Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

"Humildes Narcisistas” por themizachan

[Reviews - 67]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Humildes narcisistas

 

 

3

 

Quien busca… encuentra

 

 

 

Así como la brisa fresca comenzaba a alzarse desde la medianoche también lo hacían los murmullos mientras otros permanecían inmutables sin poder salir del asombro. El joven Camus, aprovechando la conmoción, se retiró en silencio, sin que nadie lo notara. Mantenía una relación distante con los inquilinos por lo que no le extrañaba que desconocieran su fecha de nacimiento y, por esta misma razón, prefería alejarse para no tener que escuchar molestas excusas y nerviosas disculpas completamente innecesarias para su persona.

Momentos después, tras notar  la ausencia del casero una repentina y desagradable sensación  invadió a los pensionados dejando al salón  sumido en un ambiente de muda reflexión. La depresión y culpa que se percibía en la habitación resultaban más que suficientes para comenzar a hacer crecer  hongos  en las paredes y el techo, pero esto era una situación que Dita no podía soportar. Él necesitaba expresarse después de lo ocurrido.

 – Es como si… como si… casi… “casi” – remarcó –  pudiera comprender a alguien feo…

Terminó la última nota en un sonoro suspiro fruto de su turbación mientras el escepticismo y el espanto se dibujaban en su rostro. A pesar de esto, Ángelo no podía desaprovechar aquella oportunidad para hacer uso de su sarcasmo sobre todo cuando se trataba de Dita, quien se alteraba por mínimos detalles. 

– Hasta podrías llegar a dar lástima porque parece que tanto alboroto te afecto la única neurona en funcionamiento que tienes… Bueno, tenias… – hizo una pausa. 

Se acerco a Dita y pronunció con cuidado

– Lo que te ocurre ahora es la misma sensación que tienes al despertar y mirarte al espejo 

 – ¿Sabes, Ángelo? – Hablo petulante insultado por el comentario del aludido. – Me molestaría en contestarte y ponerte en el lugar que te corresponde, pero debo ser más comprensivo… no es tu culpa ser tan… – reprimió una palabrota – Ha de ser una tremenda desgracia ser tan feo. – ladeó la cabeza con indiferencia.

– Me provocas golpearte… y uno de estos días juro que… 

– No creí que te gustaba presumir de tus tendencias sádicas. 

De repente, Aioria, que había estado escuchando la conversación,  interrumpió la discusión con una de sus preguntas

   – Y… ¿Cómo sabes tú, Dita, que Ángelo es un sádico?

Pero antes de que alguno de los dos pudiese decir algo, la expresión de Aioria se tornó curiosa y su atención se desvió hacia otra persona. 

 – ¿Sha-chan es un “M” o un “S”?

 Shaka, le miro con aprensión como de costumbre, consciente de lo persistente que podía llegar a ser Aioria. 

– Me iré a dormir – anuncio el hindú alejándose hacia al corredor. 

– ¿Te acompaño? 

– No. 

Luego de la iniciativa de Shaka, Mü decidió ser el segundo en seguirle, pero antes de marcharse le recordó a los presentes sobre la personalidad de Camus y lo poco que debía importarle su cumpleaños para haber guardado silencio sobre eso así dejaran de darle vueltas al asunto. Tanto Mü como Camus, eran personas reservadas que con dificultad dejaban oportunidad para que los conocieran.

 – Eso es porque él es un mocoso orgulloso.

 Rebatió Milo, que siempre intentaba buscarle la vuelta a las palabras del pelirrojo,  y, además,  continuaba perturbado por lo ocurrido.

 – Pero Camus es Camus y eso no cambiara. Él es de esa forma y todos ya lo conocemos, principalmente tú, que has sido el primero en convivir con él. – intervino Dohko en un intento por tranquilizar a Milo.

 – Milo – agregó Mü recargado contra el marco del salón. – ¿realmente crees que esto tendrá efecto alguno en Camus? – dijo con la retórica implícita. 

 – Mü, tiene razón. – dio un paso al frente Kanon para hablar. – Levanten la mano cuántos de nosotros recordó… o mejor dicho… era consciente de la fecha de cumpleaños de Camus.

Su gemelo fue el único en levantar la mano. 

 – Vaya. – Se asombró en un desalentador suspiro Shun – Ahora creo que comienzo a sentir algo de pena por Camus. – susurró por lo bajo. 

Las palabras y el rostro triste del pequeño Shun hicieron mella en la cabeza de cada quien. Todos se encontraban resentidos y culpables deseando enmendar de alguna manera su terrible actuación como compañeros de casa. Por lo tanto, entrada la madrugada cada uno de los inquilinos había acordado regalarle algo y ofrecerle una disculpa al casero como muestra de su arrepentimiento.

