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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

A veces, la vida no te da lo que deseas.

Te prevé de algo mejor. 

<< ¿Estarás bien?>> Fue lo que me preguntó después de un silencioso y tenso regreso a casa luego de casi… besarnos. Y luego intentó frotarme los brazos para brindarme calor. Pero le seguí rechazando.

Sin más, él se despidió sin saber qué otra cosa hacer por mí.

 Aún cojeando por la falta de mi calzado deportivo, me acerqué a la entrada de mi casa sin voltear a verle, cuando detrás de mí, ya se marchaba ruidosamente en su caballo de acero; frustrado por mis rechazos.

No, no estaría bien. Esa era la respuesta a su pregunta.

 Y me enfermé.

 

Capítulo: ¿La cena familiar?

 

Al parecer la mala combinación de la zambullida al agua y el fresco aire de la carretera, hizo que se me subiera la temperatura en plena noche y comenzara a delirar. Mamá me cuidó y controló mi fiebre, pero al día siguiente me levantó temprano para llevarme al médico familiar, pero claro, después de untarme sus propios olorosos remedios caseros, que en la mayoría de los casos, terminan siendo milagrosos.

 No se sorprendan si continuamente me ven visitando al doctor. Lo he hecho desde preescolar y con bastante regularidad. Más de la que me gustaría. Mi vida está plagada de enfermedades, de recaídas; de las que jamás terminaré por acostumbrarme. Quizá por eso, Adrián me hizo esa pregunta anoche. Debí tener un aspecto enfermizo, verdaderamente lamentable cuando me dejó en casa.

Pero, ¿no se percataba que era él, el causante de todos mis males?

 Si su deseo era que me encontrara bien, sólo tenía que alejarse de mí.

 

El doctor con lentes de botella me ordenó que me tendiera boca bajo en la camita. Luego me bajó levemente el pantalón y me puso una inyección que me hizo apretar los dientes y lagrimear; añadiéndole también una reprenda:

 -Si sabes que tu estado es delicado, ¿por qué te descuidas de esa manera? - suspiró profundamente, mientras negaba con la cabeza - Y luego te quejas que tu madre es sobreprotectora contigo. Y lo es, porque no sabes cuidarte por ti mismo. Tu asma no está para que te la pases brincando en cada charco de lluvia que te encuentres. O lo que sea que hayas hecho esta vez.

- Se sorprendería de las circunstancias que me llevaron al contacto forzado con el agua. Fue inevitable - Me limpié las lágrimas, intentando no mover demasiado mi trasero cuando hubo sacado la jeringa - Y bueno, no es que sea tan delicada la situación, pues mi asma ha desaparecido hace años, ¿cierto? - pregunté, con incertidumbre.

- Así es. Pero no la invoques. Eres propenso. Lo serás siempre. Y sabes… que por lo mismo el deporte no es para ti - se dirigió a mamá, con semblante serio.

Mi madre se sintió tensa un momento, pero sin más, dejó caer los hombros a modo de resignación.

- Sigue en el club de futbol - confesó - Pero el entrenador le está supervisando.

El doctor suspiró, se quitó las lentillas y las abandonó en su escritorio con un deje cansado.

- Ángel, no voy a prohibirte el deporte. Sólo practícalo con moderación, ¿de acuerdo? - me ordenó con gravedad.

- Sí - hice una mueca, un tanto incómodo. Era consciente de mis anteriores imprudencias, pues he estado haciendo ejercicio en exceso para lograr ser capitán del equipo. Al fin y al cabo, era verdad lo que decía el doctor: soy un atolondrado que no sabe cuidarse a sí mismo.

- Así me gusta - el doctor sonrió al fin - Ahora levántate. Ya te hago el justificante para tu escuela. Te recomiendo reposo y cuidados durante todo el día. Confío que mañana ya estés como nuevo y puedas reanudar tus actividades cotidianas.

Asentí y me bajé de la camita un poco devastado y triste, consciente de que mi salud tampoco estaba de mi lado y se oponía a que fuera un deportista destacado.  

Ya en el umbral de la puerta, el médico me regaló una paleta de limón para que dejara de quejarme de lo que para él fue un simple pinchazo. Pero mi trasero no opinaba lo mismo.

Regresé a casa sobándome la bolsita trasera de mis jeans amenazando con desgastarla. La inyección me entumeció casi toda la pierna, pero ayudó bastante para mi recuperación. Aunque no me libró de los agrios medicamentos, de una tarde en cama, y claro, ni de los molestos pañuelos desechables.

 

*~~~*~~~*~~~*

Durante la tarde se desató una llovizna. Me la pasé recostado en la cama mirando los cristales húmedos de la ventana que me ofrecían un paisaje pañoso y chorreante, y un vaivén de ramas agitándose. Estaba deleitado. Al final de cuentas, los días lluviosos no me desagradaban tanto como yo protestaba.

Ya entrada la noche, me puse mis simpáticos pantuflos de panda y arrastrando mis pasos, me dirigí al escritorio. Prendí la lámpara de pinza y abrí mis libros con parsimonia para seguir con la tarea de mi exposición: Aquiles, quién de alguna manera curiosa, me recordaba mucho a Adrián, y por consecuencia, me hizo pensar en él y en el reciente casi beso, sin contar que el clima no ayudaba mucho y me ponía pensativo y somnoliento.

 Recosté la cabeza sobre el libro abierto, y mis dedos abandonaron la lapicera. Terminar la información me dejó cautivado y ruborizado: Todo lo que sabía de Aquiles era una fachada. Según La “Iliada” de Homero, Aquiles era gay. Estaba enamorado del joven Patroclo. Y eso, me hizo pensar con más ímpetu en Adrián. Y en nosotros. Toda información era un espiral que me volvía a él. Desde la primera ocasión que vi al Lobo, tan macho, con esa aura de violencia y superficialidad, desacredité prontamente su capacidad para albergar sinceros sentimientos ante cualquier prójimo, y mucho menos, creía posible que un hombre rodeado de mujeres atractivas tuviera orientaciones homosexuales. Supuse que alguien como él, no podía enamorarse sinceramente de alguien como yo; ni de nadie. Pero, ¡el monstruo de Aquiles fue capaz de amar a Patroclo! Y amar a otro hombre no le quitó su hombría. Ser guerrero y arrebatador de vidas, tampoco le quitó la capacidad de amar. ¡De amarlo a él! Y, si Aquiles fue capaz de amar… ¿será posible que Adrián sea capaz de hacerlo de la misma manera pese a su naturaleza indómita y salvaje?

Y en base al ejemplo de aquel personaje mitológico, con un suspiro esperanzador que chocó contra el techo de mi cuarto, comencé a plantearme la idea de que los sentimientos que el Lobo exponía por mí, pudieran ser genuinos. Como el inmortal amor de Aquiles por Patroclo…

-No…- Sacudí mi cabeza intentando espantar esos pensamientos. Como si de esa manera, estos pudieran desaparecer. Pero por favor, permítanme seguir mostrándome incrédulo, ya que no es fácil creer que un chico tan apuesto como Adrián, lograra fijarse en alguien como yo. ¡Ni siquiera yo me soporto! ¡Ni siquiera yo me gusto! Y no sé cómo actuar o qué pensar, pues es la primera vez que alguien me pretende.

¿Cómo no sentirme halagado e incrédulo si se fijó en mi alguien al que jamás aspiré que siquiera me volteara a ver? Y, si soy sincero, debo admitir que el domingo en el parque, fue una experiencia agradable que pasé junto al Lobo y que aquello pudo haber ayudado favorablemente en nuestra tensa relación. Pero entre más comenzara a agradarme, más empeño ponía en odiarle. Sin contar que le reprochaba el beso robado en el gimnasio, y el hecho que haya intentado hacerlo nuevamente a pesar de haber sido escucha de mis metas a futuro. ¿Acaso ese día no había escuchado en el local de pizza que deseaba tener una familia, hijos? Pero entonces, el amenaza con besarme y pone en peligro mis planes a futuro, mi vida normal, mi vida heterosexual. ¡Es como si quisiera estropearlo! ¡Pero a él cómo puede importarle mis sueños si es un egoísta que solo piensa en sí mismo! O es demasiado fiel con lo que siente.

Pero… cuando recordé que por voluntad propia desistió de mis labios y se alejó de mí, el enojo en mi interior aumentó considerablemente. Y me sentí tormentosamente confundido. ¡Estaba molesto con Adrián! Y no supe si porque ignoró mis deseos perfectamente heterosexuales, para luego intentar besarme pese a ellos, o porque al final… No lo hizo.

Hundí mi rostro en la mullida almohada y decidiendo no pensar más, intenté conciliar el sueño.

Un intento que fue en vano.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Al siguiente día amanecí notablemente recuperado y mamá me envió al mandado. Me llevé el carrito, un buen abrigo con cuello de tortuga y comencé a elegir las mejores frutas y verduras que el agricultor ofrecía. Tuve que pelearme a arañazos con algunas señoras para coger la mejor conservada.

Cuando hube conseguido todo el encargo de la notita, doblé esquina para volver a casa cuando…

- ¡Oye, oye! - escuché desde mi espalda que alguien me llamaba con voz grave.

Me volví y divisé al carnicero don Pepe con dos cadáveres de pollos que sujetaba del cuello. Extendió sus brazos gordos y emprendió una carrera hacia mí, amenazando con embestirme.

No tuve oportunidad de huir de sus brazos sofocantes. El hombre, que medía fácilmente un metro y medio, me dio un abrazo torpe y su barba me hizo cosquillas en la mejilla. Me quedé quieto, sin saber qué hacer con mi cuerpo.

- ¿Cómo has estado, hijo? - sonrió, cariñoso, mientras me adhería contra su mandil lleno de sangre combinado con grasa.

- ¿Hijo? - Pregunté confundido, intentando respirar y aceptando su brazo con cierta reticencia.

El señor me liberó al fin y soltó una risita nerviosa.

- Lo siento, me he equivocado. Quise decir… hijastro.

- ¿Eh? - puse los ojos como platos, desconcertado.

- Digo, digo, hmmm ¿cuál era tu nombre?

- Ángel - intenté mostrarme lo menos aterrorizado posible. ¡Pero vaya que lo estaba!

- ¡Ahora lo recuerdo! - y siguió sonriendo, pero como alguien que ha metido la pata y quiere solucionar todo con una sonrisa amistosa. Podía hasta asegurar que intentaba quedar bien conmigo y que le preocupaba lo que pensara de él.- Pero… no me has dicho cómo te encuentras chaval.

- Me… encuentro bien, supongo - elevé una ceja. ¿Desde cuándo los carniceros te detienen a mitad de la calle para preguntarte cómo estás? ¿Desde cuándo te llaman hijo y te sofocan con abrazos de oso?

Estaba a punto de entrar en pánico.

- ¡Pero mira que ya eres todo un…! ¿Hombre? - se acarició la barba mientras hacia un exhaustivo análisis de pies a cabeza a mis escasos rasgos viriles - ¿No practicabas deporte? - miró dubitativo mi esbelta y nada impresionante figura.

- Lo práctico. Pero no se nota, ¿cierto? - Pregunté apesadumbrado, pues bien sabía que mi complexión física no era exactamente la de un atleta.

Él sólo carraspeó y sonrió con reparo, para luego darme una palmada de confortación en la espalda. Una que sentí como si fracturara mi espinazo, ya que su mano era grande y muy pesada. ¿Ya he mencionado que le sudaba todo el cuerpo?

- Bueno, supongo que no eres un chico muy atlético y feroz, pero… - carraspeó - ¡eres muy guapo! Y debo darle crédito a tus ojos que son muy llamativos y los hoyuelos en tus mejillas muy… varoniles - tosió. Y aquello me hizo pensar que lo último, no se lo creía para nada. Me tomó de la mano y me acarició el dorso de está. Y por un momento, pude percatarme que le perturbaba la delicadeza de mis manos, y pude figurarme lo que le pasaba por la mente. Algo como: “¡¿Por qué diablos un hombre tiene la piel tan tersa y suavecita?! ¡Demasiado clara y delicada para un macho! ¿Y qué diablos es este aroma cuando la froto?”

  Sí, definitivamente eso fue lo que leí en su rostro, bastante expresivo si debo mencionar.

Le hubiera agradecido sus fingidos halagos, pero estaba demasiado perturbado y extrañado con su comportamiento como para hacerlo.

- Debo irme - fue lo único que atiné a decir y me solté de su mano que me apretujaba con fuerza.

- ¡Espera! - apoyó su pesada mano en mi hombro - Dale estos pollos a tu madre.

- ¿A mí madre? - elevé mi castaña ceja.

Él se ruborizó notablemente al pronunciarla.

- Sí. Y… le mandas cálidos saludos de mi parte.

Me cubrí la boca como un gesto de asombro. ¡El misterio de la carne en la nevera se había resuelto al fin! ¿Será que mi madre estaba teniendo un romance secreto con el carnicero de la colonia? ¿Con ese hombre corpulento, de calva incipiente y risa de Santa Claus?

- Hmmm, gracias. ¿Podría darme una bolsa? - Miré escandalizado los cadáveres de los pollos y me llevé un pañuelo a la nariz para luego estornudar de manera graciosa.

-Lo que tú pidas hij…

-Ángel - puntualicé.

-Lo siento, Ángel - se puso la mano en cabeza como si obligara a su cerebro a recodar mi nombre.

 

Así pues, retomé mi camino, tirando del carrito del mandado mientras el señor carnicero me despedía entusiasmado de pie en su negocio, agitando su grande y pesada mano en el aire. Bueno, ¡eso si que fue raro y preocupante! No es que me molestara que mi madre tuviera un pretendiente, o más que eso. Tampoco que se tratara de Don pepe, aunque sufra de personalidad múltiple, detallito que logra asustarme un poco; o que tenga implantado un megáfono en la garganta, que puede significar dos cosas: una, que me dejaría sordo en un futuro no muy lejano, o que la colonia se enteraría de todo lo que él dijera. Y tan discreto que suele ser…

No. No me molestaba aunque fuera él pese a todo lo que eso conllevaba. Sólo no lo esperaba, ya que hasta ahora, no había planteado la idea de que mamá rehiciera su vida amorosa. Pero por el momento, solo se trataba de suposiciones mías, que prontamente me llevaron a imaginarme a mí en un futuro, heredando su negocio, convertido en una extraña versión de Don Pepe, con un mandil salpicado de sangre cortando carne por toda la eternidad…

¡AHHHHHH!- emprendí una carrera con esos turbosos pensamientos en mi cabeza.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

A medio día, me arreglé para ir a la escuela y bien abrigado, metí mi justificante médico dentro de mi nueva mochila de estilo mensajero. Y cuando bajé al comedor, me encontré al extraviado de Lolo, que comía la sopa de mamá sentado a la mesa.

 Descendí por las escaleras y tomé asiento junto a él.

Ni siquiera me miró, por lo que me apresuré en hacerme notar.

- Hmmm - carraspeé la garganta.

- Qué tal, Ángel - saludó con voz monótona y cara de aburrimiento. Y sin más, volvió a absorber la sopa, como si aquello fuera lo más tedioso del planeta.

- ¿Por qué no habías venido ni llamado? - le reclamé con los brazos cruzados, de la manera como lo haría una esposa pidiéndole explicaciones a su marido, y no como un amigo.

- No me sentía muy bien - mordió el piercing de su labio y se encorvó más de lo que está regularmente.

- ¿Enfermo? - me alarmé y apartando su azulado fleco de la cara, me apresuré en posar mi mano en su frente para medirle su temperatura corporal.

