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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Si tan sólo me hubiera dado la vuelta y alejado de ahí cuando le vi, y hubiera ignorando su provocación, quizá hubiera  escapado de mi destino.

 

 

 

 

 Cambiar…

En todos los aspectos…

Hasta dejar de ser yo mismo…

 

—Qué bonitas pantuflas de panda —señaló irónica Eli, que hiperactiva, merodeaba por toda la casa en su silla de ruedas.

— ¡Lo sé, son tiernas! —expresé anonadado mirándolas puestas en mis inquietos pies.

 

Cambiar…

Dejar de ser infantil y madurar…

Hmmm…

Lo haré a partir de mañana, las pantuflas son tan adorables para dejar de usarlas hoy.

 

 

Capítulo: Los besos no se piden… se roban

 

(Primera Parte)

 

 

Sonó el timbre de la entrada.

— ¡Yo abro, yo abro! —se apresuró Eli en su silla de ruedas.

No objeté, pues yo estaba en pijama y mamá recostada en su habitación. Me dirigí al tocador del baño con esos aterciopelados pandas en mis pies, cogí mi cepillo dental y le unté pasta con aliento a hierba buena. Cepillaba mis ansias con furor cuando mi hermana apareció por la puerta entreabierta.

— ¿Quién llamaba a la puerta? —intenté hablar con el cepillo dentro de mi boca.

Ella me miró incrédula.

— ¿Cómo alguien como tú pudo lograrlo?

—De qué hablas —demandé con la boca espumosa, como si estuviera rabioso.

—Hablo de que… ¿cómo le hiciste para que la mismísima Carla apareciera bajo nuestra puerta preguntando por ti?

— ¡¿Qué?! —escupí la pasta de dientes en el lavabo.

—Ella espera en la sala —anunció y se dirigió a la habitación de mamá todavía sorprendida y escéptica por algo que al igual que yo, no creía posible.

Salí del sanitario atropelladamente. Me pregunté si era una broma, pues pretendí que nunca llegaría el glorioso día en que Carla viniera a mí, a voluntad propia. Era demasiado bueno para ser verdad. Y cabe mencionar que mi hermana es bastante traviesa con sus mentiras y que le gusta ilusionarme en vano.

Lo creí sólo hasta que la contemplé con mis ojos, sentada en el mismo sofá donde yo he puesto el trasero incontables veces. Y no era una ilusión, otra imagen virtual creada por mis más profundas fantasías. ¡Era Carla en verdad! Llevaba su dorado cabello trenzado, un mini vestido negro con brillantes lentejuelas y unos tacones plateados. Tan exquisita y perfecta como siempre…

Entonces, repentinamente me puse a pensar como lucia yo, frente a Carla…

« ¡Rayos!».

Mientras ella vestía como si estuviera lista para ir a una fiesta, yo, al igual que todos los sábados, desde temprana hora me alistaba para ir a la cama.

¡Maldición, maldición! ¡Tuvo que encontrarme en pijama!

— ¡Hola! —me saludó alegre con la mano agitando las pulseras de sus muñecas.

Regresé el saludo entre dientes, lanzando discretamente debajo de la mesilla, las estúpidas y ridículas pantuflas de panda de mis pies, mismas que hace unos minutos las consideraba tiernas y adorables.

—He venido a verte —sonrió.

¿Qué demonios había dicho? ¿Carla había venido a verme? ¿A mí? ¿Y en una noche de sábado?

Quizá, efectivamente se trataba de una ilusión mía.

Me esforcé para no mostrarme sorprendido ni emocionado por su visita aun cuando prácticamente mi corazón intentaba salirse de mi pecho. Balbuceando, le ofrecí algo de beber, pero ella se negó, entonces tomé asiento en el sofá frente a ella, intentando calmar mi acelerado corazón y  mi enmarañado cabello, que era  un desastre. Bueno, en general yo siempre he sido todo un desastre.

De pronto, Carla rió divertida, y le pregunté qué era aquello tan gracioso que había desatado su risa.

—Traes pasta dental en la comisura de tus labios —señaló.

Y se resolvió el misterioso caso.

Colorado, me apresuré limpiarme con el dorso de mi mano.

 ¡Rayos, rayos, rayos! ¡El destino siempre se empeña en ridiculizarme!

