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MUERTE EN ATENAS por Dionysios

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Notas del capitulo:

Glosario:

   Gofretas: una especie de oblea recubierta con chocolate. Una de  las marcas de chocolate más conocidas en Grecia es  παυλιδου (Pavlídu)

 Reeperbahn: Calle de Hamburgo, Alemania. Típica zona roja.

Cuando Kanon y Radamanthys llegan finalmente al Centro Médico de Rehabilitación de Anaplassi, en Nea Ionia, son casi las diez de la mañana. Kanon sigue cansado del día anterior, uno de los más largos y amargos de su vida, y no ha contribuido en modo alguno a amenizar el encuentro con su compañero. A causa de eso, Radamanthys no ha abierto la boca en todo el recorrido y —con un gruñido— le ha hecho saber que no piensa bajarse del auto.

 Kanon se aleja del vehículo, sin saber si se encuentra allí para cerciorarse de que su sospechoso no corre peligro, o porque el encuentro sexual pasado le ha dejado —otra vez—, el corazón lleno de una corrosiva acritud.

  Las puertas del enorme edificio neoclásico están cerradas y ve, a través del cristal, un hombre que cabecea sobre un escritorio. Tiene que mantener el dedo pegado al timbre unos cinco minutos antes de que el tipo se levante y le abra la puerta.

 — El Dr. Alcor no se encuentra —le dice el empleado, con voz monótona—. Tuvo una emergencia y salió. Estamos derivando a los pacientes al doctor Göran.  Si quiere, puede pasar  y esperar a su consulta del mediodía…

 Kanon tarda casi un minuto entero en entender que el tipo está confundiéndolo con un adicto que busca refugio contra el extraño infierno ambulatorio que utilizan para curar.

  — Teniente Thematos, del departamento de Homicidios —le escupe, de manera cortante—. Hazte a un lado, que no tengo todo el día.

 El hombre frunce el ceño y lo escruta de arriba a abajo. Kanon le muestra su identificación y descubre, en la mirada sorprendida del otro, que debe verse tan mal como se siente.

 — Busco a uno de sus pacientes. Reingresado ayer. Aioria Figueiras.

 — El Dr. Göran no se encuentra aquí y…

 — No quiero hablar con el doctor Göran. Quiero hablar con Aioria Figueiras.

 Los ojos del hombre se desvían casi sin quererlo al teléfono sobre su escritorio.

 — Sin una orden, no puedo atenderlo.

 — Hagamos una cosa —dice Kanon, sin alterarse—. Sigamos esta conversación en la Jefatura. Puedo arreglar que cuando salgas, todos los periodistas de Ática te estén esperando para preguntarte qué te sucedió. Tal vez el doctor Göran te vea por TV y por fin decida pasear su culo universitario por aquí, para ver si puede salvar a alguno de estos críos…

 El tipo no tarda ni cinco segundos en decir:

 — ¿Qué puedo hacer por usted, teniente?

 — Aioria Figueiras. Ya te lo dije.

 El tipo se sienta en su escritorio y teclea velozmente en el ordenador personal. Un segundo después, cuando se oye un pitido, frunce el ceño, extrañado. Intenta la maniobra de nuevo, pero obtiene el mismo resultado.

 — ¿Qué sucede? —Kanon siente que su paciencia está agotándose.

 — Aquí, ¿ve? —dice el hombre, mostrándole un punto rojo junto al nombre Figueiras, en una lista—. Eso indica que está relacionado con algún caso policial. Hasta ahí no hay problema, pero parece que es imposible acceder a su historia clínica… —clickea sobre un ícono, y vuelve a escucharse el pitido que acompaña una ventana de error.

 Kanon se tensa. 

— ¿El chico sigue aquí?

 — Claro, hace un rato lo vi dirigirse al comedor…

 — ¿No está en su habitación?

 El tipo sonríe.

 — Los adictos nunca se quedan quietos, teniente.

 — ¿Por dónde llego al comedor?

 — Por allá. Tras esas puertas vidriadas.

 XXX

 Desde esta distancia, no parece un adicto, piensa Kanon, mientras se acerca con lentitud a la figura menuda, sentada en una silla de aspecto incómodo. Figueiras está justo bajo una lámpara que esparce una luz muy blanca, fría, parecida a la refleja la luna en otoño. Tiene las manos unidas, enlazadas a las rodillas desde abajo; su torso está encorvado, y mantiene la mirada fija en el suelo, perdido en reflexiones internas. A su lado humea un vasito plástico lleno con una bebida que parece café, y se extiende una servilleta roja, donde descansan dos píldoras grandes, de aspecto contundente.

 A Kanon la imagen le recuerda una escena de su infancia. Tal vez sea por la luz, o la pose, pero le trae a la memoria la primera vez que  vio nieve sobre Atenas. Saga y él se habían sentado en la cocina minúscula de sus padres, en esa misma posición, descubriendo que, en esos días, el cielo se hace más luminoso a medida que se acerca la noche. La impresión recrudece cuando ve al chico sacudirse a causa de un escalofrío. La mañana es cálida, pero Aioria se lleva el vasito a los labios y bebe despacio, con las manos juntas, recogiendo el calor del plástico, como si se estuviera congelando.

 De cerca, la ilusión de juventud, y apostura desaparece. Cuando Aioria lo mira —sorprendido— nota la expresión desvalida, el dibujo exhausto de las venas azules bajo la piel, los círculos oscuros que rodean unos ojos en los cuales sólo brilla la desesperanza.

 — No voy a hacerte daño —las palabras escapan antes de que tenga tiempo de pensarlas.

 Aioria recoge las pastillas de un manotazo torpe, y las aprieta contra su pecho.

 El gesto, pese a la lógica que acarrea,  lo ofende y conjura en su rostro todo el malhumor acumulado durante el día, lo que pone al muchacho aún más alerta. Kanon respira hondo, para calmar la ansiedad que lo carcome y se sienta en otra silla, con las palmas de las manos hacia adelante, abiertas, en un gesto conciliador.

 — No voy a quitártelas… Tranquilízate, ¿si?

 Figueiras no le quita los ojos de encima. Unos ojos asustados, enrojecidos, estriados por la falta de sueño, o el llanto.

 — ¿Qué está haciendo aquí? —balbucea, nervioso.

 — Quieto, chico. Ya te dije que no voy a hacerte nada…

 Pero Aioria se pone de pie, con dificultad, y Kanon se descubre alejándose de él. Por un segundo, ha tenido la ilusión de la corpulencia del otro, como si el fantasma del cuerpo de triatlonista siguiera allí, rodeando al muchacho.

 — Siéntate, maldita sea. Sólo quiero hacerte unas preguntas —ladra.

 Aioria no se mueve un milímetro.

 — ¿Sabe Marin que está aquí?

 — ¿Tu abogada? No.

 — ¿Es legal que esté aquí?

 Kanon se concentra en una de sus manos, la que tiembla levemente por la fuerza con que aprieta las pastillas.

 — No.

 La boca de Aioria se abre y se cierra dos veces, antes de que salgan las palabras. Ha sopesado sus posibilidades, con rapidez, y dice, resignado:

 — Hay café en la máquina, si quiere —Y vuelve a sentarse.

 — No quiero café. Quiero respuestas.

 Aioria vuelve a su pose infantil, con otro escalofrío. Por un segundo, Kanon cree percibir  la nieve a su alrededor, cayendo en un silencio infinito, sólo roto por los ladridos de los perros, a lo lejos.

 — Extraño salir a correr —dice Aioria de repente, con una sonrisa que le tuerce la boca—. Antes… antes de caer en las drogas, me gustaba correr.

 Kanon ensaya una pose relajada, para darle confianza y lograr que siga hablando.

 — Puedo imaginarlo... Aún tienes aspecto atlético —lo anima.

 Aioria se sobresalta tanto, que está a punto de derramar el café.

 — ¿De veras lo cree? —luego se mira el cuerpo—. He perdido tanto peso...

 Kanon estira la espalda y dice, de repente:

 — ¿Por qué comenzaste a drogarte? ¿Tu padre?

 El chico cierra los ojos, lo que pincela una expresión de tristeza abandonada en su rostro.

 — Sólo una persona en todo este maldito mundo se ha preocupado alguna vez por mí, teniente. Y ahora está muerto...

 — ¿Era... bueno... él era tu...?

 — ¿Mi pareja? No —Aioria sacude la cabeza, toma un sorbo de café, luego mira a su interlocutor con un poco más de interés—. Le sorprende verme aquí, levantado ¿Verdad, teniente? Puedo leerlo en sus ojos.

 Kanon sonríe, ácido.

