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Deuda de sangre por Kleine Marionette

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Yato arrastraba el cuerpo pesado de su amigo por las calles. ¿Por qué cayeron en ese estúpido reto de bebidas?
 
—Regulus... ¿No puedes poner algo de tu parte? —Rezongó mientras arrastraba a su amigo.
 
El chico al lado no respondía y siguió meciéndose solo en sus pies con algunas carcajadas. Si Yato no estuviera allí, probablemente su amigo se arrastraría desorientado por el suelo.
 
—La próxima vez regresarás a casa solo.
 
—La guerra, bastante... buena fiesta. —Ni siquiera articulaba bien las frases.
 
Yato aún olía a alcohol e hizo una mueca—. Sí, por supuesto. Fue una gran fiesta. —No tenía sentido alguno hablar con un borracho, incluso si Regulus era uno de sus mejores amigos, y no solía estar envuelto en esas situaciones.
 
El joven miró las calles lejanas. Por lo que sabía, quedaba apenas poco para llegar al departamento de su amigo. Si tenían suerte, Sísifo, el tío de su amigo no estaría despierto. Agradecía al cielo que vivía solo, aunque no voluntariamente.
 
Finalmente vio la puerta blanca del elegante edificio donde su compañero vivía.
 
—Llegamos a casa pronto.
 
Yato lo inclinó contra la pared y buscó en su abrigo la llave. La escuchó antes de sentirla.
 
Aliviado la sacó y abrió la puerta—. Vamos. —Rodeó sus hombros con el pesado brazo de Regulus y tiró hacia el ascensor. Apretó un botón y esperó hasta que el pling redentor resonara. Se abrió la puerta y arrastró a su amigo en la cabina.
 
—Este no es mi día... —Suspiró.
 
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Esperaba en el techo a su compañero. Esa noche fue más que suficiente, tres de esas viles criaturas murieron en sus manos.  Ojos azules repasaban sin cesar los tejados. Tenía un buen presentimiento, se encontraría con la criatura que buscaba. No podía matarlo cuando era hombre, pero en cuanto se transformara no prestaría atención. Con demasiada frecuencia, había escapado y tenía la intención de llevar esa situación a su fin. 
 
Mientras tanto, en algunas calles cercanas, un par de ojos depredadores observaban con interés la inmóvil figura de un joven.
 
"¿Estás al acecho aún por la muerte de tu hermano? Una tarea difícil. ¿No crees, Dégel?" Rió en voz baja ante el pensamiento y desvió la mirada de la figura.
 
En silencio Kardia se movió a través del techo y prácticamente se fusionó con las sombras—. Creo que ha llegado el momento de tomar un aperitivo. —Sus ojos recorrieron la calle donde su presa se movía, el sensible olfato recogía olores de la ciudad. Suciedad, smog, y en las lejanías el aroma de sangre humana. Al igual que un olor que llamó su atención. Transformado dio un salto y comenzó a trotar en el asfalto cada vez más rápido, no pararía hasta encontrar su presa.
 
Las ratas, los vagos no eran suficientes. Aunque jamás tuvo que recurrir a esos medios, Kardia amaba cazar, y encontró finalmente la presa que emanaba el olor seductor y dulce. Un joven tal vez de dieciocho a diecinueve años de edad. De todos modos, no le interesaba. Lo único que importaba era el calor que emanaba, junto a ese olor agradable. Con un ágil movimiento se situó en una pared cercana a su objetivo, y rápidamente retornó al amparo de la oscuridad.
 
Sorprendentemente el joven tenía ojos azul mar. En los seres humanos, no es raro, pero esa intensidad era impresionante... y familiar, demasiado familiar. El muchacho frunció el ceño y siguió su camino. Kardia continuó al trote bajo, aumentando el paso de forma silenciosa. Sus músculos se tensaron listo para saltar. En pocos segundos, volvería a saborear carne fresca entre sus dientes.
 
Yato miró alrededor con inquietud. Tenía la extraña sensación de estar siendo vigilado, pero detrás todo era solitario y oscuro. Con sus sentidos aún embriagados se dio la vuelta continuando el camino. Cuanto más pronto llegara a casa sería mejor. Aceleró el paso en la calle desierta. De pronto, advirtió un ruido, el resonar de patas cánidas. Nerviosamente avanzó más rápido, y en un parpadeo, sintió el fuerte impacto. 
 
Un grito doloroso hizo eco en las calles. Algo le mordía en el hombro izquierdo, sentía su aliento cálido y presión poderosa. Por suerte pudo moverse antes de llegar la bestia sobre él, porque de lo contrario, estaba seguro que le habría destrozado el cuello. 
 
Un gruñido que sonaba a decepción vino de la garganta del animal. El dolor en Yato era tal que estaba a punto de desmayarse. La bestia se separó de su hombro, dejando sólo una sensación a entumecimiento, y podía sentir los fuertes latidos de su corazón. Yato vio por primera vez al ser que lo había atacado. No, no era un perro, como pensó al principio, no era comparable a cualquier cosa vista en su vida. Esos ojos azules lo miraban con tanta intensidad. De alguna forma sabía que lo asesinaría, tan cierto como también sabía que no podía hacer nada.
 
