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Extraños por Ailuzz

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Notas del capitulo:

Nota de la autora: Bien, hace ya bastante que esta idea estaba rondando en mi cabezota. Es la primera vez que juego con la pareja de KyuHyun x Changmin, ¡tengan piedad de mí! Espero, la personalidad que le daré al SuperMan sea del agrado no sólo de las ELF’s sino también de quienes gusten de esta peculiar pareja ^^.


 


Por otra parte, quise jugar un poco con las personalidades de la pareja principal. No sé, siempre me ha gustado un Changmin sarcástico, con mirada burlesca y sin pelos en la lengua, y un Yoochun prepotente que quiere que todo vaya de acuerdo a sus preferencias, que detesta perder. ¡Sus comentarios y críticas contractivas son importantes para mí! <3   

CAPÍTULO I: Hola, Extraño. No fue un gusto conocerte.

 

 

 

--¡Sal de ahí, Junsu! ¡Sé que estás ahí dentro, y sé que sabes que yo sé que sabes!

 

 

         En el último piso de aquel nada modesto conjunto residencial, y hasta la esquina de la calle, eran audibles gritos de tintes afónicos que se escurrían entre las ondas sonoras, las mentes curiosas de quienes escuchaban y la naturaleza palpable del parque a pocos metros de allí.

 

Sin miramientos, la mano derecha ya enrojecida por todos los golpes anteriormente dados, impactó una vez más contra la puerta del apartamento 2-A. A leguas se lograba sentir la mala vibra que expedía el pelinegro, y a esas mismas leguas, y sin ayuda de binoculares, podrías ver su rostro completamente cabreado, descompuesto en sentimientos lastimeros. El lindo peinado que adornaba su cabeza no apaciguaba en nada el disgusto que le alteraba el alma y el corazón, y por consiguiente, mataba todo aquel rastro de jocosidad que en su semblante acostumbraba a verse.

 

         Lloraba, por dentro lloraba aunque su cuerpo estuviese arremetiendo una y otra vez contra esa puerta de madera resistente que a cada golpe demostraba su autoridad frente a sus débiles nudillos. Las propias estrellas dentro de su mutismo y a la espera de hacer su acto de aparición, le compadecían. 

 

         Pero ni antes ni en esos precisos instantes le importaba. Aquel dolor físico que pudiera sentir era insignificante comparado con el que, desde hace unas desoladas semanas, le desgarraba no sólo su corazón sino también su ser entero. No podía, simplemente no podía aceptarlo.

 

 

--¡Junsu! ¡Sal! –gritó.

 

 

         Pateó nuevamente. Ya no sabía cuántas veces lo había hecho. En una esquina de su mente se preguntaba cuándo algún vecino impertinente vendría a gritarle y pedirle no-amablemente que sacara su trasero de allí y dejara de actuar como un bándalo, una esquina bastante pequeña que no podía combatir con el deseo efervescente de que sus llamados fueran atendidos. Pateó en seco, siquiera los zapatos menguaban el impacto, pensó.

 

 

--¡Qué hice! ¡Qué hice! –la pena, que si bien algunas veces ayuda a evitar hacer tonterías, hace mucho había abandonado su cuerpo.

 

         Comenzaba a desesperarse. Las manos le ardían y temblaban y se le dificultaba moverlas. Su corazón latía loco como locomotora; ansioso y expectante de que sorpresivamente la voz de quien demandara le hiciera frente se colara escurridizo en su propia voz descontrolada. Las gotas de sudor le corrían por la sien evidenciando los días de verano que se postulaban en el calendario y el tiempo largo que llevaba esperando allí. Sus labios se obligaban a sí mismos mantenerse al margen; palabras equivocadas siempre conducían a situaciones desastrosas, y si él había sido el del error lo menos que deseba era empeorar más las cosas y alejar a Junsu irrevocablemente, así no tuviera ni ideas hipotéticas de en qué había errado. Sus ojos parecían los únicos apunto de flaquear en cualquier momento, seguro en el menos indicado. Y no muy lejos, su lengua se daba el lujo sádico de hacerlo ver más vulnerable; gritando diálogos penosos que, definitivamente, un hombre graduado, con trabajo estable y de 27 años, no diría. 

