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El jardín de la Noche por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Personajes: Rusia, General Invierno, Mexico, Belarus, Ucrania, entre otros.

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, UA (Universo Alterno), humor, Lemon, mpreg, fantasía y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

 

Originalmente este era un fic en conjunto con Shankh Saori del anime Itzamma pero ya que Saori no ha dado señales de vida y no sé como continuarlo con Itzamma he decidido adaptarlo a Hetalia.

 

 

Dai Shankh: Mongolia.

Cintéotl  Xocoyotzīn: Azteca.

Derevnya: Pueblerino. (Ruso).

Isporchennyim4;: Malcriado (Ruso).

 

 

Nota: En este capítulo, Iván tendrá algo (tal vez mucho) OC pero sólo es por este capítulo, ¡lo juro!

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

El jardín de la noche

 

 

2. Invierno y sol

 

 

—¿Por qué tenemos que hacer esto papá? —se quejó un joven moreno que caminaba a pasos apresurados tras un hombre de mayor altura que iba cargando una pila de libros.

—Porque es un honor ayudar al rey de estas tierras—respondió el hombre mientras continuaba avanzando por el oscuro pasillo—, además de que nos pagarán muy bien por hacerlo.

—No enserio, ¿Por qué?…— preguntó entrecerrando los ojos, sabía bien que su padre no hacía las cosas sin una razón muy fuerte —No estoy seguro de que resulte trabajar con ellos, sólo hay que ver el lugar donde vive para imaginarse que tipo de persona es el wey ese.

—Como digas Itzamma, sólo procura no llamarle así cuando nos encontremos con el rey, no creo que aprecie mucho que te refieras a él o a cualquier otro miembro de su familia—recomendó el hombre antes de doblar en un pasillo a su izquierda.

—He oído que mantiene a uno de sus hijos encerrado en una habitación de su castillo—replicó el muchacho siguiendo los pasos de su progenitor—, si se atreve a eso, no creo que le importe como me refiero a su prole — dijo con sorna.

 

El mayor suspiró con un poco de exasperación, mientras giraba sobre sus talones para encarar a su hijo.

 

—Hablando en serio Itzamma— dijo con un semblante solemne muy poco común en él —; sabes lo importante que es para nosotros este trabajo, y se lo mucho que te molesta estar aquí, pero estoy seguro de que si pusieras un poco de tu parte, sería más fácil para todos.

 

Ahora fue el turno del menor de suspirar; pero al final terminó asintiendo. Después de todo, era el más consciente de que sus deudas ascendían a más que la suma de todas sus propiedades, y que además, él y su padre eran los encargados de asegurar el bienestar de su familia.

 

—Oh mira — la voz del hombre lo sacó de sus ensoñaciones —, ése que viene hacia acá debe ser su majestad.

 

Itzamma miró por donde su padre le señalaba y le pareció que alguno de los dos debía estar equivocado; el hombre que le dio la vida al creer que aquel que se acercaba era el rey de esas tierras, o él mismo por haber tenido una impresión tan mala del señor antes de conocerlo.

 

Por el pasillo, se encontraba un hombre relativamente joven, alto, moreno claro y de largos cabellos azabache peinados en una trenza que le llegaba a la cintura. Contextura fornida pero con cierta delicadeza. Ojos oscuros y almendrados, que parecían carentes de expresión tras esos anteojos.

 

—No puede ser —murmuró Itzamma incrédulo al ver al hombre llegar hasta ellos y recibirlos con una leve inclinación.

—Soy el archiduque Dai Shankh —se presentó despejando las dudas de Itzamma—y soy el hermano de su excelencia el rey. Él está ocupado, así que me ha pedido que me encargue de su asunto y de todo lo referente al príncipe Iván— dijo en un tono que denotaba su desagrado.

—Es un placer, mi nombre es Cintéotl  Xocoyotzīn y él es mi hijo Itzamma. Quiero que sepa que estamos para servirle en todo lo necesario, aunque me gustaría hablar con su majestad sobre la condición de su hijo —respondió amablemente.

