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"Humildes Narcisistas” por themizachan

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Humildes narcisistas

 

2

 

Buscando el cielo encontrarás al demonio

 

 

El sol escudriñaba la casa con sus rayos curiosos colándose por las ventanas y su brisa tibia husmeando por los rincones de las habitaciones. La calidez de un nuevo día se deslizaba suave y sigilosa, sin embargo, al saludar el cuarto más grande del segundo piso un susurro de tormenta le impidió concretar su visita, a pesar de esto, el placido sueño no parecía turbarse y la tranquilidad y comodidad que invadían a Milo lo inhabilitaban a despabilarse aunque estuviera en una cama ajena y, por ende, territorio hostil. Deseaba permanecer más que sólo un rato disfrutando del bienestar que sentía, pero la energía negativa que envolvía el lugar a medida que los segundos transcurrían lo obligó a abrir los ojos.

 –Vete. – apremió una voz familiar desde alguna parte.

 Camus con el semblante serio e iracundo permanecía sentado en un sillón junto a la puerta de la habitación.

 – ¿Ya es de día? ¿Qué hora es? – Inquirió con pereza buscando un reloj – ¿Por qué de tan malhumor, Camus? – preguntó arreglándose con las manos el alboroto en su cabello.

Se incorporó con desgano y echo un vistazo al reloj sobre la mesa de luz.

La única respuesta que recibió fue una orden: “Largo”. No obstante, a Milo parecía importarle poco y nada el humor de su compañero aun si se esforzaba por poner un tono serio y monocorde.

– No. – contestó en un suspiro luego de comprobar la hora y recordar la fecha – Hoy es sábado. Ni pienses que me levantare temprano. – Hablo mientras acomodaba las almohadas para volver a acostarse. – Deberías regresar a la cama… – propuso palpando un lugar a su lado.

  Camus se levantó y se dirigió hasta  Milo.

–Eso es.

Convino el rubio levantando las sabanas, pero Camus no hizo ni el menor ademán de tener intención de aceptar su invitación.

–Primero y principal: ¡Lárgate de mi habitación! – dijo agarrando las sabanas y tirando de ellas con fuerza. – Segundo: ¿Por qué demonios te metiste en mi cama? Tercero:…

Milo lo interrumpió con un enorme bostezo que estaba a punto de provocarle un pico de presión con lo irritado que se sentía.

–Ay, tranquilo. Verás… con todas mis cosas y tus cosas en la biblioteca no quedó espacio para mi cama y ¿alguna vez has intentado dormir en un sillón? No te lo recomiendo… Aunque… ¿no pensaste en comprar uno de esos sofás-camas…?

Si aquella actitud despreocupada le había resultado divertida en algún momento ahora sólo generaban deseos asesinos de ver rodar cabezas.

– ¡¿Quién mie…?!

– ¡Camus! – Reprochó. – Los niños no deben decir malas palabras.

Nuevamente se incorporó acercándose a Camus, quien permanecía al lado de la cama.

 – En especial, niños tan lindos como tú… – musitó galante al tiempo que le agarraba la mejilla y la acariciaba dulcemente con el pulgar.

Por un instante, la sorpresa le impidió moverse. A pesar de que Camus nunca esperaba algo muy inteligente de él, odiaba estos momentos de sagacidad donde se volvía consiente de lo mucho que lo odiaba. Aborrecía la simpleza del mundo para con Milo. Según Camus, su inquilino siempre parecía tener la suerte de su lado y como privilegio podía adoptar aquella actitud despreocupada que arruinaba su estado de ánimo cada vez que se lo cruzaba. Mientras Milo podía transmitir poesía con una mirada, Camus no llegaba ni a hacer audibles sus gritos.

El dolor y soledad que había conseguido tras tener tantos pensamientos y sentimientos sobre una persona continuaban sin abandonarlo. Y a pesar de que no se trataban de las mismas emociones ni de las mismas reflexiones y mucho menos de la misma persona,   su pena se traducía en odio hacia cualquier cosa que se le pareciera o amenazara con derrumbarlo una vez más.