- No, no. Me encuentro saludable - Me dio la impresión de que mi mano en su frente le incomodaba. - Eres tú el que todavía conserva fiebre. Tu mano está cálida.

La aparté inmediatamente y lo miré, conteniendo la pregunta que colgaba de mis labios y que inevitablemente fluyó.

- ¿Adrián te prohibió que vinieras a visitarme? - apreté los dientes.

- No -Dijo y rodó los ojos.

Pero yo hice oídos sordos a su respuesta.

- Porque déjame decirte que él no tiene el derecho de prohibirte ser mi mejor amigo. No sé qué se ha creído ese cretino últimamente… ¿qué soy de su pertenencia? ¿Qué somos novios? - Chasqueé la lengua, quejumbroso y acalorado.

- Ángel - me interrumpió con la cuchara en mano - Adrián no tiene nada que ver. Estuve atendiendo asuntos muy míos, ¿de acuerdo?

Le miré con reproche un par de segundos, y con cierto atisbo de sospecha, pero al final…

- Bien - resoplé - sólo porque tú me lo dices, te creeré. Pero dime, ¿qué asuntos?

En eso, mamá salió de la cocina con mi humeante plato de sopa en mano.

- ¿Quieres más jugo de naranja, Lolo? - Le preguntó ella al de cabello teñido de azul.

- No gracias - respondió él y se sobó su delgado estómago emitiendo una sonrisita - Ya casi he vaciado la jarra yo solo.

- Bueno - me sirvió la sopa - si se les ofrece algo más muchachos, me echan un gritito hasta la cocina.

- Sí - respondimos al unísono.

Me llevé la primera cucharada de sopa a la boca y me quemé. Mis labios ardieron. Mientras me los sobaba,  miré furtivamente a Lolo y lo analicé. Tenía un semblante apagado. Quizá por una cuestión familiar. ¿Sus padres habían peleado de nuevo? ¿Había sido más grave esta vez?

Cuando estuve a punto de ofrecerle hablar sobre ello, él me interrumpió, ya bastante cansado de mi actitud maternal:

- Ángel, estoy bien.

- ¿Seguro?

- Bueno, si soy sincero, no - hizo una mueca, derrotado.

- ¡Lo sabía! ¿Qué te pasa? - le miré alarmado y expectativo a la vez.

Él agachó la cabeza y noté cierta entonación lúgubre en su voz.

- Lo más probable es que haya contraído el virus zombi, porque sufro todos los síntomas. Ahora mismo, tu cerebro luce muy apetecible - se relamió los labios, mirándome como si yo fuera un delicioso platillo.

-¡No es gracioso!- Refunfuñé cuando él se soltó a reír.

- ¡Te he dicho que estoy bien! - cogió el plato con las dos manos y absorbió ruidosamente lo poco que  le quedaba del caldo de sopa.

- ¡Ya! ¡En serio!

- Sí, en serio. La única anomalía por la que estoy pasando en estos momentos, es por la infección en mi piercing, mira - Y se estiró el labio para mostrarme su enrojecimiento y una incipiente postemilla.

- ¡No! ¡Debe ser horrible! - Apreté los ojos. - ¡Mamá! ¡Lolo necesita que le desinfectes una herida!

 

 

Después de que mi madre atendiera la anomalía de su boca, nos marchamos juntos a la escuela y compartimos asiento en el bus. Estuvimos hablando sobre videojuegos y futbol. Bueno, la mayor parte del camino, porque luego decidió pasar de mí y se puso sus audífonos; y sumergido en su mundo, comenzó a tatarear la canción Gorillaz-clint eastwood.

Sentí un enorme alivio al mirarle comportarse igual que siempre, con su típico aire despreocupado y perezoso, ya que eso significaba que Lolo comenzaba a ser el mismo, y lo que fuera que haya pasado con su familia, parecía estar sobrellevándolo con éxito.

Siendo así, fue entonces que…

- Lolo…  - tiré de su camisa para llamar su atención y me mordí los labios.

- ¿Qué cosa? - se quitó los audífonos y me miró.

Me moría por preguntarle sobre lo que había hablado con el Lobo esa vez que este lo llevó a casa. ¡Y que me explicara todo a lujo de detalle! Pero, si lo hacía, ¿no sería esa una clara señal de interés de mí parte por Adrián? Así pues, pese a mi ansiedad por saberlo, lo oculté y terminé preguntándole algo diferente a lo deseado.

- ¿Qué piensas de Don Pepe? - dije al fin.

- ¿El carnicero? - preguntó extrañado - ¿A qué viene eso?

- Creo que mi madre y él…- me ruboricé.

Él soltó una carcajada, incrédulo.

- Pues verás, a parte de sus chistes vulgares de los que toda la colonia se avergüenza y que suele contarle a las muchachitas, me preocuparía más su múltiple personalidad y el hecho de que quiera convertirte en todo un macho de pecho peludo cuando seas oficialmente su hijo - y se soltó a reír.

- ¡Lolo! - gruñí.

- Mira, bien sabes que es un bonachón con sus clientes, pero cuando corta carne, se vuelve un loco psicópata. Su aura, se vuelve oscura. ¿Y ya viste cuánto mide? ¿Y sus grandes brazos? Tengo la ligera sospecha que en su pasado cometió varios homicidios y que escapó del manicomio - hizo una pausa suspensiva para sembrarme terror, y luego se carcajeó de mi cara, que adoptaba la misma expresión de un niño que le han dicho que un monstruo saldrá de su armario.

Molesto por su pesada broma, me crucé de brazos y con la intención de ignorarle, me giré hacia el ventanal del bus, dándole la espalda.

Lolo paró su risa en seco.

- Ya olvídalo. ¿Y cómo te fue en las prácticas del club deportivo? - decidió cambiar drásticamente de tema - Sabes que lamento haber faltado, ¿verdad? Y que lo compensaré de alguna manera.

Continué ignorándolo con actitud obstinada, pero no pude hacerlo por mucho tiempo. Sé que suele molestarme bastante y la mayor parte del tiempo, pero debo admitir que me pondría muy triste si Lolo no estuviera a mi lado. Para mí es muy difícil siquiera fingir que estoy enojado con él. No recuerdo un solo día en que ambos estuviéramos realmente peleados. Somos el modelo perfecto de los mejores amigos. Podemos dormir juntos cabeza a cabeza, y es por eso que todo el mundo se empeña en molestarnos con sus comentarios de que somos una bonita pareja.

- ¿Y? - me miró Lolo, esperando mi respuesta - ¿Cómo estuvo la práctica de Fut?

Inspiré hondo y solté el aire con lentitud, mientras destapaba un paquete de mini galletas; actuando, como quien está cansado de repetir el mismo resultado. 

- Lo de siempre, Julio saboteándome - Cogí un puño de galletas y me las zampé en la boca - Estaba a punto de hacer una jugada impresionante, cuando me puso el pie… ¡y me estropeó el movimiento! - La excesiva acumulación de comida en mi boca le dio un tono gracioso a mi voz.

- Y volviste a comer tierra - La mano de Lolo hurgó en mi paquete de galletitas de canela.

- Sí - afirmé malhumorado - Le odio - cogí mi jugo de caja con sorbete flexible y succioné un poco, con actitud rebelde.

- Deberías decirle a Adrián que le ponga en paz - Comentó mi mejor amigo, lamiéndose las morusas de los dedos.

Mi corazón se alteró con tan solo escuchar su nombre pronunciar por los labios de Lolo y estuve a punto de derramar el jugo de uva sobre mi sudadera. Yo, que me esforzaba en dejar a Adrián fuera de cualquier tipo de conversación ocasional, y ¿Lolo lo pronunciaba sin más?

- ¿Estás loco? - Le reprendí con voz quedita, pero exaltado - ¿Adrián qué tiene que ver con todo esto? Pero sobre todo, ¿qué tiene que ver conmigo? - estrujé el envase de cartón entre mis manos con la intención de deformarlo - Dime, ¿él te agrada? Te cae bien, ¿verdad? ¡Admítelo! Si el Lobo es enemigo mío, como mi mejor amigo, ¡también debería ser el tuyo!

- ¡Vamos! a él le gustas y ambos sufrimos por los maltratos de Julio. No sería una mala idea que nos echara una mano. Supe que tiene una pandilla, o “su manada” como él suele llamarle; y tú le importas…

- ¡Claro que no le importo a ese imbécil! ¡De él deberíamos cuidarnos! ¿En verdad no estás bromeando y has caído al igual que mi familia en sus artimañas? ¿Qué acaso también eres ingenuo?

- No, al parecer, el único ingenuo aquí eres tú, que no quiere ver las cosas. Adrián está siendo sincero contigo. En verdad espero que no sea tarde cuando recapacites, cuando te quites ese velo de los ojos. Y sí, me cae bien. Toda persona que quiera y procure a mi mejor amigo, ¡por supuesto que me caerá  bien! - Me arrebató el paquete de galletas como gesto represivo, se colocó sus audífonos de nuevo y se llevó mi botana a la boca como la maquina devoradora que es.

 Me quedé callado, con mil quejas atoradas en mi garganta. Sorbí mi jugo de uva y en mi interior culpé a Adrián por el pensar de mi amigo; tal vez le había lavado el cerebro esa noche camino a casa. Pero la verdad, es que Lolo no cuenta con una mente que pueda ser fácilmente influenciada. Y yo lo sabía perfectamente. Aunque, no debí descartar que Adrián era tan astuto como un Lobo y un excelente persuasor.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

A la hora del receso, me dirigí al patio trasero de la escuela. Me había recostado bajo los árboles con el reproductor de música de Lolo, cuando miré un par de moscas en el dorso mi mano. ¡Las canijas estaban haciendo el amor sobre mi clara piel!

Escudriñaba con extrema curiosidad su acto reproductivo, cuando un séquito de chicas se me acercó y me rodeó antes de que yo pudiera saber lo que pasaba.

- El plazo ha terminado - demandó la cabecilla del grupo.

-¿Disculpa? - pausé el reproductor y me quité los audífonos cuando las moscas aun adheridas entre sí, se estamparon en mi ojo antes de huir a otro lugar a continuar con su luna de miel.

 - Le entregarías nuestras cartas y regalos a tu amigo el Lobo y no hemos recibido respuesta alguna de su parte. - su zapato golpeó fuerte y enfático contra el suelo.

Todas me miraron, demandantes y con las manos en la cintura.

- Verán chicas… - intenté excusarme y me puse de pie torpemente. 

- ¡Te dimos docenas de chocolates! - puntualizó una, desconcertada.

- Y vaya que estuvieron buenos, pero… - me sobé la nuca. ¿Cómo decirles la verdad sin ser asesinado?

Detrás de la chica líder, las demás comenzaron a formar un barullo de reclamos e inconformidades. Y cuando creí no tener algún argumento que me salvara de sus descontentos y de sus manos que parecían estar ansiosas por estrangularme, apareció Carla, como un milagro, y las encaró por mí.

 - ¡¡A ver!! - se paró de puntillas y alzó la voz para hacerse oír - ¡¡Yo le confisqué las cartas a Ángel porque iban dirigidas a mi novio!! ¡¡Si tienen algún problema, es conmigo, ¿está claro?!! - su voz,  resonó por encima de todas las quejas. -¡¡Además, aunque el Lobo haya recibido sus cartas tengan por seguro que aun así no recibirían respuesta alguna de su parte!!

Las palabras de la rubia fueron como un incendio y las chicas inmediatamente se abalanzaron sobre nosotros para agarrarnos de los pelos. Un profesor que pasaba mordisqueando su sándwich, interrumpió su hora de comida y se apresuró en interferir en el asunto.

Pero no es que lográramos salir ilesos…

 Con los cabellos alborotados, yacíamos Carla y yo sentados en la banca fuera de la enfermería escolar.

- Eso estuvo salvaje… - expresé aun estupefacto y miré incrédulo la mordida de una de las chicas en mi muñeca. Cada una de sus encías se había marcado perfectamente en mi pálida muñeca. Y claro, ¡seguía culpando de todo esto al Lobo! ¡Pero ese día en el auto, él bien que se empeñó en dejarnos a la entrada de la escuela y así alborotar a todas las estudiantes con su presencia ¿no?! ¡Y ahora, estas eran las fatales consecuencias y lo pagábamos todos menos él!

- Pudo haber sido peor - contestó la rubia mirándose su estropeado manicure - pero lo importante es que ya quedó todo aclarado y jamás te volverán a pedir un favor de esa índole - Dicho esto, dirigió su mano a su bolso escolar y de él saco un sobre que descansó sobre su falda gris - He traído algo para que le eches una mirada. Son fotografías que mi primo tomó la tarde en el parque de diversiones. Por eso te buscaba, y fue cuando te encontré con esas chicas a punto de colgarte de un árbol. Iba a llevártelas en la noche a tu casa, pero no pude esperarme hasta entonces así que, las he traído a la escuela.

Me acerqué más a Carla y me cerní sobre ella para lograr apreciar con más claridad las fotografías de las que hablaba, y su exquisito perfume a flores logró embargarme. Debí sentirme nervioso por tenerla tan íntimamente cerca, pero no me afectó tanto como yo imaginaba. Mi cuerpo frente a ella, ya no reaccionaba como en el pasado.

Comencé a mirar las fotografías fingiendo poco interés y emoción. Y sin que lo consintiera, un sentimiento nostálgico me envolvió al apreciar cada una de ellas: Eran recuerdos de ese día, capturados para siempre…

 Era sorprendente que lo del parque haya sido apenas el domingo, y que ahora, simplemente sean un puñado de recuerdos que ya son parte de un pasado.

 Sacudí la cabeza evitando no añorar recuerdos donde participara ély continué mirando.

De pronto, como un reflejo, le arrebaté una captura de sus delgadas manos.

- ¿Qué se supone que está haciendo el idiota de Adrián? - menté, crispando.

Carla se cubrió la boca con la mano y rió levemente bajo ella.

- Estaba haciéndote travesuras mientras dormías en el pasto. Intentaba hacerte estornudar haciéndole cosquillas a tus fosas nasales con una ramita, y tú sorprendentemente comenzaste a insultarlo entre sueños como si supieras que era precisamente él quien te molestaba.

-¿Lo insulté entre sueños? - fingí asombro y emití una sonrisita nerviosa, sintiéndome culpable.

Pero acá entre dos, les aseguro que lo insulto cada noche mientras duermo. Ya es algo muy natural en mí.

-Sí, no parabas de insultarlo, pero supongo que se lo merecía por hacerte travesuras - señaló divertida.

<< ¡Maldito! ¿Y esa vez hasta se atrevió a decir que velaba mi sueño cuando en realidad me lo estaba perturbando y divertía a los otros con mi nariz? >>

Refunfuñaba, cuando Carla me enseñó la siguiente fotografía, misma que me hizo palidecer repentinamente. La rubia parecía no haberlo notado, pero yo, logré percatarme al instante. En ese singular revelado, nos encontrábamos en la banca, Carla con su novio y yo con mi algodón de azúcar en mano. A simple vista, no había nada en particular, pero si lo mirabas con detenimiento, te dabas cuenta que Saúl había tomado la foto justo en el momento cuando Adrián y yo nos mirábamos. Y debo agregar que era un intercambio de miradas muy significativas, que expresaban mucho, más de lo que quisiera admitir.

Carla sonrió al verme tan sumido en la foto, y no tuvo de otra que ofrecérmela.

- Si te gusta tanto, puedes conservarla.

- No, no es eso - me rasqué el cabello.