Por otro lado, Milo no se encontraba del todo tranquilo con lo dispuesto, ya que a pesar de tener sentimientos cercanos y haber sido el primero en conocer al pelirrojo, había cometido el mismo error que los demás que fácilmente podría considerarlos unos extraños si los comparaba con él. Él era diferente. Deseaba serlo. Además, el hecho de que Saga lo hubiera recordado le fastidiaba en sobremanera

La frustración ardía en su interior tensionando sus nudillos, pero se contuvo aun cuando parecía ser incapaz de soportar su propio mal humor. Sin embargo, encontró calma en la bebida para poder ahogar tal chasco. Comenzó bebiendo una cerveza, no obstante, en cuanto termino la primera, bebió una segunda hasta el punto de encontrar frente a él cuatro botellas vacías.

El efecto del alcohol lo único que había logrado era alterar un poco su forma de caminar y dejarlo con una rabia apenas sofocada mientras el desconsuelo afloraba sin esfuerzo. 

Sin deseos de ver la cara de Camus, se dirigió vacilante a la biblioteca donde le esperaba aquel incomodo sillón.

– ¡Agh! 

Gruñó tras recordar donde debía dormir. 

Al entrar en la biblioteca, percibió la peste a libro viejo y a aire acondicionado. Un aroma muy característico en ese lugar.

Miró con asco el mueble y se dispuso a ocuparlo.

Sentado en el sillón, sostuvo su cabeza fija en el suelo intentando apaciguarse para lograr conciliar el sueño pero, desde donde la habitación se iluminaba tenuemente, una voz cortó su proceso de sosiego.

 – Vomitas y te decapito. – amenazó.

Camus se encontraba  tras su escritorio con un libro en mano y alumbrado por la sutil luz de una lámpara de pie.

Milo le contempló sin expresión renegado por las vueltas del destino.

Y, tan inesperado como la nieve en verano, Milo echo a reír a mandíbula batiente, aunque Camus disimuló su sorpresa

– ¿Qué… qué haces? – interrogó con desconfianza.

 – ¿Sabes, Camus…?

Se levantó del sillón hablando con tono casual y aún divertido para dirigirse hasta el aludido.

 – Vine aquí… para evitar cruzarme contigo, pero… ¿sabes qué? Entro aquí y me encuentro contigo. – dijo recargándose contra el escritorio. – Eso me desespera. – masculló con el semblante serio  bajo la luz de la lámpara.

– Descuida que la situación me molesta tanto o más que a ti, ya que vine aquí porque creí que nuevamente  te meterías en mi habitación. Comprendo y comparto tu desagrado. – dijo retomando la lectura  del libro en sus manos.

– Tú no entiendes. – Corrigió con picardía bordeando al escritorio. – Nunca dije que me desagradaba, sólo dije que me desespera… – articuló arrebatándole el libro con un fluido movimiento –… tanto… que no puedo controlarme… – musitó tomando por el mentón a Camus.

Rápidamente el pelirrojo lo apartó, pero Milo lo sostuvo por los brazos dejándolo sin escapatoria.

– ¡Déjate de juegos, Milo! ¡Hueles a alcohol! ¡Estás ebrio! – acusó apartando la mirada.

– ¿Y de quién crees que es la culpa? – susurró pegando sus labios a la oreja de Camus.

– ¡No sabes lo que dices, Milo! – Continuó Camus mientras intentaba zafarse de sus manos. – ¡Suéltame! – demandó.

 – Camus… – musitó.

Comenzó a besar el contorno del cuello del joven.

 – ¡Déjame ir! – esta vez su tono mostraba furia y mayor ímpetu. 

De inmediato, Milo reaccionó con una negativa algo violenta. 

Tomó a Camus por la cintura y lo llevo sobre el escritorio con su cuerpo reclinado contra él. 

 – ¿Qué te parece si comienzas a hacerle caso al destino, Camus?  Acaso… ¿no lo entiendes? No planeo dejarte ir… y tú ya no puedes huir de mí…

Sin esperar una respuesta por parte de su presa, agarró por asalto sus labios saboreándolos con una pericia desenfrenada. Lo besaba sin cuidado y con posesión, cada vez con mayor intensidad tratando de encontrar una respuesta por parte de aquellos que se mantenían rígidos en una línea tensa. 

Cada segundo que Camus pasaba negándolo parecía provocar aún más a Milo.

De pronto, decidió ir más lejos sosteniendo con una mano las muñecas del pelirrojo, y con la otra comenzó a recorrer avaricioso el torso del muchacho, que se estremecía ante el tacto cálido de sus escurridizos dedos.

