Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

BOY LOVE BOY por Nanami Jae

[Reviews - 149]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Y entonces apareciste tú, como un milagro.

Y cambiaste mi vida,

transformándola en una bella historia de amor…

 

 

 

 

 Capítulo 3: El reencuentro

 

 

Solos en la madrugada, Lolo y yo caminábamos en dirección a su casa por una calle desolada y apagada. Hacía un frío devastador, así que me cubrí la cabeza con el gorro lanudo de mi chamarra y sumergí las manos en los bolsillos.

La noche era lúgubre. No podía negarlo, temblaba de miedo ante la espesa neblina. Apresuré el paso de mi amigo, que caminaba lento, despreocupado. Él se percató de que estaba asustado, así que comenzó a tararear una canción macabra con la intención malvada de espantarme aún más, e incluso simuló tocar con las manos, las teclas de un órgano gigante y espectral, accionado el efecto de sonido con su boca.

No tenía ni un poco de divertido.

—Esto se está transformando en una narración terrorífica —temblé— A la mañana siguiente, será publicado en los periódicos que dos jóvenes aparecieron muertos por extrañas razones —pasé saliva—. Un espíritu de la noche se robará nuestras almas.

Lolo me palmeó la espalda.

—Tranquilo, no alucines.

—Si esta fuera una historia sobrenatural —continúe terco con el mismo tema—, desearía ser un vampiro.

— ¿Vampiro tú? —preguntó extrañado y luego rió—. ¡Pero si le tienes fobia a la sangre y eres la persona menos nocturna que conozco! ¿Recuerdas aquella ocasión que te desmayaste cuando tuve una hemorragia nasal por el calor de verano? ¿O cuando tus ojos comenzaron a irritarse aquella noche que prometimos desvelarnos? Pasadas las diez, ¿no estabas ya durmiendo como un bebé? ¿Para qué quieres ser vampiro entonces?

—Lo sé, lo sé —crucé los brazos e hice un puchero ante mi patética realidad— Pero se dice que todos los vampiros son apuestos y tienen un magnetismo que atrae a las mujeres. Y están de moda. —Aclaré y pateé una piedra que se cruzó en mi camino—. Tal vez así, Carla se fijaría en mí...

Lolo me miró.

—No digas estupideces, Ángel —me codeó—. Además, ¿para qué quieres que tu piel brille al exponerse al sol?

— ¿Eh? —le miré parpadeante, sin comprender.

—No has leído Crepúsculo, ¿cierto? —Yo sacudí los hombros, ignorante—. ¡Olvídalo!

—Lamento no estar a la moda —viré los ojos.

Lolo detuvo sus pasos y me tomó del hombro, apretujándomelo.

—Como sea, dejando atrás la literatura juvenil que está de moda, te diré un secreto, ¿va? Pero no volveré a mencionarlo ni afirmarlo de nuevo así que, ¡escucha atentamente! —me ordenó.

Yo asentí con la cabeza aceptando y me dispuse a prestarle entera atención. Pero antes de que Lolo lograra terminar una sílaba, se interrumpió a sí mismo y balbuceó, entrecortando sus palabras para después callar abruptamente, inseguro sobre si debía continuar o no, con lo que planeaba comunicarme...

Resoplé preguntándome por qué se detenía, ¡vamos! ¿Qué podía ser tan malo? Así que le animé, ya que sentía mucha curiosidad al respecto. 

Resignado ante mi insistencia, Lolo soltó un profundo suspiro, y sin más me lo susurró al oído, antes de que decidiera volverme fastidioso, o me empeñara en sacarle toda la sopa con métodos de tortura.

—No necesitas ser un vampiro, porque para mis ojos, eres el chico más guapo... ¡Qué decir del mundo! ¡De todo el universo! —terminó enfatizando y extendiendo los brazos.

— ¿En serio? Yo, ¿el chico más guapo? —escudriñé escéptico y me rasqué el cabello incrédulo, torciendo levemente la boca.

—Sí, ¡por mi vida que es verdad! Eres perfecto para mis ojos, tal y como eres —reafirmó.

Y entonces, extrañamente comenzó a alabarme con las manos, como si fuera algo parecido a la realeza. Esta acción subió mi recaído autoestima y engreídamente, me golpeé la barbilla sintiéndome ya un galán de primera.

De esa manera, Lolo continuó por varios minutos con sus halagos que me hacían sentir algo extraño, cuando de pronto, el aire sopló con tal fuerza que el gorro se me vino abajo y sacudió las cabelleras de ambos. Y me froté con insistencia los ojos cuando el viento me los hubo ensuciado e irritado.

De pronto, una bella voz de mujer musitó mi nombre...

Ángel... Ángel... Ángel...

Repitió en cántico celestial.

Miré al alrededor, buscando a quién me llamaba con esa voz que parecía provenir de todos lados, que me rodeaba y me envolvía, y me canturreaba canciones de amor.

Giré sobre mí mismo, ya hipnotizado por esa aria endulzante, cuando de pronto la vi aparecer, a esa chica, al otro lado de la calle.

Era Carla, vestida de blanco y con el cabello suelto, que danzaba con los movimientos del aire.

Me sonrió y yo también.

—Eres muy guapo, eres muy guapo —coreó.

Mis mejillas se tiñeron de rubor y mis hombros se encogieron.

Con movimientos pausados de su mano, ella me sedujo a que me acercara.

Atraído, en cuanto di el primer paso hacia ella, una masa oscura y amorfa, salió detrás del arbusto donde se encontraba Carla. Figuraba a un perro callejero, eso, hasta que la bestia salvaje salió a la luz y dejó ver su gris pelaje.

Entonces aulló a la luna llena: Auuuuuu

— ¡Es un lobo!—gritó aterrorizado Lolo.

Babeante, la fiera caminó cautelosamente alrededor de Carla, acechándola, esperando el momento perfecto para atacar.

¡Yo debía rescatarla! Pero, ¿qué podía hacer? Alguien como yo, nada.

Aun así... me planteé intentar hacer algo. ¡Se trataba de mi amada! ¡Por quien daría mi vida sin pensarlo!

—Yo te salvaré, pero no te muevas —intenté tranquilizar a Carla que temblaba desprotegida.

El lobo reaccionó al unísono de mi voz y pasó a mirarme a mí, con esos ojos feroces y profundos.

Me paralicé ante su mirada.

Atraído, lentamente movió sus patas grises hacia mí, sin apartar aquella mirada tan...

—¡¡Huye!! —me jaló del brazo Lolo y me hizo reaccionar.

Comencé a correr, con todo el esfuerzo que mi cuerpo pudo ofrecer.

El suelo estaba húmedo y mis pasos resbalaban. La neblina apenas me ayudaba a distinguir adónde me dirigía, por lo que confié en la orientación de mi amigo y seguí su reverso, a trompicones.

Escuché claramente los jadeos hambrientos del depredador a mis espaldas. Corrí desesperadamente para huir de sus afiladas garras, pero inevitablemente mi velocidad disminuía a cada paso. Para mi desgracia, nunca fui un buen atleta. De vez en cuando el entrenador nos ordenaba correr por toda la cancha antes de un partido y todavía no recorría la mitad, cuando ya me había lastimado un tobillo o había sido víctima de un ataque de asma.

“Es el fin”, pensé, al sentir mis pies cansados y pesados. Lo que me reconfortaba de tal infortunada situación, era que de menos no iba a morir de viejo con cáncer en la próstata, y tendría mi momento de fama en los noticieros -de los cuales esperaba, que pasaran una buena foto mía, aunque no sé si posea una lo suficientemente decente-, y que la gente se conmocionaría por mi desgracia. Pero lo que realmente hubiera querido hacer antes de ver terminados mis días de juventud de tan lamentable manera, era comerme un pastel de chocolate, ¡uno completo solo para mí! No como en los cumpleaños, que obligadamente tenía que compartirlo con los invitados.

Pero sobre todo, y más que nada en el mundo, hubiera deseado poder vivir mi historia de amor... Amar a alguien, y que me amara de la misma manera.

Y mientras escapaba y al mismo tiempo pensaba en mi célebre muerte y en que no amaría a nadie, y también en ese delicioso pastel solo para mí que no comería, de pronto, la pierna de Lolo cayó en una alcantarilla rota y quedó atrapado en ella.

Cuando menos me di cuenta ya lo había dejado atrás...

Frené al oír su grito de auxilio. Volteé pausadamente, temeroso de ser testigo de su sangrienta muerte.

Vi al lobo correr velozmente hacia mi amigo...

Me puse las manos en la boca, horrorizado, temiendo lo peor, cuando extrañamente el animal lo esquivó, saltando sobre él, como si Lolo sólo se tratara de un obstáculo obstruyendo su camino.

Me quedé descolocado, sin comprenderlo.

Y entonces...

El lobo vino hacia mí...

— ¡¿Pero qué?! —exclamé.

Corrí de nuevo, con ironía.

No sé, pero algo me decía que ese mamífero sólo quería comerme a mí, que era yo, su principal objetivo.

— ¡Auxilio! —grité mientras huía desesperadamente.

Di vuelta en la esquina de la calle "Ilustres" y me topé de frente con un grupo de adolescentes. Me abrí camino entre ellos y seguí escapando.

—¡¡Huyan!! —les advertí gritando y sin dejar de correr.

Miré a mi revés, sobre mi hombro, y por segunda ocasión fui testigo, de cómo el depredador evadía a los demás y continuaba buscándome a mí y sólo a mí.

¿Era yo su presa principal?

Entonces pasé cerca de un callejón. Me detuve en cuanto lo vi.

En medio de esa amenazante oscuridad di mis primeros pasos, sumergiéndome en ella...

¿Pero qué estaba haciendo? ¡Sabía perfectamente que no había salida!

...y seguí caminando, pasando un pestilente contenedor de basura...

¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué me voy guiando por este camino tan estrecho?

...unas ratas salieron de unas bolsas negras y se cruzaron entre mis pies, las esquivé echando un brinco y comencé a correr, adentrándome más en ese camino mortal, en esa trampa...

¡¿Por qué mis pasos se dirigen a una senda cerrada?!

...Mi pantalón se salpicó al pisar un charco de agua estancada y tropecé con una botella que tintineó...

¡Pero yo mismo me estoy acorralando! ¿Por qué mis piernas no me obedecen? ¡Es como si estuviera haciendo un acto suicida! ¡Cómo si estuviera ofreciéndome voluntariamente al depredador!

Y entre más mi mente decía que no, mis piernas más andaban buscando la muerte..., impulsado por una fuerza ajena a mí...

Llegué al final del baldío. Me detuve frente a un muro de ladrillo. Miré su gran altura. Maldiciendo, golpeé con mi puño su dura textura.

Estaba atrapado.

Entonces escuché detrás, el bramido de la bestia..., que supo erizarme la piel...

No había adónde ir.

Me giré, resignado a mi destino y nos encontramos, frente a frente...

El lobo y yo.

— ¿Es a mí a quién quieres? —le grité.

El cuadrúpedo aulló al tiempo que un rayo partió el cielo, corrió hacia mí y con su peso me arrojó al suelo húmedo.

Quedé atrapado bajo la bestia...

Babeante y violento me acechó. Yo contuve la respiración, mientras mi pecho brincaba violentamente.

Rostro a rostro nos miramos. Nuestros ojos se conectaron, y fue cuando me perdí en su mirada, fiera, asesina, pero a la vez, tan compasiva y extrañamente... hermosa.

Me hipnotizó tanta gentileza en sus ojos, que olvidé por unos instantes que pertenecían a una bestia, y hasta creí, que ser devorado por él, era una caridad que el lobo estaba accionando por mi insignificante existencia en esta vida.

Lanzó un feroz gruñido que me hizo volver al miedo y aprecié, los filosos colmillos que traspasarían mi carne y embriagarían a mí ser, de un dolor insoportable. Y entonces, mi vida terminaría ahí y de esa manera.

Antes, afortunadamente pude sentir cómo una fría llovizna cayó de pronto, envolviendo todo mi cuerpo, refrescándolo, y a la vez calando cruelmente mis huesos, como mil cuchillas penetrando toda mi piel.

Resignado cerré los ojos, sintiendo las gotas acariciar mi rostro y esperé mi fin...

 

—¡¡Ah!! —abriendo los ojos, grité desde la alfombra.

— ¡¿Qué pasa?! —exaltado, Lolo brincó del sofá y cayó encima de mí.

— ¡Apártate que me estás sofocando! —me quejé siendo aplastado por él—. ¡Tu esqueleto pesa demasiado! ¡Cuántas veces tendré que repetírtelo!

Él se levantó con algo de pereza mientras yo le apresuraba con mis manos arrempujando con fuerza su pecho.

— ¿Me podrías decir por qué gritaste como un maniático? —Me preguntó mientras bostezaba y se volvía a recostar en el sillón—. Me has asustado…

Tomé la envoltura de la botana chatarra que estaba vacía y comencé a inhalar.

—Estoy vivo, estoy vivo —repetí histérico.

— ¿Fue un pesadilla? —se talló la cara Lolo, con pesadez, intentando despabilarse un poco.

—Al parecer sí —me tranquilicé y respiré profundo.

—Idiota —se puso de pie rascándose el trasero. Cogió la toalla que estaba tendida en la lámpara del buró y se fue a la ducha.

Minutos después...

—Lolo —intenté llamar su atención mientras se hacía ese peinado de punk tan sofisticado que usa.

—Hmmm —respondió mientras se miraba en el espejo y fruncía el entrecejo.

—Soñé que un lobo me atacaba —dije aún mortificado y me abracé a mí mismo, frotándome los brazos.

Él me miró sobre el reflejo.

— ¿Sabías que hay sueños proféticos?

— ¿Proféticos? ¿Cómo? —escudriñé.

—Sí, que te avisan sobre lo que puede suceder en un futuro cercano —respondió mientras se pinchaba el dedo con las puntas duras de su cabello que lo hacían parecerse a la cresta de un gallo.

