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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

No se imaginan cuán ansioso estaba de que se escribieran en las líneas de mi vida, un romance que estremeciera mi corazón e hiciera vibrar cada parte de mi ser.


Lo ansiaba tanto...


Pero lo que no sabía, era que esas líneas ya se estaban escribiendo,


Y de una manera inesperada.


 


Donde él y yo, seríamos los protagonistas.

 

 

Capítulo 5: Carla y Adrián

 

 

La rubia se acercó.

—Ángel y yo tenemos muchos asuntos que aclarar —le avisó a Diego y me quitó la libreta con la que cobardemente me cubría la cara.

Y entonces supe que no podía escapar más, que era el fin, que el momento que había esperado y planeado desde que la conocí, llegó, y no estaba preparado.

Nunca deseé que así pasaran los hechos. Estaba asustado, cruelmente asustado, y me preguntaba qué tanto cambiaría mi vida después de este suceso; luego de que ella se enterara que la… amo.

— ¿Asuntos pendientes con este? —miré de reojo como Diego me señaló, despectivamente.

—Sí, con él —le reafirmó ella.

 Entretanto, yo permanecía sumamente pasmado.

—Bien. Yo me largo entonces —refunfuñando, el rubio pasó a un lado de mí y chocó violentamente su hombro contra el mío. Creí que había sido culpa mía, ya que estaba bloqueándole el camino.

Carla se puso frente a mí, y entonces se me cortó la respiración. Avergonzado y encogido de hombros, mantuve la cabeza inclinada hacia el suelo, sin atreverme a levantarla, sólo absorbiendo su exquisita fragancia a flores. No me atrevía a mirarla siquiera. Anoche la seguí, me metí en su vida privada y golpee a su novio en la cara, ¿cómo hacerlo entonces?

Mis labios no dejaban de temblar. Era normal que ella estuviera molesta conmigo y temía apreciar por primera vez, su rostro irritado, ni siquiera podía imaginármelo; que el enojo distorsionara su cálido semblante que me conquistó y que llevo grabado en mi mente cada día. Aquella sonrisa amable que es característica de ella -porque más que ser guapa, era amable-. Temía tanto de que me odiara, y la única excusa que podía darle de mis actos, era AMOR. Ese sentimiento me impulsó a hacer todas esas estupideces. Pero, ¿por qué decirle a Carla que la amo, cuando ella está irremediablemente enamorada de un idiota que no la merece? Ahora sé, que mis sentimientos sólo existen en vano, y que ellos, no cambiarán el hecho de que Carla lo ame a él, equívocamente.

Me quedé callado y cavilando la situación, buscando una solución, y llegando prontamente a la conclusión de que lo único que podía hacer a estas alturas, era disculparme por mi loco comportamiento. Sólo eso.

«Sí, eso debo hacer». Me impulsé.

Y antes de que Carla pudiera decir algo, me armé de valor, y tomé la palabra:

—Lo lamento —hablé con la voz quebrada y tragué saliva.

Y sin más, decaído, me dejé caer, tomando asiento en el borde de aquella banqueta. Me encogí y me abracé las rodillas. En ese instante, las aletas de mi nariz se vieron impregnadas por la fragancia de Carla, que se intensificó considerablemente, lo que significaba que ella estaba lo demasiado cerca de mí. Volteé lentamente hacia mi costado, y efectivamente, Carla yacía sentada a mi lado.

—Qué haces, vas a ensuciar tu hermosa falda y además es corta. ¿No estarásincómoda sentada de esta manera?—Inquirí avergonzado.

—Estoy bien, quedémonos así —sonrió tenue—. Aún así, gracias por preocuparte por mí, Ángel.

¿No estaba irritada?

Mis mejillas se enrojecieron al escucharla.

Ella hizo una pausa y luego prosiguió:

—Sé perfectamente que todo lo que dijiste anoche sobre mi novio Adrián, y también aquel golpe que le propinaste, fue por la misma razón, porque te preocupas por mí. Me procuras —. Comentó con tono afable.

Y entonces pude mirarla a los ojos.

—Desde que me mudé a este lugar, tu familia y la mía han sido como una sola. Tu mamá, Eli, y tú, nos aprecian, y nosotros a ustedes. ¡Vaya que nos queremos mutuamente! Somos familia aún sin compartir lazos consanguíneos, nos cuidamos entre nosotros y es por eso, que te has preocupado por mí, y saliste en mi defensa —Dijo.

¿Qué somos familia? ¿Qué mis actos fueron conducidos por un sentimiento de hermandad? ¿Acaso ella me consideraba un hermano? ¡Carla estaba equivocada! ¡Esa noche estaba celoso! ¡Era amor de hombre lo que me hizo protegerla! Acaso… ¿no se había percatado de lo que verdaderamente  siento por ella?

Por una parte me tranquilizó que ignorara mis patéticos sentimientos por ella. Quizá era mejor que lo interpretara de esa manera y que nunca supiera lo que mi corazón albergaba verdaderamente.

«Sí. Es mejor así».

Carla me tomó del hombro y me dio un apretón.

—Pero Ángel, no te preocupes más por mí, estoy bien, Adrián es un buen chico —sonrió.

¿Adrián es un buen chico? ¿Eso había dicho?

— ¡No es verdad! —exclamé de pronto—. ¡No deseo herirte, ni seguir aferrado con el mismo tema, pero es cierto todo lo que te dije frente a él: Adrián ha estado con muchas mujeres y sólo ha jugado con ellas! ¡No te añadas a su lista! ¡No permitas que te utilice, que te rompa el corazón!

Carla alejó su cálida mano de mi hombro. Se mostró seria. Quizá creyó que estaba difamando nuevamente contra su novio.

—Sé que es verdad todo lo que dices —desvió la mirada, y se mordió los labios.

— ¡¿Qué?! —vociferé—. ¡¿Y aún así… estás con él?!

—Yo… —agachó la cabeza, sin terminar la oración.

— ¿Y por qué? ¡Dímelo porque no lo entiendo!

Me encontraba totalmente perturbado cuando la escuché. Estaba seguro que Carla no era ese tipo de chica, que era diferente a las demás, y que sabía valorarse.