 — ¿Aprendiste a leer la vista en el lyceo, chico? —Kanon bosteza, y se relaja. El episodio de la noche anterior, con Radamanthys, lo ha dejado vacío de reacciones y se desconoce en esa faceta demasiado paciente. Casi como si Aioria no fuera un sospechoso, y aquello un interrogatorio, sino una charla amena, con un amigo.

 — En el espejo —dice Aioria en voz muy baja, avergonzada—, cuando competía. Competía, ¿sabe? Tal vez no me crea... triatlón —Kanon no dice nada y Figueiras, que no ha apartado la mirada de la suya, sonríe de nuevo—. Pero usted busca algo que no sepa ya.

 — Ajá. Algo como quién es tu madre.

 El rostro de Aioria se mantiene impasible.

 — Mi madre era Tethys Karatza.

 — No es lo que dice la autopsia.

 — Yo la consideraba mi madre, y eso debería ser suficiente. Pero usted quiere oír la verdad… —Aioria deja el vaso en la mesa, y se pasa la mano por el pelo enmarañado—. La verdad es que ella no me trataba bien, y la mayor parte del tiempo nos ignorábamos; pero en cierta forma, yo la quería...  Me daba lástima, supongo. Y, por supuesto, no merecía que la mataran así.

 — ¿Ella te daba lástima?

 — No podía tener hijos, y mi padre es un hombre que no acepta un no ni de la naturaleza.

 — ¿Aldebarán Figueiras...?

 Kanon se detiene. Repara en que Aioria ha usado tiempo presente para referirse a su padre, y duda sobre cómo enfrentar el deceso del magnate. No va a darle la noticia, eso es seguro, pero desea por un momento haberle consultado a Saga qué hacer. Incluso, sus ojos se desvían hacia la puerta, porque extraña a Radamanthys. Pese a su aspecto de bruto, el inglés genera una calidez inmediata que hace que la gente confíe instintivamente en él.

 Pero es el propio chico el que lo saca del aprieto, contestando:

 — No sé si Aldebarán es mi padre o no. Lo que sí sé, es que Tethys se quedó encerrada en la casa por nueve meses, fingiendo un embarazo. Y que él... él nos compró.

 — ¿Nos?

 Aioria se aprieta la cabeza, con un gesto de dolor.

 — Yo tenía un hermano, teniente. Dos años mayor que yo. Como no querían fingir más embarazos, nos anotaron como mellizos, con la misma fecha de nacimiento. A causa de eso, nos mantuvieron aislados durante casi toda nuestra infancia, hasta que logramos parecernos lo suficiente… —hace una breve pausa y continúa, con voz descolorida—. Él era todo mi mundo... la única persona que me quería y se preocupaba por mí —la voz se le quiebra en la última sílaba, y suelta el aire de sus pulmones de golpe, para mantener el control sobre sí mismo.

 — ¿Qué pasó con tu hermano?

 Aioria se abraza a sus piernas, y oculta el rostro entre las rodillas.

 — Ellos lo mataron... —al notar el sobresalto del policía, levanta un poco la cabeza y se rectifica—: no literalmente, teniente, pero ellos lo empujaron a eso.... Mi hermano se suicidó. Él era... era demasiado deslumbrante para esa vida que nos obligaban a llevar. Y yo… yo nunca me di cuenta de que planeaba hacer algo así... Un día volví del liceo y...

 Aioria simplemente se detiene. No hay sollozo, ni gemido de dolor, pero el silencio está impregnado de tanta tristeza, que Kanon recuerda en ese momento el que le seguía a las palizas brutales que les daba su padre, a Saga y a él, cuando eran pequeños.

 — Mi padre es un hijo de puta, teniente —continúa el joven, al cabo de unos segundos. Se ha incorporado y tiene la vista clavada en el cielorraso pintado de gris—. Uno de esos hombres a los que no les interesa nada más que sí mismos. Empujó a su esposa a una soledad insoportable, y al adulterio; a uno de sus hijos al suicidio y al otro a las drogas, sólo para seguir contando sus estúpidos billetes —baja los ojos, los más verdes y brillantes que Kanon ha visto en su vida, y los posa, tristes y furiosos a la vez, en los de él—. Todos los días me pregunto por qué nos compraron. Ella nos ignoró desde el momento en que pusimos un pie en su casa, y él siempre nos despreció... Míralo... mi madre ha muerto, peligra mi rehabilitación y él no se ha dignado siquiera a llamar y preguntar cómo me encuentro…

 Kanon cierra los ojos, pensando otra vez en Saga, y en cómo va a arreglárselas para darle al chico la noticia.

 — ¿Qué te llevó a dejar las drogas? —pregunta, con curiosidad genuina.

 — Mi hermano —dice Aioria, derrotado por fin por las lágrimas—. Él no hubiera querido nunca esto para mí...

 Kanon se mantiene en silencio. Cuando Aioria se da cuenta de que no habrá piedad ni consuelo por su parte, se enjuga las lágrimas y continúa hablando.

 — Creo que tampoco somos sus hijos... me refiero a Aldebarán.

 — ¿Cómo lo sabes?

 — Llámelo intuición, o deseo, como más le guste. No me agrada pensar que llevo semejante sangre en las venas... La verdad es que aún no entiendo por qué me protege. Podría tener los testaferros que quisiera, pero me usa a mí...

 — ¿Tu padre... tiene socios? —Aioria no pareció dar importancia a la vacilación en la elección del verbo.

 — No en la naviera, pero sí en otros negocios menores. Pero no me refiero a ellos, sino a las mujeres.

 — ¿Qué mujeres?

 Aioria sonrió.

 — Sus amantes. Las tiene a montones.

 — ¿Infidelidad, también?

 —Claro que sí. ¿Cree que los hombres como él son de una sola mujer? Con la fortuna que tiene, podría comprar hasta a su esposa... —Aioria lo mira fijo. Una mirada que parece retarlo a confesar que no la tiene, a causa de su condición sexual.

 — ¿Y tú? ¿Tú también compras relaciones?

 — Yo no tengo un euro, teniente. Ni siquiera me quedan dracmas en mi colección de moneditas brillantes...

 — ¿Y cómo pagas tus cosas?

 — Papá paga mis gastos fijos. Departamento, estudios, esas cosas. Me viste y me alimenta. Pero no hay más dinero...

 — ¿Cómo solventabas la droga?

 Aioria se rasca la cabeza, incómodo.

 — De distintas formas...

 — ¿A saber?

 — Formas a no saber... —Aioria emite una risa que parece un acceso de tos, pero al ver la expresión de Thematos se pone serio, y continúa—: ¿Sabe? Ahora es difícil de creer, pero yo... solía ser... digamos que algo atractivo.

 — ¿Te vendías por dinero?

 — Bueno... Yo no lo diría así. En general, sólo era para acompañarlas a algún lugar. Nunca fue algo tan dramático... algunas hasta me besaban como si de veras fuera el hombre de sus vidas...

 — ¿Salías con mujeres? ¿No que eras homosexual?

 — Un agujero es un agujero, ¿no? —Aioria se encoge de hombros—. Las mujeres me gustan bastante, también… Además, admito que en algunas etapas de la adicción habría aceptado hasta un perro...

 — ¿Qué papel tiene Mu Anastassakis en todo esto? ¿Él también estaba contigo porque pagaba?

 Aioria se queda quieto, y en silencio, unos segundos. Escruta los ojos de Kanon como buscando hasta dónde ha averiguado sobre su vida.

 El teniente sonríe.

 — ¿De dónde lo conocías? —continúa.

 — Del Kresilas... o el Míron. No recuerdo dónde nos vimos por primera vez —al ver la perplejidad en el rostro de Kanon, acota—: son los clubes de su padre. Era un fanático de la escultura clásica. A él le gustaba estar conmigo...

 — ¿A Mu o a su padre?

 — A Mu, claro.

 — ¿Te pagaba?

 — No.

 — ¿Y a ti? ¿Te gusta estar con él?

 — Es complicado. Nunca me dijo que está comprometido desde hace años. Con un español. Me lo dijo su padre.

 — ¿Dónde veías a su padre?

 — En Kifisiá. Mi madre y él se veían allí, en mi departamento.

 Kanon escruta la mirada de Aioria, que no aparta la vista. Es una mirada límpida, que lo pone nervioso. El mocoso tiene que estar mintiendo. Si Anastassakis y Tethys se hubieran encontrado en el departamento de Kifisiá alguna vez, a Dohko no se le habría pasado por alto.

 — El día que te detuvimos... en el bote... dijiste algo de tu padre, que podía desheredarte o hacerte lo mismo que a alguien más. No dijiste quien, pero lo pusiste agresivo. ¿A qué te referías? —Aioria frunce el ceño, recordando, y Kanon aclara—: Fue cuando se puso violento, y tuvimos que intervenir.