 

—Él en verdad tiene asuntos importantes que atender —respondió Dai y a Itzamma le dio la impresión de que trataba de justificarlo —pero puede contar conmigo, yo estoy al corriente de todo respecto al estado de mi sobrino; fecha de nacimiento, estado de salud, horóscopo…

— ¡El horóscopo! –exclamó Cintéotl de repente sorprendiendo a todos— He olvidado algunas cartas astrales en la biblioteca —se explicó mientras miraba a Itzamma —. Hijo, ¿te importaría ir por ellas? —le pidió mirándolo con ojos tiernos.

 

De importar, claro que le importaba, era un lugar muy grande y desde que llegaron no había hecho más que trabajar, pero su padre casi nunca se mostraba tan amable con él frente a extraños. No pudo hacer más que encogerse de hombros y volver sobre sus pasos en busca del material olvidado.

 

 

Lamentablemente, Itzamma era un chico despistado en todo lo que no fuese alquimia, y el camino a la biblioteca se podía confundir fácilmente con cualquier otro pasillo, así que en menos de dos minutos, el moreno ya se hallaba perdido en los grandes muros del imponente palacio.

 

—Con una y mil chingadas, ¿Dónde demonios estoy? —se preguntó y comenzó a deambular por las variadas habitaciones, asomándose a cada una de ellas para ver si encontraba el camino correcto o al menos alguien con quien pudiera hablar.

 

Recorrió un largo rato el enorme castillo, encontrándose con una gran variedad de escenas extrañas, desde un hombre que parecía chica, hasta otro que tocaba frenéticamente un piano, pero lo que si fue e colmo de la locura fue encontrarse a un tipo completamente cubierto de negro que invocaba demonios, provocando que Itzamma se escondiera en la primera puerta que vio abierta.

 

 

La habitación estaba muy oscura, solo había un par de velas sobre un elegante escritorio de ébano, pero casi totalmente cubierto por montones de libros y pedazos de pergamino viejos. Sentado en una silla tan elegante como el escritorio, había un chico que parecía tener la misma edad que Itzamma, su rostro era tenuemente iluminado por la suave luz de las velas, pero aún así se podía apreciar la belleza en sus delicadas y pálidas facciones. Sus ojos eran tan profundos y violetas que parecían reflejar el cielo del crepúsculo, pero a la vez tan fríos que admirarlos era como si pudieran congelarte, su gesto era altivo y un tanto prepotente y su mirada, parecía perforar los rojos ojos de Itzamma, que se quedaron pasmados al encontrarse con ellos.

 

—Largo de aquí —susurró con una voz tan gélida como su expresión—. Derevnya*.

 

Por lo visto, se había encontrado con el “señorito”; iba a decir algo, pero en ese momento se dio cuenta de la forma en que lo había llamado.

 

— ¡No me llames derevnya, isporchennyim4;! —gritó molesto —¡Mi nombre es Xocoyotzīn Itzamma, apréndetelo bien!

 

El rubio levantó la mirada, ¿Había dicho Xocoyotzīn? ¿Ese era el supuesto gran alquimista, descubridor de la piedra filosofal y del elixir  de la larga vida? A simple vista parecía tener su misma edad que él; quizás un año mayor, ¿En verdad tenía doscientos años?

 

El joven príncipe miró detenidamente al intruso; usaba  ropas de extraño diseño y de color azul con acabados en morado, de su cuello colgaba un extraño medallón con un sol en el centro de una estrella de seis picos, dos dragones formando, cada uno, un semicírculo y casi tocándose y una luna en cuarto menguante invertida, en la parte inferior que parecía salir del sol; era obvio que se trataba de un símbolo alquímico; sus muñecas estaban adornadas con pulseras de jade y una extraña piedra de color negro.

 

— ¿Eres el alquimista Xocoyotzīn, da? —preguntó tratando de ocultar la emoción que le causaba conocer al alquimista que había vivido por más de doscientos años y lucia de su edad; la persona que podría ayudarlo.

—No —respondió para  descontento del rubio —, mi abuelo y mi padre son los alquimistas –explicó —. Yo soy aun un aprendiz.

—Entonces lárgate, a Iván no le gustan los intrusos, da —dijo el príncipe; secretamente molesto por la decepción.

 

Itzamma infló las mejillas, comenzando a gritarle cuanto insulto conocía.

 

—El intruso es un escandaloso, da —habló el príncipe.

—Y tú un pesado, pendejo —le devolvió con molestia.