— ¡¿Quieres decir que voy a ser devorado por un lobo?! ¡¿Debería yo comerme un pastel de chocolate para mí solo mientras puedo?! ¿Apresurarme a vivir una apasionante historia de amor? —exclamé aterrado.

—Así es —dijo con tono grave—. Mi sexto sentido coincide de forma extraña con tu sueño y lo creo así, que serás atacado por un lobo.

Temblé ante su afirmación, pues sus predicciones siempre han sido certeras y esta, era la más aterradora que jamás me haya dicho.

Antes de entrar en pánico, Lolo no pudo evitar soltar una escandalosa carcajada.

—Sólo bromeo —me confesó entre risas.

Lo miré malhumorado y con las mejillas infladas, mientras se burlaba.

— ¿Es un sueño profético, ah? ¿Sabes que otra cosa soñé? —señalé pícaro.

—Dime —dejó de reír abruptamente y comenzó se rociarse fijador en el pelo.

—Me confesabas un secreto tuyo y muy profundo...

—Qué cosa —abandonó el spray en la cómoda y me miró interesado.

—En mi sueño me decías que me consideras la persona más atractiva, qué decir del mundo, ¡de todo el universo! —Imité y solté una risita—. Dime, ¿Eso también es verdad? ¿Me crees muy guapo? ¿Tan guapo como para ponerte a alabarme como si fuera una deidad?

Lolo balbuceó.

— ¡No todos los sueños son proféticos! ¡Mucho menos los tuyos que son raros y sin sentido! —Vociferó incómodo— ¡Estaba bromeando! ¿Cómo se supone que te encontrarías a un lobo en la calle? ¿Acaso no sabes que vivimos en un punto muy alejado de bosques o montañas? Y lo más imposible, ¿cómo yo te consideraría la persona más atractiva del universo? —Y fingió reír—. Que te creo guapo, ja ja. ¿Acaso crees que soy gay o algo así? Lamento decepcionarte.

—Olvídalo —inflé las mejillas.

—Ya lo olvidé. Ahora, vayámonos de una vez a tu casa —tomó su mochila y caminó a la puerta—. Tu madre ha de estar preocupada.

Lo detuve del brazo, escandalizado.

—Mi madre sabe que pasé la noche en tu casa, ¿cierto? —me mordí las cutículas.

Asintió con la cabeza afirmando, regalándome un suspiro de alivio.

—Y hablando de tu imprudente huida, ¿podrías decirme  adónde fuiste anoche a buscar a Carla? —me miró serio—. Fuiste un idiota, ¿lo sabías? Bueno, siempre lo has sido, pero no sueles cometer ese tipo de estupideces en específico.

Hice una pausa, desviando la mirada y me puse mi chamarra antes de salir, para protegerme así de la lluvia que ya golpeteaba con fuerza las ventanas de la sala de Lolo.

—Cuando supuse que Carla estaba en compañía de alguien como el Lobo, me volví loco y no pensé en lo que hacía, sólo en la manera de evitar que se alejara de él…

Cuando me escuché a mí mismo, me detuve a razonar un poco.

— ¿Y? —Lolo me tentó a que prosiguiera.

— ¡Ya sé por qué soñé un lobo! —vociferé perspicaz.

Lolo se sobresaltó ante mi repentino levantamiento de voz.

— ¿Y por qué? —preguntó y abrió la puerta.

—Verás, ayer escuché tanto la palabra "lobo" en ese antro nocturno que mi subconsciente lo memorizó y...

— ¿Antro nocturno? ¿Tú? —me interrumpió sarcástico y claramente divertido.

—Te diré todo detalle camino a casa —le dije y lo jalé a la calle.

En cuanto salimos de su casa, comencé a contarle exaltadamente a Lolo quién era "el aclamado Lobo", o lo que supuestamente aquellos jóvenes consideraban que era, y que para mí opinión personal, no es más ni menos que una escoria en este mundo. Sí, eso es el Lobo para mí, ¡UNA ESCORIA!

Lolo inició por escucharme interesado, mientras que exaltado, yo hacía imitaciones con las manos y sobreactuaba los gestos embelesados que las chicas tenían en sus rostros cada vez que lo mencionaban, y que por cierto, me molestaban demasiado porque las hacía lucir estúpidas. Y narraba con énfasis, las anécdotas que escuché de todas las barbaridades que el "tipejo" ha cometido, como las bajezas de acostarse con cualquier mujer, usándolas como un objeto sexual que puede desecharse al día siguiente, y sustituirse.

— ¡Aun sabiendo la verdad, las chicas se morían por tener una oportunidad con él! ¡Lo halagaban y hasta lo defendían! ¡¿Acaso están mal del cerebro?! ¡¿Tanto les gusta ese bastardo como para faltarse el respeto a sí mismas?! —exclamaba irritado y desmoralizado.

Lolo miró preocupado mi excedida proclamación de odio ante alguien que no conocía realmente, pero cuando inicié, ya no pude parar de mencionarlo y maldecirlo. Lo hice una y otra vez. Y sin darme cuenta, mi boca se llenó de él.

Mi amigo se sobó la sien en círculos intentando no estresarse mientras escuchaba mis gritos histéricos.

— ¡¿Verdad que el Lobo no merece a una dama como Carla?! ¡Un bastardo como él jamás! —Continué mis encendidas quejas— ¿Entonces por qué ella y todas esas chicas se empeñan en fijarse en él? ¿Por qué? —Tomé de la chamarra a Lolo y lo zangoloteé pidiéndole una explicación desesperada a esa barbaridad.

Llegamos a casa y yo todavía no terminaba de descargar todo mi coraje. Estaba lejos de estarlo. ¡Tenía tanto que decir de ese bastardo!

— ¡En serio te digo amigo! ¡Esas personas están tan obsesionadas con el Lobo, que no dejan de hablar de él! —exclamé—. ¡Sus bocas se contaminan de: Lobo esto, Lobo aquello!

— ¿Como lo estás haciendo tú ahora? —me lanzó una mirada irónica.

— ¿Eh? —me detuve y me cubrí la boca con las manos, escandalizado.

—Tú también comienzas a escucharte como un obsesionado del Lobo. Molestamente todo el camino estuviste hablando de él, tanto, que hasta estuve a punto de callarte de un golpe —levantó su puño y lo estrujó con fuerza.

— ¡Oh por dios! ¡Yo jamás me obsesionaría con alguien así! —inquirí aterrado mientras me jalaba el cabello para intentar inevitablemente no pensar en...

— ¡Bastardo! ¡Eso es lo que es! —grité.

Lolo me dio un dedazo en la frente.

—¡¡Ya iniciaste de nuevo!! —me calló Lolo.

Me quedé absorto ante mi propio comportamiento.

—El Lobo tiene la culpa, posee algo, que obliga a las personas a mencionarlo —intenté justificarme, pero realmente estaba confundido de mi mismo.

—Ya no pienses en él y ve a casa —me ordenó intentando evitar caer también en la histeria.

Exhalé e inhalé, intentando calmar mi arrebatada ira por la persona que... omitiré mencionar a partir de este momento.

—Es sábado, ¿entonces te veo a las seis de la tarde en el partido? —cambié el tema, ¡por fin!

—Ahí nos vemos —se despidió Lolo—. Practicas antes, por favor.

Asentí con la cabeza y entré a casa.

Cualquier chico normal hubiera sido recibido por unos reclamos de mamá, tales como: ¿Dónde estuviste anoche? ¿Por qué no llegaste a dormir? ¿Te estás drogando? ¿Dejaste embarazada a una chica?

Pero se trataba de mí, un inocente joven que si no dormía en su hogar una noche, era porque estaba en la casa de su mejor amigo jugando videojuegos hasta la madrugada. Era el pecado más grave al que podía aspirar alguien como yo.

Aunque esta vez, había sido un poco distinto, pero mamá no logró sospecharlo justamente por lo ya mencionado. Porque yo solía ser un chico bien portado. Casi un mojigato.

Mamá me recibió igual que siempre:

— ¿Cómo está Lolo? —me preguntó desde el sofá, sin mirarme, mientras le cosía la bastilla a uno de mi pantalones.

—Bien —respondí.

Y sin más preámbulos, me dejó marchar a mi habitación.

Lo primero que hice al entrar a mi cuarto -sitio sagrado para ustedes-, fue abrir la cortina y los cristales para esperar ver a mi amada. Sí, el clima estaba fresco, pero decidí arriesgarme a pescar un refriado antes que cerrar la ventana, ya que a través de ella, es como siempre tengo la fortuna de apreciar a Carla.

—La familia Sandoval no está en casa —me avisó mamá cuando me vio asomando la cabeza buscándola con desesperación.

Ella entró a mi habitación con un chocolate caliente en mi tasa favorita con estampados de cerditos y la dejó al pie de mi buró.

—Se fueron temprano, a visitar a sus parientes y regresan hasta el domingo en la noche —informó y se salió inmediatamente.

—Mamá me asusta a veces, es como si supiera lo que estoy pensando —reí con nerviosismo ante la idea—. ¡Pero qué digo! Claro que no, sólo que soy demasiado obvio y porque me conoce bastante bien.

Cogí la taza y le di un sorbo. ¡El chocolate estaba delicioso!

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Lunes por la mañana:

Adormilado bajé las escaleras y me dirigí al sanitario frotándome el cabello. Me acerqué al lavabo bostezando. Me eché agua en la cara y me miré en el espejo cuando...

— ¡Ah! —grité al ver aquella infectada montaña roja y punzante en mi frente.

¡Una espinilla!

Normalmente no cuento con ninguno de esos defectos físicos, como barros, granos o demás, digo, si fuera así, ya sería el colmo para mi desgracia, ¿no?

Pero esta desdichada mañana, esa espinilla decidió aparecer y atormentar mi existencia.

Corrí con mamá, a ver si ella podía hacer algo. Ella preparó una mezcla naturista con ingredientes de cocina, muy extraña en verdad, y la humectó en mí. Dijo que era una receta de la abuela muy efectiva, pero me provocó comezón y una desagradablemente sensación pegajosa.

—No te la toques —me dio un fuerte manotazo cuando estaba a punto de exprimirla.

Bajé las manos adolorido, haciendo un berrinche.

— ¿Hay algo que te esté estresando? —preguntó mamá.

—No, ¿por qué? —fingí demencia.

—Ese tipo de granos te suelen salir por esas razones —respondió—. ¿Estás en etapa de exámenes?

Y lo comprendí repentinamente, al causante de ese horrendo, incómodo e inoportuno grano. Subí a mi habitación, cogí la almohada y suprimí mi grito en su blanda y mullida textura.

¡El horrendo grano se lo debía al Lobo!

Adivinaron, aunque yo intenté no mencionarlo ni pensar en él, el Lobo se ha metido en mi mente con tal fuerza, que inevitablemente invadió mis pensamientos todo este fin de semana, sin proponérmelo y pese a que me esforcé arduamente por ignorarle. Pero me fue inevitable: Su sola existencia me ocasionó estrés y ansiedad. Había pasado los días anteriores mirando el volante e intentando entender la vida de Adrián, la vida de aquella célebre estrella porno, de ese sucio pecador, chico playboy; de sus pecados carnales, y sus demasías.

Y no, no tenían justificación para mí y ni perdón alguno…

Lo observé y no pude ver más en él -basándome en mi criterio-, que a una persona vacía, que lo único que poseía, era apariencia, sólo apariencia.  Aunque… seguía inquietándome la naturaleza de su persona. Había cosas, de las que no estaba realmente seguro en lo que a él se refería.

Clavé concienzudamente mi mirada en el volante.

¿Qué será lo que habitaba en la mente y corazón de una persona así, tan apuesta? ¿Está realmente hueco por dentro?

Solía preguntármelo constantemente.

Ser tan perfecto físicamente, ¿lo hacía ser así de superficial? Ese tipo de personas que se guían sólo por el deseo, ¿en verdad no creían en el amor? Pero sobre todo, ese tipo de personas, ¿serán capaces de amar sinceramente, al menos una vez en sus vidas?

 

*~~~*~~~*~~~*

 

A medio día, salí de casa directo a la preparatoria, ocultando celosamente mi grano bajo mi gorro de lana. No quería que nadie lo viera y por primera vez, me alegré de ser invisible para los demás. Me subí al bus, había unos compañeros de mi clase en los asientos delanteros conversando cosas graciosas. Yo me pasé de largo sin saludarlos, pues sabía de antemano que ellos tampoco lo harían.

En eso...

— ¡Oye, Rojas! —me llamaron.

— ¿Sí? —me regresé extrañado, quizá no me hablaron a mí.

— ¿Qué es eso en tu frente? ¿Es un grano? —preguntaron asqueados.

Sí, me hablaban a mí, desafortunadamente. No respondí, y cabizbajo me fui a los asientos traseros mientras ellos rompían en carcajadas.

La primera vez que me hablan, ¿y es para eso? Y por si fuera poco, llegué a la escuela y todos me saludaron de la misma forma:

— ¡Hola Ángel, bonito tu grano!

¿Por qué el destino se empeña en ridiculizarme? ¿Por qué?

Tan rápido como pude entré al salón y me senté en donde los perezosos fingen tomar apuntes: el último asiento de la última fila, intentando esconder rotundamente mi grano de los burlescos.

Lolo entró al aula en ese momento, con actitud despreocupada.

— ¿Qué haces sentado ahí? —indagó extrañado—. Sabes perfectamente que esos asientos son ocupados por los rudos del salón, ¿quieres que te paren de un golpazo?

— ¿Y por qué deberían? —inflé las mejillas.

—Porque pueden y porque son unos bárbaros salvajes, y tú un blanco fácil.

— ¿No quieres acompañarme? —inquirí y le señalé un asiento cerca del mío.

Lolo se negó y tomó el asiento acostumbrado, junto a la ventana.

Se asomó a través de ella y exclamó:

—Hoy ensayan las porristas —sonrió—. Además, ese sitio apesta a orines.

Discretamente, comencé a olfatear mi alrededor...

Mala idea. Cubrí mi nariz con las manos al instante, asqueado.

