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ciel phanthomhive in a little trouble por nofynoky

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Notas del capitulo:

 

lo siento por tardarme taaaanto de verdad que sí!!

bueno... para todas las qe amaban a Alois... gomen u.u pero todavía no se decepcionen que no ha terminado aquí! seguiré escribiendo para poder sorprenderlas nuevamente :D y es que estoy segura de que no se imaginan lo que sucederá en el proximo capi... o tal vez sí, bueno no imprta pero sigan leyendo y no olviden los reviews que son mi fuente de inspiración!! ^^

 

¿Qué hacía Ciel a su lado? ¿Y en su habitación? Esas preguntas rondaban por su cabeza incesantemente, su joven amo jamás se había presentado así en su habitación, ni siquiera durante esas noches de pesadillas al volver a la mansión. 

El chico siempre había ocultado todo lo que pudiese parecer debilidad y aunque Sebastian siempre sabía reconfortarlo sutilmente, esta vez no tenía ni idea de lo que Ciel estaba pensando.

Ninguno de los dos había abierto la boca para decir nada, al principio pareció ser sólo segundos, luego minutos y una eternidad, mientras que los nervios y el miedo a hacer el ridículo los había petrificado. Sin embargo, no se sentían incómodos. Tal vez ya habían pasado demasiado tiempo juntos como para incomodarse tan fácilmente.

Sebastian se movía con el cuidado de un animal experto, con cuidado de no espantar a su presa, intentó encontrar los ojos zafiro del chico, pero Ciel se rehusaba a devolverle la mirada, estaba clavado al suelo, observándolo como si éste fuese lo más interesante del mundo. 

Ciel aún mantenía aquél aura triste que lo venía atormentando desde hace rato, el asunto con el rubio lo había afectado demasiado.

Sebastian se conmovió por la desolada expresión que cargaba su joven amo, era real e incontenible, por primera vez los sentimientos del peligro se desbordaban tras su máscara de dureza y Sebastian sintió una gran necesidad por consolarlo de una manera más cercana de lo habitual, el chico necesitaba un tacto algo más humano. 

Sebastian se mordió el labio inferior sin mucha convicción de cómo proceder, siempre lo había tratado de manera formal, puesto que Ciel era su amo y él era un simple mayordomo demonio.

Finalmente se decidió y sin más miramientos pasó un brazo por sobre los hombros del chico y lo atrajo ligeramente más hacia sí, a lo que Ciel reaccionó con un pequeño sobresalto por el inesperado tacto del demonio, estaba muy tenso ante aquella demostración de cariño tan impropia de su demonio. 

Era bastante reconfortante sentir que ya no estaba completamente solo, sintió el aroma de Sebastian penetrar sus sentidos como una esencia hipnótica de la cual no podía, o no quería, librarse. Respiró hondo permitiendo que sus músculos se relajaran y aceptaran el cálido abrazo y sin previo aviso, se abalanzó contra el torso de Sebastian, fundiéndose con sus ropas y hundiendo la cara en su pecho.

Sebastian quedó completamente sorprendido, mas no rechazó aquello, nunca había sido tan cercano, ni tan expresivo como lo estaba siendo en ese momento y la verdad es que estaba disfrutando de su proximidad más de lo que esperaba.

Una leve sonrisa curvó sus labios, mientras envolvía con más fuerza al chico, nunca se habían abrazado de esa forma, sin embargo se sentía natural y simplemente correcto.

Apoyó su mentón sobre la nuca de Ciel, acunándolo contra su pecho, no eran necesarias las palabras bajo el alero de esa noche despejada.

¿En qué momento había sucedido todo esto? Se preguntó a sí mismo, su ritmo cardíaco amenazaba con hacerse oír en medio del silencio, su corazón se estaba haciendo presente. No había experimentado esa clase de sentimientos jamás, era aterradoramente placentero.

Era extraño pensar en lo mucho que disfrutaba servir y acompañar al chico en sus retorcidas aventuras, lo había conocido con tan sólo doce años de edad, un niño que había crecido demasiado rápido. La vida lo había destrozado, los humanos le habían arrancado todo de la forma más cruel y eso que él era el demonio.

A pesar de ya no ser un niño, en más de un sentido, para Sebastian seguía siendo un “cachorro de humano”. Pues sólo dieciséis años de edad no eran nada comparado a la vida de un demonio, en este mundo Ciel era casi un adulto frente a los demás, sobre todo con esa actitud que tenía tan altanera y madura. 

A muchos les inquietaba la distopía que el chico representaba, pero para los ojos de Sebastian seguía siendo un cachorro de humano y nadie podría arrebatárselo. 

Se mantuvieron en esa posición por más tiempo del que Sebastian creyó posible, en silencio, mientras que Sebastian lo acunaba suavemente. El frágil cuerpo de Ciel se estremecía a ratos, como si sollozara en silencio, pero a Sebastian se le hacía imposible saber si era así o no, él sólo se limitaba a consolarle en silencio.

Al cabo de un rato Ciel se separó lentamente, llevándose consigo la cálida sensación de los dos cuerpos en contacto. 

– Yo… – Hizo una pausa mientras buscaba las palabras adecuadas que nunca llegaron - Tengo que irme. – dijo tajante mientras se levantaba y estiraba su ropa ligeramente arrugada. 

Sebastian estaba atónito, ciertamente Ciel era el único que había sido capaz de sorprenderlo con sus actitudes, para ser un humano era impresionante lo rápido que se recuperaba de cualquier situación, por más vergonzosa que ésta fuese. 

