que él recordara pero no dijo ni una sola palabra. Con sus pasos suaves llegó hasta el centro del lugar donde se levantaba un pequeño montículo de piedra y ese era el sitio que necesitaba.

En el montículo se veía clavada una espada, larga y brillante, en la empuñadura de la misma brillaba el zafiro, hasta ese momento todo marchaba bien, se acercó el de cabellos violáceos y con la mano que llevaba la pulsera de amatistas tomó el zafiro, pues sólo con amatistas estaría protegido de lo que Alberich, que era el nombre de la espada, podía hacer. Guardó el zafiro y no estuvo seguro de si debía hacer algo más, sin embargo la espada pareció vibrar por su cercanía, tal vez esperaba que la llevara consigo pero entendía que no podía hablar y preguntarle. Se animó a hacer algo, sujetó el arma por la base y sin inconvenientes se deslizó fuera de su sitio, así que parecía que estaba de acuerdo.

Como no quedaba nada más que hacer Sorrento emprendió el camino para salir, no hacía ningún sonido pero fue inevitable controlarse cuando algo lo sorprendió: un  enorme bicho rastrero que se veía del tamaño de su mano abierta se arrojó contra él prácticamente, completamente tomado por sorpresa se sintió confuso y exclamó algo abiertamente.

-¡Cielos!

Esa simple palabra bastó para que el bosque reaccionara y realmente tomando vida propia se movió como buscando al que había hablado, lo cual no tardó en suceder, los árboles se movían y sus ramas no tardaron en convertirse en armas que lanzaron sus ataques contra el de cabello rosa; el joven trató de escapar pero no estuvo exento de  recibir unos golpes, unas raíces salieron a su paso y lo hicieron caer, soltando la espada que quedó a poca distancia, entonces Sorrento quiso recuperarla para seguir con su camino pero la tocó apenas con la mano que no llevaba su pulsera de amatista, ante lo cual la espada reaccionó: se encendió. Se trataba de una espada llameante que hizo retroceder al bosque. El de cabellos rosas se incorporó y tuvo cuidado de usar su mano adecuada.

-Gracias-dijo a la espada al salir de ahí.

Como si estuviera de acuerdo el arma volvió a su estado original.

Así que Sorrento regresó al Bosque Helado en compañía de Thol y Alberich sin dificultades.

 

 

Una vez en el bosque Sorrento utilizó la tercera pluma para llamar al cisne y pedirle su ayuda de nuevo.

-¿Podrías cuidarlos?-le preguntó el de ojos rosas-No quisiera que estuvieran solos.

El cisne le prometió que lo haría y procedió a explicarle lo que debía hacer a continuación.

-Encontrarás los siguientes dos zafiros en los dominios de Mizar.

Escuchó atentamente la explicación que le daba la oscurecida ave sobre los siguientes zafiros que se encontraban en el mismo sitio aunque no juntos, se escuchaba un poco complicado pero tendría que hacerlo.

-Tienes que unir al día con la noche-dijo el cisne.

Una vez que se despidió de Thol, Alberich y el cisne, Sorrento se puso en camino a las regiones de Mizar, una desolada tierra no era habitada desde generaciones atrás pero un castillo se elevaba a lo lejos, era el sitio al que él debía acudir, entró pasando por un antiguo puente y no escuchó sonido alguno, aunque antes de traspasar la enorme puerta tuvo que seguir unas indicaciones más.

-Ese sitio está vigilado por dos tigres, son bestias enormes aún para su raza-le advirtió el cisne-Debes tener mucho cuidado, mientras uno duerme el otro vela y han estado peleando entre ellos continuamente.

Así que antes de traspasar la entrada el joven de cabellos violáceos tuvo que hacer algunos preparativos.

-No debes dejarte sentir-dijo el cisne-Tienen muy buen olfato y un oído agudo, se encuentran en el mismo palacio pero distantes entre si, para pasar desapercibido tendrás que prepararte.

Así que antes de entrar el muchacho de ojos rosas hizo todo lo que el cisne le había indicado. De los cardos que crecían a los alrededores obtuvo hilo y se tejió una larga camisa que lo confundiría con los muros, quemó una rama del árbol más cercano al palacio y se cubrió con las cenizas pues cubriría su olor, además de tener que ir descalzo para que sus pasos no se escucharan. Con todo cumplido finalmente había ingresado.

Los pasillos eran largos y parecían interminables, sabía que la única manera de mantener a tales bestias tranquilas o al menos suficientemente tranquilas era unir la daga de Alcor, el problema era que cada uno de los tigres guardaba una de las piezas y peleaba por el otro para tenerla completa. No resultaría sencillo pero era mejor intentarlo.

Así que él continuaba con su camino procurando observar todo y no dejar nada al azar, no sabía a cual de los dos vería primero pero esperaba encontrar antes al que dormía y no al que velaba; siendo así continuaba por los salones abandonados en la antigua propiedad y fue cuando divisó a uno de sus habitantes. Sorrento se encontró en un salón con uno de los tigres, era un enorme y hermoso animal de color negro con la mirada de un castaño muy claro y lo hubiera admirado más de no ser porque el animal era el que estaba despierto. No creía prudente tratar de apoderarse de la mitad de Syd (que era como dijo el cisne que se llamaba el tigre negro) y era mejor ir por la del otro. Se alejó cautelosamente y pasó bastante tiempo recorriendo aún el lugar tratando de localizar al segundo.

