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Punto de partida por Hotarubi_iga

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Notas del capitulo:

Uf... tenía previsto publicar el lunes —luego de mi recuperación temporal de la vista—, pero como me sobra mala suerte, el fin de semana sufrí un «pequeño» accidente y me vi en la «necesidad» de mantener reposo absoluto. (Como dice mi santa madre: salgo de una y entro en otra).

Y ya en mejor condición de salud, y sin seguir justificando mi ausencia, actualizo al fin. (Me iré poniendo al día de a poco; había alcanzado a adelantar material cuando tuve mi recaída).


Disclaimer: Gravitation no me pertenece, es propiedad de Murakami Maki.

— Capítulo 2 —

La primera llamada

 

Yuki no dejaba de pensar en el mensaje particularmente perturbador que había encontrado en el recibidor. Desde que lo leyó se sintió inquieto. El mensaje era extraño; rayaba en lo irracional, sin embargo, algo de aquella carta escrita con recortes de periódicos y revistas le molestaba, porque si esas palabras fueran ciertas; si las cumplieran... aquello que él tanto amaba estaba en peligro.

—Aquello que amo... —susurró. Ladeó el rostro y vio a Shuichi profundamente dormido, tanto, que incluso roncaba.

Era un hecho que aquello que Yuki amaba y temía perder era Shuichi. Actualmente, en su vida, no había otra cosa más importante que el baka atolondrado que yacía a su lado completamente exhausto después de la intensa ronda de sexo que habían tenido tras el viaje, tal como Yuki lo había prometido, porque ante ese tipo de exigencias, Shuichi era muy fastidioso.

«Tú lo tienes todo; yo no tengo nada. Te despojaré de lo que más amas para que sepas lo que se siente perderlo todo.»

Esas palabras volvieron a repetirse en la cabeza de Yuki y revolvieron su estómago. ¿Quién era el responsable de tan perturbador mensaje? Yuki se lo cuestionaba una y otra vez. Por más que especulaba en los posibles sospechosos, ninguno encajaba en el patrón. Sólo podía tratarse de un acosador, un desequilibrado o un ocioso.

—Sólo un ocioso —repitió, intentando creerlo para tranquilizarse y finalmente conciliar el sueño. Eran las tres de la mañana y no conseguía dormir. Por lo regular caía igualmente rendido después del sexo, pero su mente no se quería apagar; seguía trabajando en aquel mensaje ridículo.

—Yuki~ —balbuceó Shuichi. Se apegó a Yuki y sonrió dormido. De seguro soñaba algo bobo y cursi, debido al mohín que adornaba sus labios. 

Yuki decidió no pensar más en el mensaje y cerró los ojos. Se acomodó y Shuichi automáticamente se apegó —aún más— a su lado, como una lapa. El calor agradable de Shuichi invadió a Yuki en el acto. Fue una sensación reconfortante; aliviaba y quitaba de su corazón ese sentimiento soliviantado y mezquino que el mensaje ridículo le había generado.

A la mañana siguiente, el despertador repiqueteó sobre el buró y Yuki lo apagó, botándolo al suelo de un manotazo. Se estiró y buscó a tientas a Shuichi, pero no lo encontró. El colchón del lado de Shuichi estaba frío. Yuki se espabiló un poco y se inclinó para ver la hora en el reloj que había botado.

—¿Qué hace levantado a esta hora? —se preguntó confundido. Eran las siete y Shuichi ya estaba en pie. Desde la cocina, provenía el olor a pan tostado... quemado—. Que bien —gruñó Yuki de mala gana. Se levantó y arrastró los pies hasta el baño. Se dio una ducha rápida para despertar el cuerpo y luego fue a la cocina, en donde Shuichi le esperaba.

—¡Buenos días, cariño! —Shuichi siempre esgrimía una sonrisa demasiado resplandeciente, que encandilaba a Yuki, y le hacía pensar en lo peligroso que resultaba ese brillo en la mañana.

—¿Se puede saber por qué razón ha ocurrido el milagro de verte de pie tan temprano? —Fue el saludo que Yuki dio como respuesta mientras tomaba asiento frente a la mesa.

Shuichi soltó una risilla mientras cuchareaba su cereal.

—K me dijo que tenía que estar a las ocho en NG, o de lo contrario debía considerarme hombre muerto.

—Ah, te amenazó.

Shuichi asintió. Devoró lo que quedaba de su desayuno y se levantó de la mesa, dejando los trastos sucios en el fregadero. Yuki no podía evitar notar el entusiasmo de Shuichi. Pensando en ello, encendió un cigarrillo; el primero de la mañana. Untó mantequilla a su pan tostado y le pegó una mascada, la masa crujió entre sus dientes. Sus desayunos no eran los tradicionales japoneses, con sopa de miso y arroz. Él prefería ser práctico y echarle cafeína y tostadas a su estómago que un caldo condimentado.

—¡Waa~ se me hace tarde! —chilló Shuichi al ver la hora en el reloj mural de la cocina.

—No grites desde tan temprano, joder —masculló Yuki. Su cabeza bombeaba molestamente. Desde anoche no le daba tregua. Pero no tenía de qué sorprenderse, estos malestares eran común para él.

—¿Te sucede algo, Yuki? —Shuichi se plantó frente a él y escrutó su rostro. —Por lo regular estás más amoroso en la mañana. ¿Otra vez te duele la cabeza?

Yuki bufó y apartó la mirada de Shuichi para beber café.