 – La adolescencia está haciendo estragos contigo. – Se burló Milo al notar a Camus tan ensimismado en sus cavilaciones.

   – Sólo vete de aquí. – exclamó alejándose con brusquedad.

   – ¿Qué es lo que tanto te molesta? – inquirió.

 Abandonó el lecho en silencio y vaciló ante el casero. Camus retrocedía frente a la proximidad del rubio, pues era consciente de que Milo siempre lograba atraparlo antes de que él lo notara.

– ¿Qué estás…? – su voz se ahogó en cuanto su espalda toco la puerta.

Milo lo había acorralado con cada brazo recargado contra los costados de su cabeza.

– Camus… – susurró acortando la distancia de sus rostros – tú…  – cuando sus labios se encontraron a una peligrosa distancia Milo se deslizo hasta su oreja donde finalmente musitó  –…  tu sonrisa me gusta, deberías usarla más seguido.

Sensaciones desconocidas apuñalaron el interior del inexperto escritor  mientras una ola cálida lo invadía de pies a cabeza. Se sentía tan abochornado y tan acalorado que creía que iba a empezar a hiperventilar.

Milo sé alejo para ver el rostro  de Camus y lo siguiente que hizo fue reír.

– ¿Te sonrojaste? – se burló entre carcajadas ante las mejillas carmesí del aludido.

Camus no podía concebir la razón de su sonrojo, por lo que pretendió actuar como si nada hubiera ocurrido, como si su cara no tuviera el mismo color que el de su cabello.

–No hagas que te lo recuerde. – advirtió al tiempo que ocultaba con su mano el rubor. – Encuentra un lugar y márchate. – rebatió  antes de salir, o mejor dicho, escapar del cuarto.

Milo se quedó de pie a solas en la habitación consiente de la extraña sensación que lo embargaba desde hacía algún tiempo. Aquella congoja melancólica oprimía en su pecho sin dar brazo a torcer.

– ¿Realmente es lo que quieres? – Suspiró. – Como si pudiera hacerte caso… –  farfulló sonriendo sin gracia.

 

Más tarde, mientras el prematuro encargado se disponía a recibir al nuevo integrante de la casa, los inquilinos todavía no se enteraban de lo ocurrido ayer ni de la  decisión tomada  con respecto a Milo.

– ¡¿Sha-chan?!  –  Aioria exclamó frente a la habitación del arrendatario hindú.–  ¡¿Shaka?! –  receló.

Esperó unos minutos antes de intentar abrir la puerta, pero esta se encontraba con cerrojo por lo que Aioria continuo: – ¡Sha-chan! ¿Qué clase de juego es este? ¿Las escondidas? Sé que estás ahí.

Ciertamente Aioria no se equivocaba, Shaka se encontraba en su cuarto pretendiendo que nadie más que él y la tranquila naturaleza existían.  Detestaba ser molestado y, además, no simpatizaba con compañías y mucho menos con la de personas como Aioria que, según él, eran un desperdicio.

 – Si no sales de ahí pronto,  creeré que te ocurrió algo malo.

Shaka escuchaba como su compañero de casa canturreaba al otro lado de la puerta, no obstante, una prolongada pausa por parte de Aioria le hizo desconfiar del acto siguiente.

 –Voy a entrar… por la fuerza. – Determinó el hermano menor de Aiorios.

Un escalofrió recorrió la columna de Shaka motivado por un mal presentimiento y se dispuso a abrir la puerta rápidamente para que esta no fuera derribada: – O puede ser que desee estar solo. –  Su saludo de pocos amigos no tuvieron el efecto que deseaba.

Aioria apenas vio su cara congratuló sobre lo hermoso del día. Hablaba como si no fuera consciente de lo que había estado a punto de hacer.

– Ya sabes lo que dicen de estar solo: “La soledad no es buena compañera ni mucho menos buena consejera”. Además, pensé que podrías estar aburrido… – sonrió a pesar de saber cuál era la vida que agradaba a Shaka.

El hindú lo observó con asco en los ojos a la espera de que Aioria se fuera.

– ¿Puedo entrar?

–No.

–Escuche, por allí, que el rumor del nuevo inquilino es cierto… – enarcó una ceja con picardía – ¿Vamos a ver?

