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Deuda de sangre por Kleine Marionette

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El reloj despertador resonaba fuertemente, para ser silenciado por un manotazo infalible. Yato descansaba cómodamente en su cama, los rayos solares estallaban espontáneamente en su dormitorio y en sus sueños. No quería levantarse, no le interesaba lo que sucedía alrededor, sus cinco minutos de sueño eran sagrados... hasta que algunas gotas de agua lo salpicaron desprevenido.
 
Tosiendo, se sentó.
 
—Así que ya despertaste, buenos días.
 
El joven parpadeó y miró al intruso. Una chica se posaba ante él, de larga cabellera rubia y ojos azules. 
 
—¡Yuzuriha! ¿Por qué haces siempre lo mismo? —Estrujó sus ojos soñolientos.
 
—No creo que algo más pueda tener resultados contigo. —Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta—. Vístete, tenemos que irnos.
 
Yato miró el reloj y se sorprendió. Rápidamente saltó de la cama comenzando a vestirse. Corrió a la cocina y cogió una taza humeante de café, que yacía en la mesa. La televisión estaba encendida y Yuzuriha parecía interesada en las noticias.
 
—¿Por qué no me despertaste más temprano?
 
La rubia sólo permanecía fija en la televisión con su usual expresión aburrida, y Yato hizo lo mismo, aquello debía ser importante como para llamar la atención de la joven. La reportera relataba sobre otro cadáver hallado. El tercero en dos meses, y no parecía existir conexión entre las víctimas, quienes rondaban los dieciocho y veintidós años.
 
Yato frunció el ceño—. ¿Qué clase de psicópata haría algo así?
 
—Alguien con muy mala experiencia.—Encogió de hombros—. Bueno, en cualquier caso, tenemos que darnos prisa. —Apagó el televisor y cogió su bolsa.
 
El más joven asintió y corrió a su habitación. Rápidamente tomó algunos libros al alcance de su mano. Sin saber lo que necesitaría realmente.
 
—¿Estás listo?
 
—¡Vamos!
 
Yato se vistió con una chaqueta y juntos salieron del apartamento.
 
x
 
El acordonado de la policía fue asediado por numerosos reporteros que querían una foto del nuevo cádaver. Las cintas amarillas cedieron algunos minutos atrás, y los policías hacían todo lo posible por mantenerlos a raya.
 
El interés en la victima desapareció de inmediato cuando un costoso vehículo se detuvo a la distancia. El conductor bajó y abrió la puerta trasera. Un hombre de larga cabellera, vestimenta elegante y anteojos salió del coche. El jefe de policía inmediatamente corrió hacia él. Desafortunadamente no llegó más rápido que la prensa y tuvo que luchar a través de una multitud apretada, que cubrían al recién llegado con preguntas, mientras él permanecía silencioso.
 
Cuando el jefe de policía pudo acercarse, intentó protegerlo de los periodistas—. Les dije que no habrían comentarios. Es demasiado pronto para dar más información a los medios de comunicación.  —Se dirigió a sus hombres y ganó una procesión de reporteros persistentes detrás. Cuando finalmente la policía pudo apartar los reporteros, el jefe lanzó un suspiro de alivio—. Mafia codiciosa sensacionalista.
 
El de cabellera verde simplemente se fijó en el cuerpo ya cubierto.
 
—No es un espectáculo agradable, señor Dégel.
 
El comisionado le seguía a cierta distancia. Los policías veían al recién llegado con rostros recelosos, pero el respeto de su jefe por el joven definitivamente dejaba en claro que todo estaba bien. ¿O estaban comprobando? El hombre se arrodilló al lado de la bolsa en el suelo y abrió la cremallera. Inmediatamente resplandecieron detrás los relámpagos de incontables cámaras, pero el cuerpo estaba blindado de los periodistas.
 
Con rostro inexpresivo miró las feroces heridas que desfiguraban a la víctima, los patrones del ataque los conocía bastante bien. El jefe de policía comenzó a explicar los detalles que habían encontrado hasta el momento. Pero él ya no escuchaba. Miró hacia el cielo y su expresión neutra cambió a una determinada.
 
