La Primera vez que le vio…
Tomás supo que algo dentro de él se había movido. Una mariposa, quizás.
Aunque claro, no todo el mundo va por ahí sintiendo cosas en su estómago, sin embargo le pareció lo más cercano al revoltijo de sensaciones que le atraparon cuando ese chico alto atravesó la puerta, con una sonrisa algo tímida.
Su Nombre era Matías.
Tomás, inocente y algo torpe como él solo. Deseó más que nunca que las cosas fueran como aquellas historias de amor que leía a escondidas a veces, cortesía de su mejor amiga. Pidió en silencio que Matías fuera ubicado a su lado, para observarle al menos durante las aburridas clases que poco le importaban en verdad. Pero no sucedió, y la maestra sin pensarlo le mandó al final del salón, queriendo comenzar rápido con una clase que nadie tomaría en cuenta.
Puso su mundo de cabeza, en el primer momento. Porque ese sonrojo que ahora inundaba sus mejillas era algo nunca antes visto, por nadie. Bien debería sentirse orgulloso de ser el primer causante de algo tan lindo como eso.
Quería voltear, a ver a ese compañero nuevo que hacía suspirar a las chicas, y porqué no, a él también. Ser el primero de la fila tenía sus desventajas, y no podía simplemente voltear indiscriminadamente. Podría asustarlo, quizás.
-¡Tomás! –Exclamó alguien, una chica por la voz chillona, desde el fondo del salón. Su primera excusa para voltear rápidamente, aunque no buscando la voz que le mencionaba. -¡Ven Acá!
Asintió, tomando sus cosas para caminar a paso presuroso hasta su mejor amiga, Sintiéndose morir al ver que detrás, mirando por la ventana se encontraba Matías.
-Necesito que me ayudes en este trabajo… -masculló la chica, llamando su atención y haciendo que se sentara. La verdad es que haría lo que fuera por quedarse ahí el resto del año si era necesario. -¿Puedes, verdad?
-Claro…
Trabajó, como no solía hacerlo en clases, mirando de reojo hacia atrás cada vez que la chica se desconcentraba. La vista y posición del nuevo no cambiaba, ni una palabra, ni un movimiento, hasta que el timbre de receso sonó, haciéndole soltar un suspiro cansado.
-Hemos alcanzado… -sonrió, asintiendo por haberla ayudado. Ella volteó, apoyando ambas manos
En el pupitre, sacando a Matías de su mundo silencioso. –Pero tú no has hecho nada.
-No tenía ganas –respondió el chico, con el ceño levemente fruncido y sus labios en una mueca algo tierna a vista de Tomás, quién no entendía nada, pero eso pasó a segundo plano al oír su voz.
Decidió no preguntar, dirigiendo sus ojos grises hacia la chica, que mantenía su posición firme.
Un Suspiro, Matías cerrando los ojos y Tomás desfalleciendo en silencio al ver aquél gesto tan seductor.
-Mocosa, métete en tus asuntos –le sonrió sin más, poniéndose de pie con las manos en los bolsillos, recibiendo la mirada intimidante de la nombrada que sólo rechistó. –nos vemos luego.
Y abandonó el salón, para ir a quién sabe dónde.
Se enteró luego de la relación entre ellos, amigos desde pequeños. Sintiendo a Matías ya no tan lejano, pero igual de platónico e inalcanzable en otro nivel que no fuera el de Amistad.
Se conformaría con las sonrisas y las miradas, con su actitud rebelde y algo informal. Con observar su perfil desde lejos mientras le dibujaba algún cuaderno, suspirando como una colegiala enamorada.
Y Era sólo el comienzo, la primera vez que le vio.