El animal mostró los dientes apretados, preparándose para volver a atacar y Yato cerró los ojos, no deseando ver cómo moriría. Justo antes de saltar, un fuerte estruendo resonó, escuchándose poco después el quejido de la bestia. 
 
Después de algunos segundos silenciosos, la sensación fría le hizo abrir los ojos. 
 
Pasos rápidos hacían eco en su dirección y pudo observar un joven arrodillarse a su lado, apenas dos o tres años mayor. Los ojos siempre centrados en el tejado. Un frío incontenible nublaba sus sentidos, pareciendo emanar del desconocido, pero podía ver el filo de una katana oculta en el abrigo también.
 
Entonces giró hacia él. Sus ojos azules lo miraban pensativos.
 
—Duerme. Debes descansar. 
 
Con esas palabras, Yato perdió el conocimiento.
 
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En una calle lateral, un poco más lejos de la acción, Kardia estaba apoyado contra la pared intentando no pensar en el dolor de su costado. Esta vez subestimó demasiado a Dégel, cuyo ataque fue muy bien dirigido. Justo bajo la escápula. Al otro lado y estaría muerto. 
 
Dejó caer su cabeza contra la pared y sonrió. Ahora, de vuelta en su forma humana tomaría más tiempo regresar a casa, pero no debía ser problema. Su hombro le latía dolorosamente, no era la primera herida infligida por Dégel y no sería la última. Estaba seguro que la próxima vez, sería él quien tomaría la revancha.
 
Miró al medio ambiente con el fin de orientarse lo más razonablemente posible. Al final del callejón saldría a una calle más ocupada, y desde allí podía tomar el metro hasta su apartamento. Sería sencillo si tuviera algo de ropa. Ese era siempre el problema principal con la transformación inversa. No tenía ropa.
 
Al inicio de la calle había un contenedor, si tenía suerte quizá encontraría algo con qué cubrirse. Cómo odiaba eso, y siempre a causa de Dégel. El único que podía hacerle daño y sobrevivir. Aquellos quienes se atrevieron anteriormente, perecieron bajo su mandíbula  Sólo con él no podía. No tenía algún motivo para no hacerlo. No la lógica que tendría frente a su estirpe racial. Pero no le interesaba su jauría de todos modos, era más bien un lobo solitario.
 
Incluso antes de llegar al contenedor, sus agudos sentidos percibieron una persona. 
 
Un olor muy conocido llegó a su nariz, antes de caer frente él.
 
Lentamente se incorporó el recién llegado—: Kardia, tiempo sin vernos.
 
Ojos castaños brillaron con diversión al reconocer la precaria condición del peliazul.
 
—¿Qué quieres, Valentine? —No estaba muy contento por la aparición del lobo.
 
Eso sólo podía significar una cosa, pero esa posibilidad no era muy alentadora.
 
—El señor Radamanthys me envía. Le encantaría tener una conversación contigo, pero no ahora. Actualmente se encuentra de cacería, pero mañana estaría bien.
 
—¿Y por qué estás tan seguro de que iré? —Frunció el ceño—. No me interesa. —Tuvo que luchar en vista de su lesión para no aparentar dolor.
 
—Asistirás porque es el nuevo líder de la jauría. —Una sonrisa jugó en los labios del joven.
 
—Sí, sólo la cabeza de la jauría. Casi se me olvida. —Se rió—. Debe ser un sentimiento a tristeza, tanta devoción y saber que nunca te pertenecerá. ¿No es así Valentine?  —Molestó con el fin de borrar esa sonrisa en su rostro.
 
La cara de Valentine ensombreció—, ¿Qué intentas dar a entender?
 
—Es lo que digo. Eres un mestizo y lo seguirás siendo. —Esta conversación no tenía sentido para Kardia. Después de todo, ambos lo sabían, sin embargo, no iba a cumplir con ese encuentro, al igual que muchos otros.
 
Pero Valentine recuperó rápidamente la compostura—. El señor Radamanthys me dio algo que te será de utilidad. —Su voz sonaba de nuevo relajada, y mostró un paquete debajo de su abrigo.
 
—Nos vemos. —Continuó su camino, desvaneciéndose hacia el final de la calle donde le esperaba un auto.
 
Kardia sacudió la cabeza y abrió el paquete con curiosidad. Había dos piezas de ropa y se vistió con ellas. Era mejor que buscar en un basurero o alguna residencia por ropa vieja. Intentó reprimir su dolor y se acercó a la carretera.
 