—Y tú amaneciste más avispado, ¿eh? Don perspicaz.

—Vale; te duele la cabeza —soltó Shuichi, alejándose de Yuki al reparar en lo apático que había amanecido—. De todos modos no tengo tiempo para darte mi atención y aliviar tu dolor de cabeza.

—Nadie ha pedido tu ayuda, pervertido.

—¡Oye! ¡¿Por qué me dices pervertido?! —exclamó Shuichi, ofendido—. Yo estaba hablando de darte un masaje, tú eres el pervertido que anda pesando cosas indecentes.

—Ajá, como quieras... —contestó Yuki con desidia—. Pero quien insistió anoche en tener sexo y gimió como idiota fuiste tú, no yo.

Shuichi se ruborizó con enfado y salió de la cocina para ir a lavarse los dientes. Desde el baño se escuchaba cómo hacía gárgaras y lanzaba peroratas contra Yuki por su poca sutileza al hablar del sexo. Yuki hizo oídos sordos y siguió desayunando. De pronto, el timbre lo sacó de su enfrascada concentración. Algo sobresaltado se levantó y fue al recibidor. Fue inevitable para él pensar en el mensaje de ayer. Temía nuevamente encontrarse con otro sobre blanco en el suelo. O quizás algo peor.

Con recelo abrió la puerta; Seguchi estaba plantado al otro lado, con su encantadora sonrisa que no se borraba con nada, y una caja con el logo de una pastelería francesa en sus manos.

—Buenos días, Eiri-san.

Yuki respondió el saludo de Seguchi con un sutil gruñido y se devolvió a la cocina, echándole inevitablemente un casual vistazo al suelo del recibidor. Sabía el motivo por el cual Tohma estaba tan temprano en casa; demasiados años juntos le permitían adivinar cada uno de sus movimientos, aunque a veces Tohma se las ingeniaba para sorprenderlo con su imprevisibilidad y excentricismo. 

—¿Café? —preguntó Yuki casualmente, tomando nuevamente asiento para continuar con su desayuno. Seguchi lo había seguido hasta la cocina.

—Por favor.

—Ahí está la cafetera. —Yuki apuntó hacia el mesón sin apartar la vista de sus tostadas con mantequilla—. Y allí están las tazas—. Señaló luego el mueble superior.

Tohma no dijo nada. Sonrió resignado pues conocía el talante de Yuki, y se sirvió café tranquilamente. Volvió luego a la mesa para hacerle compañía y recorrió visualmente la fachada de la cocina.

—¿Y Shindou-san? —preguntó, mientras Yuki sacaba un pedazo de tartaleta de manzana de la caja que Tohma había traído.

Desde el dormitorio se escuchaban los gritos de Shuichi. Parecía estar discutiendo con alguien o algo.

—Veo que les fue bien en el viaje —agregó Tohma, complacido.

Yuki depositó las cenizas de su cigarrillo en el cenicero con displicencia.

—Supongo que sí.

No fue mucho lo que alcanzaron a conversar; Shuichi apareció en la cocina para despedirse de Yuki y se sorprendió al ver a Tohma.

—Buenos días, Shindou-san.

—Buenos días —respondió Shuichi mientras se acercaba a Yuki para robarle un beso.

—Ni se te ocurra —sentenció Yuki cuando Shuichi intentó besarle la mejilla. No soportaba esa clase de cursilerías delante de otras personas, mucho menos delante de Tohma, porque luego éste tenía motivos para burlarse de él.

—Bu~ —protestó Shuichi, tomando una manzana del mesón para comerla en algún descanso que K le daría, posiblemente, durante el día—. Llegaré tarde hoy. K me explotará como siempre.

—Se viene una nueva gira internacional, Shindou-san —comentó Tohma, recordándole a Shuichi sus responsabilidades.

—¡Sí, y estoy muy entusiasmado! ¡Quiero mostrarles a todos cuán talentoso soy!

—Eso es bueno —dijo Tohma con una sonrisa. Le fascinaba la energía que irradiaba Shuichi.

—Muy bueno —agregó Yuki—: serán días de paz para mí.

—¡Oye! —chilló Shuichi. Se percató de la caja de pasteles que Tohma había dejado sobre la mesa y arrugó el ceño. Miró a Yuki con severidad—. Más te vale que no te lo comas todo —ordenó, apuntando la caja de pasteles—. Tanta azúcar te hará daño. —Miró luego a Tohma. —Seguchi-san, este hombre necesita cuidarse. No le fomente sus malos vicios.

—Trataré de tenerlo en mente la próxima vez —dijo Tohma, divertido por la situación.

—¿Que no ibas de salida? —protestó Yuki, tomando con descaro un trozo de pastel de la caja.

Shuichi volvió a consultar la hora y saltó espantado.

—¡K ME MATARÁ! —gritó y salió corriendo de la cocina sin despedirse de nadie. Desde el recibidor se oían sus gritos.

Una vez que se escuchó la puerta cerrarse por fuera, Yuki suspiró. Tohma había contemplado todo en silencio y como primer espectador. No era la primera vez que presenciaba una escena así, sin embargo, siempre terminaba sorprendido. Le divertía ver la relación que Yuki y Shuichi llevaban tan peculiar, especial y natural. Todo se daba de manera espontánea y eso le fascinaba.

Desde hacía mucho tiempo había descubierto, y comprendido, que Shuichi era la persona idónea para Yuki, pues le alegraba la vida, e incluso, se la volvía más interesante. Aunque Yuki no se quedaba atrás; su distintiva manera de ser era perfecta para Shuichi, a quien le gustaba fastidiar por ser corto de genio.