 — No lo sé, no lo recuerdo... Pero seguramente estaría refiriéndome a mi hermano...

 Kanon se inclina hacia el joven, con aspereza.

 — Escucha, chico... Me molesto hasta aquí a esta hora, me cuentas lo intrascendente, que no eres un Figueiras, y que tienes un hermano muerto. Y cuando llegamos a lo que realmente me interesa te echas atrás. Es cierto que estoy aquí ilegalmente y puedes eludirme, pero te aseguro que ni bien te den el alta, te voy a llevar a vivir a la Jefatura. No me despegaré de ti ni un segundo, te lo juro. Vas a tener que contarme hasta cuantas gofretas te comías cuando niño…

 Aioria esboza una sonrisa descolorida.

 — Te aviso que aún como gofretas. Pavlidu. —dice, tuteándolo de repente—.Y que ahora que no estás tan nervioso, ni yo tan medicado, y puedo verte de verdad, no se me hace tan horrible la perspectiva de que no te separes de mí ni un segundo.

 Kanon se queda rígido.

 — Créeme que lo último que quieres es coquetear conmigo, mocoso.

 — ¿Por qué? ¿Quieres que me crea que no eres gay?

 — No, porque es obvio que no soy gay. Es sólo que no me interesan los drogadictos imbéciles como tú.

 — Que desperdicio de hombre eres, si en verdad no eres gay...

 Kanon se pone de pie. Hay algo en la actitud de Aioria que ha logrado sacarlo de sus casillas. Siente la acidez del estómago subirle a la garganta y decide terminar el interrogatorio antes de que su carácter le juegue una mala pasada.

 — ¿Hay algún lugar donde puedas ir hasta que te den el alta? —le espeta, seco.

 Aioria se queda boquiabierto.

 — ¿Qué?

 — Que tengo que sacarte de aquí. Te pones bien, y luego continuamos con esa mala actitud tuya en la Jefatura.

 Aioria se pone de pie también, y se aleja un paso del teniente.

 — No voy a ir a ningún lado.

 Kanon lo toma de un hombro, con algo de violencia, y lo empuja hacia sí. Las pastillas caen de la mano de Aioria, que las mira como si todo fuera un absurdo dejà vû.

 — Suéltame... —dice el chico, con voz firme, aunque la mirada es temerosa.

 Kanon no puede evitar ser embargado por un pegajoso sentimiento de regocijo personal.

 — ¿Por qué? Hace un momento parecías estar muy conforme con la idea de estar a mi lado un largo tiempo.

 El rostro asustado de Aioria le mejora el estado de ánimo. Tira de él hacia la salida, y el chico se revuelve en su agarre, desesperado.

 — ¡No voy a ir a ningún lado! ¡No tiene derecho a sacarme de aquí!

 — Cállate y camina, imbécil. ¿Y qué pasó con la confianza de tratarme de tú? ¿Ya te has arrepentido?

 Aioria se deja caer de rodillas en el suelo, arrastrando a Kanon tras él, que cambia la posición de sus piernas para mantener el equilibrio.

 — ¡Mierda! ¡Quédate quieto! —grita.

 El joven recoge las pastillas con desesperación, pero luego el teniente lo pone de pie con violencia.

 — ¡No tiene derecho a estar aquí, ni a hacer esto! —balbucea Aioria, debatiéndose inútilmente en el fuerte agarre del policía— Se lo advierto, teniente. Mi padre puede ser un patán, pero cuando vea la forma en que me trata, lo acosará hasta que no esté en condiciones ni de pasear a su perro...

 Kanon siente que la bestia que anida en su interior, herida de muerte con la noche que le ha hecho pasar Radamanthys, se desboca en un segundo. Sin medir sus actos, toma al chico de la remera, lo sacude —la tela hace un ruido sordo al rasgarse— y antes de que pueda arrepentirse, le escupe:

 — ¡Tu padre no va a hacerme nada, pequeño idiota! ¿Sabes por qué? Porque alguien lo ha cortado en pedazos y te lo ha dejado como regalo de bienvenida, en Kifisiá. Puedes patalear todo lo que quieras, y tratar de ondear la bandera de tus derechos en mis narices, pero cualquier juez va a darme la razón cuando les explique las razones por las que te estoy sacando de aquí —hace una pausa, en la que se da cuenta de que ha estado gritando, y baja la voz—. Tienes dos opciones, niño. Puedes venir sin abrir la boca, o puedo llevarte a la rastra, con un balazo en la pierna. Es tarde y no quiero estar de niñero de un drogata idiota que se cree lo suficientemente listo como para jugar conmigo. Decídete pronto, porque de veras tengo ganas de irme a dormir la siesta con mi esposa. ¿Lo entiendes, pedazo de maricón de mierda?

 Kanon vuelve a sacudir a Figueiras, que está paralizado, con los ojos desmesuradamente abiertos, llenos de incredulidad.

 — Mi padre no está muerto —tartamudea—. Sólo lo dices para torturarme.

 Algo de razón se cuela en el cerebro embotado de Kanon, pero no es hasta que ha eludido la mirada asustada del encargado de vigilancia —mientras arrastra a Aioria fuera de la clínica— y se enfrenta a la Radamanthys, que comprende lo que ha hecho.  Se estremece de pensar qué clase de cosas le están sucediendo, para sentir semejante placer al dañar a otras personas.

 El silencio, la expresión desdeñosa del inglés y los ojos aterrados del muchacho lo hacen ver caer una nieve mucho más helada que la que imaginó antes. Pero esta vez, sobre su carrera. Y sobre su vida.

  

XXX

 Kanon sale de su ensoñación amarga quince minutos después, cuando Radamanthys detiene el auto frente a un edificio limpio, típico de clase media.  El inglés lo oye suspirar con fuerza y se vuelve a él.

 — Deberías ver a un médico, ¿sabes?

 Kanon no dice nada, y se vuelve al asiento posterior, donde Aioria está semiderrumbado, dormitando.

 — Se tomó esas dos pastillas como si pudieran protegerlo de ti —continúa su compañero—. ¿Tienes idea de las repercusiones que puede tener algo así en tu carrera, si abre la boca? ¿Qué demonios está sucediéndote, Kanon?

 — ¿Dónde estamos?

 — En el único lugar en el que podemos dejarlo.

 Kanon se vuelve a observar el edificio. En el lobby hay una mujer que cuando los ve se acerca a la puerta. Es la pelirroja de la comisaría.

 — Tiene que ser una broma... —escupe, áspero.

 — ¿Y dónde querías llevarlo? ¿Contigo? ¡Por el Olympo, Kanon! ¡De veras estás preocupándome! ¿Desde cuándo actúas anormal también con los demás? — Radamanthys no le da tiempo a contestar y sale del auto—. Ni se te ocurra venir —le advierte.

 Pero mientras su compañero ayuda a descender al chico, Kanon sucumbe a la misma impaciencia absurda que lo ha llevado a arruinar la noche anterior —y a maltratar a Aioria en la clínica—, y lo sigue. Sin embargo, ve la desesperación en sus ojos ámbar y logra, por lo menos, mantener la boca cerrada.

 Marin se acerca a ellos, esbozando una sonrisa triste, y acaricia la cara bañada de lágrimas de Aioria.

 — ¿Está bien? —pregunta al inglés.

 — Tuvimos que decírselo, Marin. Sé que no era lo más adecuado, pero las circunstancias...

 — ¡Mierda! —grita ella, ofuscada, y se sonroja un segundo después por su reacción. Abraza a Aioria, del hombro por el que no lo toma Radamanthys y les indica el ascensor, con un gesto—. No te preocupes —le dice al joven, en un tono maternal—. Vamos a ayudarte. Él te está esperando arriba. Llegó ayer… ni bien le avisé, vino para verte.

 Aioria la mira, entre la bruma de la medicación. Parece querer decir algo, pero no se anima. Marin clava la vista en Kanon un segundo, y luego en Radamanthys.

 — Me ayudas a entrarlo y se retiran. Es el trato —dice, muy seria—. Aquí estará bien. Se quedará hasta que se recupere y pueda enfrentar los hechos y los interrogatorios,  pero no quiero ni el más mínimo contacto hasta ese momento.

 — Tenemos que cerciorarnos de que está seguro, Marin. Sabes que apostaremos  oficiales afuera y...

 — No me importa. Sólo déjenlo en paz hasta que se mejore. ¡Denle un poco de aire, por favor! ¡De esta forma sólo se complican más las cosas!

 — ¿Quién está arriba? —pregunta Kanon, con voz áspera.

 — Su novio.

 — Marin... —comienza a decir el inglés, pero ella lo interrumpe, poniéndole una mano en el brazo.

