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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

No importa cuántas veces huye de él, es inminente que al final, terminaré en sus brazos.

 

 

 

Y así lo deseo.

 

Capítulo: El parque de diversiones

 

 

 

Era un caluroso día de domingo, donde el ardiente sol amenazaba con derretir todo debajo de él. Pese a mi lamentable y empobrecido rendimiento físico, corría como un loco por toda la cancha intentando anotar gol, mientras impulsaba y motivaba a mis compañeros, adoptando según yo, aptitudes de líder que me pusieran a la expectativa del entrenador (que en realidad lloriqueaba ante mi patética actuación).

Delirante me pasaba la mano por la frente cuando podía, para secarme las gotas de sudor que empapaban mi extenuado rostro.

Estaba esforzándome al extremo. Aunque sólo se tratara de un entrenamiento más.

Miré mi botella de agua sobre las gradas. Aún no había podido darle ni un sorbo. Desatendiéndome de lo refrescante que se veía, con velocidad fui por el balón una vez más, cuando Julio puso malvadamente su pie en mi camino y me hizo tropezar. Volé por algunos segundos, sintiéndome cuál ave primeriza y aleteé con desesperación, para después aterrizar  violenta y dolorosamente contra la explanada enterregada. El silbatazo sonó y dio por terminado el partido de práctica. Y yo quedé ahí, estampado en el suelo, con el trasero parado y mi boca sumida en la tierra. Rodeado de risas burlescas, me puse de pie como mejor me lo permitió mi tambaleante cuerpo. Molesto, hice una rabieta, escupiendo y limpiándome la lengua con las manos que, irónicamente también estaban sucias.

—No puede suceder algo peor —dije con los dientes pastosos, totalmente asqueado. Pero realmente había hablado demasiado pronto, pues el día apenas estaba comenzando.

 

Sediento y deshecho, me dirigí con paso cojo hacia mi ansiosa agua, cuando vi aparecer a Carla,  de pie en las gradas, dirigiéndome un saludo con la mano. Engrandecí los ojos ante la agradable e inesperada sorpresa. Ella, tan perfecta como siempre, llevaba calzado deportivo, un short de mezclilla demasiado corto y deshilachado, una blusa delgada que trasparentaba el color de su sostén y su rubio cabello recogido con una cola de caballo.

Llegué hasta ella con actitud cohibida, preguntándome qué le había hecho venir al club. ¿Acaso Yo? Formulé con una chispa de esperanza. Pero de la misma forma que estaba ilusionado, también me sentí inmediatamente afligido al tomar en cuenta que sus celestes habían presenciado mis lamentables habilidades en el deporte y así, probablemente decepcionado de mí.

Algo ya era seguro, Carla desistiría de convertirse en mi primera seguidora después de mi pésima actuación. Bueno, eso si es que lograba un día tener alguna, lo que parecía nunca suceder si tenía un punto de vista realista.

—Ho…hola —sonreí avergonzado mientras que atolondrado, me sacudía la tierra de mi uniforme, mismo que era color blanco antes de que iniciara el segundo tiempo. Y también me pasé unas manos rápidas por mis empolvadas mejillas.

—Hola —respondió la rubia analizando con discreción todo mi yo, mirando quizá lo único que había quedado de mí después de lo que probablemente ya consideraba un deporte para salvajes.

Intenté disculparme por mi descuidado y lamentable aspecto. Parecía un sobreviviente de terremoto, sobresalido de un montículo de escombros. Todo achacoso y enterregado hasta las pestañas, con varios raspones en brazos y rodillas que ya comenzaban a causarme un picor desquiciante. Pero ella sonrió tierna como un ángel y dijo: “Te entiendo, te apasiona el futbol”. Sonreí con timidez ante su comprensiva sonrisa, y aún ruborizado me acerqué por fin al agua que me esperaba con la tapa abierta a que la bebiera, cuando una pierna la pateó y la mandó lejos antes de que pudiera saciar mi sed.

—Lo siento —escuché una disculpa retacada de cinismo.

Miré la cara del culpable, que se trataba de Adrián, el motociclista de cabellos oscuros y mirada intensa.

Mi corazón reaccionó escandalosamente ante su embriagante y repentina aparición.

Ahora sí, no puede suceder nada peor. Él atraería todas las tempestades posibles.

Aquel joven infausto llevaba bermudas que resaltaban sus buenas pantorrillas, una camisa de resaque a rayas, unos lentes de sol como si quisiera verse más engreído de lo que ya es y no bastara con su egocéntrica actitud, y hasta mí llegó su penetrante loción fresca, mientras que yo, lógicamente podría estar apestando a esfuerzo físico. 

Y sin falta, esa sonrisita cínica y altiva engalanaba su rostro.

«Por qué, ¿por qué ha de lucir siempre tan exquisito?» Exclamé en mis adentros mientras le miraba sin parpadear, expectante, como un completo pasmarote. 

—Se está vaciando el agua de la botella —le escuché vagamente dirigirse a mí. Pero no atendí. De nuevo me había perdido en él, sin percatarme, en su imagen tan fresca y cool.

Adrián posee una fuerte presencia y personalidad a las que involuntariamente suelo sentirme atraído, y a lo que mis ojos le es imposible eludir; aunque me sea molesto y no posea la fuerza suficiente para aceptarlo.

 —¡Ángel, el agua! —insistió, aplaudiéndome en la cara para que reaccionara. Lo hice al fin, tardío y atolondrado al sonido de sus manos que rompieron el malvado hechizo al que me sometió la perfección de su anatomía.

—¡¡Ah!! —me apresuré a salvar de menos una gota. Me moría de sed. Mi cuerpo la necesitaba con urgencia. Pero mi mano llegó demorada a ella, se había consumido el agua sobre las gradas y Adrián era de nuevo el culpable de que pudiera morir; esta vez por deshidratación. Cogí la botella, ésta aún tenía una gota que humedecería mi boca y daría una falsa sensación de saciedad. Ladeé el envase y esperé agonizante con la lengua afuera, cuando Adrián me la arrebató de las manos y la arrojó lejos antes de que sucediera. Le miré iracundo, con las manos empuñadas, conteniendo las ganas de golpearle como a un costal de box. Tengan por seguro que lo hubiera hecho si Carla no estuviera presente, pero él tenía demasiada suerte que ella se encontrara en los momentos más propicios en que yo he querido hacerle pagar. O era demasiado inteligente para saber cuándo molestarme.

— ¿Estás enojado por algo? —con un gesto de ternura me frotó la cabeza como si fuera su sumisa mascota peluda.

—No me toques —le advertí gruñendo, actuando irónicamente como una. Pero como una que sería capaz de morder la mano a su amo.

Él retiró su mano ya empolvada de mi cabellera ante mi advertencia.

—Por hoy, prometo no hacerlo —dijo y se sacudió su palma con la otra—. Dime, ¿has estado jugando a pastelitos de tierra?—. Sonrió, mofándose libremente de mí.

—Se le llama futbol —enfaticé con las mejillas infladas.

—Eso, eso —se aclaró la garganta—. ¿Y por qué usas medias de colegiala?—Quitándose los lentes de sol, miró estas puestas en mis delgadas y trémulas piernas.

—¡No son medias de colegiala, son deportivas! —vociferé ruborizado—. ¡Las utilizan los futbolistas!

—Vale, vale —rió, haciendo un gesto vago con la mano.

—¡Y no tengo que darte explicaciones! ¡Tú deberías de dármelas a mí! ¡El por qué estás aquí por ejemplo! —sulfuré.

—Eso… —miró a la rubia desde su hombro, cediéndole la palabra.

—Venimos a invitarte a un parque de diversiones —respondió ella al instante accionando un paso hacia mí— Nos encantaría que fueras—.Puntualizó con sus dientes luminosos y perlados.

—¿Parque de diversiones? —repetí extrañado, con la ceja alzada, disipando toda ira desatada hacia el joven de corte de mohicana.

— ¡Sí! —Afirmó, frenética por la emoción mientras daba brinquitos—. Ya le he avisado a tu madre antes de venir aquí y te ha dado su bendición por si acaso decides acompañarnos.

Una sonrisa estúpida se dibujó en mi rostro y la mirada se me perdió en algún lugar del horizonte.  Me había sumergido en esa misma fantasía idealizada que fiel me ha acompañado desde la niñez. En ella, me veía con Carla entrelazado de la mano, paseando por un parque de diversiones una soleada tarde de domingo. Éramos la pareja perfecta y las personas se detenían y se tomaban la molestia de decírnoslo. Estaba tan ilusionado en hacer aquello una realidad, que olvidé el grandísimo detalle llamado “Adrián” en el asunto que no iba a hacer capaz de permitírmelo, el que distorsionaría todo a su conveniencia.

Y cedí ingenuamente.

— ¡Iré a casa a ducharme! —me apresuré con una amplia sonrisa.

—Ya vamos retrasados —el Lobo detuvo en seco mis pasos, al igual que mis planes— No podemos esperar a que recorras todo el camino a casa, te duches y todo lo demás que pretendas hacer —. Expresó, haciéndolo parecer un siglo.

—¿Y planeas que me vaya así? —Gesticulé irónico y con mis brazos sobresalté mi empolvado aspecto para que lo considerara—. ¿Mm? No traigo cambio de ropa, ¿sabes?

Él se acarició el mentón, analítico.

—Sólo que te des una ducha breve en las regaderas del club y te sacudas a conciencia tu traje —indicó—. No podemos esperar más que eso.

—¿Es en serio? —pasé mis ojos a la rubia, esperando que propusiera una solución más razonable y menos descabellada a la de su novio.

—Sí, sí, ve a las regaderas del club, no contamos con tiempo —coincidió ella con su novio y unió sus manos a modo de imploración.

¿Qué?

No sabía por qué les urgía tanto que les acompañara para que me pidieran tomar ese tipo de medidas improvisadas y alocadas. Pudieron avisarme con anticipación, ¿no? Un día antes al menos, para tener tiempo de pensar qué ropa debía ponerme y así elegir el atuendo apropiado para una cita con Carla. ¿O será que no planeaban invitarme y lo decidieron a última hora? Cuál hubiera sido el caso, decidí pensar positivamente, e incluso me ilusioné por el hecho que ella me haya tomado en cuenta, aunque fuera de manera tan apresurada.

Pero con este aspecto… ¿Estaban hablando en serio?

—¿Y qué decides? —el de la ceja perforada me apresuró para que respondiera.

—Bien… —resoplé con resignación y me desinflé como un globo— Ahora vuelvo —.Cogí mi mochila de un asa y me alejé corriendo hacia los vestidores.

Entré a los baños deprisa, había una regadera al fondo.

—Qué tal —saludó el entrenador mientras orinaba.

Le respondí el saludo sin voltear a verlo. Y cuando iba a quitarme la camisa…

—Creo que no hay agua —avisó mientras se subía la cremallera de su pantalón con algo de dificultad.

Giré el pomo de la regadera para cerciorarme y desafortunadamente tenía razón. Ni un mentado chorrito se dignó a caer. Apresurado, me dirigí a la salida con la mano en la nariz, ya que el entrenador había dejado penetrado el lugar y apestaba horrible.

Carla y Adrián me esperaban impacientes bajo la sombra de las gradas. Me detuve frente a ellos.

—No funciona la regadera —les avisé con la respiración entrecortada. Me incliné hacia delante y apoyé mis manos sobre las rodillas para recuperar aire— De hecho, no recuerdo un día que haya sido funcional —me llevé los dedos a la boca, cavilando—. Lolo y yo siempre hemos tomado nuestras duchas en casa.

—¿Y ahora qué? —expresó Carla y ambos se miraron entre sí.

—Puedo ir rápido a casa, si me esperan… —insistí señalando con la mano la dirección nórdica.

—El primo de Carla lleva esperándonos bastante tiempo como para retrasarnos más —anunció el motociclista, entre dientes.

 Alcé mi clara ceja al descubrir que una persona a parte de mí, estaba apuntada a dicho paseo. Tal persona que no esperaría más por mí.

—Entonces…que les vaya bonito —inflé las mejillas y rehúye la mirada, totalmente derrotado.

Presentí los ojos de Adrián sobre mí, envolviéndome y atrapándome, lo que me hizo instintivamente encogerme de hombros.

