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Déjà vu por metallikita666

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Notas del capitulo:

Este fanfic –como es posible apreciar en su título- fue nombrado siguiendo la tradición que he practicado y en honor de la canción de Luna Sea, la cual es una de mis favoritas de ese grupo. No obstante, no es solamente por ello, ya que el relato se constituye de varios planos temporales: el “presente” (en realidad una crónica en retrospectiva que hace el narrador) y una línea pretérita en la que se siguen ordenadamente los acontecimientos más remotos, excepto cuando quien evoca sitúa la anécdota en otro espacio. Además de los flashbacks y recuerdos expresos (algunos compartidos), también hay presencia de sueños, ensoñaciones y epígrafes que pretenden jugar con el concepto de paramnesia y las posibilidades psíquicas a las que éste alude. El formato estilístico de la mayoría de saltos analépticos es distinto al resto del texto (entrecomillado, itálica y tabulación) a excepción de cuando la norma no lo permite.

Asimismo, me refiero al hecho de que esta historia es la primera que escribo con los Luna como personajes protagónicos (o sea, que se puede considerar como mi primer tributo a ellos), y que es, también, el universo alterno más extenso hasta ahora; antes sólo lo había puesto en práctica con one-shots. Aunado a eso, el relato se caracteriza por clasificarse dentro de la categoría de romance pero ser atípico al género, cosa que podrá apreciarse sobre todo en su desenlace. Los narradores principales son los dos coprotagonistas –Sugizo y Hide- además de un heterodiegético (algunos otros personajes cuentan ciertos pasajes en estilo directo). Hago constar que entre las dos posibilidades que existen con el nombre de Inoran escogí de forma arbitraria, pero no hay nada especial en ello. Por otro lado, informo que hacia la segunda mitad del texto hay una aparición especial de alguien que hasta ahora no he mencionado, pero que para quienes hayan seguido mis otros fics, será completamente reconocible.

A modo de conclusión, deseo manifestar aquí una apología con respecto de –posiblemente- toda mi obra. Mis escritos son el producto de mi imaginación, mis gustos y aficiones y mi ideología, la cual se caracteriza por ser profeminista y prodiversidad de géneros y orientaciones sexuales, así como antiheteronormativa y antisexista. Mis personajes –sin embargo- han sido elaborados muchas veces atendiendo a estereotipos y prejuicios sociales, lo cual podría entrar en aparente contradicción con lo manifestado anteriormente. La razón por la que para mí esto no es así y a mis ojos ello no refuta mis principios ideológicos es que dentro de éstos cuento la parodia como un importantísimo rasgo constitutivo de mi ser. Estoy firmemente convencida de que ella es capaz de mantener a raya cualquier militancia y fanatismo en los que pueda devenir una adhesión, además de conservar la perspectiva en un plano realista que no pretenderá nunca construir a partir de la negación de lo que le circunda.

       Sería difícil describir lo que para mí significaba ese sujeto en aquellos momentos. Había sido el cómplice de mi captura, pero su actitud silenciosa –básicamente muda- siempre lograba desconcertarme.

-Shinobu, espérame.-

       El pelinegro me miró sin decir nada, aunque yo conocía muy bien el significado de su semblante. A él lo turbaba mi irreverencia; a mí, su pasividad. Reconozco que actué con desconsideración durante mucho tiempo, pero es que todavía no lograba entrar en su mundo, y tampoco lo quería. No me pasaba ni por la cabeza lo importante que eso llegaría a ser, a la larga, tanto para él como para mí.

       Nos subimos al lujoso auto color blanco perla, en la parte de atrás, mientras un desconocido chofer nos llevaba a nuestro destino.

-¿Tú tienes alguna idea acerca de qué demonios hablaba Kawamura?...- inquirí sin demostrar mucho interés; como quien no quiere la cosa. En realidad, tampoco tenía mucha certeza de que el menor fuera a responderme como yo ansiaba.