Ciel se encaminó hacia la puerta intentando evadir cualquier contacto visual que volviera más incómoda la situación, no llevaba ni dos pasos cuando fue retenido por algo, era Sebastian que lo tenía sujeto de la manga del camisón. 

El chico observó con detenimiento sus largos dedos sujetando la tela con firmeza, sus uñas negras eran visibles en contadas ocasiones, de algún modo sus manos desnudas eran la constancia de las inusual intimidad que se había generado.

El demonio lo miraba expectante, cauteloso e implacable, Ciel le devolvió la mirada  confundido, sin saber muy bien cómo reaccionar. Sebastian nunca se había comportado de esa forma, no era algo que le molestara precisamente, pero se le hacía muy extraño y confuso. 

Definitivamente no quería que se fuera, pero tampoco se atrevió a acercarse, más bien esperaron a ver la reacción del otro, ninguno se movió y Ciel seguía sin comprender lo que Sebastian quería.

Habría sido muy simple deshacer el agarre de su mayordomo y volver solo a su habitación, su mente estaba atolondrada, entumecida, no quería marcharse, pero tampoco se atrevía a quedarse. 

Sólo hacía basta un pequeño movimiento, una palabra o un gesto para cortar aquello, pero ahí estaban ambos, ninguno sabía cómo proceder ante aquella situación.

– Puedes quedarte – susurró tranquilizador – quédate.

No hubo respuesta alguna, a lo que Sebastian lo soltó para darle espacio suficiente como para que decidiese libremente. Fijó su mirada en los detalles de la vestimenta de su amo, comenzando por los pies descalzos – “algo tan impropio de él” – pensó para sus adentros, además hacía demasiado frío, pareciera como si se hubiese levantado apresuradamente para llegar hasta su habitación. Luego observó los pliegues en su ropa de noche, repasó los bordados y poco a poco continuó subiendo hasta llegar a su rostro. Estaba más pálido que de costumbre, tenía ojeras bajo los ojos. Se detuvo unos momentos, reteniendo el aire en sus pulmones y se dió el tiempo para observar sus azules ojos. 

Incluso con su aspecto cansado y melancólico, lucía hermoso bajo esa tenue luz que hacía resaltar el color de su piel y ojos. Curiosamente el anillo de la familia combinaba a la perfección con esos iris zafiro tan inusuales, una rareza genética que difícilmente se repetía.

Le miraba atentamente, pero no le importó que se diera cuenta que lo hacía, Sebastian  había cruzado, de alguna forma, el abismal umbral que separaba al mayordomo del amo. No le importaba que su actitud fuese impropia de un criado, analizaba cada detalle, cada grieta y cambio de color en la profundidad de esos orbes increíbles y los grababa en su memoria. 

Ciel arrugó el entrecejo sintiéndose contrariado por la atrevida actitud del demonio, le devolvió la mirada bajo esas tupidas pestañas oscuras que enmarcaban sus ojos, notando a su vez el color escarlata que comenzaba a refulgir en los ojos de Sebastian. 

Volvió a bajar la vista hasta su boca, ahora se daba cuenta de lo mucho que ansiaba besar esos labios.

De pronto se fijó en un pequeño detalle que captó su atención, lo había pasado por alto hasta ese momento, la comisura de los labios del chico estaba manchada con restos de sangre, que por supuesto no le pertenecía. 

El demonio entrecerró los ojos dilucidando lo que aquello significaba, sin más todo le pareció evidente, el dolor que se escondía tras la mirada de Ciel, su inesperada aparición en medio de la noche y finalmente lo ocurrido con aquél rubio. 

Antes de este momento no se había percatado de ello, últimamente se le estaban pasando demasiados detalles importantes y eso no era nada bueno, tampoco era algo propio de Sebastian.  No le bastó mucho antes de deducir cómo había llegado esa sangre ahí, las opciones eran pocas y definitivamente había descartado el canibalismo de la lista de posibilidades respecto a su amo, estaba completamente seguro de que Ciel no estaba herido.

Aunque un dolor hasta ahora desconocido para su corazón (si es que tenía uno) lo atravesara de lado a lado, podía adivinar perfectamente la razón por la cual Ciel tenía sangre de Alois en sus labios. Porque estaba seguro de que era de aquél chico y de nadie más. 

En sus labios.

Las palabras resonaron en su mente, sin darse cuenta su expresión había cambiado completamente y su agarre se había tornado aún más fuerte de lo que pretendía. Sólo se percató de ello cuando Ciel se removió incómodo ante su mirada penetrante.  Rápidamente le soltó sorprendido de su propia reacción.

Carraspeó antes de que las palabras se le escaparan sin pensar. 

– ¿Fue tu regalo antes de que muriera? – preguntó tajantemente Sebastian, quien hizo una pequeña mueca de disgusto al escucharse a sí mismo, sabía que no debía tocar el tema y mucho menos ser hiriente. Pero no pudo contenerse, las palabras habían salido antes de pensarlas siquiera, Ciel frunció el ceño mientras la pregunta se le clavaba como una daga, sin misericordia. Se hizo el silencio y Ciel desvió la mirada intentando controlar el ardiente nudo que se le había formado en la garganta. de hecho no se había percatado de lo que había dicho hasta escucharse a sí mismo hablando. Sebastian se arrepintió en seguida había sido despiadado, desconsiderado en demasía. 

– N-no – se aclaró la garganta antes de que se le quebrara la voz y continuó – No lo llamaría regalo, además no tienes porqué hablar así de Alois, no tienes derecho a inmiscuirte en mi vida, ni mucho menos a cuestionarme – Para su sorpresa logró sacar fuerzas para imponerse, no sólo se había molestado por el atrevimiento de Sebastian, sino que el recordatorio de los sucesos acontecidos le había dolido profundamente. Había ido hasta ahí para escapar de su tormento y sin embargo Sebastian se lo restregaba en la cara sin misericordia.

