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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Cuando estoy a su lado,

 

Logro olvidar todo lo que soy.

 

 

 

Y todo lo que fui.

 

 

 

 

 

 

Capítulo: El no indicado

(Segunda Parte)

 

 

 

 Lolo.

Una loca idea mía me hacía creer que Adrián me consideraba un obstáculo entre él y Ángel. Un obstáculo al cuál debía desaparecer sin dejar huella alguna. No sé, quizá llegué a esa sombría conclusión, ¡porque ahora mismo me tiene atrapado dentro del auto, se ha desviado de la calle principal y se ha adentrado en un callejón solitario y sin salida!

Sumergidos en la oscuridad, pude percibir el destello asesino en sus ojos al mirarme y esas ganas incontrolables en sus puños por destrozarme. Junté palma a palma mis manos como un gesto de imploración y apretando los ojos le supliqué que no me matara, que había tantos ideales que debía hacer realidad, que era un chico con un futuro prometedor, que sería el próximo presidente de la república, y que no le hacía daño ni a una mosca. Pero sobre todo, que no pretendía meterme en sus asuntos.

—Bien, seré benévolo —soltó a reír ante mi mortificación.

— ¿Eh? —abrí los ojos de golpe.

— ¿Por qué asesinaría al mejor amigo de Ángel? —interrogó irónico y divertido a la vez.

Suspiré aliviado y reí rascándome el cabello, sintiéndome un estúpido al creerlo por un momento.

Pero él cortó la risa, al igual que mi respiración.

—A excepción de que fueras más que su mejor amigo y me dieras motivos —me miró sombrío y sacó de su bolsillo una navaja, presumiendo el filo de esta.

Comencé a farfullar y a sudar:

—Independientemente de lo que su madre piense, entre Ángel y yo nunca ha habido nada más allá de la amistad y jamás lo habrá. ¡No estoy loco! —Con desesperación, intenté sonar convincente y convencerle para salvar mi vida—. Si hubiera algo, ¡habría pasado hace mucho tiempo!

—Hmmm…—con el arma en mano, la miró con cierto interés y se acarició el mentón un momento, como dudando.

— ¡Es verdad!—exclamé—. ¡Debes creerme!

—Bien, me parece perfecto —relajando sus facciones, sonrió de nuevo, amistoso—. Siendo así, no tenemos nada que hacer en este pestilente baldío —. Asomado por la ventana, lanzó un suspiro mirando el lugar, y maniobrando la navaja, la volvió a sumergir en la oscuridad de su bolsillo.

Achiqué los ojos.

— ¿Entonces sí planeabas asesinarme?

—Tal vez —sonrió de medio lado—. Y tuve contemplado abandonar tu cuerpo desmembrado entre las bolsas negras de desperdicios—. Soltó unas carcajadas y señaló las inmundicias con el mentón.

— ¡Ja, ja! —Reí con nerviosismo y tragué saliva.

—Relájate, ¿quieres? Sólo estoy bromeando. Llámalo humor negro si quieres —me dijo mientras se quitaba el chaleco blanco y se abrigaba con la chaqueta de cuero oscuro que anteriormente le había prestado a Ángel; fue como si se sintiera más él mismo con esa prenda. Más cómodo.

Después de eso, charlamos durante todo el camino con tanta facilidad que parecía que éramos amigos desde tiempos inmemorables. Adrián era un chico bastante agradable, tanto, que me costó creer que era el mismo que había planeado asesinarme hace poco, al igual que creer todo aquello que le hacía fama de matón. Él era muy apuesto en verdad, todo un chico de película. Y apreciarle  tan de cerca me hizo pensar con detenimiento: ¿Quién no se haría gay con un chico así pretendiéndote? Ángel debía estar demente para rechazarle. Ni el más heterosexual se salvaría de su atractivo y carisma, le haría dudar de su sexualidad, indiscutiblemente. Lo aseguré con mis pupilas empeñadas en él.

Le seguí observando con extremo fanatismo y fascinación mientras manejaba, ignorando todo lo de mi alrededor. Él era una persona bastante interesante, ¡fascinante! y estaba ansioso por analizarlo con mis poderes psíquicos, de descifrarlo y determinarlo a través de su mirada como lo he hecho con tantas personas con las que acerté.

Lo intenté esta vez en él, rigorosamente, pero ese par de oscuros ojos eran completamente herméticos para que pudiera ver más allá de ellos, pese a mis habilidades especiales que aseguro poseer. Eran como si estuvieran asegurados con una caja fuerte cuál combinación era imposible de descifrar.

Él se percató que le estaba mirando pero no le dio mucha importancia. Parecía estar acostumbrado a las miradas. Su físico demanda miradas. No se deja intimidar por ellas. Es como si ya fuera inmune a sus efectos.

Cabizbajo, abandoné mis intentos. Definitivamente sus ojos eran impenetrables y opté por conseguir información como cualquier persona normal  lo haría.

—Oye… —inquirí.

—Qué cosa, acaso es que… ¿estás curioso por saber quién soy y qué pretendo con tu mejor amigo? ¿El por qué le besé esa noche en el gimnasio? ¿Si le convengo y si no le haré daño?

—Yo… —me limité a decir algo más al haber sido descubierto.

Adrián dio un brusco viraje por la privada que le indiqué y se estacionó frente a mi casa.

 Ya ahí, apagó el motor del auto y me miró.

— ¿Le cuidas mucho ah?

Resoplé malhumorado ante su pregunta. Ser el mejor amigo de Ángel, a veces era una tarea tediosa para mí.

—Ángel es bastante ingenuo y persuasible, es engañado con facilidad. Debo hacerlo. Aunque me sea cansado y molesto. Él… sigue siendo un niño ante el mundo.

— ¿Y qué piensas sobre mí? ¿Crees que convengo? —Me miró, elevando su ceja perforada, esperando una respuesta, con actitud sarcástica y retadora, porque en sí, no le importaba mucho mi opinión, sólo estaba curioso por saber qué me atrevía a responder.

—No lo sé, dímelo tú… ¿le convienes? —Respondí, encogido de hombros.

Suspiró e hizo una pausa, bastante pensativo ante mi respuesta.

—Yo…tampoco lo sé —estiró su brazo y sacó de la guantera un encendedor y una cajetilla de cigarros. Eligió uno de ellos y se lo llevó a la boca, con la mirada perdida.

Sorpresivo le contemplé. Esos ojos impenetrables… habían cambiado, ¡se habían debilitado y transparentado! ¡Eran ya como dos ventanas abiertas, dándome permiso de husmear dentro de él!

Y así, todo misterio de Adrián se fue resolviendo ante mis ojos.  O al menos un fragmento importante de él.

Estuvimos hablando un largo rato dentro el carro, sobre temas ocasionales mientras que él, dejaba escapar el humo de su cigarrillo por la ventana abierta y suspiraba con el viento. Me contó  algunas de sus anécdotas, las que me ayudaron a conocerle y analizarle mejor. Me ofreció algunos datos sobre él y su vida, quizá intentando entablar una buena relación con el mejor amigo del chico que pretende.

No llegué a saber con exactitud su motivo de brindarme detalles sobre sí mismo. Pero yo recibí la información con la expectativa analítica del psicólogo que en un futuro llegaría a ser. Y lo traté como un citado en mi clínica para intentar comprenderle y definirle. Pero no es que lo haya logrado, Adrián no era exactamente un libro abierto, y sabía que había cosas ocultas dentro de él. Aún así, fui capaz de encontrarme con detalles sobre sí mismo que me lograron sorprender. Y con eso me refiero, a que contradictoriamente a lo que se dice de él, Adrián suele ser una persona pacífica, serena ante los pelitos, pero que no obstante, los sabe encarar como un toro enfurecido cuando es necesario. Otra de las cosas que pude percibir, es que parecía tener la misma edad que la de Ángel y la mía, quizá un año o dos más, pero que el hecho de pasar por experiencias que sobrepasaban su edad,  estas le hicieron madurar tempranamente y a la vez le fortalecieron física y mentalmente. Sí, él llevaba mucho tiempo siendo fuerte. Adrián parecía una de esas personas estoicas ante los problemas o situaciones duras. Otro punto a recalcar es que, considerándolo un joven sociable, rodeado de personas y ambiente fiestero, terminó siendo, más un chico solitario que vagabundea por las calles, con virtudes de poeta.