Sorrento sentía que los pasillos eran interminables pero llegó a escuchar algo, se acercó procurando no hacer ruido y al abrir una puerta vio al tigre que dormía, era según lo dicho por el cisne Bud, pues era el de color blanco; en esos momentos la hermosa fiera estaba dormida pero era mejor así. El joven de cabellos violáceos se acercó caminando sobre la punta de sus pies y no perdía de vista al tigre durmiente, buscaba al mismo tiempo con sus ojos rosas la mitad de la daga pero no la veía, no hasta que fijo su vista en el pecho del animal, la llevaba alrededor de su cuello. No iba a ser sencillo pero no tenía opciones.

Procurando concentrarse y con el corazón latiéndole violentamente se aproximó, no perdía de vista al tigre blanco mientras estiraba su mano y deshacía el nudo que sujetaba su mitad de la daga, casi lo había logrado pero por estar concentrado en su labor no se dio cuenta de dos cosas, la primera que un cuervo más negro que la noche se posaba en la parte alta de una ventana en la habitación y que justo cuando él se había apoderado de lo que buscaba dio un fuerte graznido.

El de mirada rosa se sorprendió y quedó delante de una mirada castaña igual a la del otro habitante del lugar, no pudo hacer otra cosa que salir corriendo pues el tigre se despertó y si bien no podía verlo si veía su tesoro. Sorrento apenas si pudo salir antes de ser alcanzado por una de esas poderosas zarpas, corría por los pasillos sin estar seguro del camino que seguía pero no podía detenerse, escuchaba a la bestia tras él, y no fue el único problema del que tuvo que preocuparse; el segundo evento del que no se había percatado estaba por suceder: el día estaba decayendo y no tardaría la noche. El cisne le advirtió que debía salir antes del anochecer de la propiedad o ya nunca podría hacerlo. Tenía que darse prisa.

El muchacho de cabellos violáceos se encontró en un camino conocido y supo que sólo habría una oportunidad, así que avanzó velozmente a la habitación en la que había encontrado al primer tigre, a Syd, y ciertamente el enorme animal estaba ahí como si se preparara a dormir pero en ese instante entró Sorrento corriendo y escondiéndose a un lado de la entrada para dar paso a Bud. Ambas fieras se miraron, estaban en ese justo momento entre el día y la noche, el crepúsculo, cuando el sol y la luna parecen acariciar sus manos pero serían tan sólo unos instantes y Sorrento lo sabía; sin pensar en lo que arriesgaba ni en nada, aprovechando la conmoción de ambos tigres por verse de frente, corrió hacía al negro y tomó de un fuerte movimiento su mitad que pendía de su pecho y las unió: la daga de Alcor estaba de nuevo unida.

En otros momentos lo hubiera celebrado pero no había tiempo.

-Con la daga de Alcor unida los dos te respetarán-había dicho el cisne.

Así que el joven en vez de pensar en los zafiros le dio pena dejarlos ahí solos y les preguntó si se irían de ahí, apenas si lo lograron los tres ya que en cuanto sus pies dejaron de tocar el puente el palacio se cerró. Aún así estaban bien y había valido el riesgo, regresó al bosque nevado pero ahora con los tigres que lo protegieron y abrigaron durante todo el viaje y ya no parecían querer pelear entre ellos cuando la daga ya estaba unida.

 

 

A su regreso antes de decir nada sobre si mismo llamó al cisne como le había enseñado a hacerlo con la cuarta pluma, el ave apareció ante sus ojos y al igual que con los anteriores le pidió que cuidara de los tigres Syd y Bud, a lo que el cisne no se negó.

-Sólo faltan dos zafiros-decía él.

-Pero no será sencillo-dijo el cisne.

-Aún tenemos tiempo, nos quedan algunos días.

Era verdad pero también era cierto que los viajes no habían sido tan cortos como parecían.

-¿Qué debo hacer ahora?-preguntaba él.

-Para llegar al zafiro de Alpha necesitarás a quien tiene el zafiro de Merak-dijo el cisne-Pero te advierto que los guardianes de ambos no serán nada sencillos, será más complicado que los anteriores.

-Estoy dispuesto-dijo el muchacho con seguridad.

Al ver que así era el cisne le indicó el camino que debía seguir y lo que debía hacer, de verdad se escuchaba un poco más complicado que lo hecho hasta ese momento pero como no era momento de dudar debía ponerse en marcha, se despidió de Syd y Bud para después decir adiós al cisne y ponerse a trabajar en lo que necesitaría antes de partir pero cuando lo tuvo listo estaba en camino nuevamente.

-Tendrás que enfrentarte al fuego-le dijo el cisne.

Y era verdad.

Lo primero que necesitaba hacer Sorrento era encontrar al caballo que resguardaba el zafiro de Merak, se encontraba en algún lugar en las tierras de Sleipnir (6), el problema era que no se trataba de un caballo común sino de uno extraordinario.