"Así que ya estás aquí. ¿Por qué? ¿Deseas morir ahora?" No obtuvo respuesta. De pronto, por rabillo del ojo percibió movimiento. Apenas un parpadeo. Se irguió y caminó a una escalera unida a la pared de la casa.
 
El jefe de policía sólo lo veía perplejo, para mover la cabeza desaprobatoriamente—. Snob rico engreído.
 
Una vez en la cima, Dégel, se concentró buscando alguna señal. Pero no existían rastros de movimientos o energía, lo que ya había supuesto. Con cuidado continuó a un paso temerario que fácilmente le podría hacer caer y romper el cuello. La causa de tomar ese riesgo todavía estaba allí. A pesar de tener el tiempo suficiente para desaparecer.
 
Finalmente llegó a la cornisa del techo opuesto y bajó la mirada. 
 
Otra calle ciega. 
 
Basura, basura en masa, indefiniblemente viscosa y un montón de gatos callejeros.
 
Saltó del techo y cayó silenciosamente en la calle lateral. La larga y sedosa cabellera se deslizaba como capa a través de su espalda. Se enderezó silencioso.
 
—Dégel, Dégel... tan cauteloso como siempre. Se cambia nunca se sabe. 
 
Dégel ya había apreciado esa esencia demasiado familiar. Vio una figura apoyada contra la pared, su rostro estaba envuelto por la oscuridad. Pero podía sentirlo a pesar de ella, larga y espesa cabellera azul aciano, ojos turquesas depredadores y grandes, enmarcados en largas pestañas.
 
—¿Qué ocurre? ¿Perdiste la voz? —Se apartó de la pared y caminó con lentitud hacia Dégel. En sus labios se dibujaba una sonrisa burlona. Vestía pantalón vaquero desatado, una camisa blanca completamente abierta, dejando ver en su pecho una cicatriz resaltante... una marca que conocía Dégel bastante bien.
 
Ojos celestes apuntaron a la cara de su opuesto—. Kardia... ¿Por qué estás aquí? 
 
Una risa se escuchó desde el otro—. Es bueno saber que no has perdido tu voz. ¿Por qué he regresado desde México? En realidad, una buena pregunta. Tal vez fue atracción...
 
—¿Atracción? —Enarcó una de sus cejas—. ¿De qué estás hablando?
 
—¿No piensas que es la respuesta adecuada?
 
Kardia deslizó la punta de su dedo suavemente por su mejilla, relajándose en el frío de su aura. Dégel del otro lado estaba en un dilema. Quería alejarlo, pero anhelaba el calor que emanaba su cuerpo.
 
—Aún deseas negar lo que existe entre nosotros. —Continuó Kardia—. Es un lazo que no se deshace...
 
Podía sentir el aliento cálido en el pabellón de su oreja. Sabía que Kardia sólo jugaba, como siempre. Formaba parte de la jauria que asesinó a su hermano aquella noche, el enorme lobo de cabellera oscura. Una imagen de su hermano fue a su cabeza mientras yacía en el suelo desfigurado. Tomó la mano de Kardia y la alejó de su rostro.
 
Su voz era impasible—: ¿Qué haces en Europa?
 
Kardia sonrió divertido observándolo, Dégel no podía perdonar aún la muerte de su hermano, pero si era sincero, esa noche fueron los cazadores quienes comenzaron asesinando varios híbridos. La cruel cruzada habría traído perdidas considerables en ambos bandos.
 
—Creí haber contestado esa pregunta. —Sus ojos se mantenían fijos en otros azules.
 
—La verdad no estaría mal.
 
El peliazul se encogió de hombros apartándose—: No puedo recordar haberme sentido culpable o responsable. Pero para tranquilizarte, sólo me apetecen presas poderosas. 
 
—¿Asesinaste a ese hombre, Kardia?
 
—¿No puedes adivinar la respuesta?
 
Ya era hora de poner fin a esa conversación. De un salto se posó en la cornisa del techo.
 
—Por cierto, hoy no saldría de casa... habrá luna llena.  —Con una leve sonrisa, Kardia desapareció.
 

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