Intenté huir y cambiarme de pupitre, pero en cuanto el profesor auxiliar que suplantaría a la maestra de física por unos días entró al aula, todas las bancas fueron ocupadas rápidamente antes de que ejecutara un movimiento.

Mareado por el olor, me digné a escuchar la presentación de aquel maestro que lucía atemorizante desde el asiento apestoso a orines.

—Mi nombre es Paul Robles, tengo treinta y siete años, soy maestro de Física y mi meta es abrir un local para vender mis arreglos florales —se presentó.

Algunos rieron con discreción al escuchar su meta nada varonil.

— ¡Tú! —Me señaló de pronto y todos callaron de topetazo—. ¡El del grano!

Escuché murmullos burlescos.

— ¡Presente! —me puse de pie rígidamente.

— ¡Nombre, edad, ocupación y meta! —ordenó.

Nervioso me sobé las piernas. Bajé la cabeza y hablé entrecortado:

—Mi nombre es Ángel Rojas, tengo dieciocho años, soy estudiante, o eso intento, y mi meta es seguir los pasos de mi papá, ya que anhelo ser un gran jugador de futbol.

— ¿Tu padre se dedica a ese deporte? ¿Está en algún equipo profesional? —Preguntó interesado—. ¿De casualidad no es un jugador de los Leopardos?

Sentí la mirada de Lolo, preocupado de mi reacción ante su pregunta.

Me puse serio repentinamente.

— ¿Lo está o no? —insistió el maestro.

—Mi padre murió hace años —respondí acongojado—. Quizá solo fue un aficionado a ese deporte, pero para mí, es uno de los mejores jugadores que conozco.

El maestro carraspeó la garganta y dejándome tomar asiento prosiguió con otro compañero.

— ¿Y de qué murió tu papá? —me codeó el chico rudo de mi lado derecho.

Decaído, le ignoré. No era algo que me gustara mencionar en una plática casual, y mucho menos, para gente morbosa que gusta de burlarse de la desgracia ajena.

 

La hora del receso llegó. Caminaba cabizbajo por el patio, sumamente deprimido. Al maestro le apeteció sacar el tema de mi padre y me lastimaba mucho recordar su muerte y el hecho de que ya no esté a mi lado. Lolo me palmeó la espalda como un gesto de apoyo y confortación.

— ¡Ánimo! —me frotó.

Yo lancé un suspiro melancólico al aire. Entonces Lolo se esculcó los bolsillos y me enseñó las monedas en su mano.

—Tengo dinero para comprarte una barra de chocolate, ¿la quieres? —me manipuló.

En cuanto escuché la palabra "chocolate", mi rostro se iluminó automáticamente. Yo sonreí y retocé de alegría. Lolo me miró irónico.

— ¿Sabías que eres peor que un niño? ¡Siempre logro contentarte como a uno de preescolar! ¡Eres tan predecible! ¡Tan fácil de satisfacer!

Tomé a Lolo de la muñeca y me lo lleve corriendo al puesto de golosinas.

—Te prostituirías por chocolates —dijo, con convicción.

 

DÍA MIERCOLES

Me levanté energético, me miré en el espejo y mi horrendo grano había desaparecido por completo.

— ¡Gracias extraña y asquerosa mezcla de mamá! —vociferé.

Gracias también a la limpieza y los cuidados que tuve.

Me metí a la ducha y me eché un concierto de rock en la regadera.

¿Por qué estaba tan entusiasta? Esperaba mucho de este día.

Apenas era la una de la tarde, cuando ya me estaba vistiendo.

Hubiera querido usar un pantalón corto y una playera fresca para el paseo, pero el día estaba nublado y alguien con una salud tan propensa como la mía, no podía andar sin abrigo en un clima así.

Buscaba una chamarra en mi guardarropa cuando Lolo entró a mi habitación sin previo aviso.

— ¿Ya estás listo? —me preguntó y aventó su mochila a la cama.

—Solo me falta encontrar un abrigo, mamá ya está preparándome comida en la lonchera —le informé mientras me perdía entre la prendas rebuscando.

—Deja ya eso que te voy a prestar un abrigo que no te lo querrás quitar después, y que se convertirá definitivamente en tu segunda piel —Avisó.

¿Lolo estaba alucinando? ¿A qué se refería?

Y cogiendo su mochila, sacó la súper padrísima chamarra de Mario Bros que compró en la convención pasada de Comics. Entonces se hizo coherente su comentario.

Hipnotizado, me dirigí a la prenda.

— ¿Estás seguro? —interrogué a Lolo mientras acariciaba detenida y cuidadosamente con mis manos el dibujo estampado que era un arte para mis ojos.

—Solo es un préstamo, que te quede claro —me advirtió antes de soltarla.

—Como digas —me apresuré y se la arrebaté para ponérmela inmediatamente.

Bajé a la sala con una sonrisa de oreja a oreja, presumiendo mi suéter, digo, el suéter de Lolo.

Mamá me dio la lonchera y el celular con la batería cargada.

—Úsalo para una emergencia —me ordenó—. Así que no te gastes la batería jugando con él.

Hice un puchero y luego cogí el celular nada moderno que mamá me heredó el año pasado. En un principio lo había comprado para ella, pero se le hizo demasiada tecnología y optó por dármelo a mí, lo cual es gracioso, pues es un celular de modelo simple y anticuado. ¡Qué daría yo por tener un celular con cámara de menos!, pero no me quejo, porque aún así, me divierte mucho "esa cosa", ya que tiene el entretenido y clásico juego de la viborita que traga puntos y eso, me mantiene la mente ocupada por horas.

Antes de irme, corrí a la habitación de mamá y hurté a escondidas el reloj de papá, me lo puse en la muñequera izquierda y lo escondí bajo la larga manga del padrísimo suéter de Mario Bros. Me enredé la bufanda al cuello, cogí mi mochila y Salí de casa junto con Lolo.

Estaba muy entusiasmado por el paseo escolar que tendríamos hoy.

La verdad, no me llamaba tanto la atención ir a un aburrido museo a tomar apuntes históricos, pero lo que hacía un paseo interesante, era que el grupo de Carla también iría a la excursión, y definitivamente buscaría la manera de acercarme a ella. Buscaría, que por fin pasara algo significativo entre los dos.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Llegamos a la entrada de la preparatoria, que era el punto de reunión. Afuera, estaba el bus que nos llevaría al museo y mis compañeros ya estaban abordando. Lolo y yo corrimos a formarnos. El maestro de historia estaba revisando nuestro equipaje al subir. Nos miró a ambos con ironía cuando esculcó a fondo la mochila de Lolo.

—Y un balón, ¿cómo para que lo quieren?

—Nos darán receso, ¿no?—respondí.

—Sí, pero ahí no habrá canchas, jóvenes deportistas —finalizó y palmeando nuestras espaldas nos apresuró a subir.

—Elijo la ventana —corrí y aparté mi lugar.

—Me da igual —resopló Lolo y tomó asiento a mi lado.

Inmediatamente, Lolo sacó unas frituras de queso.

—No vi al grupo de Carla —dije mientras husmeaba por la ventana, desesperado.

—Nosotros ya vamos muy retardados, supongo que Carla y su grupo ya han de ir en camino —informó Lolo con la boca ya anaranjada por las frituras.

Resoplé.

Hicimos media hora de camino para llegar al museo histórico.

Antes de entrar al enorme sitio con paredes talladas de piedra y mármol, el maestro recogió nuestras mochilas y sólo nos dejó conservar nuestra libreta de apuntes y un bolígrafo.

Ingresamos a la primera sala ordenadamente en fila. Ahí eran exhibidos cronológicamente piezas pertenecientes a la colección de armas históricas del heroico colegio militar de nuestra nación.

Y en medio de mi aburrimiento, divisé a Carla y su grupo que se incorporaban a la sala contigua.

Le susurré a Lolo en el oído de que Carla estaba al principio de la hilera, y la señalé discretamente con el dedo índice. Ella miraba atenta las piezas y hacía sus apuntes -lo que yo debería estar haciendo-. La línea de estudiantes fue recorriéndose y entonces Carla entró a la siguiente sala y la perdí de vista.

—¡Maldición! —exclamé.

—Shhh —me calló el maestro y me dio un zape—. Escuche la información y haga sus anotaciones correspondientes.

Después de un tedioso recorrido histórico y de escribir forzadamente apuntes sin sentido que hice en las páginas de mi libreta adjunto a unos cuantos dibujos trazados con el esfuerzo de un niño de preescolar, por fin llegó un reconfortante receso de intermedio.

El maestro nos regresó las mochilas y nos dirigió a un amplio patio del museo.

Lolo y yo nos sentamos a la orilla de una fuente. Mientras que Lolo devoraba su torta, inquieto yo alargaba mi cuello buscando a Carla entre los estudiantes.

—Come, que no tenemos mucho tiempo —aconsejó Lolo con la boca atascada de comida.

— ¡Ahí está ella! —exclamé de pronto.

Carla estaba tendida en el césped conversando con sus dos mejores amigas, que también eran guapas. Pero Lolo no parecía interesado en ninguna de ellas. En ningún ser vivo, si debo ser exacto.

 Contemplé anonadado a Carla.

— ¿Crees que la incomode si voy a saludarla casualmente? —me mordí las uñas.

—Come —insistió Lolo—. Luego la acosas.

—Está bien —aparté la mirada de ella, resignado.

Resoplé y saqué mi lonchera.

— ¿Vegetales? ¡Qué asco! —me quejé e inmediatamente le puse la tapa de nuevo.

—Si comieras sanamente, estoy seguro que rendirías mejor en los entrenamientos físicos —señaló—. Por lo menos intenta probarlos.

—Anda cómelos tú, que tu rendimiento físico también es fatal —le ofrecí el recipiente.

—No gracias, detesto lo vegetales —se erizó con verlos.

— ¿Ahora me entiendes? —me quejé.

Veinte minutos después, el receso terminó y todos los estudiantes guardaron sus recipientes y ante las indicaciones del profesor, nos alineamos nuevamente para continuar el recorrido por el museo.

Durante la segunda y última etapa del paseo, vi piezas que representaban algunos periodos relevantes de nuestra historia, como la guerra civil, y demás etapas aburridas de nuestra patria. Luego nos dirigimos a una sala de arte, donde había pinturas interesantes que expresaban guerra y muerte; la belleza y la crueldad humana combinadas. Y por último, pasamos a una exposición especial, donde había algunas "capturas" en cuadros de esculturas famosas de todo el mundo. Entre ellas había una muy peculiar que llamó mi atención.

Sé que todos mis compañeros hubieran empezado con comentarios pervertidos, como cuando lo hacen cada vez que se presenta una situación bochornosa, pero en este caso, se sintieron cohibidos, ya que no se trataba de una mujer desnuda en el cuadro como en las anteriores representaciones. Esta vez era un hombre...

—Esta es una captura de la popular estatua de David en Roma —-me dijo Lolo.

—No sabías que fueras un especialista en el tema —dije asombrado.

—Lo Leí en la inscripción —señaló.

—Su cuerpo es perfecto —exclamé estupefacto al rozar la textura de la imagen—. Qué envidia...

En realidad era una figura exquisita, que con toda su expresión, reflejaba la perfección física en un hombre. Pero no dejaba de tratarse de una figura varonil, por lo que pudoroso, desvié la mirada.

—Me siento un poco incómodo el ver un chico desnudo. Raro ¿no? —señalé—. Es la primera vez que veo algo así.

—Es sólo una escultura tonto —se burló Lolo y me dio un zape—. ¿No te ves a ti mismo continuamente desnudo en el espejo o qué?

—No es lo mismo, ¡además no lo hago! —renegué.

—Si tú lo dices —viró los ojos.

Y seguimos avanzando.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

El recorrido terminó a las cinco de la tarde. Hartos y sin energías, los estudiantes salimos del museo y nos dirigimos al estacionamiento donde se encontraba esperándonos el trasporte. La mayoría de nuestros compañeros ya habían arribado y se acomodaban en sus respectivos asientos. Resoplé, ¡todo había sido tan aburrido! Y no pude acercarme a Carla para decirle "hola" de menos.

Nada interesante había pasado. Ni un avance provechoso en nuestra relación que todavía puede considerarse como simplemente “conocidos”.

—Vamos —me apresuró Lolo.

—Pero... —me detuve y volteé para atrás—. Carla se ha retrasado y quisiera esperarla.

Entonces la vi a ella y a su amiga pelirroja con sus bolsos colgados del brazo, andando apresuradamente hacia el lado opuesto al autobús.

— ¡Camina! —Me ordenó mi amigo por segunda vez y me jaló del abrigo—. Estoy cansado y harto de este lugar. Sólo quiero volver a casa a matar mis neuronas con basura televisiva.

—Pero... ¿adónde cree que va Carla? —inquirí confundido.

Lolo volteó hacia atrás para mirar.

—No sé, ¿quizá al baño?—Intentó adivinar—. ¡Andando!

—Iré tras ella —me zafé del agarre de mi amigo y corrí en dirección a Carla.

— ¡Ángel!.. —Intentó detenerme—...No tardes —se rindió cuando lo vio inevitable.

Seguí a Carla y a su amiga discretamente, ellas se detuvieron frente al profesor que apagaba el cigarrillo con su zapato y hablaron con él.

Yo me acerqué lentamente y me escondí detrás de una maceta para intentar oír algo de lo que decían.

— ¿Sus padres están enterados? —escuché preguntar al maestro.

Ellas asentaron con la cabeza.

Miré entre las hojas de la planta cómo el maestro resopló y se talló la cara.

—Está bien, pueden irse —se rindió.

Alegres, le agradecieron y se fueron apresuradamente por un camino opuesto a casa.

— ¡Profesor! —salté desde mi escondite, me tropecé y caí de bruces.

— ¿Ángel? ¿Qué hacías allí escondido? ¡Vamos, sube al camión! —Me ordenó.

Me levanté del suelo y me sacudí las rodillas.

—Pero, ¿y Carla y su amiga? ¿Nos iremos sin ellas? —interrogué confundido.