—Es muy reconfortante ver a Shindou-san siempre tan lleno de energía. Es contagiosa —comentó Tohma.

—A mi me fastidia tanto grito todos los días. Es un infierno —comentó Yuki, apagando en el cenicero la colilla de su cigarrillo.

Tohma sabía que Yuki estaba mintiendo. Shuichi era un pilar importante en su vida, y sin esos gritos y su forma de ser tan hiperactiva, su diario vivir no sería la misma.

Hubo una pausa momentánea, en la que Yuki terminó de desayunar. Tohma lo observó con aplomo y luego se atrevió a preguntar:

—¿Ocurrió algo en particular en Nueva York?

—¿Algo como qué? —preguntó Yuki, mientras sacaba otra tajada de tartaleta de la caja.

—No lo sé...

Yuki no podía mentirle a Tohma; él era su confidente, no obstante, había algunos aspectos de su vida que mantenía oculto en lo más recóndito de su corazón y no se los mostraba a nadie, ni siquiera a él. Pero, en esta ocasión, podía sentirse con la libertad de contarle lo que había hecho en Nueva York con Shuichi.

—Visité su tumba con Shuichi. También los sitios que frecuentaba con él.

Tohma no parecía sorprendido.

—¿Y cómo lo manejó Shindou-san? —preguntó.

—Mejor de lo que esperaba. Supo comportarse de acuerdo a la situación. Fue de mucha ayuda.

—Me alegro —expresó Tohma—. Confieso que cuando me dijiste que viajarías con él me preocupé. Pero el saber que todo salió bien me deja profundamente tranquilo.

—No subestimes a Shuichi —soltó Yuki—. No es el idiota que todo el mundo piensa.

—Lo sé —dijo Tohma con una sonrisa. Era plenamente consciente de lo mucho que Yuki amaba a Shuichi, de lo contrario, éste no lo defendería ni habría hecho ese viaje con él. Sin embargo, Tohma podía ver algo en la expresión de Yuki que le preocupaba—. ¿Hay algo más que te inquieta, Eiri-san?

A veces, Yuki temía de la perspicacia de Tohma.

—¿Qué te hace pensar que pasa algo malo?

—No lo sé... —articuló Tohma de manera casual, mientras veía su taza humeante de café—. Supongo que te conozco lo suficiente como para darme cuenta cuando algo te preocupa.

—Sólo estoy cansado por el cambio de horario. —Yuki no le encontró mucho sentido mencionar algo insustancial como la carta que anoche había encontrado en el recibidor.

Tohma no quiso insistir. Prefirió cambiar el tema y siguieron platicando quince minutos más, hasta que Tohma resolvió consultar la hora en su reloj y se puso de pie.

—Ya debo irme —dijo, observando a Yuki. Podía notar intranquilidad en sus ojos, pero no quería presionarlo. Sabía que debía esperar a que Yuki se animara a relatarle lo que le inquietaba.

Yuki no se molestó en levantarse para acompañar a Tohma hasta la salida, ni en darle las gracias por los pasteles. Aguardó tranquilo hasta que escuchó la puerta cerrarse por fuera. El silencio se hizo presente y Yuki pudo por fin reflexionar con tranquilidad. A solas, tenía esa posibilidad y sentía esa libertad que desde que estaba con Shuichi había perdido. Pero cuando éste salía a trabajar la recuperaba, y le gustaba aprovecharla por completo.

Después de aguardar sentado un par de segundos, en los que sólo el sonido del tic-tac del reloj mural de la cocina rompió el silencio, Yuki resolvió ponerse de pie, lavar los trastos y comenzar a ordenar un poco la casa. Había ropa acumulada en el cesto en el baño, y una capa de polvo sobre los muebles le permitía escribir en ellos.

También tenía trabajo pendiente; su novela estaba a mitad de progreso y tenía hasta fin de mes para entregar la primera parte. Pero primero quería dejar la casa soplada. Eso le ayudaba a mantener la mente ocupada y lo alejaría de ese ridículo mensaje encontrado anoche en el recibidor.

Lo primero que Yuki hizo fue poner a lavar la ropa. Shuichi tenía la mala costumbre de desligarse de sus responsabilidades y le dejaba a Yuki esa tarea. Las peleas por quién se preocupaba de la ropa era casi diaria, pero a Yuki no le costaba nada ni le significaba mayor esfuerzo; era sólo cuestión de meter las prendas a la lavadora y pinchar un par de botones. El resto corría por cuenta de la máquina.

Cerca del mediodía, cuando Yuki estaba terminando de aspirar la sala, el teléfono fijo comenzó a sonar. Yuki no quiso prestarle atención; dejó que la contestadora recibiera el llamado. Una vez que conectó la grabadora de voz el mensaje empezó a reproducirse, pero Yuki no escuchó nada. Curioso, detuvo la aspiradora y prestó atención al teléfono. Se podía escuchar una respiración, aparentemente masculina, y un ruido exterior, como si estuviesen llamando desde la calle.

Pensando que podría tratarse de Shuichi, Yuki atendió la llamada.

—¿Cuándo aprenderás a usar el teléfono, idiota? —soltó, pero no hubo respuesta. Sólo seguía escuchándose la respiración al otro lado de la línea—. ¿Shuichi? —preguntó. Aguardó en silencio en espera de la respuesta, pero la respiración continuó.