-El caballo se llama Hagen-le explicó el cisne antes de que partiera-Es muy fuerte, salvaje y veloz, si echa a correr nunca lo alcanzarás, por eso no tendrás más que una oportunidad.

Le dijo que era tan veloz como el fuego y que incluso sus pezuñas estaban rodeadas de llamas ardientes que no se apagaban así corrieran por encima del agua, era tan veloz que podía hacer eso. Así que acercarse y más aún, tenerlo dispuesto, no resultaría tan simple. Sorrento llegó a las regiones de Sleipnir, eran valles abiertos y enormes, libres para las criaturas, pero no podía admirarlos, necesitaba darse prisa con el plan. Lo primero fue encontrar el sitio al que el caballo iba a beber.

-Busca un arbusto de muérdago (7)-dijo el cisne-Es el único del lugar, es muy verde, lo verás en los troncos o en las ramas de los árboles o los arbustos pues es una planta parásita pero es la que necesitas encontrar.

Siguiendo todas las indicaciones el joven de cabellos violáceos encontró el arbusto del muérdago casi escondido entre otros, tuvo que pasar la noche en vela pero no perdió un solo movimiento de lo que ocurrió. Ese muérdago no era como otros, al amanecer su rocío escurría entre las hojas y ese rocío formaba una pequeña charca, lo suficiente para beber. Eso era justamente lo que esperaba pues era lo que bebía el caballo de las pezuñas ardientes, tenía que esperarlo, lo hizo escondido entre los arbustos y en sus manos llevaba lo único que serviría como rienda de tan extraordinario equino.

Vio al caballo acercarse, parecía dorado del pelaje y sus ojos eran profundamente azules, en verdad sus pezuñas echaban llamaradas pero no hizo un sólo movimiento que lo delatara, aguantó la respiración y el caballo por alguna razón miraba a todas las direcciones, parecía no estar seguro de estar solo en el paraje, con cuidado y suspicacia se acercó a su bebida, inclinó lentamente la cabeza y la levantó aprisa, como cerciorándose, bebió velozmente y de nuevo se levantó, cuando parecía seguro que no había nadie bebió y Sorrento dejó que lo hiciera, debía tener sed, así que cuando pareció saciada esa necesidad fue cuando él, de un sólo y hábil movimiento, arrojó sobre su cabeza a su cuello un collar de flores. No cualquier clase de flor.

-Las flores de nieve son lo único que resiste ese tipo de fuego, el fuego de criaturas fantásticas-había dicho el cisne.

Por eso antes de marcharse Sorrento había hecho dos cosas con las flores que crecían en el Bosque Helado, una fue ese collar de flores.

-No te lastimaré-dijo él acercándose y acariciando la cabeza del caballo-Sólo te pido que me ayudes.

El caballo se quedó quieto y accedió, así que pudo montarlo y dirigirse a su siguiente destino que resultaba más peligroso que los anteriores pero el último zafiro estaba ahí y no cesaría en su labor hasta encontrarlo.

 

 

El muy veloz Hagen lo llevó en poco tiempo hasta los dominios de Fafner (8), una especie de isleta que había sido creada con el único propósito que nadie se acercara pues su único habitante no deseaba intrusos. Se trataba de un dragón.

-El dragón se llama Siegfried-le había dicho el cisne-Es muy poderoso y muy fuerte, no te confíes por nada, guarda ese zafiro, el de Alpha, como si fuera su vida o acaso más que a su vida. Para evitar a los intrusos creó una isleta que era un valle verde y frondoso pero él lo hizo desierto y se rodeó de un foso de fuego para que nadie llegara hasta ahí.

Era por eso que necesitaba a Hagen pues era tan veloz que podría correr sobre el fuego pero eso no garantizaba su propia seguridad ni mucho menos el éxito de la empresa, para protegerse había hecho aparte del collar de flores de nieve una capa con la cual cubrirse, pero aparte de eso nada lo protegería del dragón. Conforme se acercaba esperaba por lo mejor y rogaba que todo saliera bien.

El caballo lo llevó apenas sin detenerse por el camino que de todas maneras fue largo de recorrer pero que hubiera sido casi imposible por sus propios medios, una vez que llegaron se quedó asombrado por lo que vio, era verdad que se trataba de una especie de isleta rodeada por fuego, veía las llamas trepidar y sentía a pesar de la distancia su calor, en el centro había lo que parecía un alcázar de roca pura, modelada sin duda por su mismo dueño. Era momento de continuar.

Se colocó la capa, tendría que bastar, montó en Hagen una vez más, debía hacerlo. El veloz caballo corrió por encima de las llamas y lo llevó del otro lado sin daño alguno, la capa lo había cubierto del fuego pero ahora venía lo más complicado. Se acercó con cuidado a la roca, escuchaba una fuerte respiración y asomándose con sigilo detrás de una piedra distinguió la figura del dragón. La enorme bestia estaba ahí como recargada sobre su abdomen y su cabeza sobre una roca, no era posible decir si estaba dormido o despierto en un primer momento pues el cisne le había advertido que para vigilar el zafiro el dragón había aprendido a dormir con los ojos abiertos.