Con la camisa desprendida y acorralado contra su propio escritorio, Camus apartó su boca de la de Milo en un intento por que se detuviera. Sin embargo, Milo, envilecido por su actitud, deslizó la mano dentro del pantalón del casero provocando por parte de este un gemido que le fue imposible silenciar. De esta forma, tomó  provecho de la boca abierta de Camus y nuevamente comenzó a besarlo, dejando que su lengua recorriera la suya como si probara un néctar delicioso.

A medida que el pelirrojo luchaba por contener sus reacciones entre espasmos y gemidos, Milo aceleraba los movimientos de su mano dentro de la ropa interior de Camus.

– Camus. Di sólo mi nombre. Llámame sólo a mí. Necesítame…

Milo abandonó sus muñecas para jugar con su pecho que ahora se encontraba caliente al igual que el cuerpo de ambos. 

Camus se aferró con fervor a  los brazos de Milo cuando otro espasmo lo recorrió. 

 – Yo… Detente… por… favor… 

Repetía sofocado entre jadeos con la respiración entrecortada   cuando Milo dejaba sus labios para recuperar el aliento.

Entonces, cuando Camus comenzó a estremecerse a punto de llegar al clímax, Milo disminuyo los movimientos hasta convertirlos en un suave masaje.

– No…  – El muchacho suspiro son dificultad con la cara completamente roja.

Adolorido, agarro con mayor fuerza los brazos de Milo y este dejó de besarlo.

Y como Milo había planeado, Camus escondió el rostro en su hombro y repitió su nombre.

– Milo... – gimió apenado cuando un escalofrío se expandió por su cuerpo.

Otra vez, la mano de Milo recuperó el ritmo acelerado hasta que el cuerpo de Camus, finalmente, se liberó.

Camus temblaba de pies a cabeza, mientras el corazón le latía desbocado e intentaba recuperar el aliento entre ahogados jadeos, pero Milo todavía no había terminado con él.

Empezaba a besar su cuello y a jugar con su pecho cuando la actitud pasiva del pelirrojo llamó su atención. 

Camus se mantenía como podía. Estaba débil sobre el escritorio y no mostraba ninguna intención de luchar. 

 – Camus…

– Me rindo…  – admitió tapándose la cara con los brazos – No puedo ganarte.

Murmuró entre suspiros  con los ojos cerrados y el ceño fruncido.

Milo le observó hasta que la expresión de Camus se sereno y su cuerpo se relajó, entonces, lo alzo en vilo para llevarlo hasta su habitación donde  le dejo descansar, aunque él sólo pudo conciliar el sueño hasta entrada la mañana.

Al día siguiente, Camus despertó con un ataque neurótico al recordar lo ocurrido, y en cuanto vio la melena rubia de Milo a su lado unas intensiones asesinas se apoderaron de él, pero, de pronto, su crimen fue interrumpido por un llamado en la puerta.

A regañadientes se dispuso a contestar preocupado de que los inquilinos pudieran malinterpretar la situación.

 – ¡Sorpresa… otra vez!

 Dijeron todos con un regalo en las manos.

– Como muestra de nuestro arrepentimiento te ofrecemos una disculpa. – convinó Dita.

– ¡Lo sentimos!

Cantaron los inquilinos.

 – Y como regalo, cada uno te compró algo… adivina… – continuó Aioria.

 Camus se quedó callado, afligido por que los pensionados descubrieran a Milo en su habitación, porque su crimen no se llevara a cabo completamente,  porque ninguno de los regalos fuera un arma que lo convirtiera en el protagonista de una masacre y porque recién era consciente de cómo estaba vestido. Tenía la camisa desprendida y unos pantaloncillos.

 – ¡Son libros! – respondió Kanon al notar la indiferencia por parte del  prematuro casero.

El pelirrojo les miro ausente y, a la vez,  conmocionado por todo lo que sucedía.

– Ya sabes… libros… escritor…  –  comentó Aioria.

De repente, la dirección de la mirada de uno de los inquilinos no le gustó nada.

– ¿Camus? – pronunció Dita divertido. 

– ¿Ah?

Ya nadie lo miraba él sino a la persona detrás de él, Milo, que con suerte llevaba puesto un boxer.

 – Mmm… parece que, al fin y al cabo, si hubo fiesta… – susurró Dita.

Mientras el cerebro de Camus parecía estar a  punto de despedirse de este mundo, pensó que quizá no sería tan mala idea vivir a costa de sus padres, ya que dicen que la muerte es un fin común por lo que no hay necesidad de buscarla.

 

 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).