—Ellas no regresaran con nosotros, tienen asuntos personales que atender, así que apúrate y ve al autobús con tus demás compañeros —me dio un empujón y un zape.

Caminé algunos pasos resignado, sin dejar de voltear hacia el rumbo que Carla tomó. Su repentina huida me era muy sospechosa.

Entonces me sentí muy intranquilo e incapaz de irme y dejarlo así...

—Yo también tengo asuntos que atender —me volví y corrí hacia mi amada.

— ¡¿Adónde demonios vas?! ¡Vuelve! —escuché al profesor gritarme detrás.

Sabía que estaría en problemas cuando volviera a casa, o al instituto, pero en esos momentos no pensé en las consecuencias de mis actos.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Me sentí como todo un acosador mientras seguía los apresurados pasos de Carla entre las calles de la cuidad, apartando a la gente para no perder su rastro. Quizá no era correcto seguirla, pero algo en mi atormentado corazón me decía, que Carla iba a encontrarse con ese tipo, con el Lobo...

Me calaba el pecho de tan sólo pensar en esa posibilidad. Y debía estar seguro si ellos dos andaban.

Caminé varias cuadras escondiéndome y camuflándome entre las personas y los puestos, hasta que Carla y su amiga entraron a una plaza comercial en donde se escuchaba una agradable música de jazz. Ingresé deprisa y al primer paso me resbalé con el perfecto encerado del piso de aquel lugar.

— ¿Se encuentra bien joven? —me tendió la mano un señor regordete y de bigote que pasaba cerca.

Curiosa, la amiga de Carla volteó para atrás ante tal estropicio. Y para evitar que me viera cualquiera de las dos chicas, aterrado, me cubrí la cara con lo primero que encontré a la mano, y que fue la falda larga de la esposa de aquel señor…

— ¡Suelta la falda de mi mujer joven pervertido! —molesto, el señor me dio manotazos, y ella, cubrió sus enrojecidas mejillas mientras el marido la llevaba apresurado del brazo, alejándola de mí como si fuera un peligro sexual andante.

«Sí, es una locura lo que estoy haciendo». Me dije a mi mismo mientras me levantaba del suelo.

Observé que Carla se perdía entre las tiendas, y sin malgastar más tiempo, seguí tras ella.

«Sí y es una locura que estoy dispuesto a terminar».

Después de dar varias vueltas por el lugar, y quedarme estancado por más de media hora afuera de una zapatería, tomé asiento frente a la fuente de sodas y me di un respiro, mientras que Carla entraba esta vez a unos baños públicos. Ahora comprendía por qué los chicos odiaban acompañar a sus novias de compras... ¡Se habían probado más de treinta pares de calzado y no compraron ninguno!

Por si fuera poco, esperé otros treinta interminables minutos mientras intentaba descifrar el misterio de “por qué las mujeres siempre se demoraban tanto en el sanitario”, cuando Carla y su amiga salieron completamente transformadas de ellos. Vestían de forma distinta e iban exageradamente maquilladas. Llevaban pantimedias, tacones, vestido de tirantes y el cabello suelto y húmedo. Ellas se dirigieron glamurosas hacia las bancas y con la pierna cruzada esperaron sentadas allí.

Sigiloso, tomé asiento en una banca situada a sus espaldas, arriesgándome a que me vieran con el reflejo de sus espejos con los que se retocaban los labiales rojos.

— ¿A las seis? ¿Te dijo que estarían aquí a las seis? —escuché hablar a la amiga pelirroja de Carla.

—Sí, eso me dijo —le respondió ella sonriente.

Yo miré el reloj de papá en mi muñequera: 18:06

Esperé con ellas, preguntándome adónde irían vestidas así y con quiénes, aunque en sí, ya lo sabía realmente, pero necesitaba verlo con mis propios ojos y despejar cualquier duda por más pequeña e insignificante que esta fuera.

18:41

Pasaban de las seis de la tarde y las chicas ya estaban algo ansiosas.

—Perdona que deba decirte esto, ¿pero Adrián no te habrá dejado plantada, amiga? —inquirió de pronto la chica.

¿Había escuchado el nombre de Adrián? ¡Supe desde un principio que mi amada tendría una cita con el tal Lobo!

Volteé discretamente hacia atrás y vi a Carla bajar la cabeza ante el comentario, deprimida.

¡También sabía que era un tipo de lo peor! ¿Cómo se atrevía a dejar esperando a alguien como Carla? ¿Estaba mal de la cabeza?

En eso sonó un celular.

Bip... bip... bip...

Carla esculcó apresurada su bolso.

— ¡Es Adrián! —anunció alegre al ver la pantalla.

— ¿Qué esperas? ¡Contesta! —brincó emocionada su amiga.

— ¿Aló…?  —Atendió tímida la llamada—. Sí, mi amiga y yo ya estamos aquí...

Mi corazón se partió al escuchar su voz contenida por la emoción.

Definitivamente tendrían una cita, y ella estaba deseándolo con desesperación.

—Claro, entiendo, no te preocupes —seguía Carla pegada al dispositivo—...tu proposición suena interesante —emitió una risita—. Bueno, al rato nos vemos...

¿Con qué palabras le había endulzado el oído? Detrás de la banca, estaba que me retorcía de celos.

Y la rubia colgó al fin. Su amiga la zangoloteó, insistiendo a que le platicara de una vez a detalle todo lo que le dijo.

Carla suspiró profundamente antes de iniciar:

—Adrián me dijo que no podrá llegar —comentó. Su amiga cruzó los brazos, molesta e indignada— ¡Pero! —Hizo énfasis—, me dijo que le agradaría mucho que fuéramos a verlo a su show de esta noche —exclamó alegre.

Ambas gritaron emocionadas y se abrazaron.

— ¡Siempre quise asistir a unos de sus shows!

— ¡No más que yo!

¿Qué era lo que estaba escuchando? ¿Carla asistiría a ese tipo de eventos? ¿Y le emocionaba hacerlo?

Me quedé ensimismado, en verdad que Adrián estaba jalando a una dama como Carla a su mundo indecente. ¿Cómo se atrevía el idiota de invitarla a un lugar así? Y lo peor del caso, ¿cómo Carla aceptó ir?

—Pero el show empieza hasta la media noche, ¿no? ¿Qué haremos antes de que sea la hora? ¡Apenas va a ser las siete de la tarde! —exclamó la acompañante de Carla.

—Hmmm —caviló la rubia.

Yo tenía una buena solución: “Evitar ir a ese vulgar sitio y volver a casa”. Pero me guardé la opinión para mí mismo, ya que si me atreviera a exponer la recomendación razonable a la que había llegado y que era lo mejor para ellas, me abuchearían o apedrearían.

No me faltaban ganas de decírselas, pero ellas encontraron prontamente una solución.

—Ahora recuerdo que tengo amigos que trabajan cerca de aquí y ya van a terminar su turno, ¿qué tal si vamos a beber algo con ellos mientras se hace la hora? —Señaló Carla— sirve que tengo tiempo para pensar una excusa para darle a mis padres.

—Es una estupenda idea —le guiño el ojo su amiga—. Y puedes decirles a tus padres que te quedarás en mi casa trabajando en proyecto escolar.

Se pusieron de pie inmediatamente y cogieron sus bolsos.

Ellas ya tenían resuelto su destino. Pero, ¿y yo?

¿Debí de haber vuelto a casa en ese momento?

Ahora menos debía hacerlo, pues ya estaba confirmado que Carla se encontraría con él...

 

Y me quedé contemplando desde el otro lado de la calle, cómo Carla, su amiga y dos chicos entraban a un local por malteadas.

Me senté en el parque frente al local de bebidas y esperé como perro en el frío. Lo bueno era que tenía mi hermoso y cálido abrigo de Mario Bros cubriéndome, y el juego de culebrita en el celular, que me puse a usar para matar el tiempo.

— ¡Romperé mi record, romperé mi record! —exclamé jubiloso frente a la pantalla del celular mientras movía talentosamente mis pulgares sobre los botones.

Y de pronto, una llamada entrante interrumpió y se llevó mi gloria.

— ¿Lolo? ¿Cómo se te ocurre llamarme cuando llevaba más de tres mil puntos adquiridos en el juego? —me quejé.

—Siento interrumpir tu juego pero... ¡es una emergencia! —exclamó desde el otro lado de la línea.

— ¿Qué sucede? —pregunté alarmado.

— ¡Tu madre te está buscando como una loca desquiciada! ¡Eso es lo que pasa! —manifestó.

— ¿No cree que estoy en tu casa jugando videojuegos, como siempre? —pregunté.

— ¡No, porque yo estoy en la tuya! —aclaró—. ¡Me tiene como rehén, dice que no me dejará ir hasta que aparezcas! ¡En estos momentos te llamo a escondidas desde tu baño! ¡Ha tomado la podadora del jardín y amenazó con cortarme los dedos de las manos, uno a uno, si no hablaba!

—¿Qué debería hacer? —me mordí las uñas sintiéndome atrapado.

—¿Qué deberías hacer? ¡Regresar ahora mismo! ¡Eso deberías hacer! —respondió histérico.

—No puedo —resoplé.

—¡¡¿Qué?!! —gritó, mientras yo apartaba mi oído de la bocina para evitar quedar sordo—. ¡¿Por qué diablos no puedes?!

—Carla se va a encontrar con el Lobo —respondí serio, más serio de lo que yo solía ser.

— ¡¿Y?!

— ¡Qué no puedo dejarla en compañía de alguien así! —exclamé.

— ¿Y qué harás tú? ¿Eh, Ángel? ¿Te quedarás viendo como coquetean para hacerte sufrir? ¡Porque es lo único que podrás hacer! ¡Sólo mirar!

— ¿Eh?

Lolo me puso a pensar aquello que no me había pasado por la mente hasta ahora.

¿Qué cosa iba a hacer para evitar que Carla tratara con alguien como él? ¿Iba a quedarme mirando nada más mi desgracia? ¿O estaba dispuesto a interferir de algún modo?

— ¿Por qué no regresas y dejas que Carla haga lo que quiera con su vida? —me aconsejó Lolo.

— ¡Con alguien como él nunca! —bufé.

—Pero si a ella le gusta...no puedes hacer nada.

—Le gusta porque quizá se deja llevar por la apariencia y porque desconoce el tipo de persona con la que está tratando —Entonces llegó a mi mente una buena solución, como un rayo iluminador— ¡Eso es lo que haré al respecto! ¡Le diré todo lo que sé del Lobo! ¡Y cuando Carla sepa que es un mujeriego y un jugador, ya no se reunirá con él esta noche y ninguna otra! —exclamé perspicaz.

Lolo suspiró desde el otro lado de la línea.

— ¿No crees que si haces eso te arriesgarás a que Carla sepa de tus sentimientos y de tus acosos? —me advirtió.

Me helé al pensar en ese riesgo.

Sabría que la seguí hasta aquí y...

— ¿Y tampoco has pensado en que aquel chico podría golpearte?

Me encogí de hombros, temeroso.

Sin embargo…

—No tengo alternativa —mis labios temblaron al hablar—. Cualquier cosa antes que arrojarla a los brazos de ese tipo.

Y decidido colgué.

¿Acaso había llegado el tiempo en que Carla supiera lo que mi corazón siente por ella? ¿De esta manera sucederían las cosas?

Temblé.

Miré hacia la calle, al otro lado de la acera, Carla seguía ahí, sentada en una mesilla,  a un lado del ventanal charlando y bebiendo malteada de fresa con sus amigos.

 Desvié la mirada. Unos niños pasaron en ese momento frente a la banca en donde me encontraba, con unas paletas de caramelo en las manos y a los que su madre los llamó para irse a casa, ya que la noche estaba cayendo.

Entonces vi a un metro de mí, a un señor con un pajarillo dentro de una jaula.

—¡Descubra su destino en el amor! ¡Descubra su destino en el amor! —vociferaba a la gente que pupulaba y que la mayoría, pasaba de filo y lo ignoraba.

Me acerqué interesado hasta donde él estaba instalado. Al fin y al cabo, tenía que matar el tiempo en algo.

El hombre me miró y sonrió.

—Mi ave es mágica, sabe predecir con exactitud lo que te espera en los diferentes aspectos de la vida —señaló—. Puedes averiguar lo que tú quieras y con tan sólo un par de monedas.

Honestamente yo no creía en ese tipo de cosas, pero extrañamente en esta ocasión me vi tentado a jugar con esa clase de adivinación.

Sin más, saqué unas monedas de mi bolsillo y se las di al individuo.

—Quiero saber que me espera en el amor —balbuceé, ruborizado.

Él asentó con la cabeza y entonces abrió la jaula. El pájaro blanco salió y dando brinquitos subió a la mano de su entrenador, y desde ahí, emprendió el vuelo hacia la caja de cartón que estaba sobre una mesilla, y sacó con su pico dorado, uno de los tantos papelitos que se encontraban esparcidos allí. El ave agitó sus alas hacia mí y dejó caer la predicción sobre mis manos.

— ¿Y ahora qué hago? —pregunté confundido.

—Abre el papel y léelo —respondió mientras regresaba al pájaro de vuelta a la jaula.

—Así de simple —reí y regresé a la banca.

Me sentí ridículo antes de abrirlo, pero en verdad tenía curiosidad de saber qué decía. Y cuando esperaba una frase como: "En un futuro te casarás con la vecina de enfrente que tanto te gusta", apareció algo sin sentido, totalmente absurdo:

 

"La persona que anhelas en estos momentos, no está destinada a ti. Cupido es inesperado, te enamorarás de la persona que menos crees hacerlo y está a punto de llegar a tu vida,  para no irse jamás".

 

—¿Qué se supone que significa esto? Si no es Carla, no lo será nadie más —gruñí en desacuerdo—. Me han estafado. Si tan sólo pudieran devolverme el dinero...

Me quejaba, cuando una ruidosa moto pasaba derrapando justamente en ese momento, no me digné a mirar siquiera la calle, y me quedé esperando en la banca, con la mirada aún perdida en el papelito "profético".

