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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

 

Y yo que me preguntaba: ¿dónde está el amor?

Ahora,  puedo asegurar con certeza, que se encuentra en el lugar más insospechado.

Y ese lugar para mí, fueron sus ojos.

Capítulo Especial 4:

Agridulce

 

By: Adrián

Lancé una mirada al reloj cuadrado que se encontraba sobre la mesita de noche. Sus parpadeantes números rojos marcaban las cinco de la mañana.

 Habíamos hecho el amor durante varias horas.

 El tiempo estaba pasando tan rápido que apenas la vida  me permitía saborear con plenitud del momento; apenas si era capaz de percatarme que esto era real.

Agotados, serenos y mimosos, yacíamos recostados, uno frente al otro, con la luna llena aún expuesta en el firmamento, que asomada por la ventana bañaba a nuestros cuerpos de plata.

Con el entrecejo fruncido me removí inquieto entre las sábanas revueltas. Algo sacudía mi pecho con violencia: Se trataba de un estremecedor sentimiento de gozo embargando mi oscuro y putrefacto ser. Era algo parecido a esa felicidad que siempre busqué. Después de tanto añorarla, la encontré en sus brazos. Y era mejor de lo que había imaginado.

Entonces… ¿por qué la sensación me era tan agridulce? ¿Qué era aquel cosquilleo que no me dejaba disfrutar con plenitud de este momento? ¿Por qué siento que he cometido un crimen atroz? ¿Por qué tengo la sensación de que he corrompido a un ángel?

Apreté la mandíbula e intenté erradicar de mi mente todos aquellos pensamientos negativos y permitirme disfrutar de tener al amor de mi vida entre mis brazos por vez primera.

—Caperucito… ¿puedo quedarme a dormir?— murmuré y acaricié su mejilla mientras lo miraba intentando conciliar el sueño—. O prefieres que me marche ahora.

Él no respondió, sólo se encogió de hombros.

—Dime… —insistí—. ¿Quieres que me marche?

Meneó la cabeza en negación, inflando las mejillas, y se dejó caer, adormilado entre mis brazos, aferrándose con fuerza a ellos. Tomé aquel preciado gesto como un permiso para quedarme y  apreté su tibio cuerpo contra el mío. 

Él cerró los ojos y se dejó caer a consciencia rendida, bajando la guardia ante mí, confiando así en la bestia aulladora. Pasé saliva y continué acariciando su rostro, esperando que mis dedos impuros no lo mancharan con la tinta negra de mi pecado.

No. No merecía algo tan bueno como él…

Esto era demasiado bueno para un alma tan solitaria y desgraciada como la mía.

 Una dicha… que el villano de la historia no se merecía.

Descansé mis dedos en su mejilla. Estaba tan cálido… y su rostro se veía tan pequeño dentro de mi mano que me arrancó una leve sonrisa.  

Recargué mi cabeza en la suya.

 Su vahó me acarició la cara.

Lo contemplé con detenimiento y percibí los chupetones rojos como las huellas de mis dedos tatuados en su pálida piel; e incluso sus tetillas seguían erizadas e inflamadas a causa de la manía de mi boca descargada en ellas.

Rodeé con mi moreno brazo esa delgada cintura suya que me volvía loco y besé con delicadeza sus tibios labios sellados.

Él olía a vainilla. Su saliva sabía a miel.

Sus fluidos derramados por la pasión habían sido dulces también. El sabor de ellos aún permanecía en la punta de mi lengua. Me los había bebido como si fueran jugos frutales. Y todavía me sentía sediento de ellos, me encontraba deseoso de estimularlo y mojarlo de entre las piernas de nuevo. ¿Qué me lo prohibía? Podría incluso someterlo y penetrar su abismo otra vez, hacerlo hasta que nos sorprendiera los rayos del sol; no había manera que me cansara de su cuerpo, de que me fuera suficiente. Pero reprimí mis alocadas ganas de materializar mis anhelos recordando que previamente, durante la fatiga de la penetración, Ángel fue presentando dificultad para respirar debido a su problema de asma. La demanda física que conllevó el acto sexual lo terminó sobrepasando. Por ello, es que decidimos detenernos para que él pudiera recuperar estabilidad pulmonar y de esa manera normalizar su ritmo respiratorio. Soy consciente de que mi pecoso no tiene la misma condición física que yo, y que a diferencia mía, su cuerpo ya  no daba para más.  

