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I4u por metallikita666

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-Itaya, ¿qué haces aquí tan solo?- preguntó Ken casi que retóricamente, pues conocía bien lo reservado que solía ser a veces su mejor amigo. Se colocó a su lado sobre la fuerte tapa de uno de los basureros más grandes que había en aquella cuadra. Se trataba del botadero de un restaurante amplio y concurrido. Espalda contra la pared, sacó un cigarrillo de media cajetilla que le quedaba.

-¿Quién te los dio?- inquirió Tusk finalmente, observándole. –Pareces feliz. ¿Ha sido un buen día?-

-Eso creo- repuso el otro pelinegro, tras encender el tabaco, aspirar una vez y pasárselo al mayor. –El padre de Seiichi. Me dijo que falta muy poco para que acabe por ganarme la guitarra. Y pude ver que, en efecto, consiguió que nos hicieran un muy buen precio en la tienda.- Los ojos de Kenichi brillaron, y continuó mirando la ciudad.

-¡Qué suerte la de Seiichi de tener un padre así!... Qué suerte por tener padres…-

El recién llegado miró a su amigo con un gesto donde podía apreciarse la mezcla de muchos sentimientos. La orfandad, tema harto tratado entre ellos, ambos testigos por experiencia de la triste marca que era capaz de dejar aquello en alguien, parecía acecharlos como un fantasma caprichoso, del que jamás se librarían. Pero Ken no era nadie para reprobar el comentario, cuando en sus noches frías y lúgubres prefería no dormir, con tal de no soñar con sus progenitores.

-Deberías… alegrarte. Esto nos va a beneficiar a todos en la banda.-

-Y no dejo de hacerlo.- Tusk se volteó, regresándole el cigarro de forma definitiva.

Ante el incómodo silencio, el menor recordó algo que desde hacía rato quería preguntar. La verdadera razón que lo motivó a buscar al de ojos negros.

-Oye… ¿quién era la chica con la que estabas hablando al mediodía?-

-¿Chica?- el vocalista frunció el ceño, confundido. –No recuerdo haber hablado a esa hora con alguna mujer.-

-Era rubia, de cabello largo. Traía un abrigo largo y rojo, y unos pantalones negros.-

El mayor de los pelinegros rió, comprendiendo por fin. –Me creas o no, era un chico…-

Kenichi cambió de semblante radicalmente al oír aquello. -¿Y qué tanto conversaban, eh? Te vi reír, y a él hablar con mucha espontaneidad. Itaya, ¡no vayas a cometer una estupidez!-

-¿Tú otra vez con esas majaderías? Ken, una vez te dije que no quería que volviéramos a tocar el tema…- Tusk desvió la mirada, bajando el tono de reproche. –Además, ¿qué caso tiene? Como si fuera posible que entre alguien como él y yo pudiera llegar a suceder algo…-

Los ojos del menor se cristalizaron. Apretando el puño, golpeó levemente su rodilla, poniéndose de pie luego.

–Sólo quiero que la próxima vez, ese alguien sea una mujer. Creo que no sería capaz de soportar verte de nuevo como estuviste, por culpa del maldito de Yuki. Yo… acabaría matándolo.-

Con los orbes puestos aún en lo más lejano del horizonte, el de cabello extraño permaneció inmóvil. Solamente sus labios se separaron para permitirle articular un casi imperceptible murmullo.

-Por lo que más quieras, no vuelvas a casa de Seiichi. Ya le diremos a Eby que te traiga la guitarra, y mediante él también le enviaremos los mensajes que sean necesarios para cuando decidamos ensayar.-

El delgado guitarrista se alejaba entre las luces de los autos, denunciando en su torpe andar los sentimientos arrebatadores que lo habían sobrecogido. Acabó pasándose el puño de su gastado abrigo por los ojos; no permitiría que nadie cuestionara sus lágrimas. Empero, de quien más se empeñaba en esconderlas, observaba silenciosamente, compartiendo su indignación por culpa del recuerdo evocado.

 

 

Todo era hermoso y sereno. A lo lejos, los jardines de coloridas flores se extendían hasta donde la vista ya no podía abarcar, dándole al observador una sensación placentera y pacífica. El sol iluminaba el lugar con su luz, pero sin ser demasiado pesado como para tornarse molesto, ni ser opacado por las albas nubes al punto de ensombrecer el paisaje.

En medio de aquella pulcra belleza, su hermoso amado caminaba hacia él. Ataviado con una túnica tan blanca como la nieve que cubría la totalidad de su cuerpo, excepto por su magnífico rostro y su largo cabello fucsia –desparramado por sus hombros, pecho y espalda- Hide sonreía cual celestial criatura. No bien se allegó a su lado, levantó los brazos, cuyas manos estaban aún ocultas bajo los puños abiertos y luengos de la bonita prenda.