 

         Le dolía, le dolía como mil estacas clavándose en todo su cuerpo. Le lastimaba su ausencia, el silencio tortuoso que dejaba el no oír su peculiar risa, que el nombre de Junsu se postulara en su celular sólo como mensajes enviados; ni mensajes recibidos, ni llamadas recibidas o no contestadas. Las preguntas sin respuestas, respuestas que él cree merece tener, se mantenían reacias a cualquier atisbo de revelación. Y que Kim siguiera tan indiferente ante él no hacía menos que intranquilizarlo.

 

 

--Vamos Junsu, sal y hablemos –con la acongoja pintando su voz, soltó las palabras en un áspero susurro. – Lo arreglaré, juro que lo arreglaré, baby.

 

        

         Otra vez lo hacía. En el fondo, ese espacio negro en su interior que él se negaba a tomar en cuenta pero que ya había aceptado la derrota, sabía que ya no tenía caso. Eran varios los días en los que con determinación y el corazón hecho un nudo, se había dirigido hasta el edificio donde vivía su novio, porque sí, todavía seguía siendo su novio aunque este lo hubiera mandado a volar sin aviso o anestesia. Primero llegaba con aires altivos y prepotentes, acondicionado por el dolor, el coraje y el miedo que le cobijaban desde el día que cumplieron aniversario y Junsu nunca llegó al punto de encuentro: La Torre Seúl*. Pero tan pronto lanzaba golpes y gritos, luego de unos minutos, él se reducía a un niño chiquito temeroso de la oscuridad y rogando por brazos protectores. Y los únicos brazos que necesitaba eran los de Junsu, un abrazo de ese adorable chico y un roce delicado en su oído diciéndole que todo estaría bien.

 

         Porque él sin Junsu, simplemente no podía ser.

 

 

--¡Junsu! ¡Deja de ser tan estúpidamente terco y abre la puerta de una buena vez! –exhaló apoyando su cabeza sobre la puerta.

 

 

 

         “¿Y él le habla de terquedad?”

 

 

 

--En verdad, ¿cuál de los dos es el auténtico personaje que lleva colgando del cuello un letrero con caligrafía gigantesca: “Estoy con un terco y obstinado”?  

 

 

         Torpe, la boca del pelinegro quedó entreabierta incapaz de proseguir con la serie de alaridos que planeaba escupir de lo más profundo de su lloroso corazón. Pero aquella interrupción inadvertida frenó el próximo porrazo a ese trozo de madera que constituía el único obstáculo en su camino y, apretando los dientes en completo fastidio mezclado de forma mínima con asombro, se dio la vuelta.

 

         Su rostro pálido era una caricatura graciosa de una irritación innegable que ya había logrado superar el susto de que alguien le hablara a sus espaldas cuando en ningún momento sintió a nadie subiendo las angostas escaleras. Bueno, había que recordar que el espectáculo que estaba montando (desde hace varios días, para su propia depresión) no es como si le hubiera ayudado a tener sus sentidos más alertas. Imposible soltando gritos frenéticos (a veces lastimeros)  y despotricando la puerta a punta de patadas y manotazos que más daño a la puerta o al mismo Junsu, él se proporcionaba indiferente de las consecuencias y rabioso ante la continua ausencia de Kim. Sin olvidar que el alimentarse bien había pasado a más que un segundo plano.

 

         Miró con aire presuntuoso al muchacho larguirucho de pie a escasos metros de él y terminando de subir el último escalón de las escaleras. En ambas manos cargaba una especie de caja de tamaño mediano y colgando de uno de sus dedos, una bolsa blanca con un colorido logo y eslogan que a primera instancia no distinguió.

 

 

--No te metas, niño –vociferó sin ningún interés. A simple vista pudo inferir que aquel moreno era un universitario, o en su defecto, un recién graduado que había olvidado la prudencia en quién sabe dónde.

--Sí, no tendría porqué entrometerme en semejante ejemplo de vergüenza pero en vista de que tú estás molestando en el apartamento que da justo frente al mío, creo que por muy pequeño que sea tu sentido común, entenderás pues, que interfiera.  

 

 

         Lejos de una pronta y altanera respuesta por parte del caucásico, su rostro sólo atinó a desencajarse; tantas palabras en una sola entrega lo habían mareado.

 

         El recién llegado aclaró su garganta mientras cuidando de no soltar la bolsa que cargaba, sacaba las llaves de su morral caminando calmo hacia la puerta paralela y dando por terminada la efímera charla.