—Hace siete meses que lo conozco —comenzó a describir, mientras jugaba con un mechón de su dorado cabello—. Tiempo más atrás, ya había oído hablar sobre él por las voces embelesadas de mis amigas, estaban obsesionadas, decían que Adrián era guapísimo y candente. En todos lados lo escuchaba mencionar, como una canción que está de moda. Al principio no me llamó la atención conocerlo y nunca intenté toparme con él apesar de que me invitaban a los bares que él frecuentaba. Tan sólo la idea me fastidiaba, pues también había escuchado que se acostaba con cualquiera, y eso, era algo que me desagradaba y no acreditaba en un chico; de hecho, sentía repudio por ello, por ese tipo de personas. Todas ellas aseguraron estar enamoradas de él, y no supe entender cómo es que podían sentir algo por un chico así. Sí, admito que las juzgué. Pero una noche, el destino también me hizo una víctima más, al igual que mis amigas…

Conocí a Adrián en la fiesta de cumpleaños de Sandra. Era la primera vez que ambos se habían tratado, y esa noche él ya estaba teniendo sexo a escondidas con la festejada en el jardín trasero de su gran casona, junto a la piscina. Pero, aún de la repugnante y de la inmoral manera en que conocí al Lobo, contradictoriamente, palpité ante ese hombre pecador y egocéntrico. Frente a su porte y su atractivo faz no tuve salvación…

 No obstante, pese a la atracción que sentí por él, jamás planeé entablar ni siquiera una amistad con alguien así, sólo esperaba que intentara propasarse conmigo para ponerlo en su lugar, pero sorprendentemente nunca pasó, Adrián siempre fue respetuoso conmigo durante el tiempo, o en las ocasiones que se me ofreció tratarlo. Por un momento creí que simplemente no le atraía, pero después de ir conociéndolo más, supe que a una dama, la trata como tal y a una puta, como lo que es. Él nunca intentó seducir a quién se diera a respetar, de hecho él nunca dio la iniciativa en un coqueteo, y entonces supuse que las ofrecidas eran ellas y él, sólo les daba lo que querían. Pero claro, jamás intenté justificarle sus actos.

Pasaron los meses. Convivimos abierta y profundamente, nos hicimos muy íntimos y por una razón que desconozco, él me obsequió su valiosa confianza.

«Tengo el talento de identificar a las personas sinceras». Dijo aquella vez y me miró.

Se convirtió en un gran amigo, me hice muy cercana a él, tanto, que me atrevo a decir que en muy poco tiempo, ya le conocía más que las propias mujeres que se iban con él a la cama, ya que él me permitió a mí, y sólo a mí, descubrir al Adrián verdadero bajo es fachada superficial y fiera. Más allá de la apariencia, más allá de la atracción física, pude descubrir al Adrián extraordinario, cálido, humilde, amable, inteligente, elocuente y carismático. 

Pero…entre más lo trataba, inevitablemente su forma de ser, iba conquistándome. Fue un sentimiento que no pude controlar, evitar. Él me seducía sin siquiera tener que hacerlo. Con tan sólo una mirada, un gesto, una sonrisa, mi corazón sucumbía a él…

Y cuando menos me di cuenta, ya le amaba con locura…

Sabía que mi amor era imposible, pues le vi incontable veces irse a un hotel de paso con varias mujeres. Sí, estaba resignada, él siempre fue así y de esa forma le conocí, pero llegó un momento en que ya lo amaba demasiado, que los celos comenzaron a carcomerme por dentro y se hicieron insoportables. Lo amaba tanto, que en ocasiones no me importaba rebajarme para que Adrián me besara y me llevara a un hotel como todas ellas. Llegué a tal punto que… ¡Deseaba que dejara de respetarme! ¡Qué no me importaba que me tratara como a una zorra! Pero… sabía que si le pedía una noche, a la mañana siguiente se marcharía y ya no me pertenecería, lo perdería, y  yo lo quería a mi lado permanentemente, sólo para mí. Buscaba estúpidamente una relación seria y sincera con él, y sabía de antemano que no podía dármelo. Adrián no era exclusivo, no le pertenecía a nadie, su corazón no tenía dueño. En una ocasión me atreví a preguntarle el por qué se acostaba con tantas chicas, que si nunca había amado a una sola mujer y que si nunca pretendía hacerlo. Esa noche estaba demasiado ebrio como para responderme, y no recibí respuesta alguna. En otra ocasión, volvimos a coincidir en una fiesta y conversamos un rato en la barra hasta que dos sensuales gemelas tomaron asiento en los bancos de enfrente y comenzaron a seducirlo a distancia. En menos de media hora, Adrián ya las llevaba abrazadas, una en cada brazo. Esa vez, en verdad quería rogarle que no se fuera, pero pese a mis fuertes sentimientos, la cobardía me venció, callé y sólo me despedí de él con una sonrisa forzada, y me quedé ahí hasta la media noche solo para acumular el coraje de no haberle detenido, y sintiéndome una tonta. Y cuando por fin abandoné el lugar, sorpresivamente encontré a Adrián afuera del bar, sentado en la acera de enfrente, fumando y contemplando el cielo estrellado.

— ¿No deberías estar ahora mismo en un hotel de paso saboreándote a ese par de gemelas candentes? —dije, como si estuviera reprendiéndole cuando realmente estaba aliviada y agradecida que fuera así. Y tomé asiento junto a él. Pero cuando le miré a la cara, me percaté de algo muy peculiar. Me sentí perturbada al ser testigo de su semblante entristecido por primera vez, de ver una faceta que desconocía y que jamás creí contemplar en él, y de lo desusado que lucía ante su persona. Era un ser humano que tan bien sufría.

 — ¿Recuerdas que me preguntaste el por qué me acuesto con tantas chicas?— recalcó Adrián. Yo asenté con la cabeza—. Lo hago para evadir la realidad, la realidad de que en verdad estoy solo y vacío. El sexo es para mí como una droga que me ayuda a soportar la escasez en mi interior. Y me empeñé tanto en creer que al vivir así, iba a ser capaz de encontrar el amor y la felicidad, que realmente lo creí, pero…—hizo una pausa—… hoy me doy cuenta de  que sigo estando  más solo y vacío que al principio. Que he fallado en mi propósito.