 —Tú pareces un hombre razonable, Radamanthys. Sé que entiendes esto, y harás lo mejor para todos…

 El inglés le dedica una sonrisa preciosa, y Kanon siente la necesidad absurda de golpearlo. Hay algo en su interior que le quema como plomo fundido y, por un segundo, tiene miedo de sí mismo.

 En el último minuto, antes de subir al ascensor, se vuelve y sale a la humedad del día.

 XX

 Incapaz de tolerar la idea siquiera de volver a la Jefatura en el auto de Radamanthys, comienza a alejarse por la acera, a pie. Cuando llega a la esquina, está tan ensimismado en sus pensamientos, que un auto que pasa a toda velocidad está a punto de atropellarlo. El tipo continúa su camino rápidamente, pero se ha detenido un momento para insultarlo, y Kanon ha sido capaz de vislumbrar su rostro ofuscado tras el cristal polarizado. Un rostro que, estupefacto, reconoce.

 El teniente se queda en medio de la calle, mientras el resto de los autos se aparta, a los bocinazos. Cuando reacciona —inmune a las miradas que lo acusan de loco de los otros transeúntes—, está preguntándose si su mente le ha jugado una mala pasada o realmente el hombre al volante era el de la foto de Dohko: Mu Anastassakis.

 Kanon se da vuelta y vuelve al departamento de la abogada, y llega en el momento preciso en que Radamanthys está abriendo la puerta de su auto.

 —Vaya... —le dice el inglés, cuando lo ve—. Pensé que te había dado otra de esas  locuras tuyas y te habías ido a la jefatura caminando...

 Kanon lo ignora, y se dirige hacia la puerta del edificio. Radamanthys lo persigue y lo toma del hombro antes de que pueda llegar al ascensor.

 — Tú te vienes conmigo —le ordena, mientras hace uso de su considerable fuerza para forzarlo a volver al auto.

 — ¡Déjame en paz! —el  inglés resopla y ejerce más presión aún sobre él—. ¡Suéltame, Rada! Necesito verificar algo ahí arriba.

 — Si subes, lo único que vas a verificar es como Asuntos Internos se carga tu trasero. Deja de hacer el idiota y vámonos de aquí... —comienza a arrastrarlo y Kanon, finalmente, cede— ¿Qué demonios te sucede, Kanon? ¿Que acaso ayer no me torturaste lo suficiente, o qué?

 Kanon logra  mantenerse en silencio. Puede palpar que Radamanthys está al límite de sus nervios, y se concentra para no compartir la información, al menos hasta que esté seguro de lo que ha visto. Sube al auto y ve que su compañero se queda afuera unos segundos, gruñendo e insultando, hasta que inspira hondo y se sienta tras el volante.

 Radamanthys lo mira, entonces. Sus manos están sobre el volante, crispadas y su rostro ojeroso y pálido refleja que probablemente haya tenido una noche de insomnio. Finalmente, toma aire y le escupe, entre dientes apretados:

 — Espero que te des cuenta de que hago todo esto porque te amo, hijo de puta. Todavía te amo como en Londres —luego apoya la cabeza contra el volante, y se queda unos segundos inmóvil.

 Kanon le acaricia el pelo.

 —Rada...

 Pero el inglés lo rechaza, con algo de violencia.

 — ¡Déjame en paz! —lo increpa—. Si vuelves a tratarme con dulzura, voy a partirte la cara. Y lo digo en serio.

 Kanon se repliega en su lugar, pero no puede mantenerse callado.

 — Deberías dejarla y volver conmigo.

 Radamanthys golpea el volante, con impotencia.

 — ¿Para qué? ¿Para ser tu trapo de piso otra vez? ¿Para que vuelvas a engañarme y a abandonarme? ¿Crees que soy estúpido y se me pasa por alto que te coges al hermano del fiscal?

 Kanon le sonríe, con frialdad.

 — Tú te coges a tu esposa, así que no me juzgues.

 — ¡Seis meses después de que me abandonaras! Nunca lo hice en tu puta cara porque según recuerdo, ¡no estabas ahí!

 — ¿Te casaste por despecho, acaso?

 — ¡Claro que sí! ¡Estaba al borde del colapso!

 — ¿Y por qué viniste aquí, entonces?

 Radamanthys resopla.

 — ¿Acaso tienes algún tipo de amnesia y olvidaste que te fuiste solo, en medio de la noche, sin decir nada? ¡Quedé medio loco! ¡Barrí cielo y tierra buscándote! ¡Pensé que te había pasado algo! Estuve a punto de sufrir una crisis emocional, hasta que un compañero me dijo que se había enterado que estabas aquí... que habías vuelto a Grecia...

 — Eso no contesta mi pregunta...

 Radamanthys deja caer de nuevo la cabeza en el volante, dándose pequeños golpecitos en la frente.

 — ¡Volví aquí porque me lo pediste! ¡Y lo sabes, cabrón!

 — Estabas casado ya, no tenías por qué venir...

 Radamanthys se incorpora y lo mira, con ojos cansados y algo tristes.

 — Sigo preocupado por ti. Estás enfermo, Kanon. Estás enfermo y no quieres verlo...

 — Tú también...

 — Claro que estoy enfermo. Tú me enfermaste. Pero al menos, estoy haciendo algo por mí.

 Kanon se ríe, algo despectivo.

 — No me digas que ves a un terapeuta…

 — Abre esa guantera...

 — ¿Qué demonios...?

 — ¡Ábrela!

 Kanon obedece, y saca una serie de papeles, sobres, con el membrete del Hospital General de Atenas.

 — ¿Qué es todo esto?

 — Esto, Kanon, es lo que ha quedado de mí después de conocerte. Y de sufrir tu abandono. Ayer te dije que fue nuestra última noche juntos. No estaba bromeando.

 Kanon sacude los sobres.

 — ¿Qué es lo que tienes?

 — Estrés, nervios, locura. Tú lo sabes mejor que yo...

 — ¿Estrés? —ríe Kanon— el estrés es simplemente una excusa para quedarte a dormir en casa, con ella.

 Radamanthys resopla, con gesto hastiado, y pone en marcha el auto. Cuando ve que Kanon intenta abrir uno de los sobres, le ordena, con voz autoritaria:

 — Déjalos ahí. Por favor.

 Kanon arroja casi los papeles dentro de la guantera, sin decir una palabra. Su rostro demuestra el profundo malhumor que lo embarga.

 Cuando llegan a la jefatura, ambos mantienen un silencio hermético, tenso. Suben a su oficina sin hablarse, en un ascensor vacío que potencia la fricción entre ellos. Una vez en la oficina, Radamanthys va derecho a la máquina de café y se sirve uno. Kanon, con el rostro más distendido, intenta sacárselo, a modo de broma; pero Radamanthys malinterpreta el gesto, forcejea y el café se derrama, hirviendo, sobre su mano.

 — ¡Kanon, la puta madre que te parió! —estalla, ofuscado.

 Kanon da un paso atrás, ofendido.

 — ¡No lo hice a propósito, pedazo de idiota! Eres tan cabrón algunas veces... Sólo te falta ir con Shaka a llorar y decirle que soy el culpable de todos tus males…

 Radamanthys, sin siquiera mirarlo, se sienta en su escritorio y comienza a escribir en su ordenador personal.

 Kanon se sienta en su propio lugar y refunfuña:

 — ¿Ahora el asunto es ignorarme? De acuerdo. No quiero que vuelvas a hablarme a menos que te deshagas de esa puta.

 Radamanthys deja de teclear y le clava la vista.

 — Vuelve a llamar puta a mi esposa y voy a encargarme personalmente de que te arrepientas.

 Kanon se pone de pie y se inclina sobre el escritorio de su compañero.

 — Es una puta, una maldita puta nazi y barata, a la que que le importas tres mierdas... Se casó contigo porque estaba cansada de cobrar tres euros para chupar pijas  en la Reeperbahn y...

 No puede continuar, porque Radamanthys se incorpora y le golpea el rostro, con brutalidad.

— Te lo advierto, Kanon. No quiero que vuelvas a mencionarla. ¿Lo has entendido?

 Kanon se limpia la sangre de la boca, incrédulo.

 — Creo que es hora de que vuelvas a Londres.

 — Bien, porque ahora somos tres los que opinamos lo mismo. Pediré el pase cuando cerremos el caso Anastassakis.

 — Creo que no deberías haber venido nunca aquí... No podías quedarte allá, ¿verdad? Desaparecí de tu vida y tenías que seguirme…

 Radamanthys hace un gesto con las manos, como si empujara todo el rencor de su vida hacia adelante, y rodea el escritorio, para irse. Kanon, rápido, lo detiene, rodeando  el cuello fuerte con sus brazos.