La única manera de saber que estaba realmente dormido era ver sus ojos, si estaban las pupilas hacia el frente estaba despierto pero si estaban ligeramente hacia la izquierda se encontraba dormido, el peligro consistía en que si no estaba dormido quedaría delante de una muerte segura. Pero no había otra manera de saberlo que mirar de frente al dragón. Procurando controlar el temblor de su cuerpo salió de detrás de la roca y se aproximó al dragón, tenía que hacerlo, respiró aliviado, estaba dormido.

Con cuidado encontró el zafiro, el dragón lo guardaba por debajo de su zarpa izquierda, entre las garras el joven de cabellos violáceos pasó su mano, aunque pequeña apenas si cabía, logró tomar el zafiro y estaba alejándose sin hacer ruido cuando algo sucedió; Hagen se había quedado esperándolo pero un extraño escarabajo de color negro se acercó al caballo y lo mordió en una pata haciéndolo relinchar con fuerza. El sonido despertó en el acto al dragón que fijo de inmediato sus pupilas azules en el joven de cabellos violáceos, él apenas si tuvo tiempo de cubrirse con su capa cuando ya estaba cubierto por una ola de fuego.

Sorrento corrió hacia Hagen y montó de inmediato, el caballo no aguardó para salir a todo galope pero el dragón no se quedaría quieto sino que extendió sus alas e inició el vuelo. A través del largo viaje Siegfried no los perdía de vista, aunque veloz Hagen también el volador perseguidor lo era, no se detuvieron ni por un instante y como no sabía a que otro sitio dirigirse el muchacho de cabellos violáceos fue hacia el Bosque Helado. Llegaron apenas con algo de aliento, unos momentos de breve ventaja, afortunadamente lo hicieron en el justo momento en que podía ser llamado el cisne y así lo hizo él con la quinta y última pluma, apareciendo el ave mientras el de los ojos rosas quitaba el collar de flores del caballo ya que no deseaba que se quedara ahí si debía enfrentar la furia del dragón.

-Protégete-le dijo él.

Pero el caballo se quedó a su lado.

-Por favor, protégelo-le rogó Sorrento al cisne-Siegfried me persigue por su zafiro y no puedo cuidarlo yo.

-No temas-dijo calmadamente el cisne.

En ese instante llegaba el dragón pero en vez se atacarlos cayó sin fuerzas sobre la helada superficie. El joven se quedó desconcertado y el cisne le explicó lo ocurrido.

-Siegfried es veloz pero perseguir a Hagen lo debilitó, además ya no los lastimará.

Como si fuera capaz de comprender su mirada azul el joven de ojos rosas se acercó y acarició la enorme cabeza del dragón.

-Lo siento pero necesito tu zafiro.

El dragón se mostró conforme pero había otros asuntos que solucionar y debían ser atendidos cuanto antes.

-Debo encontrar a Kasa-decía Sorrento-Tengo que entregarle los zafiros de Balder, ya casi es el fin del tiempo que me dio.

-El castillo de Limnades no será sencillo de encontrar-le indicó el cisne-Cambia de lugar cada día para que nadie lo encuentre.

-Pero ¿Qué puedo hacer?

-Escucha atentamente, tendrás que estar más atento que nunca, Kasa tiene en su palacio preso a un ruiseñor, es el único ser que te indicará como llegar.

-¿Cómo?

-Aguarda al amanecer, hazlo desde la elevada colina de éste bosque, tendrás que pasar la noche en vela, cuenta todas las estrellas del firmamento que veas conforme desaparecen, a la última presta atención, conforme la estrella se oculte y surja el sol escucharás el canto del ruiseñor, debes seguirlo, será tu única guía. Deberás hacer el camino solo, no hay otra manera de hacerlo pues cualquiera que te acompañe Kasa lo sabrá y ocultará su castillo de nuevo en otro sitio.

-Haré todo como me has dicho.

-Se muy valiente-le dijo el cisne-Tienes que ser más fuerte que nunca, sobre todo confía en tu corazón, escúchalo cuando te hable pues no te engañará.

-Si.

Se quedaron mirando y en ese momento él se dio cuenta de algo más: había usado la última pluma. Y eso lo puso triste.

-¿Te volveré a ver?-le preguntó el joven de cabellos violáceos con tristeza.

Pero el cisne guardó silencio.

Sorrento sintió deseos de llorar y no pudo contenerlos, sus ojos rosas se llenaron de lágrimas.

-Lo lamento-dijo él-Me has ayudado tanto y lo único que hago al despedirme es llorar. Pero quiero que sepas que te agradezco todo lo que has hecho por mí, porque gracias a ti pude con esta tarea, yo solo nunca la hubiera completado.

-Fue tu corazón quien lo hizo, yo únicamente te hice algunas indicaciones.

-Gracias, muchas gracias, nunca terminaré de agradecerte por todo esto.

-Debo regresar-dijo el cisne.

-Si.

Luchaba por limpiar sus lágrimas y cuando le pareció que el cisne regresaría al lago congelado, llevando consigo a Hagen y a Siegfried, tuvo que llamarlo una vez más.

-¡Espera!

El cisne aguardó y se acercó a él, sin decirle nada el de cabellos violáceos tomó la emplumada cabeza entre sus manos y derramando una lágrima más sobre el rostro del ave lo besó.