—¡Tonterías! —lo doblé y lo metí bruscamente en mi bolsillo.

Aunque el acontecimiento fue extraño, ya que estaba seguro que mi madre me dijo unas palabras similares hace días y eso lo hacía escalofriante. Era como si ella y el pájaro se pusieran de acuerdo para hacerme cambiar de opinión respecto a Carla...

Muy raro en verdad...

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Me quedé entretenido con el celular y no me percaté inmediatamente que ya era la hora.

Me levanté sobresaltado al percatarme de que me había pasado unos minutos y crucé la calle corriendo hasta el local de las malteadas...

Llegué, pero Carla ya no estaba ahí. Se me había escapado.

—¡Ah! —grité y me jalé el cabello.

Carla y Adrián se verían, ¡y debía impedirlo!

Entonces me paré en la esquina de la calle y detuve un taxi.

—¿Cuál es el antro-bar, más famoso de la cuidad? —pregunté al conductor en cuanto bajó la ventanilla del carro.

—Déjame ver...  —caviló y se puso las manos en la barbilla—. Está "Lady Hard", "Blue Rose"...—contaba con los dedos.

—¡Ese! —le señalé—. ¡Ese es al que deseo ir! ¿Sabe cómo llevarme?

—Sube, niño —me abrió la puerta del auto—. Está a sólo unos minutos de aquí.

—Tengo dieciocho años —farfullé por lo bajo—. No soy un niño, pero bueno —hice una mueca y subí.

El taxi salió de las calles principales y transitadas y manejó entre unas avenidas oscuras y solitarias.

—¿Qué viene a hacer un chico como tú por estos rumbos? ¿Buscas tu primera experiencia sexual? ¿Experimentar? ¿No eres todavía muy joven? —comentó con tono pícaro el conductor.

—¿Cómo dice? —le pedí que repitiera.

—Aquí es un sitio de prostitución y de shows eróticos amigo —expuso.

Reí avergonzado y me rasqué el cabello.

—No es lo que cree, sólo vengo a buscar a una amiga, su mamá me la encargó, no soy un pervertido —justifiqué.

—Sí, como digas —soltó una carcajada.

Yo me asomé por la ventana y vi a chicas con pequeñas y apretadas faldas de pie en las esquinas de las calles, maquilladas como payasos y fumando como hombres. Hasta alguien como yo sabía a lo que se dedicaban, así que aparté la mirada.

—¿Tú amiga no se encuentra entre ellas? —señaló y rió.

El conductor no me caía nada bien y era algo entrometido. Pero claro que todo era culpa mía. Si no anduviera frecuentando estos rumbos, no pensaría que mi amiga es una prostituta.

¡Pero qué me estaba pasando! Ya que el único pecado grave que hasta ahora había cometido un chico como yo, era comer chocolates a hurtadillas durante el reposo nocturno, pero que ahora, viajaba de noche por la cuidad y por rumbos de perdición.

Era Carla, el motivo por el que me encontraba viviendo una travesía, y no en cama, abrazando a mi peluche "Filipo" o viendo caricaturas.

 

Después de eso, duré aproximadamente menos de diez minutos en llegar.

—Allí es —señaló el taxista un mugriento pasillo estrecho y miserable, con escalones que descendían hacia una oscuridad absoluta.

« ¿Ese es el famoso "Blue Rose" del que escuché la otra vez?». Me sentí incrédulo.

—Está bromeando —intenté pillarlo.

—No, págame ya —respondió con voz seria y estiró la mano.

Me bajé del auto torpemente, saqué la cartera y le di el billete más grande, resguardando mi cupón especial de "Nevería Feliz". (¡Dos cupones más como esos, y en mi próxima visita me regalarían un barquito de chocolate!)

—Diviértete —se despidió y se guardó el dinero en el bolsillo de su camisa.

— ¿Y mi cambio?  —debatí.

—Cuál cambio —hizo un gesto de desagrado y arrebatándome también mi cupón de Nevería Feliz, aceleró y desapareció por la calle a toda velocidad.

Haciendo una mueca, lo vi marcharse con el dinero que había ahorrado con esfuerzos durante un mes y que era para una memoria extraíble para mi consola de videojuegos.

Sabía que el servicio de taxi era caro, ¡pero no tanto como para dejarme con la billetera casi vacía!

Pero de una manera u otra, había logrado llegar a mi destino...

Oh destino, si lo hubiera evitado.

Si no hubiera seguido a Carla esta noche,

 si no hubiera sido tan insistente en ello,

quizá nunca le habría conocido a él...

 

Caminé por ese pasillo pestilente a alcohol y bajé sus escaleras.

Llegué al fondo.

—Blue... Rose... —leí el pequeño pero iluminado letrero bajo la puerta—. La rosa nocturna.

 

"BLUE ROSE"

La rosa nocturna.

 

 

Una ruidosa música se escuchaba dentro, combinado con voces.

Traspasé la puerta e ingresé al fin, por primera vez...

¿Cuál había sido mi primera impresión de Blue Rose? ¿Cómo describir el lugar?

Simple, pequeño y vulgar.

Esas son las palabras que le definen. Mesas simples, música de mal gusto y una barra pequeña, aunque con mucha variedad de bebidas embriagantes en sus estanterías. 

Era un salón hermético y bochornoso, si debo agregar, y con cierto aire rústico. 

—Te has equivocado de sitio —se burló el portero al contemplar mi cara de niño y lo infantil en mi ropa, y que no concordaba con todo lo demás—. Aquí no es Mcdonald's, por sí buscabas una hamburguesa y tu cajita feliz.

Bufé y pasé de él, con algo de orgullo. ¡Claro que yo no concordaba con un lugar así! No había ido a quedarme, ¡sólo buscaba rescatar a la chica de mis sueños de las garras de un mal hombre! ¡Le quitaría la venda de los ojos a Carla! ¡Y desenmascararía a ese infeliz!

Blue Rose era un sitio que me parecía incómodo y en el que no me satisfacía permanecer por mucho rato, por lo que busqué a Carla para llevármela de ahí inmediatamente… ¡y no volver jamás a ese sitio de mala vida!

Personas como nosotros que recibimos educación, no pertenecíamos a ese tipo de ambientes...

Había poca gente por lo que pronto percibí que Carla y su amiga no estaban en el lugar. Me puse a analizar, quizá yo había llegado más pronto que ellas. Digo, tomé un taxi que parecía más un auto de carreras.

Incómodo, tomé asiento para esperar y vigilar la entrada para cuando Carla apareciera.

Una joven mesera con minifalda se acercó a mí.

—¿Le ofrezco algo de beber? —sacó su libreta de notas y se quitó el bolígrafo de su cabello recogido.

—¿Tiene jugo de uva? —pregunté ingenuamente.

—No —respondió con una risita irónica.

—¿Y de limón? —interpelé.

—Sólo bebida alcohólica  —viró los ojos y masticó ruidosamente su chicle.

—¿Y... no me podría conseguir de menos un vaso de agua natural? —demandé—. Sin cubos de hielo. A temperatura ambiente, si es posible.

—Al parecer no desea divertirse —se burló—. En un momento le traigo su patético encargo.

—¡Y con sorbete! —le grité.

Al momento que la mesera se marchó, dos mujeres adultas se acercaron a mí, una de ellas envuelta en un abrigo gris y otra  que mostraba sus maduros pechos gracias a un vestido plateado de tirantes y un tanto rabón. Los maquillajes de ambas eran tan horrendos, y me recordaron al payaso asesino que arruinó mi niñez.

Eso me dio escalofríos.

—¿Le molesta que nos sentemos aquí con usted, niñato? —preguntaron poniendo sus arrugadas manos sobre el respaldo de las sillas—. Esta es la mesa más cercana al escenario.

—¿Eh? —inquirí confundido. Ni siquiera había notado en qué lugar me había sentado—.Y no soy un niño.

Estaba comenzando a hartarme el tener que repetirlo a cada rato.

—Bien. ¿Y qué opinas, “joven”? —insistieron.

Asentí con la cabeza sin alternativa.

No duraron ni un segundo en que tomaron asiento, cuando ya me estaba mareando con el extraño perfume de una de ellas.

—Amanda, no sé cómo me convenciste en venir al show de un "jovencito", si sabes que me gusta ver a hombres que son de mi edad, y no niños inmaduros... ¿cuántos años tiene el Lobo? ¿Diecinueve? ¿Veinte, acaso? —se quejó la señora del abrigo gris.

—Sí, es muy joven, pero muy apuesto amiga, te sorprenderá —le aseguró la otra—. Además, el posee algo que te dejará boquiabierta y lo de boquiabierta me refiero a...

—¿A qué?  —preguntó curiosa.

Sí, ¡a qué se refería! Agudicé mi oído. Sin proponérmelo, la conversación atrapó mi atención.

Antes de responder, la anciana hizo una risita pervertida.

—No sólo su apariencia, carisma y sensualidad hacen al Lobo muy popular, sino también y sobre todo... —murmuró y se cubrió la boca con la mano—... el gran tamaño de su miembro, el más preciado de toda la ciudad. Por ello, las mujeres desean tanto acostarse con él y las afortunadas que ya lo han hecho, afirman su gran tamaño —se mordió los labios.

—Suerte que tengo una boca grande —mentó la del abrigo gris.

Y soltaron la risa.

—¿Le gustarán las mujeres mayores? —preguntó esperanzada y se acomodó el peinado.

Crucé los brazos en desacuerdo.

—¿Acaso el tamaño importa? —intervine, al fin y al cabo estaban mencionando esas porquerías frente a mí.

Ellas cubrieron su boca y rieron más.

—Sí importa, y bastante —interfirió la mesera que reapareció de pronto y me dejó el vaso de agua—. A temperatura ambiente. Y con sorbete.

—¡Es absurdo! —objeté a la chica mientras se marchaba a seguir atendiendo las otras mesas.

— Claro que importa, joven —respondieron las señoras por la mesera.

Yo estaba que me retorcía de coraje.

Claro que el tamaño no importaba, pero intenté tranquilizarme, no iba a ponerme a pelear con dos mujeres que podrían ser mis abuelas. Además, ¿por qué dejarme llevar por la opinión de dos viejas lujuriosas y la de una mesera que trabaja en un sitio así? ¿Qué esperaba estando en un lugar como este?

Olvidándolo, seguí espiando la entrada donde seguían entrando chicas y más chicas. Hasta que la señora del vestido corto me señaló.

—Además, ¿qué haces tú aquí en un horario exclusivo para mujeres? —reflexionó.

Balbuceé sin lograr articular palabra alguna. 

—Siempre se ha sabido que Adrián no sólo atrae a mujeres sino que también a algunos hombres como él —le explicó y volteó a verme disimuladamente, emitiendo también una risita retacada de picardía.

—¡Yo no he venido a ver al Lobo! —me exalté y me enrojecí.

—¿Entonces qué demonios haces aquí? —curioseó perspicaz—. Su show está a punto de comenzar…

—¡Ha sido suficiente!  —protesté golpeando la mesa (pero sólo me lastimé mis deditos). Para ese entonces, de seguro que todas las personas del lugar ya me habían considerado "gay" y "fan del Lobo". Y eso, me hizo sentir prontamente humillado y avergonzado. Es por eso que decidí levantarme del asiento para salir en ese mismo instante de ese desagradable lugar. Ya no lo soporté más. Prefería mil veces esperar a Carla en la calle, que permanecer en tal sitio, un segundo más.

Decidido me puse de pie, omitiendo lo que pienso del lugar y de las personas que lo visitan, pero que no me sobraban las ganas de gritarlo a los cuatro vientos.

Cogí mi vaso de agua con sorbete y me di la vuelta, dándole la espalda al escenario y caminé entre las mesas aún con algo de dignidad.

De pronto, como un débil rayo, las luces se disiparon dejando en tinieblas el lugar y una voz alterada por la tecnología resonó grave y atemorizante en los cuatro rincones:

La media noche nos cubre...

La luna llena está en posición...

y una bestia nocturna nos rodea hambrienta...

*

Es el momento de que seas presa de...

¡El Lobo...!

 

Hubo un estrépito de sillas caídas. La excitación del público se hizo fogosa entre gritos y chiflidos.

Fugazmente, la pálida luz de los reflectores del escenario se encendieron detrás de mí y el aullido de un lobo sonó prolongada y finamente, ocasionando que todo en mí, se erizara y estremeciera.

Adrián estaba justo a mis espaldas. Lo supe. Por una extraña razón, pude sentirle. Su presencia era tan fuerte, tan cargada, que sentí ahogarme en su aura penetrante.

Mis blancuzcas manos comenzaron a sudar y a sentirse inquietas. Una tormentosa ansiedad comenzó a carcomerme, a adueñarse de todo mi ser, como un virus voraz. Sentí la exagerada necesidad de verlo; un desconocido impulso por conocerlo…

Y sin proponérmelo, me convertí en un manojo de nervios.

¿Estaría mal tan sólo echar un vistazo? ¿De conocer al célebre Lobo? ¿A mi rival? ¿Y así descubrir por qué todo el mundo lo ama? ¿Por qué Carla lo ama?

Justificando mi curiosidad, sin más preámbulos me giré pausadamente hacia el escenario. Al principio, mis ojos fueron recibidos por la intensa luz del reflector que pegó justo en mi cara y que me cegó por unos instantes. Pero a cada segundo que mi vista iba acostumbrándose al brillo, logré ver, por vez primera, su perfecta  e imponente silueta, en lo alto del escenario.

Disfrazado de un policía ardiente, yacía con el rostro inclinado al suelo, poniéndolo en misterio durante unos segundos bajo la sombra que le otorgaba el gorro judicial, y al que sostenía, con la yema de los dedos. En su trabajado pecho, descubierto por la camisa levemente desbotonada, se notaba que estaba conteniendo su respiración, y que parecía agitada, e incluso salvaje.

Hasta que dejó apreciarse, levantando pausadamente la cabeza y arrojando lejos el gorro.

