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Better Days por midhiel

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Better Days

Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle y sus herederos (y a John H. Watson, por supuesto), y la fabulosa serie de la BBC a Steven Moffat y a Mark Gatiss.

Los personajes de El Señor de los Anillos pertenecen al maestro J. J. R. Tolkien.

Piratas del Caribe pertenece a la compañía Disney.

Una aclaración, éste es un fic de Sherlock donde más adelante aparecerán personajes de los otros fandoms, pero los protagonistas serán Sherlock y John. También contiene mpreg, o sea, si no les agrada el tema, por favor no lo lean, que no quiero traumatizar a nadie.

Otra aclaración más, tiene menciones y personajes sacados de las obras de A.C.D., como el coronel Sebastian Moran.

El título del fic y los versos que acompañan el primer capítulo son creación del genial, maravilloso y admirado Eddie Vedder.

Por último, este fic va dedicado a una amiga que adora estos tres fandoms, y que me leyó y corrigió muchas veces, Prince Legolas.



Capítulo Dos: Los Cambios

Dos semanas después

John regresó del supermercado con bolsas de mercadería en ambas manos y se encontró en la entrada con Sherlock, que salía anudándose la bufanda.

-Ya sé que las compras no son lo tuyo – observó el médico -. Pero podrías ayudarme a cargarlas hasta la cocina.

-Ayer protestaste porque no querías que te tratara como a un inválido y te prometí que no lo haría. Ayudarte a cargar las bolsas cuando nunca antes te ayudé me parece una falta a mi palabra.

John rodó los ojos.

-Sherlock. . .

-Lo que puedo hacer es abrir la puerta – replicó el detective buscando su llavero -. Tienes ambas manos ocupadas.

-¡Sherlock! ¡John! – oyeron a la señora Hudson que bajaba de un taxi. Apenas vio el vehículo que se desocupaba, Sherlock despidió a su esposo con un beso rápido y corrió a tomarlo. Se notaba que estaba apurado.

La señora Hudson llegó hasta John y le quitó solícita una de las bolsas.

-¡Ay querido! Este Sherlock anda siempre a las corridas, igualito a mi difunto Sam. Ya te dije que tú, en cambio, eres más calmado. Nada que ver con esos dos. Pero no deberías seguir cargando cosas en tu estado, John.

-Muchas gracias, señora Hudson.

Subieron la escalera, la anciana delante y John detrás. Al llegar a la sala, la señora Hudson sonrió en dirección al vientre de su inquilino.

-¿Cómo va esa pancita?

-Está creciendo – informó John con una sonrisa -. Pero todavía no se nota con la ropa puesta.

-Pronto tendrás que conseguir talles más grandes – advirtió la anciana, dirigiéndose a la cocina. Apoyó las bolsas sobre la mesada y comenzó a descargar y acomodar los víveres -. Tengo un sobrino que vive en Cardiff, tiene tu misma estatura pero desde que se casó hace ya cinco años, se puso más rellenito. Está casado con una cocinera galesa – murmuró en tono confidencial como si alguien aparte de John pudiera oírla -. Le gustan las camisas de colores discretos, grises, marrones, cremas. Igual que a ti, John. Su ajuar te podría servir por algunos meses.

-Es usted muy amable, señora Hudson – agradeció el médico, mientras abría la nevera para guardar la leche. Notó algo extraño, sin dilucidar bien de qué se trataba -. Ya había pensado cómo me las arreglaría con la ropa. No me gusta salir a comprarla, menos ahora que me sentiré incómodo con el aumento de peso, y Sherlock se aburriría si le propusiera acompañarme. Que su sobrino me preste algunas camisas y pantalones me vendría muy bien.

-Me alegro. ¿Dónde van estas latas, querido?

-En la tercera puerta de la alacena – indicó John y abarcó la cocina con una mirada interrogante. Seguía notando algo extraño. El lugar parecía demasiado limpio. Abrió el microondas, que estaba vacío; abrió de cuenta nueva la nevera y sólo encontró comida -. ¿Dónde están los experimentos de Sherlock? – preguntó.

-Sherlock esperó a que te fueras al supermercado para limpiar el departamento – avisó la anciana, acomodando las latas de conserva -. Si vieras cómo corría de un lado al otro para terminar antes de que volvieras.

-¿Quitó todos sus experimentos? – se asombró John.

-Todos. Dice que no quiere cosas raras cerca de ti, mientras estés de encargo.