Al contemplarle tan desconsolado, no pude ocultar más mis sentimientos y me lancé a sus cálidos brazos.

— ¡Me tienes a mí! —le dije, hundida en su pecho—. Yo te amo sinceramente. Te amo apesar de tus defectos, de tus errores, de tus pecados.

 

Aquella noche, aunque le confesé lo que sentía por él, no nos convertimos en novios, ni siquiera hubo un beso. Adrián me dijo que pasó algo esa noche, algo que le hizo recapacitar. No sé exactamente qué, pero supongo que fue algo bueno, que le convenció a parar esa vida lujuriosa y de constantes excesos.

Ha pasado un mes de eso, y en verdad está intentando cambiar. Adrián me dijo que aún no sentía nada por mí, pero que si estaba de acuerdo, podíamos intentarlo, y oficialmente, apenas llevamos dos semanas de novios.

 

Miré a Carla cuando terminó de resumir. Yo no supe qué añadir.

—Te comprendo si ahora le juzgas como yo lo hice al principio y como casi todo el mundo sigue haciéndolo, pero yo, he aprendido a creer en él —se puso de pie de un salto.

Ella lucia demasiado feliz y esperanzada. Balbuceé.

—Quiero convertirme en esa persona especial que le enseñe lo que es amar, ser la primera y única dueña de su corazón. Definitivamente debo ser yo…—suspiró, como una chiquilla que le pide un deseo imposible a una estrella fugaz.

Y fue la primera vez, que me lastimaba la dicha de otra persona.

Entonces Carla me miró, esperando que dijera de menos algo a todo lo que me ella me confió, después de que expresara sus sentimientos.

Pero, ¿qué podía responder a todo eso?

—Me voy a casa, ya es tarde —murmuré repentinamente, y me puse de pie, sacudiéndome el polvo acumulado en mi trasero.

Fue lo único que pude decir…

—Adrián no tarda en llegar, le pedí que hoy me recogiera, que lo esperaría saliendo de clases —señaló ella.

¿Él vendría? ¿Se estaba dirigiendo hacia acá en estos momentos?

— ¿Qué…? —me alarmé, y mi cuerpo se sobresaltó.

— ¿Por qué no lo esperas y tratan de solucionar sus malentendidos? —opinó—. Ambos podrían terminar llevándose bien, lo presiento.

Sabía por qué se empeñaba tanto en todo esto, en ese afán de convencerme que ese bastardo era buena persona, y que él y yo podríamos ser amigos.

¿En serio creía que iba a ir con su padre y contarle su relación con una estrella porno? ¿Evitaba que lo hiciera? ¿Era ese el porqué de su intención de convencerme? Sea como fuera, yo no tenía ni la más mínima intención de entablar una amistad con Adrián.

—Verás, yo… —balbuceé—, me encantaría saludarlo, pero en verdad debo irme ahora. Lo siento, será en otra ocasión, lo prometo. Así que, ¡nos vemos luego! ¡Bye! —. Me despedí con la mano y comencé a alejarme con pasos apresurados -por no decir que corría como un cobarde-; no quería que me sucediera la desgracia de encontrarme con él.

Carla había insistido en que solucionara los malentendidos con ese bastardo, pero ella no entendía que la relación entre Adrián y yo era ya mucho más complicada, y a estas alturas, imposible. Desde un principio, automáticamente nos convertimos en rivales. Al tratarse de su novio, naturalmente se hizo mi peor enemigo y por consecuencia, le odio, sentimiento que supongo ha de sentir lo mismo por mí. Además, lo que pasó entre ambos esa noche, hace más incómoda la situación…

Continué caminando por esa bajada, sumergido en todo aquello que contó Carla respecto a Adrián y que comenzó a perturbar a mi pequeña cabecilla. ¿Por qué un lujurioso como él decidió “cambiar” de un momento para otro? ¿Acaso se le había aparecido un luminoso ángel enviado por dios y le dijo que enmendara su camino? Lo único que podía deliberar, es que fingió recapacitar para ganarse la confianza de Carla, manipularla, para luego llevársela a la cama y añadirla a su colección. Además, eso de decir que se siente “vacío” y “solo” para conmoverla no me lo trago. Es una célebre estrella, ¿qué no? ¿Cómo alguien tan amado como Adrián podría sentirse solo? ¡Tiene a todas las chicas rendidas a sus pies! ¿Cómo no encontrar la felicidad y el amor si es tan perfecto y su belleza le abre cualquier corazón que le satisfaga? Entonces, ¿A que estaba jugando haciéndose el sufrido, el mártir?

Adrián podría engañar a Carla, e incluso a todo el mundo, pero a mí no. Estaba obstinado en que no era un buen chico. Al final, él mismo lo aceptó  esa anoche:

«Tienes razón, soy una mala persona, y soy toda esa escoria que esas personas te dijeron de mí. Hasta he hecho cosas peores e inimaginables... ¡No sabes cuánto he pecado!»

 

Pero, a estas alturas, ¿qué le importa a Carla si Adrián está fingiendo o si es un pecador? Ella le ama pese a lo que es, lo dijo.

Y todo aquello que Carla me narró, “su historia de amor”, me ha dejado pensativo.

—Su historia de amor, ¿ah…? —resoplé y pateé una lata de soda que se atravesó en mi camino. Estaba cruelmente celoso.

Eso me puso a pensar en mí mismo, en que yo no la tenía.

 Supuse que personas en todo el mundo, al igual que la rubia, ya han vivido su propio romance de distintos colores y formas. Algunos apenas lo harán, pero…

¿Y yo…?

¿Seré excluido por el arco de Cupido? ¿Aquel estúpido querubín con flechas encantadas me ha destinado a la soledad y al amor no correspondido?

Y si no es así, ¿qué momento, qué lugar, qué persona?

¿Será Carla realmente mi destino?

Lancé un suspiro ante aquellas introspectivas.

No se imaginan cuán ansioso estoy de que se escriban en las líneas de mi vida, un romance que estremezca mi corazón y haga vibrar cada parte de mi ser.