       Inoran me miró, abriendo mucho sus ojos oscuros. Se tomó su tiempo para contestar, sonriendo un poco justo antes de hablar. Me sorprendió con ello.

-Estaba considerando si decírtelo, pero creo que no tiene mucho sentido no hacerlo. Total, te darás cuenta dentro de unos minutos- levantó la mano y se rascó los labios con el puño formado –una maña que no podía superar- antes de seguir con su plática. –Probablemente Matsumoto-san esté interesado en hacerte su cortesano. Ya sabes, como yo con Hayashi-san…-

-Ah, con que es eso.-

       Me acomodé un poco en el sillón de cuero negro, mirando por la ventana durante unos segundos. La gran y bella ciudad; la que por mucho tiempo recorrí con frío y hambre. La que me atemorizaba tanto como si pudiera llegar a devorarme.

-Y no llames a esa sabandija con tanto respeto- expresé de pronto, atrayendo su sorprendida atención. –Es al tipo al que le calientas la cama casi todas las noches. Debería haber más familiaridad.-

       Mi interlocutor sólo se limitó a agachar la cabeza y, con ella, su mirada. De reojo pude percibir un suave sonrojo posarse en sus mejillas blancas, sabiendo perfectamente la manera en que sus pupilas titilaban tras la pantalla lacia de sus cabellos oscuros.

-Y me da igual ese asunto. Cualquier cosa con tal de no estarle viendo la cara a Ryuichi durante todo el día…-

       Mentí, pues en realidad ese paso en la relación con el hombre del cabello rosa no me era del todo indiferente. Llevaba algún tiempo frecuentándome mucho, desde aquella noche en que nos conociéramos. Supe –gracias a él mismo- que aquel encuentro sucedió porque su entonces nuevo jefe había decidido darle la bienvenida con una velada de alcohol y “mujeres”; nada raro en una circunstancia de esas. Empero, lo verdaderamente importante respecto de Hideto Matsumoto y yo era la manera tan extraña e incongruente en que nos llevábamos. No había encuentro en el que no acabáramos peleándonos; nos insultábamos y reprochábamos de la peor forma posible, pero ninguno de los dos buscaba dejar de ver al otro. Él pagaba por mí con asiduidad; yo acudía sin decir nada. Bellos chicos no faltaban en Luna Sea, pero él sólo quería verme a mí. Se me vino entonces a la memoria la manera en que lo había conocido, meses atrás.

 

“Me encontraba sentado en uno de los altos bancos que la lujosa barra del bar tenía frente a sí, tomándome una soda. Al contrario que la mayoría de mis compañeros, yo no le sacaba partido a la generosidad de nuestro captor de enmarañada cabellera respecto de las bebidas. Absolutamente todos los licores –desde los más finos hasta los más baratos- se encontraban a nuestra completa disposición. Eso sí; el chico que armara un papelón por estar ebrio o provocara el enfado de su cliente, pagaría con creces su torpeza.

Ryuichi entró al salón, acompañado de dos hombres más; a uno siempre lo veía llegar al burdel. Era algo así como un cliente frecuente, aunque nunca me había tocado atenderlo. De complexión más bien delgada, era rubio y de cabello corto y lacio; siempre vestía con traje entero y gafas oscuras. Ese día, al parecer, el tercero de ellos acudía por primera vez al negocio. Era su primera vez en una casa de putas.

-Ah, Hide… Creo tener algo perfecto para ti- dijo mi jefe, caminando hacia una de las mesas redondas y cómodas, flanqueadas de enormes sillones, llamando luego a la camarera. Si bien aquello apenas lo escuché, sabía perfectamente que Ryuichi se refería a mí y no pude evitar suspirar fastidiado. Pero, a pesar de todo lo que podría darse por sentado, era cierto que no tenía de qué quejarme; desde que estuviera a su servicio, jamás me había tocado atender a un hombre que no fuera atractivo. Era como si la clase alta y corrupta de Japón fuera en realidad su jet-set. Eso, o el más hermoso de los proxenetas ocultaba la peor ralea de sus clientes en otro lugar.