—No hay problema que te vengas como estás —insistió.

—No, gracias —torcí los labios. ¡Cómo él sí estaba duchado y cambiado!

—Qué lástima. Será para la otra entonces —expresó Carla y comenzó a andar con desilusión, lo que me partió el corazón.

Adrián la siguió.

<<En verdad me hubiera gustado ir>> Me dije, mientras los veía alejarse; arruinarle la cita que Adrián tendría con mi chica y aprovechar para acercarme a ella y pasar un domingo romántico, como sucede en las películas y series de drama juvenil de la TV.

Poseído repentinamente, por un impulso alocado e irracional, me monté la mochila a la espalda y corrí hacia ellos sin pensar en las consecuencias.

Qué idiota soy…

—¡Iré! —les grité y levantando el brazo, lo agité.

…soy yo quien suele cavar su propia tumba. ¿Lo han notado?

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Enrabietado me la pasé sacudiéndome mientras nos alejábamos del club deportivo por un sendero arbolado. Me palpaba el cuerpo y no dejaba de salirme tierra por todas partes. Saqué varios kilos de mis bolsillos y hasta de mi ropa interior cuando me agité el short. Me sentía bastante incómodo. Digo, ¡hablo de tierra hasta en los calzoncillos! Adrián mantuvo una sonrisa divertida mientras me contemplaba, hasta que un tono ruidoso proveniente desde su bolsillo trasero le hizo desatenderse de mí. Esculcándose, sacó su parpadeante celular y mirando brevemente el nombre del contacto en la pantalla, atendió la llamada entrante.

—Don Fernando… —se llevó el aparado al oído mientras apresuraba sus pasos, apartándose y dejándonos atrás, hasta convertir sus palabras en murmullos.

Desvié la mirada de él, sin importarme un poco de lo que trataba su reservada conversación,  cuando sin que lo esperara, la rubia se aferró de mi brazo y me sonrió, robándose mi atención.

—Gracias por atreverte a venir... —tomándome desprevenido, colocó suavemente un beso de labios sellados en mis sucias mejillas.

—De…de nada —tartamudeé ruborizado ante la agradable sorpresa que me dio su boca, mientras  que aún incrédulo me frotaba con la mano la mejilla besada.

Me sentí soñado pese a la carencia de insinuación de su acto, que sólo fue impulsado por un sentimiento amistoso.

—Con lo mucho que me ayudarás —suspiró aliviada.

La miré sin comprender, por lo que ella se apresuró en aclararme las cosas:

—En el trabajo, a papá le dieron entradas gratis para el parque de diversiones, por lo que planeé con anticipación una perfecta cita con Adrián. Sólo él y yo, de paseo. Pero a último minuto, mi padre me ha obligado a invitar a mi primo Saúl —esbozó malhumorada—. Y verás, quiero pasar una linda tarde con mi novio sin que él me moleste y sea un mal tercio. Y bueno, tú podrías ganar un nuevo amigo. ¿Qué te parece?

—Me encantaría —con un deje apagado, me esforcé por sonreír. El descubrir el verdadero motivo por el que a Carla le urgía que fuera al parque con ellos, el por qué a última hora me ha invitado y me insistió demasiado, me hizo sentir un poco desdichado, utilizado y apagó toda chispa de felicidad. Pude haberme negado y volver a casa en ese momento, incluso con más razón ahora, pero ella me necesitaba y no tenía la fuerza de voluntad para negarme a lo que me pedía. ¿Cómo decir no y volver sin más? ¿Qué clase de amigo sería? Uno que dejaría de serlo, supongo. Sin contar que ya me había premiado con un tierno beso. Debía ayudarla, aunque no quisiera, aunque me fuera hiriente. Eso hacen los amigos leales, y ya me estaba ganando ese puesto en su vida para retractarme ahora.

Con la autoestima por los suelos, arrastré mi cuerpo por el camino hasta llegar a la avenida donde automóviles iban y venían. No muy lejos, logré identificar la moto de Adrián estacionada a unos cuantos pasos adelante de nosotros. ¡Pero vaya que estaba más chula! ¡Parecía nueva y estaba pulida! Sin poder evitarlo, me enamoré de ella por segunda vez casi con la misma intensidad que cuando la vi por primera ocasión, y eso que no me considero de aquellos chicos que se apasionan por las motos. Las seguía considerando peligrosas. Suicidas. Pero eso no le quitaba lo linda que era la del Lobo, misma que ganaba piropos de los transeúntes.

Seguimos caminando hacia ella. Delante de aquella bestia de dos ruedas había un auto amarillo, marca Copper y un chico recargado en él revisando su celular de pantalla táctil con actitud impaciente bajo unos lentes oscuros.

—¡Saúl! —le llamó Carla. El chico de rubio y sedoso cabello se volvió a nosotros abandonado su atención del aparato.

—¡Primita! —se apresuró a recibirla con un beso en la mejilla— Demoraste en llegar y ocasionaste que me bronceara. Pero bueno, agarré colorcito —. Expresó con tono fresón y se palpó levemente sus mejillas humectadas. Ceñí el entrecejo preguntándome qué había sido eso. Además, el chico que minimizaba las palabras era sólo yo, aunque sin ese complejo de realeza.

Engreídamente, el chico medio nos miró a Adrián y a mí como si fuéramos un par de cucarachas, para luego ignorarnos sin dirigirnos un saludo siquiera, por lo que Carla se tomó la molestia de hacerle notar nuestra presencia.

—Mira Saúl, él es mi novio Adri…

—Ya he tenido el gusto de conocerlo con anterioridad —le entrecortó las palabras tajantemente.

La hostilidad con la que se dirigió ese chico hacia el pelinegro era más que notoria, e imprudente diría yo. Sin embargo al Lobo, más que molestarle, le pareció divertido.

—Perfecto… —Carla forzó una sonrisa, intentando ignorar el hecho de que su primo probablemente odiara a su novio por razones que por ahora desconocía.

Evitando al pelinegro, Saúl pasó inmediatamente su mirada en mí. 

Ojalá jamás lo hubiera hecho.

—Y él es Ángel, nuestro amigo y vecino mío —me presentó ella ya un tanto incómoda.

—¡Oh my God! ¡Pero qué te pasó! —horrorizado, el chico se cubrió la boca y arrugó la nariz al contemplarme.

Agaché la cabeza y avergonzado me froté el brazo.

—Amor al deporte… no lo entenderías —musité.

—En efecto, no lo comprendo —respondió con repulsión.

Carla carraspeó la garganta ante el embarazoso y pesado ambiente que comenzaba a envolvernos gracias a su delicado e insoportable pri—mi—to. Esa vez hubo algo que nos unió a Adrián y a mí en concreto: El hecho que no tragábamos ni un poco al tipejo ese.

—¿Nos vamos yendo al parque? —sugirió el susodicho con mirada altiva y su trasero de pato.

Adrián era el único que le daba poca importancia a su actitud. Se mostraba desinteresado e indiferente.  A mí en cambio, ya me estaba siendo insoportable.

Pero todo se complicaría más y daría un vuelco inesperado…

—Saúl, quería decirte que Ángel deberá irse en tu carro, mi novio y yo nos trasladaremos en la moto. Nos reuniríamos en el parque —señaló Carla, con un rechinar de dientes, bastante preocupada de su reacción.

Saúl esbozó irónico y ultrajado.

—Pero… —se cubrió la boca con la mano y susurró en el oído de la chica—, ¿qué hago si me ensucia los asientos? Lleva tierra por todas partes —. Discreto, recorrió con mirada desdeñosa toda mi suciedad.  Rehúye la vista al escucharle. Comprendía su preocupación, estaba hecho un asco y su carro estaba muy bonito y aseado.

Definitivamente mi destino no era ir al mentado parque, por lo que decidí abandonar todo intento y voluntad de una buena vez. La única opción para deslindarme de toda esta locura y no defraudar a Carla, era decir una excusa para regresar a casa, aprovechando la situación. Algo como:

—¡Chicos! —robé la atención de los presentes—. Acabo de recordar que tengo algo que hacer y debo irme… mm… olvidé ir con Lolo, hoy cumple años su abuelita. ¡Nos vemos luego!

 Estuve a punto de dirigirme hacia la dirección marcada, cuando Adrián detuvo mi andar, bloqueándome el camino.

—No esperarás que nos creamos esa excusa tan patética. Que yo me la crea —me miró irónico.

—¡Pero es la verdad! —exclamé.

Y sin que lo esperara, me cogió del brazo y tiró de mí.

—Ángel se irá conmigo en la moto —comunicó repentinamente.

Engrandecí los ojos mientras me jalaba hasta la motocicleta.

—¿Qué? Pero…yo… —frené mis pasos mientras nos miraban. Adrián se montó y con una seriedad imprevista, comenzó a colocarse unos guantes de conducir de cuero oscuro.

—Sube —me ordenó, pasándose la mano por su rebelde cabellera—. Me temo que te perderás la fiesta de la abuelita de Lolo allá en el asilo de ancianos.

Yo dudé, mientras balbuceaba y ponía peros.

Encendió la moto que rugía feroz como un león.

—Qué esperas. No te estoy preguntando —me avivó, mirándome bajo sus lentes oscuros, autoritario.

Le obedecí de inmediato. No sé desde cuando he comenzado a hacerlo. Inconscientemente, sucumbía a su voluntad. Y en esta ocasión lo hice principalmente, porque no deseaba hacer una escenita frente a ese par, que no despegaban sus ojos de nosotros.

Sin opción alguna, con movimientos dudosos y torpes, me monté, maldiciéndome en mis adentros por no ser capaz de rehusarme, ¡por ceder tan sumisamente! sin regatear como de costumbre.

 Una sensación eléctrica recorrió mi espinazo cuando me coloqué, adhiriéndome perfectamente al  cuerpo del Lobo y me aferré de sus endurecidos hombros, con las mejillas ardiéndome.

—Los vemos en el parque —se dirigió al par de rubios, sonriéndoles y guiñándoles un ojo.

Carla no tuvo tiempo de objetar nada, se quedó muda y contrapuesta ante la solución repentina que tomó Adrián respecto al traslado, pero parecía consciente de que aquello lo había provocado su primo.

Sólo se dedicó a vernos desaparecer por la calle…

 

No sé cómo describir el rostro de ella en ese instante. Quizá nunca lo sepa, pero una corazonada me dijo que desde ese momento, a Carla comenzó a intrigarle la supuesta amistad que nos unía a Adrián y a mí…

¿O eran imaginaciones mías…?

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Llegamos a nuestro destino más rápido que un rayo. Adrián inmediatamente consiguió lugar en el aparcadero. Desesperado por pisar suelo seguro, me apresuré en bajarme de la moto y por consecuencia casi me caigo de boca, pero era mejor perder un par de dientes que arriesgarme a que Adrián cumpliera la amenaza con lo que me molestó durante todo el camino, y que consistía en tomar una desviación y raptarme.

— ¿Estás bien? —inmediatamente el pelinegro se desmontó de la motocicleta y se encaminó hacia mí, asegurándose que mi rostro no hubiera alcanzado a hacer contraste con el duro pavimento del estacionamiento.  ¡Pero vaya que era torpe! Un poquito más, y hubiera besado a mi novio el suelo, con el que constantemente me dejaba caer a sus brazos extendidos. Tenemos nuestra propia historia, llena de tropiezos. Búsquenla, es una novela romántica titulada: “El suelo y yo”

—Cuidado Caperucito, no quiero que te lastimes esa linda cara tuya. ¿Debería cuidarte los pasos?

Estuve a punto de contestar: « No es necesario. Estoy bien. Ya estoy acostumbrado a los malos tratos de la vida. Soy un chico infortunado que se tropieza con regularidad». Pero permanecí callado, omitiendo sus comentarios de la misma manera como lo hice durante todo el trascurso hasta aquí. Él se quitó los guantes y atrancó la moto mientras yo me dignaba a mirar ese lugar y su gran letrero que nos daba la bienvenida:

 

“Diversión extrema”

 

 El parque se veía inmenso e intimidador desde el punto donde me encontraba.

Contuve la respiración mientras escuchaba a un par de jóvenes pasar a lado mío, expresarse con regocijo y algo de miedo sobre los juegos mecánicos que probablemente les haría mearse en los pantalones y vomitar como una bulímica desearía hacerlo.