Se hizo el silencio después de esa escena tan vergonzosa. Intenté decir algo pero… ¡¿qué demonios podía decirle?! Sinceramente no sabía el motivo de su visita, lo que se le ofrecía. Acaso,  ¿podía necesitar algo de mí? ¿De alguien como yo? ¿Podía existir un tema que podía tratar con ella? ¿Debería hablarle de futbol? ¡Desgraciadamente es de lo único que puedo charlar! ¡Estoy desactualizado de temas relevantes y que están de moda!

— ¿Es extraño que esté aquí, no? —habló la rubia. Es como si haya leído mis pensamientos.

—Un poco —me encogí de hombros.

—Te diré la razón —me miró con fijeza.

—Si lo crees necesario… —desvié la mirada.

—Estoy aquí, porque quiero que seamos amigos más cercanos —sonrió.

— ¿Eh? —pasé a mirarla, sorprendido.

—Quizá no entiendas por qué lo pedí tan repentinamente —Señaló tímida—. Pero luego de que mostraste ese interés y preocupación por mí, y de haber guardado el secreto sobre mi novio, supe que necesitaba un amigo como tú, alguien con quien pueda contar y confiar.

¿Había escuchado bien? ¡¿Carla estaba considerándome como un posible amigo en quien confiar?! Eso era algo bueno de lo que debía alegrarme… ¿cierto? ¡Debía serlo!

Dentro de mí, estaba retozando de felicidad.

—No-no fue nada —balbuceé modesto y me rasqué el cabello.

—Además —acentuó ella—, creo que seguiré necesitando de tu apoyo —Sonrió nerviosa—. Realmente no puedo sola con mi relación con Adrián, ya sabes, mis padres son muy especiales conmigo y si se enteran, me matan —Resopló angustiada.

— ¿Y crees que de alguna manera, “yo”… pueda ayudarte? —señalé confundido.

—Luego de lo sucedido hace días, no pensé en nadie más que en ti —dijo—. A parte de que por ahora, pareces ser el único en quien puedo confiar.

— ¿Cómo?—Inquirí—. ¿Por qué dices que el único?

Carla infló las mejillas y se cruzó de brazos.

—Mis amigas se molestaron conmigo cuando se enteraron que Adrián era mi novio y me llamaron mala amiga, una traicionera.

—Creo entender porqué —bajé la cabeza—. A todas ellas les ha de gustar él, ¿cierto?

—Sí, y a ellas les gustó primero —resopló—. Y con eso se sienten con el derecho. Algunas me siguen hablando, pero puedo sentir su aire hipócrita y cómo me maldicen a mis espaldas cuando me ven caminando de la mano con Adrián. Y lo último que harían, es apoyarme en mi relación en estos momentos.

—Me imagino.

—Sí. Y con mis amistades masculinas tampoco puedo contar por ahora —indicó.

— ¿Eh? ¿Y por qué lo dices? —pregunté.

Ella desvió la mirada.

—Adrián tuvo problemas con varios de mis amigos sobre asuntos que por ahora prefiero omitir —se mordió los labios.

—En-entiendo —balbuceé. No dejaba de hacerlo desde que comencé a conversar con ella. No podía evitar hablar entrecortado y dejar inconclusas oraciones y frases.

—Sabía que ser su novia me traería muchos problemas, ya que no se trata de cualquier persona, sino del mismísimo Adrián, el chico más popular de la ciudad —dijo y contemplé su rostro mortificado.

¡Supuse desde un principio que un chico como él le traería problemas y sufrimientos! ¡Ya había indicios! ¡Ahora Carla ha perdido a sus amistades por culpa de ese bastardo!

Pero  ella sonrió repentinamente y su rostro se iluminó.

—Pese a todo, estar a su lado lo vale —murmuró tenue.

Entonces me percaté de la dicha reflejada en su mirar.

«Estar a su lado lo vale». Había dicho, y llevaba una cara de lela, de una lela enamorada que no podía con ella.

Mi corazón se acongojó, era como si el Lobo la hubiera drogado o hechizado, y no existiera la cura para tal mal, un mal que afectaba gravemente a la “razón” y que lleva el nombre de “Adrián”.

— ¿Y… quieres que yo te ayude en tu relación con él? —farfullé dudoso, digo, ¿cómo podría apoyar su relación cuando soy yo principalmente el que desea separarla de ese idiota?  ¿Quería que fuera su alcahuete o algo así?

—Sí, tú —como temía, reafirmó ella.

Quise negarme pero…

—Todo el mundo está en contra… —añadió.