Acudí entonces a su lado, quedándome de pie frente a los tres hombres en espera de más indicaciones. Yoshiki, el rubio, que estaba en una de las puntas del asiento en forma de semicírculo, se quedó mirándome con aparente embeleso, levantándose después para allegarse a mí.

-Yo a ti te he visto antes, ¿no es así?... Me gusta su cabello…- dijo, tras haberme inspeccionado de lado y por atrás, tomando de sobre mi espalda unos cuantos mechones y examinándolos. –Y esas piernas no están nada mal.-

Detuve la prepotente mano antes de que se colara bajo mi falda. Había empezado a manosearme luego de soltar mi cabello, delineando las curvas de mi andrógino cuerpo hasta pasear sus dedos por la blanca piel de mi muslo, sin dejar de pegárseme más de lo debido.

-Si es un trío, creo que tú lo puedes atender mejor que yo, Ryuichi. Tienes mucha más experiencia.-

No recuerdo bien cuál de los dos gestos de incredulidad era más inusitado; si el que ocupaba la faz del asiduo visitante, o por el contrario, aquel que exhibía el semblante del hombre que llevaba el cabello teñido de extravagante fucsia. Sea como fuere, el que estaba más cerca de mí retrajo su extremidad de forma brusca, exclamando luego

-¿¡Cómo permites que esta arrastrada te hable de esa manera!?-

Con patente enojo, Kawamura encaró a su amigo, apagando el cigarrillo que traía en un cenicero de cristal.

-No le digas así y no te metas en lo que no te importa, Yoshiki.- Acto seguido, me miró, sabiendo que yo, como siempre, no le devolvía el atisbo. –Sugizo, siéntate a la par de Hide.-

Tras yo obedecer, el hombre del traje entero se dirigió a mi jefe.

-Ryuichi, tráeme a Inoran- le exigió, mientras el otro ni se inmutaba. –Todas las malditas zorras deberían ser como él: calladas y obedientes.-

De haberle yo devuelto la mirada al que acababa de hablar, probablemente me hubiera fulminado con la suya. Kawamura levantó su mano derecha, ante lo cual otro de sus empleados acudió. Pidió que le llamaran a su favorito y que nos trajeran una botella más –de champaña esta vez- para festejar.

-Ya está bueno de discusiones. Estamos aquí para celebrar, ¿no?- inquirió el proxeneta. –Bueno, entonces pónganse cómodos porque la noche aún empieza, y no es todos los días que un hermoso ángel negro escancia la bebida para ti…-

Shinobu, champaña en mano, comenzó a servir las cinco copas, ante las miradas de aquellos dos degenerados que parecían querer comérselo con los ojos, y sin despegar la suya de su faena. Repartió las bebidas y se sentó al lado de quien había demandado su presencia, instantes atrás.

La conversación, como siempre, tenía que ver con cuántos y a cuáles tipejos socios de mi jefe habían metido a la cárcel; cuántos habían salido bajo fianza y cosas por el estilo. A mí lo único que me importaba de ello era enterarme de a cuántos infelices pasaría por la desconsolante pena de no volver a ver en un buen tiempo.

Si bien seguía perdido en mis consideraciones, una suave mano apartándome los cabellos de sobre el oído me devolvió a la realidad. Sabía que desde hacía rato que debía haberle preguntado a mi cliente si deseaba tomar algo más, si quería algo especial para fumar o cualquier otra tontería rutinaria; pero como la gran mayoría de mis obligaciones, me resbaló. Escuché al pelifucsia susurrarme

-Vámonos a otro lado. Ya estoy harto de esta conversación.-

Al levantarme, miré instintivamente hacia el frente. Ryuichi continuaba hablando con Yoshiki aunque no de la manera más interesada, mientras éste acorralaba a un visiblemente incómodo Inoran con sus insistentes manoseos. Me hizo gracia que el incompetente jefe dejara sólo en mis manos el éxito de la famosa bienvenida, porque no sabía el error que estaba cometiendo. Aunque ya lo averiguaría.