Ciel le dedicó una feroz mirada y dándose media vuelta se marchó con paso firme y pesado, dejando muy en claro que ya no quería continuar con aquella conversación. Sebastian no alcanzó a disculparse siquiera, la había cagado monumentalmente. 

Se quedó pasmado mientras la puerta se cerraba de golpe. ¡¿Qué estaba pensando?! Se recriminó escondiendo la cara entre sus manos, no tardó demasiado en decidirse a seguirlo hasta su habitación, se levantó deprisa y prácticamente corrió tras el chico. La mansión estaba a oscuras, pero no se molestó en llevar una vela consigo, Ciel no estaba por ningún lado y los pasillos se le hacían interminables. 

Finalmente lo alcanzó cuando iba entrando a su habitación, se apresuró hasta alcanzarlo antes de que cerrara la puerta y olvidando todo rastro de sus modales casi colisionó contra ésta, la sutileza lo había abandonado esa noche, pero su instinto le urgía a mantener aquella puerta abierta. 

– ¿Qué quieres Sebastian? – dijo Ciel dándose media vuelta para encararlo, el súbito golpe lo había sobresaltado, todo ello era demasiado impropio de su mayordomo. La oscura silueta de Sebastian obstruía la pasada mientras parecía sostenerse del pomo de la puerta que crujió bajo su agarre. 

Sebastian intentaba ordenar sus ideas mientras Ciel lo atravesaba con aquella mirada tan penetrante, a decir verdad, no había tenido tiempo de pensar cómo arreglaría todo. Se quedó ahí parado sin saber qué decir, sólo le devolvió la mirada muy seriamente, no sabía cómo expresarle su arrepentimiento.

–  Mira Sebastian, he tenido un día horrible y si no piensas dignarte a contestarme siquiera, entonces puedes irte, no tengo tiempo ni energías para lidiar con tus problemas de actitud – Ciel aún molesto por la situación dio un paso adelante dispuesto a cerrarle la puerta en la cara al demonio.

– Ciel – su voz sonó suplicante – Lo siento, no era eso lo que… – se quedó en silencio un segundo antes de corregir lo que iba a decir – Fue una estupidez insensible. 

Ciel soltó un bufido y desvió la mirada con una expresión de enfado marcada en su rostro, no sabía qué decir, era muy extraño ver a Sebastian tragarse su orgullo de esa manera, no era algo a lo que estuviera acostumbrado. Además, el nudo en la garganta no se había ido, sus ojos estaban empañados y se sentía desprotegido, débil y expuesto.

– Estás perdonado.

Fue todo lo que estaba dispuesto a decirle al demonio, no había nada qué hacer, la muerte era algo implacable y su frustración y desesperación crecían a cada segundo, desbordándolo y apoderándose de él. Antes de desmoronarse por completo su instinto fue cerrarle la puerta, pero Sebastian se lo impidió.

– No te dejaré solo, no esta noche. – Fue todo lo que le dijo antes de dar un paso adelante, imponiéndose.

Ciel dio unos pasos hacia atrás conmocionado por la negativa.

– Vete. 

– Ciel, déjame ent… – fue cortado antes de terminar la frase, escalofríos recorrieron su espina dorsal al ver aquella mirada tan sombría.

– Vete, Sebastian. Déjame solo, no necesito de tu lástima.

Sin previo aviso Sebastian perdió los estribos y acorraló a Ciel contra la pared. En unos escasos segundos, golpeó la pared con tanta fuerza que trocitos de muro cayeron sobre su hombro. Ciel quedó atónito, no alcanzó a percatarse cómo es que había llegado hasta ahí, nunca había visto a Sebastian perder el control de esa manera. Ambos se quedaron inmóviles, Sebastian agachó la cabeza con los ojos cerrados intentando recuperar el aliento, estaba desesperado. 

Nunca había sentido tanta conmoción a la vez ¿Qué había sucedido con su demoníaco desinterés ante las emociones humanas? ¿Porqué le importaba tanto aquél adolescente? 

Levantó la mirada nuevamente, a escasos centímetros de su rostro estaba Ciel impávido, podía sentir su respiración mezclarse con la suya. El corazón le dio un brinco mientras quedaba momentáneamente fundido dentro de esas orbes color zafiro, podía escuchar sus propios latidos golpeando en sus oídos.

Había crecido bastante desde la primera vez que lo vio, en ese entonces sólo era un niño aterrado, ya nada quedaba de eso.

Buscó indicios de alguna emoción en su semblante, mas el chico estaba ido, no había reclamado siquiera por su reacción tan brusca.

– Se acabó, devoraré tu alma. Ahora.

– haz lo que quieras. 

El chico le devolvió la mirada desposeído de toda emoción, había construido un muro impenetrable alrededor de sus emociones, aquello desesperó al demonio como nunca antes.

– ¡Mierda Ciel! ¡¿Es que acaso no comprendes?! – le preguntó Sebastian al borde de un ataque de histeria, acababa de decirle que no respetaría el contrato ¡Que devoraría su alma!

– ¿qué se supone que debiese comprender, Sebastian? Da igual si quieres mi alma ahora, llévatela. 

Sebastian gruñó al sentirse impotente ante la genuina indiferencia del adolescente que se encontraba frente a él. Había sido un gruñido casi animal, un sonido demoníaco desde el fondo de su pecho, aquello había sido suficiente para callar a Ciel por un momento. 