Fastidiado por la pérdida de tiempo, Yuki colgó sin más, pensando que sólo se trataba de un ocioso. Y sólo cuando dio un paso nuevamente hacia la aspiradora recordó el mensaje de ayer y que Shuichi no solía llamarlo durante la mañana. Soliviantado, Yuki devolvió sus pasos hacia la contestadora y comprobó que el número registrado no era conocido.

Una inquietante preocupación se abrió paso en Yuki. No era común en él sentir esa clase se emociones por cosas tan nimias, pero el mensaje de ayer y el llamado telefónico no podía simplemente ignorarlos, y lo habían dejado particularmente susceptible.

Yuki decidió no pensar más en todo eso y retomó sus labores domésticos para luego comenzar a trabajar en su novela.

«Esto podría usarlo para una próxima historia», pensó, restándole importancia a la situación.

 

 

Pasada las cinco, Shuichi entró con gran estrépito al departamento. Su particular saludo resonó por la casa y Yuki no se tomó la molestia de salir de su oficina para recibirlo, mucho menos contestarle. Pero podía escuchar nítidamente sus pasos y su voz siempre rebosante de energía. Ante ello, Yuki se sintió extraña y profundamente aliviado, porque a pesar de estar la mayor parte del tiempo a gusto con la soledad, había descubierto lo acostumbrado que estaba al bullicio de Shuichi, y le incomodaba cuando pensaba demasiado en ello y se descubría así de ambientado.

No pasó demasiado para que Shuichi ingresara a la oficina.

—¿Me extrañaste? —preguntó, acercándose a Yuki para saludarlo debidamente, pero como siempre, Yuki se mostró reticente y apático—. ¿Cómo estuvo tu día? —Prefirió pasar por alto tal desplante—. El mío estuvo de locos. Como pedí esos días libres para acompañarte a Estados Unidos, K se aprovechó para explotarme con la excusa boba de reponer los días perdidos. ¿Puedes creerlo? ¡No es justo!

Yuki poco y nada escuchaba lo que Shuichi le platicaba tan entusiasmado. Su mente se encontraba divagando nuevamente en el mensaje de ayer y la llamada de la mañana. ¿Habría sido simple coincidencia el llamado, o se trataba del mismo ocioso? El hecho en sí le parecía extraño e inquietante, porque su número era privado; muy pocas personas lo tenían. Era imposible que algún fanático o algún desequilibrado mental tuvieran acceso a su número, a no ser que Shuichi hubiese sido lo suficientemente idiota para facilitárselo a algún seguidor de su música.

—¡Yuki! —chilló Shuichi. Yuki dio un leve brinco que Shuichi no advirtió—. ¿Me estás escuchando o no?

—¿Qué pasa? ¿Qué quieres?

Shuichi hizo un puchero.

—Que insensible eres, infeliz. Te estaba contando lo que me pasó en NG y tú ni me inflas.

Yuki se quitó los anteojos y masajeó sus sienes. El molesto dolor de cabeza con el que había amanecido se había intensificado drásticamente.

—Me estás molestando —soltó de pronto. Shuichi tardó en entender y sólo atinó a responder «¿qué?». Yuki giró el sillón en el que se encontraba y vio directamente a Shuichi—. Necesito estar solo.

No hizo falta volver a repetirlo; Shuichi lo entendió y no dijo más. Dio media vuelta y abandonó la habitación. El portazo que se escuchó fue suficiente para que el único cuadro pegado en la muralla retumbara.

Nuevamente silencio y Yuki dejó escapar un suspiro.

No le gustaba cuando había una voz externa importunando sus pensamientos. Pero una parte de él se sintió miserable al tratar a Shuichi de ese modo tan frío y miserable. No se habían hablado en todo el día y Shuichi siempre llegaba con una sonrisa para contentarlo. Pero Shuichi estaba acostumbrado; conocía el mal genio de Yuki cuando éste pasaba por periodos de estrés debido al trabajo o por sus habituales dolores de cabeza.

«Shuichi no tiene la culpa», reflexionó Yuki al descubrir que su reacción para con él, en esta ocasión, había sido inadecuada.

Repasó la situación durante unos minutos, y una vez que resolvió el conflicto que su mente había creado se levantó y salió de su templo. Al salir al pasillo el silencio del departamento invadió de golpe sus sentidos, y con pasos displicentes llegó a la sala, descubriendo a Shuichi tendido en el sofá. Aparentemente, dormía.

Yuki se aproximó con cautela y observó en silencio. Ver a Shuichi dormir era uno de los momentos en los que se sentía con la libertad suficiente para llegar a él sin ser acosado o arrastrado a situaciones en las que podía sentirse incómodo. Cuando Shuichi dormía, Yuki era capaz de decirle de todo, sin sentirse ridículo. Y también evitaba una hemorragia nasal innecesaria de parte de Shuichi.

Al encontrarse Shuichi en esa situación: dormido y sin las herramientas para derribar a Yuki, éste no pudo resistir la tentación de acercársele y tocar su rostro. Fue sólo un sutil roce, como si tantease el terreno para asegurarse que Shuichi no se hacía el dormido. Pero fue al momento de contemplar su rostro, que Yuki tuvo nuevamente esa sensación de inseguridad debido al mensaje encontrado ayer en el recibidor.

¿Por qué le perturbaba tanto? Yuki se lo preguntaba, desesperado por hallar la respuesta. No le gustaba sentir inseguridad. Sus instintos lo alertaban de algo peligroso, pero se negaba a aceptarlo. Quería creer que el mensaje sólo se trataba de una estupidez.