Sus facciones del rostro eran afiladas, y dibujaban una expresión fiera y altiva. Pero nada más apantallante que ese par de ojos oscuros e intensos.  De sus labios curvos y prominentes, se asomó una sonrisa peligrosa y pretenciosa…

Inevitablemente mis mejillas se enrojecieron y mis pupilas se dilataron ante su imagen Jovial, radiante y trascendental. Extraordinaria belleza y de frescura sin igual...

Podría alguien como yo, ¿describir con palabras su atractivo? ¿O de la forma que impactaron a mis pupilas?

¡Más apuesto de lo que se ha dicho de él! ¡Mucho más! Ni la estatua de David ante él se comparaba ahora. Era la perfección en su más grande expresión. ¡Y Qué decir de su danza! Tocándose con fervor así mismo, dibujando gestos obscenos en su rostro. Atrayendo, enloqueciendo, estimulando con cada movimiento, lamiéndose los labios, fundiendo sus manos en su voluptuoso cuerpo, haciéndolo tan dulce y tan lento. Invitándote. Incitando el deseo ardiente en las mujeres de llevarlo a la habitación, haciéndolas sacar los billetes para convencerle, llevándolas al éxtasis...

Yo desvié la mirada, sintiéndome particularmente extraño, acalorado. Pero mis ojos volvieron a él irremediablemente...

Una, otra y otra vez.

Ignorarle se estaba convirtiendo en una tarea titánica para mis pupilas.

Él se deshizo del pantalón, dejando ver sus carnudas piernas, su bien formado trasero y...su gran miembro, que se marcaba en el bóxer de licra, y que lo convertía en el amante perfecto.

La gente entró en locura. Locura, que él desataba.

Me llevé las manos al rostro sin poder soportar mi timidez ante su erotismo. Era demasiado para mi ingenuidad. Me sentí desusado e impuro mirar bailar, a aquella estrella porno que estaba ardiendo.

Además, se trataba del cuerpo de un hombre. Y no de cualquier hombre...

Me cubrí los ojos con las manos, mientras sufría el aspaviento de su público a mí alrededor. Los gritos y los arañones de las chicas, que parecían estar exorcizándose de tan solo verlo.

Me asomé entre los dedos e inevitablemente miré de nuevo.

Adrián poseía algo, que atrapaba toda mi atención sin que pudiera resistirme. Que me atraía.

Él continuó provocando...Sin jugar limpio... Sin arrepentimientos... Obligando a ser adorado... A ser deseado...

El escenario, terminó siendo demasiado pequeño para tan majestuosa presencia.

De pronto, entre toda esa avalancha humana, entre tantas personas, nuestras miradas coincidieron, se encontraron. Y un instante se convirtió en una eternidad para nuestras pupilas.

Hipnotizado, mantuve esa mirada mutua, buscándola entre las cabezas saltarinas a cada paso que daba y por cada espacio que me abría.

Mi corazón comenzó a palpitar inmoderadamente, mientras que los sonidos dejaban de sonar.

Y se hizo el absoluto silencio...

Él no despegó sus ojos de los míos y los mantuvo ahí, en mí. En el chico invisible. Al que nadie presta atención.

Él fue capaz de verme...

Temblé ante aquellas oscuras pupilas, cuando su mirada se hizo más intensa.

Me sentí tan débil ante sus ojos, totalmente inmune y afectado. Estaba enteramente sometido ante su encanto.

Aterrado ante estas desconocidas e inapropiadas sensaciones emanando de mi pecho, no pude sostener un segundo más esa mirada que me traspasaba, que me desnudaba. Me agaché manteniendo mí vista ahí, deshaciendo la conexión, y apreté mis puños, escapando, arrancándome de sus ojos, mientras intentaba controlar mis inquietantes impulsos para no mirarle más...

Al final del show, quedé sobre la barra, sorprendido, absorto y abatido, con un extraño e inapropiado sentimiento por él, que desconozco y que jamás había experimentado.

Debía estar loco.

Me dispuse a salir de Blue Rose inmediatamente. Ya no soportaba el estar ahí. Pero antes cruzar la puerta, me volví, recordando el motivo que me hizo llegar a ese desagradable lugar. Y entonces quise asegurarme si Carla no estaba por ahí, así que recorrí el lugar detenidamente con la mirada, parándome en puntillas para lograr ver entre las cabezas del lugar. Entre ellas, logré divisar a la amiga de Carla, que se encontraba esperando a un lado de una puerta que decía: "Acceso solo para personal autorizado".

Inmediatamente me abrí espacio entre las personas y me dirigí a ella antes de perderla de vista.

Llegué todo rasguñado y despeinado frente a esa puerta, dónde había un grupo de chicas amontonadas y desesperadas bloqueando el camino.

—¡Qué no pueden pasar! —empujaba el portero a las mujeres—. ¡Si quieren eventos privados del Lobo llamen a los números indicados!

—Yo sólo quiero preguntarle si quiere salir a divertirse un rato —le insistía una de ellas.

—¡Yo quiero pasarle mi número telefónico! —decía otra, casi a lloriqueos.

Todas eran jóvenes y bonitas. Pero entre ellas no se encontraba Carla, sólo su amiga que encendía un cigarrillo recargada en la pared.

Me acerqué tímido a ella.

—Disculpa —le hablé cohibido.

—¿Sí? —escudriñó  al no reconocerme.

Me mordí las uñas antes de hablar.

—¿Sabes dónde está Carla? —pregunté.

—Hace un minuto entró al camerino del Lobo —respondió señalando la puerta con la mirada—. Ahora mismo ha de estar con él.

—¿Cómo? —parpadeé escandalizado—. Pero… el acceso está restringido.

—Quizá, pero Adrián le dejó dicho al portero que la pasara —aclaró lanzándome una mirada como si yo fuera un tonto.

—Gracias —me despedí rápidamente.

Aún debía intentar hacer algo...

—Espera...— me detuvo del brazo—. ¿Y tú quién eres?

Dudé un momento en responder.

—Un amigo que le quitará la venda de los ojos —sonreí nervioso y corrí hacia la puerta de acceso restringido.

Me puse al frente de la fila, junto al portero, que arrugó la frente al verme.

—Y tú... ¿también quieres una cita privada con el Lobo? ¿O un autógrafo? —se burló.

Las chicas rieron discretamente detrás de mí y cuchichearon cosas vergonzosas.

—¡No! —exclamé—. ¡Claro que no! ¿Cuántas veces tengo que repetir que no soy gay y qué él no me gusta?  He parado a este lugar porque...

—Vaya al grano —me interrumpió—. Me aburren los detalles.

¿Acaso no le interesaba mi explicación?  Hice una mueca y decidí ser directo:

—Tengo que hablar con él... hmmm... de varias cosas, ya sabe, "bisnes"—fingí y nervioso me rasqué el cabello—. ¿Podría dejarme pasar?

—¿Cuál es tu nombre? —me miró de pies a cabeza, fajándose el cinturón—. No luces como a uno de sus conocidos.

Le eché un vistazo a mi ropa de chico ñoño y volví a rascarme el cabello.

— Ángel, soy Ángel —dije, con la esperanza de que tuviera a un amigo con ese mismo nombre.

—Pues lo siento "Ángel”, pero él no me avisó que vendrías, así que fuera de mi vista —me ahuyentó con la mano como si fuera un bichito alado.

Si algo tenía que hacer para lograr acceder al camerino del Lobo, era ingeniar un plan para escabullirme. Era la única manera. Así que decidí utilizar un truco bastante trillado que efectúan en las películas, o series de televisión: La falsa distracción.

Y lo efectué, sin planteármelo mucho:

—¡Miren! ¡Dos ebrios se están matando por allá! ¡Oh, le ha rebanado el estómago con una navaja! ¡Y ahora usa sus intestinos como cuerdas de saltar!

Las cabezas de las chicas, al igual que el del portero, se giraron inmediatamente hacia la dirección que mi dedo y mi fingida mirada horrorizada les marcó, buscando sangre y tripas. ¡Habían caído como peces en el anzuelo! Y yo aproveché para arrojarme al piso y escabullirme a gatas hacia esa puerta entornada y de acceso restringido. Gateé a toda velocidad y ágilmente, gracias a que de bebé había practicado lo suficiente.

Muy dentro de mí, canté victoria. Había sido sorprendente. No sabía que tenía talento para actuar, ¿o para mentir?

 

Ya después de haber cruzado exitosamente el umbral, dejé de reptar y me puse de pie, y caminé por un largo y estrecho pasillo con muchas puertas, y comencé a leer los rótulos de estas:

“DESPACHO”

Fernando Ruiz

Ese nombre me sonó familiar, pero no recordaba con claridad dónde lo había escuchado, eso hasta que me puse a cavilar al respecto. Fue cuando por fin supe quién era aquel hombre. Bueno, al menos había escuchado que era el dueño de Blue Rose, y jefe de Adrián.

Miré la puerta cerrada de ese despacho, me encogí de hombros y seguí mi camino.

Estaba nervioso... alguien como yo había llegado hasta este punto, y sin retractarme como la niñita llorona y asustadiza como suelo actuar.

Me preguntaba, qué cambiaria en mi vida después de que hiciera esto...

Pasé un par de camerinos más, casi hasta  al fondo del corredor, cuando por fin, encontré el camerino que buscaba.

"Lobo"

Decía una de las puertas y que en ese momento se encontraba entreabierta.

Mi corazón me vino a mil.

Me acerqué sigilosamente y husmeé por la rendija, de donde se escapaba una luz tenue que provenía del foco que colgaba  del techo. Abrazado del marco de la entrada, pude apreciar -de lo poco que me permitía mi limitado campo de visión-, que dentro, sobre el suelo, había una docena de hermosos ramos de flores; también un simpático banquillo, un tocador con espejo, vestuarios de fantasía sexual colgados con perchas, y demás objetos que seguro encontrarías en el camerino de un stripper. Me entretenía mirando todo aquello, hasta que accidentalmente empujé levemente la puerta con mi hombro, ocasionado que esta se abriera levemente, y haciendo así, que lograra alcanzar a divisar al mismísimo Adrián en una esquina de la habitación. Él ya se había quitado el traje de policía que usó en el escenario y ahora llevaba unos tejanos rotos, una chaqueta de cuero oscuro como la de un rockero, y unas botas de militar.

Cuidadosamente abrí un poquito más la puerta, pues solo alcanza a ver una pequeña parte de la espalda de él, de donde repentinamente aparecieron unas delgadas manos, aferrándose a ella.

Y entonces, fui testigo de la escena más dolorosa que he vivido hasta ahora en mi historia de amor, o mejor dicho, en mi trágica historia de amor:

Adrián besaba a Carla.

 Robaba los besos que yo soñaba darle. Una traviesa lágrima se deslizó por mi mejilla al ser el cruel testigo que la ama. Quedé petrificado, con los ojos desorbitados mientras moldeaban sus lenguas y se sumían en un abrazo.

Y yo que le había reservado mi primer beso a Carla...

Así es, yo no he besado a nadie en toda mi vida. ¿Un ser tan patético como yo debía ya de haberlo hecho? No sé lo que se siente, cómo se hace, o a qué sabe un beso. Y quería compartir mi primera experiencia con ella, con mi adorada Carla. En una ocasión en el patio trasero de la primaria, una chica ruda quiso obligarme, robarse mi primer beso, pero luché arduamente para escapar de sus brazos que eran lo doble de gruesos que los míos, y solo para llegar a besar, como vez primera, a mí persona amada. A la correcta y única para mí.

Sinceramente, no esperaba que Carla me entregara su primer beso, aunque hubiera sido perfecto pero, de menos no hubiera querido que se los regalara a alguien como él. A un chico como Adrián.

¿Cómo besar la "pecadora" y “corrompida” boca de una estrella porno? ¿Una mujer fina y pura como ella?

No, simplemente no podía soportarlo...

Cegado por la furia y la adrenalina, sin pensarlo, abrí la puerta de golpe, azotándola y accedí al camerino violentamente. Sobresaltados ante mi estrepitosa entrada, ellos despegaron sus labios. Quedé de pie, frente a la mujer que amo y...frente a frente, a mi mortal rival.

El Lobo, pasó a mirarme con esos dos ojos negros, y una sonrisa traviesa se insinuó en sus labios.

Intimidado ante su presencia bravía y sarcástica a la vez, temblé como una hoja en otoño, sacudido por un violento espasmo, cuando él se acercó lentamente hacia mí, y me escudriñó, ceñudo, de pies a cabeza. Y me sentí tan pequeño e insignificante ante ese chico, ante Adrián. Pero luché por mantenerme firme ante él. O eso intenté... ya que, sin poder evitarlo, me abrumó y me afectó de sobremanera lo tan atractivo que era, y lo tan de cerca que pude sentirle; pese a que yo era un chico, al igual que él.

Contemplé esa mirada fiera, esos parches en su rostro, esa pose -sosteniendo todo el peso de su cuerpo en una sola pierna y con una mano en la cintura-.  Mi primera impresión de él, fue que lucía como todo un maleante, como un violento pandillero que sería capaz de darme una paliza sin remordimientos y sin motivos. Un ser peligroso con el que debía ser precavido. Y se notaba a leguas, que era un joven insolente, cínico, frío y calculador.

Pero repentina y contradictoriamente a todo lo que su aspecto representaba para mí...

Él me sonrió cálidamente...

Su gesto fue tan enternecido y tenue, que contradijo completamente a su apariencia de chico malo y a todo lo que según yo, había resuelto sobre él.

El Lobo reflejó sutileza. Y sinceridad.

Ante su calidez, mi coraje se esfumó mágicamente por un momento, logrando hasta que sintiera algo parecido a la empatía por él.

Eso hasta que... sus palabras lo arruinaron todo.

—¿Cómo se coló un fan hasta mi camerino? —preguntó conmovido, y con su mano, me removió el cabello—. ¿Has traído flores? Si es así, puedes dejarlas junto a las otras. Aunque debo aclarar un punto: No soy Gay. Pero se agradecen tus sentimientos—. Y me removió más el cabello.