Me encaminé al pasillo que daba a las habitaciones, escuchando detrás de mí los pasos de mi cliente. Abrí la puerta del cuarto más alejado que encontré libre, y una vez que estuve a solas con el chico de la cabellera rosa, me quité el gabán, dejándolo sobre el sillón que estaba junto a la enorme cama.

-No pareces muy emocionado. ¿Seguro que no eres hetero?- pregunté con soltura y una media sonrisa. -¿Seguro que eres hombre?-

El otro levantó una ceja, al tiempo que también se despojaba de su abrigo. Me miró y se acercó, hablándome luego con su simpática voz nasal.

-Y tú… ¿seguro que trabajas aquí? Porque desde que llegaste, no has parado de sentirte la novena maravilla del mundo. ¿Qué te crees? ¿La dama de las camelias[1]?-

Retrocedí indignado. Nunca antes alguien se había atrevido a decirme una cosa así, ni siquiera el mismo Ryuichi. Nunca cliente alguno había intercambiado más de dos palabras conmigo, antes de tenerme completamente desnudo debajo de su cuerpo. Aborrecí al tipo de inmediato, maldiciendo el hecho de que no pudiera repudiarlo más por su aspecto, ya que era en realidad hermoso. Todo aquello resultó ser un comienzo muy particular, porque sus palabras no me habían halagado, sino todo lo contrario. No obstante, no sentí la imperiosa necesidad de salir de la habitación; cosa que de querer habría hecho, a pesar de lo que pudiera decir y hacer mi jefe. Me quedé para enfrentar al hablador.

-Dudo que seas tú el más indicado para hablar de decencia, ni sentirte juez de nadie. De seguro andas en malos pasos, porque ningún amigo de Kawamura es precisamente una santa paloma. Eso, además de que estás en un burdel. Fino, sí; pero burdel, al fin y al cabo.-

El mayor se despojó de su ropa hasta quedar en bóxers, descubriendo su delgado pero bello cuerpo. No era especialmente musculoso, pero su complexión entrañaba la rara posibilidad de que estuviera escondiendo una inusitada fuerza, hecho que pude comprobar minutos después. Su piel era de un blanco nítido; tanto, que fácilmente podía competir con la mía.

-¿Sabes? Creo que Yoshiki tiene razón. Qué va a saber una puta como tú de algo que no sea su oficio. Pero no te preocupes; ya tendremos tiempo para ver quién le quita las ínfulas a quién…-“

 

-De todas maneras, la cortesanía es una opción mucho mejor que cualquier otra. Ya te convencerás de ello.-

       Miré su sonrisa dolida sin replicar nada aún, pues aquel recuerdo persistía en mi memoria. Inoran probablemente creyó que yo no le prestaba completa atención, y pude ver que se mantenía en silencio, meditando. Difícil saber a quién compadecía más entonces; si a mí o a sí mismo.

 

“Me carcajeé estrepitosamente luego de escuchar sus palabras.

-¿Y qué será esto? ¿Una competencia de quién es más patético? ¿Un encuentro de telenovela?-

Hide me tomó por la cintura, acercándome posesivamente a su cuerpo. Clavó sus ojos cobrizos en mí y me asió del mentón.