Shuichi se removió sobre el sofá y abrió sus ojos. Parpadeó un par de veces y advirtió la figura de Yuki, sobresaltándose por ello.

—Me asustaste —confesó, sentándose en el sofá mientras se tallaba los ojos. Yuki se sentó a su lado y encendió un cigarrillo.

—Esa era la idea. —Yuki mintió. Él había sido el sorprendido cuando Shuichi se despertó de pronto, temiendo haber sido descubierto en su embeleso.

—¿Y ya se te quitó el enojo? —preguntó Shuichi, estudiando la expresión de Yuki.

—No estaba enojado, sólo dije que quería estar solo.

—Ya... ¿entonces puedo besarte?

—¿Por qué pides permiso para eso?

El corazón de Shuichi se aceleró. Yuki no lo empujó ni respondió una pesadez como usualmente decía en situaciones como éstas.

Shuichi era ingenuo algunas veces, y no lograba interpretar las burlas de Yuki ni defenderse de ellas. Yuki por su parte, se especializaba en divertirse a costa de Shuichi y grabar en su memoria las diferentes expresiones que él era capaz de poner en una simple conversación.

Shuichi repasó la expresión de Yuki y su corazón dio un brinco de emoción. Yuki se había quedado completamente quieto, parecía estar esperando que Shuichi se emocionara lo suficiente para besarlo. Y cuando Shuichi se disponía a replicar, Yuki descansó su brazo derecho en el respaldo del sofá. Shuichi no tenía ninguna duda de que simplemente estaba buscando volverlo loco y sacarlo de quicio, pero de pronto olvidó toda su rabia cuando la camisa se Yuki quedó entreabierta, dejando ver su pálida garganta y su ancho pecho.

—Porque no quiero morir tan joven —confesó al fin—. Tú a veces eres un demonio y serías capaz de arrojarme por la ventana si te hago algo que no... —Las protestas de Shuichi fueron interrumpidas cuando Yuki lo pescó del cuello y lo acercó a su cuerpo.

—¿Por qué simplemente no me besas y dejas de decir tantas estupideces? Te encanta arruinar los momentos perfectos.

—Yo no...

En ese momento sus miradas se encontraron y sus labios se juntaron. Fue un beso intenso, reponiendo así el tiempo perdido por el trabajo de Shuichi que le impedía quedarse en casa. Shuichi no tuvo la intención de moderarse y, con una ansiedad evidente, se montó sobre las piernas de Yuki y empezó a desabotonarle la camisa, sin apartarse de sus labios.

Las manos de Yuki viajaron por el cuerpo de Shuichi con pericia. Su palma derecha se acomodó en el cuello de Shuichi, mientras sus dedos jugueteaban con los cabellos; la izquierda en tanto, quiso recorrer la espalda estremecida y curva de Shuichi, adentrándose bajo la tela de la playera. Yuki necesitaba del cuerpo de Shuichi; demandaba su calor. Gran parte del día lo había extrañado y ahora que lo tenía en casa no lo quería dejar ir. Era la forma en la que liberaba todas sus presiones y despejaba pensamientos, sintiéndose liberado y a salvo.

Las manos de Shuichi arremetieron de golpe contra el pantalón de Yuki. Él también lo necesitaba. Las horas intensas en la cama anoche no habían sido suficientes. Además, cuando tenía tan cerca a Yuki, simplemente no podía contenerse. Su cuerpo sucumbía.

La temperatura en los dos estaba subiendo rápidamente, pero el sonido repentino del teléfono tendió a desconcentrar a Yuki, quien en ese momento se dejaba besar en el cuello y acariciar la entrepierna por sobre la tela del pantalón.

La contestadora desvió el llamado y se reprodujo el mensaje tras el pitido del aparato. Nuevamente hubo silencio y sólo una respiración se escuchó. Yuki se alteró por ello y detuvo las atenciones de Shuichi, sujetándolo de los brazos.

Shuichi, confundido, vio la expresión de Yuki.

—¿Qué pasa?

La llamada finalizó y Yuki empujó a Shuichi lejos de sí.

—Tengo trabajo que hacer.

Se levantó y se dirigió a su oficina. Shuichi quedó con todo el calor en el cuerpo y sólo murmuró un ausente y decepcionado «está bien».

A veces, Yuki era demasiado frío. Shuichi pensó en lo mucho que habían progresado en Nueva York, tras el viaje que realizado para el aniversario de la muerte de Kitazawa, pero estas reacciones en Yuki lo arruinaban todo. Shuichi se sentía a veces frustrado y hasta decepcionado, pero así había aceptado a Yuki; no podía exigirle: lo amaba de todos modos. Sin embargo, no podía perdonarlo por haberlo dejado todo excitado.

—Ya verás en la noche, Yuki —soltó Shuichi, empuñando sus manos hacia arriba, haciendo una promesa.

Pensó de pronto en lo que Yuki le había confesado en Nueva York, y una opresión se abrió paso a través de su pecho.

«Tal vez Yuki aún está agobiado por todo eso», fue lo que sacó como conclusión al recordar todo lo que escuchó de los labios de Yuki cuando estuvieron en el departamento donde Kitazawa perdió la vida.

Con ese sentimiento, Shuichi se levantó del sofá, arregló sus ropas y fue al baño para refrescarse y buscar luego algo en la cocina para cenar. Suponía que Yuki no había dejado más que las sobras del almuerzo. Pero como lo conocía como la palma de su mano y, viendo el estado en el que se encontraba, tal almuerzo de seguro no existía.