 

 

--¡Puf! Oye tú, niño de mami, pon al máximo volumen tu pieza preferida de Beethoven y cuenta todos los lápices que sean necesarios. No me moveré de aquí hasta que me de la gana de hacerlo.

 

 

         El moreno, quien era ahora el que omitía el semblante del chico escandaloso, se volteó completamente asqueado y ofendido por las palabras utilizadas.

 

 

 

         “¿Pieza? ¡Santo Dios! ¡Cuánta ignorancia se pasea entre nosotros aún en estos tiempos!”    

 

 

 

--No tiene caso dar explicaciones a personas neófitas como tú. Simplemente limítate a irte, por favor. Habemos quienes sí tienen cosas importantes que hacer.

--¡Puf!

--¿El 119* tiene algún significado para ti? –el chico soltó las palabras con sorna, y un brillo sarcástico en sus orbes que no falló a la ahora despierta percepción del pelinegro.

 

 

         Retomando su principal objetivo, abrió la puerta como quien en el fondo no desea hacerlo. Suspiró cansado y se distrajo en el pensamiento furtivo de por qué demonios en todo ese tiempo nadie había llamado a la policía. O quizás una pregunta más precisa sería ¿qué postergaba a tal nivel, o de plano a desistir enteramente, a tomar el teléfono más cercano y efectuar tan sencilla llamada?

 

         Inevitablemente, la lista de preguntas sin respuestas le condujeron a una que sintiéndose algo tonto, debió hacerse desde un principio: ¿Quién era ese hombre de allí que, por lo que podía apreciar, no conocía del disimulo ni del autocontrol?

 

         Aquel sujeto le miró despectivo; cada poro de su piel gritaba desagrado pero sobreentendía que a fin de cuentas, la rabia desmedida no era destinada a él: Un inútil y desesperado intento por drenar y compensar la furia en un fulano como él. ¿Por qué alarmarse cuando resultaba evidente que el único interés de ese hombre era su vecino que, hasta entonces, no daba signos de vida?

 

 

--Ya veo que la basura se apoderó del piso dos.

 

 

         Le molestó, y mucho. Su antigua vida, que si bien no era color rosa; ni siquiera un desigual tono mosqueta, era una buena vida. Pero su vida actual, y de la que le gustaría deshacerse lo más pronto posible, se había resumido a un nido de tres habitaciones que llevaba inscritas en sus desconocidas paredes su latente incertidumbre frente a la situación que se veía obligado a afrontar. Todo esto acompañado por una adaptación indeseada que no tenía claro cómo hacer y hasta que no encontrara algo mejor que la contestadora de sus padres a cada una de sus llamadas, ignoraría el irritante hecho de que ya no era un ciudadano de Seúl. Pero que alguien desconocido, una persona que ni su nombre sabía, hablara a la ligera sobre él, y en esos precisos momentos de su vida que preferiría fueran sólo una amarga pesadilla, no, no lo perdonaría.

 

           Demasiado abstraído en su propia cólera por los comentarios “insulsos” de un “extraño” no presumió cuando éste abandonó el lugar dejándolo solo en su avivado descontento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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         ¿Qué demonios le ocurre a ese sujeto? Entiendo, entiendo perfectamente bien que de este “viaje” no podría esperar menos que malos ratos y disgustos, pero aquello había sido el colmo y había rebasado mi cítrica imaginación.

 

         Dejé a la puerta cerrarse fuerte tras de mí, a ver si con eso terminaba de despertar de este asqueroso sueño. ¿Qué pasó Changmin? ¿Ese fuiste tú siendo el rey del patetismo? Presumiendo de que tienes cosas importantes que hacer cuando lo máximo que haces desde que llegaste aquí, es lamentarte comiendo helado mientras estudias y, desquitar eso mismo (comer helado como una maldita chica a la que le pidieron tercera base y la botaron al día siguiente) con un tipo que, talvez (y sólo talvez), la estaba pasando peor que yo.

 

         ¡Puaj! En teoría yo volvía a ser el culpable, pero igual no me importa. Ya lo hecho, hecho está. Tengo cosas de sobra por las cuales mortificarme los siguientes 6 meses… pero de verdad espero que esto acabe en menos de 30 días.

 

         Estoy aquí, en un apartamento que no termino de conocer (tampoco deseo hacerlo), con mi orgullo moribundo que se niega a ser vencido, el estómago rugiendo por algo comestible y, para cerrar con broche de oro, un dolor de cabeza que podría jurar por lo más sagrado, es producto de la insensata discusión con ese hombre.