Pero ella no aceptó objeción alguna de mi parte y me la entregó, junto con dos fotografías más que eligió. En una de ellas, estábamos Adrián y yo en los troncos acuáticos, saludando con fingidas sonrisas antes de emprender el recorrido. Sonrisas que parecían genuinas por parte de ambos. Y la otra, era una captura del cielo que hizo su primo, cuando la gente aplaudió al ver docenas de coloridos globos sobrepasando las nubes.

Y cuando creí que no iba a darme algo más, señaló que ella había rescatado mi mochila y mi peluche.

-La mochila y los ungüentos los dejé en casa pero te he traído a… -  Y sacó de su bolso a mi querido Filipo.

 Les ahorraré el patético y demasiado emotivo encuentro con mi peluche (del que la chica de mis sueños fue la infortunada testigo) Lo sostuve entre mis brazos y lo mecí, con lágrimas en los ojos. Sí, hasta ese nivel patético alcancé. Más tarde, me lamentaría que Carla se haya tenido que enterar de mi apego a los peluches. Pero en ese momento, sólo importó mi peluche y yo. Le di una rápida inspección y me percaté que tenía descosida su orejita izquierda, pero nada grave que una aguja e hilo no pudieran remediar.

- Adrián me contó todo. Dijo que se encontraron a ciertas enemistades suyas en los troncos acuáticos y que tuvieron que salir huyendo - mencionó Carla mientras yo abrazaba a Filipo.

- Sí, ¡fue raro encontrarnos a ese par de metaleros en el túnel del beso! - exclamé esta vez con cierta gracia, pero en su momento, no había sido nada gracioso. ¡Ni un poquito! A excepción de cuando monté la espalda de Adrián. Daría cualquier cosa por subirme a ella de nuevo.

- ¿Túnel del beso? - levantó la ceja, Carla.

- Ahá- me cogí un mechón de cabello y jugué con él.

Ella rió y me corrigió con ternura.

- No, Ángel, ese túnel no es más que uno cualquiera. ¿De dónde sacaste la idea errónea de que era un túnel de besos? - sonrió divertida, como si le pareciera lo más absurdo del mundo.

- ¿Eh? - me mostré confundido y me sentí ingenuo. Hasta que logré comprenderlo.

<< ¡Adrián!>>  Afirmé en mi mente. Él bautizó así al túnel, y quiso inaugurarlo como tal atacando mis labios. Ahora que lo pensaba detenidamente, los que se subían a los troncos no eran exactamente parejas amorosas. Y ahora comprendo que el chico de los boletos en sí no sospechaba nada extraño de Adrián y de mí, ¡¡¡hasta que yo hice alusión a ello!!!! El Lobo se había burlado de mí, de nuevo. Ahora, parecía más lógico el hecho de que dos metaleros hayan aparecido en el túnel del beso. Si no, ¿qué tenían que estar haciendo ellos ahí?

-¡Túnel del beso! - me solté a reír - no sé por qué se me pasó esa idea tan estúpida e ilógica por la cabeza ja,ja - y me golpeé la cabeza, irónico.

-Bueno, supongo que lo pensaste porque la oscuridad de un túnel se presta para besar a alguien - señaló Carla, como siempre comprensiva. - Y ahora que lo veo de esa manera, lamento no haberme subido con Adrián a los troncos acuáticos, hubiera sido el momento íntimo que estaba buscando junto a él aquella tarde. Hubiéramos hecho que ese túnel, fuera oficialmente el túnel de besos- dijo y no supe identificar si el rubor de sus mejillas provenía de su maquillaje o de un sonrojo natural.

-Sí… - dije, tentativamente.

-Pero en mi lugar dejé que te subieras con él - se rió - ¿No se besaron cierto?

-¡NO! - me exalté y me puse de pie.

-Ángel, tranquilízate que solo estoy bromeando - con la sonrisa aun dibujada en sus labios, me invitó que volviera a tomar asiento.- Es obvio que eso nunca pasará entre ustedes.

Me senté y me froté el brazo, nervioso, como si tuviera alergia.

Carla hizo desaparecer su gesto alegre.

- Hay una cosa muy importante que quiero preguntarte - La lengua de Carla jugó con las palabras. Era como si estuviera acongojada.

- Sí, dime - la miré, intentando comprender su repentina seriedad.

Ella dudó, por lo que supuse prontamente que se trataba de algo grave.

- Es algo referente a mi relación con Adrián.

Sudé frío cuando la escuché.

-¿Qué sucede con eso? - balbuceé y me aferré a Filipo.

Ella lanzó un suspiro desconsolador al aire.

 -Últimamente lo siento distante y evasivo a mis demostraciones de cariño. Es como si me evitara. Como…- su voz amenazó con quebrarse - … si estuviera dejando de quererme.

 Se me hizo un nudo en la garganta.

Sus pupilas me miraron, como buscando ayuda.

- Y quería preguntarte a ti, Ángel, porque al parecer ustedes son muy unidos… - mis piernas temblaron… - que si él te confió algo. Si hay alguien más en su vida o…

- ¡No! - respondí un poco alterado - Parecemos muy unidos pero no lo somos tanto. Y no creo que haya alguien más interfiriendo en tu felicidad - mortificado agaché la cabeza. De alguna forma me sentí culpable, pese a que yo, he intentado evitar todo esto, todo esto que está sucediendo entre Adrián y yo.

- ¿En verdad crees eso? - la ilusión en sus ojos anunciaba asomarse de nuevo.

 - Carla, no hay nadie más perfecta que tú para Adrián. Los dos son muy guapos y se ven bien juntos - intenté sonreír y no sé por qué me costó tanto.

-Es cierto. Gracias, Ángel. En verdad necesitaba escucharlo. Ahora me siento un poco más tranquila - sonrió tenue y su respiración se regularizó.

Y esa tranquilidad suya, me hizo recordar que debía seguir evitando con todas mis fuerzas, los labios de su novio si no quería lastimar, a la persona de la que seguía creyendo estar enamorado.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Después de un cansado día de escuela, llegué a casa en la noche y subí directamente a mi habitación. Arrojé la mochila al suelo y me senté en el borde de la cama, encorvado y resoplando. Ciegamente me dejé caer en el colchón abrazado de mi peluche Filipo. Seguido, me acaricié el estómago. Llevaba puesta una sudadera de un clásico videojuego llamado pac-man, el estampado de esa simpática circunferencia amarilla devora puntos y a sus respectivos fantasmitas de diferentes colores.

- Tengo hambre… - inflé las mejillas al escuchar a mi estómago protestar. - El señor pac- man  no parece ser el único hambriento.

Me levanté  de un salto, y salí de la habitación atendiendo la súplica de mis tripas. Perezoso, bajé las escaleras y me dirigí a la habitación de mi madre para preguntarle si podría servirme algo de cenar. Pero cuando abrí la puerta, a quién me encontré no fue a mamá, sino a mi hermana Eli en el tocador.

- Mamá está en la cocina - Me comunicó sin apartar la mirada del espejo, mientras que con aire de diva, se empolvaba la nariz.

Me adentré en la habitación para lograr apreciar con más detenimiento todo aquello que le daba color a su carita.

- ¿Qué haces? - pregunté extrañado y esbocé una sonrisa burlona. Llevaba pestañas postizas y rubor en sus mejillas, que de una manera cómica, la hacían ver mayor y demasiado exuberante para su edad. Sólo el espejo le decía lo que ella quería ver. Y le decía, que era una hermosa jovencita de veinte años.

¿Por qué la prisa en crecer? ¿No debería estar interesada en las muñecas? A mí me gustan sus muñecas.

- Me maquillo para la cena de esta noche - cogió un labial rojo entre toda esa montaña de cosméticos y comenzó a untárselo.

- ¿Cena? - Seguía perdido.

¿Será que mamá quiere formalizar la relación que tiene con el carnicero? ¿Con ese hombre que grita en vez de hablar?

Elizabeth tomó un pañuelo ya marcado por otros colores de labiales y se lo restregó en los labios hasta limpiárselos, para luego probar otra tonalidad de un rojo más vivo.

- Adrián vendrá a cenar esta noche, y aprovecharé la oportunidad para confesarle mis sentimientos, pues aunque sólo sea una niña nueve años, quiero demostrarle que podemos tener una relación seria y madura…

- ¿Que Adrián qué? - Reí divertido.

Ella viró los ojos.

- Mamá lo ha invitado a cenar y él vendrá. Cosa que aprovecharé. ¿Es tan difícil de entender? - Y comenzó a rociarse un suculento perfume por el cuello.

Me dio un escandaloso ataque de tos. No sé si por la quisquillosa y penetrante brisa del perfume, o por el hecho de enterarme que Adrián vendría a cenar a casa.

 Tengan por seguro que fue por lo último mencionado.

- No inventes tonterías - Le advertí serio.

- Entonces averígualo tú mismo, tooonto - viró los ojos.

Salí farfullando de ahí buscando a mi madre con mucho más desesperación. Ella tenía que desmentirme los juegos que Eli hace para intentar ponerme nervioso y que, indudablemente lo logran. Sí, debía ser solo eso, ¡otro estúpido jueguito de mi hermanita que se añadía a la lista!

Mamá estaba atareada en la cocina, a punto de perder la cordura cuando me aparecí. Dejó escapar un suspiro de alivio al verme de pie, ante su presencia.

- Ayúdame con la cena - me dijo.

 -Mamá… - inflé las mejillas y con actitud mimosa comencé a picármelas con el dedo - ¿es cierto que invitaste a cenar a Adrián? - fingí jovial indiferencia.

- Así es, cariño.

- ¡¿Y por qué?! - gesticulé los brazos a modo de protesta y me estampé la mano en la cara, lamentándome con extremo dramatismo.

Adrián, se inmiscuía de nuevo en mi vida.

- ¿Me estás diciendo que no puedo invitar a cenar al nuevo amigo de mi hijo? La otra vez no tuve tiempo de hablar tranquilamente con él. Y bueno, Adrián es de esos chicos que deseas ver de nuevo - dejó escapar un suspiro enamorado.

- Mamá, te he dicho mil veces que él no es mi amigo, ¡pero tú nunca me escuchas! - exclamé.

- Anda, no te quedes ahí plantado y ayúdame que no tarda en llegar nuestro invitado - Me tendió el cuchillo y el delantal.

- ¿Ya viste que no me escuchas? - me lavé rápidamente las manos, le arrebaté el utensilio filoso y me acerqué a la tabla de picar, gruñendo y poniéndome el mandil con renegona actitud.

- Y movilizas tus manitas que necesito que me ayudes también con el aderezo.

- Sí - resoplé mientras que inconscientemente me resignaba a la realidad y ponía mis manos a trabajar.

Me encanta cocinar, es verdad, pero no quería hacerlo para Adrián. ¡Para ese Lobo Rabioso!  Aunque la inquietud por verle, comenzara a hacerme cosquillitas en el estómago.

<<Él vendrá…>> Me ruboricé ante ese pensamiento y fue inservible cualquier método de respiración que accioné para mantener la calma, ya que la idea en sí era muy alarmante para mi asustadizo y frágil corazón.

 Nada surtió efecto para que recuperara la paz y descargué toda mi ansiedad en las verduras, que partí con la agilidad y la rapidez de un espadachín.

 

Media hora después:

Mientras que de cuclillas frente al horno, sacaba la bandeja caliente con la ayuda de mis manoplas de cocina, me sorprendió el timbre de la puerta y mi pecho se exaltó de tal manera, que casi hago volar la pechuga de pollo por los aires.

Din dong Din dong Din dong

- Adrián - auguré con el corazón palpitante y me di golpecitos en la boca para hacerme callar, como si pronunciándolo, invocara su presencia demoniaca.

Dejé la bandeja humeante en la encimera y me dirigí a la sala, aun con mis guantes de cocina puestos que curiosamente hacían juego con mi delantal floreado.  

Din dong Din dong Din dong (!)

Llamaron de nuevo, con bastante insistencia. Al parecer, la persona que se encontraba detrás de la puerta, carecía de la virtud de la paciencia y contaba con el talento de crisparme los nervios.

- ¡Atiende Ángel que yo me estoy retocando el peinado! - me ordenó mamá desde su alcoba.

Pero mamá no era la única que intentaba arreglarse para Adrián, y es que me sorprendí con las manos intentando aplacar mi alborotado cabello. Avergonzado de mí mismo, bajé las manos inmediatamente, obligándome a no pensar que me importaba lucir presentable frente a él. Además, mi rebelde cabello es una de las tantas cosas en mí que no funcionan y que jamás tendrán remedio.

Toc Toc Toc (!)

Din dong Din dong Din dong (!)

 

Contuve la respiración. Era consciente de la situación que estaba a punto de enfrentar. Y aunque no quería ser yo quién averiguara si era Adrián el que se encontraba al pie de mi puerta, otra parte de mí, realmente quería hacerlo…

Toc Toc Toc (!)

Din dong Din dong Din dong (!)

 

El enfático llamado de la puerta combinado con el constante sonar del timbre, ahuyentaron la paz que reinaba en la casa y  crearon nudos nerviosos en mí. Pero en vez de ir hasta allí y atenderlo, invadido de mis miedos e inseguridades, retrocedí un paso, inseguro de contar con el valor de verle luego de que estuve a punto de ceder a sus labios, cosa, que no dejo de reprocharme y de castigarme duramente. ¿Qué decir y cómo actuar después de aquello?

Pero, pese a todo, al final me erguí, y con un caminar bastante tenso me acerqué a la entrada. Sostuve la perilla en mi manopla floreada un momento, suspirando profundamente para lograr serenarme y llenarme de valor. Preparándome mentalmente para verlo. Y luego la giré, sin más, con rapidez…

Y entonces me pillé a Adrián, ahí, con la mano en alto, a punto de llamar otra vez. Bajó el brazo al verme y las curvas de sus labios me dibujaron una juguetona e insinuante sonrisa; con un cariñoso “hola Caperucito” entre ellos para mí. Llevaba una chaqueta con capucha, misma que le sombreaba su rostro y le daba un aire misterioso.

Sentí ya, ese típico flechazo al verle. Ese estremecimiento en mi pecho. Y mi boca enmudeció, olvidándose de cómo hablar. Y sin percatarme, mi semblante apagado y lánguido -propio de un chico con fiebre -, recuperó vitalidad y mis ojos adquirieron un brillo especial.

El brillo de un enamorado.

Dándole una última calada a su económico cigarrillo, Adrián lo dejó caer y lo aplastó bajo su bota  militar. Enseguida me sonrió, dejando escapar volutas de humo de tabaco.

- ¿Puedo pasar? - Recargó el peso de su cuerpo en el marco de la entrada, tomando una postura relajada y coqueta - O espero a que se calmen esos sentimientos en tu interior, que se exaltan a cada ocasión que me ves.

Él sabía cómo incitarme y cómo hacerse el guay al mismo tiempo.

- ¡De qué hablas estúpido engreído! - Y de pronto, las palabras me fluyeron como el agua. Recordaba cómo insultarlo - ¡No sé a qué te refieres! - Bufé y me crucé de brazos haciéndome el desentendido.

- Tomaré eso como un sí, Caperucito - sin previo aviso, su mano sorprendió a mi tibia mejilla. La atrapó y me la exprimió, agitándola como si se tratara de una sonaja, martirizándola hasta ponerla roja. Definitivamente a él le encantaban mis pecas cuando yo me ocupaba en detestarlas. Estas, ya habían adquirido una función específica. Definitivamente Adrián veía un invisible letrero en ellas que decía: Apachurrar y agitar aquí. Y él seguía las indicaciones al pie de la letra.