Se miraron nuevamente, Ciel con su típica expresión que provocaba a cualquiera y Sebastian con una mirada fiera. Si en ese momento hubiera alguien más en la habitación, seguramente hubiera sentido un profundo miedo ante aquella escena, mas Ciel permaneció sin inmutarse.

– Voy a quitarte esa marca como sea. - dijo Sebastian ferozmente y sin darle tiempo a responder nada juntó sus labios bruscamente, no había podido contenerse teniéndolo tan cerca, su mente no era más que un nubarrón de emociones agolpándose unas con otras. Lo necesitaba de vuelta, quería hacerlo reaccionar como fuese. 

Aquél beso había sido brusco, sus labios aplastaron los de Ciel casi dolorosamente, sobresaltándole al principio. Todos sus músculos se tensaron ante el inesperado ataque, clavándose rígidamente contra la pared, no había dónde escapar, pero tampoco quería hacerlo. El demonio sabía a rabia y desesperación, sus labios lo aprisionaron y pudo sentir sus colmillos rozándole la piel peligrosamente, repartiendo descargas eléctricas con cada toque. Con esa marca en sus labios, el chico no había hecho más que provocarle, haber perdido ante el rubio le hacía hervir la sangre por dentro.

«¿Estoy celoso?» Se preguntó consternado el demonio «Eso no es posible».

Estaban  tan cerca el uno del otro, se relamió los labios sin poder apartar la mirada de su rostro perfecto. Sus ojos zafiro aún reflejaban una profunda tristeza que deseó poder acabar con ella, mas no estaba muy seguro de cómo lograrlo. 

Ciel estaba inmóvil, confuso y sin palabras. «¿Qué está sucediendo con el mundo?» Se preguntaba una y otra vez, sintiéndose disociado de todo lo que le rodeaba. «¿Cómo saber que esto es verdad? Sebastian nunca había perdido el control, ni demostrado tanta preocupación por nada»

Le devolvió la mirada sin tener la energía suficiente como para tomar alguna decisión respecto a lo que estaba sucediendo, mas no podía decir que Sebastian le era indiferente. Su corazón le palpitaba en los oídos tan fuerte que temió que Sebastian pudiese oírlo también. Su labio inferior temblaba tan intensamente que tuvo que mordérselo y desviar la mirada hacia la ventana. Era una noche más en Inglaterra, nada fuera de lo común, ¿entonces porqué parecía como que el mundo se había vuelto loco?

Podía sentir el calor emanando del cuerpo de Sebastian, era así lo cercanos que estaban, pero sus cuerpos no se tocaban. No lograba concentrarse y sus ojos comenzaban a empañarse ¿realmente era así como pasaba la primera noche después de lo sucedido? 

Se iba a ir al infierno. 

La atmósfera estaba cargada y Sebastian no terminaba por descifrar a su amo de ninguna manera, frustrado de más, apoyó su frente contra la del chico y suspiró cerrando los ojos, necesitaba calmarse.

    Sus narices se rozaron un segundo y ambos se miraron un tanto sobresaltados, el deseo que los consumía los atraía con fuerza, Sebastian respiró profundo, inhalando su aroma extrañamente perfumado y atrayente.  

Se acercó incluso más, soltando sus muñecas y apoyando los antebrazos sobre la pared, justo por encima de Ciel, impidiéndole mirar hacia cualquier lado que no fuese hacia su rostro. Ciel tragó fuertemente y concentrándose en los labios del mayordomo, no pudo evitar pensar en lo estúpidamente guapo y sexy que era Sebastian.

– Qué egocéntrico eres.

Sebastian pestañeó un par de veces ante tan inesperada interrupción, no pudo evitar preguntar.

– ¿Qué?

– Es decir, pudiste haber tomado cualquier forma y sin embargo te hiciste así.

Sebastian sonrió de medio lado, adivinando la posible línea de pensamientos de Ciel, era el mayor cumplido que podría haber recibido.

Se acercó a su oído sin poder dejar de sonreír y susurró.

– ¿Me hubieses preferido menos… – hizo una pausa como si pensara en la palabra – irresistible?

Ciel suspiró rodando los ojos con una mueca que parecía querer ser el comienzo de una sonrisa. 

Misión cumplida.

Sebastian se acomodó para mirarle a los ojos, deslizando la punta de su nariz y sus labios por encima de su mejilla y mandíbula. El corazón de Ciel latía tan rápido que creyó que sus costillas no podrían contenerlo más, contuvo la respiración, absolutamente inmóvil y con la piel erizada. 

Sebastian lo miraba con sus pupilas clavadas a las de él y al llegar hasta la comisura de los labios de Ciel, le dio un beso rápido que lo dejó aún más petrificado. Ciel cerró sus ojos firmemente, su boca era una fina línea, Sebastian no estaba seguro de cómo interpretar aquello.

No pudo evitarlo, todo lo que necesitaba era que su amo le ordenara irse, que le dijera que no quería aquello, sin embargo no lo hizo.

Bajó sus brazos lentamente, deslizándose por su cuello hasta tomar su mentón con una mano y con la otra dibujando suaves trazos sobre el dorso de la suya. Acercó nuevamente su rostro hasta respirar el mismo aire los dos y sin más, comenzó a besarle y a suavemente hacerse paso entre sus labios cerrados firmemente, el beso era discreto, pero rápidamente empezó a tornarse más y más salvaje. Poco a poco, Sebasntian había logrado hacerse con la boca de Ciel que en un principio se resistía con todas sus fuerzas, pero su cuerpo había sido aprisionado contra la pared en algún momento que no supo identificar y aquellos besos eran endemoniadamente seductores y convincentes.