Lo ansío tanto...

Una familia también. Quizá sea demasiado joven para tener ese tipo de deseos, pero en verdad los poseo muy dentro de mi corazón y me ilusiona. Puedo verme en un futuro, jugando al futbol con mi hijo de cinco años en el jardín, mientras que al fondo, en la terraza, sentada en una silla mecedora, mi esposa, joven y rubia y de nombre Carla, dándole pecho a nuestro segundo hijo que ha de llevar el color azul eléctrico de  sus ojos.

Ese es el futuro, por el que deseo luchar. Ese es el futuro que espero para mí…

 

Al menos que el destino tenga otros planes…

 

A sabiendas de que Adrián no tardaba en aparecer, decidí evitar la calle principal por la que lógicamente tomaría para llegar, y elegí un atajo poco iluminado y transitado para llegar a la parada de bus. 

Caminaba por esa privada poco concurrida, cuando comencé a escuchar pasos detrás de mí, como una marcha de reclutas, siguiéndome los talones. No me atreví a echar un vistazo hacia atrás, y discretamente aceleré mi andar.

Pero ya era inevitable…

—Detente —escuché que me murmuraron con dureza sobre mi nuca.  

Me detuve bajo la luz trémula y mortecina de un farol, y me volví pausadamente…

Al principio me exalté al ver aquellas desconocidas siluetas alargadas y delgadas ante mí, pero al percatarme que sólo se trataba de Diego y sus amigos de clase, me palpé el corazón, bastante aliviado.

—Hola —saludé, recuperando el aire y la tranquilidad.

Ellos no me respondieron, y creí que no me habían escuchado, ya que en ocasiones suelo hablar quedito por mi timidez, como si estuviera susurrando para mí mismo.

— ¿No crees que ya es algo tarde para que alguien como tú frecuente estos rumbos y sin compañía? Puede pasarte algo desafortunado… —sombrío, añadió Diego.

La luz tenue del farol que se encontraba sobre nosotros hizo un repentino corto y se apagó, dejándonos en tinieblas.

Él sonrió maliciosamente entre las sombras.

—Acaso tú…—titubeé, con el mentón tembloroso.

—Yo… —arqueó su rubia ceja.

— ¿…dices todo esto porque te has preocupado por mí, y me acompañarás a casa para asegurarte de que llegue a salvo?—Inquirí sonrojado.

 ¡Su bondad no conocía límites!

Diego y sus amigos soltaron una tremenda carcajada al escucharme.

— ¡Este chico te cree un santo! —palmearon a Diego entre risas.

Él rubio resopló y sus labios hicieron una mueca de desprecio.

—Yo no soy esa persona buena y caritativamente que estúpidamente crees al igual que todos los demás —corrigió— Y mucho menos lo soy con los chicos que se acercan a la chava que me gusta—Terminó lúgubre, empuñando su mano.

— ¿A qué te refieres con eso de que no eres una buena persona? —pregunté confundido y simplonamente.

—De que siempre he fingido.

—Fingir qué…

— ¡Qué soy un buen chico, ya sabes, para cautivar a las chicas! —dijo entre dientes.

Reí incrédulo, creyendo que era lo demasiado modesto como para darse crédito, y suponiendo que me tomaba el pelo. ¿Quería ser un héroe anónimo?

— ¿Entonces qué me dices de todo los árboles que plantaste? ¿O de las donaciones que haces para los niños de la calle?—mencioné anonadado.

—Ya veo que eres un completo idiota. Un ingenuo. —se lamentó sobándose las sienes—. ¡Jamás perdí mi tiempo haciendo ese tipo de cosas!

Diego se acercó a mí y me tomó del cuello violentamente. Eso dolió un poco.

—Ahora, ¿sigues creyendo que soy un alma de dios?— Me sacudió como a un muñeco de trapo y me empujó violentamente al piso.

Al momento de la caída, mi frágil codo derecho se peló con el áspero suelo y comenzó a sangrar levemente.

— ¡Me encargaré de que aprendas una lección para que no te le vuelvas a acercar a Carla! —me amenazó con su puño frente a mi rostro—. ¿Creíste que podrías salir ileso después de que ella me haya hecho a un lado por una escoria como tú?

Todo esto, ¿lo hacía por ella? ¿Cómo podía ser yo una amenaza?

Desde el suelo, contemplé incierto al verdadero Diego. Estaba tan decepcionado. El chico que había admirado tanto, estaba a punto de reventarme a golpes.

Uno de sus compañeros cogió mi mochila y la abrió. La elevó de cabeza en el aire y la sacudió hasta que todos mis objetos escolares salieron disparados a todas partes. Intenté levantarme para detenerlo, pero Diego me sentó de un empujón y me devolvió al húmedo suelo, amenazándome aún con su puño apuntado persistente a mi rostro.

Cerré los ojos, esperando lo peor, pero en ese instante, como un milagro, el feroz rugido de un motor resonó poderosamente, espantando a mis atacantes. Y un esplendor que cegó mis pupilas, desvaneció las tinieblas en las que me encontraba sumergido. La luz de un potente faro pegó directamente en mi rostro y me cegó. Yo me cubrí con el antebrazo, mientras escuchaba a Diego y compañía alejándose deprisa de allí.

Con la mirada al suelo, puede contemplar que un joven con botas negras de militar bajó de la motocicleta  y de manera ególatra caminó hacia mi dirección.

—Joven, ¿te encuentras bien? —inquirió.

Esa voz… esa voz…

— ¿Adrián?—engrandecí los ojos, y mis labios temblaron al pronunciarlo.

Me asomé de entre mi delgado brazo, y él apareció…

Era ese mismo chico al que mi mente, le obliga a pensarle desde el incidente de aquella noche…

— ¿Pecas?—escudriñó reconociéndome—. ¿Eres tú?

¿Pecas? ¿Qué había sido ese extraño saludo? ¡Mi nombre era Ángel Rojas por si no lo sabía!

Irónicamente me mostré sorprendido al escucharlo llamándome de esa manera, cuando justamente él había sido quién se burló llamando “lindas” a mis horrendas pecas la noche anterior.