 

         Suspiré sintiendo la aplastante soledad que me brindaba el basto panorama oscuro de un “hogar” con luces apagadas. Luces que seguirían estando apagadas porque no había ningún incentivo a ver mi ruina, a menos que las ganas de ir al baño me atacaran en la madrugada y, si no quería un amarillento charco en el suelo, lo mejor era encender la luz.

 

         Minho me lo había dicho, que me quedaría ciego si seguía con esta actitud negativa. Era fácil hablar cuando no se está viviendo en carne propia esta injusticia.

 

         Pasé todos los seguros de la puerta de entrada y dejé la caja y la bolsa en la mesa marrón que simulaba a un acogedor comedor, con la única contradicción que aunque era una mesa para cuatro personas sólo había dos sillas y era el único mueble de la sala. Genial, hasta los mobiliarios me abandonaban.

 

Pudieron haberme entregado a Mangdung* y así no me sentiría tan desdichado. Aunque si lo pienso claramente, es un verdadero milagro que mis padres me hayan permitido tener una mascota allá en casa, y más siendo una tan vivaz como lo es un perro. Pensé que de darme algo vivo, sería un pez que ellos son tan animados como yo y no me distraerían “mucho” de mis deberes académicos.

 

Me dejé a mí mismo sonreír dentro de toda esa aura deprimente, desde que me habían “echado” de casa, empleaba más tiempo en hablar conmigo mismo mentalmente y pensar sobre mí y todo eso. Ahora, cuando pienso en comida es para objetar.

 

 

--Volver… volver sería humillante.

 

 

Lo sería, a pesar de que continuamente me esté quejando y que no veo la hora para volver al ritmo de vida que sé vivir, después de esta traición debería dedicarme a valerme por mis propios esfuerzos. Claro, eso es algo loco que se cruza por mi cabeza cuando llevo tantas horas sin comer.

 

Y estoy solo. Siquiera aquel extraño fue de utilidad por unos segundos. Era bastante curioso que yo, alguien a quien siempre le incomodó personas revoloteando a mí alrededor, ahora rehúya constantemente de la soledad. Imagino que los humanos somos así, tan volátiles y vulnerables.

 

Como en estos momentos me encuentro yo.

 

¿Será que exagero?

 

 

 

--¡Oh, vamos Changmin! Deja de hablar solo. Bueno, de pensar. ¡Puaj! ¡Me volveré loco!

 

 

         ¿Por qué me lamentaba tanto? Después de todo, allá en Seúl mis únicas personas confiables las puedo contar con los dedos de una mano, y creo que me sobran dedos.

 

         Sin mucho ánimo, me acerqué a la mesa y de la bolsa saqué una sopa instantánea; sonreí automáticamente. Quiero y no quiero volver. Pero hay algo que sí deseo hacer, y esa es mi pasión después de la lectura y antes de las tutorías: comer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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--Te buscarás problemas si mantienes esa actitud tan arrogante tuya –desvio mis ojos fastidiado. La inconfundible voz de Minho mantiene ése característico tonito de cuando pretende tener unos años más y quiere “regañarme”. Se supone que si tomo mi celular y gasto minutos en llamarte, querido amigo, es para ignorar por un rato lo que me molesta.

--No es arrogancia –que bueno que no hay tanto sol esta mañana sino el caminar hasta la universidad con este cabello sería un completo fastidio, sí, como las palabras de mi amigo. Es que para variar, no me traje ninguna cola*.

--¿Entonces se trata de soberbia? No lo creo.

--Dejémoslo en que ese sujeto estuvo en el sitio equivocado en el momento equivocado.

--Changmin, desde que te mandaron a Busan, para ti todas las personas son un estorbo y están en tu contra. Ah, claro, y sus condiciones de “estar en el momento equivocado blablabá” justifica tus desmedidos malos tratos –y allí estaba su voz normal. Cualquier intento de parecer adulto se esfuma cuando empleas un “blablablá”.

--¿Por qué no puedes ser un buen dongsaeng y me das la razón? –tengo hambre.

--Por lo mismo. Soy tan excelente dongsaeng que deberían elogiarme por ello. ¿Sabes lo difícil que es aguantar tus malcriadeces y siendo yo el menor? Creo que me ayudas a tomar nota de lo que nunca debo hacer—

--¡Minho! Hablas mucho.