Al poco tiempo ya no había resistencia alguna y de a poco comenzó a responder con más ímpetu a sus besos.

Ciel enredó sus dedos con el cabello de Sebastian y tiró suavemente de él. El demonio lo aferró por la cintura y presionó su esculpido cuerpo contra el del muchacho, moviéndose con la experiencia que sólo la inmortalidad puede darte, y no se detuvo hasta que Ciel ya casi se sentía desfallecer de lo mucho que su cuerpo ardía.

De pronto lo alejó con una pierna y lo mantuvo a distancia un momento, haciendo acopio de todo su autocontrol. Sebastian lo miró absolutamente perplejo y jadeante.

– Definitivamente eres un maldito egocéntrico – Le dijo seriamente, a lo que Sebastian sonrió y contestó.

– ¿Acaso niegas que soy irresistible?

Ciel bufó y prosiguió intentando desviar la atención, pues la verdad es que el demonio tenía razón.

– ¿En qué momento comenzamos a tutearnos? – preguntó Ciel entrecerrando los ojos. 

Sebastian respondió con una de sus típicas sonrisas de medio lado. Ciel no quería responder a su pregunta, lo que no sabía es que quien era absolutamente irresistible era él, Sebastian lo observó unos segundos con incredulidad, su nariz respingada, sus labios perfectos y finalmente sus inusuales ojos con su marca dibujada en uno de ellos. Ciel le pertenecía de una forma que nunca nadie podría compartir, sin embargo tenía razón, algo había cambiado entre ellos dos esa noche. 

Ciel bajó la pierna que los separaba y suspiró. A pesar de que su expresión era calma, Sebastian podía sentir la tristeza y la culpabilidad oculta tras su máscara. 

– ¿Qué estamos haciend… – Sin perder el tiempo, ni dar espacio a más dudas, Sebastian posó uno de sus dedos sobre los labios de Ciel, haciéndolo callar y lanzando un suspiro de resignación, lo acarició con la yema de su pulgar.

– Shh… silencio, eres sólo un idiota Ciel Phantomhive - Dijo Sebastian con una sonrisa divertida, Ciel boqueó como un pez, nadie le había dicho algo así directamente. 

En cuanto Ciel abrió la boca para contestarle, Sebastian se apresuró a taparle la boca con, esta vez, toda la mano.

– Eres un idiota sin remedio -  Repitió Sebastian manteniendo su típica sonrisa que dejaba mostrar apenas la punta de sus colmillos. – Nunca fuiste mínimamente capaz de darte cuenta de que no me aferro a ti sólo por el contrato – hizo una pausa mientras fruncía ligeramente el ceño – ¿Crees que soy tan inepto como para demorarme cuatro años en cumplir con tu añorada venganza? 

Ciel lo miró sorprendido, sin saber si debía ofenderse por su estupidez siendo evidenciada, o enojarse por haber sido embaucado. 

–  Ya sé que piensas que te engañé, pero a lo que en realidad me refería es que podría solucionar todo en un abrir y cerrar de ojos, pero tú no me lo permites, quieres que haga todo paso a paso. Casi como un humano.

En seguida un rubor abrasador subió por sus mejillas a lo que Sebastian respondió con una sonrisa burlona. Le encantaba descolocar a su amo de aquella manera.

– ¡Hmm…! – Ciel le corrió la mano con un sólo movimiento y mirándolo con altanería le respondió. – ¿Con qué cara me dices eso? Tú también eres un idiota – Sebastian lo mira confundido ante la reacción de Ciel – Tampoco te diste cuenta de que estoy a tu merced, no puedo ocultar nada de ti - remató Ciel, Sebastian ríe  y se apresura a contestar.

– Finalmente el único tonto aquí eres tú… un ciego irremediable que no puede ver que el que está a merced tuyo soy yo. – En ese momento, como si pusiera un punto final al asunto, Sebastian se acerca pausada, pero decididamente, juntando la punta de su nariz con la de Ciel como en un beso esquimal, su cercanía era tanta que podían sentir el calor que emanaba de ambos. 

Sebastian se sonríe y vuelve a hablar en voz muy baja, aunque no hubiera nadie más cerca que pudiera oírlos.

– Eres mi maldita perdición… mi talón de Aquiles… No tienes idea de la cantidad de humanos que me he cruzado, ni cuántos siglos he pasado yendo alma tras alma, devorando toda clase de sabores. Y apareces tú. Apenas un niño ingenuo entre una multitud devastadora, estaba intrigado por la forma brutal y desquiciada en la que habían logrado convocarme, ¡vaya mi sorpresa al ver que se trataba de ti! Angelical, perfecto y con aspecto desgarradoramente hermoso. Por primera vez me pregunté si acaso se trataba de un hijo de Dios, irónicamente, convocando a un hijo de Lucifer.

Ciel se quedó sin aliento, estaban frente a frente y ambos se encontraban sumergidos en una atmósfera en donde ya nada más existía. Todo estaba dicho, ya nada importaba. 

Suavemente tomó el mentón de Ciel entre su índice y su pulgar, con la otra mano entrelazó sus manos y con un beso gentil, cálido y lleno de cobardía, calmó todas sus dudas, perdones y peros. No podía ignorar lo que Ciel sentía por Alois, sin embargo, con aquél gesto le transmitía que lo aceptaba y que convivía con eso, incluso si sólo se trataba de un trozo de él, lo aceptaba.

– No sabes cuánto me gustaría que pudieses perderte en mis ojos de la forma como yo lo hago en los tuyos. – dijo Sebastian haciendo una pausa entre beso y beso. – Sé que no puedes hacerlo y eso está bien.