Yo oprimí con fuerza mis labios para evitar decirle una  vulgar grosería.

— ¿Qué haces en el suelo? ¿Buscas una moneda? —se burló—. No. Al parecer, nuevamente estás metido en problemas. Aquella primera vez que te vi, creí que habías sido una víctima ajena a lo sucedido en el callejón, pero ahora, al verte de nuevo involucrado en una situación similar, me hace creer que eres un chico problemático, lo cual, no lo esperaría del tipo de personas como tú, que parecen no romper ni un plato.

Bajé el brazo con el que me cubría el rostro, y resoplé irónico aún tumbado en el suelo. Era la segunda vez que me encontraba frente a frente con mi mortal rival, ¿y yo seguía luciendo patético? ¿Cómo podría tomarme en serio y llegar a considerarme un oponente digno si continuaba así?

—Pero dime, ¿te encuentras bien?—se acercó sorpresiva y descaradamente a mí. Poniéndose de cuclillas, intentó analizar mi estado de salud, mis leves heridas, picoteándolas con sus dedos.

Yo me enrojecí, sintiéndome involuntariamente avergonzado. De nuevo, Adrián mostraba esa importancia y preocupación hacia el bienestar de un desconocido…

— ¡Aléjate por favor! —lo espanté, y torpemente, me puse de pie, en estado mórbido, pero aún con algo de orgullo.

—Vale… —precavido, tomo distancia, y con una sonrisa cínica marcada en sus labios.

Era tanta la antipatía hacia él, que el estómago se me revolvía salvajemente a cada vez que lo miraba.

— ¡¿Qué haces aquí, pretendiendo que me rescatas de nuevo?! —pregunté irritado—. ¿Metiéndote en lo que no te importa?

¿Qué no sabía que era humillante que mi propio enemigo me rescatara? ¿Y que su caridad me hacía sentir extraño? Pero sobre todo, ¿no sabe que no le quiero ver jamás?

Al instante en el que dio un paso pretencioso hacia mí, se escuchó el truene de mi lapicera debajo de su bota, percatándose así, de todos mi útiles escolares esparcidos en el suelo.

—Aparte de golpearte, esos chicos también intentaron robarte —esclareció y cogió del suelo una goma de borrar en forma de galleta, y mi cuaderno de notas, que estaba forrado con estampillas de tiernos conejitos  devorando zanahorias.

— ¡Te pregunté qué haces aquí! —realcé la voz.

En eso, las manos de Adrián se encontraron con la chaqueta de cuero oscuro junto a mi libro de Arte.

Callé abruptamente y palidecí.

—Mi chaqueta —se apresuró en cogerla—, ¿qué hace aquí?

—Puedo explicarlo —dije entre dientes.

—Creo entenderlo…. —caviló—. Carla te avisó que vendría hoy a la hora de la salida, ¿no?—Señaló—. Entonces la cargaste dentro de tu mochila para devolvérmela, pese a que insististe en que no lo harías —Indicó, cautivado.

—No exactamente —resoplé irónico.

— ¡Y mira! —se exaltó—. ¡Hasta te tomaste la molestia de llevarla a la tintorería!— observó la prenda con satisfacción.

— ¡Nada de eso! —corrí velozmente hasta él y se la arrebaté de las manos.

— ¿Qué haces? —preguntó con las mano suspendidas en el aire, y elevó su oscura ceja.

Con rencor, estampé su chaqueta contra el suelo y comencé a pisotearla como un desquiciado loco mientras él me miraba expectante, sin mención de palabras. Y después de unos agitados y violentos segundos, dejándola casi hecha trizas,  con un gran suspiro recuperé mi cordura.

—Ahora sí te la regreso oficialmente —indiqué—. Es toda tuya.

Repentinamente, la mirada de Adrian se puso lúgubre e iracunda.

Impulsivo, se acercó a mí. Fue tan veloz que no le vi venir. Él me empujó violentamente, estampando mi espalda en la pared de ladrillos, y acorralándome, me apresó dentro de sus brazos. Como un veloz rayo, el puño de Adrián rozó mi mejilla y detrás de mí, la pared retumbó, ocasionando que mi cabello se sacudiera.

Me quedé inmóvil, pero palpitante ante su frenesí…

Él me acechó, violando mi espacio personal hasta el punto de que era capaz de rozarme.

Adrián siseó como signo de desaprobación, cerca de mis labios, y llegó hasta mí, su aliento a tabaco combinado con menta fresca.

—No quieras lucirte comportándote de esa manera conmigo y parecer guay, cuando no tienes idea de con quién estás tratando —murmurando demandó—. El hecho de que fui amable y le salvé la vida a un ser tan patético como tú, fue simplemente porque eres el pobre y desafortunado amigo de Carla que necesita ser rescatado, y eso, no te da el derecho de tratarme tan irreverentemente. No a mí.

Y chasqueó la lengua.

Quizá debí ser inteligente como Diego y sus amigos y no provocar al temible Lobo, y huir de ahí, pero no lo hice, y no podía decir que era valentía lo que me hacía retarle aún en la condición y en la desventaja en la que me encontraba, pero mi odio hacia él, rompía mis límites de miedo y mis instintos de supervivencia, y no me hacía pensar con coherencia.

— ¡Te advertí que no te quería volver a ver! —me atreví a gritarle, pese al riesgo que conllevaba—. ¡Te ordené que no te volvieras a aparecer frente a mí! ¡Nunca! ¡Y aquí estás de nuevo, arruinándome la existencia!

— ¿No volver a verme? ¡Gracias al que aparecí, esos chicos no lograron su cometido! —respondió bufando—. Y créeme que no tenían buenas intenciones.

— ¡No necesitas rescatarme! ¡Rescatar a un extraño! ¡Me da asco tu hipocresía! ¡Y te odio! —vociferé—. ¡Tú no eres un héroe y yo no soy una damisela en peligro! ¡Dejemos de jugar con esos roles! —exclamé.

— ¡Puede que yo no sea un héroe, pero tú, sí que eres una damisela en peligro! ¡A la que al parecer estuve destinado a salvar ya en dos ocasiones!

— ¡¿Damisela, yo?! —le interrogué cabreado.