¿Pero qué locura fue la que dijo? ¿Yo, su fan? Un momento… ¿y me advirtió que no era gay? ¿A qué vino eso? ¿Me estaba rechazando como si yo me le hubiera insinuado de algún modo romántico?

—Yo… —intenté hablar.

—Aunque en tu caso no importaría mucho —señaló con una risa burlona—. Ya que luces como una niña.

Terriblemente cabreado, me lancé sobre él.

Regularmente no soy una persona agresiva y nunca lo he sido, pero él, de alguna forma, ocasionó que rompiera mis propias reglas de comportamiento e hizo nacer en mí, un lado oscuro que ni siquiera creí que existiría en alguien tan pacifista como yo. Él poseía algo, que hacía que tuviera instintos asesinos y que mi sangre hirviera.

Una bofetada en su mejilla derecha, fue mi primer contacto físico con él.

—¡No soy tu fan! —exclamé cabreado—. ¡Y mucho menos estoy enamorado de ti! ¡O eso retorcido que hayas malinterpretado!

Pero el Lobo ni siquiera se desequilibró por el impacto, mi débil bofetada sólo logró alborotarle levemente el cabello.

Extrañamente, él tomó las cosas con poca gravedad, y procedió pacíficamente y sonrió mientras se sobaba la quijada, con cierto cinismo, y asombro a la vez ante mi acto violento.

—Claro que eres un fan, hace poco te vi entre el público durante mi show. No podría olvidar ese abrigo tan llamativo y colorido que llevas. Tu moda infantil sobresalía a todos los de ahí expectantes —Añadió—.  Además, era el único que no logró apartar ni un segundo la mirada de mí.

Bufé desmoralizado ¡Adrián sí que me fue insoportable!

—¡No he venido a ver tu show! —levanté nuevamente mi puño, que lucía patético, y tembloroso, y pequeño e inofensivo.

En eso, Carla se opuso entre los dos.

—¡¿Qué haces aquí Ángel?! —la escuché interferir, confundida.

—¿Eh? —sorprendido, el Lobo volteó a mirarla—. ¿Conoces a esta "amigable" persona? —me apuntó con el dedo índice, irónico.

Avergonzada, ella bajó la mirada.

—Es mi amigo, y mi vecino también —murmuró.

—Entonces, ¿tienes idea de por qué tú amigo y vecino, viene, se cuela sin permiso hasta mi camerino y me abofetea? —siguió riendo, como si todo este acontecimiento le pareciera hilarante.

Yo respondí por ella, con irritación.

—¡Porque te lo mereces, mas no los labios de Carla! —me mostré molesto y violento ante él, pero el Lobo parecía divertido ante mi bravura, o mi vano intento de ella. Quizá porque era demasiado insignificante para sus ojos como para tomarme en serio. ¡Se estaba burlando de mí! ¡Su sonrisa me era tan ofensiva!

Carla extendió sus brazos ante mí e intentó calmarme.

—Ángel, no sé qué estás haciendo aquí, ni por qué estás tan molesto, pero quiero informarte que Adrián es mi novio, y puede besarme —dijo, tomándome de los hombros.

Mi corazón se detuvo súbitamente. ¿Qué demonios había dicho? ¿Su novio?

Un sentimiento agudo e intenso, lastimó y perforó profundamente en mí. Toda esperanza, toda ilusión, se desvaneció de mi cuerpo ante esa confesión. Y mi universo colapsó…

Adrián es mi novio, y puede besarme…

Mi corazón comenzó a sangrar, sus palabras fueron como una bala hiriente que me atravesó el pecho.

Contuve las lágrimas, que en mis ojos ardían y pretendían saltar. No lloraría. No frente a ellos. No frente a él.

—¡Carla no puedes! ¡No con él! —clamé desconcertado.

—A qué te refieres —inquirió confundida.

Contuve mis impulsos por unos instantes, no sabía cómo explicarle sin herirla, la clase de persona que era Adrián y de la manera vil con la que estaba jugando con ella...

Ni por mí, jamás hubiera elegido hacerle daño.

Dudé bastante antes de hablar y balbuceé. Pero definitivamente tenía que hacerlo.

—Me duele lastimarte con esto, pero debo decirte la verdad... —señalé apesadumbrado.

—¡Habla! —me exigió Carla, y detrás de ella, Adrián aguardaba en silencio.

—Si buscas a alguien que te tome en serio, él no es el indicado, ya que Adrián, no tiene ni idea de lo que es el verdadero amor y la felicidad, y no tiene intenciones de hacerlo...personas como él solo les importa la perfección física y el placer...están vacios, son superficiales, no tienen sentimientos y no buscan compromisos, solo juegan con las mujeres, usándolas como un objeto sexual.

Adrián levantó la ceja, en la que llevaba un piercing atravesado mientras me escuchaba.

—Y el Lobo es lo que está haciendo contigo y con muchas más —bajé la mirada—. Eres tú, ¡una víctima más de sus mentiras y juegos…!

Con la respiración agitada y la cara enrojecida, pasé a mirar a mi amada luego de haber confesado todo. Pero sorpresivamente, Carla se acercó a Adrián, lo tomó de la mano, y le dedicó una sonrisa compresiva.

—Entiendo lo que dices pero... —se dirigió a mí.

¿Había dicho "pero"?

Acaso...

—¿No me crees cierto? ¡De lo contrario te alejarías ahora mismo de él! —grité.

—Lo siento... yo...—intentó hablar, ¡justificar! mientras apretaba con fuerza la mano de ese tipo.

—¡Él juega con las mujeres! —insistí desesperado, ¡quería mostrarle que se equivocaba al confiar en él! ¡Qué no era bueno para ella!

—Perdóname, pero...

Ella parecía decidida e insobornable, fiel al amor de ese hombre, como quien está loca y ciegamente enamorada. Y me sentí como un idiota. El idiota más grande del mundo.

—Entiendo. Yo… lamento la interrupción —me disculpé, y decidiendo no decir nada más, me di la vuelta, derrotado, y salí corriendo de ahí.

Huí.

Carla lucia tan bella esa noche y yo... ¡había arruinado todo con mi imprudente comportamiento y mis absurdas intenciones de rescatarla de él!

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Me dirigí al final del pasillo, tomé la salida de emergencia y salí tras ella, hecho pedazos. Aquella puerta me dirigió a la parte trasera de Blue Rose, a un baldío, a una callejuela en la que ya había estado antes. En un sueño. Pero que en ese momento, no reconocí.

Afuera estaba helando. Mi cuerpo lo resintió inmediatamente y sentí como se me erizaban los vellos de la nuca y el aire helado se me colaba por la nariz.

El cielo crujía. Abrí mi mano al firmamento y una gota de lluvia humedeció mi palma. Una tormenta se aproximaba. Abatido, caminé débilmente, mi mente le hacía compañía a mi abuelo en el inframundo y el clima lo empeoraba todo haciéndome sentir peor.

Había sido un completo idiota. ¿Cómo podría esperar que personas como Carla y como el Lobo me entendieran? Quizá era yo el único tonto que seguía creyendo en eso del verdadero amor. Las películas tenían la culpa, dándome una perspectiva demasiado idealizada y rosa del amor, y quizá en el mundo real, no era como lo pintaba Hollywood.

Sollozaba, cuando me encontré a un grupo de maleantes liando cigarrillos y otros tantos ya fumando.

Me dio un poco de temor...ya saben por las películas que he visto (de nuevo tomaba referencia de las películas); lo que sucede cuando te encuentras a unos tipos en un callejón. Típico y trillado ¿no? Pero en esta ocasión, la ficción sí estaba basada en la realidad, ya que para los rumbos que  estaba frecuentando, era de esperarse que me topara tarde o temprano con un grupo delictivo.

Decidí caminar precavido al lado de ellos para no llamar su atención.

Pero en eso, desafortunadamente...

Bip, bip, bip, bip

Sonó mi celular con insistencia desde mi bolsillo trasero ante la quietud de la noche. Miré levemente la pantalla y era una llamada de Lolo.

Me giré detenidamente hacia los maleantes, el sonido había acaparado su atención. No me di tiempo de contestar. Me puse las manos en el bolsillo y caminé más aprisa cuando uno de ellos, me alcanzó y me cubrió el paso.

Comenzó a lloviznar.

— ¿Podría darme permiso? —le pedí nervioso al maleante que chasqueaba sus dedos.

Entonces fui rodeado por sus demás amigos.

—Dame todo lo que llevas encima y te dejo ir —demandó y me acechó.

Cualquier persona débil e indefensa ante una situación como esta, hubiera accedido a ofrecer sus pertenencias para salvar su pellejo. Yo hubiera hecho lo mismo pero... miré por un momento mi muñequera, y llevaba puesto el reloj de papá. Era algo que no quería perder y no podía ofrecerlo fácilmente.

Y en ese instante deseé tener un cinturón negro en karate. Pero infortunadamente solo era el débil y patético Ángel Rojas, así que mi única opción era huir si quería rescatar mis pertenencias de los hurtadores. 

Y eché a correr, pero justo cuando di tres pasos, uno me alcanzó con facilidad, y me agarró del cuello.

Resoplé con aire melancólico, despidiendo del reloj de papá.

— ¡Esto es por intentar escapar! —exclamó uno.

En eso, sentí un potente puñetazo, pegando en mi cara, que me nubló la visión, y que me hizo perder el conocimiento. Y cuando menos me di cuenta, mis piernas ya no me sostenían.

Había caído al suelo, desmayado…

*~~~*~~~*~~~*

 

No supe de mí.

Sólo me vi sumergido en un abismo, en donde todo estaba oscuro, silencioso y frío.

¿Había muerto? ¿Acaso eso había pasado?

De pronto, escuché el sonido de la lluvia.

Si, era lluvia alrededor de mí... su melódico sonido, su frescura.

Repentinamente un gran peso cayó encima de mi débil cuerpo y una extraña sensación, húmeda y caliente, envolvía a mis labios.

 

Un cálido aliento me regresaba a la vida...

 

Abrí los ojos, como quien nace de nuevo.

Lo primero que contemplé, fueron las gotas de lluvia caer sobre el ya estilado rostro del Lobo. Él estaba encima de mi cuerpo y su boca dentro de la mía.

Sentí la suave caricia de sus labios, rozando los míos, que hasta ese momento habían sido vírgenes.

Probé su sabor...

Yo estaba tan estupefacto, que mi cuerpo no fue capaz de reaccionar hasta pasado unos segundos.

Él despegó su boca de la mía. Parpadeé varias veces. Entonces aprecié las afiladas facciones de su faz, que eran iluminadas por la luz de la luna. Aquella faz que lucía perfecta y sensual ante el celeste...

Me sumergí por unos instantes en su mirada. Entonces pude reconocerla, era aquella misma con la que me había encontrado en sueños:

Eran los ojos caritativos de la bestia nocturna. De aquel Lobo que intentaba devorarme.

—Bonitas pecas —me sonrió de pronto.

— ¿Eh? —emití un leve sonido, débil.

Eso no me lo esperaba. Y me mostré incrédulo. No supe si era sarcasmo, o si hablaba en serio.

—Antes, no me había percatado de ellas —mencionó—. ¿Cómo no pude hacerlo?

Instintivamente, me llevé una mano al rostro, avergonzado, y me las oculté.

—Pero qué haces, si te he dicho que me parecen lindas —volvió a sonreír, y lo hacía tan fácil.

No, claro que no hablaba en serio, ¡puesto que mis pecas eran horrendas y molestas! ¡Se estaba burlando de mí, de nuevo!

 El enojo se fue reflejando en mi rostro.  Aparté a Adrián lejos de mí y me levanté como pude, reaccionando, al fin, a la situación.

— ¡¿Por qué me has besado?! —exclamé y me limpié la boca con furor, mientras la lluvia seguía cayendo sobre nosotros.

— ¿Besarte? —rió sarcástico.

— ¡Sí, besarme! —dramaticé y me volví a limpiar los labios, frunciéndolos—. ¡Me has besado sin mi consentimiento!

—No te creas tan afortunado —sonrió de media boca con el mentón elevado—. Te encontré en el suelo inconsciente, mientras unos chicos intentaban desnudarte para robarte la ropa. No respirabas, e intenté reanimarte…

— ¡Acabas de robarme mi primer beso imbécil! —Me quejé y lo jaloneé de la chaqueta, sordo a sus palabras—. ¡Entérate de que lo estaba reservando para la persona indicada, la única en mi vida! ¡Y tú has…has…!

— ¡¿Acaso estás escuchándome?!  —me gritó—. ¡No fue un beso! Por qué debería…

— ¿Y ahora lo niegas vil pervertido? —me exalté, con una amalgama de sentimientos y emociones revoloteando en mi pecho.

—Estoy intentando explicarte que… —y se interrumpió a sí mismo—. Un momento, ¿tu primer beso? ¿Estás bromeando? —rió levemente, para después carcajearse—. ¡Fantástico! Jamás había visto a un chico virgen de cerca. No sabía que existían, creí que sólo era una leyenda urbana.

Oprimí los labios…

— ¡Cállate! Con tus sucios y pecadores labios, tú... has arruinado mi primer beso. ¿Debería odiarte aún más por ello? Dime… ¡cómo es que lo compensarás! ¡Cómo lo revertirás! —vociferé, con los ojos encharcados.

Bajo esta fría y lluviosa noche, en este callejón. El novio de Carla y yo…

 Así, he experimentado por vez primera, lo que es un beso. Y lo he hecho dentro de los labios de un chico.

El Lobo se acercó a mí, paso a paso, a los que yo, nervioso fui retrocediendo. Él se detuvo cuando mi espalda rozó la pared.

—Puedo parecer una deidad, pero no lo soy. Y no puedo revertir lo que pasó. Pero me parece que te estás olvidando de un detalle muy importante, pues a estos pecadores labios, de los que tanto te quejas... —me susurró en el oído—... les debes la vida.

Se me erizó la piel. ¿Eh? ¿Deberle la vida a este idiota...?

— ¡Hubiera preferido morir antes que deberle la vida a alguien como tú! —lo empujé y caminé lejos de él.