 — Rada...

 Pero el inglés lo interrumpe, con voz triste.

 — Hasta llegué a pensar que te había dado una especie de amnesia, Kanon. No podía creer que de verdad te hubieras ido. Pensé cualquier cosa... literalmente cualquier cosa... que te habían secuestrado, que habías tenido un accidente, que estabas muerto...    No podía creer que hubieras vuelto con ese idiota. Creo que por eso vine. A verificar que significo para ti menos que la mierda de perro que pisaste esta mañana. Y descubrí que eres más cruel de lo que imaginé… Me has puesto una cadena en el cuello, me torturas como nadie en la vida lo ha hecho, sigues con él, odias a mi esposa y haces de mi vida un infierno todos los días. Pero basta, Kanon. Basta. Porque si sigo así voy a morirme...

 Radamanthys aparta los brazos de su cuerpo.  Kanon intenta retenerlo, pero fracasa. Su compañero abandona la oficina, con un portazo, y él vuelve a su escritorio, a tomar con manos crispadas el informe de Tethys Karatzas. Pero sólo lee el título y lo arroja al piso, con furia.

 Sale tras Radamanthys y lo encuentra hablando con un tipo enorme, que tiene una cabellera casi surrealista, larga hasta la cintura, mal cortada, y que apunta a los cuatro puntos cardinales: Shion Arda, el compañero de Dohko.

 —Rada... —comienza, pero su compañero lo ignora.

 Shion da un paso al frente e intenta abrazarlo.

 — ¡Kanon! Dichosos los ojos que te ven...

 Kanon da un paso atrás, asqueado.

 — ¡Aléjate de mí! ¿Es que acaso alguna vez en su vida se bañan ustedes, los chinos?

 Shion ríe, dejando al descubierto unos dientes sucios y se sacude su ropa deshilachada.

 — ¿Y tú? ¿es que acaso alguna vez en la vida vas a estar de buen humor? Y te aviso que soy tibetano, no chino.

 — Me cago en la diferencia...  —luego se vuelve a su compañero— Rada... necesito hablar contigo.

 El inglés se sienta.

 — Adelante—dice, y Kanon se da cuenta de que no le dará la oportunidad de estar a solas. No al menos por el resto del día.

 — Necesito discutir ciertos aspectos del caso.

 Shion se sienta junto al inglés.

 — Es nuestro caso, niño. De ahora en más, hablas enfrente de papá también.

 — ¿Por qué no me chupas la pija, Shion?

 El tibetano suelta una carcajada.

 — Porque te gustaría...

 Radamanthys golpea la mesa.

 — A trabajar, o me vuelvo a casa. Tuve una noche de mierda...

 Shion sigue riendo y señala a Kanon con la cabeza.

 — ¿Que acaso tu compañero tiene una pija tan minúscula como su cerebro?

 Kanon da un paso al frente y Radamanthys los fulmina con la mirada, a ambos.

 — A trabajar, imbéciles. O de veras renuncio y los dejo solos, juntitos y como compañeros.

 Ambos se sientan, refunfuñando, hasta que Kanon dice, mirándose las manos:

 — Necesito que me digas si viste en el departamento al supuesto novio de Aioria Figueiras, Rada.

 El rubio piensa un instante.

 — Bueno... sí, de casualidad, cuando Aioria entró a una habitación.

 Shion parece interesarse en la conversación por primera vez.

 —  ¿Qué quieres decir?¿Con quién lo viste?

 — No lo sé… no vi bien al tipo... —continúa el inglés—. Entramos al departamento y Aioria se fue derecho a una de las habitaciones. Ahí estaba el otro. Lo vi apenas un instante, en la oscuridad, cuando se abrazaron...

 — ¿Seguro era el novio?

 — Es lo que Marin dijo.

 — ¿Recuerdas como era?

 — Alto, fornido.

 — ¿El rostro? —interviene Shion.

 — No lo vi bien... Cabello corto, rostro cuadrado, creo. Como Aioria, pero normal, si me entiendes.

 — Entonces no era Anastassakis —dice Shion.

 — ¿El tipo se parecía a Aioria?

 — No lo sé —dice Radamanthys frunciendo el ceño. No quise mirarlos, me pareció descortés.

 Shion se ríe.

 — Estás investigando un asesinato y te parece descortés mirar... ¿Que no son una monada los ingleses?

 — Tú ve a bañarte —le dice Kanon, con malhumor, y se vuelve a Radamanthys— Se parecía a Aioria, ¿sí, o no?

 — No lo sé...

 — Es lo que dijiste... como Aioria, pero normal.

 — ¿Por qué insistes con eso?

 — El chino dijo que tiene una testigo que reconoció a Aioria...

 — El chino tiene nombre... —interrumpe Shion.

 Kanon resopla, exasperado.

 — ¡No me vengas con idioteces! —grita. Luego se vuelve a Radamanthys, y repite—: El chino dijo que tiene una testigo que reconoció a Aioria, pero según Saga, el chico es incapaz de matar una lombriz. Tal vez el tipo que buscamos podría ser alguien parecido a Aioria.

 Radamanthys parece reflexionar.

 — No sabría decirte. No lo vi bien... era alto, sí, de cabellos cortos, pero podría ser cualquiera. Y ciertamente no pasaría por Aioria. Era algo más alto, y mucho más fornido. Además, si fuera el asesino no se habría estando paseando por ahí sabiendo que  la policía estaba a punto de aparecer...

 — Ese es un buen punto —admite Shion.

 Kanon chasquea la lengua, poco convencido.

 — El chico Anastassakis no es fornido, y tiene el cabello largo. Mucho, así, como el mío —dice Shion, sacudiendo la cabeza.

 Kanon lo mira, fingiendo sorpresa.

 — ¿Es cabello eso que tienes ahí? ¿Qué no es un nido de golondrinas?

 Radamanthys vuelve a golpear la mesa.

 — ¿Por qué tanto interés en esto? —le dice a Kanon, mirándolo.

 — Es que me pareció ver al tal  Mu fuera del departamento de Marin.

 Shion hace un gesto, como si descartara el comentario.

 — Te lo dije. Siempre andan merodeando uno donde está el otro...

 — Oye, Shion —dice Kanon, pensativo—, alguna vez viste a Mime Anastassakis o a Tethys Figueiras en Kifisiá? ¿En el departamento del drogata?

 — No, ¿por qué?

 — Porque el chico dice que iban allí todos los martes.

 — No. Al menos no en los últimos dos meses... si bien el departamento es de Tethys Figueiras, jamás la vimos por ahí. Sólo vimos a su hijo.

 — ¿El departamento está a nombre de Tethys Figueiras? —se sorprende Kanon.

 — Si, lo verificamos en la dirección de catastro.

 — El chico dijo que el departamento estaba a su nombre.

 — El chico  tiene la cabeza en los pies —aclara Radamanthys.

 Kanon niega con la cabeza.

 — No estoy tan seguro de eso... El chico firma los contratos, y dijo que era testaferro de su padre —luego mira a Shion—. Vuelve a Catastro. Quiero ver una  lista de propiedades a nombre de los miembros de la familia Figueiras. En especial las de Kifisiá. Y llama a Milo, dile que venga. Ya necesitamos las órdenes para investigar a la familia.

 Shion lanza una carcajada sonora.

 — ¿Llama a Milo y dile que venga? ¿Estás loco? Milo no viene. Vas tú y te aplanas el culo dos horas antes de que se digne atenderte... Si necesitas hablar con él, tendrás que bajar al mundo de los mortales y rogarle en persona...

 — Vaya... parece que, como siempre, tendré que hacer las cosas por mí mismo.

 — Si luego te robas el crédito, al menos gánate el pan.

 — Vete a la mierda

 — Y con tu espíritu, guapo. Y a ver si te dan una buena cogida, que te cargas un humor que no te aguanta ni tu hermano...

 Kanon se pone de pie y se dirige a su escritorio, sin molestarse siquiera en contestar.

  

Seis horas más tarde, mientras Kanon  y Dohko completan en silencio los informes de avance del caso, la secretaria les indica que ya puede conectarlos con el fiscal. Kanon levanta el auricular y espera.

 —Dr. Milo Pannourgios, ¿qué se le ofrece? —El teniente oye la voz de su amigo y sonríe.

 — ¿Milo? Soy Kanon. Necesito hablar contigo respecto a unas órdenes de allanamiento, requisas de datos bancarios, propiedades y esas cosas...Es del caso Anastassakis.

 — ¿Ya vas a detener a alguien?

 — No, pero considero que es tiempo de involucrar a la fiscalía...

 — Tengo una detención en una hora. Vengan después, a eso de las 20hs.