–Ve tu primero. Yo te alcanzare más tarde.

–No caeré  por séptima vez en ese engaño. ¡Vamos! – pidió con un puchero la última parte.

– ¿Por qué te empeñas tanto en venir aquí todos los días y molestarme? – inquirió con una nota de cansancio.

–Porque me gustas.

La sinceridad de Aioria era una de las cosas que más molestaba a Shaka. Aioria parecía  nunca contener sus sentimientos para sí mismo ni siquiera cuando se conocieron por primera vez.

 Aiorios y su hermano menor fueron de los primeros integrantes en aquella pensión. En ese tiempo sólo estaban Camus, Milo, Kanon y su hermano gemelo. El lugar era poco conocido y difícilmente llegaban nuevos inquilinos, pero una noche lluviosa de invierno forzó al joven hindú a resguardarse del aguacero en aquella casa. El lugar se había quedado sin suministro eléctrico debido a la tormenta y cada quien se refugiaba en sus respectivas habitaciones con la intensión de alejar el frio propio de la temporada. Shaka permaneció en la entrada esperando a que alguien lo atendiera hasta que, de repente, un rayo partió el cielo iluminando la noche al tiempo que se abría la puerta principal. Era Aioria. Por un instante, se quedó contemplando la figura de Shaka empapada por la lluvia con el cabello rubio chorreando agua y los labios temblorosos por el frio. “ – Parece que el verano se adelantó.” Había dicho en ese entonces con los ojos deslumbrados por quién sabe qué mientras lo invitaba a pasar.  Para Shaka la frase no tuvo sentido, sin embargo, ese sentimiento resplandeciente todavía lo reconocía, pues, incluso luego de tanto tiempo, permanecía intacta en la mirada de Aioria.

 La aparición de Milo, en el pasillo de la planta alta, interrumpió la conversación de ambos.

– ¿Milo? ¿Por qué sigues aquí? ¿Haciendo la mudanza? – preguntó de forma casual Aioria.

–Al menos podrías fingir  tristeza… – señaló Milo con decepción.

El muchacho se acercó a su amigo y le preguntó por lo bajo:

– ¿Qué hacías en la habitación de Camus?  – Entonces, una epifanía cruzó por su conciencia. – ¡Sha-chan! – Exclamó alejándose de Milo. – ¿Puedes creerlo? Milo se ha convertido en el esclavo sexual del casero para poder quedarse. ¡Sha-chan! Debemos ayuda…

Acto seguido y sin dejar terminar de hablar, Shaka se metió rápidamente en su habitación y cerró la puerta en la cara del muchacho.

 – ¿Huh? ¿Sha-chan?

De pronto, escucharon un par de voces y un  grupo de pasos subir por la escalera.

Camus era seguido por otros dos jóvenes hasta la ex-habitación de Milo que se ubicaba al comienzo del pasillo.

– Esta será…

¡“Enemigo-kun”! – llamó Aioria a Ikki.

Camus hizo una breve presentación de Aioria y Milo para Ikki y su hermano menor Shun.

– Un gusto conocerlos. – Habló ikki.

– Hola. – saludó tímidamente el hermano menor.

  – Un momento... – dijo Aioria – eres… ¡Shun! – vociferó con una sonrisa.

 – ¿Se conocen? – preguntó Milo.

Aioria asintió y explicó que Shun pertenecía al grupo de alumnos que asistía al centro deportivo donde él trabajaba.

– Iré a decirle a la gente de la mudanza que suban sus cosas hasta aquí. Regresaré enseguida. – se disculpó Camus antes de volver escaleras abajo.

El silencio no duró mucho frente a la emoción de Aioria por conocer a los nuevos.

– Conoces a Camus  ¿verdad? No es por nada, es que pareces de su edad. –  dijo dirigiéndose a Ikki.

– A decir verdad, somos compañeros de instituto. – explicó.

– ¿Compañeros? – Río Milo. – Quién diría que  era capaz de hacer amigos. Incluso cuando vive faltando a clases. – agregó con sarcasmo.