No dijo nada. Solamente lo miraba con aquellos ojos dignos de un dios, los cuales transmitían tanto sentimiento, que un solo atisbo podía traspasarle el alma. Con sus brazos le había rodeado los hombros en cariñoso lazo, y suspiraba de igual manera ante la vista de su ser más querido.

De pronto, levantó una de sus manos, llevándola con parsimonia hasta el amado rostro ajeno. El claro añil del cielo se deprimió, y tiñóse de un gris ominoso el firmamento. Separó las yemas de índice y pulgar lo suficiente como para que en esa distancia cupiera uno de los lindos ojos cuidadosamente maquillados. El índice se apoderó del párpado superior, mientras que el pulgar hacía lo propio con el de abajo. La improvisada pinza logró su cometido, ensanchando visiblemente el natural tamaño de aquel delicado órgano. La araña comenzó a acercarse. Un fatídico relámpago partió en dos la bóveda celeste. Sus labios rosados se separaron para permitir que su lengua saliera por en medio de ellos, aproximándose cada vez más, más y más, hasta que…

 

-¡NOOOOOOOOO!-

Jadeando todavía y cubierto de sudor, Yoshiki despertó, encontrándose a sí mismo bruscamente sentado sobre la cama. El espejo de en frente le devolvió el reflejo de su rostro desencajado, con todo el maquillaje corrido.

Se dio cuenta entonces de que su móvil sonaba insistentemente. Volteándose, logró cogerlo, y contestó sin mirar de quién se trataba.

-¿Sí?-

-Amor, ¿estás bien?- el guitarrista hizo una pausa para sorber su bebida. –Me extrañó mucho que no vinieras en todo el día a la disquera, así que decidí llamarte para asegurarme que no hubiera pasado nada malo.-

-Ehhh… sí, no te preocupes, mi vida, estoy bien- maquinó rápidamente una excusa, ya que antes de que su siesta vespertina se alargara más de lo planeado, había decidido darse una vuelta por Extasy. –Sólo me siento algo cansado, y me duele un poco la cabeza. Ha de ser que me voy a enfermar…-

-Esperemos que no. Puede que sólo sea el estrés del trabajo. Tú siempre te preocupas más de lo debido- repuso Hide con ternura, logrando sacarle una pequeña sonrisa a su novio, del otro lado de la línea. –Pero bueno, abrígate y tómate algo. También llamaba para avisarte que hoy no podré pasar a tu casa. Había quedado con los chicos en que haríamos un torneo de videojuegos en el departamento de Kiyoshi, ¡y muero por irles a dar una tunda!-

-Claro, cielo. No te preocupes- el rubio rió por el último comentario. -De todas maneras, necesito descansar. Nos vemos mañana, mi amor. Un beso. Te amo.-

Colgó y se levantó del lecho. Aún estaba un poco mareado por el repentino despertar, por lo que se dirigió a la cocina para buscar algo de comer. Sacó del refrigerador la botella de leche, y tras tomar del trastero un vaso y de la alacena unas galletas integrales, se sentó a la mesa.

Pensativo, repasaba calladamente el día que hasta entonces había tenido. Y volvió a acordarse de la película, que hasta sus sueños había invadido.

-¡Mierda! ¡Si sólo pudiera sacarle a Hide esas ideas locas de la cabeza!- se tomó la frente, mordiendo una galleta. –De veras que adoraría actuar junto a él, ¡pero así no puedo!- Se conmovió al punto de que se le cristalizaron los ojos, pero al momento sintió un poco de indignación, por lo que golpeó la mesa con el puño. –¡Y ese otro infeliz, pidiéndome tiempo para pensar en mi propuesta! ¿Quién demonios se cree?-

Calló acto seguido, recordando el momento en el cual siguiera a Tusk y a la misteriosa mujer a través de los callejones. Esa escena sí que se le había hecho extraña. De pronto, sintió una gran curiosidad por escuchar el grupo por el cual el tal Seiichi estaba dispuesto a renunciar a su brillante carrera en la sinfónica. ¿Serían así de buenos? Evocó entonces aquella navidad inolvidable, cuando a los siete años, su padre le regalara la primera batería de su vida. Era cierto que su madre lo había instruido primeramente y desde más tierna edad todavía en el piano, pero jamás le vetaron las posibilidades de dedicarse a un instrumento distinto, ni a perseguir sus sueños, como precisamente le había contestado Tusk a la altanera mujer.

Meció la bebida en el vaso, estando ocupado aún con sus meditaciones. ¿Y aquella referencia a Sakurai-san? El enigmático pordiosero parecía muy seguro de sus habilidades, por lo que una audición no estaría tan fuera de lugar. Además, podría ser la condición perfecta para, si todavía no se había decidido a ser su suplente en el filme de su arañita, convencerlo de aceptar.

Se levantó de la silla, tirando el paquete vacío de galletas a la basura, y llevándose el vaso de leche consigo de vuelta a la recámara. Ya más tranquilo, sonrió al mirar la fotografía de su pelifucsia que había colocado en el tocador.