—Otra vez a cenar sopa instantánea —suspiró camino al baño.

Al pasar por la puerta del despacho de Yuki, Shuichi se detuvo un momento y vio la lisa superficie de la madera. Suspiró profundamente, pensando en lo que Yuki podría estar sintiendo en estos momentos. Y con esa sensación, siguió caminando.

 

 

Pasada la media noche, Yuki salió de su oficina. Había logrado terminar satisfactoriamente el borrador de un nuevo capítulo de la novela en la que estaba trabajando. Mañana podría entregárselo a Mizuki para checar posibles errores y así tener un día de descanso.

Intentando contener un bostezo, caminó por el pasillo con aletargados pasos hacia la cocina para dejar su tazón de café en el fregadero. Todo estaba en silencio; Yuki supuso que Shuichi estaba durmiendo desde hacía rato. Sólo la luz de la sala estaba encendida.

Una vez que dejó el tazón en el fregadero, Yuki fue a apagar la luz de la sala, pero un sobre tirado en el recibidor disparó su inquietud. Lo recogió con recelo y fastidio.

Nuevamente un sobre blanco; nuevamente su nombre escrito del mismo modo que en el anterior. Todo era igual, y una sensación poderosa erizó la piel de Yuki, escociéndole el cuerpo. Sin embargo, lejos de asustarlo, le molestaba. No necesitaba más incordia en su vida. Y el tener un lunático sin vida propia fastidiándolo era el colmo.

Abrió de mala gana el sobre y leyó su contenido; nuevamente la carta estaba escrita con recortes de periódicos y revistas. Sin embargo, el mensaje ahora era aún más perturbador que el anterior.

«Fue muy grato escuchar tu voz después de tanto tiempo, pero me molestó oír de tus labios su nombre. Lamentarás ese gran error. Prepárate; te dolerá.»

Esta vez fue claro y directo. No había error alguno que alguien quería atentar contra la vida de Shuichi. Yuki fue invadido por el miedo. Arrugó la cara y el sobre entre sus manos con gran fuerza y apretó los labios. ¿Quién estaba haciendo todo esto? Ahora no podía simplemente ignorar las cartas y creer que el responsable era un ocioso; el llamado, y ahora el nuevo mensaje, eran espeluznantes.

Caminando hacia el sofá por inercia, Yuki empezó a repasar viejos tiempos, en los que su «vida social» se reducía a encuentros casuales con personajes en bares exclusivos, fiestas por premiaciones literarias y recepciones que la editorial realizaba, entre otras tantas actividades que se resumían simplemente para conocer a alguien y pasarla bien una o dos noches, dependiendo de cuán buena en la cama fuera la persona. Pero de todas las que se le venían a la mente, sin siquiera recordarles el nombre, ninguna parecía encajar con el patrón que definía a un desequilibrado acosador.

«No hay que juzgar por las apariencias», fue lo que la consciencia de Yuki recitó en su cabeza al pensar en la posibilidad de culpar a sus ex compañeros de cama. Pero cualquiera podría resultar un loco en potencia, y como Yuki jamás daba el pase a «algo más que un buen polvo», esas posibilidades aumentaban considerablemente, debido al arrastre que él tenía con los de su sexo opuesto, así como también con los hombres. Sin embargo, no podía hacerse la idea que algún fanático de sus novelas —ya que la mayoría eran amas de casa y jovencitas— pudiera tener tal odio contra Shuichi para amenazarlo de muerte.

Sin bien ellos como pareja eran aceptados, al menos por sus fans, existían, de igual modo, prejuiciosos que los apuntaban con el dedo y se oponían a la exhibición descarada de su romance como un acontecimiento importante y digno de celebrar.

Yuki encendió con cierto nerviosismo un cigarrillo; y no sería el último de la noche.

Sentado en el sofá, dejó que su mente trabajara hasta el amanecer.

 

 

Cuando Shuichi se levantó y fue a la sala para correr las cortinas y dejar entrar la luz de la mañana, se sorprendió al ver a Yuki sentado en el sofá. A su lado, un cenicero repleto de colillas despedía un tóxico y viciado hedor. Eso le dio un claro atisbo a Shuichi que Yuki no había dormido anoche.

—¿Yuki? —musitó, acercándosele. Se plantó frente a él y vio su rostro pálido. Un rictus fatigoso adornaba las facciones de Yuki. Bajo sus ojos, unas prominentes ojeras le daban el toque de trasnoche perfecta—. ¿Yuki, no fuiste a dormir anoche? ¿Qué sucedió?

Yuki parecía estar durmiendo, pero lo cierto era que sólo dormitaba. Lo había conseguido hacía media hora, cuando se le terminaron los cigarrillos y no tuvo más para fumar.

—¡Yuki! —insistió Shuichi, preocupado al verlo en ese deplorable estado. Intentó zamarrearlo para despertarlo—. ¡Respóndeme!

Como si hubiese salido de un trance profundo, Yuki abrió los ojos y vio los de Shuichi llenos de preocupación. Una vez más predominaría su instinto y actuaría como mejor sabía hacerlo: esquivo y reticente.

—¿Qué pasa? ¿Por qué gritas desde tan temprano? —soltó, poniéndose de pie. En toda la noche no se había movido del sofá; ya tenía el cuerpo acalambrado. Pero no lo había notado sino hasta ahora.