John se recargó contra la mesada. Tan fastidiado que había quedado con su esposo porque éste se negaba a ayudarlo y le había dejado la sorpresa de quitar todo aquello que pudiera molestarlos a él o al bebé. Sherlock podía resultar un encanto cuando se lo proponía.

-¿Y ahora sabes hacia dónde partió? – interrogó la señora Hudson.

-Hacia Scotland Yard, me imagino.

-Ese inspector tan joven y guapo. . . German. . .

-George – corrigió el médico -. George Lestrade.

-Él lo llamó – contó la anciana -. Sherlock comentó algo de un asesinato al colgar el teléfono. Se lo veía muy entusiasmado. Lástima que ya no puedas acompañarlo a resolver los crímenes.

-Puedo seguir haciéndolo, señora Hudson – contestó John con firmeza. Maldición. ¿Por qué la gente tendía a asociar gravidez con invalidez? Hasta el genio Sherlock había adquirido el prejuicio -. Sólo que si no voy al supermercado, en este departamento no se come.

La señora Hudson sonrió.

-Siempre has sido del tipo tranquilo y hogareño – se le acercó -. Las mujeres enloquecen por hombres como tú, pero no me hagas caso. Ninguna se igualaría a la extraordinaria persona que tienes por marido.

John le sonrió y comenzó a cortar verduras para preparar una ensalada. La anciana se encargó de enjuagar la lechuga.

-¿Cuándo cree que podría conseguirme la ropa, señora Hudson?

-¿La de mi sobrino? – John asintió -. ¡Oh! Robbie me visitará la semana que viene así que podría pedirle que ya te trajera algo.

-Muchas gracias – el médico reflexionó un momento -. Señora Hudson, usted dijo que Sherlock recibió una llamada de Lestrade y salió corriendo.

-Así es, querido.

-¿Pero cómo podía saberlo si cuando Sherlock salió, usted recién llegaba en taxi?

La anciana enrojeció como una fresa.

-Es que Sherlock. . . él me telefoneó cuando yo estaba subiendo al taxi. Me dijo que. . . que tenía que salir y me preguntó si podía volver yo para cuidarte. . .

-La invalidez de nuevo – suspiró John, rodando los ojos.

-Yo le dije que estaba en camino – continuó la señora Hudson -. Le pedí que me esperara unos minutos y . . . Lo siento, John – gimió -. Pero a una persona pura como tú, no se le puede mentir. ¡Ni siquiera con una mentira piadosa!

John la miró confundido. Pero antes de que se decidiera a interrogarla, oyeron el sonido de una llave que giraba en la cerradura de la puerta de entrada. Sherlock estaba regresando. John pensó una de dos: o Lestrade se había equivocado al llamarlo y le pidió que se volviera, o nunca existió tal crimen. Ya se preguntaba por lo uno o por lo otro cuando vio a Sherlock subir sosteniendo una caja de bombones finos.

-Señora Hudson – saludó el detective, mientras entraba en la cocina -. Por su cara extraviada se nota que no es usted la cómplice perfecta para un engaño. John – miró a su esposo -. Aquí te traje unos dulces, un acto sentimentaloide en mi opinión, pero por los efectos de las hormonas del embarazo en tus emociones, te debería parecer lo más tierno del mundo.

Ya John iba a responder algo poco feliz, cuando Sherlock lo abrazó con el brazo libre.

-Sabes lo que siento por ti, John – le murmuró al oído -. Y no me importa cometer actos sentimentaloides para demostrártelo.

John sintió que se derretía cual gelatina al sol. Le echó los brazos al cuello y lo besó. El detective respondió con pasión y empujándolo contra su cuerpo, añadió muy despacio para que la casera no los oyera:

-Esta noche te haré el amor.

-Yo te lo haré a ti, Sherlock – replicó su esposo con picardía.

La señora carraspeó para que notaran su presencia. Los dos se separaron automáticamente.

-¿Qué hay de cenar? – preguntó el detective en tono casual.

-Ensalada y carne asada – respondió su esposo, rascándose la nariz.

-Sabes que odio las verduras – recriminó Sherlock.

-Sabes que te hacen bien.

-John, toda mi infancia mi abuela Francesca me torturó con esa frase. Si vuelves a pronunciarla, diré que es un karma.

-¿Quién es tu abuela Francesca?

-La madre de mi padre. Tenía una casa en las afueras de Glasgow, donde íbamos con Mycroft a pasar el verano.