-Tonto. Tú siempre poniéndome en apuros.-

 

Al otro día, Hayashi despertó temprano como de costumbre. Se bañó y se vistió, pero no tomó nada de desayuno. Pasaría a comer al mismo lugar que llevaba alimentándolo ya varios días. Sin embargo, aquella mañana además tenía otro motivo. Realmente, no se le ocurría cómo más podría ver al insolente –pero no del todo desagradable- zaparrastroso chico, pues siempre parecía ser él quien sabía dónde se encontraba, y no al revés.

Aparcó en el estacionamiento y se bajó del auto. Miró a todos lados. Nada.

-Yoshiki, ¿qué te pasa?- se reprendió a sí mismo, mirándose en una de las ventanas del coche. -¡Compórtate! ¡Tú no buscas a nadie! ¡A ti te buscan!-

Después de la pequeña amonestación, se reacomodó los lentes y se miró una vez más, asegurándose que todo se encontrara en su lugar. Vestía unos jeans desteñidos, ajustados y rotos, y una camiseta negra lisa sin mangas, corte al hombro. Hacía demasiado sol y calor como para llevar abrigo, y mucho menos, bufanda, por lo que incluso se había atado el cabello en una cola baja.

Entró a MacDonald’s y se dirigió a las cajas. Pidió lo de siempre: desayuno americano con salchichas. Se mordió el labio inferior tras esbozar media sonrisa, pensando en lo que le diría su novio si supiera que llevaba tres días comiendo ahí, y justamente lo mismo. Muy a propósito se sentó afuera, y tras endulzar el café, se dispuso a comenzar a comer.

-Oye, ¿no invitas? Esos huevos se ven de lujo…-

Volteándose hacia donde venía la voz, el rubio alzó una ceja, murmurando segundos antes de darle el primer mordisco a su hamburguesa

–Creí que te parecía una chatarra de comida…-

El pelinegro remedó su gesto. –Claro. Especialmente porque a diferencia de ti, tengo la opción de aspirar a algo mejor que eso.-

-Pues depende. Dime qué resolviste respecto de lo que te propuse ayer.- El mayor bebió un poco de café, disimulando su sonrisita. Adoraba sentirse con la sartén por el mango.

-Te digo si me invitas.-

Apoyado de costado en la verja, el otro adoptó pose de galán de películas. Ah, y tono también.

-Mmmm…- Hayashi maldijo ser entonces el verdadero interesado. Después de mirar por unos instantes a todos lados y comprobar que el restaurante estaba casi desierto, agregó

–Anda, da la vuelta…-

-No puedo…- El mayor lo miró como si aquello requiriera una explicación. -¿Qué no ves que dejé el traje entero en la tintorería?... Te espero junto a tu auto.-

El baterista acabó rápido su desayuno, yendo casi a regañadientes a la caja a comprar otro antes de salir. Se lo entregó al pordiosero y abrió una de las puertas del coche, sentándose en el asiento del copiloto con los pies sobre la calle. Mientras lo miraba comer con no todo el agrado del mundo, le dijo

-¿Y bien? ¿Me vas a decir qué decidiste?...

-Que sí. Pero con una condición…- Tusk prestaba demasiada atención a su comida, ofendiendo con ello la sensibilidad ajena.

-¿Condición? ¿¡No era el desayuno la condición!?- Yoshiki se levantó, como decidido a acabar la conversación e irse, indignado como según él estaba. -¡No sé por qué pierdo el tiempo con alguien como tú!-

-¿Será porque hay algo que hace que te cagues de miedo de ser tú el que salga en la dichosa película? ¡Deja de sentirte la octava maravilla del mundo, y escúchame!-

Los negros ojos del chico se clavaron en las gafas ahumadas del rubio, haciéndolo estremecerse aún así. Se quedó quieto.

-Supongo que Hide compondrá toda la música de la banda sonora, ¿no? Pues yo quiero ser quien grabe las vocales.-

En un santiamén, ya el famoso desayuno había desaparecido, y el pelinegro se limpiaba los labios con el puño del saco raído.

El pianista lo miraba todavía más atónito. Jamás en la vida se le ocurrió que el otro pediría algo así. Pero no estaba del todo mal. Él mismo tenía curiosidad de escucharlo cantar.

-No puedo aceptar de una sola vez. Tendremos que escucharte- repuso por fin.

-Cuando quieran. Mi agenda no está nada llena estos días.-

Yoshiki se cruzó de brazos, desviando la mirada. Le incomodaba bastante aquel humor tan torcido, que además sabía era sarcástico, pero ahora no podía darse el lujo de dejar al otro ir. Caviló unos segundos, conociendo que no había día mejor para ello que ese mismo, pues ya se le habían gastado las excusas con su araña.

-Puede ser hoy… pero necesito que te arregles. Conseguiremos algo y te vestirás en mi casa. Andando.-

-Uy, ¡qué emoción! ¿Me das un autógrafo?-

-¡Cállate y súbete al auto de una buena vez!-


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