Sus dedos en mi cara se sentían frescos, como la noche, y me ocasionaron un escalofrío que recorrió a todo mi cuerpo y le hizo estremecer.

-¡Me haces daño! - hice mis típicas muecas infantiles y antes de poder darle un manotazo, alejó por propia voluntad su juguetona mano de mi cara. Bajó el brazo y me sonrió una vez más, mientras cruzaba la entrada y caminaba hacia la sala, para luego apoltronarse en el sofá con total confianza y comodidad.

    Quejumbroso le seguí, sobándome la mejilla ya irritada y adolorida.

- Sólo porque mi madre te ha invitado, no te pido que te vayas - repuse receloso, mientras el reposaba en el sillón, con la actitud de quien se cree el señor y dueño de todo lo que le rodea.

- Jamás me iré… aunque me lo pidas - sonriendo, se quitó la capucha de la cabeza, y pasó sus dedos por su cabello, subiendo su bota a la mesilla.

 

Jamás me iré… aunque me lo pidas.

 

Seguí tallándome con exasperación la mejilla y me alejé, dirigiéndome a la alcoba de mamá, intentando no pensar en que sus palabras sonaron a una amenaza.

 O a una promesa.

- Mamá, ha llegado tu invitado estrella - Me crucé de brazos, quejumbroso.

Ella sonrió, se planchó su vestido con las manos y se apresuró en salir atropelladamente, arrempujando a Eli en su silla de ruedas.

Las miré alejarse entusiasmadas y me encorvé.

Era yo, ¿el único que pensaba que no sería una buena noche…?

 

*~~~*~~~*~~~*

 

El Lobo fue acogido con amor y mimado con extremadas atenciones por parte de mi familia; mismas que no hacían más que aumentar mis celos. Era extraño, pero solo bastaron dos ocasiones para que Adrián lograra ganarse la sincera estimación de mi madre y hermana. Adrián tiene ese efecto en las personas. Gana corazones con una facilidad increíble digna de celarse. Y mi corazón infortunadamente comenzaba a ser uno de ellos, aunque no contara con el coraje de admitirlo. 

 

Entre complacientes sonrisas, los cuatro, nos dimos lugar a la mesa para cenar. Yo lo hice siendo obligado como a un niño y renegando como tal.

Sentado en mi habitual sitio de la mesa, dirigí mis ojos al frente…

 Y ahí estaba Adrián, disfrazado del invitado de mamá, encubriendo debajo, lo que realmente era: Un intruso. ¡Tan solo mírenlo, parecía uno de nosotros! ¡Astuto era su arte de lobo bajo piel de cordero! Tan efectivo que yo, que siempre lo tenía en tela de juicio, comenzaba a bajar la guardia ante  su sonrisa y a confiar en ella. Patético, lo sé.

Y mientras yo me limitaba a morderme los labios y a desviar la mirada del inquilino, sin más demora, la bandeja de pollo fue puesta en la mesa de manera solemne por las manos de mamá. Ella lucía tan encantadora, que apenas podía creer que fuera la misma mujer que me tomaba violentamente de la oreja cuando me portaba mal o maldecía.

- Espero que el pollo marinado sea de tu agrado, Adrián - mamá actuó con tan exagerada cortesía, que la cena parecía un tanto ceremonial. Tan así, que me hizo creer que estábamos contando con la visita de una figura muy importante y respetable. Y toda aquella situación, me hizo cuestionarme muchas cosas:

 ¿Cómo habían contactado a Adrián? ¿Por qué la cena inspiraba un aire tan formal y distinguido? ¿La ocasión ameritaba que hayan puesto el mantel nuevo con los hermosos bordados de mariposa? ¿Y qué eran esas tres velas de llama tan viva centradas en la mesa?

Tanta esplendidez logró perturbarme un poco. Pero las acciones de mi madre se harían más coherentes tiempo más tarde. Pero por ahora, simplemente no fui capaz de comprenderlas o de tomarles la importancia debida. Esa vez se me escaparon demasiados detalles esenciales, tales como el hecho de que esa noche, ¡Adrián estaba herido bajo la ropa por un reciente duelo con un feroz pandillero! Y si no me percaté, ¡fue por idiota!, y porque su fresca actitud y su visible fortaleza física, lograron engañarme completamente.

Mamá le sirvió al invitado una porción generosa de comida. Agradecido, Adrián se frotó las manos, y tomó la primera pieza de pollo, llevándose gran parte de ella a la boca.

Lo vi devorarla con avidez y parpadeante me pregunté cómo le cabía tanta carne en la boca. Pero bueno, ¿qué se podía esperar de él? Es un Lobo salvaje comiendo en mi mesa, ¿o no?

Al terminar con una, Adrián se apresuró en tomar otra pieza de pollo y degustó, frente a las miradas expectantes de mi familia, que esperaban ansiosas su opinión o algún simple comentario respecto al sabor.

Después de un constante masticar y masticar, Adrián halagó la sazón de mamá logrando hacerla sentir extremadamente halagada y elevando su ego hasta los cielos.

- Ángel ha hecho el aderezo - mencionó ella para darme algo de crédito.

-No hice mucho - dije entre dientes.

Hubiera preferido que mamá haya omitido ese detalle, pero la realidad era que Adrián ya había intuido mi participación en la cena al sorprenderme recibiéndolo bajo el umbral de la puerta con el delantal y las manoplas puestas.

Sí, siempre terminaba exhibiéndole mis facetas más vergonzosas y patéticas al Lobo. ¡Debí verme demasiado femenino con los floreados accesorios de cocina!

- Permíteme probar el aderezo - con excesivo interés, Adrián se apresuró en tomar un poco de mi creación y me alarmé. Y pese a que intenté alejar el aderezo de sus manos, sus dedos fueron más  rápidos que los míos y no pude evitar que lo cogiera. ¡Fui demasiado lento y torpe para mi desgracia!

 Con una sonrisa triunfante, Adrián hundió el dedo  y llevándose un poco de aderezo a la boca, el juicio de su paladar inició. Me quedé quieto, mientras Adrián comía por primera vez algo que mis manos habían preparado.

Y esperé.

¿Por qué repentinamente me sentí con la necesidad de cumplir sus expectativas? ¿Por qué esperaba que elogiara mi sazón como al de mamá?

Intenté captar en su rostro alguna señal que me dijera algo, pero se mostró neutral, a propósito. Y por alguna extraña razón, ansié y aguardé impacientemente por su opinión y tranquilicé a mis manos que torcí bajo el mantel. Como si me afectara que a él no le gustara mi preparado. Como si fuera esencial para mi felicidad una opinión positiva de parte suya…

Adrián se sirvió un poco más de aderezo con la cuchara y con el  bañó a su pieza de pollo.

Comió, sin seguir manifestando ningún tipo de opinión. Hasta que se le dio la gana.

- No me estoy quejando - dijo al cabo de un par de interminables segundos - pero debo admitir que le falta algo a este aderezo- hizo una mueca de insatisfacción.- Pero supongo que es comestible.

Me quedé absorto y contuve mis ganas de golpearle. ¡Lo que le faltaba al aderezo eran sus tripas que añadiría a mi receta!

Rasgué  con coraje el mantel. Era la primera vez que alguien hacía una observación negativa y ridícula a mi sazón. Todos me elogiaban ¿y él se limitaba a decir un comentario así?

Pero bueno, ¿qué podría esperar viniendo de él? Era obvio que intentaría molestarme, ¡y era yo el tonto que albergaba falsas esperanzas y esperaba cortesía de su parte!

- Disculpe usted si mi aderezo no fue lo suficiente bueno para su estricto paladar - señalé con falsa modestia. Me esforcé por utilizar términos diplomáticos con él, ya que frente a mi madre, sería estrictamente reprendido si me comportara grosero con su apreciada visita.

- Oh, no se acompleje - me siguió el juego el Lobo, con aire civilizado y burlesco - ya que, sin importar el sabor que tengan sus platillos, estaré siempre dispuesto a comer todo lo que sus manos preparen. No importa si terminan envenenándome.

-¿Eh? - elevé una ceja y pregunté con tono burlón, tomando su comentario como sarcasmo-¿Seguro que no te importa si mueres? Aun así, ¿estarás dispuesto a comer mis preparados?

Adrián se levantó, apoyó sus manos sobre la mesa y se inclinó sobre mi hombro, susurrándome: - Esa sería mi manera de morir de amor, de morir por ti.

Sus palabras y su repentino acercamiento, lograron darle color al pálido rostro de un chico como yo. Y estaba predicho que mi rostro seguiría enrojeciéndose durante toda la noche a causa suya.

Carraspeando la garganta, ignoré su comentario y me esforcé por ocultar mis coloradas mejillas de mamá, misma que no lograba notar nada raro en Adrián y en su manera de tratarme. Quizá las virtudes físicas de Adrián  lograban distraerla como para darse cuenta de la situación alarmante que pasaba frente a sus ojos.

Discretamente, tomé un poco de aderezo cuando mi hermana hubo distraído al Lobo con un tonto coqueteo, y supe que efectivamente, esta vez, el aderezo no me había salido tan bueno como siempre. Le faltaba sabor. ¡Era escueto!

Como un vano intento de no sentirme mal por ello, me dispuse a seguir comiendo, mientras mi madre aún no probaba ni un bocado y dejaba que su cena se enfriara. Supongo que Adrián era más interesante que comer pollo marinado, pues sus ojos no se cansaban de mirarlo y escrutarlo. Y los míos, luchaban arduamente por no hacerlo. Pero ignorar la presencia de Adrián en mi mesa, se estaba convirtiendo en una tarea titánica. Y sin poder evitarlo, en más de una ocasión elevé la vista y me aventuré a mirarle. Pero, mientras yo me limitaba a hacerlo y guardaba extremada compostura, mi hermana Eli- al igual que mamá-, lo hacía sin decoro alguno. Contemplaba con fascinación cada una de las facciones afiladas del rostro de Adrián y suspiraba cada vez que este la llamaba “Lizzy” de cariño. Lizzy esto y lizzy aquello.

Resoplé mientras jugaba con la verdura, misma que parecía tener vida y no se dejaba atrapar por mi cubierto.

-Supe que tienes una motocicleta - mencionó mamá.

-Ah, sí - Adrián asentó con la cabeza - Su hijo ya se subió en ella. Justamente el domingo dimos un agradable paseo.

De la verdura, pasé a mirarlo a él.

-¿Es cierto cariño? - me preguntó mamá sonriente, mientras que Eli se cruzaba de brazos, celosa por no haber sido ella.

-Fue un insignificante paseo - respondí con indiferencia.

Adrián se llevó carne a la boca y luego añadió:

-Siempre estuve acostumbrado a viajar solo en mi moto. Y debo admitir que soy bastante temerario sobre ruedas. Pero recientemente encontré con quién compartirla, por lo que decidí ser más prudente a la hora de manejar, y le encargué a uno de mis amigos que me consiguiera una pareja de cascos protectores para mayor seguridad. - Y me devolvió la mirada.

Me ruboricé de nueva cuenta, pero no es que haya pasado por mi mentecilla que eso del par de cascos lo había hecho por mí; por mi seguridad. Y no es que planeara montarme de nuevo en su moto suicida, ¿cierto?

Dirigiendo mi vista al plato, continué con el asunto de la verdura escurridiza con actitud tímida.

De esa manera tan incómoda fue transcurriendo la velada. Pero no sólo a las miradas acosadoras Adrián se tuvo que enfrentar, ya que mamá lo estuvo interrogando todo el tiempo. Él en cambio, respondía con alegría todas sus inquietudes mientras me miraba ligeramente. Se mostró condescendiente y cálido a las peticiones. Se reía de los chistes y participó en el juego de palabras. Eli, o debería decir lizzy, le pidió que le convirtiera su servilleta en una rosa, y Adrián le hizo la más preciosa de todas y se la entregó como lo haría un príncipe a su amada princesa, solo con una insignificante diferencia: Él no era un príncipe azul. Adrián era el villano, el Lobo feroz que se devora a la abuelita y engaña a caperucita. Pero a ellas parecía no interesarles un príncipe azul. Y Adrián era ese chico malo que buscaban.

Entonces lo miré en secreto, esperando encontrarlo mirándome también. Pero no, él no me miraba. Resignado, decidí permanecer callado durante todo ese tiempo y dedicarme a comer, pues mi madre y hermana acaparaban toda su atención. Me la robaban. Solo me quedé ahí, siendo testigo de cómo Adrián simpatizaba con mi familia. Y admito que era un hermoso cuadro digno de admirar. Si Adrián y yo fuéramos pareja, sería seguro que ser testigo esta escena cálida, me causaría dicha plena. Pero en ese momento, no fui consciente de lo afortunado que era por ser el único de presenciar a un Adrián amistoso. Un Adrián cálido que nadie más conoce, y que él, a nadie más le dio el privilegio de apreciar. Salvo a mi familia y a mí. Pero no, no lo vi en esos momentos. Solo supe, que un sentimiento de felicidad abrigaba a mi corazón al mirar a esos tres en cálida convivencia.

Espera, ¿felicidad he dicho?

Sacudí frenéticamente la cabeza.

 ¡Adrián y mi familia juntos no es más que una catástrofe!

Reprochándome por mi involuntario sentimiento de felicidad, me removí en la silla intentando desprenderme de aquellas sensaciones, y me digné solo a refunfuñar. Y prestando toda mi atención en el plato, reparé en la pieza de pollo y me atasqué de él. Lo devoré con actitud molesta ignorando lo que realmente pasaba a mí alrededor: mi madre y Eli subiendo a ese pecador, a un pedestal. Adrián verdaderamente estaba poniendo todo su empeño para impresionarlas y alardeaba de sus grandes hazañas. Y para ser sincero, sus historias en sí eran algo atrayentes e imposible no dejarse atrapar por ellas. Él sabía cómo envolver a las personas con sus palabras elocuentes y dejarlas pegadas a la silla ansiando escuchar más y más.

-¡Pero eso es imposible! - mamá se llevó las manos a la boca, impresionada por la anécdota.

-“Imposible es mi palabra favorita”- el Lobo les guiñó un ojo. Y ellas se derritieron como caracoles en sal.

- Rayos - abandoné violentamente los cubiertos al no ser capaz de ignorar a ese trío ruidoso.

- ¿Por qué no hablamos menos y comemos más? - por fin, hice mi primera aportación a la plática. Error. Todas las miradas se centraron inmediatamente en mí, el chico insignificante en la mesa que había intentado pasar desapercibido durante toda la cena.

-¡Mi hijo reclamando atención! - mamá se rebulló en su silla de ternura. - Desde pequeño, siempre me exigía atención y protestaba si se la prestaba demasiado a otra persona que no fuera él. Suele ser muy celoso ¿eh? - se dirigió a Adrián, y este sonrió, como diciendo: puedo manejarlo, ¡soy Adrián!

- No es eso - señalé con tono enfadado, arrepentido por haber abierto la boca.

- Seguro que tiene mucho que contarme respecto a su hijo - señaló el invitado, persuasivo.

- No hay más de lo que puedas saber de mí de lo que ya sabes - interferí, entre dientes. Y con el tenedor en la mano, amenacé con lincharlo si seguía empeñado en preguntar.

- Apuesto que tu madre todavía puede proporcionarme información interesante sobre ti - se acarició suave y lentamente la quijada.

- ¡Eso es seguro! - exclamó mamá - Hablar de los hijos es el tema favorito de las madres. Siempre se ha sabido.

Y de esa manera, fue como Adrián ganó la batalla y de cómo mi mamá me hizo el punto central de la conversación en la mesa, y así, ¡confirmar mi trágica noche!