Durante la charla, también pude hablar de mí, pero no es que tuviera mucho que decir, sin contar que había comenzado a fascinarme los relatos de Adrián, los cuales disfruté, hasta que el nombre de Ángel  volvió  a relucir en la conversación.

—Así que, eres muy cercano a Ángel —comentó, con un carraspear de garganta.

—Soy su único y mejor amigo desde la niñez, le he acompañado casi toda la vida. Así de cercanos somos.

—Y supongo que eso te hace su más grande conocedor… —se rascó el cabello, con aire distraído.

— ¿Hay algo que te inquiete saber sobre él? Dime. No tengo ninguna objeción en proporcionarte información —le ofrecí—. Sé todo sobre Ángel. ¿Qué te parece un secreto de cama?

— ¿Serías capaz de traicionarle así?— Rió sobándose la frente.

—Él… en las noches… —murmuré, en modo de secreto—: ¡babea la almohada! —concluí con un gesto asqueado.

—Vaya, muy interesante —sonrió—. Pero será  mejor que no me proporciones más datos sobre él. Yo mismo quiero ir conociéndole, descubriéndole. Digamos que de esa manera me parece más entretenido.

 —Me parece perfecto, ¡ya que no soy un amigo soplón! ¡No hablaba en serio cuando dije que te proporcionaría información confidencial sobre Ángel! Y no te iba a confesar nada más íntimo que “su baba chorreante por las noches,” que quede claro. Ni aunque me torturaras por ello.

—Pero qué dices, seguro que lo de “la baba nocturna”, debe ser el más oscuro secreto de cama que alguien como  Ángel puede guardar. Y me lo has confesado —siguió riendo.

— ¡Pero no le digas que lo escuchaste por mi boca! —Le repliqué.

—Bien, oye ¿él no te ha  mencionado sobre el incidente en la nevería? Ya sabes, su cara sumergida en el barquillo de pistache…

—No me lo ha mencionado —expresé contrariado—. ¿Hay vídeo? —Pregunté esperanzado.

 Ángel y yo teníamos la costumbre de burlarnos de nuestras desgracias, y él tenía una grabación donde yo me estampaba la cara contra el pavimento, era justo que yo tuviera uno de él con helado en el rostro.

—Carla le ha grabado, me parece —dijo.

— ¡Definitivamente tengo que echarle una mirada!

Él suspiró.

—No creo que te sea divertido —borró su sonrisa, despejando el ambiente cómico.

Bajé la mirada. Hubo un silencio incómodo durante varios segundos.

—Tu amigo hace que tenga comportamientos inusuales en mí—comentó al fin, mientras echaba a volar la colilla de su cigarrillo por la ventana.

— ¿Y ese comportamiento te hizo estamparle su helado de pistache en la cara?—Pregunté.

— Eso lo hice porque… —se pausó—. Estaba celoso.

— ¿Eh? —Engrandecí los mis pupilas al escucharle.

—Lucía tan tierno, tan perfecto sentado en esa heladería, que cuando los ojos de Carla le miraron interesados un par de segundos…me sentí inseguro. ¿Qué? ¿Yo? ¿En serio?—señaló incrédulo— Inseguro de que ella se percatara de lo especial y lo hermoso que es Ángel. ¿Celos? ¿De ella? ¿Qué era eso tan infantil e irracional y cómo se manejaban? Quizá por ello, mi empeño en estamparle el helado en el rostro, para ridiculizarlo frente al amor de su vida, sacando inevitablemente mi lado perverso y capullo que siempre he tenido, aquel inusitado comportamiento que sólo aparece cuando se trata de Ángel y que no creí poseer. Sí, era inseguridad. No quería que en un futuro la chica que él fantasea le correspondiera, que ella se percatara y lamentara su error por no fijarse en él desde un principio. Fue como si no soportara la idea de verlo con alguien  que no fuera yo pese a que no somos nada. Pero entonces miro sus pupilas húmedas y el puchero de sus labios luchando para no llorar frente a nosotros, con todo ese espeso helado verde en su cara y temblando de coraje. Es cuando me doy cuenta de mi estúpida acción a causa de mi inseguridad  y se me parte el corazón, mientras lo veo ir al sanitario, tropezándose con todo en su camino. Me arrepiento de inmediato y siento la necesidad de reponer mi error, ya tarde—lanzó un suspiro—. ¿Sabes? Siempre he sido muy rudo con los demás, pero la fragilidad de su persona y de su cuerpo, me hacen querer ser más delicado y cuidadoso de lo que soy. Ser cálido.

—No te preocupes, seguro que se le pasa después de unas cuantas rabietas —opiné como su experto conocedor, pero la realidad era que Ángel es impredecible.

—No entiendes —sonrió irónico—, eso sólo fue un juego de niños, algo insignificante a comparación del daño que puedo causarle —Y me miró, serio—. Yo… soy una mala persona, y jamás he sabido ser sutil. No puedo garantizar que no le haré daño en un futuro… alguien como yo, sólo sabe lastimar, y es lo que estoy haciendo con Carla. No importa las razones que me detengan terminar con ella, nada cambia el hecho de que estoy utilizándola como carnada para tener cerca a Ángel. Es cierto que le prometí a él que haría las cosas correctamente… pero no sé si me detestable naturaleza me lo permita y termine utilizando mis métodos egoístas para poseerle.

—Dime algo… —me di el atrevimiento de preguntarle.

—Qué cosa —dijo sin apartar la mirada del volante.

—En verdad,  ¿él te interesa? ¿A la buena? —Encogí los hombros, temeroso.

—Sí —Dijo, sin chistar, sin  detenerse a pensarlo.

— ¿Tú? ¿Un chico libertino? ¿Mujeriego? ¿Qué apenas tiene un tiempo absurdo de conocerle para asegurarlo de tal manera?

—Yo tampoco lo entiendo —sonrió con frustración, desviando la mirada por el ventanal del auto—.  Puedo conseguir llevar a la cama a quien me apetezca y sin dificultada alguna, pero de alguna forma me aferro y espero por él.

— ¿Fue amor a primera vista?

—Supongo que… sí. Si así se le puede llamar a esto que me pasa—suspiró, absorbiendo todo el aire de aquella fresca brisa que jugaba con sus cabellos oscuros—. Aún no sabía su nombre, pero sentía que ya le adoraba. Desde el primer segundo le adoré. No necesité motivos. No los necesito ahora. Siento una extraña y fuerte atracción que me une a él como el imán al hierro.  Esa atracción hace que me empeñe en querer verle, buscarle, saber de él y por consecuencia, tenerle. Anteriormente, buscaba una explicación lógica a todo esto, pero ahora ya no me importa. ¿Por qué buscar el camino de la razón si se trata de un asunto del corazón?

Él, estaba siendo sincero, lo sabía.

Le escuché, en silencio cuando prosiguió:

—No es que yo crea en las reencarnaciones y puede sonar fantasioso e incluso absurdo, pero aquella vez en el callejón, sentí como si ya le conociera  desde antes, como sí ya le hubiera amado en otra vida.  Esa noche fue como si nos hubiéramos reencontrado, reunido.

—Te creo —afirmé, con entereza. Los ojos de Adrián, parecían haberse percatado de la magia que Ángel posee, y que todo el mundo se empeña en ignorar.