 — De acuerdo.

 Kanon cuelga y se vuelve al chino.

 — Quiero el árbol familiar del chico Anastassakis. Tiene una historia bien florida respecto a su nacimiento.

 El chino se sorprende.

 — ¿Hablaste con él sobre que no es hijo de su madre?

 — Dice que Figueiras los compró. A él y a un supuesto hermano que se suicidó. Necesito todos los detalles… partida de defunción, perfil psicológico escolar, ese tipo de cosas… Y un inventario de sus posesiones: propiedades, cuentas del banco, declaraciones de impuestos, cualquier cosa que pueda ayudarnos. Necesitamos pistas nuevas...

 Dohko levanta la cabeza de sus notas.

 — ¿Y tú y ese inglés van a rascarse las bolas mientras yo hago todo el trabajo?

 — Tú eres el inmigrante ilegal —le escupe Kanon, parco—. Tengo derecho a explotarte.

 — Tengo los permisos de residencia en orden. ¿Crees que si no los tuviera podría trabajar en la policía?

 Kanon larga una carcajada.

 — ¿Y tú te crees que estás en Suiza? Tus papeles valen para mí lo mismo que el papel con el que me limpio el culo, así que muévete de una vez…

 — ¡Dioses! Que carácter te cargas… Deberías casarte con Shaka. Son tal para cual. Tal vez en una semana se matarían el uno al otro y le harían un inmenso favor a la humanidad…

 XXX

 Kanon arriba a la fiscalía a las 20:30hs, justo cuando Milo está cerrando la puerta.

 — Llegas tarde —le dice el fiscal—. Me voy a cenar.

 — ¿Puedo acompañarte?

 Milo duda un instante y luego resopla.

 — ¿Por que no? —y añade—: si no te dejo, vas a volverme loco. ¿Traes dinero? Porque no pienso invitarte.

 — Vas a tener que hacerlo, porque con esa ropa no podrías entrar a los lugares donde suelo ir yo…

 Milo se mira en el vidrio de la puerta. Es un hombre apuesto, de alrededor de treinta años, alto y robusto. Viste un traje que no debe costar menos de tres mil euros, color gris oscuro, que resalta un par de ojos extraños, de un tono indefinido entre azul y verde. Tiene una melena azul con reflejos violáceos, lujuriosa, que le llega a la mitad de la espalda.

 — Esta ropa es menos de lo que merezco… y ¿sabes? Lo que realmente no me merezco en esta vida, es  codearme con ratas del callejón, como tú… No pienso dejarme ver en un lugar decente con un policía, así que mejor elige una de esas tavernas espantosas a las que sueles ir con el resto de los harapientos…

 — Sabes que no podría obligarme a rebajarte a algo así… vamos a esos lugares tuyos… no me importa… ¿Qué tal el Oiseaux dorée ?

 Milo luce horrorizado por un segundo.

 — ¡Ni por todo el oro del mundo voy ahí con un policía! —dice, con tono categórico.

 Kanon le sonríe, triste.

 — ¿Ni por un amigo que no está bien?

 — ¡Dioses! —se queja Milo, mientras le hace señas para que suba a su BMW reluciente—, pensé que ya no tendría que acceder a estas bajezas… ¿Qué acaso tu hermano no te educa?

 — Saga últimamente está muy ocupado… Ya no tiene tiempo para mí…

 — Créeme que lo entiendo perfectamente…

 XX

 El maître del restaurant no puede evitar las miradas sorprendidas a la ropa de Kanon —una camisa color salmón que ha conocido días mejores y un par de pantalones de jean gastados— mientras los acompaña hacia una mesa bastante apartada, y oscura.

 Espera a que se sienten y despliega los menúes. Pone uno en manos de Kanon que, al instante, se arrepiente de haber elegido el lugar. El menú está escrito en francés, y la versión en griego es simplemente la traducción de la escritura latina, a la griega.

 Kanon mira al maître, que está rígido como un poste, esperando su elección y vuelve su rostro confundido —que se ha vuelto más apuesto debido a la turbación— a su amigo, que le sonríe, le guiña el ojo, y pide por los dos.

 — ¿Vino? —pregunta Milo, cuando el maître deja de anotar. Kanon se encoje de hombros, y su amigo ordena—: Un Cabernet Sauvignon, del 92, s'il vous plait…

 El hombre desaparece con una velocidad acordada por años de protocolos ridículos y Milo se vuelve a su amigo con una sonrisa radiante en el rostro.

 —  De veras es un lindo lugar, ¿no?

 — ¿Qué demonios me pediste?

 —  Entrêcot… es carne a la parrilla. Así no extrañas tus souvlakis grasosos…

 Una camarera les acerca una cestita rebosante de panes saborizados, y galletas de distintos colores.  Los mira con interés, les sonríe y luego continúa sirviendo las mesas vecinas.

 Milo se recuesta en el respaldo de la silla, mirándole las piernas y las caderas con avidez, y Kanon se ríe.

 — Debo ser el único cien por ciento gay que queda en Grecia…

 — Es que los gays estamos en vías de extinción.

 — Por la forma en que miras a la camarera no te tildaría precisamente de gay…

 Milo toma un pan pequeño, tibio, que humea ligeramente y se lo lleva a la boca con un gesto elegante.

 — Por la ausencia de Radamanthys —dice, después de darle un mordisquito—, deduzco que a ti te gustaría no ser tan gay, a veces. ¿Otra vez se pelearon?

 Kanon mira a la camarera que, pese a estar ya a varias mesas de distancia, se ha vuelto a observar a Milo y muerde un pan casi con furia.

 — Radamanthys está casado, por si lo olvidaste. Está con su esposa, como le corresponde a un hombre de familia.

 Milo deja su pan en un platito pequeño, y junta las manos bajo su mentón.

 — Te conozco desde hace ocho años, Kanon. Excepto los dos años que pasaste en Londres, nos hemos visto una vez al mes, como mínimo… Desde que volviste, me cuesta reconocerte. Y no soy sólo yo. He escuchado varias historias bastante sórdidas sobre ti en estos últimos tiempos… No sé lo que haya pasado allá, o lo que te haya pasado, pero te has transformado en un tipo amargado, que coquetea con lo cruel. Y tú no eres así. Hay algo mal en ti, y me tienes bastante preocupado… —se toca la frente, con delicadeza— en tu cabeza, ¿me entiendes? Yo opino que tendrías que consultar a un psiquiatra.

 — Yo opino que no deberías hacer caso a todo lo que oyes…

 — No deberías trabajar con Radamanthys, Kanon. Y mucho menos seguir teniendo sexo con él.

 Kanon apoya la cabeza en la palma de su mano abierta.

 — Hasta hace unos días, las cosas no estaban tan mal. Pero ahora se ha desbocado todo…

 — ¿Y eso por qué?

 — Para eso estoy aquí. No lo entiendo y necesito tu mente analítica.

 — ¿Cuándo se fue todo al diablo?

 — Cuando tu hermano se me apareció en Londres.

 Milo emite una sonrisa irónica.

 — Eso ya lo sé. Me refiero a ahora. Aquí.

 — Más o menos dos semanas. Pero ahora tenemos este caso extraño, estresante, que nos tiene al límite. Ayer intentamos despejarnos con una noche de sexo… y fue una batalla campal…

 — Dos semanas —repite Milo—. Si mal no recuerdo, pasaste por Julián hace dos semanas…

 — Hace meses que no veo a tu hermano, Milo.

 — Si vas a mentirme, me voy a casa.

 El maître regresa junto a la mesa, interrumpiéndolos. Muestra la botella de vino a Milo —que asiente con la cabeza—, la envuelve en una servilleta y deja caer un poco en la copa de Kanon. Luego vuelve a su pose rígida, derecho como un poste, con la botella inclinada.

 Kanon lo observa con curiosidad unos segundos, y  se vuelve a Milo.

 — ¿En Francia se toma el vino de a gotas?

 Milo palidece, y le quita la copa.

 — ¡Por el Olympos, Kanon! —susurra.

 Luego se lleva la copa bajo la nariz y la agita. Prueba el vino, hace un gesto complacido y le indica al maître que puede llenarla sin problemas.

 Cuando el hombre se va —luego de prodigarle a Kanon una mirada indefinida—, el teniente suspira, molesto.

 — Odio a estos tipos. Me gustaría verlo el día que un albanés le ponga un cuchillo al cuello. Seguro que va a lloriquear con su acento remilgado y a rezar para que un teniente poco refinado como yo, le salve su fino culo francés de ser rasguñado.

 — ¡Dioses, Kanon! Te has transformado en todo un resentido, ¿verdad? Ahora entiendo por qué te llevas tan bien con un hijo de puta del calibre de Julián…

 Kanon se frota la frente, como si tuviera una migraña particularmente violenta.