La miré.

—…menos tú —titubeó.

¿Qué? ¿En serio jugaría tan sucio para convencerme?

—Uff… —dejé caer la cabeza.

— ¡Además, tú eres el único de mis amigos que le cae bien a Adrián!—me animó, entusiasta.

— ¡¿Qué dijiste?! —levanté el rostro, incrédulo. Al parecer había escuchado mal.

¿Yo? ¿Caerle bien al Lobo? ¿Dónde había sacado tal locura? ¡ja,ja,ja!

—Adrián me comentó que se encontraron el viernes en la preparatoria —memorizó.

— ¿Ah, sí? —nervioso, me sobé las manos, pues el tipejo y yo nos vimos involucrados en una situación muy embarazosa—. ¿Y que más te dijo…?

Temblé mientras esperaba su respuesta…

—Me dijo que arreglaron sus malentendidos y que se la llevan muy  bien —comentó aun sonriendo.

« ¿Eh?». Fruncí el entrecejo. Fui capaz de seguir sorprendiéndome.

¿Ese imbécil había dicho tal cosa? A lo que yo recuerdo, eso no fue lo que sucedió. ¿Omitió mis reclamos y groserías? ¿Y cuándo le dije que lo quería fuera de nuestras vidas? ¿O cuándo le pisoteé eufórico su patética chaqueta de motociclista ochentero?

Pero… ¿y por qué diablos lo ocultó? Pudo haber aprovechado para desacreditarme frente a Carla y así, sacarme de la jugada.

Reí forzadamente.

—Sí, nos llevamos muy bien —fingí. Al final, yo también respaldé su mentira y seguí el jueguito del Lobo. Quizá fue porque estaba feliz de que Carla me haya tomado en cuenta, aunque sólo haya sido para pedirme mi apoyo y hablarme de ese idiota. Además, al analizar las cosas, me di cuenta que ya no era necesario oponerme a su relación -aunque lo hago en mi interior con todas mis ganas-. No tenía caso intentar convencerla con la misma basura de antes, tales como “él no es buena persona, no te merece”, si no me había funcionado. Además, ella me estaba pidiendo que aportara apoyo a su relación, pero no que intentara estropearla u oponerme como la mayoría ya lo hacía. Entonces… ¿debería fingir apoyarla para ganarme más su confianza? ¿Para lograr acercarme a ella? ¿Llegar a ser íntimos? Al fin y al cabo, para conquistarla, el primer paso era encontrar una excusa perfecta para acercarme a ella, y eso, es algo que no he logrado hacer durante los años que llevo amándola. Pero ahora, tenía entre mis manos esa excusa perfecta para estar a su lado; aunque fuera con una intención oculta, y un sentimiento oculto.

Carla se puso  de pie  repentinamente, y  caminando hacia mí, se  arrojó a mis brazos.

Me quedé petrificado, con los ojos desorbitados.

—Gracias —me susurró—. Gracias por ser amigo de ambos y apoyarnos en nuestra relación. Eres el mejor.

—Sí, sí —reí entre dientes—. Hacen una bonita… pareja.

Ella apartó sus cálidos brazos  de mi cuerpo y me sonrió.

—Entonces me marcho —cogió su bolso de brazo y se dirigió a la salida—. Al parecer, ya estabas preparado para ir a la cama, y yo sólo retrasé tu siesta —se detuvo y miró con discreción mi pijama de rayas, que me hacía parecer un recluso.

— ¡Para nada! —Sonreí como idiota mientras la acompañaba a la salida—. Puedes quedarte un rato más si quieres —intenté detenerla, aunque no estaba seguro si deseaba seguir escuchando más cosas de Adrián toda la noche. Y tanto que me picaba saber sobre él. Me hacía daño pensarle. Mi mente se contaminaba.

Pero…

—Debo irme ahora —dijo.

Ella estaba bien maquillada y perfumada. Sabía con quién se encontraría esta noche de sábado. Era obvio. Carla estaba exquisita y Adrián era el motivo de su esfuerzo por lucir más que perfecta esta noche. Y yo estaba muerto de celos, odiándolo más a cada segundo por ser tan  afortunado de tenerla como novia.

Caballerosamente, le abrí la puerta de la casa, y la acompañé durante el corto camino adoquinado que cruzaba el jardín de mamá, abriéndole paso también por el portón.