Los ojos de ese chico frente a mí, reflejaban un sentimiento plenamente sincero. Todo él lo expresaba. Y aquella mirada, ese peculiar destello, ya lo había visto reflejado en otros ojos, emanando de ellos el mismo sentimiento: Ángel era quién lo expresaba cada que su boca  mencionaba el nombre de Adrián, y sus palabras rencorosas contradecían completamente a sus ojos.

Desde ese instante, me percaté que mi mejor amigo, inevitablemente estaba enamorado. Adrián ya estaba siendo correspondido, sin siquiera saberlo. Ambos sufrían de la misma fiebre del amor.

—Te diré algo… — balbuceé.

—Dime…

Sonreí, mientras me colgaba mi mochila en la espalda para salirme del auto.

—Ángel suele ser muy terco, orgulloso, bastante obstinado en verdad y… también irritante y desesperante a veces pero… no te rindas —me bajé del auto y cerré la puerta, despidiéndome.

Adrián encendió el motor del carro que le hizo vibrar un poco y respondió cuando bajaba el cristal de la ventanilla:

—No planeaba hacerlo.

 Sonrió de medio lado y arrancó.

Al final, no le dije de los sentimientos que lograba ver en Ángel, ya que eso, era algo que también le correspondía  averiguar por sí mismo.

 

 

Llegué a casa.

—Tú novia está al teléfono —avisó mamá, sobándose la sien—. Fácil te ha marcado un millón de veces en una hora. ¿No crees que sea demasiado posesiva? No sé qué será de ti cuando se casen— se lamentó llevándose la mano a la frente.

Molesto, achiqué los ojos ante su comentario sarcástico y le arrebaté el auricular.

—Hola, amor —saludé, poniendo la voz melosa por la bocina.

—¡¡Idiota!! ¿Por qué me llamas así? —Renegó Ángel desde la línea.

Reí.

—Tú madre te ha dicho de nuevo que era tu noviecita, ¿verdad? Y tú que le sigues el juego. Es por eso que sospechan de nosotros… —musitó molesto.

Un momento, debía dejar de hacer esas bromas si no quería que Adrián tomara en serio lo de asesinarme.

— ¿Qué quieres? —Pregunté, bostezando.

— Nada, sólo… ¡¡Asegurarme si el bastardo de Adrián no asesinó a mi mejor amigo y lo dejó tirado en un contenedor de basura con la cara desfigurada!! ¡¡Sólo eso!!

—Charlamos pacíficamente, nada más —intenté tranquilizarle.

— ¿En serio? ¡¡De qué cosas!!—Interrogó escandalizado—. ¡Dime!

—De ti…

Hubo un súbito silencio en la línea.

Él seguía ahí, su respiración era demasiado escandalosa para no percatarme.

—Ángel, a él, en verdad le gustas…, lo he comprobado.

— ¿Con tus estúpidos poderes intuitivos? —respondió al fin—. ¿A ti también te ha logrado engañar? ¿Pretendes ser un ingenuo más? ¿Otra víctima de sus endulzantes palabras?  ¡¡Allá tú!!

Y colgó.

Bufé estresado y también colgué. Me había percatado que iba a ser más difícil de lo que pensé,  ver a esos dos juntos un día.  Y todo por el hecho de que Ángel es un cobarde y un experto en engañarse a sí mismo. Y lo hace tan bien convenciéndose que ese sentimiento acelerado que aqueja su interior es odio, que no le permite ver que es justamente una justificación de sus miedos e inseguridades;  mismos que no dejan aceptar el verdadero e inevitable sentimiento.

Quizá podía engañar a todo el mundo, pero no a mí que bien le conozco. Mucho menos ahora, cuando me ha dejado ver la escena del coche, donde jugueteaba con Adrián. En ese momento lo supe, ambos se gustaban, se atraían, se conectaban mágicamente. Algo especial se asomaban de sus ojos al mirarse entre sí.

Sí, eran perfectos juntos, pese a lo distintos que eran.

 Y algo ya estaba sucediendo entre ellos.

Indudablemente.

 

 

 

Adrián.

Como en tantas ocasiones, fui débil y estuve a punto de besarle con esa campanita de su bici tintineando en medio de nosotros, deseoso de repetir aquel íntimo tacto de nuestros labios en el gimnasio,  donde su boca tímida e inexperta respondió en algún momento a mis movimientos de manera torpe. Era claro que tenía mucho que aprender para responder a mi lengua de manera adecuada. Pero me limité sólo a despedirme, absteniéndome una vez más de darle lecciones a su boca, y me marché junto con su amigo, dejando vivir por esta vez a Caperucito. Le dije que le esperaría, ¿cierto? Cuando a voluntad, él me besara. Y quería cumplir con mi promesa. Pero siendo realista, no es que vaya a recibir un beso de su parte sin tener que robárselo; ni  que yo siga teniendo la paciencia suficiente para esperar por esos labios que sólo se dedican a lanzarme maldiciones.

Si tanto le tenía ganas, ¿no era simple raptarlo saliendo de clases, cubrir su parlante boca con cinta adhesiva, arrojarlo a la cajuela, llevarlo cargando como un costal de papas hasta la habitación de un hotel de paso y penetrarlo sin tantas complicaciones y opiniones?

—Para después tirarlo al río —sonreí levemente de mi propio pensamiento humorístico, mientras manejaba hacia el centro de la cuidad.

«Quizá, después de follármelo, podría dejar de interesarme tanto ese chico y me curaría de esta extraña enfermedad que ha aquejado a mi corazón desde que apareció…»

«No. Había algo más… »

 Me puse serio de nueva cuenta, mirando las intermitentes del auto delante de mí.

No sólo era atracción sexual lo que me hacía aferrarme extrañamente a él. Más que embriagarme con su cuerpo, deseaba con mayor vigor, dibujarle una sonrisa  y seguir cuidando y apreciando esa ingenuidad y pureza en él que tanto me fascina, pero que me desconcierta al mismo tiempo; anhelos, que parecen pertenecer a otra persona y no a mí, un joven que le daba prioridad a los  placeres carnales y no daba cabida a nada más. Era ese mismo joven, que tenía la costumbre de tomar lo que le apeteciera como suyo sin buscar consentimientos, pero que él, era lo primero que quería conseguir con méritos y esfuerzo.

 Él me impulsaba a querer ser distinto.

 

Hilarante, me burlé con las manos presionando el volante ante mis nuevos ideales. He comenzado a sentirme ridículo y estúpido por ellos, quizá porque no estoy acostumbrado a ese tipo de amores y sentimentalismos. No soy de ese tipo de amores. De aquellos que usan la misma camiseta para hacer juego o que salen a pasear cogidos de la mano, derramando dulzura una tarde de domingo. Y más aún, desconozco ese tipo de amores por los que anhela Ángel, esas narraciones cautivadoras de novela y cuentos de hadas, donde todo es perfecto y miel sobre hojuelas, y que a todo el mundo conmueven. Pero sobre todo, en defecto, no creo en los finales felices.

 Pero entonces… ¿qué me hacía querer complacerle con una perfecta historia de amor? ¿Qué me hacía querer desearlo yo también tan repentinamente?

Bajé la ventanilla del auto y le di una calada al cigarrillo, sumergido en mis pensamientos.

—Rayos…—Intenté luchar conmigo mismo, llevándome la mano a mi cabellera y alborotando esta—.  No soy ese tipo de chico que dedica versos de amor o que sorprende con un ramillete de flores. Y… no es que pretenda serlo. No alguien como yo.

Salí del auto y tiré la colilla del cigarro, estrujándola en el suelo con mi bota.

—Estoy dejando de ser genial. Me transformo en un ser patético. Y todo se lo debo a él —hice una mueca.