-Algo así. Ponle un nombre, si quieres. Uno como “La puta y el criminal”. ¿Te gusta?- Acto seguido, resbaló la mano que mantenía sobre mi talle hasta mi trasero, estrujándolo. -¿Verdad que ustedes nunca besan a sus clientes?- sonrió por vez primera, de una manera tan insólita que llegó a recordarme al lunático que permanecía aún en la gran sala del burdel, haciendo que temblara de sólo evocarlo. –Pues muy mal hecho. No saben la falta que hace eso antes de cogerse a alguien…-

Unió sus labios con los míos, avasallándome con la firmeza de aquel acto. Sí, era cierto que yo no solía besar a los tipos con los que me acostaba, pero tampoco era una regla de oro para mí. No descartaba la posibilidad de que alguno que otro imbécil besara bien, pero nunca había tenido la oportunidad de comprobarlo. Todos llegaban o demasiado ebrios a la cama, o demasiado urgidos como para desperdiciar mi boca de esa manera.

Le correspondí, completamente acorde con la naturaleza de su propia caricia. Él intentaba dominarme; yo me sobreponía. Con la maestría de mis técnicas, podía tomar la delantera aunque tuviera mi lengua cautiva entre sus labios, cambiando los papeles en cuestión de segundos. Fue entonces cuando –para provocarlo- deseé hacer algo más; algo que en teoría no me correspondía. Pero esa era la gran sorpresa para todos los asquerosos que pagaban por usar mi cuerpo: iba a tener que costarles, ya fuera soportando mis palabras o luchando por llegar a estar encima. Subí una de mis piernas hasta colarla entre las suyas, rozando con mi lozano muslo la delicada área de su intersticio perianal. Al mismo tiempo, deslicé la mano por su abdomen, metiéndola bajo su ropa íntima y tomando con total desfachatez su miembro erguido entre mis dedos. Empecé a masturbarlo con brío, percibiendo instantes después los roncos gemidos de mi amante de turno en el beso mismo.

Lo siguiente fue sentir mi dorso descubierto contra la colcha de satén que cubría la cama, presenciando la manera en que el hombre del encendido tono de cabello me arrancaba la ropa.

-No me he equivocado al juzgarte. ¡Bien se ve lo mucho que disfrutas lo que haces!-

Lo miré, dibujando en mis labios una sonrisita. Abrí las piernas mientras me apoyaba en la mano cuyo codo hundí en el lecho, al tiempo que la otra se paseaba por debajo del borde de mi lencería y mi índice jugaba a enroscarse los pocos vellos de mi pubis.

-Y tú estás asqueado por tener que acostarte conmigo. Tanto, que ya comenzaste a vestirte y no piensas quedarte por nada del mundo. Ahora lo único que cruza tu mente es el hecho de que te sientes como un pobre estúpido porque ni siquiera eres capaz de gastarte el dinero que hiciste de mala manera. ¿Verdad?…-

El amigo del socio de mi jefe colocó una de sus rodillas sobre el colchón y se bajó el bóxer un poco; lo suficiente para liberar su hombría.

-¿Sugizo te llamas, no? Deja de hacerte el interesante y comienza a trabajar. Demuéstrame que vales tu precio, porque no pienso pagar por algo que no usé, así seas lo mejor que haya en este maldito lugar.-

Ni siquiera moví un dedo. Lo miré de arriba abajo varias veces, durante unos instantes, para luego retraer mis piernas y acomodarme de lado.

-No me da la gana.-

-¡Ahora sí que acabaste con mi paciencia! ¡Prepárate, porque no pienso ser clemente!-

En un abrir y cerrar de ojos –y a pesar de mi resistencia- yo estaba tendido boca abajo sobre el lecho, con las piernas separadas y aquel impetuoso cabrón encima. Creo que lo desilusioné cuando comprobó que no era lo bastante estúpido como para presentarme al trabajo sin haberme lubricado previamente; pero para entonces, fue patente que era lo que menos le importaba.

-En la vida había escuchado que una maldita zorra se atreviera a dar lecciones de moral- decía el muy infeliz, sujetándome con el peso de su cuerpo sobre mi delgada anatomía; intentando por todos los medios mantenerme las piernas separadas. Yo, que estaba con el rostro semienterrado en la almohada, no podía replicar nada, pero me removía con vehemencia. El mayor me tenía los brazos cruzados sobre la espalda.