--Alguien tiene que equilibrar tus monosílabos –error, alguien debería darme de comer y sacarme de aquí.

--En fin, voy a colgar. Te llamaré otra vez cuando quiera escuchar boberías.

--¡Changmin!

--¡Ah, y a ver si te acostumbras a utilizar honoríficos! ¡Adiós!

 

 

         La voz chillona de Minho desapareció luego de que mi celular regresara a mi bolsillo; fue un alivio. Mi cuerpo quería soltar un lago y sonoro suspiro, pero hacer eso sería ser un hipócrita cuando en realidad las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Un tanto dramático, un tanto estilo anime. ¿La verdad? Darme la vuelta y tomar el tren (ir en avión es más caro y sería poner en evidencia mi intento de escape) directo a Seúl era lo más coherente. Pero no, así como ahora me calo una residencia con visitantes neuróticos, frente a mí se encuentra la universidad donde mis padres planean que continúe mi carrera de derecho que, por cierto, no era precisamente la primera opción de empleo a la cual quisiera aferrarme hasta el fin de mis días, pero está bien.

 

         Sigo siendo tan invisible como siempre. Las personas entran y salen, van y vienen. Hoy será un día igual de emocionante que los primeros tres que llevo en esta ciudad.

 

No es inconformidad, ni mucho menos se trata del quejido ofendido y teatral de alguien que tiene la certeza de que lo malo que le acorrala y castiga no es su culpa. Debo reiterarlo porque temo que la mayoría se proyecte la idea equivocada (y la más probable) de que, en efecto, lo que ahora padezco me lo merezco como cualquier humano que cruza los límites y sin perder mucho tiempo se le reprende. Pero no, para alivio de mi propia conciencia, las penurias y deshonras que ahora me atormentan no son más que la ironía en toda su expresión. Todo esto es mucho más que una ironía pero no me molestaré en encontrar palabras que expliquen mejor la injusticia que se me está cometiendo. No, no tiene caso, mucho menos cuando las únicas personas dispuestas a escucharme son mi nana Buu y el intento de ser humano que tengo por mejor amigo, Minho.

 

 

--¡Oppa, espérame!

--¡Eres muy lenta!

--¡Oppa!

 

 

         ¿Todavía es mi estómago rugiendo o ahora sí son ganas de vomitar? Ahhggh, ¡cómo la gente pierde el tiempo! Con el desagrado aún en mi cara, aferro con fuerza el agarre de mi mano sobre mi bulto* y retomo el paso hacía la imponente entrada de la universidad. Ya que me había tomado la molestia de quedarme dormido (no se puede confiar en los despertadores… o en el no poder cerrar los ojos hasta que el reloj marca las 3:43 am) me daría una rápida visita por el cafetín y comería cualquier cosa antes de entrar a la primera clase.

 

         Sí, definitivamente hoy sería uno de esos días tristes para ti, Shim Changmin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Como lo supuse, y como era de esperarse, las clases de hoy fueron igual de emocionantes que un maldito discurso político en medio de una campaña presidencial y, lo que es menos sorprendente, entendí cuánta frase compleja salieron de la boca de los profesores. También, al igual que me ocurrió cuando llegué transferido a acá, hice rabiar a una profesora que tuvo la ingenua idea de que como yo observaba muy animadamente por la ventana, no lograría responder su pregunta capciosa disfrazada de regaño malicioso. Claro, yo respondí y hasta dije más de lo que esa mujer hubiera querido. Así ocurrió cuando llegué, al parecer tienen cierta fijación en hacer querer quedar mal a los “nuevos”.

 

Idioteces.

 

Me llena de alivio notar que el sol sigue tan agradable como en la mañana. Entonces, después de tomar el paquete de galletas que acabo de comprar (no pude resistirme, son de chispas de chocolate con malvavisco) me doy la vuelta sin intercambiar miradas con la vendedora (que sé se quedó embobada mirando mi cabello) y cruzo apresurado por todo el centro de la facultad hasta toparme con la salida. Por una extraña razón que aún no logro discernir bien, quiero llegar pronto al “agujero negro amueblado con retrete y cable incluido” (jamás le llamaría casa u hogar; muchos menos “Mi refugio” o “Lugar para pensar”… aunque, según, un chico de mi edad podría aprovecharlo de otras formas). Quizá sea que estamos a jueves y para la próxima semana debo entregar dos informes (largos con mayúscula, letra en negrita y luces de neón fucsia alrededor) y hacer la defensa de un trabajo que debo entregar mañana.  