– De ser posible, me gustaría mucho acabar atrapado de esa forma. – le contestó Ciel en una disculpa. 

Un silencio frío los envolvió hasta que Ciel volvió a hablar.

– Deja de ser tan emotivo Sebastian, retoma tu compostura.

Con una sonrisa de medio lado Ciel lo observó altaneramente, no quería recordar sacrificios hechos en el pasado, ni pérdidas dolorosas, quería volver a ese bucle que habían compartido, donde nada más que el deseo existía.

– Mejor levántame gentilmente y juega conmigo entre tus labios. – Le susurró Ciel con una sonrisa pícara. 

Sebastian sólo atinó a mover los labios intentando decir algo que no le salió, el comentario de Ciel lo había dejado sin palabras y no sabía cómo debía proceder exactamente. Estaba petrificado.

– Es una orden, Sebastian. – le dijo Ciel autoritario, pero sin quitar aquella sonrisa pícara en sus labios.

– Yes, my Lord. – respondió complaciente Sebastian, lo cierto es que era una orden que no le molestaba demasiado, mejor dicho, no le molestaba para NADA.

Sin vacilar, Sebastian lo tomó por la cintura con la gracia que sólo un demonio era capaz de lograr y abandonando todo rastro de racionamiento, comenzó a besarle desde la clavícula hasta el cuello, Ciel dejó salir un jadeo de placer y Sebastian no pudo evitar pasear sus colmillos por sobre su piel de seda.

Mientras lo guiaba, le mordió delicadamente el cuello a Ciel, dejando pequeñas y sutiles marcas mientras subía hasta su lóbulo. 

Hace ya bastante tiempo que Ciel había dejado de pensar con claridad, sólo se dejaba guiar y actuaba por inercia. Todos los sucesos de la noche lo habían dejado demasiado aturdido como para estar consciente de todo lo que hacía, quería dejarse llevar.

Se encontraba tan aturdido que se enredó con sus propios pies cayendo hacia atrás sobre su enorme cama con Sebastian encima suyo, por supuesto que éste ni se percató de ello, estaba demasiado “ocupado”.

Ciel dejó escapar un suspiro mientras Sebastian acariciaba su abdomen por debajo de la tela y con la otra mano desabrochaba lentamente los botones de la camisa. Una vez que terminó con el último de los botones repasó con suaves besos cada uno de sus torneados músculos, era evidente que las clases de esgrima habían dejado testimonio de la dedicación en su cuerpo.

Sebastian hizo ademán de besarle, pero en vez de eso dejó que Ciel se acercara a su boca sólo para alejarlo suavemente y dejarlo con las ganas. Una sonrisa apareció en su rostro al ver la cara de Ciel.

El muchacho arrugó el ceño con un leve puchero y ante la burlona sonrisa de Sebastian, desvió la mirada para evitar que su demonio se diera cuenta del leve sonrojo que comenzaba a hacerse latente en sus mejillas. Sin embargo fue advertido por éste, el cual le agarró del mentón y lo volvió hacia sí para robarle un corto y apasionado beso con el que terminó mordiéndole el labio inferior incitándolo a que lo siguiera y se sentara.

Sin previo aviso, Ciel desabotonó hábilmente la camisa de Sebastian, quería deshacerse del molesta trozo de tela que se interponía entre ellos, pero no quería arruinarlo con su impetuosidad. 

Sebastian lo observó incrédulo, al fin podía tenerlo sólo para él y tal como Ciel lo había dicho, estaba completamente a su merced.  

A Sebastian se le hacía cada vez más complicado tener pensamientos coherentes o racionales, se le hacía imposible al tener a Ciel semidesnudo tan cerca a él y tan desprotegido.

La piel de su amo era tan aterciopelada y perfecta que no podía evitar acariciarla, suavemente le pasó una mano por el sedoso cabello negro, enredando ligeramente sus dedos entre los mechones lisos. Lo empujó levemente hacia atrás con una mano, sintiendo su corazón a toda marcha con el íntimo tacto sobre su torso desnudo, se apoyó sobre sus rodillas hundiéndose en la colcha de la cama. Podía sentir cómo Ciel se estremecía debajo de él con cada caricia entregada y eso le hacía, a su vez, estremecerse de placer también. 

De pronto sintió cómo las inexpertas manos de Ciel le correspondían con caricias trémulas bajo la tela, quería más de eso y sin pensarlo dos veces se quitó todo lo que le estorbaba. Los dos se encontraban en la cama de Ciel con el torso descubierto jugueteando de una manera no muy inocente.

Comenzó a besar el abdomen de su hermoso amo y poco a poco empezó a bajar, rozando los límites de su pantalón, ejerciendo presión de tanto en tanto. Hacer que Ciel se estremeciera y soltara pequeños gemidos era su meta. 

Sebastian se levantó un poco para poder admirarlo detenidamente, tenía los ojos cerrados y se mordía irresistiblemente el labio inferior. Le encantaba producir esos efectos en él, pero le desesperaba no poder apreciar esos maravillosos ojos que tanto le enloquecían. 

Colocó sus brazos a cada lado de la cabeza de Ciel, aprisionándolo también con sus piernas, dejándole sin posibilidades de escape, Ciel lo miró intrigado, un rayo de luna se colaba por la ventana iluminando su cara, dándole a aquel color zafiro un fulgor jamás visto. Sebastian, se inclinó para sacarle el parche que cubría su ojo derecho, con los dientes tomó un tirante y tiró de él hasta removerlo completamente. 