–Bueno… no somos cercanos ni nada que se le parezca. – Pronunció con extrañeza – Un amigo de nuestro tutor consiguió que nos quedáramos aquí… Pero creo que es muy amable de su parte hacer todo esto sobre todo hoy…

  – ¿Un amigo? – murmuró pensativo Milo sopesando las palabras de Ikki.

   – ¿Qué?

  – Bueno, eso no importa ahora. – Convino Aioria – Creo que es hora de ponerse cómodos… – propuso señalando a los encargados de la mudanza subir por la escalera.

   – Oh, es cierto… – comentó Milo al notarlos – ¿quieren que…?

  – Perdón. – se disculpó Aioria tomando por el brazo a su amigo para detenerle. – nosotros tenemos algo que hacer. Los veremos más tarde.

– ¿Qué tienes en mente? – inquirió Milo mientras se dejaba arrastrar por Aioria.

– Te lo diré más tarde. – susurró por lo bajo – Por ahora, encuentra a Dita y yo reuniré a los demás. Nos veremos en la habitación de Shaka.

Momentos después, todos se encontraban en la habitación acordada. Nadie se había negado, ya que estaban en fin de semana y más de uno se encontraba curioso por saber las nuevas noticias. Las mismas fueron actualizadas por Aioria que las tenía a la orden del día y con lujo de detalles. Uno que otro miembro de la reunión corroboró la historia echando un vistazo al pasillo dónde se llevaba a cabo la mudanza.

Sin embargo, la gran mayoría no lograba comprender el motivo de la reunión al tiempo que otros creían que se trataba de una despedida para Milo, pues Aioria omitió los detalles de la presencia de aquel inquilino sin cuarto propio.

– ¡No es mi despedida! – replicó Milo por cuarta vez.

– Te vamos a extrañar. –  lo molestó Kanon posando una mano comprensiva en su hombro.

– Les daré una pista. – habló Dita con aires de importancia – El joven Aioria me eligió a mí como ejecutor de su idea. – rio petulante.

– ¿“Ejecutor”? Te sienta mejor el término “ejecutado”. Ese se parece más a ti. – reconoció Angelo con fingida condescendencia.

Un golpe seco contra el piso desvío la atención de los presentes.

–A mí no me interesa nada de lo que están hablando más que el hecho de por qué irrumpieron en mi habitación de nuevo. A pesar de haberles advertido que no lo hicieran otra vez… – la paciencia de Shaka estaba en su límite.

– Verás, Sha-chan. – Confesó Aioria  acercándose al rubio –  Tengo  un plan. – admitió feliz como si esperara un cumplido por parte de este.

– ¿Si? Pues a mí también se me ocurrió un plan. Por ejemplo: matarte mientras duermes. – compartió.

– Sha-chan, no hables de aprovecharte de mi cuerpo dormido frente a todos o harás que me sonroje. – musitó con fingida vergüenza mientras un aura oscura y espeluznante emanaba del cuerpo de Shaka.

– Dado el caso de que Aioria no pretende vivir por mucho tiempo...iré al grano – anunció Dita tomando control de la situación.

– ¿Quién nombró vocero a la Barbie? – inquirió Angelo con aprensión.

– Para tu información, esta gente acudió a mí principalmente. – pronunció con solemnidad.

– Entonces... ¿qué hacemos nosotros aquí? –  interrogo Mü cerca de la salida

– Bueno... porque aquí no existen los papeles secundarios sólo los papeles pequeños.

– Así no es la frase… – corrigió Milo.

– No interesa. – Rebatió sin darle importancia – El punto es que todos tenemos que cooperar con esta idea.

– ¿Por qué?– interrogó Shura con su habitual antipatía.

– Porque… que mejor forma de sacarle provecho a nuestras buenas imágenes y cantidad de tiempo libre que usándolos en una buena obra para reforzar nuestros lazos fraternales...

La reunión miró a Dita con la mandíbula desencajada y guardaron silencio a la espera de que este diera una razón más convincente.

— Es una fiesta de bienvenida y fiesta es igual a mucho "alcohol".

– Ah... 