—¡Lo bueno es que llevamos puestos pañales con doble absorción! —exclamó uno palpándose las hinchadas petacas.

—¿Tu abuelito no los necesitaba para esta noche? —puntualizó el otro, dubitativo.

—Que la tía Rosa se encargue de sacar el colchón al sol la mañana siguiente —dio rápida solución.

Vi marcharse campantemente al par de chicos, conteniéndome de pedirles un pañal de adulto para mí también, ya que era seguro que lo necesitaría.

—No sé por qué tengo el mal presentimiento de que no hemos venido sólo a montar un pic— nic en medio de un páramo verdoso, donde dormiremos y comeremos sándwiches pasiblemente  —hablé por fin con cierta mortificación que hizo temblar mi voz.

Desde pequeño me han asustado los juegos mecánicos. La rueda de la fortuna y el carrusel eran  aterradores. Lo único que disfrutaba de asistir a los parques, eran los globos sujetos a un lazo que me obsequiaba la amigable botarga con la que tímidamente terminaba haciéndome una foto, y los algodones de azúcar, que siempre me dejaban con el exquisito sabor de una boca pegajosa. Pero sobre todo, disfrutaba más cuando recorría el lugar con papá, cogido de su cálida y áspera mano.

 

Adrián y yo seguimos avanzando hacia la entrada. Mi estómago se encogía de nervios a cada paso. Definitivamente no planeaba subirme albarco pirata de la muerte”. Tragué saliva y continué mi caminar sin pausas, pretendiendo normalidad para que el chico que iba a mi lado no se percatara de mi cobardía, pero algo me decía que podía olfatearla con sus instintos de Lobo salvaje. Y lo hacía, olfateaba todos mis estados de ánimo y mis pensamientos más ocultos. Los percataba ante la más mínima manifestación y asomo. De alguna forma. Puedo asegurarlo.

— ¿Qué debemos hacer mientras Carla y Saúl llegan? —ya frente a la entrada, le pregunté a un Adrián que bostezaba.

—No podemos más que esperar en la sombra, Carla tiene los cupones de pase  —se cubrió la boca con su puño finalizando el bostezo y se dirigió bajo un árbol. Sin opción le seguí. Bueno, la verdad es que yo también me sentía perezoso después de un arduo entrenamiento y me apetecía reposar lejos del implacable sol que ya comenzaba a broncearme las mejillas.  Y lo hice, aunque fuera junto a él, por lo que decidí ignorar ese hecho.

Refugiados del caluroso clima bajo una extendida sombra, Adrián se quitó los lentes, los colgó en el cuello de su camisa y tomó asiento. Y yo lo imité. No pasé un minuto de reposo, cuando la yerba comenzó a causarme picazón en mis raspones, por lo que me llevé la mochila sobre mi regazo para buscar dentro, los curitas con dibujos infantiles y así atenderme las leves pero punzantes heridas. Pero en cuanto la abrí, la cabeza de mi peluche Filipo asomó sus orejas grises y desgastadas entre los vendajes y ungüentos. Con pulso acelerado y algo de torpeza cerré rápidamente la mochila, escandalizado de que Adrián hubiera logrado ver que mi amigo con relleno me acompañaba a la aventura. Sí, hasta alguien como yo es consciente de lo patético y denigrante que es llevarse un oso de felpa y usarlo como confortación ante una importante prueba de selección para el añorado puesto de capitán. Y más aún cuando tu único y mejor amigo Lolo se digna a faltar, dejándote enfrentar todo solo…

Oh, es cierto, ¡Lolo!

 Me dirigí a Adrián para exigirle explicaciones respecto a mi mejor amigo. Miré sobre mi hombro y allí estaba él, tumbado en la yerba con semblante relajado, con las manos bajo la nuca mirando inexpresivo el cielo y sus pausadas nubes, mientras que con aire distraído dejaba escapar ligeros chiflidos de sus carnosos labios. Eso era Adrián, un ser despreocupado y vago. Un Insolente.

Contemplarlo así me hizo preguntarme: «¿Nada en la vida es capaz de perturbarle?»

 Yo lo intentaría.

—¡Tú! —lo apunté culposo con el dedo índice, a lo que sus oscuras orbes pasaron a mirarme, elevando su ceja perforada—. ¡Qué le has dicho a Lolo!

—Por qué la pregunta —sonrió con sorna. Sin alterarse siquiera un ápice.

Me puse a gatas sobre el pasto en su dirección.

—Desde aquella vez que según tú te ofreciste amablemente a llevarlo a casa, no se ha dejado ver y hoy ha faltado a la práctica, cuando él jamás sería capaz de abandonarme en un día muy importante para mí.

—Caperucito… —suspiró serenamente, aún con sus manos relajadas bajo la nuca—. Si en verdad quisiera hacerle algo malo a tu mejor amigo, no me tomaría la molestia de amenazarlo, simplemente lo asesinaría, sin gastar palabras y te entregaría su cuerpo sin vida en tus propias manos. Y debes considerar que eso sólo pasaría si en un caso remoto considerara a Lolo como una amenaza. De esa forma podrías culparme libremente de desaparecerlo, pero para fortuna tuya, y para la de él, no es así.

¿Y lo aceptaba sin más el muy cínico?

No me agradaba que dijera ese tipo de comentarios, aunque fueran de broma.

—¡Más te vale que él esté bien, ¿oíste?! —bufé y me volví a sentar debidamente en el pasto, abrazándome de mis frágiles rodillas.

—Supongo que lo está. Ahora dime tú… —le escuché desde mi espalda—, ¿a qué te refieres con esa mierda que hoy es un día muy importante para ti?

—Al final no lo fue, así que no importa mucho —inflé las mejillas, malhumorado, decidiendo no tocar el tema.

Adrián se incorporó a mi lado y buscó mi mirada, la cual yo le negué.

—¿Es algo referente al futbol? —inquirió.

No respondí y me guardé las explicaciones mientras mis manos jugueteaban con una ramita desprendida, pero sí que había acertado: El maldito del entrenador suspendió la elección que se haría en busca del nuevo capitán, ya que decidiendo perdonarle las fallas a Julio, le dio otra oportunidad y lo dejó nuevamente como líder, pero sólo hasta que alguien demostrara ser más apto que él; hecho que me molesta bastante pero que a la vez me proporcionó más tiempo para demostrar mi capacidad para el puesto.

Pese a mi silencio, Adrián lo entendió. Mis ojos de alguna forma hablaban con él. Y él comenzaba a descifrar mis pensamientos con sólo mirarme. Comenzaba a conocerme de verdad. A ver dentro de mí. Y eso me asustaba y me hacía sentir vulnerable ante su presencia. Completamente transparente ante su mirar.

—Mira Caperucito… —esbozó cansado—, hoy pude apreciarte unos instantes durante tu práctica deportiva y debo aceptar que me impresionó que alguien como tú tuviera tanta pasión y determinación encendida por sus venas…

—No necesitas halagarme para que me sienta mejor —puse los ojos en blanco.

—Y no planeaba hacerlo.

—Entonces…

—Es admirable que te esfuerces tanto, pero…

— ¿Pero? —alcé mi castaña ceja.

— ¡Pero apestas! —exclamó—. ¡Eres el peor jugador que he visto en mi vida! ¡Un ciego o un inválido lo harían mejor que tú! ¡Ocasionas que me lamente y odie la existencia del futbol! Siento decírtelo, pero te falta rendimiento, habilidad y… talento.

— ¿Qué? —le fulminé con la mirada.

—Dime algo, lo juegas porque en verdad te gusta o lo haces porque tu padre lo hubiera querido así.

Me petrifiqué al escucharle.

— ¿Cómo sabes lo de mi padre? —balbuceé—. ¡No hables de él tan a la ligera!

—Tranquilo. Carla me lo dijo mientras observábamos desde las gradas tu extraño talento para controlar el balón, que aún no sé cómo describirlo. Me comentó que ella no llegó a conocer a tu padre pero que sabe de antemano que era un aficionado al futbol y uno de los fundadores del club deportivo de la colonia y también que tú anhelabas seguir su legado. Pero responde, ¿en verdad esa es tu verdadera vocación? ¿No lo haces porque eso haya querido tu padre?

— ¡Claro que es mi vocación ser un jugador profesional! —reafirmé con entereza— Y a ti, ¿qué te importa? ¡No tienes derecho de decirme qué debo elegir y qué no, para mi futuro! —. Fruncí los labios.

— ¡Vamos! Sólo me aseguro de que lo tengas bien claro y no cometas un error.

— ¡Pues lo tengo muy claro!

 Intenté no sentirme afectado por sus palabras, sabía perfectamente que el futbol era lo mío, aunque no poseyera el talento innato y debiera esforzarme y disciplinarme lo triple que los demás para ser un excelente jugador. O, eso quise pensar para evadir esa duda que Adrián sembró en mí desde ese momento…porque en verdad no me agradaba ser una figura pública, y eso, llegaban a ser los jugadores profesionales de futbol. Además estaba eso de mi asma… ¿No me causaría problemas futuros en mi carrera deportiva?

En eso, sonó de nuevo el celular de Adrián truncando la conversación, y yo lo agradecí enormemente. Él contestó:

—Carla, ¿ya han llegado…? Bien, nosotros estamos en una sombra, junto a las taquillas… De acuerdo, ya vamos para allá ¿vale? —y colgó.

 

Después de la llamada, nos reunimos con Carla y  su primo en la entrada, y sin más contratiempos, por fin accedimos al parque. Carla y Adrián iban adelante, con las manos entrelazadas mientras que quejumbroso, yo les seguía detrás, junto a ese tipo que me miraba con asco.

—No comprendo el futbol, perseguir como idiota una pelota y bañarte en sudor. Por eso prefiero el Golf. Tiene más gracia y elegancia —señaló Saúl y recorrió brevemente mi machacado aspecto.

— ¿Golf? A mí me parece de lo más aburrido —contraataqué.

—No más que el tener que hablar contigo —espetó.

—Entonces no lo hagas si no quieres, aunque sea tu única opción. Nadie te está obligando —añadí, con el orgullo herido.

— ¡Bien! —adelantó sus pasos y tomando su cámara digital colgada a su cuello, comenzó a sacar varias fotografías en despecho de la rueda de la fortuna que se apreciaba aún lejana a nosotros.

Así es como inició oficialmente ese paseo que se volvió lento y agonizante.

Recorrimos la mayor parte de aquello que parecía interminable. Yo era el que se retrasaba, el chico con la lengua afuera que miraba las perfectas espaldas de mis acompañantes como inalcanzables y lejanas. Adrián me lanzaba miradas esporádicamente, a las cuales no les tomé importancia, pues estaba demasiado ocupado delirando con un refrescante manantial. Comenzaba a deshidratarme en verdad. Tenía la boca seca y rasposa, mi vista estaba empañándose, los pulmones me ardían, mis piernas hormigueaban y pesaban como si llevara calzado de plomo. Extenuado, colgaba mis brazos inertes hasta rozar el suelo, imitando el idioma zombi: Ah… Ah… Ah, por lo que en cuanto vi sombra y áreas verdes, reaccioné y corrí hacia ellas con suma desesperación, como quien encuentra un oasis después de varios días agonizantes en el desierto.

Abandonando mi mochila, me tumbé boca arriba, con los brazos extendidos, cerca del descamado tronco de aquel frondoso árbol.

— ¡Qué buena idea! —Expresó Carla y se me unió— Podemos tomar un receso antes de continuar —. Y se pasó una mano por el fleco, agitada.

Todos se sentaron formando un círculo y con inquietud se apresuraron en planear sobre a cuáles juegos se subirían. Intenté mantenerme atento a la conversación, forzando a mis ojos a mantenerse bien abiertos, pero estaba tan cansado que cuando menos me di cuenta, mis pesados párpados decidieron abandonar la lucha e inmediatamente cayeron derrotados pese a mis órdenes.

Quedé sumergido en un profundo sueño. En mi subconsciente, escuchaba las voces de los niños y el ajetreo de las personas mezclado con los sublimes sonidos de la naturaleza. El pasto me picaba e inconscientemente comencé a rascarme el brazo, del que, enfilados, se me subían bichitos y me hacían cosquillas. También tuve una constante y molesta comezón en la nariz que amenazaba con hacerme estornudar.