 

Ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra nuevamente. Iván había regresado su atención a sus libros e Itzamma sólo lo observaba, como un felino que asecha su presa o se cuida de ser atacado.

 

— ¿Qué libro lees? —le preguntó acercándose al escritorio mirando las pilas de libros con interés; la mayoría de ellos, ya los había leído ya releído; hablaban de magia, astrología, alquimia y la piedra filosofal.

—A Itzamma no le importa, da —respondió con cierta grosería; el aprendiz le quito el libro para leer el contenido: era uno de los muchos escritos que buscaban explicar la tabla esmeralda y los secretos de la gran obra.

—Es un libro muy interesante —comentó el moreno antes de que le fuera arrebatado.

—Lo es  —respondió secamente, regresó su atención al texto, esperando que el joven aprendiz entendiera que deseaba estar solo y se marchara.

—Pero no puedes aprender alquimia  de un simple libro —habló con calma —, la alquimia, más que una ciencia; es un arte y un modo de vida.

 

Itzamma hablaba de la alquimia con tanto sentimiento y amor que Iván no pudo más que fascinarse aun más con ella. Quizás su padre tenía razón y ellos podrían ayudarlo.

 

 

 

 

El rey estudiaba a Cintéotl detenidamente; se veía demasiado joven; a simple vista podía calcular que no pasaba de los treinta y seis años, quizás un poco más o un poco menos.

 

— ¿Eres tú el alquimista que ha vivido más de doscientos años, Ixchel Xocoyotzīn? —preguntó el Rey, sentado en su magnífico trono, a su izquierda estaba su reina y a la derecha Shankh.

 

—Soy alquimista —comenzó a decir el moreno —, pero mi nombre no es Ixchel Xocoyotzīn…

— ¡Yo pedí explícitamente al alquimista Xocoyotzīn! —habló furioso, interrumpiendo al moreno; se levantó del trono como un resorte, mirando al joven taumaturgo con la furia destilando de sus ojos —¿Quién eres? —siseó.

—Mi nombre es Cintéotl Xocoyotzīn —respondió sin inmutarse por las acciones del monarca —, hijo del alquimista Ixchel Xocoyotzīn.

— ¿Dónde está él? —preguntó al tiempo que miraba a Shankh quien sólo se encogió de hombros, sin afectarse por las miradas que su hermano le mandaba.

—Está en el pueblo… —habló Cintéotl —investigando —dijo sin poder evitar sentirse un poco incomodo por cómo era visto por la corte, en especial por una de las hijas del monarca.

 

 

 

Por otro lado; Iván e Itzamma habían entablado un tipo de “amistad”. El joven príncipe nunca había interactuado con otra persona fuera de su  familia y debía admitir que era agradable (aunque seguía causándole cierta reserva), por otro lado; Itzamma también estaba contento de tener un  amigo. En el desierto: su hogar, donde había vivido toda su niñez. Las personas siempre pasaban de él, le temían, pues creían que todos los miembros de su familia hablaban con los dijins –los demonios del desierto –.

 

Una hermosa joven de largo cabello rubio y ojos azules; caminaba sonriente rumbo  a la biblioteca personal del menor de los príncipes. Traía entre sus manos un grueso libro. Parecía algo viejo, con las hojas amarillentas y la pasta de piel algo maltratada. Abrió la puerta sin siquiera anunciarse, aun con esa sonrisa en sus labios.

 

—Iván… —la persona quedo congelada en la puerta, frunció el ceño y apretó el libro; sintió el impulso de lanzar el objeto contra el intruso, pero se contuvo — ¿Quién eres?

—Itzamma Xocoyotzīn—contestó el moreno, estaba algo confundido por la chica que acababa de entrar –parecía querer golpearlo –, lo miraba con odio y no comprendía la razón.

— ¿Eres el alquimista? —preguntó olvidándose de sus celos por un momento. Itzamma negó ligeramente con la cabeza –lo que ocasionó nuevamente el enojo de la dama –le explicó que él era solo un aprendiz y que el alquimista del que preguntaba era su abuelo: Ixchel Xocoyotzīn.

 

La joven se presentó –más por educación que por gusto –como Natasha Braginski: la hermana menor de Iván y última hija de los reyes de aquel reino.

 

 

Continuará….

 


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