Me dirigí hacia ese pasillo pestilente a orines y me adentré a Blue Rose por la puerta trasera, donde Trixzy me recibió cariñosa. La tomé de la cintura y me dejé guiar por ella hasta mi camerino. La de escote atrevido entró primero y descolgó uno de los tantos trajes que suelo lucir en mis presentaciones y que al final terminan siendo innecesarios,  ya que lo único que quiere el público es verme sin nada encima. Disfrazado de un bombero ardiente, caminé detrás del escenario, esperando que concluyera esa rutina parecida a la de “Aventurera”. No esperé mucho. Me anunciaron inmediatamente, junto al efecto de sonido de un lobo aullando.

—Ve y cúmpleles sus fantasías eróticas —Me arrempujó trizxy, frotando mi brazo—. Haz que te deseen más de lo que ya  lo hacen.

Me acomodé el sombrero de bombero y fui, al público que me clamaba fervientemente.

Sí, al final soy este tipo de mierda y no un príncipe azul.

Comencé a materializar con mis manos lo que los espectadores harían con mi cuerpo si les diera oportunidad. Me balanceé al ritmo de la música y me deshice de todas las prendas lentamente durante el acto, complaciéndoles, impulsando la generosidad de sus bolsillos. Y entonces sumergí mi mano derecha bajo ese pantalón ya desbotonado y masajeé el bulto de mi miembro con insistencia, mordiéndome los labios mientras lo hacía. Entonces volteé al público y aquel lugar, donde permanecía el fantasma de Ángel, ese mismo que está acostumbrándose acompañarme a todos lados. Miré sus apachurrables y ruborizadas mejillas; estaba encogido bajo su gran abrigo de estampado infantil, con aire distraído, fingiendo no saber lo que hacían mis manos allá abajo.

Sonreí ante esa imagen del pasado, de aquella noche cuando le conocí, distrayéndome por un momento de mi rutina.

 

Terminé esta vez a salvo de que mi ropa interior fuera arrancada. Bajando del escenario me esperaba Trixzy con mis vaqueros. Me los puse apresuradamente y me alejé de ahí sin subírmelo completamente, dejándome la cremallera abajo. Tomé los billetes incrustados en mis bóxers que las chicas de la primera fila colocaron ahí junto con un leve toque a mi hombría, y los enrollé en mi mano.

El portero me protegió de las mismas chicas que se abalanzaban hacía mí, obligándolas a retroceder mientras me dirigía hasta la puerta de servicio, a salvo. Las miré enloqueciendo, desesperadas por negociar y conseguir una noche conmigo. Y eso me hizo recordar, que cualquiera daría lo que fuera para tener una oportunidad conmigo.

¿Y Ángel se daba el lujo de rechazarme? Será idiota. Aunque… ese hecho es el que me hizo sentir interés por él; que no fuera como las demás personas del montón que se dejan llevar por la apariencia y la atracción física. Sin contar que me fascinan los retos y Ángel en verdad estaba comenzando a ser uno.

 

Llegué a mi camerino. Dentro, don Fernando me esperaba sentado. Me siguió con la mirada, mientras yo deambulaba por el lugar con el pecho desnudo, acariciándome mi ejercitado abdomen. Él se peinaba su barba de candado con actitud pretenciosa, mientras que la otra sostenía un puro a medio acabar que ya había contaminado el ambiente del pequeño y cerrado cuarto, formando una nube de neblina. El señor Ruiz parecía haber vuelto de una de sus tantas cenas importantes de negocios. De grandiosos banquetes y de música importada. Vestía con un fino traje negro y unos caros zapatos tan bien lustrados, que hasta brillaban. Su apariencia era siempre tan impecable, que jamás logré ver, ni el más pequeño defecto en sus ropas.

Ni me inmuté ante su presencia. Solté un suspiro cansado, mientras me acercaba a la tenue luz de los bombillos que enmarcaban el espejo del tocador. Era normal que viniera a verme al camerino. Lo hace todas las veces cuando concluyo un show. No importa lo ocupado que se encuentre, se las arregla para estar aquí. Es como si hubiera hecho la promesa de hacerlo siempre, sin ninguna excepción, aunque se estuviera acabando el mundo allá afuera.

—Te estuve contemplando desde la mesa del rincón. Estuviste fantástico —dijo con aquella voz ronca e intimidante—. Ese disfraz de bombero le sienta muy bien a la figura de tu cuerpo. Indudablemente se convertirá en unos de mis favoritos.

—Pude localizarlo durante la presentación. Esta vez llegó a tiempo para verla desde el inicio— respondí mientras acariciaba sin emociones uno de los pétalos perfumados de aquel sofisticado arreglo de rosas rojas, que se encontraba centrado en mi tocador, adornando este.

No eran una sorpresa tampoco. Casi igual que la presencia de don Fernando, era cotidiano también ver aquel rosal al final de cada presentación. En realidad mi camerino siempre era inundado por arreglos florales que me enviaban mis admiradoras, demasiada flora que terminaba muriendo tristemente para alguien como yo, que no valoraba tal gesto. Pero ningún obsequio tan más llamativo y elegante que el rosal rojo, el  más persistente e intrigante de todos.

Hice una mueca de fastidio. No comprendía tantos halagos y detalles, no es que fuera un famoso actor de Hollywood, sólo un bailarín erótico presentándose en el jodido club nocturno de Blue Rose para un público ebrio. ¿No se percataban de ello acaso? A parte de que, desde mi punto de vista, este tipo de halagos era más propio que los recibiera una mujer. Y lo más importante, ¿por qué molestarse en dar algo, a una persona de quién no recibirán nada a cambio? ¿A un tipo como yo que nada se merece? Pero al parecer, todo el mundo se empeña en enamorarse de las personas equivocadas y obsesionarse con ellas, es por eso que hay tantos corazones rotos. Pero el amor es así, casi siempre nos sentimos atraídos por lo incansable, lo imposible, lo opuesto, y lo prohibido como si fuera una ley natural.

Definitivamente el corazón suele ser estúpido, suicida y ciego, creador de su propia desgracia.

 

Resoplé y eché un vistazo a esa etiqueta con dedicatoria, preguntándome qué diría en esta ocasión.

 

Daría todo lo que tengo,

Si  me permitieras poseerte tan sólo una noche.

Sólo una.

 

Anónimo.

 

Me sobé la frente con frustración. Terminó siendo la misma desesperada petición.

—¿Tu admirador secreto de nuevo? —indagó don Fernando, atravesándome con su potente mirada mientras se desbotonaba el saco y se aflojaba su corbata para sentirse más cómodo y menos sofocado.

—Jamás se rendirá —abandoné la nota.

—Quizá porque está loco por ti —quitó el sello y la tapa de la botella y se sirvió un poco vodka en un vasito de vidrio— Una desgracia para esa persona, porque… no te van los hombres —tragó de un sorbo la embriagante bebida y me miró desde la silla, lamiéndose los labios—. Eso romperá sus ilusiones.

No pude percibir si lo último fue afirmación o pregunta. Por mi parte, pude haber contestado irónicamente “Por supuesto que no me van los hombres” como solía hacerlo antes, pero desde que conocí a Ángel, temo que me contradeciría si lo dijera.

—Eso es lo de menos. No me van las personas que se esconden tras una tarjeta anónima —dije y miré el rosal un par de segundos, y dándole la espalda a este, me recargué en la base del mueble—. Personas cobardes que se mean en sus pantalones antes de hacerlo de frente, porque temen de mi reacción. Porque temen perderme.

Don Fernando alzó su espesa y oscura ceja y se puso de pie frente a mí por unos segundos. Su gran altura y su tonificado físico podrían hacer parecer pequeño e inofensivo a alguien como yo. Pero no es que lo fuera. Ante nada ni nadie.