—Una damisela… pecosa —señaló burlesco.

Respirando agitadamente, rehuí mi rostro e intenté retirar sus brazos marcados de mis costados, para escapar de él, pero este me tomó del mentón bruscamente y me enderezó la cara, apretándome la quijada, y obligándome así, a mirarle a los ojos, a encararle.

Inevitablemente, le respondí a esas umbrías pupilas que me observaban inquietas e insistentemente. Ni por mi salvación, fui capaz de evadirlas. Y me sumergí en el universo de su mirada, siendo hechizado por esta.

¿Qué era esta sensación al tenerle tan cerca? ¿De sentirle respirar?

Mi corazón palpitó fuerte, intentando decirme algo que en ese momento no pude comprender…

¡Definitivamente, ese chico me ponía los pelos de punta!

Contemplé su perfecto y sensual faz iluminado por el faro resplandeciente de la moto, que detrás de él, apuntaba hacia nosotros, y nos bañaba de su brillo…

Su mirada, seguía provocándome estremecidos espasmos…

Rindiéndose repentinamente, Adrián apartó sus brazos marcados de mis costados y caminó hacia la moto. Aún estupefacto, me quedé recargado por unos segundos en la pared.

—Te lo ordenaré nuevamente… —reaccioné al fin— ¡No te vuelvas a aparecer frente a mí!

El Lobo se detuvo y se volvió.

—Eres maleducado e irritante —señaló, con una mueca en sus labios.

— ¡¿Qué?! —exclamé airado.

—Me refiero a que a mí tampoco me satisface encontrarme y tratar con alguien como tú —respondió.

— ¡Entonces, ¿por qué demonios no tomaste la calle principal para llegar a la entrada de la preparatoria como cualquier otro conductor normal lo haría?! ¿Por qué tuviste que pasar por la calle donde yo decidí transitar para evadirte?—le reclamé, aún sabiendo de antemano que aquello había sido obra del destino o de la casualidad.

— ¡¿Qué no entiendes?! —alzó la voz—. ¡Estás detrás de Carla y yo también! ¡Mientras tengamos el mismo objetivo, y mientras vivamos en la misma ciudad, nos seguiremos encontrando! ¡No importa cuánto lo evitemos o cuánto nos desagrade! ¡Así que vete acostumbrando a mi presencia!

— ¡Jamás me acostumbraré a  ella! —vociferé.

Adrián cogió su chaqueta con desdén y se la puso así, sin sacudirle el polvo siquiera, o las pisadas de mi calzado.

— ¡Te exijo que desaparezcas de la vida de ambos! —continúe gritando.

—No puedes prohibírmelo —señaló—Y no lo haré.

Él se montó a su moto ya encendida.

—Hay una cosa de la que tengo derecho a prohibirte —le hablé detrás.

—Qué cosa —me miró sobre su hombro.

—Deja de salvarle la vida al patético y desafortunado amigo de Carla. No he pedido tu ayuda.

—Eso… también lo decido yo —dijo.

Y le vi marcharse, con la huella de mi zapato marcada en la espalda de su chaqueta.

 

 

A la mañana siguiente:

Sábado, 10:05 am

Salí de los vestidores y ceñí el entrecejo ante el implacable sol. Me incliné, doblándome por la cintura, y me acomodé las agujetas de mis zapatillas deportivas y me subí las medias hasta mis pálidas y débiles rodillas.

— ¿Rojas? —el entrenador se sobresaltó al mirarme tan sorpresivamente frente a él—. Creí que hoy no vendrías, muchacho. Escuché que fuiste castigado, lo cual me sorprendió porque eres tranquilo, jamás te metes en problemas.

—De hecho, sí fui castigado, alguien como yo lo fue, e injustamente pero… mamá se enteró de la importancia de este día y sólo por esta ocasión decidió omitir mi injusto castigo y me permitió venir a la práctica —le expliqué.

—Es comprensible que tu madre te haya dejado venir —murmuró mirando su tabla de apuntes— Bien, vete con los demás a calentar—. Dio un silbatazo y me obligó a ir trotando hasta la chancha.

Me sorprendió el comportamiento apacible del entrenador esa mañana, puesto que suele ser un tirano.

Caminé por esa planicie enterregada. Mi amigo Lolo se encontraba cerca de la portería. Al verme corrió hacia mí y me recibió con fraternal un abrazo, reteniéndome unos instantes en él.

—Recuerda que en base a la práctica de hoy, el entrenador elegirá un nuevo capitán para el equipo, y debes ser tú —me murmuró al oído.

—Absténganse de hacer mariconadas frente a mí —clamó Julio detrás, y con un gesto discriminatorio, siguió practicando con el balón.

Incómodo, Lolo apartó sus brazos de mi cuerpo.

—En los vestidores, él es quién hace mariconadas con sus amiguitos —se quejó, y escupió.

Resoplé.

Lolo me tomó repentinamente de la playera.

— ¡No permitas que el imbécil de Julio, o cualquiera de los otros se conviertan en el  capitán del equipo! —me exigió—. ¿Sabes que será nuestro fin si esos se ponen al mando? ¡Sufriremos maltrato y nos dejarán descansando en la banca en los partidos más importantes!

Viré los ojos. ¿Verdaderamente confiaba en que “yo” podría hacer algo al respecto? ¡A qué santo ha decidido encomendarse!

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

La prueba física inició como cualquier otra práctica cotidiana, sólo que en esta ocasión, el entrenador observaría las habilidades individuales de cada uno para elegir un capitán; puesto que llevo codiciando durante todos los años que llevo en el club, y hoy era la gran oportunidad que debía aprovechar.

—Querido balón, quisiera que por esta ocasión, sólo por esta, te convirtieras mi mejor amigo —le imploré a ese objeto inflado y sin vida.

Pero él no tenía intención de entablar una amistad conmigo, y aunque intenté sobresalir a los quince jóvenes en la cancha, siendo bullicioso y luciéndome habilidoso, el entrenador ni siquiera volteó a verme.

Al final, fui golpeado por el balón de Julio que se dirigió potentemente a mi rostro.

Amortigüe el golpe.