—Hasta pronto… amigo —Se despidió ella y cruzó la calle, apresurada y ansiosa por encontrarse con su amante, con su amor prohibido del que sus padres no estarían de acuerdo y del que sus amigos, intentan separar.

Y yo… me he convertido en cómplice de ello.

 

Y me quedé ahí, celoso, pensando en que Carla y Adrián vivirían su romance mientras que yo…

aún sigo esperando el protagonizar uno.

 

Cuando un taxi recogió a Carla y se la llevó lejos de mi vista y hacia los brazos de ese bastardo, regresé a casa y me encerré en mi habitación.

La luz estaba apagada. Me quedé así, en tinieblas y me recosté en mi cama, pensando, con la mirada perdida en el oscuro techo…

No sabía si era bueno convertirme en el “mejor amigo” de Carla, y me preguntaba  si  el  ocupar ese lugar en su vida, me afectaría o me beneficiaría en el futuro.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

LUNES  

 08:30 a.m.                                                                                                                          

Primer día de gimnasio.

 

Ni siquiera esperé a que mi alarma sonara como lo hace todas las mañanas y que prácticamente ignoro y que al final termino golpeándola para que deje de sonar. Hoy me levanté de un gran salto, energético y motivado, ganándole al despertador. Después de una llovizna matutina, el sol ya se asomaba y las aves cantaban, pero la calle aún olía a humedad, y se percibía ese aroma fresco desde mi ventana.

Hoy era el día perfecto para dar el primer paso a mi trasformación. Era el día en que nacería el nuevo Ángel. Un nuevo yo.

Necesitaba dejar de ser aquel chico simple, insípido, invisible y patético del que Carla jamás se fijaría, para convertirme en un chico apuesto, justo como lo demandaba el protocolo.

Pero… ¿realmente se puede dejar de ser uno mismo?

Me puse una playera holgada, una banda deportiva en la cabeza, un short que mostraba mis  lampiñas pantorrillas y el par de zapatillas que suelo usar en la clase de educación física. También guardé una toalla y un ungüento para dolores musculares en mi mochila por si acaso los necesitaba. Bajé deslizándome por el barandal de las escaleras  y corrí a la cocina para llenar mi botella de agua.

—No sólo iré por ti hasta el gimnasio si no llegas a la hora acordada… ¡sino que te traeré de las orejas si es necesario, y a la vista de todos! ¡No me importará quién mire, o lo mucho que lloriquees! —Amenazó mamá desde el fregadero.

Asentí con sumisión, sobándome ya el oído, como si ya me estuviera jaloneando.

Proponiéndome olvidar la anticipada reprenda de mamá, decidí ser positivo y dejar atrás las cosas que habían salido mal desde ese momento (refiriéndome más que nada, al hecho de que el tal Adrián haya aparecido en mi vida). Decidí omitir esa molesta parte más que otra cosa.

«A partir de hoy… todo saldrá bien, mi vida cambiará y el Karma estará de mi lado».

Salí de casa y motivado me dirigí hacia la dirección nórdica con esos positivos y alentadores pensamientos. Pero después de recorrer quince agotadoras cuadras, mi espíritu positivo se apagó y mis nada resistentes piernas se debilitaron. Extenuado, me puse a pensar si todavía era necesario ir al gimnasio, ya que por ahora, ya había hecho suficiente ejercicio al caminar ese largo y agotador tramo hacia él, o al menos lo había sido para un perezoso y debilucho como yo. Pero para mi fortuna, el gimnasio PERFECTION ya se encontraba frente a mí, a unos cuantos pasos más, sólo tenía que cruzar la gran avenida para por fin llegar.

Me desanimé un poco al contemplar la fachada simple de aquel establecimiento. Era pequeño a simple vista, es verdad, pero cuando crucé el umbral y accedí al sitio, me sorprendió mucho. Era muy moderno, con un excelente ambiente. Sonaba música trance, había pantallas de TV, y tecnología de punta en sus aparatos de ejercicio. Había muchas chicas, guapas, de un excelente físico, con pequeños shorts y que rondaban sudorosas por todo el sitio. Pero también había hombres rudos, algo intimidantes, calvos, tatuados y con brazos muy ejercitados sosteniendo enormes pesas.

Tímido, me acerqué al encargado que estaba en la recepción para inscribirme.

— ¿Tiene la tarjeta dorada? —se sorprendió el señor canoso, y me miró, ceñudo.