—Ha de tener sus razones. No seas tan rudo con quién se esmera en elegir las más hermosas y rojas de las flores para ti en cada ocasión —se acomodó a un lado de mí y me ofreció la botella de vodka. Sabía bien que yo nunca he sido de traguitos.

—Esta vez paso —le rechacé con la mano. Había optado repentinamente por querer estar sobrio la mayor parte del tiempo posible, ser consciente de mis actos y no escapar más de la realidad como me he empeñado en hacerlo, y controlar así un poco mi vida que estaba saliéndose de mis manos. Comenzaba a odiar amanecer en callejones sucios, sin pantaloncillos y con recuerdos a medias por efectos del alcohol. Uno se expone demasiado en ese estado. Pude haber amanecido muerto. Muchas veces extendí mis manos al firmamento y me ofrecí a la muerte plenamente, pero parecía que ella, era la única que no se sentía atraída a mí, o quizá, la vida me amaba tanto y celosa, no quería ofrecerme a la huesuda y me aferraba en sus lechos. Siempre salí ileso de situaciones peligrosas y violentas que se dan regularmente de noche en la cuidad, como si tuviera un pacto con un demonio, o alguien allá arriba estuviera cuidándome. O que tuviera siete vidas como un gato. Pero la realidad es que nunca me importó si un día amanecía asesinado. No es que le temiera a la muerte. No es que le tuviera aprecio a la vida. Hasta que apareció él e hizo una revolución en mí interior. Quizá lo único que necesitaba era un motivo para seguir viviendo. Y ese jovencillo de piel de porcelana se estaba convirtiendo en uno.

—No me digas que ahora has dejado de beber —me codeó sarcástico—. Primero desapareces repentinamente de los lugares que frecuentabas, ya sabes, de los barrios bajos y de clubes nocturnos ocasionando que todo se torne aburrido y tranquilo sin ti. Entonces tus chicas  enloquecen y te buscan desesperadas, incrédulas ante los rumores que dicen que  repentinamente has decidido sentar cabeza y comenzar una relación seria con tu reciente novia Carla.

—Los chismes vuelan rápido, ¿eh? Pero Carla no, ella no. Es la única cosa equívoca de los rumores —dije.

Él sonrió divertido.

—¿Y lo demás es verdad? ¿Eso de sentar cabeza y tener una relación seria?

—Si te digo que sí, no me lo creerás.

—¡Por supuesto que no! ¡Eres Adrián Villalobos! No existe la persona que pueda poseer tu corazón, nadie que pueda ponerte una correa, tú mismo lo aseguraste y lo perjuraste. Eres un lobo solitario y libre de cualquier atadura. Dime, ¿verdad que tú no puedes enamorarte? —apoyó su brazo al pie del tocador, ya bastante serio y alarmado.

Le miré. Esto era poco común. Casi me soltaba a reír en su cara. Don Fernando no acostumbraba indagar en mis asuntos personales. O al menos no de esta manera. Jamás lo hizo cuando me iba con las chicas a portarme mal.  ¿Entonces por qué ahora sí? ¿Le preocupaba tanto el hecho de que deseara tener una relación seria con alguien? ¿Temía tanto perder algo que nunca ha sido ni será suyo?

Sí, don Fernando está locamente enamorado de mí. Y es probable que  su nombre sea el que esté oculto bajo ese anónimo en la tarjeta. Digo, no soy un bebé que se chupa el dedo y que no me haya podido percatar de cómo siempre me ha mirado. Pero no es que le tomara mucha importancia al asunto, además él seguirá manteniéndose al margen con su figura  de padre hacia mí, lo cual es de sorprenderse ya que él no es una persona que se limita ante las cosas que ambiciona. Y vaya que lleva años haciéndolo conmigo. Admito que es demasiado persistente, al igual que sus rosas (que no lograrán su objetivo y terminarán marchitándose en el intento) y le aplaudo por ello. Pero lo que no comprendo, es por qué tanto capricho en pretender a un chico sin etiqueta, a un maleante como yo que vive entre la basura y no sabe de modales, de ópera,  o usar cubiertos. De alguien como yo que se la pasa vagueando y que es considerado una rata para los de su clase. Pero reitero, no es que me importe o me afecte de ningún modo.

—También ronda el rumor, de que no te has acostado con ninguna chica últimamente —inquirió—. — ¿Estás en abstinencia? —Rió, como si le pareciera la mejor de las comedias.

Se me nubló el rostro. Era la más amarga de las comedias. Porque vaya que sí estaba en abstinencia. Siempre fui un chico que llegaba a intimar tres o cuatro veces al día y ahora, ¿cuánto cumpliría sin sexo? ¿Un mes o más?

Jugar con mis manos de vez en cuando no era divertido. Y mucho menos con esta atracción sexual descontrolada hacia Ángel, que no tardaba en consumirme completamente y obligarme a hacer locuras. Sí, deseaba con vigor ese cuerpo delgado que me he dedicado a observar con minuciosidad. Digamos, que en las semanas donde fui el entrenador de Ángel en  el GIM —antes de que abandonara el gimnasio por la imprudencia de mi boca—, tuve un amplio contacto visual con su cuerpo. Y debo admitir que descubrí que sus caderas logran ponerme duro, o detalles simples en su piel, como esos diminutos lunares en su cuello, sin mencionar el vientre de chica que tiene y que me tocó apreciar más de una vez cuando se levantaba la playera y se limpiaba el sudor de su frente con ella.  

Me sentí tentado en ocasiones a espiarle en las regaderas del gimnasio mientras se duchaba  desnudo, pero me limité solo a escuchar el sonido del agua caer, detrás de la puerta, frenado por el motivo que ya había mencionado con anterioridad: hay algo más que atracción física y quería respetarle hasta donde mi fuerza de voluntad me lo hiciera posible. Pero entonces, ¿a él se le ocurre ponerme a prueba cometiendo ese tipo de torpezas como la del auto? Y logra provocarme sin si quiera saberlo. Con lo que me vuelve loco su trasero.

— ¿Adrián? —Don Fernando intentó rescatarme de mis pensamientos, sintiéndose extrañado el ver pensativo a alguien que no lo hace con regularidad.

Reaccionando, me subí la cremallera y me abotoné, ocultando aquel sobresaliente bulto que se asomaba bajo el pantalón. Me enderecé. Tenía tensado todos los músculos de la espalda. Quizá había sido por el arduo ejercicio de esta mañana en mi habitación. Y me estiré un poquito,  flexionándome para aminorar el dolor mientras caminaba hasta el closet de prendas.

Sentí su mirada clavada en mi espinazo. Pretendiendo no percatarme, tomé mi camisa de resaque que echa bola se encontraba tirada en un rincón, y me la puse mientras buscaba mi chaqueta de cuero entre las perchas.

— ¿Ya te vas? —Preguntó desde atrás, carraspeando la garganta—. Mira que la botella está recién estrenada. Podemos ir a la barra, aquí en Blue Rose siempre ponen buena música. Y es muy íntimo. Podemos conversar de muchas cosas. Pasarla bien. ¿Hace cuánto que no lo hacemos? O qué dices de ir a ese mirador y amanecernos…

—Iré a mi departamento a ducharme. Y luego a dormir —mencioné mientras le miraba de soslayo. Me abrigué con mi chaqueta, acomodándome las solapas de esta.

Él soltó una carcajada incrédulo.

—De qué hablas cabrón. La noche apenas está iniciando —echó una mirada a las agujas de su reloj de oro de su muñequera.

— ¿No eras tú el que siempre me molestaba para que me fuera directo a casa al término de cada show, hijo de puta? —Subí la pierna en una caja para anudarme las agujetas de mis botas militares—. Además eres tú el que debería estar en casa en estos momentos, cambiándole los pañales a tu niño cagón.