De la manera que pudo me quitó del todo la lencería, y acomodándose quién sabe cómo, logró deslizar su mano por entre mis nalgas. Sin mayor preámbulo ni consideración, introdujo su dedo medio en mi entrada, arrancándome un quejido y un brusco respingo. Por instinto comencé a tensar los músculos de todo mi cuerpo, aunque mi experiencia me decía que no lo hiciera…

-Anda, putita… Dime lo mucho que te gusta. ¡Grítalo!-

Su mano oscilaba violentamente entre mis muslos, no por ello acabando con mi ímpetu de lucha. Logré voltear el rostro entonces.

-Suéltame… ¡miserable!- El pelirrosa agregó un dedo más al bajo suplicio, haciendo la intromisión todavía más molesta. -¿Es esta… la única manera en que puedes… lograr que alguien… te satisfaga? ¿¡Tan basura eres!?-

No pasaron ni cinco segundos antes de que sintiera su miembro penetrarme de un solo golpe. Tras llegar al fondo de mi recto, dio inicio a las salvajes embestidas. El hombre todavía me sostenía por los antebrazos. Hundí el rostro de nueva cuenta en la almohada, negándole mis quejidos.

Después de unos minutos, las estocadas se volvieron más lentas. Mi cliente se acomodó de lado junto a mí, volteándome también para que acabara en aquella pose. Yo no gemía, pero no pude reprimir unos suaves jadeos, producto del esfuerzo por zafarme. De pronto, sentí su mano contraria recorrer la distancia de mi cadera hacia mi entrepierna, y la manera en que luego asió mi hombría.

-¿Qué… haces?...- murmuré mal de mi grado, pues las sensaciones combinadas que pronto comenzaron a embargarme no me eran del todo indiferentes. Aunque ya más suelto, no podía continuar con mi voluntad de irme. Paradójicamente, el acto del que tanto luché por liberarme y al cual no quise corresponder nunca, me estaba gustando. Me estaba excitando.

-…Cállate- respondió él, en un tono visiblemente agitado. –Ni te atrevas… a decir que no lo estás disfrutando… Sólo… ¡mírate!-

Solté un fuerte gemido cuando aumentó la presión de sus dedos alrededor de mi miembro, acrecentando además la velocidad de las sacudidas. Todo, sin dejar de acometerme con aceptable fuerza. Se acercó entonces a mi hombro y –asumo que por instinto- incurrió en un enorme afrodisíaco para mí. Comenzó a morderme.

Yo estrujaba las sábanas al tiempo que cerraba con fuerza los ojos, dejando por fin de acallar mis voces. Ningún sentido habría tenido. El hombre hincaba sus dientes en mi hombro, espalda y cuello con desesperación, y yo sólo podía percibir todos los vellos de mi cuerpo erizarse. Me maldije una y otra vez, conociendo perfectamente que la confirmación de mi derrota viajaba ya de mis entrañas hasta mis genitales, y no tardaría en surgir.

Tras un largo y sonoro gemido, Hideto eyaculó dentro de mí, obligando al largo  y delicado músculo en mi interior a contraerse con fuerza. La violencia de sus espasmos lo hizo apretar la mano de tal forma que no pude sino secundarlo, pero con el consuelo de que al menos –y debido a la posición- no tuvo el privilegio de ver la expresión en mi rostro.”

 

-¿Yasuhiro?- Inoran, todavía sosteniendo la puerta, intentaba hacer que yo volteara. –Hace rato que llegamos…-

-Sí… perdona- respondí titubeando, para luego sacudir la cabeza a ver si dejaba de pensar en todo aquello. Me bajé entonces del vehículo, siguiendo a mi acompañante en su camino hacia el elevador.

 


[1] La dama de las camelias de Alejandro Dumas hijo es una novela cuyo título hace referencia al personaje de Margarita Gautier, una cortesana parisina.

Notas finales:

¡Gracias por leer! Nos vemos en la próxima nwn


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