-Pues tu abuela Francesca tenía razón.

-No me obligarás a comer ninguna ensalada.

Con una sonrisita divertida, la señora Hudson abandonó la cocina discretamente. Sherlock y John eran una pareja adorable. Si hasta cuando discutían la hacían reír.


…………



Un mes después Sherlock y John entraron en la sala con una sonrisa que no les cabía en el rostro. Volvían de una consulta a la reconocida obstetra, la doctora Amanda Cullen, y en la ecografía había salido el sexo del bebé. Sería un niño.

Sherlock se echó en el sofá, mientras que John sacaba una botellita de agua mineral de la nevera. Desde que se enterara de su estado, no había latas ni botellas de cerveza en el departamento. Nada de alcohol.

-Y bien – comenzó John, sentándose en su sillón favorito -. ¿Qué nombre le pondremos, Sherlock?

-John.

-¿John Sherlock? – interrogó el médico, confundido.

-No me gusta – opinó el detective con un gesto de fastidio -. Tiene que ser otra combinación.

-¿Por qué la combinación tiene que ser con John?

-¿Te gusta John Harold Junior?

-Sherlock, sabes que detesto mi nombre. ¿Por qué crees que escribo sólo la inicial en todas partes?

Sherlock se acomodó boca arriba con las manos sobre el estómago, mirando hacia el techo.

-John William – murmuró.

-Me gusta John William – declaró el médico, bebiendo un sorbo -. ¿De dónde sacaste el nombre William?

-Era el nombre de mi padre – explicó Sherlock. Como las relaciones con su familia eran nulas desde que decidiera unirse a John, su esposo desconocía información básica, como ser el nombre de sus suegros -. William Archibald Holmes.

-¿Tu padre se llamaba William? – preguntó John sin poder creérselo -. ¿El padre de Mycroft y Sherlock se llamaba William?

-Sé que no suena grandilocuente como el mío – replicó el detective, sin esconder su vanidad -. Pero es un buen nombre.

-No lo dudo – contestó el médico y depositó la botellita sobre una mesa. Junto las manos y apoyó los codos sobre las rodillas, empleando la actitud seria que usaba cuando tenía que tratar asuntos importantes -. Sherlock, hay algo de lo que debemos platicar.

Sherlock volteó hacia él, permaneciendo acostado.

-¿De qué se trata, John?

-Se trata de tu familia – su esposo rodó los ojos -. Sé que no los soportas, a mí también me indigna su desplante desde que decidimos estar juntos, pero nuestro hijo no merece sufrir el castigo. John William merece conocer a sus abuelos y a su tío, también a su bisabuela Francesca.

-Ni siquiera sé si sigue viviendo en Escocia o se mudó a quién sabe dónde – replicó Sherlock, fastidiado.

-De cualquier manera, John William merece disfrutar de una familia.

-Nosotros somos su familia – declaró el detective, alzando la voz -. Tú y yo. No necesita abuelos porque tendrá a la señora Hudson y no considero que mi hermano sea un modelo de tío. Antes preferiría que lo fuera Anderson – hizo un gesto de desencanto -. No, mejor no. Con un tío así, perdería diez puntos del coeficiente.

John guardó silencio, el suficiente para que su esposo recuperara la calma.

-John William necesitará relacionarse con su propia sangre.

Sherlock se incorporó, irritado.

-Esto es una tremenda estupidez, John. ¿Para qué estamos discutiendo esto? ¿Con qué objetivo? Si mi familia nos dio vuelta la cara, ¿para qué se molestarían en conocer a nuestro hijo? ¿Y qué hay de tu familia? ¿Qué hay de la tía Harry?

-Harry se mudó a Suecia hace dos años – le recordó John -. Si alguna vez viene de visita, ten por seguro que le presentaré a nuestro hijo.

-Podrías darle la noticia por correo – exclamó Sherlock con sarcasmo y se arrojó de cuenta nueva en su sofá.

-Lo haría si tuviese su email.

-¡Maldita sea, John! – suspiró el detective -. ¿Por qué siempre tienes que ser tan bueno y correcto? No voy a presentar a John William a mi familia y punto. Además, para esta altura, ya Mycroft se debe haber enterado.

John se levantó.

-Discutiremos del tema cuando te tranquilices.

-No discutiremos del tema nunca más – decidió Sherlock y tomando un cojín, lo hundió contra su pecho.

El médico apoyó las manos sobre la mesa y bajó la cabeza.