—Bien, bien, entonces te llevo directo a casa. Tienes la moto en el mecánico, ¿no? —se puso de pie y metió la mano en sus bolsillos quizá buscando las lleves de su carro del año—¡Y el niño todavía no nace, huevón!

—No te molestes, traigo mi propio transporte y… me apetece estar solo —lo miré advirtiéndole, cuando ya había accionado un paso hacia mí.

 Me dirigí  a la salida. Él bloqueó mi camino y me miró serio.

—Si planeas seguir desapareciéndote, está bien, sólo no te metas en asuntos gruesos —dijo y se acarició su barba de candado.

—Y qué si lo hago, no sería la primera vez. Y no es que necesite una niñera. Sé cuidarme solo, bien lo sabes.

—Hablo en serio cabrón. No te has buscado ya un punto débil, ¿o sí? —inquirió con severidad y mirada intensa.

Resoplé. Sabía a lo que se refería. Personas como nosotros, considerábamos a los sentimientos un punto débil.

Le respondí con la mirada. Él supo descifrarla y las facciones de su rostro se pusieron iracundas.

—Me voy —le arrebaté la botella—. No he dejado la bebida después de todo, pero prefiero beber solo—la agité un poco y dándole un gran sorbo sonreí y salí petulante.

— ¡Qué te jodan! —le escuché patear la puerta mientras recorría  el pasillo, burlándome.

 

Salí por la puerta de emergencia. Un par de prostitutas encendían un cigarrillo haciéndole hueco con las manos para que no se apagara por el viento que atacaba con fuerza.

Me acerqué a ellas.

— ¿Me ofrecen uno?—Dije, pero en realidad no esperé a que aceptaran. Lo hurté de los dedos pintados de la pelirroja y me alejé cómo si nada. Ambas rieron coquetas y se despidieron con las manos.

Le di un par de fumadas profundas mientras pateaba algunas latas de cerveza que se me atravesaron en ese pestilente y oscuro callejón. Tragué accidentalmente el humo y me dio un ataque de tos.

— ¡Maldita sea!—Estrujé el cigarrillo en mi puño y sin importar que este me quemara lo deformé con mis dedos, arrojándolo al suelo para luego rematarlo con mi bota—. ¡Por qué me cuesta tanto dejarte vicio de mierda!

Puede que ya fuera tarde para eso… mi organismo necesita ese veneno.

Y seguí andando, cuando pude percibir un olor más desagradable y penetrante proveniente de unas cajas próximas. Un anciano acabado y macilento yacía ahí, tumbado en el suelo, con ropa andrajosa y su rostro desteñido, marcado por arrugas y arrepentimiento. Para mí, los sentimientos eran un signo de debilidad en el hombre, al igual que la enfermedad y la vejez, etapa por la que me rehusaba a transformarme. Vivir tanto me parecía aburrido e innecesario y no aceptaba si quiera la idea de verme en un futuro, en una camilla de hospital, en estado lamentable, dependiendo de enfermeras dándome  papilla y gelatina de naranja en la boca cuando mis débiles brazos ya no puedan mantenerse firmes ni hacer nada por si solos, o que estos sean conectados a aparatos y a una bolsa de suero que goteé cada segundo de un tiempo delirante.

¿Yo, a esa edad tan avanzada, pagando con creces la factura de mis vicios y aventuras, con mi carne pudriéndose mientras espero a que me llegue la hora? (eso si tenía suerte y no terminaba en un contenedor de basura, sin que nadie reclamara y reconociera mi cuerpo, destinado a una fosa común y sin nombre).

No. Prefería mil veces morir fugaz y tempranamente, en una violenta riña, de un navajazo o de una bala  que  terminar como ese hombre frente a mí, del que nadie se procura y del que sólo se puede sentir lástima. Un hombre que ha perdido el significado de la dignidad y el orgullo. Arrugándose y debilitándose al paso del tiempo.

 

Me acerqué mientras revisaba mis bolsillos y le ofrecí las monedas que encontré esparcidas en el. No sé por qué razón me dio la sensación de que él era mi padre en un futuro, o  yo. Lo que me hizo comprender que la mayoría de veces cada quién busca su propia miseria, su propia tragedia.

—Gracias, apuesto joven —atolondrado intentó levantarse.

Quizás era poco mi acto de caridad para lo mucho que necesitaba ese hombre, pero sus ojos se iluminaron como si hubiera recibido la mayor de las riquezas. Era tan patético.

Seguí andando cuando…

—Solía ser como tú —habló de pronto, mientras se aseguraba torpemente las monedas en sus bolsillos —Déjame agradecerte tu caridad con un consejo.

Me volví, sobre mi hombro.

—Diga —elevé el mentón, impulsándolo. Estaba interesado en escuchar lo que alguien como él, en su estado, tenía que aconsejarme.

—No te encomiendes a la soledad. Tenerse a uno mismo no es suficiente. Búscate un amor verdadero, e ideales y lucha por ellos. De los vicios y el libertinaje, aléjate, eso puede ser tu perdición.

Bajé la mirada un momento y tragué saliva.

—Espero lo tomes en cuenta  —se llevó la mano a la boca, tosiendo. Su salud parecía muy dañada.

—Bien —elevé nuevamente la mirada y retomé mi camino, intentando escapar de ese destino del que personas como nosotros, estamos sentenciados.

 Hasta que decidamos lo contario.

A comparación de él, puede que quizá haya sido afortunado en encontrar, a un Ángel que me salve de esta vida, a tiempo, algo que no pude hacer yo mismo.

 

Quería pensar así. Que Ángel era un milagro. Me aferraba en ello.

 

 

 

Llegué hasta el auto. La ventana del conductor estaba quebrada.

—Hijos de… —asomé mi cabeza por el hueco.

En sí el auto era una chatarra que ya debería ser triturada, no había ninguna pieza de utilidad que robarse, sólo el estéreo, viejo pero que retumbaba como ningún otro. Y había desaparecido. Los cables indicaban que lo habían quitado con violencia.

Por varios segundos caminé airado en círculos, con las manos en la cintura. Había ganado el respeto de los ladrones y delincuentes de estas calles y hasta mi moto era cuidada por algunos de ellos por unos cuantos centavos. Pero al desconocer que el conductor de este auto era yo, se lo echaron lógicamente.

Sin más, me deshice de los peligrosos fragmentos aún adheridos a la ventana y subiéndome al auto, arranqué lejos de ahí.

 

Manejaba tranquilamente por la autopista, cuando le eché un vistazo a la botella de vodka reposada en el asiento del copiloto. Estaba prácticamente llena. Sonreí, mientras me la llevaba nuevamente a mis húmedos labios. Apenas me había percatado de su sabor, cuando la volví a  abandonar en el asiento. Mi embriagues comenzaba a nublarme la razón.

Y entonces pensé en él. De nuevo. Sacudí mi cabeza y presioné con fuerza el volante, luchando contra mis impulsos que comenzaron a atacar mi pecho. Pero no pude hacer nada al respecto. Estos inevitablemente me superaban. Quería verle, necesitaba con urgencia hacerlo…

—Adrián… estás encaprichándote con él, como todo un chiquillo—murmuré molesto para mí mismo, entre dientes—. Más de la cuenta…

Le pisé hondo al acelerador y sin más preámbulos tomé esa desviación que estaba acostumbrándome a usar.

 

 

En menos de un suspiro, yacía fuera de la casa de Ángel.

Solía él llamarme vil acosador, ¿no?

Sí, definitivamente lo era.

Miré su habitación desde la otra acera. Era normal que alguien como él estuviera durmiendo a esas horas, quizá abrazando a ese peluche llamado Filipo que le escuché mencionar. Bajé mi mano hasta la entrepierna y acaricié mi miembro por encima de mi pantalón. Este comenzaba a sentirse inquieto y estaba despertándose.