-Te amo mi cisne-le dijo él en un murmullo secreto.

Como si se sintiera apenado por lo dicho ya no pudo siquiera mirarlo, se alejó velozmente sintiendo que no podía soportar que fuera la última vez que estaría a su lado pero era el destino y no podía luchar contra ello. Aunque sintiera el corazón roto tenía un deber con su gente y lo cumpliría, por ello era el heredero de la casa de Solo.

 

 

Aguardó en el sitio que el cisne le había indicado desde el ocaso, contó las estrellas en el firmamento y las fue contando conforme desaparecieron, vio el sol surgir en el horizonte y cerro los ojos, entonces llegó a él un duce sonido, como un murmullo lejano  muy dulce aunque algo triste pero reconoció el cantar de un ruiseñor, tenía que continuar, era el último día pues esa misma noche habría luna llena.

Tuvo que andar por horas pero lo logró, no se detuvo por hambre ni por sed, no sentía nada, sólo estaba convencido que necesitaba continuar y debía proteger a su gente de la terrible amenaza de Kasa, ya era el atardecer cuando vio a lo lejos el palacio de Limnades, una especie de cráneos humanos era lo que adornaba el sitio pero él no se amilanó, estaba demasiado cerca para eso. Aún así tardó en cruzar el camino que lo separaba del castillo y cuando llegó sintió que estaba entrando a un cementerio dentro de un pantano, una especie de aura oscura y pesada rodeaba ese sitio pero tenía que seguir adelante.

Entró por las puertas que parecieron lanzar un lamento, contuvo su escalofrió apretando la bolsa en la que guardaba los zafiros, era el momento de terminar con eso; siguió en silencio hasta que una voz lo llamó.

-Así que finalmente estás aquí-escuchó una voz que reconoció.

Entró al salón siguiente y encontró a Kasa, estaba sentado en una especie de trono formado de cráneos y sosteniendo en sus manos un cetro hecho de rubí rematado con una especie de salamandra de oro, a un lado en la misma habitación estaba en una jaula de cristal un ruiseñor que ya no cantaba.

-¿Conseguiste los zafiros?-preguntó el hechicero.

-Aquí están-respondió él.

-Bien, debo admitir que nunca imaginé que lo lograrías. Ahora dámelos.

Pero el joven príncipe tenía que asegurarse.

-Debes prometer que dejarás a Atlántida en paz después de esto Kasa.

-No seas infantil Sorrento, dame esos zafiros.

-No, primero quiero garantías que no volverás a amenazar a mi pueblo.

-Quiero esos zafiros ahora.

Definitivamente él no pensaba en cumplir nada como dejar a Atlántida en paz y Sorrento se dio cuenta, apretó los zafiros en su mano y supo que las palabras del cisne eran ciertas, tenía que escuchar a su corazón y éste le indicaba que no podía confiar en el hechicero de Limnades que por alguna causa se veía muy ansioso de obtener las gemas.

-Dejaré a tu pueblo-decía el hechicero acercándose-Lo prometo, ahora dame esos zafiros.

-No.

-¿Cómo te atreves a retarme muchacho estúpido?

-No sé porque los quieras pero sin duda serán para hacer más daño.

-Sumergiré a tu gente en la oscuridad si no me los entregas.

El muchacho de cabellos violáceos retrocedió, ahora sabía que no podía entregarlos, si lo hacía ese hombre podría hacer cosas terribles, no estaba seguro de cómo pero si de que lo haría y el otro se daba cuenta que estaba decidido a no entregarlos.

-Nunca pensaste en dejar a Atlántida tranquila-dijo Sorrento.

-Eso no importa, tan sólo dame esos zafiros-exigió Kasa.

-No, no te los entregaré.

En ese instante el hechicero levantó su cetro de rubí y lo atacó, el joven de cabellos violáceos sintió como un golpe que lo hizo caer al suelo pero no soltó las piedras.

-Será por las malas entonces príncipe de Solo.

A pesar de esas palabras el hechicero de Limnades estaba consciente que no podía tomar los zafiros por la fuerza, debía hacer que el joven se los entregara, era por eso que jamás había podido tomarlos él de sus guardias, pero ahora estaba muy cerca de completar su poder y no sería ese muchachito de cabellos violáceos quien se lo impidiera. Casi había logrado eliminarlo cuando estuvo en búsqueda del primero en las cuevas de Mime pero las rocas no lo sepultaron, en Megrez haciéndolo hablar pero salió del bosque, en Mizar al despertar a uno de sus tigres convertido en cuervo, incluso cuando delante del dragón de Fafner lo alertó convertido en escarabajo y haciendo relinchar al caballo de Merak, él lo había sorteado todo ocultándose en ese Bosque Helado pero ahora estaba a su alcance y no habría manera de que escapara.

-Entrégame esos zafiros-ordenó Kasa.

-No-respondió él.

De nuevo levantó su cetro de rubí, ya no sería un aviso, estaba por atacarlo cuando algo apareció volando en el salón y se interpuso entre la magia de su cetro y él.

-¡¿Tú?!-gritó sorprendido Kasa.