 Lo primero que miré después de recobrar el conocimiento fueron las nubes pausadas del cielo azul. Me encontraba recostado en la banca, boca arriba, bajo una sombra y con Lolo a mi lado, colocando cuidadosamente una bolsa de hielo sobre mi ojo morado.

— ¿Ya concluyó la práctica?—me di un exasperado sentón.

Miré a lo lejos a Julio y a los otros haciendo bullicio.

Sentí un leve mareo y me volví a recostar.

— ¿Qué festejan?—Inquirí macilento.

—Julio es el nuevo capitán —respondió irritado Lolo, estrujando con impotencia la bolsa de hielos.

No me mostré sorprendido, sabía justamente que eso iba a suceder.

El entrenador se acercó a nosotros y me preguntó si me sentía mejor. Yo asentí con la cabeza, afirmándolo.

 Respirando profundo, el instructor tomó asiento junto a mi costado.

—Julio es el nuevo líder —anunció—. Sé que también tú has perseguido ese puesto, y también sé, que eres el hijo de quien formó el equipo y la unidad deportiva sobre la que hoy jugamos en esta colonia carente de deporte, y rebosante de jóvenes viciosos. Es lo que tu madre quiere, ¿no? que representes al equipo como tu padre lo hizo durante tantos años. Que heredes el puesto.

—No por ello, debía ser el capitán sin merecerlo —mencioné, haciendo visaje de dolor.

—Qué bueno que lo entiendas. Mejórate. —se puso de pie y se marchó adónde Julio y los demás.

Maldije a baja voz. Lolo me miró, parpadeante.

Me cubrí la cara con el antebrazo.

—No pude sobresalir durante la práctica, jamás puedo sobresalir. ¡El entrenador no volteó a verme ni siquiera en una ocasión! No importa cuánto lo intente, no dejo de ser el chico invisible que nadie le presta atención. Y no sólo soy irrelevante en un campo de futbol, sino en todas partes… ¿Alguien podría identificarse conmigo? ¿Existirán otras personas que les pase lo mismo? Que vayan por la calle caminando y que te golpeen al pasar porque no te notaron o que te encuentres en una conversación y  no importa si gritas, nadie te escucha y te excluyen, porque tú o tu plática no les parece interesante. A veces creo, que la única manera de ser digno de la atención de la gente, es pararme en la sima de un edificio y  amenazar con arrojarme al precipicio. ¿Será esa, la única manera para que me volteen a ver y escuchen lo que tengo que decir?

—Dios, creo que el golpe te ha afectado gravemente el cerebro —se apresuró Lolo en apartarme los mechones castaños que se me venían al rostro—. Estás diciendo locuras— Me colocó su chamarra deportiva como cabecera.

—No son locuras, es lo que nunca he dicho, pero es lo que pienso y me atormenta todos los días.

—Cálmate, sólo estás enojado porque el entrenador no tuvo la cortesía de mirarte durante la práctica. Y te comprendo.

—No es sólo él, Lolo, sino el mundo entero, hasta Carla.

Lolo resopló.

—Deja de pensar y reposa —pasó su mano por mi parpados para que los cerrara, y los cerré.

—Quizá sea lo mejor —musité, somnoliento.

Intenté no pensar, y me sumergí en la oscuridad de mi subconsciente.

Estaba funcionando. La oleada del viento acariciando mi rostro y su jugueteo con mi cabello me relajaron bastante, hasta que, de pronto, aparecieron los ojos de Adrián -oscuros e intensos- en mis divagaciones.

Me sobresalté y abrí los párpados. Él estaba invadiendo mi mente, mis pensamientos.

— ¿Sucede algo? —inquirió Lolo, quién cuidaba mi reposo.

No respondí y respiré agitadamente durante unos instantes, hasta que las palabras escaparon de mis labios.

—Siempre he sido invisible, pero cuando él me mira, es como si rompiera ese malvado hechizo —musité.

El recuerdo vino a mí, de aquel día. Desde lo más alto de escenario, las  pupilas del Lobo fueron capaces de encontrarme entre toda esa gente. Aquellos ojos que percibieron mi insignificante existencia.

Los únicos que lo hicieron…

— ¿De qué hablas? En serio ya estás preocupándome —señaló Lolo—. El Lobo, ¿no es el novio de Carla de quién tanto has renegado estos últimos días?

—Sí, a él me refiero —asentí, mirando el cielo azul— Anoche me lo volví a encontrar, a unas cuadras de la escuela y…

—Y qué… —Lolo me volvió a colocar la bolsa de hielo en la frente. 

—No sé, me siento extraño cuando lo veo, cuando nuestras miradas se cruzan. Es un sentimiento, un estremecimiento que no puedo especificar… —solté un suspiro—. Lo único que sé, es que han sido sólo dos encuentros, y ya ha ocasionado tal conmoción en mi vida, que ha invadido mi mente y se ha adueñado completamente de mis pensamientos. Es cierto que le odio y que mi furia se enciende cuando le tengo cerca pero, hay algo más que su presencia es capaz de ocasionar en mí…

— ¿A qué te refieres?— Se escandalizó Lolo.

— ¡No sé explicarlo! ¡Es desconocido para mí! —me exasperé—. Él posee algo que me inquieta y tengo la impresión de que a través su mirada intenta decirme algo; en ella refleja desesperación, es como si buscara respuestas en mí, no sé.

Hice una pausa, y pasé saliva.

—Dime, cómo es él —preguntó, bostezando, quizá se comenzaba a sentir aburrido con todas mis incoherencias.

—Es cruelmente apuesto —malhumorado, inflé las mejillas.

— ¿Ah sí? —sacó una pomada de su mochila, cada vez más desinteresado del tema.

—En verdad no lo es tanto —me retracté—. Pero es muy popular— Resoplé.

Lolo comenzó a untar pomada en mis raspadas rodillas, ignorando ya, la plática.

— ¿Puedes captarlo? —inquirí—. Mientras yo soy un chico ignorado, él es el tipo de chico por el cual las personas que van pasando a su lado en las calles, se detienen sólo para apreciarlo.

— ¿Por qué tuviste que hacer barridas durante la práctica? —me reprendió Lolo, mientras me colocaba banditas, sin prestarme atención.