 Somnoliento, abrí los ojos luego de un cuarto de hora, los rayos del sol se colaban entre las ramas del árbol y me encandilaban. Desvié la mirada hacia mi derecha y mis claros ojos dieron con los oscuros de Adrián, que con una postura relajada, me miraba sentado desde su posición. Fui el primero en apartar la mirada. Me di el sentón frotándome los ojos y luego observé mí alrededor…

— ¿Y Carla y su primo? —pregunté, titubeante.

—Tenían hambre y se adelantaron al puesto de pizza. Decidieron no despertarte, ya que dormías como un bebé. Tu cuerpo parecía necesitar con urgencia una siesta.

— ¿Y tú? —inquirí.

— ¿Yo? —Sonrió de medio lado—. Me quedé vigilándote. Velando tú sueño.

Me sentí inmediatamente avergonzado e intimidado al pensarlo. “¿Velando mi sueño?” Eso significa que… ¿me había observado mientras dormía?

Pasé saliva.

—No… tenías que… hacerlo —farfullé e inmediatamente rehúye la mirada.

—No ha sido nada. Fue interesante encontrarte tan indefenso y expuesto. Con la guardia baja ante mí...

— ¡¿Eh?! —aquellas palabras lograron despabilarme completamente de mi breve siesta.  Escandalizado, me abracé a mí mismo, como un reflejo. Mi corazón palpitaba como un loco.

—Debo decirte también que pronunciaste mi nombre en murmullos repetidas veces, rogándome desesperadamente que te despertara con un beso de amor verdadero —señaló con carácter teatral.

— ¡Mentira…! —exclamé mientras que con las mejillas ardiendo, fruncía los labios y omitía una palabrota ofensiva. Además, no es que yo sea una princesa con roles dorados y mucho menos… él un príncipe encantador.

—Bueno, la verdad es que sólo balbuceabas palabras poco entendibles, pertenecientes a un idioma inexistente. Me pregunto si era marciano… —dijo y sus labios se dibujaron con esa maldita sonrisa burlona.

— ¡Idiota! —inflé las mejillas mientras me quitaba con furor las ramas que se enredaron graciosamente en mis castaños cabellos.

Yo era un chico afable hasta que le conocí. ¡Y ahora soy un cascarrabias!

—Pero dime, ¿tienes hambre? —se puso de cuclillas frente a mí.

—Ni un poco —hablé bajito, pero justamente en ese momento, contradiciéndome, mi estómago protestó y me delató, el muy traicionero.

El Lobo sonrió tenuemente ante el sonido de mi cuerpo.

—Al parecer tu tripa opina lo contrario.

 

 

Revisamos el local de pizzería donde supuestamente se encontraban Carla y su primo, pero ya no estaban allí cuando llegamos.

— ¿Adónde demonios habrán ido sin nosotros? —Se frotó la frente mientras sacaba su celular e intentaba marcarle a su novia—. Ha apagado el móvil.

 — ¿Me estás diciendo que me he perdido contigo en este grandísimo lugar? ¿Tú y yo?

—Al parecer, así es Caperucito —sonrió con  brillo en los ojos.

Le miré con recelo. Repentinamente comenzaba a desconfiar.

—Qué conveniente para ti, ¿no? —Especulé—. No sé, pero que el grupo se haya partido en dos y que termináramos acomodados de esta manera, me hace sospechar de ti, ¡que fuiste tú el que ocasionó este desafortunado “incidente”!

— ¿Dices que todavía descartas la idea de que el destino es el que está actuando a favor de nosotros?

—Si es él, ¡¿por qué me hace esto?! —Exclamé— ¡Simplemente no lo comprendo! —. Me llevé la mano a la cara, tan melodramático como siempre.

—Oye, no te atormentes.

—Cómo no hacerlo si es la peor desgracia que pudo haberme pasado: ¡¡Perderme contigo en un parque!! ¿Y si buscamos en otros locales de comida? —opiné, sin perder la esperanza de encontrar a los rubios y así salvarme de lo que el Lobo llama destino, de aquella fuerza que extrañamente me mantiene cerca de Adrián y me aferra a él.

—Ya es tarde —miró de nueva cuenta su celular— Primero comemos y luego los seguimos buscando, o podemos volver a las áreas verdes y esperarlos ahí. Pero no antes de haber probado bocado —. Se encaminó a la entrada del local de comida.

—Yo te espero aquí afuera —me crucé de brazos haciéndome el poco participativo. No sólo la idea de comer con Adrián me desagradaba, sino que también… carecía de dinero.

—Entra.

—No.

—Vamos.

—No.

— ¡Hazlo!

— ¡Qué no!

Ante mi renuencia y terquedad, entró gruñendo sin mí al pequeño local. Con los brazos cruzados le miré furtivamente desde los cristales, tomó asiento e inmediatamente llegó un mesero y le atendió. Mientras el chico con delantal se alejaba escribiendo el encargo en su libretita de pedidos, Adrián me hizo señas, pidiéndome que dejara de ser un cabezota y entrara de una vez. El sol me pegaba sin piedad en la cara, me enervaba, por lo que después de una constante vacilación de pasos, un morder de uñas, y de un feroz conflicto interno sobre si debía hacerlo o no, me arrastré  hacia el lugar, ¡hacia él! sin resistirme más.

—Esta vez he elegido una mesa sólo para dos —dijo cuando me recibía.

 Jalé la silla y me senté haciendo caso omiso a su comentario. Me apresuré a desviar la vista por el ventanal, con aire distraído, apoyando mis manos con fuerza sobre mis muslos, con las piernas inquietas que danzaban bajo la mesa, nerviosas.

Estaba arrepintiéndome de estar donde me encuentro ahora.

 — ¿Y por qué no me sigues contando sobre tus planes a futuro? —se pasó una mano por sus labios, con cierto interés—. Sobre tu exitosa carreara de jugador profesional.

Bufé y mi flequillo se elevó. Me abstuve de responder. No pretendía entablar una conversación.

—O será que, en realidad no esperas un futuro prometedor —sonrió, mientras dejaba caer todo su peso en el respaldo de la silla, mirándome con insistencia y así provocándome para que respondiera. Desafortunadamente no podía evitar caer en sus juegos y chantajes.

—Es verdad lo que dices. No tengo intenciones de conquistar el mundo. Sólo con ser feliz, será suficiente para mí.

— ¿Ah? —hizo una mueca, pareciéndole quizá una actitud muy conformista de mi parte. Debía ser yo alguien insípido y con sueños simples ante sus ojos. Pero para mí, la felicidad se hallaba precisamente en las cosas simples y ordinarias.

—Deseo formar un cálido hogar —proseguí—.Tener una cariñosa y atenta esposa, de preferencia rubia y un par de niñitos encantadores; verlos crecer y contar con la fortuna de conocer a mis nietos, para luego morir en paz, después de una vida plena y tranquila.

— ¡Patético! —Soltó Adrián con lengua viperina— ¿Tú felicidad y futuro se miden por algo tan insignificante y ridículo? —. Rió con disimulo.

—¡Es lógico que piense de esa manera alguien que nunca tuvo una familia de verdad y que por ende, desconoce el valor de esta! —espeté con sequedad, contrariado, sin percatarme de lo hiriente de mi comentario— Pero lo entiendo, ¿qué tipo de planes a futuro puedo esperar que posea alguien como tú? —Le juzgué con dureza—. ¡Aparte de acostarse con todas las chicas de la ciudad y ser el más feroz perro de pelea en las calles!

Adrián siguió fresco e inalterable ante mis palabras. Se incorporó y recargó los codos sobre la mesa, rozándose el mentón con el dorso de sus manos entrelazadas.

 Y en ese momento, cuando me respondió, descubrí que él y yo teníamos diferentes propósitos a futuro, al igual que la perspectiva sobre la felicidad.

—No me subestimes. A comparación de ti, yo sí planeo conquistar el mundo —contestó sonriéndome, con la convicción en sus ojos al mirarme, como si me asegurara y alardeara que podía hacerlo y sin mucho esfuerzo si le apetecía—. Que provenga de los suburbios no significa que no posea planes ambiciosos para mi futuro. Seré una leyenda, aunque eso signifique que mi vida tenga que ser breve, efímera; contrario a lo que anhelas tú, ser un anciano tosiendo sentado en una silla mecedora de la que ya no es capaz de levantarse sin tener que apoyarse en algo. Yo me iré de esta vida, antes de que deje de ser perfecto y autosuficiente. Antes de convertirme en una carga, antes de que mi rostro sea marcado por la demanda que le cobra el tiempo a la piel: la imperfección de las arrugas; y  marchite mis rasgos.

 

Escucharlo hablar así, me hizo esbozar una mueca amarga. Dejando a un lado su superficialidad, me recordó al impetuoso Aquiles del que me han estado hablando en la clase de historia y sobre del que tengo que exponer. Aquel griego que opta por un corto y sangriento destino, y rechaza una prospera y larga vida junto a una familia, para bañarse en gloria.

 Al igual que Aquiles, ¿era la calle un campo de batalla para Adrián donde tenía que morir con honor? ¿Quería también que su nombre perdurara en el tiempo?

 Antes de lograr debatir al respecto, una charola metálica se coló entre nosotros sostenida por la mano del joven mesero, esfumando así la conversación y cualquier pensamiento referente a él.

—Sus dos rebanadas de pizza —nos las repartió.

Miré sorprendido mi parte, tendida frente a mí y boqueé sin lograr articular palabra alguna. El Lobo ya había hecho un pedido anticipado para mí también, como si hubiera sabido que iba a ceder, tarde o temprano. Odiaba que estuviera tan seguro de mis acciones y decisiones, que se sintiera su gobernante, su completo manipulador.

 Adrián agradeció el servicio mientras el empleado se alejaba, luego se volvió a mí y me dirigió una luminosa sonrisa. Cogió su pedazo con el queso derretido y le dio un gran mordisco.

Yo sólo me dediqué a observar mi ración, humeante y apetitosa.

— ¿Qué estás esperando en probar la tuya? —me apremió con la mano.

Me moría de hambre, era verdad. Todo el mundo sabe que después de cualquier actividad física te entra hambre. Y no una cualquiera, sino una de los mil demonios. Sin contar que me encantaba la pizza y que no muy seguido tenía la fortuna de disfrutar una, ya que mi madre no suele aprobar ese tipo de comidas porque las considera poco saludables. Pero ella no estaba aquí ahora para impedírmelo y ya había pasado bastante tiempo desde la última vez que saboreé una, y en verdad quería pero...

Pese a ello, me dispuse a cruzarme de brazos, meneando la cabeza en negación, con testarudez. Adrián había pagado la comida y eso era suficiente motivo para ponerme de moños y no probarla.

El Lobo sacudió los hombros dándole poca importancia y continuó masticando y engullendo. Le miré hacerlo con discreción. ¡Hasta comiendo era sexy el condenado! Aunque lo hiciera de una manera aparatosa, sin una pisca de sutileza. Él presintió mis ojos claros y alzó su vista oscura, apartándola del plato.

— ¿En serio no probarás bocado?

—Así es, no probaré ni un poco —desvié la mirada con aire caprichoso, torciendo el labio.

— ¿Tan mal te caigo para que prefieras morirte de hambre antes de aceptarme un buen gesto? —indignado, arrojó el trozo de pizza que aún le quedaba en el plato.

—Así es. —Afirmé con descaro.

Él suspiró profundamente, luchando por mantener la serenidad. Sabía de antemano que el rechazo lastimaba el orgullo de Adrián. Y yo, era el idiota imprudente que disfrutaba ponerlo a prueba. A un maleante.

—No me comerás a mí, sino a la pizza, piensa que ella es inocente, la pobre no te ha hecho nada, ¿O será que no es de tu gusto la hawaiana? —dijo, con tono indulgente.

—Es mi favorita de todas —le aclaré.

—Entonces…

—Que no aceptaré nada que venga de ti —me apresuré en decir.

—Cómela, si no… —me apuntó con el dedo, seriamente.