 

         Nada difícil, verdaderamente. Pero estar aquí, es decir, no estar donde se supone que sí esté, haciendo esos trabajos de esa carrera de la cual no siento un mínimo de afecto, pues no me intensiva mucho.

 

         No es que sea un actor/bailarín/cantante y/o comediante frustrado, nunca fueron esas tres opciones. Creo que algunas veces me expreso de una manera que raya en el dramatismo cuando hablo sobre mi vida universitaria y planes a futuros, pero cuando has estado rodeado desde la cuna por personas que portan láminas en sus escritos con nombres que hacen temblar a más de uno (no quiere decir que en mal sentido) aceptar la realidad y apartar un espacio de mi tiempo en lamentarme quedito, es algo a lo que es fácil de acostumbrarse.   

 

         Y dentro de todo este aquelarre (creo que vuelvo a exagerar utilizando semejante sustantivo) estoy comiendo mi tercera galleta contento de que puedo caminar hasta “ese lugar feo” y llegar en cuestión de segundos. Porque no hay cosa que odie más que las aglomeraciones, y un trayecto en bus sería como obligar a entrar a un claustrofóbico en un armario. Así que no gracias, prefiero caminar… aunque también detesto sudar.

 

Je, a todas estas, vivir solo no es tan malo. A fin de cuentas, lo que me molesta es la imposición.

 

         Claro, manden a alguien que estudia derecho lejos de todo lo que conoce y por algo que no ha cometido.

 

         He vivido siempre haciendo lo que esas dos personas han querido que haga, pero al mismo tiempo, he alimentado pacienzudamente y con dedicación este odio y desprecio por ser dirigido y sometido. Ordenar, ser ordenado. Todo se ve tan mal.

 

 

--¡Joven Shim!

 

 

         Aprisiono la bolsita que hace nada envolvía las deliciosas galletas que comía, y, escuchando ese sonido estridente, me sorprendo al ser saludado tan majamente por el portero del edificio. El señor me sonreía con unos ojitos que parecen estar cerrados. Agito mi mano libre segundos antes de pasar por la garita e intento devolverle una sonrisa igual. El ahjusshi pronto vuelve a su puesto. Boto la bolsa en una papelera que está por ahí preguntándome dónde demonios estuvo él ayer mientras un loco gritaba y gritaba como si fuera dueño de media cuadra.

 

         Creo que le agrado al portero. Genial, un nuevo amigo para la lista y un dedo más que irá al baile.

 

         Llaves, abrir, cerrar, levantar un pie, luego otro. Comencé a subir las escaleras. Seguían siendo igual que ayer. Demonios, ¿cuándo acabará todo esto? Ni esas ricas galletas habían logrado alegrarme lo suficiente como para entrar al apartamento con una sonrisa y, al ver la realidad golpearme de frente, deprimirme entonces. También son los defectos de haber nacido con un cero porcentaje de paciencia. Tres días (ahora cuatro) para mí, suponían a un año de exilio.

 

 

 

         “Oh, ¿ese es el famoso Kim Junsu?”

 

 

 

         Volviendo a tener mis pies al mismo nivel, me llevo otra sorpresa. Así como ayer cuando llegaba de hacer unas compras en un supermarket cercano, estaba un muchacho de tez blanca, más bajo que yo, abriendo la puerta del apartamento 2-A. La misma puerta que aquel hombre luchó por derribar y yo con mis sinceras palabras invité a desistir de seguir haciéndolo.

 

         Me sentí extraño. Mi boca había quedado cómicamente formando una O (exteriorización de lo que exclamó mi mente al verlo). Se veía apacible. Su cabello azabache cubría parte de su frente y mirada, y estando de perfil no podía apreciar mucho de su rostro (aunque sí pude ver que si yo le ganaba en altura, él me ganaba en otra cosa). Su ropa deportiva me decía que venía a casa dispuesto a descansar, o talvez ducharse para salir de nuevo. Quise ver mi reloj de muñeca pero de verdad me sentía atontado, así que ignoré esa curiosidad insubstancial y seguí observándole. Si él fuera un humano normal, se daría cuenta de que un humano anormal (sólo yo me quedo como un bobo mirando a una persona fijamente a menos de 5 metros) está invadiendo su burbuja personal.