- Mi hijo tiene ciertas cualidades que una chica desearía poseer - Señaló mamá - Hay gracia y delicadeza en sus manos, que son más talentosas que sus piernas. Quizá es por eso, que no sobresale en el futbol y se le dificulta bailar. Porque déjame decirte que es un excelente cocinero y buen costurero. Desde pequeño, aprendió a solucionar los desperfectos en sus prendas y prontamente se interesó en brindarme ayuda con mis encargos de costura. ¡Y qué decir de sus desayunos escolares! Eran los más ostentosos y él los había preparado por sí solo a una edad cuando extraordinariamente ni siquiera sabía limpiarse la nariz…

- ¡Mamá! - gruñí desde mi asiento. Si los propósitos de las madres es avergonzar a sus hijos frente a los otros, ¡lo logran satisfactoriamente!

Por otra parte, Adrián la escuchaba, expectante, sin parpadear y la impulsaba a continuar.

-Pero así como mi hijo es muy talentoso, suele ser muy enfermizo - señaló acongojada - Justamente ayer visitamos al doctor Iñiguez, que en vida fue gran amigo de mi esposo…

-¿Ángel enfermó? - le preguntó él, y no puedo asegurar si era preocupación aquello que se percibía levemente en su voz.

Mamá asentó con la cabeza.

-Pero ya estás mejor, ¿verdad hijo? Solo bastó con una inyección.

-¿Inyección? - sonrió Adrián, despejando cualquier leve rasgo de preocupación en su rostro para darle paso a uno burlesco y divertido.

Sí… - afirmó ella.

Oh no, mamá hablaría detalladamente al respecto. Y me alteré.

 - …Se rehusó como siempre a tenderse en la camita al ver la jeringa - comentó con tono gracioso - Pero lo que más le costó hacer, fue dejarse bajar los jeans por el doctor, ya que le sigue apenando que le vean… - me puse de pie súbitamente para hacerla callar pero fue tarde  - …SUS POMPIS PECOSAS.

SUS POMPIS PECOSAS, SUS POMPIS PECOSAS, SUS POMPIS PECOSAS.

-¿Sus qué? - Adrián casi derrama la bebida sobre su chaqueta de cuero. Se limpió la húmeda boca con el dorso de la mano y en sus labios se fue asomando una sonrisa que no supe interpretar, pero que me alteró, y que indudablemente pronosticaba una tragedia. Fue una sonrisa, que me prometía algo. Una sonrisa que logró intrigarme. Y sus ojos, en su más oscura naturaleza, lograron iluminarse cual ardiente sol.

Desde ese momento, supe que mi vida había terminado. Quería simplemente… desaparecer. Adrián no tenía por qué enterarse que mis pompis, ¡también eran pecosas al igual que mis mejillas! Y me pregunté si debía ponerme una bolsa en la cabeza y usarla a partir de ese momento. ¿Se percatan qué tan peligroso es que las madres hablen de nosotros con otros? ¿Ellas que conocen nuestros secretos más vergonzosos? A la mía, jamás le perdonaría el bochornoso dato que proporcionó. Y a la persona menos indicada.

-¡¡Mamá!! - lancé un alarido.

-No te apenes cariño, tus pompis están muy bonitas. Están redonditas y…

- ¿Podemos dejar de hablar del trasero pecoso de mi hermano? - protestó mi hermana desde su lugar. - ¡Estamos comiendo! ¡A quién le importa que estén bonitas o… pecosas!- torció la boca con asco.

Hastiada de escuchar sobre mí, Eli se apresuró en sobresaltar a Adrián en la conversación, de quien su rostro, seguía iluminado al haber escuchado el detalle anterior.

- ¿Y cuáles son tus habilidades especiales? - preguntó mi hermana al invitado - Saber cocinar y tejer no se me hace muy impresionante y varonil en un hombre - me sacó la lengua - tampoco temerle a una inyección. Yo no les tengo miedo, ¡y soy una niñita que va en la primaria!

Adrián rió con jovialidad y se rascó el cabello. Parecía que aun intentaba olvidar lo que dijo mamá.

- Bueno, - respiró hondo - se me facilita cualquier cosa. Soy muy habilidoso. Y es seguro que sobresaldría en cualquier campo de profesión que eligiera. Pero por ahora prefiero perder el tiempo, que es lo mejor que sé hacer - Y dio un trago a la bebida - Me gusta amanecerme contemplando el firmamento, o la ciudad de noche desde un punto lejano. Lo he hecho desde que tengo memoria. De tanto que he estudiado el cielo, sus estrellas y su luna, ya debería ser Astrónomo titulado. Porque lo conozco mejor que nadie. Y si conozco el cielo, es porque ha sido el techo hogareño que elegí para mí, ya que es el único que me entiende y me habla de eternidad.

- ¡Dios Santo! - Mamá se llevó las manos a la boca - ¿Qué haces allá afuera toda la noche? ¿Solo?

- Doña Laura, siempre he pertenecido a las calles.

- ¿En serio? Pero, debe ser muy difícil para ti, y muy peligroso… - Lo miró mortificada.

- No hay de qué preocuparse, como le dije, es una vida que yo elegí. Además, el hecho de que en estos momentos esté cenando con ustedes, es porque soy un sobreviviente. Y, si he sabido cuidarme de niño, cuando fui más vulnerable, con más razón ahora. Además dicen que “hierba mala nunca muere”, ¿no? - Y rió, como si lo último hubiera tenido gracia.

- Aun así, rezaré por ti para que Dios te proteja. Si quieres, hasta te puedo dar una estampita de nuestro Santo Patrón y te la puedes llevar bajo la ropa… - mamá hizo el amago de levantarse.

- No es necesario - la detuvo, con un ademán con la mano - No soy creyente.

- ¿Qué? Pero, ¿por qué? - Mamá se dejó caer en la silla. Parecía devastada con la noticia. Y como católico, quizá yo también. Lo vimos como un alma perdida que no tiene la confortación de una segunda vida en el paraíso. Un alma que se había condenado a voluntad propia. Por propio placer.

- ¿Por qué no soy creyente? - se rascó el cabello buscando la respuesta - No sé, tal vez porque no tuve a nadie que me hablara de Dios. Y en las calles, no te imparten doctrina. Y no es que necesitara de un ser divino para que me cuidara. Eso podía hacerlo yo mismo. Además, tengo una filosofía independiente. Yo hago mis propias reglas. Y no tengo limitaciones. O remordimientos.

Hubo un tenso silencio durante un par de segundos. Su ateísmo nos causó desilusión, y dicha reacción era normal en una familia entregada a su religión. Excepto por “Lizzy”, que parecía disfrutar el amar a un pecador. A un renegado. A un hereje.

- ¿Y a qué te dedicas? - Carraspeando la garganta, mamá intentó cambiar de conversación.

<<Bailarín erótico>> Respondí en mis adentros inmediatamente.

Por un momento, no creí que Adrián fuera capaz de confesarle a mi madre su trabajo en Blue Rose, pero olvidaba que el Lobo es un sinvergüenza de lo peor, y que la sinceridad y el cinismo van de su mano. Él no busca la simpatía de nadie. Se muestra tal y como es, sin miedo a los prejuicios, a lo que piensen los demás, a ser juzgado. Y era normal que una madre con buenos principios desacreditara a un chico como él, ¿no? Pero en este caso, tuve la vaga impresión que mi madre aprobaba a ese chico desaliñado y de melena descuidada, de vaqueros rasgados, de su cara llena de piercings, y ese par de ojos peligrosos.

Y me vi tentado a gritar: ¡Mamá, cómo puedes acreditar a Adrián si es un chico que siempre lleva condones en la chaqueta porque comúnmente suele tener encuentros sexuales! ¡A un chico con navaja que no duda en sacarla y lastimar a alguien cuando se enfrenta en una riña! ¡Cómo!

- Verá señora, soy strip…

Pero más que gritar todo aquello, terminé encubriéndolo.

- Es entrenador del gym - lointerrumpí, no sé porqué. Y preferí pensar que lo hice para evitar que mi madre se enterara y que después lo pusiera a desnudarse sobre la mesa dando una demostración, o que contratara su show en su despedida de soltera para cuando decidiera casarse con don Pepe. ¡Me imaginé a ella y a sus amigas manoseándolo! ¡Una urgía de señoras lujuriosas de la cuadra descargando sus instintos más bajos sobre el cuerpo de un joven súper dotado bajo sus pantalones!- Mamá… ¡Adrián se dedica cien por ciento al gym! ¿No recuerdas que ya te había hablado sobre él? - con mis manos hice migajas el bolillo del nerviosismo.

- ¿Era él de quién te quejabas? - Preguntó con ojos de pistola.- ¿Y de quien decías que odiabas con toda tu alma?

- Sí, mamá, es él. ¿Quién más puede ser?

- ¡Pues no eres muy sabio juzgando a las personas! Adrián es un amor, un encanto de persona.- me reprendió con voz dura.

- Sí, sí - Viré los ojos y suspiré lentamente. Ya esperaba que dijera algo como eso. Es la manera como se refiere todo el mundo hacia Adrián.

- Con que me odias ¿ah? - Adrián forzó una sonrisa.

- Jamás te he engañado respecto a mis sentimientos - Le miré, petulante.

- A mí no logras engañarme, pero a ti mismo sí.- puntualizó él.

Boqueé varias ocasiones, sin saber qué responder a eso.

Al final me mordí los labios y reprimí mi ansiedad de gritarle algo como: ¡muérete idiota!, y opté por transmitírselo con la mirada. Él en cambió, sonrió, divirtiéndose de verme cabreado.

- ¿Y cómo se conocieron? - Mamá nos dedicó una mirada a ambos- ¿Fue en el gym entonces? Me parece sorprendente que siendo muy opuestos hayan coincidido en un mismo lugar, ya que es natural que frecuentaran ambientes diferentes, ¿no? Aun así... ¿cómo es que pudo ser?

Adrián se apresuró en responder:

- Las personas predestinadas, siempre coincidirán.- se acomodó en la silla y bebió un poco de agua.

Le fulminé con la mirada ante su imprudente respuesta. Para mi suerte, mi madre no lo malinterpretó.

-Que nos hayamos conocido, sólo puedo atribuirlo a la casualidad y al infortunio, madre - debatí las palabras de Adrián con aire sofisticado.

Y sin que lo invocara, en mi mente se proyectó como un flasback, esa vez que lo conocí. Ese cielo lluvioso y la boca de Adrián devolviéndome el aliento en ese sucio callejón.

 

Y pensar que Carla fue quien me atrajo a él esa noche.

Esa noche, que buscaba a la rubia, y terminé encontrándolo a él.

 

Adrián me dedicó una cómplice sonrisa, como si por su mente le hubiera pasado el mismo recuerdo. Ese momento, que compartíamos. Que era nuestro.

Mordí la comisura de mis labios e intenté espantar las memorias de aquella vez y dejarlas atrás, a donde pertenecían: al pasado. Se suponía que después de esa desastrosa noche en que lo conocí, no volvería a ver a ese joven de chaqueta de cuero  que besaba a la chica de mis sueños. Y ahora está aquí, cenando con mi familia. ¡Como si fuera parte de ella!

Aquí, destruyéndome la vida.

- Y dime, ¿cómo te la estás pasando? - se dirigió mamá al de cabello de mohicana.

Adrián le dio un gran sorbo a la bebida antes de responder. Parecía tener la boca seca.

- ¡De qué otra forma tendría que estármela pasando con tan agradables compañías!

Ellas se sonrojaron y emitieron risitas estúpidas.

- Aunque debo admitir que me siento un poco desadaptado - dijo - Es la primera vez que tengo algo parecido. Y esto, es lo más cercano a lo que tendré de una cena familiar, o como se le llame a esto - Mordisqueó el bolillo - Ángel, ¿me pasas el aderezo? No sabe tan mal una vez lo pruebas.

- ¿Cómo? - Mi madre parpadeó varias veces.

Adrián hizo un gesto con la mano, dándole poca importancia.

- Mi padre y yo no estamos acostumbrados a cenar juntos, a hacer ese tipo de cosas que hacen las familias y que las une. Por ello, es que envidio a su hijo señora, por tenerlas a ustedes y a este tipo de reuniones - me miró de reojo. - Ya que, si mi padre hubiera tenido este tipo de gestos con su hijo, tal vez a este le hubieran cambiado la vida y ahora no fuera una persona tan sola y tan vacía. Tan ajena al amor.

Mamá se llevó la mano al corazón, acongojada, bastante afectada por las palabras de Adrián. Y yo, lo miré sin proponérmelo, intentando encontrar algo en su cara que me dijera que estaba hablando en serio, o realmente nos tomaba el pelo. Pero ni su voz ni su rostro delataron nada en él. Se mostró indiferente al sufrimiento, inalterable, y lo dijo con tanta soltura, que parecía que esa historia en sí era más ajena a él, que a cualquier otra persona.

- ¡Ya está! ¡Puedes mudarte! ¡Eres bienvenido para ser parte de esta familia! - Clamó Eli desde su silla. - ¡Aquí te daremos todo el amor que necesites! ¡Puedes dormir conmigo!

- ¿Me harás un espacio en tu cama pequeña Eli? - preguntó el motociclista, cautivado del inocente ofrecimiento de mi hermana y estiró su brazo para acariciarle el cabello.

- ¡Te comparto hasta mi almohada! Solo que debo advertirte que me da por abrazar y besar sonámbula… - Avergonzada, Eli comenzó a jugar con sus pulgares- Y no me hago responsable de mis actos…

Me alarmé. ¿Decía descaradamente que dormiría con mi inocente hermanita de nueve años? ¿Y a mamá le parecía conmovedor meter a la cama de su hija a un chico que solo ha visto dos veces para que no opinara nada?

- Me encantaría bella Lizzy, pero tu hermano no parece muy contento con la idea - Me miró sonriéndome - Por lo que me mudaría en el cuarto de él, que es lo más apropiado, porque ambos somos hombres.

Me atraganté con el bolillo en mi boca y comencé a toser escandalosamente, por lo que mamá se puso inmediatamente de pie y comenzó a darme palmadas en la espalda. Con la cara completamente colorada, me puse de pie y corrí hacia la cocina, mientras que Adrián me seguía con la mirada y reía con los codos sobre la mesa.

Ese maldito. Pese a que la plática era hipotética, ¡él lograba alertarme de alguna manera! ¡Y ese comentario fue el acabose de sus otros anteriores! ¡Se había superado a sí mismo! ¡Siempre lo hace!

- ¿Estás bien? - mamá entró a la cocina.

- Sí - me sostuve del borde del fregadero, suspirando, y me llevé la mano a la frente - Pero todavía me encuentro un poco inestable por lo de mi fiebre. No quisiera sufrir una recaída. Iré a recostarme un poco a mi habitación. Lamento que deba prescindir de tu invitado, madre. - fingí debilidad y mareo.

- Pero…

Salí de la cocina, mientras mamá se guardaba lo que tenía que decirme. Con rapidez, crucé el comedor sin despedirme de Adrián, sin mirarle siquiera y me dirigí a mi habitación, llamándome y sintiendo sus ojos clavados en mi espalda cuando subía las escaleras. Sí, fue grosero de mi parte y ni siquiera había terminado de cenar. Pero no me apetecía seguir lidiando con su presencia y sus peligrosos comentarios. O seguir contemplando cómo mamá continuaba avergonzándome frente a él, o a mi hermanita Eli, haciéndole proposiciones indecorosas impropias en una niñita. ¡Pasé de esos tres que conspiran contra mí para hacerme incómoda la velada! Además el domingo casi nos besamos y después del bochornoso e innecesario comentario de “mis pompis pecosas” ¿cómo seguir ahí sentado? ¿Cómo seguir fingiendo que nada sucede entre nosotros?