Por esa razón, no podía volver a hacerlo mío esta noche. Pero aquello no significaba que Caperucito ya se había librado de mí:

Y le robé un beso, mientras disfrutaba del roce de nuestros desnudos cuerpos entrelazados bajo las sábanas.

Como un niño pequeño, Ángel esbozó adormilado. Con algo de molestia infló las mejillas refunfuñando y se removió entre mis brazos porque mis besos no lo dejaban dormir.

Lo que él no sabía, era que tenía la paciencia suficiente para enfrentar sus berrinches, y pese a su infantil protesta, traviesamente le robé un beso más a sus labios curvados. Él se encogió de hombros, con timidez y me maldijo a baja voz.

 Dispuesto a dejarlo dormir, apreté su rostro contra mi pecho y enredé mis dedos en su cabello castaño que aun se encontraba húmedo por el sudor. Recargué mi mentón sobre su cabeza y cerré los ojos, aspirando su olor.

Estuve a punto de quedarme dormido, cuando de pronto, pude percibir la pálida luz de la pantalla de mi celular que se iluminó a través de la mezclilla de mi pantalón, mismo que se encontraba esparcido en el suelo. Era una llamada entrante, una llamada que ignoré, ya que en esos momentos, no había nada que me motivara a separarme de mi Caperucito.

Ángel refugió su rostro en mi pecho y lo sentí temblar.

— ¡Achú! — estornudó repentinamente y  sus dientes castañearon.

— ¿Qué pasa? —pregunté, meloso.

Infló las mejillas balbuceando algo incomprensible y me golpeó el pecho, más dormido que despierto.

Vaya, hasta en sueños me trataba mal. Creí que esa situación cambiaría luego del avance que había tenido nuestra relación. Pero parece que fui positivo demasiado pronto.

Volteé hacia la ventana abierta y comprendí que un fresco viento se colaba a través de ella. Ángel tenía frío. Dispuesto a librarlo de aquello que lo aquejaba, me desprendí de su cuerpo y me senté en la cama.

—Quiero un tamal… —dijo y se acorrucó de nuevo, poniéndose en posición fetal.

¿Quién piensa en comida en estos momentos? Posteriormente se llevó el dedo gordo a la boca y comenzó a succionarlo como si fuera una mamila o un tamal. Lo miré y se me vino a  la mente ideas pervertidas. Si hubiera sabido que su boca contaba con tal destreza, le hubiera pedido que hiciera algo al respecto.

Me puse mis calzoncillos negros de marca Kelvin y caminé arrastrando los pies hasta la ventana. Cerré esta y corrí también las cortinas, pero no sin antes mirar con mi visión periférica la habitación de Carla al otro lado de la calle.

Regresaba a la cama, cuando el celular en el bolsillo de mi pantalón brilló de nuevo desde el suelo. Me puse de cuclillas y saqué el dispositivo, mirando su destellante pantalla: Era una llamada entrante de Don Fernando.

 ¿Qué hacía intentando contactarme a estas horas?

 La verdad es que me importaba un carajo y apagué el celular. No permitiría que nadie interrumpiera mi tiempo con Ángel. Ni siquiera el dueño de Blue Rose, a quien le debo demasiado, tanto, que apenas me siento libre de su yugo.

Me senté en la cama y contemplé a Caperucito. Iba a volver a su lado, cuando la herida en mi abdomen comenzó a causarme escozor. Me llevé la mano hasta mi venda y me percaté que estaba manchada de sangre. Nuevamente me puse de pie y merodeé por el cuarto de Ángel buscando su botiquín, ese que le vi llevarse a los partidos de futbol. Lo encontré y luego de haberle robado un vendaje, me cubrí  con él la herida que estaba un poco abierta.

 

Regresaba el botiquín de donde lo había tomado, cuando me topé con una esfera de nieve que descasaba sobre la estantería del librero. Dentro de esa circunferencia de cristal había un minúsculo paraíso navideño. Tomé la esfera y al agitarla, pareció como si hubiera hecho que nevara en ese pequeño mundo. Justamente eso le había prometido a Caperucito, que nevaría en su próxima navidad. Pero realmente no hay manera que un mortal como yo pueda cumplir tal promesa. Aún así, quería que él me permitiera estar a su lado en esas fechas.