Pero no obtuvo respuesta, Sorrento vio al cisne cubrirlo con sus alas para después ir contra Kasa y arrebatarle su cetro de rubí alejándolo de él, fue hacía la jaula del ruiseñor y la hizo caer, rompiéndose en pedazos con lo que el cantor prisionero escapó. El de Limnades trataba de atraparlo pero el cisne era muy hábil, lo alejó del muchacho de ojos rosas para después ir rápidamente hacia él y arrojarle el cetro.

-Debes romperlo-le dijo el cisne-Todo su poder está en ese cetro.

El joven príncipe no esperó por más, tomándolo con ambos manos y usando toda la fuerza de su ser lo estrelló contra el muro y la pieza cayó en pedazos.

-¡¡No!!-gritó el hechicero.

Lo que vino después fue demasiado aprisa para explicarlo o comprenderlo pero el que fuera un poderoso y temido hechicero se convirtió en polvo de rubí al igual que su cetro mientras que el palacio que se sostenía con su propia magia se derrumbaba.

-Tenemos que irnos-dijo el cisne.

Sorrento lo siguió velozmente y no se detuvieron hasta que quedaron a salvo de la devastación pues tan sólo miraron hacia atrás para contemplar las ruinas en las que se sumergía el lugar.

-Un terrible final para un hombre terrible-dijo el cisne.

El muchacho de los ojos rosas se dejó vencer por fin por lo que sentía y más que nada por el cansancio, aún así cuando vio al cisne le sonrió con dulzura.

-Viniste-dijo él.

-Kasa era un hechicero poderoso y terrible, necesitaba esos zafiros porque deseaba aumentar su poder, no podía tomarlos por si mismo pues estaba previsto que sólo alguien de corazón puro podía tocarlos, por eso ideó todo esto para que tú los consiguieras.

Pero el joven se encontraba muy emocionado por estar de nuevo a su lado.

-Creí que nunca te volvería a ver.

Y en ese momento comenzó a llorar pero ya no de tristeza, ahora estaba feliz, tanto que sentía que se ahogaba con sus sentimientos.

-Te seguí a distancia para que nadie, ni siquiera tú, notara mi presencia. Descansa, es tarde-dijo el cisne.

-¿Te quedarás?-preguntó Sorrento con suavidad.

-Me quedaré...siempre estaré a tu lado-le aseguró el cisne-Cuando amanezca será una nueva vida.

A esas palabras no dudó y apenas si su cabeza tocó la hierba cuando ya estaba dormido, su cisne lo cobijó con sus alas oscuras seguro de lo que había dicho: sería una nueva vida para todos.

 

 

A la mañana siguiente Sorrento despertó, sin embargo se sintió desconcertado pues no estaba en el sitio en el que se quedó dormido, estaba en uno distinto pero por alguna razón le parecía que lo conocía, los árboles, el lago a unos pasos, sabía que nunca lo había visto pero de cierta manera era como si ya lo conociera. Y fue también cuando se dio cuenta que el cisne no estaba a su lado, apenas se iba incorporando cuando le hablaron.

-Ya despertaste.

Volteó y encontró a quien le hablaba, era un joven elegantemente vestido que lo miraba sonriendo con dulzura, de cabellos azules y ojos verdes, tan verdes como los de su cisne pero no le permitió avanzar más hacia él.

-Quédate donde estás-dijo el de ojos rosas-¿Quién eres?

-Mi nombre es Kanon y sólo esperaba que despertaras Sorrento.

-¿Cómo sabes mi nombre?

-Porque sé todo de ti.

-¿Dónde está el cisne que estaba conmigo?

-Se fue Sorrento.

-Mientes, él no me hubiera dejado, dijo que se quedaría conmigo ¿Qué le has hecho?

-No me expliqué bien, perdona, en realidad yo soy el cisne Sorrento, soy tu cisne.

El joven se quedó desconcertado, no comprendía que le dijera eso y no lo iba a creer.

-Soy yo Sorrento, siempre he sido yo.

-No es cierto, no digas esas cosas, no te atrevas.

-Sorrento, tienes que creerme, soy yo, soy tu cisne, al mismo al que dijiste que amabas.

-Deja de decir eso ¿Dónde está?-preguntó llorando-No lo alejes de mí, yo lo amo a él, sólo a él.

Kanon lo pensó un segundo y supo que hacer.

-Soy yo Sorrento.

Se acercó a él con suavidad llevando algo en su mano y se lo mostró al muchacho de ojos rosas que se sorprendió al verlo.

-Pero si es...

-Si Sorrento, es tu pañuelo, el que usaste cuando me curaste hace años, cuando no te importó sufrir por ayudarme, porque estaba herido y gracias a ti puedo recuperar mi verdadera forma.

-Pero ¿Cómo?-preguntó el de ojos rosas sin comprender.

-Hace mucho tiempo el reino de mi padre, el reino Geminiano, estuvo bajo la amenaza de Kasa de Limnades, nos condenó a convertirnos en un reino desolado y sin vida y metamorfoseo a sus habitantes, el glorioso reino de mi padre durmió en las profundidades de lo que era el Bosque Helado, el hechizo se rompería hasta que alguien de corazón puro y noble derrotara a Kasa.

-Entonces éste sitio...-dijo mirando alrededor.

-Si, es el reino de mi padre, el rey Deuteros volverá a reinar en éstas tierras y sus habitantes serán libres de nuevo.