Ya dentro de mi cuarto, suspiré con cierto alivio cuando…

- Hola. 

Con total sobresalto, miré al Lobo bajo el umbral de mi habitación, sonriéndome. Quedé estático y mi pecho se alteró. Noté que cada centímetro de mi cuerpo se ponía en tensión. Cada partícula. Cada centímetro de piel. Mi cuerpo lo reconocía y lograba percibir su aura depredadora. Quizá crean que en ocasiones exagero, pero si estuvieran frente a un chico como Adrián, se jactarían que “confianza”, es lo menos que inspira su apariencia. ÉL era una certera y constante expresión de peligro. Lo tenía escrito en todo su rostro. En su andar. En su forma de sonreír. Y de mirarme.

-¿Tú en mi habitación…?- balbuceé.

¡¡Adrián en mi habitación!!

Lo primero que hice en cuanto pude reaccionar, fue correr y tomar mis calzoncillos del suelo y zamparlos en uno de los cajones del buró, cerrándolo torpemente detrás de mí, agitado.

Eso fue tan… embarazoso. ¡Y eran los del estampado del Hombre Araña!

- ¿Qué…qué haces aquí? - pregunté cuando me hube recuperado medianamente de la impresión momentánea.

-Me ha dicho tu madre que te has sentido mal, y solo he venido para asegurarme de que estés bien.

-E…Estoy bien. Ahora… ¡Fuera! ¡Vuelve al comedor! ¡Eres invitado de mi madre!

Mi voz se quebraba. Sonaba nerviosa y alterada, y me comporté mucho más huidizo y a la defensiva que de costumbre.

 No sé a qué le temía exactamente.

Solo supe que estaba violando mi privacidad y que representaba un gran riesgo de que Adrián se encontrara aquí. Algo en mi interior me lo decía. Mi cuarto y el Lobo definitivamente no eran una buena combinación.

- ¿Tiene algo de malo que esté aquí? A Lolo lo dejas estar, ¿no? - enchuecó los labios con fastidio y con pasos demandantes y sonoros, se adentró de lleno en mi habitación.

Mis latidos se agitaron considerablemente.

-Él es mi mejor amigo - dije intentando controlar mi voz y el temblor de mi cuerpo. En vano.

Y él no… me atacaría.

- ¡Tu mejor amigo! - exclamó - Y supongo que por eso le permites muchas cosas. ¿Han dormido juntos? ¿Abrazados?

- Lolo es un ser antipático que no le gustan los abrazos - señalé.

- ¿Aunque sean los tuyos?

-¿Eh? ¿Qué insinúas?

-Nada, nada - Adrián soltó una carcajada. Parecía estar jugando conmigo. Y lo estaba, jugaba a estar celoso, pues no parecía preocupado en realidad. Era todo un engreído. Tenía demasiada confianza en sí mismo como para creer que existiera un depredador más astuto que lograra arrebatarle su presa. Al fin y al cabo, era el Alfa, y los demás, simples cachorritos que respetaban su jerarquía. Sí, era consciente de su atractivo y del efecto que causa en las personas. Y sobre todo, del efecto que causa en mí. Al igual de que llevaba la ventaja ante todos, pues él ha sido el único desvergonzado en robar mi primer beso y de sobrepasarse conmigo. De descontrolarme de esta manera. De ponerme nervioso. De alterar mis estados de ánimo. 

Era eso, que no le permitía sentir celos de Lolo, ni de nadie. ¡Yo que él, no estaría tan tranquilo!

Mientras le daba mil vueltas a esos pensamientos en mi cabeza, el temido Lobo depredador se paseó con pasos lentos e insinuantes por toda la habitación, mirando su alrededor con cierta expectación e interés y sus ojos negros dieron un recorrido, examinándolo todo.

Su mirada registraba todo detalle y no dejaba escapar nada.  Y mi habitación, ¡estaba hecha un verdadero desastre!

 Intenté no pensar que los pañuelos desechables se encontraban esparcidos por todas partes impregnados de mis fluidos nasales (¡Esa maldita gripa!) revueltos entre ropa y frituras de queso.

-¡Vale! ¡Soy algo desordenado! - exclamé.

- ¿Algo? - volvió a sonreír.

Fruncí los labios y evité todo contacto visual. No era capaz de mantener la mirada. Me sentía extrañamente inquieto y naturalmente, ¡bastante avergonzado!

- Este lugar… no parece la habitación de un hombre…. sino de un niño… ¿Cuántos años tienes psicológicamente? -sonrió y miró mis figuras de súper héroes posando con todo su esplendor en la repisa. -Al parecer no más de seis años y Lizzy es tu hermana mayor…

Farfullé una mala palabra. Pero me resigné prontamente. Ya era demasiado tarde como para fingir madurez de mi parte, además de que efectivamente Eli suele comportarse más como un adulto, que yo mismo que ya lo soy. Cualquiera creería que ella es mi hermana mayor si no fuera por las diferencias de estatura.

Miré mi estampado infantil en mi sudadera- que reforzaba la teoría de Adrián- cuando él se encontró con mi cama, que estaba sin hacer. Parecía que dos gatos habían tenido una brava pelea sobre ella. Y fue aquello, lo que más me avergonzó de mi desordenado cuarto.

Me lamentaba por no haberla tendido esta mañana y reprendiéndome por ello, me di golpecitos en la cabeza cuando de pronto, él simplemente se aventó en ella. ¡En mi cama!

- ¿Qué haces? ¡Bájate! - Brinqué en mi sitio con las mejillas en llamas.

Pero él me ignoró. Llevándose las manos bajo la nuca, cerró los párpados.

- Que te baj… - me interrumpí apenado, al contemplar como fingía dormir, con un gesto sereno y despreocupado.

Hice un mohín. ¿Por qué al mirarle creí equívocamente que alguien como él lucía tan casto y puro?

-  Ah~ - Esbozó aún con los ojos cerrados - Tener una cama que rechina cuando aún vives en la casa de tu madre es un gran problema. Y el sonido es tan delatador que… no me permitiría hacer movimientos bruscos.

Escudriñé el entrecejo ante su comentario. ¿Exactamente a qué se refería? ¡Él y sus juegos de palabras!

Preferí omitirlo y le señalé con el brazo la salida.

- ¡¿Tan solo podrías salir de mi habitación?! - Le grité.

Bostezando, guiñó un ojo, malhumorado.

- En verdad que eres molesto - Hizo una mueca y se puse de pie, chistando.

Entonces me percaté en el colchón sumido, la estampilla en la que Adrián había convertido a mi querido peluche Filipo. Y su oreja, se había desprendido completamente de su cabeza rellena de suave algodón.

-¡Ya viste lo que hiciste!- enfaticé las manos.- ¡Lo has aplastado y arrancado su orejita! ¡Yo sí te mato!- me acerqué amenazante hasta él, dando tumbos en el suelo y con ambas manos empuñadas.

-Eres un buen costurero según tu madre. Seguro lo reparas sin problemas- Dijo, sin ápice de remordimiento en su voz.

-¿Acaso son esas palabras de disculpa? ¡Ya puedes irte saliendo antes de que destruyas otra cosa!

Sin importarle el estado delicado que presentaba mi peluche, y nada afectado por mi histérica reacción, Adrián continuó con el turístico recorrido por mi cuarto con su típica actitud fresca.

-¿Qué demonios deseas encontrar en mi habitación?- lo miré, exasperado.

- Un pretexto más, para tener un momento a solas contigo.

-¡¿Qué?!

-Y también encontrar algo que me diga más de ti - se llevó un dedo a la boca - A parte de que eres un desordenado y que careces de madurez… detalle que lo percibí desde el primer momento que te vi. - sonrió - ¡Y qué decir de tu falta de experiencia en la vida y lo inocente que eres! Tan inocente que, logra molestarme…- frunció el entrecejo.

- La salida es acá - Insistí, remarcándole la dirección.

No sé por qué razón, pero estaba demasiado nervioso de que Adrián continuara merodeando en mi habitación, observando cada rincón de él y haciendo ese tipo de comentarios tan extraños. Pero la mayor causa de mi nerviosismo, era a consecuencia de encontrarme solo y atrapado entre esas cuatro paredes con él. Y con una cama entre nosotros, que nos miraba, como si estuviera tentándonos.

Repentinamente, comenzaban a faltarme el aire, que se me escapaba paulatinamente.

¿Acaso no sentía la misma tensión que yo? 

No. Él, en toda su serenidad, gobernaba la situación.

 Con más insistencia, le ordené que se marchara, pero al tratarse de Adrián, ignoró mis peticiones y continuó indagando en cada rincón de mi espacio personal. Fue cuando me asomé en su mirar, curioso de saber qué miraban sus ojos, mismos que me habían descuidado. Esta vez no parecía tan interesado en mí. Seguía sin accionar siquiera un ligero intento de acercarse. Pero ello, no me hizo sentir menos tenso o ser menos huidizo. No, no fui imprudente para confiarme de él. Así que escurridizo, me mantuve a una distancia prudencial, sosteniéndome de las paredes y de los muebles para evitar el más mínimo acercamiento. Pero claro que no lo haría, no se acercaría, solo que me pillara desprevenido. Cuando bajara la guardia. Siempre lo hace así: ejecuta sus movimientos cuando menos me lo espero. Y me sorprende.

 El Lobo se acercó a la ventana y se asomó para tomar aire. O más bien, parecía estar haciendo cálculos en su cabeza de la altura y de cómo trepar el árbol. También forzó el seguro de la ventana para ver con cuanta cantidad de fuerza accionada, cedía finalmente.

Fue como un ladrón midiendo sus posibilidades antes de entrar a robar.

¿Pero a robar qué?

-Lolo casi se cae y fractura una pierna por intentar trepar el árbol - dije para quitarle cualquier idea descabellada que le haya pasado por la cabeza.

-¿Qué te hace creer que soy tan estúpido como Lolo?

Fui a decir algo, pero no se me ocurrió nada y callé, haciendo una mueca de fastidio.

Satisfecho por los datos que consiguió de cómo trepar hasta mi ventana, cerró esta y con las manos entrelazadas en la espalda se alejó de ella sonriendo para sí mismo de manera perversa, y caminó a zancadas hasta mi pizarra de corcho, donde tenía fotos, recortes de revista y notitas de colores pegadas con pines y clips.

El Lobo se llevó una mano al mentón, mientras observaba lo que exponía el collage en el tablero:

De imágenes imprimidas, había siluetas png de la cuidad de New york, de futbolistas accionando las jugadas básicas y una que otra de parejas besándose. Por otra parte, los recortes de revistas eran de moda masculina y de paisajes nevados (Me encantan los climas fríos). Y de notas, había unas cuantas recetas de cocina: “cómo hacer Ravioles “o exclamaciones: “odio las matemáticas”. Frases de canciones, y hasta pendientes:

-  “Comprar una esponja de baño con una carita feliz zurcida para que las duchas sean más alegres y divertidas” -  con aire burlón, leyó Adrián una de mis notas.

Resoplé. Así en voz alta, sonaba muy estúpido e infantil.

Aun con la sonrisa dibujada en los labios, pasó por fin a las fotografías expuestas y elevó su oscura ceja con cierto interés.

- “El hombre más importante de mi vida”- leyó la inscripción que dictaba un papelito naranja pegado en la esquina superior de la foto - ¿Quién es él?- señaló al hombre de sonrisa amorosa en la fotografía. Al hombre más importante de mi vida.

- Mi padre - me apresuré en responderle, sin saber porqué.

- ¿Y… esa pequeña cosa pecosa aferrándose de su pierna? - inquirió con sorna.

- Soy yo - hice un puchero.

- Y por lo que veo ahí, desde siempre has sido un niño bastante caprichudo, ¿ah? Dime, ¿te has pasado la vida haciendo rabietas? - dijo, aun señalando la foto. - Esa vez, ¿cuál había sido el motivo para tu protesta?

- Esa vez mamá me había quitado la barra de chocolate que comía para que posara en la foto. ¿No es ese motivo suficiente para hacer una rabieta?

- Ahora comprendo la oscuridad en tus mejillas - puntualizó con una leve sonrisa burlona.

- Mamá no tuvo la delicadeza de asearme antes del flash - me crucé de brazos, quejumbroso.

Adrián se llevó una mano al mentón.

- Tu padre era muy apuesto. Me pregunto si tendrás la fortuna de parecerte a él cuando llegues a su edad. En verdad quisiera averiguarlo. Ser testigo de ello.

-  ¡Hablas como si pretendieras pasar mucho tiempo a mi lado! ¡Fortuna que no tendrás! - repliqué y tapé la foto con mi mano para que no siguiera apreciándola.

Sin importarle mucho, decidió pasar a la siguiente fotografía de la galería expuesta en mi tablero y que llevaba la inscripción de: “mi alma gemela y yo” en un papelito amarillo. Y no, no estaba retratado junto con Carla, lo que hizo más divertida la repentina seriedad de Adrián al mirar la foto:

Era yo, varios veranos atrás, un chico de catorce años con pantaloncillos cortos refrescándome con un raspado sabor fresa. Tan infantil y sonriente. Un adolecente con las rodillas polvorientas y brackets en los dientes. Y Lolo estaba a mi lado, reparando las cadenas de mi bicicleta bajo el calor abrasador del sol estival. En ese entonces, mi mejor amigo todavía no se había hecho ninguna perforación en el rostro y su cabello era virgen, libre de cualquier colorante artificial. Llevaba la gorra de beisbol que su padre le regaló cuando tuvo la oportunidad de trabajar para una pareja extranjera (su padre es transportista en una agencia de mudanzas). Y mirar ese revelado, me hizo recordar cuánto me gustaba el color natural del cabello de Lolo, sin tinte alguno, y que se mostraba en esa fotografía, que era color…

-¿Alma gemela? ¿Lolo?- escupió el motociclista con mal carácter, empeñándose en no querer comprender que el apelativo de “Alma gemela” también aplicaba para los mejores amigos. ¡No tenía por qué ser exclusivamente para las parejas amorosas!

Lo miré incrédulo y divertido. Para estar jugando a estar celoso, en ocasiones parecía demasiado convincente.

-Sí, Lolo es mi alma gemela. No podría vivir sin él - hablé con sinceridad claro, pero no mentiré que lo hice principalmente con la intención de molestarle más.

Pero él logró captar mi jueguito, y para no darme el gusto, decidió no darle importancia al asunto del alma gemela. Y respirando profundamente, decidió tomar en cuenta otros aspectos en la fotografía:

-Te veías bien con brackets - comentó de pronto el pelinegro al lado de mí.

Entorné los ojos tomando su comentario como sarcasmo e hice un gesto de desagrado al recordar aquellos tiempos donde mis dientes eran bastante imperfectos y tuve que verme obligado a usar esas molestas placas dentales que me costaron molestas burlas escolares.

¡Y él acaba de decir que me veía bien!

El silencio nos envolvió durante un tiempo que me pareció muy largo. Adrián parecía bastante sumido en la foto. ¿Qué era lo que tanto veía de ella?

-Ya quiero que llegue el verano - resolvió tras una considerable pausa.

- Y para qué… - pregunté con aire distraído. Fingiendo que no me importaba mucho.

 - Para verte todos los días con pantaloncillos cortos.