—Me preocupas. ¿No fuiste a dormir a la cama?

—Ya ves que no —respondió mientras tomaba el cenicero del sofá y recogía un par de colillas derramadas sobre el mueble y el suelo.

—Pero... ¿por qué? ¿Tienes algún problema? Puedes contarme. —Shuichi quería ser de apoyo para Yuki; sentía que podía serlo después de lo que habían vivido en Nueva York, pero Yuki parecía empecinado en negarse a ser ayudado.

—No me pasa nada. Sólo me quedé viendo una película hasta tarde y no me di cuenta de la hora. —No se sentía capaz de decirle a Shuichi lo que realmente le inquietaba. Shuichi era demasiado impresionable y podría perturbarse demasiado al enterarse de la verdad. Y Yuki consideraba que no valía el riesgo, ya que los mensajes podrían tratarse simplemente de una mala broma. Al menos quería creer en ello.

En la cocina, Yuki se deshizo de las colillas de cigarro y puso la cafetera para desayunar. Necesitaba espabilarse para seguir pensando con mayor lucidez, aunque anoche se había encargado de agotar hasta la última neurona y éstas ahora rogaban por un merecido descanso.

Shuichi no le quitaba los ojos de encima a Yuki. Le preocupaba demasiado pero no quería presionarlo; no valía la pena el riesgo de despertar su mal genio al acosarlo tan persistentemente.

—Oye, Yuki... —musitó con aplomo—. Hoy me viene a buscar K. Llegaré un poco tarde porque estaremos filmando unas escenas en Shizuoka para un nuevo video clip.

Yuki parecía no prestar atención. Shuichi así lo sintió.

En silencio ambos se sirvieron el desayuno, pero fue Shuichi quien comió lo más rápido que pudo, sin apartar la mirada de Yuki, quien bebía café apoyado en el mesón de la cocina, junto al horno. El ambiente era tenso, pero a Shuichi le preocupaba el estado emocional de Yuki más que un desayuno silencioso.

Una vez que terminó se levantó y se arrimó al fregadero con su bol de cereal vacío. Eso le dio la oportunidad de acercarse a Yuki y robarle un poco de su atención.

—Te amo —dijo de pronto, sacando a Yuki de sus pensamientos. Lo había conseguido.

—Lo sé —fue la parca respuesta que recibió.

Shuichi no se sintió herido; estaba acostumbrado a esa clase respuestas a sus «te amo». El celular le vibró en el bolsillo y supo que era K.

—Ya debo irme —dijo. Dejó los trastos remojándose en el fregadero y salió corriendo para ir por sus cosas.

Yuki, en ese momento, pensó en la posibilidad de que hubiese un nuevo mensaje en el recibidor, y la idea de que Shuichi pudiese verlo le aterró. Rápidamente fue hasta la puerta y buscó algún sobre blanco. Al no encontrar ninguno, la opresión y la zozobra abandonaron súbitamente su pecho.

Shuichi salió del pasillo acomodándose la chaqueta. Al ver a Yuki en el recibidor lo sintió como un buen augurio. La posibilidad de despedirse de él debidamente lo abordó.

—Prometo llegar a buena hora para cenar juntos.

Yuki no atendió las palabras de Shuichi. Estaba todavía pensando en los dos sobres y las dos llamadas. Si seguía así, se volvería loco.

Repentinamente sus labios fueron invadidos por los de Shuichi; éste, al ver volando bajo a Yuki, aprovechó la oportunidad para besarlo y así traerlo a la realidad. Sus miradas se encontraron y Shuichi se atrevió a sonreírle.

—En la noche, cuando tengas la cabeza más fría, tú y yo vamos a tener una conversación seria.

—¿Se puede tener algo serio contigo?

La sonrisa de Shuichi se borró y dio paso a una expresión que Yuki interpretó como algo malo. Cuando Shuichi se ponía serio perdía su encanto natural, pero daba paso a algo mucho más interesante e incluso perturbador, que Yuki no sabía cómo interpretar.

Shuichi abrió la puerta y salió al pasillo. Se volvió a Yuki y dijo:

—¿Sabrás ser paciente?

—Sólo vete —respondió Yuki.

Shuichi sonrió al interpretar la respuesta de Yuki como un «claro que te esperaré». La manera en la que tenían para comunicarse se prestaba para este tipo de situaciones sin llegar a un punto incontrolable. Éste era el modo en la que ellos manejaban su relación.

Cuando Yuki quedó a solas, intentó desconectarse de los mensajes y las llamadas. Sólo era cuestión de voluntad y evocar su mente en su trabajo o en cualquier otra cosa que le permitiera olvidar y relajarse. De no hacerlo, sólo terminaría por enfermarse innecesariamente.

 

 

Poco después de las siete Shuichi llegó. Un «¡Ya llegué y muero de hambre!» fue su saludo mientras ingresaba en el departamento, dejando caer su bolso al suelo. Se quitó los tenis y los arrojó a un costado del recibidor. Estaba concentrado en ello hasta que advirtió un sobre blanco en el suelo.

—¿Y esto? —dijo. Lo tomó, reconociendo el nombre de Yuki en el sobre.

Se levantó y fue directo al despacho de Yuki, suponiendo que éste se encontraría allí trabajando duro para terminar su novela. Y no se equivocó. Tocó dos veces la puerta e ingresó a la habitación. Yuki tecleaba concentrado en su laptop; parecía que la inspiración estaba en su punto máximo, por lo que Shuichi dudó un momento en hablar e interrumpir.