-Pero ¿Qué sucederá con los demás? Siegfried, Hagen, Bud, Syd...

-No te preocupes por ellos, están bien, sin el poder de Kasa todos hemos regresado a nuestras formas humanas, apenas amaneció y toda la magia que había lanzado perdió su poder por completo. En todos.

El de ojos rosas aún parecía tratar de comprenderlo y el de ojos verdes supo que debía decirle algo más.

-Una persona está ansiosa por verte Sorrento.

-¿Quién?

Como si sólo aguardara porque la llamaran una figura se deslizó de detrás de un árbol, él no podía creerlo pero ahí estaba.

-Sorrento.

-¡Julián!

Ambos hermanos se abrazaron de inmediato, no podían creer que de nuevo estaban juntos, Kasa los había separado años atrás engañándolos con la forma de una mariposa y transformando a Julián en un ruiseñor creyendo que así podría tener poder sobre Atlántida. Después de Julián aparecieron delante de Sorrento los otros que habían sufrido bajo el poder del hechicero y que se habían visto obligados a vivir de otra manera mientras el conjuro se rompía, guardando al mismo tiempo el poder que tanto ambicionaba el de Limnades, Mime, Phenril, Thol, Alberich, Syd, Bud, Hagen y Siegfried, todos igualmente agradecidos con el joven de cabellos violáceos que había logrado vencer las adversidades.

Pero lo más importante estaba aún sin resolverse.

-Sorrento-decía Kanon-En verdad te amo ¿Aún puedo ser tu cisne? ¿Aún puedes amarme?

-Si-respondió él.

Se abrazaron y los demás supieron que una nueva era se presentaba para todos, una en la que podrían ser felices.

 

 

No pasó mucho para que toda Atlántida celebrara pues había muchas razones para hacerlo, Kasa había sido derrotado, su magia se había roto, el joven Julián Solo había vuelto, la prosperidad regresaba y más aún: el joven Sorrento se casaba con el príncipe Kanon. Parecía que nada sino felicidad les deparaba la vida. Fue así que los reinos, el reino de Atlántida y el de Geminiano, se vistieron con sus mejores galas para celebrar tan especial ocasión que los hermanaría y que daría la dicha completa a ambos jóvenes que tanto lo merecían.

Las campanas repicaron y la gente no se cansaba de aplaudir y celebrar cuando los dos, Sorrento y Kanon, salieron de la iglesia siendo esposos. La celebración duró días y nadie era más feliz que los jóvenes enamorados que veían en su compañero todo lo que podían desear de la vida. Con orgullo y alegría Deuteros nombró a Sorrento príncipe de su reino pues estaba convencido que mejor hombre en todo el mundo no podría ser encontrado. Con ello partieron después de despedirse de la gente de Atlántida para vivir en su propio reino y ser felices, llevando consigo como parte de su ajuar de bodas los zafiros de Balder.

Sorrento estaba sonriente pues se sentía contento de poder estar con Kanon, ahora llegaba el tiempo de ser felices y él estaba segura de serlo. A solas en su habitación aguardaba por su ahora esposo, observaba por el balcón el lejano paisaje eterno, estaba en silencio y no se dio cuenta que su compañero regresaba a su lado y era para ya no separarse. Kanon lo vio de pie en el lugar, le dio la impresión que era como un ángel y no se atrevió a acercarse de inmediato, permaneció en su lugar mirándolo y deleitándose con su presencia, era más que hermoso, era el hombre al que amaba. Sorrento volteó y por unos instantes sus pupilas brillaron y sonrieron para acercarse y abrazarse.

-¿Estás contento Sorrento?

-Claro que lo estoy Kanon, ahora estaremos juntos.

-Y será lo más bello de mi vida, eres lo mejor de mi existencia, lo mejor.

Se miraron a los ojos con adoración y se besaron, fue un beso dulce y compartido, Kanon se apartó para sonreírle mientras acariciaba su rostro, era el hombre más perfecto pues era su compañero. Sorrento se dio cuenta de la manera en que cambiaban esos ojos verdes y por un instante le pareció que eran más brillantes y con una sombra de algo que no pudo definir pues no lo había visto antes pero lo estremeció y lo dejó en su sitio sin poder moverse pero estaba seguro que tampoco deseaba hacerlo, ahora estaban juntos para no separarse más.

El de ojos verdes lo atrajo de nuevo contra él y lo besó con pasión, sin soltarlo lo guió suavemente a su lecho nupcial, se quedaron sentados sobre el mismo besándose entre la dulzura y la naciente pasión que surgía en ellos desde sus vientres; Kanon se acercó más para hacerlo recostarse sobre la cama, ayudándolo a que quedara de forma cómoda sobre las sábanas y su compañero aguardó por él. Sorrento lo vio apartarse y quitarse la camisa para después sentirlo a su lado.

-Sorrento...