Su iris izquierdo estaba marcado con un círculo de invocación, el sello del contrato más poderoso que jamás había pactado y que era idéntico al que estaba en su mano derecha. Esas marcas los unían mucho más allá de un gesto simbólico, ese sello los unía para bien o para mal, Ciel jamás podría huir de su destino. Entregar su alma era el precio a pagar.

Se besaron fogosamente hasta quedar sin aliento. Se encontraban completamente al descubierto, todo era sensaciones y sentimientos, no cabía lugar a ningún pensamiento racional, ni mucho menos. 

Las respiraciones de ambos estaban demasiado agitadas y ya ninguno se preocupaba por intentar esconder el ruido, sentimientos más fuertes que cualquier vergüenza los poseían, se dejaban guiar por su más puro instinto animal y no podían decir que no les gustaba.

Ciel estaba acorralado contra la cama por el demonio, Sebastian lo tenía aprisionado al colchón y el chico ya no podía ocultar más su excitación. Aquel demonio tan irresistible, había comenzado a juguetear con su intimidad, eso era todo, Ciel no pudo evitar soltar un gemido. De inmediato se ladeó para poder morder las sábanas y amortiguar el jadeo que difícilmente podía contener. Nunca había experimentado nada igual, era de las mejores sensaciones que había sentido y todo en su cabeza era un completo revoltijo.

Sebastian volvió a juntar su frente con la del chico, respirando el mismo aire y compartiendo una intimidad que sólo le pertenecía a ellos dos, era un placer poder admirar esas orbes zafiro con las que Ciel le devolvía la mirada, definitivamente no se cansaba de hacerlo una y otra vez. 

Era inevitable caer dentro de esas aguas profundas a las que Ciel parecía ajeno, como si no estuviera enterado de la hermosa excentricidad que poseía. Sebastian acarició su pelo con naturalidad, sonriendo de medio lado al ver que había conseguido al fin que Ciel lo mirara de esa forma, jamás lo imaginó y jamás creyó querer aquello, pero ahí estaba, sintiéndose satisfecho  y hambriento de más.

Ciel tenía ese “algo” que le provocaba interés, estaba absorto en él. 

El demonio sabía que Ciel había cumplido dieciséis hace poco y sabía muy bien que aparentaba ser un adulto serio y maduro, pero temía estar profanando algo de su corta vida. 

El hecho de estar tanto tiempo a su lado le daba un privilegio que nadie más tenía, Sebastian podía ver más allá de lo que el chico aparentaba detrás de su mirada fría y altanera,  en sus ojos se albergaba el odio, oscuridad y sed de venganza, pero también podía ver que aún quedaba mucha inocencia dentro de ellos. 

Casi no se veía capaz de corromperlo aún más, era un demonio desalmado, o eso quería creer. Sin embargo, era un demonio despojando de la poca inocencia que aún quedaba en su pequeño ángel caído.

El demonio se mordió el labio inferior intentando aclarar sus pensamientos, estaba tratando de decidir sobre el dilema que se había forjado en su mente, era un torbellino de deseo, culpabilidad, intriga y lascivia que le impedía pensar con claridad. Un gruñido de profunda frustración salió de su garganta, era claro que Ciel no estaba en condiciones de ayudarlo a decidir, ni siquiera sabía si aquello era posible; el chico parecía un poco ausente y lo carcomía la idea de que todo fuese para peor al día siguiente, de que fuese a arrepentirse luego. ¿Acaso debía marcharse y figurar como si nada hubiera sucedido?

Ciel comenzó a impacientarse, quería huir desesperadamente de recuerdos demasiado recientes como para que le dieran un respiro y demasiado dolorosos como para soportarlos sin que la vista se le aguara y el pecho se le apretara hasta impedirle respirar bien. Ciel observó atentamente cada detalle en el rostro de Sebastian que se había quedado inmóvil y con ojos cerrados parecía debatir internamente. Nunca antes había tenido la oportunidad de estar tan cerca de su demonio, su piel despedía un aroma atrayente que despertaba sus deseos más salvajes.

Sin más paciencia y cansándose de ser tan pasivo, Ciel extendió una mano hasta el cuello de su camisa y lo atrajo hacia sí, atrapándolo en un beso profundo y lento. 

Afuera comenzó a llover a cántaros, las gotas de agua golpeteaban el vidrio de la ventana mientras ambos se sumían en el mayor de los placeres mundanos. El cuerpo de Sebastian lo aprisionaba con movimientos lentos y rítmicos haciéndolo desear que no hubiera más ropa interponiéndose entre ellos. Ciel soltó un gemido de placer cuando una mano intrépida comenzó a acariciarlo con lujuria, la noche estaba fría pero era incapaz de sentirlo con su piel ardiendo.

Enredó sus dedos en la nuca del demonio mientras se besaban con pasión, deslizó sus manos lentamente hacia más abajo, memorizando cada músculo e invitándolo a más. 

Nunca había tenido la oportunidad de ver el torso de su demonio desnudo y, tal como era esperado, era como observar una escultura griega de proporciones perfectas. Se detuvo a contemplarlo con una sonrisa de satisfacción, acarició con los dedos sus abdominales, para luego seguir besándolo y continuar por su cuello hasta llegar a aquél lugar entre su mandíbula y su clavícula que lo hizo gruñir de placer. Sin ser un experto, ni mucho menos, su amo le provocaba sensaciones que nadie, jamás, había despertado en él, estaba extasiado con aquél chico. Sebastian ya había olvidado su dilema y ya no tenía reparos en continuar con el juego que Ciel había iniciado.