- ¿Eh? - me exalté e inevitablemente me ruboricé. Aquello sí que no me lo esperaba. Era la primera vez que alguien invocaba al verano solo para ese propósito. Además, mis piernas no tenían nada de extraordinario. Eran delgadas, lampiñas y pálidas. ¿Entonces por qué?

-A mí me gusta más el invierno - señalé con las mejillas infladas.

Y era verdad, jamás cambiaría los aires invernales, los gorros de lana y mis mejillas escondidas bajo bufandas bordadas a mano, -pretexto perfecto que uso para cubrir mis pecas- las figuras del vahó escapando de mis labios y la añoranza de un chocolate caliente en cama. O las lluvias vespertinas empañando mis ventanas, la frescura del entorno, el ruego de las chicharras y el espíritu envolvente y melancólico del cielo.

-El invierno tampoco suena mal - sonrió el Lobo - Me encantaría ser yo quien se encargara de arroparte. -Y de nuevo, el brillo en sus ojos resplandeció en lo oscuro de sus pupilas.

Balbuceé sin saber qué responder. Él siempre lograba dejarme sin argumentos.

Por fin, Adrián se alejó de mi pizarra de corcho. Y cuando creí que no había nada en mi habitación que llenara la pupila del Lobo, sucedió lo inesperado y sus ojos dieron con algo, que logró iluminar sus negras pupilas.

- ¡Una guitarra! - exclamó y sin pedirme consentimiento, se apresuró en  tomarla del rincón donde hace unos segundos se encontraba perfectamente colocada y en reposo. Muda.

 

Lo que mis ojos vieron en ese momento, no fue simplemente un chico cogiendo una guitarra abandonada. Fue algo más que eso. Fue, como un conmovedor reencuentro entre él y su pasado.

 La tomó como si esta fuera su novia, y la acarició, como si sus ansiosas manos hubieran aguardado un siglo, añorando sentir sus cuerdas de nuevo, sus curvas y esa textura de madera bronceada.

Sentándose en el borde de aquella cama destendida, flexionó la pierna y reposó el acústico sobre su carnoso muslo. Se arremangó las mangas de su chaqueta y acomodando sus brazos, rodeó la guitarra, abrazándola.

- ¿Sabes tocarla? - inquirí incrédulo, ya con un severo tic en el ojo.

- Solo un poco - respondió con modestia, sin apartar la mirada de las cuerdas, fingiendo entrar en suma concentración.

- Lo único que falta es que también sepas tocar - Desviando la mirada, bufé. Eso lo convertiría en el ser más perfecto. Aunque… ya lo era.

Sus manos me dijeron que no pretendían hacerla sonar…

-¿Quieres que toque alguna tonadilla? - me preguntó.

…pero fui yo, quién al final le impulsó a hacer algo, que jamás tenía planeado hacer de nuevo. Algo, que había desistido y evitado hacer durante años. Algo, que había decidido abandonar.

Adrián tocó unos acordes sencillos como prueba. Agudizó sus oídos y luego movió la clavija, afinando ligeramente el instrumento. Actuaba como si tuviera buen oído, como si supiera lo que hacía.

Cuando hubo accionado los arreglos que creyó necesarios, se rebulló en el colchón, y ansioso, preparó sus manos y se apresuró en tocar una melodía.

Deslizando sus dedos delicada y sensualmente en sus cuerdas, creó notas suaves y exquisitas que fueron caricias para mis tímpanos. Me quedé como piedra, contemplando maravillado, usar sus manos con tal destreza y soltura, como si el espíritu de un músico apasionado le hubiera poseído. Estaba impactado de percatar esa sensibilidad artística que no creí que poseyera y que inevitablemente me hicieron entrar en un trance, despertando mis más profundos sentimientos y logrando palpar mis fibras más sensibles. Lo hacía con tanta facilidad y naturalidad, como un talentoso chico en las calles de España, que indudablemente llamaría la atención de la multitud y su sincera admiración y asombro.

Indudablemente, tenía el porte y el espíritu de un músico. Era el chico que un cazatalentos estaría loco por descubrir y enseñarle al mundo. Así de extraordinario era su talento. Era como una deidad tocando un instrumento de hombres.

Si tocar la guitarra les parece un gesto atractivo en un chico, debo asegurar que los brazos de Adrián abrazando el acústico, era la imagen perfecta y representativa de un apuesto guitarrista en una banda que lograría volver locas a miles de fans. Definitivamente, era otra arma poderosa para conquistar chicas y que sacaba bajo la manga.

- Soy bueno con las manos - dijo con tono insinuante, y no logré percatarme completamente de su comentario de doble sentido. O realmente fui yo quien se hacía nuevamente el desentendido.

Y por un momento, sentí celos de la guitarra…de la forma en que sus dedos la acariciaban; de manera etérea y magistral.  A cada acorde musical, él me dedicó una mirada y un coqueto guiño de ojo.

Y cuando no esperaba más exquisitez, su voz entró en juego, haciendo un perfecto dueto con la guitarra.  Primero fue con un tararear suave y después las palabras fluyeron y le compuso letra a la canción.

 (Youtube: Leonardo Centeno - Canción de Amor Sesión Acústica HD)

Me ruboricé, como quien recibe una serenata de su enamorado y una clara insinuación. ¿Era yo quien le inspiraba tan bonita melodía? Intentando no pensar en ello, me encogí en mi mismo, abrazándome el estómago mientras me cantaba esa agradable balada. Evité cualquier contacto visual y bajé la mirada. No fui capaz de mantenerla. Me sentía extrañamente inquieto. Incapaz de sosegarme. Me mordí el labio inferior y comencé a jugar con mi cabello, sin lograr ser indiferente a su expresión musical que estimulaba mis sentidos. A esa pieza que me hablaba de amor. Y esa pieza, fue la misma que invocó esa descarga eléctrica de nuestros cuerpos. Era inminente nuestra atracción física, tan electrizante, tan intensa, que en este momento se hacía presente de nuevo, y tan viva.  

Me estremecí con el tenue rasgar de las cuerdas y su suave voz entremezclándose. Y de la manera en cómo me miraba. Tan intensamente.

Y en ese momento es cuando pude averiguar que él y yo, no éramos capaces de encontrarnos solos en un sitio cerrado sin que nuestros cuerpos se inquietaran.

Y sin que, no hubiera consecuencias…

 Cuando él tocó el último acorde, asustado de lo que pudiera pasar después de la canción, me di la vuelta para huir lejos de mi habitación y de él, pero al girar sobre mis pasos, casi me vuelvo víctima de los cables de mi consola serpenteando en el suelo y por poquito me voy de bruces si no hubiera sido por él, que siempre vigilaba cada uno de mis movimientos y estaba atento de mí.

Con un impresionante reflejo, él se dirigió hacia mí y con un solo brazo atrapó y rodeó mi cintura, logrando abarcarla toda con un solo brazo, y apretujándola con su grande mano, mientras que con la otra, seguía sosteniendo con firmeza el mástil de la guitarra.

Me pregunté, cómo repentinamente me vi envuelto en una típica escena romántica, de aquellas en donde el chico sostiene a su amada en sus brazos y evita su patética y lamentable caída. Pero es que Adrián estaba trasformando mi vida en una historia de amor. De esas, que tanto me gustan. Las circunstancias habían actuado de nuevo para que tuviéramos contacto físico. Al destino le encanta tentarnos y maniobrar de alguna manera los acontecimientos para cortar nuestra distancia y de esa manera lograr, que nuestros cuerpos se rocen y se sientan.

Mientras intentaba regularizar mi respiración, Adrián me mantuvo circundado con esas mismas manos que tocaron prodigiosas el acústico instrumento. Manos que creí que solo servían para lastimar, pero que sin embargo, ahora, me sostenían con una sutileza mayor que el roce de sus dedos accionados hace un instante en la propia guitarra. Tragué saliva, tímido ante la posición que habíamos quedado. Nuestros cuerpos hacían la figura de la pose final de un baile de salón. El rostro de Adrián quedó sumido entre mi oído, mi pelo y la curva de mi cuello.

-Hablaba en serio cuando dije eso de cuidarte los pasos, Caperucito - le escuché susurrar- Confíamelos, y nunca permitiré que caigas.

Tragaba saliva una vez más, aferrándome de sus fuertes brazos, cuando él repentinamente hundió su boca entre mi despreocupado cabello castaño y mi pálido cuello con lunares. 

Y me olfateó, como lo haría con una flor con un tenue aroma.

Él aspiró profundamente y me estremecí. Pero mi aroma era bastante inocente como para provocar algo.

O eso creí… ya que, logró ser para el Lobo feroz, algo agradable para su olfato y para su tacto. Entrecerró los ojos y suspiró con el aire.

-Debo admitir que al principio tu aroma me empalagaba- dejó escapar un suspiro- Pero ahora, no sabes cuánto disfruto tu aroma dulce. A vainilla. Aunque… a veces sueles oler a caramelos. Y otras tantas a fresco y limpio, como la lavanda. A crema humectante de coco. A miel. A inocencia pura.

Me quedé quieto. Él por fin buscó mi rostro y me miró. Y vi en sus ojos, el manifiesto de su interés por mí. Tan ávido. Y yo,  respondí a la demanda de su mirar, con las pupilas inquietantes y asustadizas.

Y en ese instante no me importó Carla. No pensé siquiera en ella y en el daño que podía causarle. Solo me dejé llevar por el embrujo de su mirar y por el susurrar de esos labios carnosos, hechos para ser besados. Hechos para devorar.

Mi boca insensata, comenzaba a añorar sus besos…

Pero evitando caer en su embrujo, con un repentino destello de cordura y prudencia, puse mis manos en su pecho e intenté alejarlo. Fui consciente de la proximidad de nuestras bocas, y del peligro que esto conllevaba. Besarnos, era ya un riesgo constante e inminente. Y me encontraba asustado de lo que pudiera pasar, de lo que yo pudiera consentirle…

 Pero él sonrió ante mi mortificación y mi escandaloso temblor, e intentó tranquilizarme diciéndome:

-No te asustes Caperucito, que hoy, este Lobo no tiene intenciones de atacar tu boca. Ese domingo en el parque, tuve la impresión de que todo iba mejorando entre los dos, pero al final, lo arruiné por querer besarte y terminamos discutiendo. Hoy, fue una noche perfecta para mí. La pasé muy bien con tu familia y no quisiera arruinar eso, con mis imprudentes deseos por robarte un beso.

-¿Y…quién te dijo que yo esperaba que intentaras besarme?- desviando la mirada, hice un pucherito.

Él soltó una carcajada.

-Lo bueno que no lo esperabas, de esa manera, no te decepcionaste cuando no lo hice.

- Pe-pero…si en verdad no querías besarme, ¿entonces por qué me mirabas tan insistentemente?- pregunté, tartamudeando. ¿Había perdido el interés?

-Treinta y tres.

-¿Treinta y tres?- lo miré, sin comprender.

-Son el número de pecas que tienes en el rostro. Te las he contado.

-Ni siquiera yo sé cuántas pecas tengo, y tú…- Mis labios se fruncieron hasta convertirse en una delgada línea.

 ¿Y cómo contarlas si me pasaba el tiempo intentando borrarlas?

-Púes ya lo sabes. Pero claro, si hay alguna duda de que sean treinta y tres, puedo contarlas otra vez para cerciorarme. Ahora mismo.

Sus penetrantes ojos, estudiaron las facciones de mi rostro con extrema concentración y detenimiento. Él miraba y contaba de nueva cuenta las manchitas de mis cachetes. Sus orbes fueron tan persistentes en ellas, que, como un reflejo, terminé escondiendo mi rostro. Sí, seguía siendo ese mismo chico tímido e inseguro que oculta sus pecas bajo las mangas de su abrigo. Me avergonzaba de ellas. Y me seguía pareciendo incrédula la idea de que alguien como Adrián, las considerase lindas y sexis.

Como un intento de confirmarlo y como si haya leído mi mente de nuevo y percatado de mis inseguridades más tormentosas, se aproximó a mí, y apartó las mangas de mi sudadera con las que me ocultaba la cara.

-De contar estrellas, prefiero contar tus pecas. Y me encanta ser yo, quien logre ruborizarlas. -Y de pronto una de sus manos logró abarcar a mis dos mejillas, presionándolas entre sí de tal forma con sus dedos, que mi rostro pareció sufrir repentinamente el síndrome de los cachetes de Quico.

-Suéltame, ahora - le ordené, intentando parecer demandante, pero los rasgos dulces de mi cara y el estampado infantil de mi sudadera hacían tregua con mis mejillas infladas para verme cómico y arruinaban mi advertencia amenazante.

Y claro, Adrián comenzó a reír ante mi vano intento de parecer malo, y de mis cachetes, que se prestaban para pincharlos y desinflarlos como si de globos se tratara.

Mientras gruñía malhumorado, paró en seco su risa, y sin que lo viera venir, sus labios me dieron una agradable sorpresa… posándose en mi mejilla tapizada de pecas…

Y ahí estaba, la prueba más contundente que le dieron sus labios a mis pecas. Ya era certero. Mientras yo las odiaba, él se ocupaba de mimarlas, de besarlas, de admirarlas con amor como si fuera el defecto más hermoso que pudiera tener el rostro de un humano. Besaba, uno de mis mayores complejos que me habían hecho odiar aquel reflejo que siempre me mostró el espejo.

De mi boca se escapó una sonrisa insospechada, cuando lamió pausadamente la tibieza de mi mejilla. Apreté los ojos ante su muestra de cariño, típica de un cachorro lobuno. Era extraño e inusual, pero… por algún motivo que no logro explicar, me pareció agradable y muy sensual.

-Adrián… qué haces - Mis brazos se erizaron y mi boca emitió risitas bobaliconas ante sus constantes lamidas - Me estás babeando todo. Para ya, ¿quieres?

Y esta vez, me hizo caso.

-Estás caliente - dijo repentinamente.

-¡¿Qué?! - me escandalicé.

-Me refiero a que conservas fiebre. Lo que te hace un mentiroso. No solo te mientes a ti mismo, sino que intentas mentirme a mí. Me dijiste que estabas bien y sin embargo, tienes alta temperatura.

-Hmmm… tal vez.

Aguarda, ¿por qué diablos hice un puchero?

Adrián rió y yo con él. Lo hicimos como un par de idiotas retrasados. Pero acallé mis risas, al ser consciente del acto mismo, y le miré con una seriedad imprevista.

Sí. Mi boca comenzaba a sentirse celosa de mis mejillas.

Ella también necesitaba sentir su lengua jugar. Escandalosamente.

Pero Adrián solo carraspeó la garganta y asegurándose que mi febril  cuerpo ya se sostenía equilibradamente, su brazo soltó delicadamente a mis coquetas caderas y me liberó de su varonil cuerpo.

Miré con incredulidad mi mano suspendida en el aire, a punto de detenerlo en un agarre para evitar que se alejara. Y me asusté de mis propios movimientos involuntarios. Seguía sin reconocerme.

Y se apartó de mí.

Fue como si me hubiera abandonado todo el aire.

-Es mejor que te tomes el medicamento y descanses - se llevó una mano al cabello, frustrado.