—Si no qué, ¿me la estamparás en la cara como el helado de pistache? —le restregué—. ¿Tienes la tendencia de obligar a hacer cosas que los otros no quieren? ¡Ya lo creo!

Contemplé cómo le incomodó el hecho que haya sacado el tema sobre el helado, pero decidiendo ignorarlo, suspiró profundamente.

—Me refería a que si no… te arderá el estómago. No debes malpasarte y mucho menos después de un excesivo ejercicio físico. Por eso estás tan delgado y débil. ¡Y hasta pálido! —respondió mientras que sus ojos hacían un breve escrutinio a mi cuerpo, como si desacreditaran frívolamente mi delgadez.

¿Qué? ¿Estaba reprendiéndome por mis descuidos alimenticios? ¿Criticando mi físico? ¿Qué se creía? Eso ocasionó que me rehusara con más ímpetu y no cediera al trozo de pizza. No cedería a nada que proviniera de él.

— ¿Podrías de menos aceptarme una bebida? —inquirió, ciñendo su ceja perforada—. No como un gesto, sino como una compensación por haberte vaciado tu botella de agua. Fui yo el culpable, ¿no? Permíteme responsabilizarme.

No esperó a que lo rechazara nuevamente y antes de que lo hiciera, llamó al mesero anterior. Con eficiencia, el joven nos repartió agua de Jamaica con popote incluido a cada uno.

 Miré el vaso, sudaba de tan fresquecita que se encontraba. Los hielos chocaban entre sí, ocasionando tintineos musicales y se adelgazaban al paso de los segundos en los que yo me rehusaba.

Jamás habría aceptado algo de él, pero mi instinto de supervivencia me lo exigía…

Arrojé lejos todo orgullo y atrapé con mis manos el vaso. Ya con el sorbete entre mis labios, bebí de poco en poco, con leves traguitos, fingiendo no estar desesperadamente sediento, e intenté pasar desapercibido haciéndolo lo más discreto posible, con moderación, pero sin que pudiera percatarme, mi escandaloso e inapropiado sorbido era el único sonido que se escuchaba en la mesa. No, en todo el local. Sonrojado, alejé el popote de mi boca, ya tarde, mientras que él me miraba y sonreía divertido. Eso me hizo enfurecer, por lo que, ya harto de formalidades, me atreví a ser yo mismo y abandonando las apariencias, hice más ruido con el sorbete y hasta burbujitas.

Cómodamente comenzaba a ser yo mismo frente a Adrián.

Divertido, el pelinegro se vio obligado a arrastrar su propia bebida hasta mí y ofrecérmela. La cogí inmediatamente y en esta ocasión, de un sólo trago intenté acabar con ella sin utilizar el popote, que estorbando en el vaso, me picoteaba un párpado.

Abandoné el recipiente vacío en la mesa con actitud vencedora, como si estuviera bastante orgulloso; seguido, me cubrí la boca al sentir una revolución en mi interior intentando salir. Pero sin poder evitarlo, un leve eructo se me escapó de mis labios, culminando mi acto cómico.

—Lo siento —me apresuré a decir, con las mejillas ruborizadas y los hombros encogidos, mientras él celebraba mi acto con una fiesta de carcajadas.

— ¡Eso fue asombroso! —se atrevió hasta aplaudir.

Entonces miré el plato.

— ¡Qué más da! —cogí el trozo de pizza, decidido. Ya le había aceptado la bebida, ¿no? Qué valía seguir resistiéndome a estas alturas.

Adrián amplió su sonrisa. Le hinchaba el ego el hecho que comiera algo que él había pagado con su dinero, lo sé. Evité no pensar en que estaba rindiéndome a lo que él quería, y antes de llevarme la pizza a la boca, comencé a quitarle el borde, apartándolo en una orilla, para que después, irónicamente, terminar comiéndomelo.

— ¿No pudiste simplemente comerte el borde adherido a la rebanada de pizza?—acentuó confundido al mirarme.

—Me gusta comerlo aparte… —le aclaré.

Él soltó una risa irónica.

— ¿Y eso tiene eso algún sentido lógico?

— ¡Y qué, así lo hago yo! —gruñí, aceptando en el interior que efectivamente era un poco absurdo si lo pensaba detenidamente.

—Bien —se limitó a seguir sonriendo.

 Bueno, al menos estaba descubriendo lo raro y lo absurdo que suelo ser. Y así esperaba con el corazón, que se decepcionara de mí y dejara de interesarle. Lo deseaba sinceramente.

Pero eso no pasó. Sorprendentemente, se mostraba cariñoso ante mi extraño comportamiento.  No le importó que fuera un fenómeno, el más raro de todos los seres.

 

 ¿Por qué no buscar a alguien que te quiera y te acepte por lo que eres?

Que se fascine por ti.

Y por tus defectos también.

No importa que tan raro seas. Ni que tan imperfecto.

 

Luego de satisfacer al estómago (que fue el culpable de llevarme a la tensa situación de estar junto a Adrián, frente a frente en una mesa de dos) salimos del local y sin opción seguí sus pasos, como todo un perrito faldero. De acá para allá, y de arriba abajo. Al fin al cabo, era  él mi único conocido, y lo menos que deseaba en esos momentos, era verme solo y perdido en ese colosal parque temático y sin una moneda en los bolsillos para volver a casa. Así que, por esta vez decidí depender de él y olvidar por un instante el hecho de que lo odio y no lo soporto.

Deambulamos por todo el lugar buscando incansablemente a Carla, pero al único que encontramos… ¡fue al señor de los algodones de azúcar!

Miré a Adrián. ¿Cómo pedírselo?

 Cavilé un momento y luego me tragué el orgullo, que sabía amargo.

— ¿Me…prestas dinero? —Repentinamente, me dirigí al Lobo, tomándolo por sorpresa— Anda, ¿sí? —. Jugué con los dedos de mis manos y distraje mi mirar.

¿Podía caer más bajo? Me lamentaría el resto de mis días, pero lo valía.

—Hmmm… ¿cuánto? —elevó su ceja perforada.

—Sólo unas pocas e insignificantes monedas —fingí poca importancia e inflé las mejillas.

—Espera —esbozó y metió la mano en su bolsillo, hasta el fondo y lo esculcó.

Yo esperé atento, frotándome las manos.

—¿Esto es suficiente? —me tendió el dinero.

—¡Sí!

En cuanto tuve las monedas sobre mis palmas, emprendí una carrera demasiado emotiva hacia el señor con sombrero de barquito.

¡Al diablo la madurez! ¡Jamás me ha caracterizado!

—¡No huya señor de los algodones de azúcar! —le seguí con pupilas de corazón.

 ¿Por qué se le veía tan aterrado?

 

Luego de una emocionante compra, regresé hecho un manojo de dicha hacia Adrián, que me esperaba sentado en una banca.

Me recibió con una sonrisa.

No, más bien se reía de mí.

—¿Acaso te hace gracia todo lo que yo hago? —hice un mohín infantil, con el algodón de azúcar en la mano.

—Así es.

—Y lo aceptas cínicamente —chasqueé la lengua, reprendiéndole— ¿Y esta vez qué fue lo gracioso? —. Pregunté malhumorado, mientras tomaba asiento en la misma banca que él, pero hasta al otro extremo, marcando una distancia considerable entre nosotros.

—Que eras el único joven entre los niños que rodeaba al señor de los algodones. ¿O debería decir, “acosaba”? Me impresionó tanto entusiasmo de tu parte.

Rayos, volvía a ser un crío de cinco años frente a los ojos del Lobo.

—Me importa poco. No hay límite de edad para alegrarse y disfrutar esta delicia un tanto empalagosa— dije con actitud caprichosa y hundí mi boca en el algodón de azúcar, buscando la sensación que sentía de niño. Y ahí estaba… — ¡Es como morder una nube! — Exclamé deleitado, lamiéndome los labios. Era sublime para mi paladar. Una suave y esponjosa textura azucarada con colorante rosa que pintó mi boca y lengua.

Él soltó una juvenil risotada ante las manchas rosadas de mi cara y yo le lancé un gesto austero para que se callara.

He caído en la cuenta de que soy para Adrián como un payaso que le hace divertir. Y al parecer, yo no necesitaba de una peluca verde enchinada, un overol con parches, una nariz roja, unos zapatos de gigante y de chistes simpáticos para lograr el objetivo. Ser yo mismo le bastaba.

Gruñí malhumorado ante ello. ¡En verdad detestaba ser su fuente de diversión! 

¿Era yo, el causante de su alegría?

Hasta un simple gesto mío, era capaz de hacerle sonreír.

— ¿Por qué me miras así? —espeté.

Él, había enternecido su mirar.

—Porque te encuentro lindo y espontaneo. ¿No te he dicho que me hipnotizan ese brillo en tus ojos soñadores? Eres… una ternura que puede conmigo y logra cautivarme.

Se me subieron los colores al rostro y fingí no escucharle. Inconscientemente me mordí el labio y bajé la mirada a mis inquietos pies, encogiéndome poco a poco en aquella banca.

—No quiero causar ternura. Los conejitos con su cola esponjada son los que causan ternura. ¡Yo no deseo ser un chico lindo, sino un chico sexy! — Inflé las mejillas.

«Como tú» dije en mis adentros. «Apuesto y varonil».

Él me miró con seriedad.

—Caperucito, tú ya eres sexy. A tu manera. Y te lo diré hasta que te lo creas.

Contuve la respiración al escucharle. ¿Tuvo que repetirme las palabras que utilizó la noche en el gimnasio?

Adrián se acercó a mí, haciendo desaparecer la distancia que nos separaba en esa banca.

Nuestros hombros se rozaron.

Rígido, mantuve la vista al frente, ante las personas que pasaban, ante ese desfile de risas. Me llevé el algodón de azúcar a la boca y pretendí seguir comiendo, intentando no pensar que lo tenía tan cerca, apreciando con devoción la imperfección de mis mejillas: mis pecas.

—Caperucito… ¿compartirías conmigo un pedazo de tu nube? —Rompió el silencio—. Necesito saber por qué comer eso te hace tan feliz.

Quedé con la boca abierta, antes de darle un “gran” mordisco a lo que tenía en frente. Giré la cara y miré al Lobo, en silencio.

—Y entonces, ¿me convidarás...?

—¡Ni un poco! — Le saqué la lengua, pintada de rosa.

—¿Ni porque yo lo pagué?  

—¡Luego se me acaba! ¡Con esa boca tan grande que tienes, lo devorarás todo en un santiamén!

—¡Un poco nada más!

—¡Qué no! ¡Jum!

Comenzamos a forcejear y a reír.

 A jugar.

Sin ser absolutamente conscientes.

Bueno, esta tarde no estaba yendo como lo había preferido: llevar un pantalón corto y un chaleco mono y mi cabello sedoso oliendo a champú. Tampoco me encontraba acompañado de mi chica ideal. Sólo compartía una banca junto a aquel que me molestaba ante la primera oportunidad. Junto a ese chico que quería robarse mi algodón de azúcar. Sí, sólo era Adrián, a mi lado, y sonriente, que seguía burlándose de mí sin disimulo alguno.

 Le miré atento por algunos segundos, su sonrisa era natural y despreocupada. Juvenil y llena de vida. Tan… hermosa y extrañamente cautivadora.

¿Quién diría que un “chico malo” como él, era capaz de sonreír de esa manera tan cálida y sincera? 

Sentí la necesidad de capturar esa imagen y guardarla en mi mente.

Lo hice.

Algún día recordaría ese gesto ameno y luminoso en su rostro.

Y desearía que fuera eterno…

 

— ¡Chicos! —Repentinamente escuché la voz de Carla. Ella y su primo se acercaban a nosotros — ¡Los estuvimos buscando como locos!

Apagamos de golpe las risas. La rubia se abrió espacio entre nosotros en la banca, separándonos bruscamente. El pelinegro y yo nos lanzamos una mirada cautelosa, como si fuéramos cómplices de un secreto, de un sentimiento, de un momento, de un “algo” no definido que sucedía entre nosotros, sin lograr concluir.

—Hubiéramos ido a un SPA —se quejó Saúl y se quedó de pie, con  la mano en la cintura y con cara de agrura.

Resoplé mientras Carla abrazaba al Lobo.

—Te estuve llamando —le dijo él.