Un segundo después lo estaba acariciando con dulzura, como si buscara tranquilizarlo y definitivamente el de cabellos violáceos se sentía un poco nervioso pero también emocionado por su cercanía; el de mirada rosa sentía tan cerca de él al de cabellos azules, con su tibieza y su suavidad, buscaba con sus labios su rostro, sus ojos, las mejillas, los labios, la barbilla, llegó al cuello y una de sus manos fue a su pecho, acariciándolo con ternura y tratando de traspasar la tela, bajando por el delicado cuello alcanzó sus hombros y apartó un poco de la tela besando la piel que iba quedando descubierta con dulzura, admirando lo hermoso que era.

-Kanon-susurró Sorrento.

El de la mirada verde no dejaba de besarlo y su compañero no deseaba seguir sin sentirlo así que lo rodeó con sus brazos alcanzando su espalda y pasando sus manos desde el cabello azul hasta sus caderas y viviendo con claridad lo que era desear a un hombre, sonreía con dulzura y deseaba corresponderle con todo lo que era. En ese momento Kanon llevó sus manos a las afiladas y juveniles caderas, apenas unos instantes más y sus manos comenzaron a levantar su camisa pero apartando también sus pantalones, para ese momento los besos eran de mayor intensidad y sus brazos se buscaban con sensualidad, arqueándose contra el otro.

Sorrento dejó de sentir el cuerpo del de ojos verdes, al menos en parte, pues su compañero estaba retirando su ropa interior y con lentitud la suya, se recostó sobre su cuerpo de nuevo y lo besó tomando su cuerpo entre sus brazos con intensidad, separando sus torneados muslos y entrando en contacto directo su erguida virilidad con la juvenil intimidad de Sorrento quien lo abrazó a su vez, él mismo buscaba el cuerpo del otro hombre.

-Sorrento...mi Sorrento...

-Kanon...mi cisne...

Apenas pronunció esas palabras Kanon fue más insistente y el de ojos rosas se mostró dispuesto, estaban listos para continuar, fue así que el de ojos verdes comenzó a utilizar sus dedos lubricados previamente llegando a la masculina intimidad, traspasándola con suavidad y dilatando el estrecho pasaje mientras su compañero gemía dulcemente probando las primeras mieles de la sensualidad; el de ojos verdes se recostó sobre el de cabellos violáceos, buscaba ajustarse a él y con dulzura comenzó a entrar en el joven de cabellos violáceos suavemente, con delicadeza, quedándose casi sin aliento por lo cálido que era ese cuerpo, tan dispuesto y hermoso, lo besaba y acariciaba entre el deseo y la ternura mientras lo estrechaba entre sus brazos. Se movieron con cuidado, con ternura, buscando ser complacientes con esa persona que completaba su existencia.

Entre besos y caricias sus cuerpos se acoplaron guiados por un goce nacido del amor que se profesaban, se decían quedamente lo mucho que se querían hasta que solamente podían abrazarse y sus cinturas y caderas parecían fundidas por clavos invisibles, se llenaron de besos cálidos y mientras el turgente sexo de Kanon asediaba el centro de placer de su esposo, una de sus manos llegaba a su miembro y lo acariciaba completando así su satisfacción; a ambos llegó una sensación de calor a su piel y como de rigidez en su interior, les faltaba el aliento y sin embargo no podían dejar de amarse. Por un instante fue como si el tiempo se detuviera y ambos se quedaron inmóviles, sus cuerpos se liberaron en una suave culminación de la que tardaron en recuperarse entre la noche y el silencio para buscarse de nuevo con besos y caricias y promesas de amor eterno.

 

 

Y desde ese momento llegó una época dorada de paz y prosperidad para todo el reino, siendo dichosos todos sus habitantes bajo el cuidado de sus reyes, bajo las alas de su príncipe y de su cisne.

Y vivieron felices para siempre.

 

 

FIN

 

Notas finales:

No me culpen, tan sólo deseaba hacer algo de éste tipo. Unas notas para indicar ciertas cuestiones solamente.


(1) El palacio se llama Nereidas porque en la mitología griega las nereidas eran las hijas de Nereo, eran cincuenta y habitaban con su padre en el fondo del mar en un palacio.


(2) Poseidón en la mitología griega era el dios del mar.


(3) Balder era según el mito nórdico el dios de la luz y la belleza.


(4) Pensé en un insecto como las luciérnagas o cualquier tipo de gusano de luz.


(5) La región de Glasir era según el mito escandinavo poseedora de unos árboles brillantes con el resplandor del oro y a través de ellos se llegaba a la sala del Padre Universal.


(6) Sleipnir era el caballo de Odín, en el mito dice que tenía ocho patas y que no existía obstáculo que no pudiera atravesar.


(7) El muérdago es una planta bastante popular por lo de pararse debajo de ellos para besarse a fines de año pero en el mito escandinavo un muérdago es el único que no juro que no lastimaría a Balder pues parecía demasiado débil para hacer ningún daño y fue causante de su muerte.


(8) Fafner era en el mito escandinavo un gigante que peleó con otro llamado Fasolt y le dio  muerte por el tesoro de los nibelungos, después lo custodió convirtiéndose en un dragón que dormía con los ojos abiertos para que nadie lo robara pero un día llegó Sigfrido y le dio muerte reclamando para él el tesoro.


Espero que les gustara.


la semana que entra si nada sucede sigo con un fic por sugerencia, se llama Juramento, es un Mu con Saga.


Atte. Zion no Bara


 


 


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