—” ¿Alguien como yo?” —interrogó—. ¿Acaso estás diciendo que me conoces?

Me detuve, balbuceante.

—Con lo que he escuchado de ti es suficiente para...

— ¿Para juzgarme? —concluyó por mí, con una mano en la cadera.

— ¡No necesito conocerte para saber que eres una mala persona y que todo lo que dicen de ti es verdad! ¡Mira en qué trabajas! ¡Mira el ambiente que te rodea! ¡O lo que la gente que dice conocerte, habla de ti! —grité.

—Estás enamorado de Carla, ¿cierto? Por eso me odias —Señaló—. Y es normal que odies al novio de la chica que te gusta.

Él... lo había notado. Bajé la mirada y presioné mi puño con fuerza.

—Entre más oía hablar de ti, de tu perfección, de tu célebre vida, más te aborrecía. Y entre más escuchaba que a todos les gustabas, de que a Carla le gustabas, ¡más deseaba que no existieras! —Expresé con furia—. Eres tú, ¡el villano en mi historia de amor! ¡Un entrometido en mi vida amorosa!

Con eso finalicé. Me di la vuelta para marcharme. Caminé con furia y rapidez alejándome de él.

— ¡Espera! —le escuché gritarme detrás.

Ignorándolo, continúe hasta salir de ese callejón y llegar a la calle.

— ¡Espera! —insistió con más énfasis.

¿Qué era lo que quería de mí?

Vi pasar un taxi y lo detuve. El conductor bajó la ventana.

— ¿Adónde lo llevo?

Yo me acerqué para subirme al auto cuando Adrián me detuvo del brazo.

— ¡Te acaban de robar, idiota! ¿Cómo piensas pagar el servicio?

Me quedé paralizado. El chofer me miró despectivamente al escuchar que no tenía dinero y escupiendo al suelo, arrancó malhumorado, dejándome ahí, con él.

Entonces comencé a palpar los bolsillos de mi pantalón. No apareció mi cartera por ningún lado, ni mi celular.  Luego miré la muñeca de mi mano.

—El reloj de mi padre —comencé gimotear—. Me lo han… robado.

Adrián me miró.

—También se han llevado tu calzado —señaló.

— ¿Qué? —comencé a bajar la mirada hasta mis pies, mismos que estarían completamente descubiertos si no fueran por mis calcetines azul marino con estrellitas, y que ya estaban empapados de lluvia.

—Y también se llevaron tu abrigo.

Me froté mis delgados y desprotegidos brazos, sintiendo repentinamente aquel frío por el que no había sido consciente hasta ahora.

—Te hubieran quitado los pantalones y la camisa si yo no hubiera aparecido. Qué digo, no hubieras podido conservar siquiera tus calzoncillos, ni algo más valioso…

Me abracé a mí mismo y se me escapó un estornudo. Aunque la lluvia se había aminorado un poco, me encontraba húmedo y expuesto. Y eso trajo prontas consecuencias a mi salud.

Mientras temblaba y me encogía en mí mismo, repentinamente sentí como un calor envolvió mi temblorosa espalda, sin que lo viera venir, tomándome por sorpresa.

Era Adrián, que con su chaqueta se apresuró en arroparme.

¿Se había desprotegido así mismo, por mí?

La camisa que traía era delgada y sin mangas. No pude evitar mirar aquellos brazos marcados.

—Pero lo más grave de todo esto, no es que te hayan arrebatado tus pertenencias. Tienes la mejilla derecha morada y la sangre te escurre de la nariz. Esos tipos te propinaron un duro golpe.

Me llevé un dedo a la cara, que se sentía entumecida y efectivamente, me salía sangre espesa de la nariz.  No podía creerlo. Cuando recién había despertado del golpe, estaba tan enojado y abrumado con Adrián, que no me percaté de la situación en la que me encontraba. No fui consciente de ella.

—Espera aquí, ahora vuelvo —me avisó y me obligó a permanecer en un lugar que me salvaguardaba de la llovizna.

El Lobo... él... ¿por qué hace todo esto?

Molestamente debo admitir que su chaqueta era cálida y que llevaba impregnada una fragancia exquisita que me embriagó y que absorbí con fruición, y que me encantaba. Pero… no sabía el porqué de sus buenas intenciones.

¿No era él una mala persona?

Sin mas, resoplé y esculqué de nuevo y en vano, los bolsillos de mis pantalones, esperando estúpidamente que los hurtadores se hayan olvidado de algo, cuando lo único con lo que me encontré, fue con ese trozo de papel. Olvidando por un instante de qué trataba, lo desdoblé y lo leí:

"La persona que anhelas en estos momentos, no está destinada a ti. Cupido es inesperado, te enamorarás de la persona que menos crees hacerlo y está a punto de llegar a tu vida,  para no irse jamás".

 

Era la predicción que me cedió con su pico de oro, aquella avecita.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Minutos después, él volvió arrempujando una moto. Al verla, quedé embelesado y mis pupilas tomaron la forma de un corazón. Estaba padrísima.

—No acostumbro traerme un cambio extra a Blue Rose, por eso es que no pude conseguirme otra chaqueta para mí, pero... —sonrió—. Encontré la chaqueta de policía que usé para el show y decidí usarla aunque sea fuera del escenario.

Y la lució frente a mí, presumiéndome que se veía perfecto con ella.

—Andaré por la calle como todo un hombre de la ley.

—¿Esta moto es tuya? —Inquirí e inflé las mejillas.

—Así es, te llevaré a casa en ella —me respondió—. Carla y su amiga se acaban de marchar en el carro de un conocido. Yo me ocuparé de ti.

Un momento... es mi rival, le acabo de decir que le odio, que es una mala persona, le di una bofetada, ¿y planeaba llevarme a casa e incluso pese a todo?

—No te molestes —me encogí de hombros—. Tomaré otro taxi ya que tú me espantaste uno. Llegando a casa pagaré el servicio.

— ¿Sabes cuánto te cobrarán? A esta hora el servicio es muy caro y más si vives al otro lado de cuidad —me advirtió—. Sin mencionar que es riesgoso.

—Yo…  —murmuré lúgubre.

—Entonces...

—Entonces me voy caminando, antes que contigo —señalé.

Adrián soltó una risita.

—¿Estás seguro? Porque debo avisarte, que por estos rumbos no sólo rondan rateros, ni asesinos, sino también violadores.

—Soy un hombre —hice una mueca de incredulidad ante su ilógico comentario.

—También violan hombres —indicó—.Y con más razón a un chico como tú, de rasgos tan finos y de piel tan tersa.

—¿Eh? —temblé, y miré la motocicleta con el rabillo del ojo.

—Anda, sube —me animó.

—Pero no eres tú, ¿el mayor peligro de todos?

El Lobo sonrió de medio lado.

—Tal vez… —se peinó el cabello para atrás con la mano.

Mordí la comisura de mis labios.

—Pero te prometo que te dejaré en casa a salvo, y que no te violaré.

No es que confiara en él, pero no tenía otra opción, ¿o sí?

Miré de nueva cuenta la moto. Nunca me he subido a una. Esa cosa movible y de dos llantas siempre la he considerado peligrosa y solo para personas extremistas que gustan de las emociones fuertes y que no les importa el peligro, sino que juegan con él.

El Lobo parecía uno de ellos, un chico suicida.

Adrián encendió y calentó el motor.

—Vamos —me apresuró.

—Algo me dice que será muy riesgoso —comenté antes de montarme.

Pero sin más preámbulos, me subí y me senté, sin lograr evitar roces con él. Su espalda estaba húmeda, y firme.

Eso fue muy incómodo, y estaba tan avergonzado que mis mejillas se ruborizaron.

—¿Qué esperas? —volteó hacia atrás.

—¡Tú qué esperas para arrancar! —hice un mohín infantil.

—Debes sujetarte de mí, si no caerás —aclaró.

¿Se refería a que le abrazara? ¿De la cintura?

—¡Jamás! —exclamé, sacudiendo con terquedad la cabeza.

—Te lo advertí —sonrió.

Aquello no me dio buena espina.

Él arrancó salvajemente y me desequilibré.

Iba a sufrir una peligrosa caída si no me decidía a...

Desesperado, rodeé con mis brazos la cintura de Adrián y me aferré de su duro abdomen. Temeroso, refugié mi rostro en su espalda y presioné mis ojos.

—¡Idiota! —le grité.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Recorrimos la ciudad. Una bella cuidad de noche. Sentí aquella adrenalina estremeciendo mi pecho, y que comenzó a gustarme.

Y el viento me acariciaba el rostro.

Me sentí un chico liberal, rebelde, pero que viajaba con...

Ah, qué irónica es la vida. Me recuerdo insultándolo y maldiciéndolo hace poco y ahora voy en su moto y sujetándome de su cuerpo como si mi vida dependiera de ello.

¿Cómo demonios terminé en esta situación tan extraña?

El universo es tan absurdo... e impredecible.

—Haré una breve parada —me dijo y se estacionó en el aparcadero de un expendio.

Me bajé de la moto y esperé malhumorado junto a ella a que volviera.

—¡Lo que me faltaba! —me quejé mientras esperaba solo en un lugar desconocido.

Pero él no se demoró.

Y entonces Adrián siguió sorprendiéndome con su actitud amable, algo que no esperaba de personas como él.

—Toma, te traje una bebida caliente. Me percaté mientras viajábamos juntos que temblabas escandalosamente y comenzó a molestarme. Había café, pero creo que un chocolate le va mejor a un niño como tú —burlándose, me ofreció el envase.

¿Niño? ¡De qué hablaba! Parecía tener la misma edad que yo. Y si hablamos de madurar, él era el que parecía haberlo hecho demasiado pronto.

Cogí el chocolate, sin pensarlo y mis congeladas manos se tibiaron al sostenerlo, y extrañamente, mi corazón también se sintió cálido.

—Tienes la nariz roja como Rodolfo el Reno y temí que pescaras un resfriado por la lluvia —Agregó.

Este detalle de su parte fue...

Mis mejillas se enrojecieron, pero estoy seguro, que fue por el vapor del chocolate caliente que empañó mi cara.

Tímidamente, sorbí la bebida.

¿Por qué el Lobo se empeñaba en actuar tan amable y cálido conmigo?

No era yo, ¿un extraño?

¿No era él, el chico vacío y sin corazón que tanto creí? ¿Lo había juzgado equívocamente?

Entonces le miré de reojo mientras él rebuscaba algo en esa bolsa de plástico de supermercado.

—También te he traído unas cuantas cosas que pueden funcionar para que te trates ese golpe y esa nariz sangrante...

Lo miré desconcertado. Parecía no ser tan mala persona…

Pero, ¿qué locuras estaba pensando? Me reprendí a mí mismo por suavizarme un poco. ¡Adrián ha jugado con muchas mujeres! ¡Adrián es una estrella porno! ¡Un bailarín erótico! ¡Un libertino! ¡Un pandillero! ¡Adrián me arrebató a Carla! ¡Al amor de mi vida!

Una persona así no puede ser buena.

Quizá... finge serlo. Quizá...de la misma manera engañó a Carla.

—Vámonos ya —le exigí y tiré el chocolate caliente a un cesto de basura cercano sin habérmelo terminado.

—Bien —extrañado, el Lobo se subió a la moto y la encendió nuevamente.

—¿Te pusiste de malas porque el chocolate te quemó la boca? —preguntó.

No soportaba su confianza hacia mí.

—Me pone de malas la gente hipócrita —testifiqué.

—¿A qué te refrieres? —interrogó.

—Ya no finjas más, eres realmente malo actuando —inquirí—. ¿Por qué deberías ser amable conmigo? No creo en tu caridad, tú falsa modestia. Alguien como tú... —me detuve.

—Alguien como yo...entiendo —alcancé a escuchar su leve murmullo.

Volvimos a retomar el camino. Todo iba bien hasta que Adrián se pasó un semáforo en verde, apostando nuestras vidas en sus riesgosas imprudencias.

Si él no valoraba la vida, ¡yo sí!

Mi corazón latió fuertemente. Estaba cruelmente asustado.

—¡¿Qué acabas de hacer?! —exclamé, exaltado—. ¡Sabía que eras un suicida, insensible a la vida!

—Tienes razón —dijo con tono serio—. Soy una mala persona, y soy toda esa escoria que esas personas te dijeron de mí. Hasta he hecho cosas peores e inimaginables... ¡No sabes cuánto he pecado! Y si hoy hago todo esto por ti, es porque Carla me lo pidió, sólo por eso... Por mi propia cuenta, no me hubiera tomado la molestia, ¿entiendes?

—Entiendo —agaché la cabeza.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Llegamos a la colonia, él me dejó una cuadra antes de mi casa.

En cuanto me bajé de la moto, Adrián arrancó.

—¡Tu chaqueta! —le grité inmediatamente.

Él frenó bruscamente.

—No te descubras, puedes regresármela después —dijo.

— ¡Qué! ¡¿No entiendes que no planeo verte nuevamente?! ¡Nunca más! —clamé.

—Bien... que luego Carla me la entregue —sugirió.

— ¡Tampoco quiero que la veas a ella! —demandé—. ¡Lo único que deseo es que desaparezcas de nuestras vidas de la misma forma como apareciste!

Algo me decía que este chico me arruinaría la vida...e intentaba evitar tal cosa.

—Entonces, si esto es un adiós, sólo me queda decir, que fue un placer conocerte —sonrió—. Chico malhumorado con lindas pecas.

Él se marchó en ese instante, mientras yo me quitaba la chaqueta y la arrojaba al suelo con desdén.

—Para mí, ¡no ha sido un placer!

Deseaba no volver a verlo nunca más... pero, ¿qué creen?

Exacto. Lo vería de nuevo.

 

 

Y de esa manera, es como inició nuestra historia de amor.

Notas finales:

¿Me preguntan por qué el capítulo se llama “el reencuentro” si se supone que es la primera vez que Ángel y Adrián se vieron? Debo decir que ellos ya se habían conocido. Quizá en esta o en otra vida.

Gracias por leer.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).