—He ido al sanitario y se me ha caído el móvil al agua. Parece no querer funcionar —respondió ella con un puchero, sacándolo de su mochila y haciéndole la maniobra RCP para revivirlo.

En algún momento, mis ojos volvieron a coincidir con los de Adrián. Y como siempre, aparté los míos al instante. Pero él mantuvo los suyos en mí, durante un largo período que parecía interminable, como sucede cada vez que repara en mí.

Rayos… ¿Por qué lo hacía? Me miraba de una manera como nadie jamás lo había hecho. Me miraba incluso, como no lo hacía con Carla. Ella era hermosa y perfecta a comparación de  mí. Y lo más esencial, ella era mujer. ¿Entonces por qué? ¿Qué era lo que tanto le llamaba la atención en mí para que desviara la vista de aquella mujer de belleza impresionante y centrarse en mi persona? Si sólo soy un jovencito de apariencia simple. Un chico con hoyuelos y pecas, de cuerpo famélico. Un ser pusilánime. 

Era la primera vez que alguien me encontraba interesante, aún en mi simpleza y escueta figura. Aún en mi estado más desastroso y lamentable. Hasta parecía fascinado ante mi cansada y patética postura.

Para sus ojos, no tenía que ser perfecto. Y se maravillaba en mí, mientras que el resto del mundo se dignaba en ignorarme…

 

Y eso, me hacía sentir muy avergonzado. Y quizá un poco... ¿dichoso?

 

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

 

El día envejecía. Mis acompañantes se subieron un juego tras otro, de aquellos que te mantienen de cabeza a una altura considerable durante interminables y agonizantes segundos. Yo me salvé de subirme a ellos utilizando el típico pretexto del estómago revuelto. ¡Monté toda una pantomima! Y no era del todo mentira, ya que sólo de pensarlo, me entraban ganas de vomitar del miedo.

Me recargué en un bote de basura en forma de ardilla mientras que Carla y su primo sufrían en un juego mortal. Desde lejos, presenciaba aquella escena perturbadora y apocalíptica, donde las personas subidas en él, lanzaban gritos desgarradores y desesperantes.

Suspiré aliviado por no ser yo uno de los que estaban allá arriba. ¡Pobres almas!

Aunque algo en mí, quería experimentar la adrenalina.

—Si no te atreves a subirte a ese tipo de juegos, puedes intentarlo en los “Troncos Acuáticos”, donde sólo das un paseo tranquilo en agua turbia —Adrián me sacó de mi ensimismamiento.

—Me resfriaría —me crucé de brazos—. El agua ha de estar súper fría y yo soy demasiado enfermizo.

—Y si te digo que a Carla le encanta y que durante el recorrido hay un túnel oscuro, que por cierto, lo llaman el Túnel del Beso, ¿lo considerarías? —un atisbo de astucia se asomó entre sus labios.

Alguien inteligente se hubiera percatado que era una vil trampa del Lobo, pero se trataba de mí, el chico ingenuo y simplón al que todo el mundo engaña fácilmente.

Imaginé la escena: Solos, ella y yo, navegando en la corriente. Carla sumerge la mano en la cristalina agua y juega con ella. Ambos nos salpicamos y reímos como infantes. Luego, bajo el túnel, una atmosfera romántica nos envuelve y nuestras risas se apagan con un beso en la oscuridad…

— ¡Me subiré con ella! —Vociferé.

El Lobo sonrió, satisfecho.

—Excelente —se frotó las manos, sombrío.

 

Previamente del juego mortal, caminamos un poco. Carla iba junto a su novio, pinchando fruta picada con un tenedor de plástico y yo detrás de ellos, junto al ostentoso de Saúl.

—Oye… —le hablé, sin lograr contenerme—. ¿Por qué no soportas a Adrián?

EL rubio me miró con el rabillo del ojo. No respondió, hasta pasados unos segundos:

—No entiendo por qué las chicas pueden fijarse en alguien como él  —señaló con desdén—. Y ahora, mi prima es una estúpida más.

Aquellas palabras me lo dijeron todo. Al parecer, Adrián se dedica a arrebatar novias a chicos como a Saúl. Ya había sabido con anterioridad que ni los perfectos chicos rubios eran contendientes de su altura.

Me abstuve de decir algún comentario y seguí caminando en silencio, con mis piernas empolvadas y cansadas. Volteé hacia mi izquierda y divisé los famosos troncos acuáticos.

— ¡Carla! —La llamé, sin pensarlo. Ella se detuvo y se volvió. Decidido, me puse frente a la rubia, con las manos empuñadas, acumulando valor, sin importarme que el Lobo estuviera a su lado— ¿Te subirías conmigo a los troncos acuáticos? —Lo planteé tan deprisa, que me agité y tuve que tomar aire.

Mi proposición la tomó por sorpresa, pero se apresuró en sonreír.

—Me encantaría, pero verás… mi cabello se pone como el de una bruja con la humedad —dijo entre dientes—. En verdad lo lamento, son detalles que las chicas no soportan. Es equivalente a que se acabe el mundo.

—Entiendo —bajé la mirada. ¡Pero en realidad que no comprendía el pensamiento femenino!

—Pero bueno, mi primo Saúl puede acompañarte —lo cogió de los hombros y le dio un empujón hacia mí, casi obligándole—. Tomen el paseo amistoso, juntos. De esa manera pueden conocerse mejor.

Antes de que el rubio pudiera negarse, Adrián se apartó de Carla y dijo:

—Yo me subiré con Ángel —se acercó a mí con una mirada tierna/escalofriante y pasó sus manos por mis hombros.

Y es cuando descubrí que había caído en su trampa como la ingenua presa que suelo ser. ¿Puede ser posible que de alguna manera, Adrián supiera anticipadamente que Carla se negaría a subirse a los troncos acuáticos? ¡Era 100% probable!

—Ya no me apetece subirme  —mascullé, fulminándole con la mirada. ¡Maldito!

— ¿Estás diciendo que no quieres pasear a mi lado? ¿No somos buenos amigos? —sonrió, astuto.

Carla y Saúl esperaron una respuesta de mi parte y eso me hizo sentir totalmente presionado.

—No es eso —sonreí tan hipócritamente, que mis dientes rechinaron—. Supongo que no hay problema en que subamos tú y yo… juntos.

— ¡Entonces vamos! —Aún con sus manos en mis hombros, obligó a mi cuerpo a caminar y unirse a la fila, ¡en donde la mayoría eran parejas de novios esperando subirse a los troncos acuáticos! ¿O debería decir a los troncos del amor?

Me hice el perezoso y el gruñón. Aferré mi calzado deportivo al suelo, pero el pelinegro, casi con sudor en la frente, hizo mover a mi cuerpo tensado y rígido.

No pude hacer nada, e inevitablemente llegamos al frente de la hilera, a sólo unos pasos de acceder. El joven de cachucha que cogía los boletos y los perforaba, nos miró contrapuesto un segundo, tan juntos, ¡quizá creyendo que éramos una feliz pareja gay! (alucinaciones, meramente mías) Por lo que yo, me encargué de aclarárselo, por sí las dudas.

—Sólo somos amigos —me dirigí al chico repentinamente.

Incómodo por recibir una aclaración que no pidió saber, el joven carraspeó la garganta y se forzó a sonreír amablemente mientras Adrián le cedía nuestros boletos.

—En verdad, sólo amigos —puntualicé.

—Bien —señaló con ironía mientras perforaba las entradas.

Pero Adrián tenía que arruinarlo todo. Él y su humor cómico.

—Todavía le cuesta aceptarlo en público —le secreteó, con la mano en la boca—. Pero ya llevamos dos meses juntos, ¿entiende? Como pareja. Estamos muy enamorados.

—Como sea —por segunda vez se aclaró la garganta, pudoroso—. Pueden pasar.

—Gracias —respondió Adrián, sonriendo mientras me arrastraba hacia la plataforma de abordaje.

— ¡No le crea, no le crea! ¡Está jugando! —Intenté volverme para convencerle—. ¡Ni siquiera somos amigos!

Pero el tipo ya había dejado de prestarme atención y se concentraba en su trabajo. Sin mas, me subí a un tronco que contaba con cuatro compartimientos. Adrián y yo tomamos los dos traseros de este, y nadie uso los dos delanteros. Era como si el universo conspirara contra mí. Pero pese a todo, tuve que sonreír a cada momento, ya que Carla y su primo nos miraban atentos desde lejos.

—Haces esto para molestarme, ¿cierto? —Musité, manteniendo la sonrisa fingida y saludando como lo haría una candidata a Miss Universo.

—No es para molestarte. Quería un momento a solas contigo —confesó mientras le guiñaba el ojo a su novia—. Sólo eso.

Se me erizaron los vellitos claros de la nuca.

 Diablos, quería saltar y huir. ¿Pero cómo hacerlo frente a todos, y después dar una excusa razonable?

Para mi desgracia, el tronco comenzó a moverse. Borré mi gesto de alegría y se dibujaron en mi cara ademanes de angustia y desesperación cuando desaparecimos de la vista de Carla, y de los otros. Fuimos arrastrados lentamente por el canal, rodeados plantas y más plantas. Y entonces comprendí al peligro que me enfrentaba y lo tan indefenso que me encontraba ante un depredador como Adrián.

Aislados del gentío, rodeados de agua sospechosa y un túnel oscuro esperando envolvernos… el Túnel del Beso, ¿y seguía manteniendo la esperanza de que todo iba a salir bien, que iba a salir ileso?

Solté un grito desgarrador, que la mano de Adrián ahogó. ¡Quería escapar de ahí!

— ¡Tampoco pienso violarte! —Sus manos liberaron mi boca, cuando comenzaba a manotear desesperadamente en busca de aire.

— ¡No pienso arriesgarme! —Hice el amago de bajarme, pero él me sostuvo firmemente de la muñeca.

—No me alcanzaría el tiempo, tontín, necesitaría toda una noche para… —calló de pronto, mientras mi rostro se ponía tan rojo como un tomate. ¿Necesitaría toda una noche para hacer qué? Él suspiró—: Escucha, no somos las únicas personas aquí —señaló detrás de nosotros, donde se asomaba por una curva la trompa de otro tronco, próximo a nosotros.

Eso me tranquilizó un poco, mas no bajé la guardia y coloqué mi mochila entre nosotros. Pero era lógico que una simple mochila no fuera un obstáculo para él. Eso y nada.

—Sólo quiero charlar y navegar tranquilamente por estas aguas —me miró, mientras se apegaba a mí sin problema o pudor alguno.

— ¡Aléjate! —Me escudé como un karateka —Además… ¡apesto a sudor! ¡Horrible!—.Dije, con la intención de alejarle.

— ¿Te refieres a la fragancia natural de tu cuerpo? Huele bien, porque huele a ti. Es tu esencia.

Vibré, cuando su nariz acechó por un momento mi cuello. Inmediatamente marqué distancia con mi mano.

Así, el recorrido se volvió una lucha por la supervivencia de mi pureza. Sólo esperaba que se atreviera a algo, y sentiría la furia de mi puño en su perfecto rostro.

Pero todavía no ocurría lo peor…

En eso, aprecié a la vista, el mencionado Túnel del Beso. Tragué saliva, con el cuello tenso y la garganta hecha nudos.

Me levanté, y por segunda ocasión estuve a punto de arrojarme al agua fría y verdosa; para  luego caminar entre la maleza hasta llegar a la salida. Sí, prefería llevar toda una semana un termómetro en la boca que enfrentar lo que venía. Pero Adrián me sostuvo del brazo. Era lógico que no me permitiera escapar.

—Caperucito, no te haré nada indebido si no quieres, ¿está bien?

— ¿Hablas en serio?

—Sí. Te respetaré.

Sonó tan convincente que yo…

—Bien —volví a tomar asiento, retorciéndome las muñecas. Decidí inocentemente confiar en él. No aprendía de las experiencias.

Llegamos al túnel. Yo estaba en guardia. Al instante, nos sumergimos en la oscuridad.

—No veo nada —dije alertado y el eco me arremedó.

—Es obvio que no veas nada, el túnel está totalmente hermético y húmedo —respondió el Lobo con tono irónico.