No discutieron sobre este razonamiento pero si hubo una que otra protesta debido a todas las molestias que había que tomarse para organizar la supuesta fiesta, no obstante, todos terminaron por cooperar con el plan. 

Como una suerte de venganza, Dita le otorgó una de las tareas más importantes a Ángelo, la cual consistía en mantener lejos de la casa a Ikki, Shun y Camus. Este último había sido arrastrado sin tener conocimiento del trasfondo y con la única razón de ser compañero de instituto de los nuevos.

– Bien, niños... Emm… y... ¿qué quieren hacer? –  dijo Ángelo.

Intentaba elegir sus palabras de acuerdo a lo que le había dicho Dita antes de salir: "Haz que los disfruten. No te dejes guiar por tu sentido de diversión".

Ángelo aunque aceptó de muy mala gana la tarea de niñero se negaba a dejar que Dita lo llamara torpe e inepto a sus anchas.

– Mmm...–  dudó Shun.

– No es que me moleste, pero... ¿por qué esto tan de repente? – sospechó Ikki confundido por la situación.

Ángelo se limitó a responder lo sugerido por su rival Dita: — "Queríamos demostrarles lo feliz que nos sentimos por tenerlos con nosotros…". Luego de escupir tales palabras se prometió matar a Dita cuando todo terminará.

– No me interesa lo que ustedes pretendan. – replicó Camus tan normal como si hablara del clima. – Me voy a casa...

Sin embargo, la sombra de alguien familiar lo detuvo en seco. Como Dita no se fiaba de la idoneidad de Ángelo para lidiar con tal orden le había pedido ayuda a Saga, ya que conocía bien el efecto de este sobre Camus, quien era el menos cooperativo.

– Saga. — Dijo Ángelo al percatarse de su llegada mientras que una oleada de alivio lo invadía.

– Hola, chicos. ¿Creen que podría unírmeles? —hizo una pausa y se dirigió exclusivamente al joven pelirrojo. Lo tomó por los hombros y le preguntó: – ¿Te gustaría pasar tiempo conmigo, Camus? 

Tanto Ángelo como Ikki y Shun tuvieron la necesidad de desviar su atención ante lo íntimo que resultaba la escena.

– Yo... – titubeó nervioso afectado por el contacto de aquellas manos sobre su  cuerpo. – creo... que… podría... hacerlo... si...

– ¡Así se habla!– interrumpió Ángelo torpemente alborotando los cabellos Camus.

– No tengo  nada en contra de Saga, pero... ¿Qué haces tú aquí? –  receló con malicia.

Ángelo tuvo que recordarse repetidamente las instrucciones de Dita para no contestar vulgarmente a la osadía de Camus.

– Porque ninguna insignificante tarea como cuidar revoltosos me hará quedar como un bueno para nada. – masculló de forma que sólo el casero pudiera oírlo al tiempo que en su cabeza anticipaba las burlas por parte de Dita si llegaba a fallar.

– ¿Quieren ir por algo de tomar? – comenzó Saga buscando alguna forma de entretenerlos para pasar el tiempo.

– Por mi estaría bien. – comentó Shun con timidez.

– No tenemos cinco años.  – Replicó Camus – Preferiría ir a una biblioteca.

"Haz que lo disfruten" repercutió la frase en la cabeza de Ángelo.

– Bien, entonces iremos a la heladería. –   anunció tratando de animar en contra de su voluntad.

– Dita no se equivoca contigo… – murmuró adrede el pelirrojo. – Sin duda, un grandulón como tu intentando parecer risueño y entusiasta es espeluznante.

– ¿Así lo crees? – inquirió esforzándose hasta sus límites por no golpear a alguien. – Bien, pues este “grandulón” puede convertirse en tu peor pesadilla ¿Sabes? Por lo tanto, irás con nosotros a la heladería sin protestar, beberás tu helado de los colores más felices y dulces que haya y dirás lo bien que te lo estas pasando mientras te sonrojas como el pequeño tierno que no eres...

– No…  – replicó – y, además, esas palabras sonaron como las  de un pervertido.

– Camus. – pidió en un susurró Saga, a lo cual de inmediato el muchacho reaccionó.