—Hmmm… —gemí cuando le frotaba con insistencia.

Era fácil escalar por ese árbol que llevaba a su ventana y abrir esta, ¿no? Escabullirme bajo sus sábanas y tomarle desprevenido; para luego explorar y profanar exhaustivamente ese cuerpo virgen y sin experiencia. Convertirme en arqueólogo y cavar hondo, sin compasión. Estaba deseoso de corromper toda ingenuidad, toda esa inocencia que se asoma en su mirar, distorsionar la pureza de su naturaleza con la que fue creado. Y esa carita de ángel sustituirla por ademanes de placer y perversión. Oh, pero cómo anhelaba hacer expresar a esa boquita, sonidos obscenos. Hacerla gemir, gritar y suplicar…

 

—No… —suspiré agitado, recargado en el asiento, con la cabeza hacia atrás, con el miembro aun punzante en mi mano ya inerte—. Por qué perturbar sus sueños infantiles de ponis, arcoíris y de nubes de algodón, que  sólo alguien como Ángel sigue conservando a su edad, con este tipo de deseos carnales.

Podía ir a cualquier lugar. Cualquier cama me dejaría entrar… Entonces por qué esta necedad de esperar por él. Por su cuerpo.

 Además, no es que yo sea el correcto para robarle su virginidad. De hecho, soy el menos merecedor para tal inmaculado acto.

Pese a ello, en verdad me hacía ilusión ser yo, su primera vez. Y es algo que me he propuesto.

Miré por última vez su habitación, antes de regresar a mi mundo. A los suburbios.

Por el momento, seguiría siendo ese lobo que espera en la oscuridad, entre los arbustos, sin atacar aún…

 

 

 

*~~~*~~~~*~~~*

 

 

 

Me adentré en ese barrio donde la miseria tiene lugar. En lo más bajo donde el hombre puede caer.

Me encontraba recostado en los escalones  afuera de un billar, esperando…

Estiré mi brazo al cielo, y con el dedo índice intenté señalar una de las tantas estrellas que tapizaban el firmamento, y contarlas. Esas mismas, que había fallado en atraparlas con mi puño y que escurridizas, se escapaban de él, como lo hacía Ángel.

Minutos después…

—Treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro… —guiñaba el ojo.

Varios chicos salieron del lugar y se acercaron a mí.

—Mira lo que ha traído el viento —escuché mencionar a uno, con voz grave.

—Treinta y cinco… —continué con mi conteo.

— ¿De nuevo contando las estrellas? —Inquirió la voz más jovial.  

—Treinta y… diablos Machete, he perdido la estrella que estaba enumerando por tu culpa —le miré de soslayo, culposo.

Él se apresuró a tomar asiento a mi lado.

—Tarde o temprano la perderías, como siempre —dijo irónico.

—Y más, si siempre te he de tener a mi lado para sacarme de concentración —señalé con tono molesto.

— ¿Crees que soy una molestia? —expresó con aire quejumbroso—. Sabes qué, olvídalo, que sé cuál será tu respuesta. Y mejor respóndeme: ¿Qué haces aquí?

—Sabía que los encontraría en este lugar, perdiendo el tiempo —le miré al fin directamente—. Además, ¿qué no puedo aparecerme por mis propios rumbos? —Le sonreí ligeramente.

— Claro que puedes, pero con eso de que has desaparecido en días, abandonándonos —fingió no importarle, cuando en realidad me lo reprochaba. Su voz era la de una esposa celosa.

—Siempre les he dejado claro de que no deben depender de mi presencia, mucho menos contar con ella.

—Sí, sí, pero ya que estás aquí… ¡entremos al billar, que hay un excelente ambiente! ¡Pateémosle el culo a los hermanos Sánchez! —Me animó—. Necesito sacarles dinero para un trago.

—En otra ocasión —resoplé, aún buscando la última estrella que había enumerado.

—De seguro una puta te espera en tu habitación —dijo cabreado y el resto soltó una carcajada, conscientes de los pasatiempos nocturnos que suelo tener — ¿O será que tu noviecita “la fresa” ya te habló de moralidad y esas mierdas y te vas temprano a casa a petición de ella?

Decidí dimitir su cometario. Todo el mundo comenzaba a comportarse incrédulo ante el hecho de que deseara ir a cama temprano y sin ninguna chica. Les comprendía, a mí también me descolocaba un poco. Además estaba cansado de dar explicaciones y no tenía porqué darlas.

—Sólo he venido a devolverte tu carro —lo señalé con el mentón, mientras bostezaba. Lo había dejado estacionado en la acera de enfrente.

— ¿Le pasó algo? —Agudizó su vista mientras pillaba mi botella de vodka y se empinaba lo que había quedado de ella.

—Solo unos detallitos insignificantes —metí la mano en mi bolsillo y le di las llaves.

—Serás un… —se limpió los labios, achicando los ojos.

Me puse de pie.

—Aprovecha el incidente para renovar esa chatarra que ya está para la demolición —me despedí, dándole palmadas en la espalda mientras le escuchaba refunfuñar. Eso me hizo sonreír. Era igual de divertido hacer enojar a Machete (mi anterior perrito faldero) como a Ángel. Los dos eran un par de críos que necesitaban madurar.

 

Con las manos en los bolsillos, comencé mi andar por las calles, indiferente a los demás;  ajeno al mundo. Desde el cielo ella me seguía, fiel a su lobo.  Sí, aquella luna llena, cómplice y compañera  que ha iluminado y cuidado mi andar por la vida.

De pie en un poster de luz, varios hombres de cabeza rapada y de brazos tatuados, me miraron, retándome con el mentón elevado. No planeaba ser sometido ante tal intimidación, mucho menos en mis propios rumbos pese al número de individuos. Sin flaquear les devolví el gesto con fiereza, metiendo levemente mi mano en el bolsillo de mi pantalón, precavido a cualquier posible ataque futuro. 

—Él es el tal Lobo, dejémosle en paz —escuché sugerir, al parecer al más prudente e inteligente del grupo.

Pasé frente ellos, confiado y cómodo, pero a la vez con una mirada cruel y calculadora.

Sus cabezas, terminaron por rehuirme.

Hay muchas razones por las cuales soy respetado, y unas de ellas es la fama que me precede y mi oscuro pasado. Pero el factor principal, es mí mirar, mismo que me hace un humano sin corazón a la perspectiva de los de mí alrededor. Y me refiero, a la inexpresividad y frialdad de mis pupilas, que realmente actúan como un escudo de protección y bloqueo ante los demás. Porque, el hecho de mostrarme insensible ante cualquier situación o persona, es más que nada, para no reflejar debilidad, y eso, puede ser la salvación en el mundo cruel de las calles. Te ayuda, a no convertirte en una víctima, y sobre todo cuando no se tiene a nadie.

Pero esa impenetrable barrera defensiva de mis oculares, recientemente se ha debilitado frente a Ángel. He bajado la guardia ante él y comienzo a mostrarle quizá mi autentico yo, a través de mis pupilas.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

  

 

Me adentré en ese edificio viejo de apartamentos que amenaza con colapsar. Subí agitadas escaleras y llegué a mi cuarto, situado en el quinto piso de los ocho existentes. En cuanto abrí la puerta, arrojé las llaves a la mesita de noche, junto a ese cenicero de cristal lleno de colillas de cigarro. Me dirigí a la ducha, desnudándome en el camino, esparciendo mi ropa al suelo. Me adentré a ese estrecho cubículo de una persona y abrí la regadera, dejando empapar mi cuerpo por aquella agua tan gélida que caló mis huesos, pero que me ayudó a bajarme un poco la embriaguez. Con la cabeza inclinada al suelo, me quedé quieto durante varios minutos mientras el agua se escurría por todo mi cuerpo.