 — No sé qué me sucede con tu hermano… —confiesa—. Simplemente, no puedo sacármelo de la cabeza. Intento salir con alguien más… me enamoro, Milo, te lo juro… amaba a Radamanthys en Londres, creo que aún lo amo, pero es como si existieran distintos tipos de amor, y nadie pudiera sobrepasar el que siento por Julián… aunque, claramente, no es el amor que pueda sentir… no sé… una pareja normal.

 Milo sacude la cabeza.

 — Kanon, tú no necesitas mi mente analítica para entender esto. Necesitas terapia. De veras. No puedes ir por el mundo prometiéndole a tipos como Radamanthys amor eterno y mandándolos al demonio cuando Julián te encuentra. La gente sufre, Kanon.

 — Yo sufro.

 Milo extiende una mano y la cierra sobre el antebrazo de su amigo, en un gesto cariñoso.

 — Lo sé… y no quiero que sufras. Pero no quiero que destruyas a los demás. ¿Has visto a Radamanthys? ¿Has visto cómo está?

 — Bueno, pues está casado, ¿no?

 Milo lo suelta, a tiempo para hacer lugar en la mesa para los platos, que un mesero deja frente a ellos con un ademán de impecable elegancia.

 Milo pincha una patata pequeña con su tenedor y se la lleva a la boca, masticándola con placer. Cuando levanta la vista, ve que Kanon está boquiabierto, mientras sus cubiertos se posan sobre un trozo de carne apenas cocida.

 — ¿Acaso ese idiota se cree que soy un caníbal?

 — Kanon, deja de hacer escenas, por favor…

 Kanon pincha su carne, lo que hace que su plato se llene de gotitas rojas.

 — Mira esto… parece la mesa de autopsias de Death Mask.

 El rostro de Milo se pone verde.

 — ¡Por Zeus, Kanon!

 — Nadie puede comerse algo así… ¿qué pediste tú?

 — Terrina de hígado de pato.

 Kanon frunce el rostro.

 —  Me quedo con mi víctima de asesinato…

 Milo se limpia los labios con la servilleta, y aparta el plato de su cuerpo unos centímetros.

 — Te felicito Me mataste el apetito… —resopla—.  Ahora, volviendo a tus tonterías, prométeme que vas a dejar a Radamanthys en paz. Su esposa es una buena mujer, y tú no lo amas…

 — Odio que me reemplacen…

 — ¿Tienes idea de lo ridículo que suenas?

 — Deberías verlo cuando me lo cojo… Apuesto que nadie lo ha hecho gritar tanto en su vida…

 — Kanon… ¡Kanon! Es precisamente por eso que tienes que alejarte. Para él eres lo mejor de su vida, pero él para ti es uno más por debajo de mi hermano. Debería importarte no dañarlo. Siento decirte esto, pero lastimar a los demás y no reaccionar ante ello, o disfrutarlo, no es normal.

 — Pues todo estuvo bien hasta hace dos semanas, cuando tu hermano apareció. ¿Crees que Radamanthys nos haya visto?

 — ¿Estás loco? ¿Todo estaba bien? Tal vez alguna vez te dio la ilusión de que todo estaba bien, en Londres, hace mil años. Te ligaste al tipo grandote y guapo, que era amable y divertido, y cogía de puta madre. Lo disfrutaste durante un tiempo, y cuando Julián te abrazó por la espalda y te dijo "quiero cogerte" te cagaste en Rada, su caballerosidad, su amor y su pija privilegiada y te metiste en el primer hotel apestoso que cruzaste. Y cuando te dijo "O vuelves a Grecia o me olvidas" no lo pensaste ni un segundo. Y lo sabías, Kanon. No sólo sabías que Rada era un buen tipo. Sabías que en su puta vida había amado a alguien como te amaba a tí.   Sabías que te buscaría, medio loco. Lo sabías tanto como que encontrarías a Julián en la cama de otro cuando llegaras aquí.

 — Yo no quería que Rada me siguiera. O que se casara por despecho...

 — Está desesperado. Probablemente, tampoco esté normal. Es el efecto que el desequilibrio causa en los demás, Kanon. Julián te volvió loco, y tú has vuelto locos a todos los que se te han acercado. Sólo que supongo que nadie llegó a amarte tanto como Wyvern —Milo toma un sorbo de vino que le sabe ácido—. El pobre idiota.

 Kanon vuelve a tomarse la cabeza entre las manos.

 — ¿Qué quieres que haga?

 — Habla con Saga. Pídele que te recomiende un colega.

 — Si Saga se enterara de esto, me moriría.

 — Existe el secreto profesional entre psiquiatras, Kanon.

 — Los psiquiatras se cagan en el secreto profesional.  Deberías verlos en las fiestas de Saga. Se cuentan todo, de todo el mundo, mientras se mueren de risa...

 — Busca a un desconocido, entonces. Y deja de trabajar con Radamanthys. No puedo decirte nada más. Debo irme.

 — ¿Tienes una cita?

 — ¿Acaso me ves vestido para una cita?

 Kanon se sorprende.

 — ¿Quieres decir que para una cita te arreglas aún más?

 — No todos vestimos como vagabundos, Kanon.

 — Es raro que un tipo como tú no tenga citas todos los días...

 — Como ya te dije, los homosexuales estamos en vías de extinción.

 —  Tú porque nunca te juegas.

— Al menos no enloquezco a nadie...

 Kanon emite una risa que parece un suspiro, y dice:

 — Deberías olvidarme —Milo da un respingo, y continúa—: Julián dice que amas a alguien que no te corresponde. Dice que esa persona soy yo...

 — Julián es la persona más asquerosa que he visto en mi vida. Si no le hubiera prometido a mi madre en su lecho de muerte que lo cuidaría, lo habría matado hace años. Harías bien en evitarlo, y no creer nada de lo que dice...

 — No te enojes —Kanon ve que Milo saca su billetera, deja trescientos euros sobre el mantel, junto a los platos intactos, y traga saliva—. Siento haber sido tan torpe. No  te vayas... Tomemos un café —luego le pone las manos en el hombro—. Dioses, que tenso estás...

 — Es que mi mejor amigo es un idiota...

 — No, es porque hace mucho tiempo nadie te limpia la cañería.

 Milo se ríe, más distendido.

 — Que vulgar eres...

— Podría limpiártela si me lo pidieras —Kanon acaricia la mejilla de su amigo, con suavidad.

 — No, gracias —Milo se pone de pie.

 — Antes disfrutábamos el tiempo juntos.

 — Kanon —resopla Milo—, eres una mala inversión. Salir contigo es entrar en el infierno. Lo siento, pero aún no me lobotomizan...

 Kanon frunce los labios.

 — Auch... eso dolió... Acabas de decir que necesitas ser idiota para salir conmigo.

 — ¿Estoy equivocado, acaso?

 — Mierda, gracias por levantarme el ánimo. Hubiera preferido que me levantaras la pija.

 — Para eso tienes a Julián, o a Radamanthys... o alguno de los otros pobres tipos que dejaste atrás...

 Kanon inspira con profundidad.

 — Milo...

 Pero su amigo lo interrumpe.

 — Estoy cansado, y mañana tengo un día lleno de detenciones. Si quieres verme por lo de tu caso, envía a Shion. Él tiene mejores ideas que tú.

 — Pero no tan buena pinta.

 — El día que entiendas que tu interior podrido opaca tu belleza, podrás hacer algo por tu vida, Kanon.

 XX

 A la mañana siguiente, cuando Kanon entra en su oficina, el lugar de Radamanthys está ocupado por Shion. Kanon se muerde la lengua, tratando de que  no se le note la preocupación que lo embarga.

 Se sienta en su escritorio y escupe:

 — ¿Dónde está Radamanthys?

 — Vigila al mocoso Figueiras.

 Kanon le clava la vista.

 — ¿Desde cuándo un detective se dedica a vigilar sospechosos?

 Shion se rasca el cuello sucio, y suspira.

 — No lo sé, desde que te toca de compañero alguien desagradable, supongo —y se ríe.

 Kanon toma el teléfono y Shion lo detiene.

 — Deja de molestar a Radamanthys. Hablé con él recién. No hay novedades. El chico no ha salido, y tú ya tienes tus órdenes.

 — ¿Qué órdenes?

 — ¿No hablaste ayer con Milo?

 — Llegué tarde.

 — Mierda, teniente, eres malo con ganas, ¿no? Para resumirte las cosas, ya descubrimos los departamentos de Aioria Figueiras.

 — ¿Qué?

 — ¿Tampoco hablaste con Dohko?