—La cena está en cocción —soltó Yuki sin apartar la vista de su laptop. Le era imposible no darse cuenta de la presencia de Shuichi en su santuario, si hacía segundos atrás había escuchado su «grito» de llegada.

—Oye... —vaciló Shuichi mientras se le acercaba—. Encontré esto en el recibidor; es para ti.

Yuki volvió su rostro y sus ojos se encontraron con un nuevo sobre blanco. Y al verlo en las manos de Shuichi algo dentro de él se desató. Miedo; ira tal vez, no lo supo con precisión. Pero sólo fue consciente de cuando le arrebató el sobre de las manos a Shuichi y lo arrugó con fuerza, negándose a creer en su existencia y en que Shuichi lo había encontrado. Incluso temió, por un segundo, en la posibilidad de que Shuichi lo había leído.

La reacción de Yuki, y lo que hizo con el sobre no pasó por alto para Shuichi. De inmediato se atrevió a preguntar:

—¿Qué ocurre?

—Nada. Sólo vete. ¡Vete!

A Shuichi no le gustó la respuesta de Yuki, mucho menos su reacción. Le mosqueaba esa actitud tan bipolar con la que a veces explotaba.

—¡Hey! —Alzó la voz. Había tenido un día muy pesado como para más encima soportar el mal talante de Yuki. —Si te pasa algo sólo dímelo, ¿vale? No tienes por qué echarme como si fuera un perro. ¡Merezco respeto, carajo!

Yuki no se sorprendió de la reacción de Shuichi. No era primera vez que respondía de ese modo cuando le trataba mal. Shuichi había aprendido a pulso a luchar por su lugar en la casa y en la relación. Y eso Yuki lo admiraba. No podía contra eso, sin embargo, ahora la situación era completamente diferente.

Intentó templar el ambiente, pero Shuichi parecía poco cooperador: tenía los labios tensos y las manos empuñadas. Un ceño entornaba sus cejas crispadas. Yuki apostaba que Shuichi estaba dispuesto a morder de ser necesario.

—Tuve un día muy pesado —logró articular tras un momento de vacilación—. Ambos al parecer lo hemos tenido. Deberíamos calmarnos y cortar cada uno por su lado al menos esta noche. Yo cenaré aquí y tú donde te plazca. Si seguimos hablándonos terminaremos por mordernos, ¿de acuerdo?

Lejos de servir, la propuesta fue para peor. Shuichi parecía impresionado, pero rápidamente pasó al enojo.

—Es de tu amante, ¿no?

—¡¿Ah?!

Shuichi había llegado a un límite completamente anormal. Cuando se enfurecía perdía el norte y toda racionalidad, por lo que soltaba la primera idiotez que se le venía a la cabeza cuando ésta se le calentaba.

—Ese sobre es de tu amante —repitió—. Tienes a otro y por eso te espantaste al verme con eso en las manos. ¡Admítelo!

—No seas imbécil —masculló Yuki. Se estaba mosqueando por la desconfianza de Shuichi. Detestaba esa falta de confianza cuando la ira los dominaba. Eso revelaba que la relación no era tan sólida como pensaba; y le dolía.

—¿Entonces por qué te perturbaste cuando te mostré ese sobre? ¿Qué tiene adentro que te inquieta tanto?

—Basta. Deja de decir tanta mierda y déjame tranquilo. —Yuki, bajo presión, no funcionaba. Siempre terminaba por empeorar las cosas en vez de mejorarlas. Simplemente no tenía el tacto ni la habilidad para ello. Y Shuichi no le ayudaba.

—Ah, entonces estás admitiendo que tienes a otro.

—No estoy admitiendo nada, joder. ¿Qué no ves que quiero estar solo?

—¿Para leer tranquilamente tu carta? —Shuichi vio el papel arrugado en la mano de Yuki. Parecía descuidado, por lo que su reacción más rápida le hizo estirar la mano y arrebatárselo. Yuki ni cuenta se dio cuando Shuichi se lo quitó y comenzó a abrirlo. El pánico lo invadió.

—¡Devuélvemelo, imbécil! —gritó, pero Shuichi fue lo suficientemente rápido para esquivarlo sin mucho esfuerzo. Era demasiado escurridizo.

Con espanto, Yuki vio cómo Shuichi abría el sobre y extraía la carta. Y no perdió detalle de la fase por la que pasó la expresión de Shuichi. Primero fue ira, luego recelo... confusión, terminando finalmente en una de horror que apretó el corazón de Yuki.

Los ojos de Shuichi se empañaron y sólo atinó a dejar caer el sobre al suelo, como si de pronto éste le hubiese quemado las manos. Alzó el rostro y se encontró con la mirada preocupada de Yuki.

—¿Qué es eso? —dijo asustado. Yuki no supo qué decir—. Yu... —Vaciló al sentir que se le quebraba la voz, mientras apuntaba la carta tirada en el suelo—. Yuki... ¿de qué se trata eso?

Yuki no necesitó pensar demasiado para saber lo que aquel papel tenía en su interior. Pero la curiosidad por saber qué había leído Shuichi fue más poderosa, por lo que se inclinó y recogió la carta. Leyó su contenido y entendió por qué Shuichi reaccionó tan mal.

«Los días de Shindou Shuichi están contados. No olvides que lo perderás para que sepas lo que he sentido por tu culpa. Te recomiendo que le digas y esté preparado para su muerte. Será todo un espectáculo.»

 

...Continuará…

 


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