-Eres insufrible cuando quieres serlo.

-Y tú eres insufriblemente bueno, John.

Frunciendo los labios, John buscó su chaqueta que había colgado del perchero al entrar.

-¿Adónde vas? – interrogó Sherlock, enojado.

-A caminar por ahí – respondió y sin volverse hacia su esposo, bajó las escaleras.

Sherlock esperó a que saliera y de un brinco, se acercó a la ventana para husmear, como lo hacía siempre, la dirección que John había tomado.

…………….


Un mes y medio después

Con su mirada penetrante, Sherlock observó el cadáver del supuesto suicida, que pendía de la cuerda con la que se había ahorcado. Varios pasos más atrás, Lestrade y un notablemente embarazado John esperaban su veredicto. La pareja había decidido no hacer público el embarazo. Una gestación masculina no era cosa de todos los días y preferían preservar la intimidad, así que para Scotland Yard, John no tenía más que problemas de peso y el detective consultor lo consentía tanto porque estaba loquito por él.

Sherlock aproximó un banquito junto al cadáver para examinar su cuello y rostro con su lupa sin descenderlo.

John sintió un calambre en el vientre y se lo sobó, tratando de ocultar la expresión de dolor. Lestrade estaba demasiado interesado en los movimientos de Sherlock para reparar en él.

El detective bajó del banco con una mirada que confesaba que ya había resuelto el crimen.

-Este sujeto fue envenenado – dictaminó en su tono frío y profesional -. Sobre el cuello, debajo de la soga, se distinguen dos pinchazos. La sangre no está lo suficientemente coagulada, lo que indica que son recientes. El asesino intentó cubrir la evidencia provocando laceraciones en los pinchazos con la cuerda, y lo habría conseguido si al encontrar el cadáver minutos después, su sobrina no hubiese movido la soga a tiempo.

Lestrade se le aproximó desconcertado.

-¿Cómo sabes que fue veneno lo que se le inyectó?

-¿Y qué piensas tú que se le inyectó? – objetó Sherlock, mordaz -. ¿Calmantes para nervios en suero?

John sintió que el dolor aumentaba. Se recostó contra la pared, apretándose el vientre.

Su esposo y el inspector continuaban debatiendo ajenos a su malestar.

-¿De qué veneno podría tratarse?

-Eso lo dictaminará la autopsia – respondió Sherlock -. Ahora, si me disculpas, acompañaré a mi esposo a ver una chaqueta con la que ayer quedó fascinado. ¿John, estás listo? ¡John!

Sherlock vio la expresión de dolor en su cónyuge y corrió hacia él. Con Lestrade lo acompañaron hasta una silla.

-¿Qué tiene? – interrogó el inspector.

Sin responderle, Sherlock se arrodilló junto a su esposo y con mucho cuidado, le apartó las manos del vientre para apoyar las suyas y sentirlo. La criatura reposaba tranquila en su interior.

-Sherlock – gimió John con un susurro -. Quiero regresar a casa y acostarme, por favor.

-Tranquilo – le murmuró el detective, tomando su rostro con las manos -. ¿No quieres que te lleve al hospital?

John sacudió la cabeza. Reconocía esos calambres, podían tratarse de contracciones falsas, que aunque generalmente se sufrían en el último período, también podían sentirse en el quinto mes. O quizás no fuera más que un mal movimiento que hubiera hecho durante la jornada.

-Llévame a casa – pidió -. Tengo pastillas que me ayudarán. Si noto que no mejoro, llamaremos a la doctora.

Sherlock asintió. A fin de cuentas, su esposo era médico.

-¿Necesitan algo? – preguntó Lestrade, preocupado.

-Un vaso con agua sería maravilloso – respondió Sherlock rápidamente -. Mejor que sean una jarra llena y dos vasos.

Lestrade se dirigió a la puerta y ordenó el pedido a la sargento Sally Donovan.

Aguardaron quince minutos y más tranquilo aunque todavía con dolor, John estuvo en condiciones de levantarse y regresar a Baker Street.

Sherlock lo acompañó, sosteniéndolo con los brazos, mientras en su rostro grave se pintaba una mirada de preocupación.

………….



¡Hola! Muchas gracias por los comentarios. Me encanta encontrar gente que hable castellano y sea fan de esta serie.

Perdón, olvidé aclarar en el capítulo anterior que la causa del embarazo de John quedará explicada más adelante.

Besitos

Midhiel

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