 Kanon resopla, molesto, e, ignorando a Shion, marca el número de Radamanthys; que contesta enseguida.

 — Rada, ¿puedes explicarme qué demonios está sucediendo aquí?

 — Hola, Kanon —la voz de su amigo intenta ser inexpresiva, pero no puede disimular la ansiedad que le produce hablar con su amante—. Estoy vigilando el departamento del chico Figueiras, en Kifisiá. Queremos ver si sale, o si Anastassakis va a venir por él…

 — ¿Estás solo?

 — Estoy con Camus. Oye, Kanon, no puedo hablar ahora, hay movimiento… creo que la abogada acaba de salir. Busca a Dohko, él tiene toda la información…. Te veo luego —y corta.

 Kanon se vuelve a Shion.

 — ¿Cuándo volvió Camus de Paris?

 — Deberías preguntar qué propiedades tiene el drogata a su nombre… porque te aviso que tiene cinco. En el mismo edificio. Cualquiera puede esconderse en ellas. Necesitamos esas órdenes que no conseguiste, idiota.

 Kanon sale de la oficina, haciendo caso omiso de Shion, que le grita que debe ir junto con Dohko, a donde quiera que se dirija.

 

Radamanthys le ha dejado el auto, lo cual le indica que las cosas están peor de lo que han estado nunca. Kanon se dirige a Kifisiá con la idea de disculparse con el inglés, ponerse en sus manos, y hacerse a un lado si es lo mejor para ambos. Puede sobrevivir tratando de ligarse de nuevo a Milo, si le apetece el sexo suave, o buscar a Julián cuando las circunstancias requieran actitudes más drásticas. 

 Está buscando un lugar libre para estacionar, cerca de la avenida Skopelou, cuando se cruza con una persona que atraviesa la calle con  pasos algo vacilantes. Con un sobresalto, reconoce la figura alta, de rasgos gastados pero firmes, y aire ausente.

 — Me lleva el demonio —dice,  entre dientes.

 Deja el auto estacionado de cualquier manera en la esquina, se vuelve al chico y comienza a seguirlo. Saca su móvil y se comunica con Radamanthys.

 — ¿Tienes novedades? —le dice, ni bien el inglés atiende.

 — Ninguna. La abogada ya ha vuelto, hace unos minutos, con la bolsa de la compra. El mocoso sigue adentro.

 — ¿Estás seguro?

 — No lo hemos visto salir, ¿por qué?

 — Porque estoy siguiéndolo en este momento, más o menos a tres calles de donde están ustedes.

 — ¿A Aioria o un tipo que se parece a Aioria?

 — Nadie se parece tanto a otra persona. Y te lo digo yo, que tengo un gemelo.

 — No se me ocurre cómo pudo salir sin que lo viéramos, Kanon. Síguelo. ¿Quieres que vaya contigo?

 — No. Necesito que vigiles ese edificio por mí. Sigues siendo el tipo más lúcido y confiable que conozco.

 Es capaz de escuchar la respiración ahogada de su amigo antes de colgar. Al llegar a la esquina, busca a Aioria con la mirada, temiendo perderlo. El chico ha torcido para el lado opuesto al departamento de Marin, y se dirige a la zona más marginal del barrio. Unas diez calles más adelante, tuerce en un barrio de albaneses y búlgaros, y Kanon comienza a preocuparse.

 De pronto, ve que adelante suyo ha surgido un tipo de abundante pelo verde y actitud sigilosa. Cuando se vuelve, Kanon tiene apenas el tiempo de esconderse detrás de una camioneta. El tipo mira un segundo la calle, como cerciorándose de que está solo —es un hombre conspicuo, macizo, de rostro duro al que le falta un ojo—, y se vuelve para seguir los pasos del chico Figueiras.

 Kanon resopla, seguro de que Aioria está intentando comprar drogas en un vecindario poco recomendable, y comienza a seguirlos con más cuidado, manteniéndose oculto.

 Es gracias a lo sigiloso de sus movimientos que nota que un tipo nuevo —uno enorme esta vez—, sale de una de las calles laterales y se une a la cacería. Kanon está a punto de usar su celular para llamar a Radamanthys y avisarle donde está, pero en ese momento el tuerto le grita algo a Aioria, que se da vuelta rápidamente y se queda boquiabierto, mirándolo con la expresión que tendría si hubiera visto un fantasma.

 — Sólo dime dónde está, Aioria —dice el tuerto, con voz ácida.

 Increíblemente, Kanon ve que el drogata no corre, sino que se queda enfrentándolo, con los ojos fijos y muy abiertos.

 El tuerto se ríe, mete la mano en el bolsillo y vuelve a hablar:

 — No es buena idea no decir nada, niñito —luego comienza a acercarse a Aioria, confiado—. Tampoco estás en condiciones de eludirme, así que me dices dónde está, y todos felices.

 — Ya te dije que está muerto, Isaac —la voz de Aioria es tan pálida como su semblante.

 El tuerto se ríe. Saca la mano del bolsillo, y Kanon ve que de ella cuelgan un par de esposas.

 — Y yo ya te dije que no te creo. Vas a venir conmigo esta vez, Aioria. Vamos a ver a alguien que tiene unas cuantas preguntas que hacerte. Te advierto que es alguien que no va a tenerte mi paciencia… Tal vez se tome su tiempo para interrogarte. Tal vez no te guste, pero tienes que explicar qué has estado haciendo este año. Tu lista de milagros es muy larga y ¿sabes qué?, no creo que seas Jesucristo.

 Kanon ve que el tipo enorme se acerca despacio, ocultándose entre la fila de árboles que bordean la acera.

 Vamos, chico, empieza a correr de una maldita vez, piensa, mientras desenfunda su arma.

 Pero el chico hace algo totalmente inesperado. Cuando el tuerto está a menos de un metro, mete la mano en el bolsillo y saca algo negro, que apoya en la cadera del delincuente.

 Por un desquiciado segundo, Kanon cree que está armado, pero luego el tipo llamado Isaac se pone a convulsionar y el teniente se da cuenta de que es un dispositivo eléctrico.

 Mierda con el niñito drogón.

 Isaac cae al piso y Aioria, en lugar de correr, comienza a revisarle los bolsillos.

 Vete, maldita sea.

 Pero la advertencia mental de Kanon llega tarde. El tipo enorme surge al claro dónde está el chico Figueiras y se le arroja encima.

 Aioria intenta zafarse, pero el tipo es realmente gigantesco. Recibe un golpe en la espalda que lo hace caer. Intenta agarrar su pistola eléctrica, pero el matón es más rápido, lo agarra del hombro y le estrella el puño en la cara.

 Aioria cae de espaldas, con la frente ensangrentada mientras el tipo se acerca a Isaac y recupera las esposas.

 — No… no… —Aioria ha reaccionado y trata de arrastrarse hacia atrás, sobre su espalda.

 El matón se ríe, descarga un puñetazo violento sobre la mejilla del chico y una vez que ve que está atontado, lo pone boca abajo y le coloca las esposas.

 — Te aseguro que Hades no va a ser tan amable como yo, chico, así que si sabes lo que te conviene, vas a decirme ahora mismo donde se esconde tu hermano.

 — ¿Cuántas veces tengo que decirles que está muerto? —la voz de Aioria es un chillido desesperado, y Kanon comienza a acercarse al gigante, tratando de planear la mejor forma de dejarlo fuera de combate.

 Pero el tipo saca un revólver enorme y lo apoya en el cuello de Aioria. Kanon se detiene, por miedo a que el arma se dispare si se le arroja encima a la bestia.

 — ¿Te gusta la electricidad, niña bonita? Pues a ver si te enteras que a mí me gustan los métodos más drásticos… O me dices donde está Aioros, o te despides de tu patética existencia… —el tipo entierra el revólver en el cuello de Aioria, pero el chico no dice nada.

 Kanon se asusta. El gigante no parece ser un tipo paciente, y teme que realmente le meta un balazo en la cabeza a un testigo que —ahora está seguro— sabe mucho más de lo que ha dicho. Con sigilo, sale de su refugio de árboles y se acerca por la espalda al dúo.

 Cuando está a apenas metro y medio, Aioria lo ve, y se le desorbitan los ojos. Kanon refunfuña, furioso porque le han arruinado el factor sorpresa, pero un segundo después se da cuenta de que realidad los ojos del chico están anclados a su derecha. El semblante se le ve aterrado, y entonces comprende que no están solos, que a su lado hay alguien más, que no ha visto.

 Aprieta el arma con una mano que ha empezado a sudar, levanta el brazo armado, e intenta volverse, pero su cráneo estalla de dolor y cae, con la mente en blanco, barrido por una insondable nube de oscuridad.

 


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