De pronto, sentí la mano escurridiza de Adrián sujetando mis caderas. Mi cuerpo accionó un brinquito, mientras él las sostenía con firmeza y suavidad a la vez.

— ¿Qué… haces? —hablé entrecortado.

—Nada, sólo voy a besarte. Y me aseguro de que no escapes.

Se me cortó la respiración súbitamente.

Escuché a su corazón latir. A punto de exportar. Era demasiado escandaloso.

¿O era el mío…?

— ¡No lo permitiré! —Vociferé y comencé lanzarle golpes ciegamente, esperando que uno de ellos acertara y así frenara las oscuras intenciones del Lobo, pero la verdad es que apenas podía distinguir su silueta y mis manos se encontraban demasiado nerviosas y torpes como para actuar afectivamente.

Adrián me atrapó entre sus brazos, envolviéndome.

— ¡No te atrevas! ¡Me aseguraste que me respetarías!

—Para ese tipo de cosas, no confíes en mí —aclaró el cínico y sinvergüenza.

Y su boca se aproximó a la mía…

Me regocijé esperando zafarme, cuando sentí cómo los labios del Lobo… se estamparon en mi ojo derecho.

La oscuridad no le había ayudado en su asalto.

— ¡Fallaste! ¡Me besaste un ojo idiota! —Exclamé y no pude evitar soltar una risotada muy ruidosa. En eso, esta vez sentí su boca en mi mejilla, cerca de la comisura de mis labios. Eso me hizo callar de golpe, y aceleró a mi corazón.

—A la tercera, no fallaré —Aseguró, con determinación.

De milagro, me solté de sus brazos, y brinqué a los asientos de adelante. Ya veía el final del túnel y comencé a usar mi brazo como remo. Adrián me tomó por detrás intentando atraparme de nuevo. Entonces, sin pensarlo me quité mi zapato deportivo izquierdo y lo lancé para atrás, esperando pegarle en la cara.

— ¡Auch! —Escuché un gemido. Y sus manos me liberaron al instante.

— ¡Acerté! —Extendí los brazos, victorioso.

Salimos del túnel. Puede verle la cara y burlarme.

— ¡Te lo mereces! —reí y me regocijé, abrazándome el estómago.

—A mí no me diste —dijo, con una media sonrisa—. Fue un tiro bastante fácil de esquivar para mí. Lanzaste el zapato con demasiada fuerza y velocidad, que sólo me pasó rozando la cabeza. El pasajero del tronco de atrás recibió el impacto. ¡Y qué impacto eh!

—Mientes —balbuceé, nervioso.

En eso, vimos salir del túnel, un par de metaleros; altos, robustos y tatuados. Parecían bastante molestos.

— ¿Esta mierda es tuya? —Me preguntó el más grande de los dos, con mi zapato deportivo en mano y  un morete en el ojo que se veía bastante grave y asqueroso.

Mi rostro palideció. Y meneé la cabeza en negación.

—No, no es mío —me sobé las manos ya sudorosas.

— ¡Claro que lo es! ¡Y te lo meteré por el culo! —Se pusieron de pie, amenazantes.

— ¡Ay no por favor, eso debe doler mucho! —Supliqué mortificado y me sobé mi traserito.

Pero Adrián me resguardó detrás de su espalda, encarándolos por mí.

— ¡El único que le meterá algo por el culo a este chaval soy yo! —Apretando los dientes, señaló Adrián con mordacidad, y con una mirada tan fiera y demandante, que no le reconocí, y que me hizo temer hasta por mi propia seguridad, erizándome la piel.

Jamás lo había visto tan serio y amenazante…

Uno de ellos engrandeció los ojos considerablemente al verle.

— ¡Oh, mira a quién tenemos aquí! —se chocó los puños entre sí con rudeza.

—Con que al Lobo, ¿ah? Con quién tenemos cuentas pendientes; las cuales ajustaremos ahora mismo —habló el segundo, acariciándose su barba oscura y poblada.

Y cuando menos lo esperé…

—¡Abandonemos la nave! —Adrián me cogió de la muñeca y saltamos fuera del tronco, sin detenernos a pensar, sin percatarnos que olvidábamos mi mochila y a mi peluche Filipo dentro de ella.

—¡Ahhh! —Nos salpicamos de agua verdosa y seguidamente nos sumergimos. No sé, pero estar cerca de Adrián me llevaba constantemente a una situación en donde terminaba mojado.

Sacamos la cabeza a la superficie, y nos pusimos de pie, luchando por mantenernos firmes con nuestras piernas bajo el torrente de agua, misma que nos llegaba arriba de las caderas ¡y estaba súper fría! Entre mis escandalosos chapoteos y mis exageradas bocanadas, Adrián me tomó del brazo y apresuró mis pesados y lentos pasos guiándome hasta la orilla. Los metaleros se arrojaron también, un segundo después de nosotros. Parecía que Adrián les debía mucho para que estuvieran tan encabronadísimos. Y de pronto, el morete que yo le causé a uno de ellos con mi calzado ya no era de tanta importancia, pues hacer pagar al Lobo se convirtió ya en su prioridad.

El pelinegro subió ágilmente a la superficie para luego ayudarme a mí. Se lo compliqué por un momento, ya que carecía de energía, por lo que prácticamente tuvo que levantar todo el peso de mi cuerpo para que lograra abandonar el agua.

Con los cabellos estilados y nuestras ropas empapadas y pegadas al cuerpo, nos abrimos paso por la maleza. Llevaba un pie sin calzado, y eso ocasionó que las piedritas en el camino me lastimaran, y por consecuencia, me hizo más lento que una tortuga; nada propicio para el momento.

— ¡Sube! —Adrián se agachó y me ofreció su espalda, desesperado de mi lentitud y mis pasos renqueantes.

—Estoy bien —mentí, con un gesto de dolor en el rostro, analizándome la media deportiva, que estaba sucia y levemente ensangrentada de la planta del pie. 

— ¡Hazlo de una vez que nos alcanzarán!

Giré la cara sobre mi hombro. Estaba ese metalero a un metro de mí. Lo miré horrorizado. ¿Acaso había mordisqueado el calzado que le había lanzado y arrancado un pedazo grande de él? Para luego escupirlo mientras gruñía con ferocidad.

La advertencia demasiado perturbadora del enemigo me hizo considerar seriamente la oferta de Adrián.

— ¡Ahí te voy! —Avisé mientras que de un brinco, asaltaba su espalda y me abrazaba de su cuello hasta casi asfixiarlo, colgándome como un changuito en una rama.  Un changuito desesperado por sobrevivir.

Adrián me sostuvo, encajando sus grandes manos en mis muslos y comenzó a correr. Si no fuera por la peligrosa situación, me atrevería a decir que era divertido que el Lobo me llevara así. Pero él no parecía para nada divertido.

— ¿Me estás cabalgando? —Preguntó, molesto.

— ¡Porque eres lento!

— ¡Lo soy porque llevo una molesta y pesada carga y además demasiado inquieta que me está pateando las costillas!

— ¡Cuidado un árbol!—Apreté los ojos.

Adrián logró actuar rápido y lo esquivó con éxito. Quedé sorprendido de sus reflejos, de su presteza. El tiempo que duró un pestañeo mío, fue el mismo que utilizó él para que su cuerpo cambiara de dirección. ¡Y era yo el tonto que lo había llamado lento hace un instante!

— ¿Querías velocidad? —sonrió, con la voz agitada. Y avanzó entre las plantas fugazmente.

Viré los ojos. Cada vez que le subestimo, ¿Adrián suele tomarlo como un reto?

No. Más bien, ¿será que le gusta contradecirme? ¿Le encanta que me trague mis palabras?

—Admito que eres rápido huyendo —dije, torciendo los labios—. Pero…

— ¿Pero? —Jadeó Adrián, extenuado.

 —Pero realmente me has decepcionado. Creí que eras más valiente, que eras un chico que encararía a cualquiera, sin importar el número, tamaño o que tan feroz pareciera. Creí que eso te había hecho sobrevivir en las calles y que te hacía el macho alfa. Pero ahora, sólo huyes.

Adrián no se dignó en responder, pero yo lo comprendí un instante después de haber dicho semejante imprudencia: Él no estaba huyendo, sólo no quería comprometerme. ¡Evitaba que yo saliera lastimado de algo que no me tocaba pagar!

Mientras el Lobo corría por los dos y apartaba las plantas de nuestro camino, yo intenté buscar su cara y ver su expresión. Le llamé cobarde y no intentó debatírmelo, sólo siguió concentrándose en apartar los obstáculos que se oponían a nuestro escape.

Quise retractarme de mi comentario, pero no supe cómo hacerlo, así que sólo callé.

Creamos un sendero improvisado y lo seguimos. Era seguro que los rubios nos esperarían al final del recorrido acuático, pero fuerzas ajenas a nosotros nos obligaron a tomar un atajo, una ruta de escape y salir de los troncos por el lugar más insospechado. Y así lo hicimos, el Lobo saltó fuera del hierbazal, encontrándose en plena pasadera del parque, con un montón de personas rodeándonos, que pululaban de un lado para otro. Detrás, los metaleros retumbaban el suelo con sus botas, siguiéndonos.

— ¡A un lado! —Adrián comenzó a apartar a la gente, sin lograr ser gentil. Un payaso no escuchó su advertencia y el Lobo se vio obligado a arrojarlo bruscamente hacia el césped para darse paso. El hombre maquillado soltó los cordones que llevaba empuñados y una docena de globos de vivos colores se apresuraron a elevarse al cielo mientras los niños los seguían e intentaban atraparlos con sus pequeñas manos. Pero fue inevitable, porque estos pasaron a pertenecerle al cielo y a la libertad.

Fue una escena tan fantástica, que me hizo sonreír y maravillarme. Eso, hasta que el payaso se puso de pie y nos siguió, con una temible arma de juguete con dardos de goma en alto.

— ¡Los mataré! ¡Les daré en esas cabezotas! —comenzó a disparar arrebatadamente.

 Estoy seguro que un dardo de goma se pegó a mi trasero y permaneció adherido a él durante un largo tiempo.

—Desde niño siempre supe que los payasos eran seres malignos y violentos —musité, asintiendo la cabeza de manera lúgubre—.Y pedófilos también.

 

 

Salimos del parque aparatosamente, diferentemente de la tranquilidad con la que habíamos llegado, dejando detrás de nosotros todo un caos, y nos apresuramos hacia el estacionamiento. Adrián se montó inmediatamente en su motocicleta y la encendió.

— ¡Sube! —me apremió y se colocó sus guantes de conducir apresuradamente.

— ¿Pero y Carla y Saúl? —balbuceé.

—Cierto, ve y avísales que nos tenemos que marchar de imprevisto porque nos persigue una pareja de metaleros furiosos y un payaso vengador de globos.

— ¡Voy!  —estuve a punto de marcharme a toda prisa, cuando Adrián me detuvo de la camisa.

— ¡Era sarcasmo idiota! ¡Sube ya! ¡No hay tiempo para eso!

Vacilé unos instantes. Había algo que temía más que subirme a una moto suicida. Más que las imprudentes acrobacias accionadas en ella, más que la velocidad o el feroz rugido del motor, era el estar cerca del cuerpo de Adrián. Estaba asustándome lo que me provocaba cada vez que teníamos contacto físico. Un roce siquiera y mi corazón amenazaba con explotar ¡BOOM! y convertirse en mil fragmentos.

Pero no tuve opción y lo hice. Sentí sus bíceps trabajados y me aferré de ellos.

—Conozco a esos tipos. Son obstinados. Nos perseguirán aún más y también cuentan con veloces motocicletas  —arrugó su frente— Pero no tan veloces como la mía, claro—. Sonrió, airoso.

Salimos a la autopista —con velocidad mínima ya que había un embotellamiento de autos—. cuando efectivamente, un convoy de motocicletas nos alcanzó. Eran los metaleros y su pandilla. Me aterré, puesto que llevaban bates y navajas ondeándolos en lo alto del cielo.

— ¿Qué les hiciste a esos tipos? —Pregunté—. Digo, ¿quién se atreve a molestar a esas personas tan peligrosas?

Adrián, el temerario…

—No les hice nada —respondió el Lobo, con una sonrisa divertida.

¿Pueden creerlo? ¡Divertida le parecía la situación! ¡Esos tipos podrían molernos a golpes y él reía despreocupadamente!