Y seguí indagando su librero para averiguar más cosas de Ángel. Apilados entre otros libros escolares, encontré el cuento infantil que una vez le leí a su hermana menor: Caperucita Roja. Lo tomé y sonreí preguntándome cómo es que ahora estaba en manos de Ángel.

 Fui pasando de manera rápida las páginas del libro, algunas tenían solo letras y otras contaban con animaciones coloridas. Inicialmente disfrutaba lo que veía, hasta que mi sonrisa se apagó de golpe cuando llegué a la última hoja. Esa página mostraba un final feliz para todos, excepto para el Lobo Feroz, que terminaba herido y derrotado por el cazador. Contemplé la animación: Una reluciente escopeta, como un arma salvadora y el Lobo tendido sobre el pasto, húmedo de sangre y con la barriga rebanada, mientras que al fondo, los pobladores regocijantes celebraban la muerte de la bestia de cuatro patas. Y el Lobo, aullando de dolor, se quedaba sin su Caperucito.

Debí esperarlo, ¿no?

Sin pensarlo, tomé un bolígrafo del lapicero y escribí algo en la página final. Luego,  cerré de golpe el libro y lo regresé a su sitio. Pero lo que escribí, no cambió la realidad de las cosas. No existe un final feliz para los villanos, los pecadores. Estamos destinados a morir solos, sin que nadie llore en nuestras tumbas.

Me dirigí a la cama y me senté en el borde del colchón, frustrado. Repentinamente pensé en mi futuro y en… Charlie. Joder. Mis manos se pusieron inquietas, la ansiedad comenzaba a atacarme con fuerza. Tomé el encendedor y un cigarrillo del bolsillo de mi chaqueta, provoqué un par de chispas mientras mis labios sostenían el cigarro…

Al final, no lo encendí. No fumaría en presencia de Ángel por más desesperado que me encontrara. Giré mi rostro hacía él, hacía mi chico, y lo miré sumido en un profundo sueño. Su cuerpo desnudo se encontraba mezclado entre las sábanas. Noté el rastro que dejó mi miembro por el paso a su cavidad. Esa zona se encontraba horadada, violada por mi miembro. Recuerdo sus roces anales durante la penetración y se me pone dura de nuevo mientras grabo en mi mente esos chillidos que siempre quise hacerle a su boca expresar. Sin embargo, más allá de ser memorable, algo en esta experiencia seguía dejándome un sabor agridulce.

 

Presioné mis puños con fuerza y rugí en silencio. Tal vez, me sentía más culpable de lo que creía. Había deshonrado a un chico puro, cuya madre me tiene cariño y me ha abierto las puertas de su casa ante la confianza que ha depositado ciegamente en mí. ¿Y qué he hecho yo a cambio? Me aproveché de que no estaba en casa y desvirtué a su hijo. Lo pervertí, mientras chillaba. Quizá por eso, le puse de espaldas, para no mirar su rostro distorsionado de dolor mientras lo penetraba.

Él me dijo que me quería… ¿Significa que me perdonará? ¿Significa que al final lo disfrutó tanto como yo?

Me atormentaba en mis culpas, cuando Ángel se removió un poco en la cama, y al no sentirme cerca, comenzó a palpar ese espacio vacío en el colchón, y comenzó a llamarme con desesperación.

—Adrián… Adrián…

Me acerqué y me recosté de nuevo junto a él para que me sintiera.

—Aquí estoy —Lo tomé de la cintura.

Él tentó mi rostro y suspiró aliviado.

—Por un momento creí que me habías abandonado, como a tus otras conquistas, que no te veían al día siguiente…

—Para ti, seguiré aquí, hasta que salga el sol… —Halé a Ángel  hacia mí. Enervado y soñoliento se acorrucó entre mis brazos  recargando su cabeza en mi pecho.

Me sentí feliz poder sentirle de esa manera tan plena. Tan mío. Le acicalé pues el cabello para que durmiera, y le sentí desfallecer paulatinamente sobre mi pecho.

Pasé otra mirada por el cuarto de Ángel, y contemplé la esfera de nieve desde su posición en el librero. Sonreí enternecidamente y volví mi mirada hacia él y su imagen adormilada.

—Caperucito —susurré—.  ¿Podemos pasar la navidad juntos?

Él, entre sueños, inconsciente de mi pregunta, respondió con un simple:

—Sí…

Y durmió. Sentí su baba estilarse sobre mi brazo. Lolo tenía razón, este chico babea la cuando duerme.

Notas finales:

Nos leemos pronto.


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