El tacto de su cuerpo sobre su piel, su cálida y suave boca, sus inexpertas y ávidas manos, eran, a su parecer, la combinación más perfecta en el mundo. No sabía por qué se sorprendía tanto, si Ciel siempre había sido la combinación perfecta en todos los sentidos imaginables. Era alucinante imaginar todo en lo que podría convertirse alguien tan admirable como aquel muchacho, se le hacía agua la boca de sólo pensarlo.

El sonido de un trueno lo trajo de vuelta, se había quedado inmóvil observándolo. 

– No te detengas, Sebastian ¿o es acaso te arrepentiste? – Las palabras salieron afiladas de su boca y sin pedirle permiso.

Sebastian sonrió, era jodidamente imposible que se arrepintiera de lo que estaba haciendo, de hecho le parecía imposible poder detenerse a esas alturas. Se sentía igual que un ladrón, estaba a punto de arrebatarle su castidad, pero no era culpa suya que su amo le ordenara esa clase de cosas.

– Por supuesto, una vez que usted me da una orden, yo existo para cumplirla. – Dijo ronroneando satisfecho y se dispuso a besar su cuello, su estómago y a retirar lo que quedaba de ropa.

Seductoramente lamió la mano con la que comenzó a preparar su entrada, lo besó tierna y apasionadamente, estaban sumidos en el momento cuando Sebastian lentamente entró en su amo y ambos soltaron uno que otro gemido amortiguado por las paredes de la habitación. Para Ciel era una sensación dolorosa pero placentera a la vez, ambos cuerpos coordinados, se movían a un mismo ritmo. Todo comenzó con un sutil movimiento de caderas que fue profundizándose y tomando ritmo. Tan sólo de pensar en lo surreal que todo aquello se sentía, oleadas de deleite lo envolvían. Sin percatarse de nada, su amo ya le pertenecía, había caído en sus redes tan exquisitamente que ni él mismo podría haberlo planeado mejor, Ciel era suyo en todos los sentidos.

Era una sensación adictiva, cada vez necesitaban más el uno del otro, podían sentir cada roce como una corriente eléctrica que les recorría de pies a cabeza, los movimientos de cadera comenzaban a acelerarse y Sebastian agradecía que la mansión fuera lo suficientemente grande como para ocultar cualquier sonido en medio de la noche, porque ninguno de los dos se contenía.

Estaban sumergidos en un frenesí que parecía nunca acabar, en una última estocada ambos llegaron a un clímax de goce sin poder evitar soltar un gemido de placer, se tumbaron uno junto al otro con los cuerpos sudados y la respiración acelerada. Ya sin más fuerzas, Ciel cayó dormido de inmediato y Sebastian fue envuelto por el cansancio al poco tiempo, probablemente había sido la mejor noche que había tenido en todos sus siglos de vida. Sin pensarlo, abrazó al chico y lo acunó, hundiendo su cara en el hueco que quedaba entre su cuello y su hombro, se durmió profundamente.

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A la mañana siguiente Ciel despertó con los primeros rayos del sol, Sebastian no había venido a despertarlo aún. Pestañeó varias veces antes de acostumbrase a la luz y al mismo tiempo se dio cuenta de que estaba un poco adolorido. 

De pronto, como si le hubieran lanzado un balde de agua fría, recordó fragmentos de lo que había pasado la noche anterior, siendo invadido por un rubor intenso. No podía creerlo, respiró profundo, Sebastian ya no se encontraba a su lado. 

Con cuidado se sentó en la orilla de la cama, no quería hacer el menor ruido, no sabía cómo enfrentar aquella situación, ni mucho menos de cómo enfrentar al demonio ahora que todo había vuelto a la normalidad.  

Se pasó la mano por el pelo de forma casi neurótica, se sentía horrible, igual que una basura. No es que no lo hubiese pasado bien, pero no podía creerse a sí mismo lo que había hecho.

El real problema que tenía consigo mismo es que había hecho algo como aquello en la misma noche en que Alois había muerto, algo como eso era aún peor que insultarle sobre su tumba. 

Viéndolo desde una perspectiva más lejana y con la mente clara, había sido impulsivo y descriteriado. Seguramente si Alois se enterara sería algo impensablemente doloroso, se sentía como una rata rastrera que hubiera utilizado a su mejor amigo y también a su demonio, únicamente  para olvidar todo lo que había pasado esa horrible noche.

Se abrazó a sus rodillas y apoyó el rostro sobre ellas, no podía creerlo ¿En qué había estado pensando anoche? La verdad es que era incapaz de saber si había pensado siquiera alguna cosa con sentido.

Tomó aire para lograr despejarse y de pronto se decidió. Dejaría de lamentarse y en vez de ello, buscaría al demonio que se había llevado a Alois y lo vengaría sin importar qué, todo lo demás ya estaba hecho y no podía cambiarse.

Definitivamente dejaría para otro momento el tema que tenía que resolver con cierto mayordomo demonio.

Notas finales:

bueno la verdad es que nunca había hecho un lemon así que espero que haya quedado bien... conste que sólo lo hice porque algunas me lo pidieron ^^ lo siento si las decepcioné! pero aal menos lo itenté...

den comentarios sobre la historia y en una de esas si me dicen qué quieren que pase lo podré poner gustosa!

primero que nada diganme que sucedería si... Ciel muere? o_O no es que lo vaya a hacer pero tenía que preguntarlo... >.<

NO OLVIDEN DEJAR REVIEWS!!!

que sólo seré capaz de inspirarme y continuar la historia si comentan :) 

besos y espero vernos en el proximo capi!

una ultima pregunta... quieren que lo continue? :S


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