— ¿Por nada nos persiguen? ¿Eso dices? —Crispé—. ¿Por nada nos asesinarán?

— Al parecer son muy sensibles y no tienen sentido del humor —dijo él, sin especificar.

—Entonces debió ser una broma muy pesada, ¿eh? —Inflé las mejillas y decidí no escarbar más en el pasado de Adrián. Tenía miedo de hacerlo. De descubrir que hizo cosas imperdonables; aunque muy en el fondo comenzaba a creer que el chico al que iba aferrado, no era tan mala persona y que el mundo le juzgaba fríamente.

—¿Ahora lo percatas Caperucito? —Me miró de soslayo—. Son más las personas que me odian y quieren asesinarme. Así que, no sigas creyendo que sea un chico amado, un ser afortunado. No continúes envidiándome, ya que mi vida no es tan perfecta como parece.

Enmudecí, sin lograr decir una palabra, de nuevo. Pero el metalero fue el único que pudo dirigirse a Adrián con altanería:

— ¡Hey Lobo, tengo hambre! ¡Te arrancaré los huevos, los masticaré y los tragaré! —enseñó sus dientes filosos.

— ¡Ten por seguro que sería lo más delicioso que probarías en la vida! —Respondió él, sonriendo—.  ¡Pero me temo que te quedarás con las ganas!

— ¡No los incites más! —Le reprendí—. Si realmente no piensan matarnos, ¡lograrás que lo consideren!

Adrián miró con fijeza y determinación hacia el frente y estrujó las manillas de la motocicleta, haciendo rugir el motor.

—Agárrate fuerte, Caperucito —Dijo, con una voz que se dividía entre la emoción y una determinante concentración.

— ¿Qué harás, demente? —Farfullé, alarmado. Mi preocupación iba considerablemente en aumento.

Antes que los hombres rudos intentaran rodearnos con sus motos, el pelinegro actuó primero y aceleró a una velocidad vertiginosa, metiéndose entre los carros y toreándolos, mismos que pasaron borrosos y efímeros ante mis ojos. Apreté con angustia sus hombros y cerré con fuerza mis ojos mientras oleadas de viento me golpeaban con fuerza. Algo en mi pecho se estremecía y mi estómago se encogía. Se trataba de adrenalina pura. Me abstuve de lanzar un grito y escondí mi cara del aire en su espalda, ruborizado y encogido ante los leves e inevitables roces de nuestros cuerpos; apretados entre sí. Pero más que separarme de él, mis manos terminaron por aferrarse a su abdomen endurecido y lo estrujaron como si intentaran encajarle las uñas de las que carecía. Le abracé con estremecimiento. Me regocijé en su viril espalda y hundí mi cara en ella, asustadizo y con los ojos apretados, sin evitar absorber con fruición su perfume, ese olor tan peculiar, a Adrián.

 —Dios mío protégeme… —y comencé a cuchichear una letanía, sin percatarme que ya habíamos dejado atrás el embotellamiento de carros y con ellos, atrapados en el tráfico, a los mismos atacantes.

—Caperucito... —suspiró profundamente al escucharme rezar— …no temas y confía en mí. ¿Podrías hacerlo? Aunque debo admitir que me encanta la manera tan pasional con la que me tienes sujeto —Rió —. ¿Debería aumentar aún más la velocidad para que sigas aferrándote a mí de esa manera? ¿Para que dependas de mí?

— ¡Cállate! ¿Quieres que muramos? —Vociferé, sin decidirme todavía si abrir o no los ojos.

— ¿No sería de lo más romántico? Morir juntos… —suspiró al viento con tono poético y dramático.

—¡Estás loco de remate! —Temblé, y le di una tunda de golpecitos—. ¡Demente, demente, demente!

—Sí, lo estoy. Soy un loco. Pero tranquilízate, que no morirás hasta que yo lo decida.

— ¿Y tú qué te crees para decir eso? ¿Que la vida me la has concedido tú?

—No, pero voy a protegerte. Te lo prometo.

Algo en sus palabras lograron traspasarme confianza y tranquilidad. Algo me hizo creer en él. Esa contundente voz me hizo creerle por un momento. Me transmitió seguridad. Era como si realmente nada pudiera pasarme si permanecía a su lado, bajo su capa.

Y abrí los ojos…

Ya todo había pasado. Pero aún así, continué asustado, aún afectado por lo último.

—Vamos Caperucito, no seas tímido a la vida. ¡Siente y absorbe el aire; y aprecia el ocaso que se expone frente a ti!

Lentamente, fui asomando la cara de entre sus hombros. Adrián se entregaba plenamente al aire y quise experimentar lo que aquello se sentía. Y entonces… presencié aquel cielo, aquella ciudad tan magnífica que se abría ante mí.

—Woah —Expresé, mientras oleadas de viento acariciaba con delicadeza mi rostro y despeinaba traviesamente mi cabello. El cabello de ambos. El Lobo y yo emitimos sonrisas sonoras y nos regocijamos. Nuestras cabelleras eran un desastre y no nos importó. Ser despeinado por la naturaleza era una sensación muy placentera. Y comprendí, por qué el viento es sinónimo de libertad. Fui como un recluso siendo liberado. Pues cuando sentí al viento bañándome de su frescura, supe que desde ese momento, comenzaba a vivir. Y por primera vez en mi vida, desee tener alas.

 

Grité de júbilo y Adrián se apresuró en imitarme. Aspiré con el pecho hinchado y con los ojos entrecerrados el glorioso aire. No paramos de sonreír, como drogadictos. Pero repentinamente mi sonrisa desapareció, cuando mis ojos contemplaron algo más hermoso que el propio crepúsculo del atardecer:

 A ese chico desalineado y de potente mirar, que maniobraba la moto.

Ahora eran mis ojos quienes le contemplaban con fanatismo. Le admiraban.

Adrián era tan… excitante. Él causaba cosas en mí, inexplicables pero estremecedoras.

Y era él, el único capaz de surtir esos efectos en mí.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Adrián se detuvo en una calle tranquila y solitaria. Se bajó de la moto y yo le imité.

— ¡Esa persecución estuvo de película! —Exclamé aún emocionado y abatido—. ¡Sólo faltaron balazos y explosiones para que fuera realmente una película de acción! ¡Pero fue genial!

—Eso no ha sido nada. Aún tienes mucho por vivir…  —confiado y casual se acercó a mí, sin previo aviso. Yo me alteré notablemente. Pasé saliva, pues comenzaba a incomodarme esa diferencia de altura, aunque sólo me ganara por algo insignificante. Pero realmente lo que más me perturbaba, era aquel acercamiento. Tan íntimo. Me miró y mi respiración comenzó a agitarse. Y mis mejillas a colorearse con el más escandaloso rojo—… y muchas sensaciones por descubrir —. Tomándome desprevenido, una de sus manos se dirigió a mi rostro, arrancándome un respingo. Acarició mis mejillas y mis pecas ruborizadas en ellas; que conservaban aun, vestigios pegajosos del algodón de azúcar.

Contuve la respiración mientras paseaba sus dedos por mi rostro de forma lenta y sublime. Luego los descendió hasta la finura de mis labios rosados e hizo un minucioso recorrido a ellos también. Temblé como una débil hoja ante el tenue tacto, ante esos dedos tibios incitando a mi boca entreabierta, mientras los atrapaba con aquella mirada que expresaba un deseo contenido por devorarlos. A estos húmedos labios míos, en desuso.

Nuestras bocas permanecieron entreabiertas y jadeantes. La distancia que las separaba, la que evitaba que se tocaran, ya era absurda. Igual de absurdo era contenerse a lo inevitable, a esta pecaminosa y peligrosa atracción.

 

Ya nos besábamos con la mirada…

Y en nuestras mentes…

 

Con una respiración demasiado escandalosa, volteé la cara, huyendo de su boca. Estaba ruborizado hasta las orejas y mis hombros se contraían. Pero él me tomó firmemente de la quijada, la presionó con sus manos enguantadas y reclamó mi rostro. Me obligó a mirarlo. Y lo hice, miré esos ojos dilatados que me pedían a gritos: ¡Ríndete a mi boca! ¡Vamos! ¡Hazlo!

Vi su nuez bajar cuando tragó saliva. Tenía tensada la mandíbula. Era visible que luchaba arduamente consigo mismo para evitar besarme a la fuerza; contra una bestia avasallante en su interior. No obstante, el cúmulo de emociones explotó en mi pecho cuando le vi perder la batalla y dirigirse a mis labios, que temblorosos, le esperaban. Con el pulso descontrolado, cerré los ojos y entonces…

 Él simplemente liberó a mi rostro y se alejó frunciendo los labios, notablemente frustrado.

Esta vez fue él quien se alejó de mí, frotándose la cara, por lo que le miré, sin comprender.

Para ser un descarado conquistador, estaba reprimiéndose.

Para ser un jugador, parecía ir en serio.

—Tú…  —balbuceé—. ¿No es de tu naturaleza tomar las cosas sin pedir consentimiento? Entonces por qué te has detenido…

Adrián se llevó la mano al cabello y suspiró.

—Tal vez soy un chico que rompe reglas, mas no una promesa. Es algo que debes saber de una escoria como yo a la que tanto juzgas y desprecias. Te respetaré y esperaré por ti. Ahora subamos a la moto, para llevarte a casa— y caminó hacia ella.

Por alguna extraña razón, me sentí molesto, aturdido y exaltado ante su resignación.

— ¡No te hagas el caballero ahora, que no te queda! Sé exactamente cómo eres, no es necesario que repentinamente te hagas el santo y respetuoso para que yo caiga en tu juego ilusamente. Te contienes, sólo para que yo comience a creer en ti, pero es una trampa, porque sé perfectamente que eres un desvergonzado, un bastardo y un cretino.

Adrián detuvo sus pasos y sonrió, sobándose la quijada.

—Lo soy, efectivamente. ¡Un desvergonzado, un bastardo y un cretino! Pero lo que no comprendes es que me detengo por ti. Lucho contra mis impulsos por ti. Contra mi propia naturaleza. Por mi cuenta, ahora mismo estaría comiéndote la boca y...

— ¡Calla! —exclamé abatido—. ¡No digas que te controlas cuando en el túnel del beso tú ibas a…!

— ¿A besarte a la fuerza? —soltó una carcajada, divertido—. Si hubiera querido, hubiera sido un hecho. Sabía perfectamente donde estaban situados tus labios aunque estuvieran cubiertos bajo la tela de la oscuridad. Sueles respirar por la boca cuando estás nervioso, ¿sabías? Lo que delató su posición desde un principio. Sin contar que tengo una perfecta visión nocturna. Lo que sucedió en el túnel, ¡sólo fue un juego donde te dejé escapar de mis brazos y de mi boca!

—Yo…  —farfullé, sin saber qué más decir—. Aún así, eso no te redime, no te deslinda de tus actos anteriores, del hecho de que hayas tomado mis labios…

— ¿Sin permiso la noche en el gimnasio?

— ¡Sí! —exclamé conmocionado, con los ojos ya llorosos e hipando—. ¡Cosa que no te perdonaré! ¡Nunca!

 

Notas finales:

¡Hola! Espero les haya gustado el capítulo. Sé que muchos de ustedes me piden (de ya!!! XD) contacto físico (Lemon joder!!!) o de menos un mamoncito beso cursi, ya saben, un intercambio de saliva y microbios XP Debo decirles que hice dos versiones de este capítulo. En el que descarté, Adrián y Ángel se besaban, y debo admitir que me gustó el beso robado que describí, pero al final, opté por la opción que publiqué ya que si no, distorsionaría  “demasiado” la historia que tengo planeada para este fic.

Ahora quizá todavía no comprendan por qué demonios demoro tanto el contacto físico, pero confío en que lo harán cuando los sucesos trascurran. No se desesperen, la buena noticia es que no falta mucho para que Ángel ceda a los encantos del Lobo y espero que también les consuele el hecho de que follarán como conejos en celo a todas horas (?)

Saludos a las hermosas personitas que me siguen en mi página de facebook. Les prometo que serán las primeras en enterarse de todo lo que haga ( ya sea de que si me saco un moco, o si estoy por actualizar cap xD)


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