 

 

--¿Eres tú el nuevo vecino? Bienvenido –y después la mágica aura se crispó cuando por fin encaré sus facciones y su voz se hizo eco. Una sonrisa amical adornó su boca en cuanto dejó de hablar.

 

 

         Me sentí ansioso, como si me dominara el nerviosismo y la lengua se me trabara, ¿acaso estaba intimidado por su presencia?

 

 

--Ehhh sí sí –acentí dos veces cual imbécil desecho de la sociedad— yo soy, es decir, sí, soy yo. Me mudé hace tres días. Gracias.

--Lo sé. Me disculpo por no haberte dado una digna bienvenida… —su sonrisa se tornó un poco escueta. ¿Disculparse? ¿Conmigo? Definitivamente Busan estaba lleno de personajes. Ignoré sus palabras y ya dejándome de conductas tan fuera de mí, me aproximé más a él y le extendí mi mano. Sus labios se ensancharon en una sonrisa más amical estrechándome la mano de inmediato.

--Mi nombre es Shim Changmin –solté volviéndome a sentir seguro. No sé qué me pasó.

--Soy Kim Junsu, imagino que ya habrás oído de mí –sus profundos ojos marrones penetraron los míos. De nuevo todo se sentía extraño. Pero alucinaba, él se estaba mostrando sincero ante mí, y no pude hacerme el de la vista corta ante la curiosa pregunta que de pronto sentía atorada en mi garganta: ¿Por qué te buscaban tan demandante e incesantemente ayer, Kim Junsu? Talvez debería preguntarme (otra vez) quién era ese sujeto, pero ahora que conozco a Junsu y estoy conciente del efecto raro que ha tenido sobre mí, la idea de conflictos amorosos relacionados con el gritón inculto parecen encajar perfectamente. Solté su mano de forma delicada suponiendo que aquel tacto se había prolongado demasiado.

--Si lo niego estaría mintiendo horrendamente.

--También deseaba disculparme por eso. Supe que por culpa de Yoochun los ánimos en el edificio se volvieron a alterar –entonces no era la primera vez.

--¿Yoochun?

--Sí, el chico de cabello largo, hermosa sonrisa y algo escuálido que tiene la firme convicción de remodelarme la puerta gratis.  ¡Jajaja! –malo, muy malo su chiste. Si pretendía hablar en cuestión de broma, falló conmigo. Mostré una pequeña sonrisa que no hiciera sentir tan avergonzado a Kim. Por lo visto, con él sí se podría tener una conversación algo decente.

--Su terquedad era por demás fastidiosa, pero sólo me tomó unas cuantas palabras hacerlo recapacitar y que volviera por donde vino.

--Je, volverá. Sé que lo hará, así que por favor no interfiera, no quisiera que por culpa de sus inmadúreles, terceros salgan afectados. La próxima vez que él se aparezca por aquí, yo mismo le mostraré la salida —¿por qué no lo sentía hablar con total confianza? ¿o era franqueza? — Nuevo vecino, ha sigo un gusto. Disculpa de nuevo todo lo malo. Como me ves, debo entrar a mi casa —Changmin, me llamo Changmin.

--Descuide, no es la primera ni será la última vez que me vea obligado a hacer a otra persona pisar tierra.

--¡Jajaja! Niño, ¡eres muy gracioso! Espero verte pronto —¡Ah! Si no fuera porque luego de decir eso llevó su mano hasta mi cabeza y sacudió mis largos cabello (y eso que yo soy mucho más alto que él) le hubiera dejado claro que yo no era ningún niño. Sí, tengo 21, pero un niño no tiene vellos en ciertas partes de su cuerpo y va a la universidad.

 

         Antes de que pudiera hacer cualquier cosa, el chico de apariencia angelical (¿de verdad estaba usando un adjetivo como ese para referirme a otra persona?) había desaparecido. Sentí un pequeño déjà vu, creo que algo parecido me ocurrió ayer.

 

         Bueno, hasta ahora, ya había experimentado dos eventos peculiares en Busan. Este día talvez no sería tan insípido como lo creí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Notas finales: *Mangdung: la perrita de Changmin ^^.
*La Torre Seúl: --> http://es.wikipedia.org/wiki/N_Seoul_Tower 
*Cola: muñera. En Venezuela comúnmente le llamamos "cola".
 
 
Bueno, hasta aquí el primer capi ^^. Ojala les haya gustado, ¡ya verán que el segundo es más largo ºuº. ¡Nos leemos! ^^

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