Por un momento temí que descubrieran que la tarjeta dorada no me pertenecía, pero me tranquilicé cuando el señor me sonrió y me dio la bienvenida cálidamente.

—Lo alinearé en la lista VIP —Dijo—. Deme sus datos, por favor.

— ¿Lista VIP? —pregunté con una sonrisa ampliándose en mis labios.

Él asintió con la cabeza.

Atolondradamente le di todos mis datos y respondí a todas las preguntas con entusiasmo. Y comencé a sentirme extrañamente importante, como una celebridad o algo parecido.

— ¡Ah! y por último —me detuvo justo cuando me dirigía  a toda velocidad  hacia una caminadora eléctrica—. ¿Desea que le asignemos entrenador?

— ¿Ese privilegio también viene incluido en la tarjeta dorada? —pregunté maravillado.

—Sí, y es opcional —respondió—. Hay clientela que no lo requiere.

Lancé una risita avergonzada.

—Realmente yo sí requiero esos servicios —señalé apenado—. Verá, no estoy muy familiarizado respecto al funcionamiento de los aparatos y tampoco sé mucho sobre los ejercicios que debo hacer para tener el cuerpo que deseo.

— ¡No se diga más, ya le envío al entrenador! —sonrió amable.

—Se lo agradecería mucho. Me iré instalando entonces —y retomé mi camino, mientras me preguntaba ilusionado cómo sería mi entrenador y si tendría la virtud de la paciencia, ¡porque vaya que la necesitaría conmigo!

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

 

Mientras que esperaba a que llegara mi tan esperado instructor, dejé mi mochila en el piso y me  coloqué justo al lado de una chica morena y delgada que se ejercitaba en uno de los aparatos. La saludé, pero supongo que estaba muy concentrada en su rutina porque no atendió mi amigable y tímido hola. Mi sonrisa se marchitó al sentirme ignorado, y dispuesto a comenzar con lo mío, me monté a la bicicleta de spinning, y aunque no sabía exactamente su funcionamiento, improvisé y presioné los botones del Display, que marcaban las calorías y el tiempo, y comencé a pedalear. Había ventanales frente a mí donde podía apreciar el exterior, y que al mover las palancas con mis piernas, simulaba como si en verdad estuviera montado en una bicicleta normal y avanzaba por aquel verdoso jardín que se extendía ante mis ojos. Eso me motivó, ya que siempre me ha gustado pasear en bicicleta.

Al principio fue pan comido y logré un buen ritmo, pero mientras trascurrían los segundos, los pedales fueron comenzando a sentirse pesados, y cuando menos me percaté, mis delgadas pantorrillas ya se encontraban en extremo adoloridas y exhaustas, obligándome a disminuir la velocidad.

Recuperaba el aliento cuando…

— ¡Qué lento eres! ¡Tienes muy mala condición! Lo bueno es que soy un excelente entrenador. Aunque… con esa falta de talento, no te prometo nada —me sopló una voz engreída y burlona en mi nuca.

Mi piel se erizó al escucharle y  percibí un aura maligna que me estremeció la espalda.

Giré pausadamente mi cabeza y miré sobre mi hombro.

Y le vi, de pie, frente a mí, con actitud petulante y con una mano en la cintura…

¡A nadie más que al mismísimo Adrián!

Él se pasaba una mini toalla por su húmedo cabello oscuro y por su nuca. Llevaba pantalón y calzado deportivo, y una camisa de resaque que marcaba su endurecido abdomen y pecho. Y la falta de mangas, le dejaban presumir sus trabajados brazos que, molestamente, lo hacían lucir bastante atractivo.

Pero… ¿Qué demonios hacía el aquí? ¿Justo aquí? ¿Había mencionado que él era… el entrenador?

— ¡Debe ser una broma de mal gusto! —lancé dramáticamente un grito al techo, elevando y extendiendo  las manos hacia él — ¡Debe tratarse de una pesadilla! ¡Debo estar soñando!

—Qué tal chico nuevo, ¿cuál es tu nombre? —Saludó amigablemente Adrián y recargó su antebrazo en el display de la bicicleta de spinning en la que pedaleaba.

Le lancé una mirada irónica.

¿Después de todo lo que ha pasado entre nosotros y finge no conocerme?

—Yo sé perfectamente quién eres —Pronuncié irritado—. ¿Acaso tú no me recuerdas?

Él siguió frotándose con la toalla su húmedo cabello de corte mohicana, y varias gotas salpicaron mi rostro.