– No… no… me gustan los dulces… – balbuceó negando la mirada.

–Concuerdo contigo.– le sonrió.

– Entonces, está decidido. Iremos primero a un bar a comer algo y luego a la heladería. – convino Ángelo pensando en la cantidad de tiempo que se invertiría visitando dos lugares.

– Sigo pensando que tu persona aquí es irrelevante. – comentó Camus.

A la hora del regreso, encontraron el lugar en tinieblas. Desde los faroles que iban de la escalera al patio delantero hasta el interior de la casa estaba a oscuras. Sin embargo, el cielo estaba estrellado y la penumbra resaltaba el brillo plateado que vestía la noche.

– ¿Qué ocurre con la luz? –  preguntó Camus esperando que nadie hubiera estado jugando otra vez con los fusibles.

Saga no dijo nada y Ángelo se dedicó a exagerar con el ruido al abrir la puerta para alertar a los demás que permanecían en el interior. Caminaron a ciegas hasta llegar al marco del salón.

  – ¿Alguien podría encender...?

¡Sorpresa!  ¡Sean bienvenidos!

 Gritaron casi todos en cuanto Saga iluminó el recibidor sin dejar terminar de hablar al preocupado encargado.

Habían decorado la habitación con telas y globos, además de una pancarta en el fondo del salón que rezaba “Felicidades”, debido a que no habían encontrado carteles de bienvenida. Sobre las mesas descansaban torres de pintorescos bocadillos aparte de pirámides de latas de cerveza. Por los marcos del lugar brillaban luces de colores a pesar de tener una esfera de colores eléctrica muy usada en las fiestas de música electrónica y, por último, en el fondo de la habitación vibraban dos parlantes con música elegida por Kanon.

Camus, Ikki y shun se quedaron de pie frente a la emoción de todos.

Shun sonreía con expectación. Ikki, por su parte  sonreía a causa de un sentimiento completamente equivocado y, en cambio, Camus, se mantenía indiferente como de costumbre.

El primero en hablar fue Ikki, quien inconscientemente develó un dato que desconcertó por completo a todos los inquilinos.

– No me esperaba esto para nada. – comentó entre risas.

– ¿Les agrada? – preguntó ansioso Aioria dirigiéndose sólo a Shun y su hermano mayor.

– Por supuesto. No creí que fueran capaces de hacer algo como esto. – continuó volviéndose hacia su compañero de instituto. – Tienes muy buenos amigos, Camus...

– ¿Huh? ¿Camus? –  inquirieron ciertas voces  confundidas.

– Ahora entiendo porque vives aquí. Rodeado  por todas estas personas que  se tomaron las molestias por armar una fiesta sorpresa para ti

 Camus mantuvo su rostro inescrutable con una mirada fría sin decir una palabra.

– Pero la fiesta era... – rio nervioso Dita siguiendo el hilo de los pensamientos del joven Ikki..

– Al principio creí que habían olvidado que hoy era siete de febrero...

– ¿Siete... de... febrero? – murmuraron sin comprender.

–… Y ahora me doy cuenta de que no lo hicieron...

– ¿Qué…?

La confusión zumbaba más fuerte que la música.

Feliz cumpleaños, Camus

– ¡¿Qué?!– terminaron por soltar todos sin disimular su sorpresa.

Mientras el día agonizaba bajo sus últimas horas, la sorpresa se robó las sonrisas en un parpadeo tan rápido que olvidaron el sentimiento de felicidad que había encandilado sus corazones hasta hacia un simple momento, sin embargo, las heridas que no se ven son las más profundas.

 

 

 

Notas finales:

El rinconcito del escritor:

1º)_ Muchas gracias a los comentarios de “Sakura”, “LoversBoy”, “Nekolandia”, “MikuNice”, “RisaMarin”, por motivarme a continuar con esta historia.

2º)_   Las actualizaciones se realizaran los días jueves.

3º)_ Las edades utilizadas en esta historia se encuentran especificadas en el capitulo anterior.

4º)_ Emm… bueno creo que no hay número cuatro n.n… jajaja Etto… espero hayan disfrutado del capítulo.


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