 Húmedo regresé a la cama con el bóxer puesto y corrí la cortina de la ventana dejando entrar luz lunar para vencer las penumbras que habían consumido mi espacio.

Me senté en el borde de la cama, frotando con una mini toalla mi cabello, para luego recostarme boca arriba, pensativo.

Tragué saliva y miré el techo gris.

Todo estaba tan quieto y silencioso. Tan vacío. Tan solitario.

Y tan frío…

Desvié la vista hacia la mesita de noche y miré por unos momentos esa revista de chicas rubias en bañadores que ya no me estimulaba. Levanté levemente mi ceja perforada, al percatarme de aquella plumilla de guitarra, asomándose por una de las páginas, a punto de caer al suelo. Estiré la mano y cogí el pequeño objeto, resguardándolo bajo el colchón, junto a “esa fotografía”.

No era un chico que le daba un valor especial a los objetos, pero quería cuidar aquello en particular.

Sereno, volví a recostarme y me llevé el brazo izquierdo bajo mi nuca.

Sí, comenzaba a pensar de nueva cuenta en él y en esa extrema inocencia suya.

No es que me incomodara la soledad. Ni que le temiera. No yo, que ha vivido con ella y que desconoce lo que es en realidad estar acompañado. Pero de pronto comienzo a sentir la necesidad de estarlo. De tenerlo a mi lado. A él. De experimentar cómo sería tenerlo merodeando, escandalosamente a mí alrededor, robándose esta calma...

Ya le estaba imaginando. Ya lo estaba deseando.

Pero entonces mi conciencia se da a la rápida tarea de recordarme todos mis pecados cometidos, de restregármelos…

Y me dice, terca, que no soy apto para él...

Y tiene razón.

 

 Soy un hombre con un pasado oscuro. De una vida nada respetable. Y no puedo deshacer mis errores, que me persiguen, como fantasmas.

Soy un chico que vale mierda, es verdad, pero…

 

Cuando estoy a su lado,

Logro olvidar todo lo que soy.

Y todo lo que fui.

 

Tengo yo, ¿el derecho de enamorarme?

Suspiré, llevándome el antebrazo a mi húmeda frente y luego cerré mis ojos intentado dormir…

—Soy, el no indicado para estar a su lado —murmuro, aceptándolo.

Y temo no poder garantizar que no le haré daño en un futuro. Y él es tan frágil, que siento que con tocarle si quiera un poco, se quebrará como un cristal entre mis ásperas manos. Es tan indefenso, que no aseguro salvarle de la peor de las amenazas…

—De mi mismo… —musité.

Él me teme ¿no? Tanto, que siempre intenta huir de mis brazos. Y su temor está justificado. En ocasiones, me veo como un Lobo hambriento y monstruoso. Como una bestia despiadada y majestuosa con intención de atacar a ese ser, a ese Caperucito que de pronto se ve más pequeño e indefenso.

Pero sigo siendo ese mismo egoísta, que no soy capaz de pensar en su bienestar, sólo en esta desgarradora necesidad de intentarlo y  aferrarlo a mi lado…

Egoísta, porque pretendo robar otro beso a su boca y desaparecer el rastro de inocencia en ella.

Y más egoísta aún, porque pretendo tomarle completo. Sin detenerme.

 

Hasta que todo él me pertenezca…

 

—Sí —musité—. Ahora, ese se convertirá en mi meta —Cerré los ojos, abandonándome completamente a los sueños.

 

 

 

Me encuentro de pie, en aquel solitario camposanto. Las ráfagas de viento hacen que las hojas de otoño cubran las dos tumbas delante de mí, y sus nombres grabados en ellas. Nombres que honro en mi memoria, pero por los cuales jamás he podido derramar lágrima alguna. Inclino la cabeza, dedicando un tiempo de silencio y respeto, pero un ser inquieto perturba mi tranquilidad y hace que levante la vista hacia él.

Con las manos extendidas al cielo, un jovencito de ojos miel corre en círculos por el pasto, jugueteando, quizá imitando a un aeroplano. Sus pies no se percatan de una roca, se tropieza con ella y cae de rodillas.

Instintivamente corro hacia él, para socorrerle.

—Ángel, ¿estás bien? ¿Acaso no sabes caminar? —Le reprendí, casi burlándome.

Con un puchero en su rostro, él se sienta y se encoje, abrazando sus piernas y escondiendo su rostro ya pincelado por el lodo entre sus rodillas.

—Al parecer no —responde debajo, con la voz quebrada.

—Si tus piernas son torpes, por qué no utilizas tus alas, que se desprenden de tu espalda. ¿No te has percatado de ellas?

—Soy un ángel que no sabe volar. Mis alas están lastimadas —Dice, molesto.

—Tonterías, ellas están perfectamente. Lo único lastimado aquí, es tu rodilla.

—Lo sé, me duele arduamente.

Me percato de su visaje de dolor y me mortifico.

—Déjame ver —me pongo de cuclillas frente a él.

Él deja de abrazar sus piernas y baja sus manos al pasto, estrujándolo. Con la cara inclinada, desvía la vista, fingiendo no mirar mientras analizo su herida.

Husmeo en su botiquín que lleva en su mochila y con un algodón desinfectado, comienzo a tratarlo, lo más sutil posible.

 Mientras le alivio la herida, él se cubre con el antebrazo, avergonzado que le vea llorar. Pero logro escuchar perfectamente sus sollozos y me percato de los espasmos de su cuerpo.

Por más que lo intento, no logro ser gentil ante su frágil y escuálida rodilla.  

—Al parecer, no puedo evitar hacerte sufrir mientras te curo —aparté el brazo que cubría su rostro y miré sus pupilas húmedas y su mentón arrugado y tembloroso, conteniendo inevitablemente las lágrimas que fueron rápidas en recorrer sus mejillas rosáceas.

Me molestaba bastante verle sufrir, y me hervía la sangre. Aunque fuera por algo insignificante.

¿Y si mis manos le causaban un daño mayor?

Pero él ya se había encomendado confiadamente bajo mi cuidado.

—Es…toy bien —jadeó levemente mientras mis manos posaban sobre él.

Yo intenté concentrarme y fijé mis ojos en el daño, pero mis manos eran ásperas y toscas ante esa piel de porcelana, que se irritaba y enrojecía ante el más leve roce de mis dedos.

Gruñí. No es que mis manos fueran curanderas, pero sí expertas en destrozar todo lo que tocan.

—Déjame a mí también tratarte las heridas—pidió de pronto él, sacándome de concentración.

—Qué heridas —pregunté irónico—. Yo no tengo ninguna. No es que sea torpe como tú, y vaya tropezándome por la vida.

Sin percatarme, ya había bajado la guardia ante él. Ese chico había logrado traspasar mi escudo como ningún enemigo logró hacerlo, y de pronto me vi indefenso ante él. Su tibia y cariñosa mano, la llevó hasta mi pecho palpitante, sin que pudiera hacer nada.

—Aquí —señaló acariciándome el corazón—.  Aquí  hay heridas sin tratar y que no han sanado…

 

 

 

 

 

 

Puede que no sea el momento correcto.

Puede que yo no sea el correcto.

Pero hay algo acerca de nosotros que quiero decir.

Porque hay algo entre nosotros de todas maneras.

Puede que yo no sea el correcto.

Puede que no sea el momento correcto.

Pero hay algo acerca de nosotros que quiero hacer.

Algo así como un secreto que compartiré contigo:

“Te necesito más que cualquier cosa en mi vida”

“Te quiero más que a cualquier cosa en mi vida”

“Te extraño más que a cualquier cosa en mi vida”

“Te amo más que a cualquier cosa en mi vida”

 

Daft Punk— Something about us

Notas finales:

 

Recuerden el sueño de Adrián, que tendrá mucho que ver en el futuro :)

Gracias por sus comentarios.


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