<< ¿De qué diablos hablas? ¿No entiendes que eres tú el causante de mi fiebre? ¡Tu acercamiento es el porqué mi rostro se puso caliente!>>

Pero mi voz luchaba por silenciar aquello que quería gritar a todo pulmón:

<< ¡Hazme enojar con un beso! ¡Róbame uno, ladrón, uno como aquel que aun no logro superar, y que tanto te echo en cara! ¡Mira que mis pecas se han dejado mimar por tu lengua! ¡Y date cuenta que mis labios se sienten celosos de ellas! >>

Para mi salvación, los tacones de mamá se escucharon subiendo las escaleras y evitó que cometiera una imprudencia. Mi respiración aun no se normalizaba ni lo rojo en mis mejillas desaparecía cuando ella apareció por la puerta, maravillada, con las manos en el corazón. Aplaudió con vigor el esfuerzo de Adrián en la anterior canción, y sin que él o yo lo esperáramos, lo tomó de la mano y se lo llevó fuera de mi cuarto, raptándolo y así alejándolo de mí.

- ¡Ya decía que mi hijo no era quien tacaba así la guitarra! Te he escuchado desde la sala. ¡Eli y la señora Martha tienen que escucharte! ¡Están abajo! ¡Vamos! - Exclamó.

El Lobo no se resistió y se dejó guiar por la mano de mamá.

Salí de la habitación, siguiéndolos. Me detuve en el rellano de las escaleras y contemplé al Lobo desde ese punto: tomó asiento en el sofá a petición de mamá, que parecía muy entusiasmada. Se colocó su capucha y con la atenta atención de las mujeres, el Lobo improvisó y se puso a tocar una canción muy rítmica y simpática.

 En un instante, el ambiente en casa se volvió muy animado gracias a él, y fue cuando comencé a sentirme solo y ajeno al momento; excluido y celoso por no ser parte.

Refunfuñé desde mi posición mientras el talento de los dedos del Lobo causaba furor. La pierna de Adrián iba al compás de la canción y su cara se encontraba dividida entre una leve sonrisa de placer y una clara concentración. Pero de pronto, sin una señal o sospecha previa, al percatarse de lo que tocaba, Adrián se colocó una máscara que eclipsó su semblante amistoso, adoptando una expresión seria y glacial. Repentinamente, tocaba la canción más triste del mundo. Su rostro se volvió sombrío, y sus ojos, distantes, miraban a ningún lugar en particular, perdidos en el tiempo, en la nada, aventurados quizás, a un pasaje nada agradable en su vida. Era como si en ese momento, nadie existiera en su mundo. Ni siquiera yo. En lo negro de sus ojos vi la complejidad y el tormento de su alma.

Había dejado de ser un humano.

Sus dedos, que dejaron de ser conscientes de lo que hacían con la guitarra, desafinaron en un acorde, pararon en seco y la canción murió prematuramente.

Mamá y Doña Martha dejaron de bailar abruptamente preguntándose qué pasaba. Adrián apartó los ojos del instrumento y levantó pausadamente el rostro hacia mí. Y es cuando sus oscuros ojos me miraron por un segundo, tan serios y terribles que me hirieron y me asustaron. Me envenenaron.

Sus ojos fueron como un arma filosa e hiriente. Como la furia de una tormenta. Un huracán implacable.

A duras penas le devolví la mirada, afectado por su gesto severo, que me atravesó como una daga hiriente en el pecho y a mi corazón atravesó. Y me entraron unas ganas incontenibles de llorar. Pero antes de que sus ojos me causaran una herida irreversible, al instante, los labios de Adrián me dibujaron una tenue sonrisa que reparó todos los daños y le devolvió la calidez a su semblante. Y a mi corazón.

 Y volvió a ser el ameno de siempre.

 Arrancó sus ojos de mí y se volvió hacia mamá, tragando saliva.

- Lamento mi error. He arruinado la canción. - le escuché disculparse mientras que yo, emprendía una carrera hacia mi habitación y de un portazo me encerraba.

Me quedé recargado detrás de la puerta de mi habitación con su imagen cruel en mi mente, y me deslicé lentamente hasta el suelo.

Cuando menos lo esperaba, se convertía en un extraño. Como a quien se ve por vez primera. Porque, cuando creía estar a punto de conocerlo, lo veía irreconocible. Inmutable e incomprensible. Tan cercano y lejano a la vez. Era, como si habitaran dos personas distintas en un cuerpo. Una de ellas era terrible y fría. La otra, amena y cariñosa. Y no estaba seguro cuál de ellos era el autentico Adrián…

Quizá los dos. Porque, increíblemente, él lograba ser ambos.

Me abracé el estómago, como si su cruel mirar me hayan ocasionado un severo daño estomacal. Seguía sintiendo ese angustioso estremecimiento. Ya no quería volver abajo. Y no lo haría. Había caído en la cuenta que no tenía obligación de bajar al comedor, ya que Adrián era invitado de mi madre y no mío. Él vino a verla a ella y no a mí.

No me apetecía reencontrarme con esos ojos.

Con esos pensamientos justificados, me arrojé a la cama. Lancé una inaudible maldición sobre mi almohada. Por lo que pasó, y por lo que no pasó entre nosotros. Y para rematar, el perfume de Adrián se había quedado impregnado en la sábana y la almohada, asegurando de esa manera, que lo tuviera en mis pensamientos toda la noche.

Absorbí lentamente a su fantasma perfumado. Embriagado en mis pensamientos, cerré los ojos estremecido y me ceñí en la manta, aferrándome a ella.

Cada día descubría una faceta nueva del Lobo. Sí, Adrián tiene el talento de sorprenderme. Y al verle hacer esos golpes de bolero en la guitarra fui consciente de que el Lobo sigue siendo un misterio para mí. Creía erróneamente conocerlo en algunos momentos, pero la verdad es que no sé quién es realmente, y qué más oculta bajo la manga. Y no sé, si deseo conocerle. O si un día, el Lobo se lo permita a alguien y se abra plenamente a esa persona. Y mucho menos, que esa persona, pueda llegar a ser yo algún día.

Con los ojos aún cerrados, intenté conciliar el sueño, cuando me sorprendí tarareando la tonada que los dedos de Adrián accionaron en la guitarra.

Me di la vuelta y quedé tendido boca arriba mirando el techo, y suspirando profundamente me pregunté:

¿Cómo había aprendido a tocar la guitarra?

Intentado responderme con suposiciones mías, comencé a crear imágenes de Adrián, de un pasado y de una guitarra en ella. Y en mi mente fabriqué imágenes de él, en una taberna tocándole a borrachos y a prostitutas sobre un pequeño escenario. O a un Adrián andante en una región desértica, recorriendo caminos desconocidos de tierra seca y agrietada, con la guitarra a cuestas reposando en su hombro. O a un melancólico Adrián dándole serenata a la Luna a orillas de la ciudad.

Volteé a la ventana, y ahí estaba ella, asomándose tras los cristales y las cortinas. Tan preciosa.

 ¡Oh, la luna! ¿Se puede sentir celos de ella? ¿Qué secretos me diría el plateado celeste sobre el Lobo? ¿Es ella quien verdaderamente le conoce?

¿Es ella, la única en su vida?

La miraba hipnotizado, cuando escuché que llamaron a la puerta.

Una mezcla de esperanza y de temor, se adueñó de mi pecho. Temía y esperaba, que fuera Adrián quien volvía.

Me cubrí con las mejillas con la sábana y aguardé, mientras escuchaba el rechinar de la puerta.

-Ángel, cariño - escuché.

Y no, no me imagino a Adrián llamándome así.

-¿Qué pasa madre?- respondí, sin descubrirme el rostro y respirando al fin.

Ella se acercó y se sentó en el borde de la cama. Me tomó del pelo y suspiró profundamente.

-¿Podías decirme por qué estás aquí y no abajo despidiendo a tu amigo? Tu hermana ya se está encargando de ello, pero eres tú el que debería estar haciéndolo mi amor - me peinó los castaños mechones con sus dedos.

Resoplé, ¿cuántas veces debía repetirles que Adrián no era mi amigo?

-Mamá…

-Sé que te empeñas en convencerte que no te agrada ni un poquito pero, ¿no te habías comportado de la misma manera cuando recién conociste a Lolo? En un principio decías odiarle y lo pellizcabas cuando se sentaba junto contigo a la hora del almuerzo en el preescolar, ¡y míralos ahora! ¡Tan inseparables!

-Mamá… - insistí de nuevo.

-A mí realmente me ha simpatizado ese chico, y no solo porque sea extremadamente apuesto y muy talentoso - carraspeó  - sino porque… estoy agradecida con él.

-¿Eh?- me giré y miré a mamá, con gesto interrogativo.

Ella me besó la frente.

-Desde que él llegó a tu vida, haz dejado de lado tu obsesión por Carla, de mirar por esa ventana, buscándola con desesperación cada mañana, lo que me hace pensar que lo único que necesitabas era conocer gente nueva, tratar con otras personas, abrir tus horizontes, aceptar otras amistades en tu vida. Y bueno, Adrián parece haber logrado lo que nadie pudo: distraerte y hacerte olvidar de un amor imposible. Por eso es que le agradezco que sea tu amigo.

Me erguí escandalizado.

-¿De qué hablas mamá?

-De que por fin superaste a Carla y que un amigo te ayudó en eso. De eso hablo cariño y no sabes cuánto me alegra.

Mi pecho se estremeció al escucharla. Sus palabras sonaron a verdad, puesto que… ¿cuándo fue la última vez que miré por la ventana buscando a Carla? Yo, que siempre fui un enamorado atolondrado que miraba a cada minuto su habitación esperando encontrarla, y ahora, simplemente había dejado de hacerlo.

Giré mi rostro hacia mi derecha y me percaté de que efectivamente, mi ventana se encontraba cerrada.

 Me puse de pie repentinamente y me apresuré en abrirla, ya que desde el primer momento en que Carla se mudó frente a mi casa y dentro de mi corazón, decidí siempre tenerla abierta para ella.

<< ¿Qué diablos pasó conmigo?>>  de pie frente a la ventana me pregunté mientras miraba la habitación de Carla. Había puesto una nueva cortina de estrellitas ¡y no lo había notado! También una mosquitera. Y se supone que si estoy profundamente enamorado de ella, ¡no debió habérseme pasado de largo esos detalles!

Me dio miedo admitir que el beso de Adrián fuera quien haya logrado sacar a Carla de mis pensamientos.

A ella, a la chica que creía amar con todo mi corazón.

 Es como si la llegada de Adrián haya llenado mi vida, mi tiempo y mis pensamientos.

Sin darme cuenta, el nombre de Carla comenzó a cesar en mi mente y un Adrián comenzó a sonar fuerte dentro de mí.  Y cuando estábamos los tres juntos, terminaba centrándome tanto en Adrián, que Carla terminaba pasando desapercibida.

Era como si ante la presencia del Lobo, la imagen de Carla se desvaneciera poco a poco, hasta desaparecer completamente de mis ojos…

Era este, ¿el adiós de un sentimiento que había habitado en mi corazón durante tanto tiempo?

¿Había dejado de amar a Carla?

Me llevé las manos a la cara, sollozante.

-¿Qué tienes?- preguntó mamá detrás de mí y colocó su cálida mano en mi espalda.

-Presumía amarla más que nadie y me olvidé de ella. Soy malo. Le he fallado. Y ahora, tengo miedo de no amarla como tanto he creído y sentido.

-No debes sentirte culpable si decides olvidarte de ella, hijo. Y no sientas que le fallaste, ya que siempre fuiste fiel a tus sentimientos por ella, pero desafortunadamente solo esperabas por algo que jamás llegaría. Te aferraste tanto a un amor imposible, que no miraste que a tu alrededor podría existir una persona más, que sí pudiera corresponderte. Así que, para bien de Carla y para ti, es mejor que dejes ir a tus sentimientos por ella.

-Pero Carla siempre fue la chica que añoré.

-A veces, la vida no te da lo que deseas. Te prevé de algo mejor.

Dicho esto, mi madre apartó su mano de mí y se marchó.

Me quedé unos segundos con las manos en el rostro, cuando escuché su voz…

-¡Caperucito!

Engrandecí los ojos y  miré entre los dedos de mis manos.

Adrián estaba de pie, en el portón de mi casa, sonriéndome con las manos en los bolsillos y la capucha en la cabeza.

 

“A veces, la vida no te da lo que deseas.

Te prevé de algo mejor.”

 

Descubrí mi cara y apoyé mis manos en el alféizar de la ventana. Lo miré desde lo alto de mi habitación. Con la sonrisa aun en los labios, levantó su mano a modo de despedida.

Desde ese momento fui capaz de captarlo. Y pude asegurar con certeza y convicción:

Él había llegado a mi vida para quedarse. Para ser parte de ella.

Afectado sin poder evitarlo, por su mirar y por esa despreocupada sonrisa suya, corrí las cortinas y abatido me di la vuelta, sin despedirme. Pero al final, me dejé llevar por los deseos desesperados de mi corazón y me encontré asomándome de nuevo, buscándole, de quien, ya sólo pude apreciar borrosamente su silueta encapuchada, avanzando por el pasaje oscuro de la noche.

Y aguardé ahí, hasta que su figura se perdió completamente en la penumbra.

 

Prescindí de él y regresé dentro. Hipando, me llevé las manos a la cara una vez más y contuve las lágrimas que pretendieron escapar de mis ojos. ¡Yo no quería corresponderle! ¡No quería sentir nada por él! Me negaba rotundamente a aceptar sus sentimientos y los míos propios.

 

Pero supongo que el amor es así, inevitable.

 

Regresé a la cama que me esperaba, y me recosté haciéndome un ovillo, mientras me apretujaba el corazón.

¿Tenía miedo a enamorarme? No lo sé. Pero de lo que si estaba seguro, es que no era capaz de evitarlo. Enamorarse, es una maldición al que el ser humano está condenado. Y no se puede hacer nada al respecto. Es algo que infortunadamente no eliges. Simplemente sucede para tu bien o para tu mal. Y para mi desgracia, comenzaba a perder control de mis pensamientos y sentimientos. Estos, se desparramaban como un río desbordándose de un canal. Él comenzaba a lograr que confiara en él. Su arte de lobo bajo piel de cordero tenía el efecto deseado. Estaba cayendo.

 

Seguí suspirando con aire soñador. Ciñéndome en la manta. Maldecía su intromisión en mi vida. Por entrar en ella, sin llamar ni anunciarse.  

 

Odiándole y añorándole al mismo tiempo.

 

Y fantaseando… con un beso que pudo ser dado, y no se dio.

Notas finales:

Hola, los saludo después de tanto tiempo. Gracias a los que continúan esperando por esta historia y una disculpa sincera por mis constantes tardanzas. Este capítulo definitivamente NO es de mis favoritos y espero que les haya gustado aunque sea un poco. Había hecho un mejor trabajo pero como algunos ya saben, borré accidentalmente la mayor parte de lo que llevaba escrito y pues, al final tuve que reescribir tooodo y claro, ya simplificado y resumido. Y obvio que no quedó como quería.

Incógnitas de este capítulo:

*Si Ángel tiene treinta y tres pecas en el rostro, ¿cuántas tendrá en el trasero? Se preguntará Adrián, quien muere por contárselas y de paso, ¿mimarlas? XD

*Lolo se ha pintado el cabello de varios colores, ¿pero de qué color será su cabello natural?

*Qué bien se la pasaron -la mayoría-  en la cena “familiar” ¿Pero por qué tanta esplendidez?

*Qué bien toca Adrián. (la guitarra eh) Pero finalmente, ¿cómo rayos aprendió a hacerlo tan bien?

*Y por último… ¿Fue este realmente el fin del amor de Ángel por Carla?

Gracias a los lectores que nunca me fallan con un comentario. Pueden buscarme en facebook, donde encontrarán el avance del siguiente cap, imágenes, y para los que no lo han leído, una breve narración contada por Adrián. El capítulo inédito se llama: Un día de escuela o el último día escuela. Y sólo está disponible en facebook.

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