— ¿Eh? ¿Acaso me conoces? —Preguntó sarcástico, continuando el ridículo juego de la ignorancia—. Porque yo a ti, no recuerdo haberte visto antes.

— ¡Claro que sí! ¡Nos conocimos de la forma más molesta! —espeté y sequé mi rostro con la mano.

—Hmmm… —acariciándose el mentón, se puso a cavilar, intentando recordarme.

¡¿Estaba hablando en serio?!

— ¡Ya lo recuerdo! —fingió reaccionar sorpresivamente— ¡Eres el chico irritante! ¡El malagradecido al que rescaté un par de ocasiones! ¡La damisela con pecas! —Finalizó sin evitar reír.

Yo le miré cabreado.

Ajustándose las muñequeras deportivas, se acercó  aun más a mí, con esa sonrisa cínica, atrevida, con el mentón elevado por el ego y me miró mientras se mordía el piercing que se encontraba atravesado en sus carnudos y bien formados labios.

—Ah ~ —Resopló—. En serio que el destino se empeña en encontrarnos. Insiste en cruzar nuestros caminos.

— ¿Destino? —inquirí burlonamente.

—Destino he dicho —reafirmó.

Y me miró, bajo la tela de sus oscuros cabellos. Con esos ojos negros y profundos.

— ¿Crees que esto es obra del destino? —Inflé los cachetes evitando reír—. Eso es una tonteri…

Y antes de poder terminar de hablar, sin darme cuenta,  a la velocidad de la luz, su boca se acercó y me acechó  al oído.

— Pero lo que más me sorprende —secreteó—,  es que  en esta ocasión, tú hayas venido hacia mí, por sí solo, con tus dos piernas.

Me sobresalté.

— ¡Estás loco! ¡Sólo he venido a un gimnasio a ejercitarme! —vociferé cabreado.

—En dónde yo soy entrenador —rió irónico.

— ¡Jamás habría venido si lo supiera! —me bajé apresurado de la bici.

Él me cubrió el paso, pero me abrí camino frente a él. Recogí mi mochila y me la colgué en la espalda.

— ¿Qué haces? —Inquirió divertido—. Aparte de una escena melodramática.

— ¿Qué no es lógico? ¡Me largo de aquí! —me giré hacia la salida y caminé con pasos apresurados hacia ella, sin pensarlo, sin importarme que estuviera abandonando todos mis planes de trasformación con tal de no tenerle cerca y no verle ni un segundo más. ¡Ni uno!

Pero entonces a él se le ocurrió hacerlo…

—Que te vaya bonito —dijo detrás de mí—. Y no regreses más.

Me detuve bruscamente y dándome la vuelta, le miré.

Y entonces me di cuenta, de la facción en su rostro, hilarante y triunfal. Con la satisfacción reflejada al haber logrado deshacerse de mí.

Mi orgullo se sintió ofendido.  Y contemplé su gesto, que me retaba.

Fue una astuta provocación, a la cual caí inevitablemente…

Fue cuando pensé… Yo, ¿darle el gusto? ¿A mi rival? ¿Por qué tendría que rendirme ante él? ¿Y sobre todo frente a él? ¿Dejar que se salga con la suya?  ¿Frenar mis metas sólo por su causa?

¡¡Jamás!! Presioné mi puño. ¡Debía lograr un cuerpo más deseable para que Carla me amara! ¡Y me sacrificaría si era necesario!

Con algo de determinación y orgullo, me volví, mientras carraspeaba la garganta.

—He cambiado de parecer, ¡y me quedaré! —me quité la mochila de la espalda y se la lancé violentamente a Adrián.

Sus reflejos fueron rápidos y la sostuvo ágilmente entre sus manos.

Campante regresé a la bicicleta.

Adrián vino a mí.

—Al final, decidiste ser un oponente digno eh —dejó mi mochila en el suelo, recargado al aparato que usaba —Hacerme frente, y no huir como un cobarde.

—Así es —respondí con aire de superioridad.

Hmmm… ¿A quién intento engañar? No volví por valentía o algo parecido, lo hice también porque… ¡el gimnasio me ha salido gratis y el sitio es fenomenal! ¡Sin contar que está situado a tan solo unas cuadras de mí casa! Panteoneras las mendigas cuadras, pero al fin y al cabo ¡no necesitaba pagar trasporte! Y han de comprenderme, que no podía dejar pasar esta oportunidad con los bajos recursos que poseo, aunque el molesto de Adrián viniera incluido en el paquete.