—Ah~ —suspiré aún sumergido en mis pensamientos—. A veces me pregunto, que se sentirá ser popular, ser una celebridad, tener una cara linda, un cuerpo sensual y que todos te amen, que todos te deseen. Pero sobre todo, que se sentirá ser el Lobo, tener su vida…

Furioso, Lolo dejó a un lado mis heridas y me miró.

— ¿Cuántas veces más te tendré que repetir de que tú no eres feo? —me reprendió—. Sólo no eres muy llamativo— Agregó.

— ¿Estabas prestándome atención? Creí que habías dejado de hacerlo hace un momento —dije extrañado.

—Intenté ignorarte, pero, ¿cómo no escuchar tus tonterías? Me es inevitable —se quejó—. Todo el tiempo mis oídos tienen que soportarlas.

—Gracias —musité, conmovido—. Por eso eres mi mejor amigo. Por eso, eres irremplazable.

—Duérmete ya, que empiezas a actuar cariñoso y me dan escalofríos.

 

 

Después de reposar varios minutos, regresé a casa en compañía de Lolo, sin parar de pensar y de razonar sobre muchas cosas.

— ¿Puedes decirme por qué comenzaste a sonreír tan de repente y no has dejado de hacerlo pese a que no conseguiste ser el capitán y que tu día fue de la patada?— preguntó el chico punk.

—Es porque me has dado una excelente idea —le palmeé la espalda.

— ¿Qué? Si fuiste tú el que se la pasó hablando. Dime, ¿qué otra locura se te ocurrió? —me detuvo, poniéndose delante de mí y cubriéndome el camino—. Suéltalo de una vez.

Yo sonreí.

—Estoy decidido a ser popular.

Lolo soltó una risita.

— ¿Cómo harás eso?—se llevó una mano a la frente.

—Me he percatado que tener un rostro decente, un buen corte de cabello, ser amable o simpático no ha sido suficiente —resoplé.

—Entonces…

—Entraré a un gimnasio y haré a mi cuerpo más fuerte y sensual —expliqué—. Y de mi forma de ser, también cambiaré los aspectos necesarios.

—Pero tu forma de ser y tu delgadez es lo que te caracteriza —se quejó Lolo—. Lo que te hace ser tu mismo.

—Entonces, dejaré de ser yo mismo.

—Pero, ¿por qué?

— ¡Porque ya no deseo ser más el invisible que nadie ve! ¡Qué Carla ni el mundo ve! ¡Que me pasen desapercibido! —Expresé—. ¡Ya me cansé que me subestimen por mi apariencia maleable y débil! ¡Me cansé de que me golpeen y me dejen tirado en el suelo como basura! ¡Estoy harto de que otros me salven la vida! ¡Que el novio de Carla me la salve! ¡Y que me llame damisela pecosa en peligro! ¡O que por mi escaso rendimiento físico, personas como Julio me arrebaten el puesto de capitán!

—Te comprendo —agachó la cabeza Lolo.

— ¿Me apoyarás en esto?—le miré.

—Sí —señaló sin opción, resoplando—. Aunque sé que me lamentaré.

 

Llegamos a casa. Mamá se sorprendió cuando le pedí la escoba para usarla en mi habitación.

— ¿Ahora qué haces? —preguntó Lolo mientras comenzaba a barrer bajo mi cama, por primera vez en la vida—.  Sigo diciendo que el balonazo te afectó en algo.

— ¡La encontré! —me incliné para coger un trozo de papel.

Lolo me lo arrebató de las manos, impacientado, y observó el objeto.

—Es la tarjeta de un gimnasio, y es la misma que sacaste de la chaqueta del novio de Carla —me lanzó una mirada, irónico.

—El Lobo tiene un excelente físico por lo que quise tomar una de sus referencias — Dije tímido.

Él me dio un zape y luego volvió su vista a la tarjeta. Estuve a punto de vengarme del mismo modo, cuando…

— ¡Espera! —exclamó estupefacto—. ¡El gimnasio “PERFECTION” es uno de los mejores!

—Y de los más caros, seguro —resoplé y me crucé de brazos.

— ¡Pero posees la tarjeta dorada!—Saltó alegre.

—Y eso significa…

— ¡Que tu entrada es vip y tienes pase gratuito por dos años!

—Sí, suena genial, pero hay algo que lo dificulta —inflé las mejillas—. La tarjeta es del estúpido Lobo, no lo olvides.

— ¡Aún así puedes quedarte con la tarjeta dorada y pasarla como tuya! ¡En ella, no lleva el nombre del beneficiado impreso, lo que indica que la tarjeta le pertenece a quién la posea!

Mis ojos se iluminaron al igual que los de Lolo. Pero los míos prontamente se apagaron cuando pensé detenidamente la situación.

— ¿Y si me encuentro con él en algunas de las instalaciones del gimnasio? Al fin y al cabo las frecuenta, ¿o no?—. Titubeé.

— ¡Pero existen cientos de estos gimnasios situados en toda la ciudad! —me alentó—. Sería cosa del destino que te toparas con él…

—No sé —seguí dudando.

— Dime, ¿el Lobo es un chico de ciudad?

—No estoy seguro, pero es lo más probable —comenté.

— ¡Ya está! —exclamó—. Los presumidos de la colonia de al lado, acaban de estrenar un gimnasio PERFECTION!

— ¿Y? —seguía perdido.

— ¡Ve a ese! Al fin y al cabo, el Lobo no vive por estos rumbos, no tendrías porqué encontrártelo.

Era cierto, ¿cómo lograr encontrarme al afamado Adrián por estos barrios bajos? ¡Sería ya una extraordinaria coincidencia! Y ni siquiera yo, tengo tan mala suerte.

—Está bien, lo haré, me he decidido —presioné mi puño.

 

El momento de cambiar había llegado…

El momento de mi metamorfosis… 

Notas finales:

¡Hola! Pido disculpas por este mal cap, personalmente no estoy satisfecha con él (Si lo llego a mejorar les aviso) Extrañamente estuve inspirada solo para otras partes de la historia que vendrán más adelante e.e

Me despido y agradezco su espera.


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