—Ahora que has decidido quedarte, ya no hay vuelta atrás —advirtió él.

— ¿Qué desgracia me puede suceder en este lugar? —Reí mientras miraba el jardín externo al  pedalear.

—Recuerda que seré tu entrenador —señaló lúgubre—. Estarás bajo mi cargo.

Aparté mis ojos de la ventanilla y le lancé una mirada aterrorizada.

En eso, se acercó a nosotros aquel señor canoso que  anteriormente me atendió en la recepción, disipando así,  la tensa situación que comenzaba a formarse entre Adrián y yo.

—Veo que ya conoces a tu instructor, chico nuevo —comentó el decano.

—Sí —inflé las mejillas, malhumorado.

—Justamente nos estábamos presentando, él es un joven muy agradable, jefe —sonrió entre dientes el Lobo.

¿Le había dicho jefe?

Una idea malvada invadió mi mente y eso que soy un alma de dios.

Cuando su jefe estuviera cerca, el Lobo no podría tratarme mal, ¿cierto? Y ahora pretende ser amable conmigo porque él es un empleado del gimnasio y yo un cliente al que debe tratar bien, sobre todo frente a la persona que le paga su sueldo.

 Sería una gran idea obligarlo a desenmascararse….

—El entrenador es muy amigable —sonriendo, seguí el juego.

—No me llames entrenador —prosiguió Adrián— Para que haya más confianza, llámame como todos los demás, por mi apodo. Estamos en confianza —Me sonrió de igual manera.

Me dieron escalofríos. Era tan incómodo pretender que nos llevábamos bien, que me dieron ganas de vomitar. Y me molestó saber que debería fingirlo por mucho más tiempo, ya que Carla cree que ese bastardo y yo somos amigos y que estoy apoyando su relación.

— ¿Llamarte por tu apodo? ¿Puedo? —quise cerciorarme.

Él asentó con la cabeza con esa estúpida y falsa sonrisa.

—Está bien. Hola idiota —saludé.

— ¡¿Cómo me llamaste?!— Se sobresaltó al instante.

— ¿Tú apodo no es idiota? Deberías considerarlo, te queda a la perfección —Me burlé libre y deliberadamente.

— ¡Te dije que podías llamarme Lobo, que es mi apodo, para que haya más confianza, pero eso no significa que lo hagas faltándome al respeto!—Vociferó.

—Te diré Lobo cuando haya más confianza y nos llevemos mejor, o sea, ¡nunca!—Exclamé—. Ah! y que ridículo apodo te cargas. ¿Será por las pulgas que tienes?

Se me quitó lo altanero cuando me percaté del rostro de Adrián, enfurecido y con ojos de fuego. No había nada más atemorizante que eso…

Violentamente, me tomó del cuello de mi camisa y me lanzó sus ojos fieros. Yo desvié la mirada apremiante hacia el señor canoso que estaba a un lado de nosotros, ¡esperando que se diera cuenta de la forzada situación en la que su empleado me tenía atrapado y que le llamara la atención! Pero el tipo rabo verde, estaba entretenido viéndole el trasero a una chica cada vez que esta se inclinaba para hacer sus respectivos estiramientos musculares.

—Sigues revelándote ante mí —señaló lúgubre Adrián, mientras presionaba mi camisa con su puño—. Quizá debas llamarme demonio, porque haré de tu estancia en este gimnasio, un infierno —Amenazó.

— ¡¿Acaso escuchó que su empleado acaba de amenazar a un cliente?!— Le grité al señor canoso.

— ¿Crees que me importa que escuche don Rubén cómo te amenazo? No me conoces aún —me susurró con cinismo.

—Y al parecer a tu jefe tampoco le importa —señalé irónico.

—Me alegra que te hayas enterado de que nadie te defenderá de mí —rió maliciosamente y por fin liberó mi cuello de sus manos.

¡NOO! ¡Cavé mi hoyo yo solo! ¿En qué lío me he metido?

—Vamos, camina —me ordenó con firmeza—. Iniciaremos tu entrenamiento físico ahora mismo.

 

 

 

Notas finales:

No he estado en condiciones de escribir u,u

Por la tardanza quizá muchos lectores dejen de seguir mi historia, pero si alguno sigue latente por leerla, se lo agradezco de corazón, gracias.


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