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Yato abrió lentamente los ojos, esa fue la primera vez que sentía dolor en su hombro izquierdo. Para evitar un gemido, mordió a toda prisa su labio inferior. Parpadeando miró el sitio donde se encontraba. De alguna manera parecía un hospital, pero no tenía ni idea de cómo llegó hasta allí. Apretó los labios brevemente y abrió los ojos de nuevo. Sí, definitivamente era un hospital. Paredes blancas, varias cajas pequeñas y aroma a medicamentos, camas libres en la habitación, y por supuesto, los sonidos de movimiento y puertas cerradas. 
 
¿Cómo llegó hasta allí? Y lo más importante, ¿Cuánto tiempo había estado ahí?
 
—Muy bien, al fin despertaste.
 
Giró su cabeza observando un joven situado cerca de la ventana. ¿Por qué no se había dado cuenta hasta ahora? Permanecía inmóvil junto a la ventana, su rostro era serio como si quisiera ver algo que era invisible a los ojos de otros.
 
—¿Quién eres?
 
Ahora los ojos del joven se dirigieron a él, aún permanecía serio—. Cierto... Disculpa la descortesía, mi nombre es Dégel. Te encontré herido hace dos días. 
 
Yato le miró con curiosidad, su rostro le era familiar. Sus ojos se ampliaron. 
 
—¿Dijiste Dégel? ¡¿El joven prodigio?!
 
El aludido pausó asintiendo poco después, y Yato amplió aún más sus ojos. Según la prensa, sólo tenía veinte años de edad y era poseedor de una gran fortuna. De pronto, algo que le dijo penetró en su conciencia. 
 
—Espera... ¡¡¿Dos días?!! Pero, ¿Cómo pudo ser? Es decir... no fui atropellado por un autobús. —En realidad no tenía idea de qué exactamente sucedió.
 
—No. Fuiste atacado por un perro. Tu hombro se vio seriamente afectado, pero pronto sanará. 
 
—¿Un perro? —Le miró incrédulo. "Eso jamás sería un perro. Era como un lobo aunque muy distante, pero no un perro."
 
Mientras Yato fruncía el ceño pensativo, Dégel simplemente asentía—. Yo lo vi. Pero al parecer fue capturado. De eso estoy seguro. —La última frase parecía haberla dicho sólo para sí mismo. Retornó la mirada a la ventana.
 
Yato negó con la cabeza, reconocería esa criatura no sólo con precisión, pero no podía describir todos los detalles de esa noche.
 
—Quiero ir a casa.
 
Dégel tiró la manta a un lado e hizo una mueca, había puesto su brazo izquierdo en el corto plazo, acuerdo amistoso—. Los médicos dicen que permanecerás aquí por un tiempo. Para acelerar la recuperación.
 
—No me interesa, tendré un torneo en pocas semanas y ese tonto de Ten... —Vaciló cuando dos fuertes brazos lo situaron de nuevo en la cama.
 
—Puedes esperar.
 
Yato lo miró, estaba de pie a su lado. Los ojos azules del mar se veían familiares en los suyos. 
 
—¿Qué haces? —Frunció el ceño—. ¡Suéltame! —Trató de liberarse.
 
El de cabellera larga lo miró por un momento, apartó sus manos encogiéndose de hombros—. Si así lo deseas. —Miró de nuevo hacia las calles.
 
—¿Qué demonios es tan interesante allá fuera? —Yato se limitó a mover la cabeza sin comprender.
 
—La vida misma. —Con un suspiro miró al más joven—. Eso que has pensado no es cierto. Me parece interesante cómo puedes perder la vida tan fácil sin tener un propósito más elevado.
 
—Oh, ¿Y tú lo tienes?
 
Yato no sabía por qué se involucró en una discusión, apenas llevaban minutos conociéndose.
 
Los ojos de Dégel oscurecieron—. Sí tengo. Pero pocos pueden comprenderlo. —Se dio la vuelta tranquilamente y con una despedida salió de la habitación. Dejando sólo un Yato confuso.
 
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¿Por qué había permanecido tanto tiempo? No era necesario hacerlo, de alguna manera tenía una sensación de intranquilidad al respecto. Dégel no tenía idea de lo que sucedía a alguien que era mordido por un hombre lobo y sobrevivía. Eso ocurrió sólo una vez y la mujer estuvo en un estado tan lamentable que le rogó a Dégel no dejarla sufrir más.
 
Las puertas de cristal del hospital se abrieron automáticamente como el hombre salió. La luz del sol era intensa, cegando momentáneamente los ojos de Dégel.
 
—Doloroso, ¿No es así? —Cuando escuchó esa voz familiar giró.
 
—Kardia. —Los ojos azul oscuro brillaron un poco enojado.
 
Su homólogo encogió de hombros extendiéndo su sonrisa—. Sólo pensé que una pequeña charla estaría bien.
 
Dégel elevó una de sus cejas—: Desafortunadamente, no siento deseos de comunicación interpersonal contigo. —Continuó su camino.
 
—No así, Dégel. —Se apartó de la pared y lo siguió—. Tu ataque de hace dos días fue grandioso tengo que admitirlo. Sólo terminó en el lado equivocado. —Comentó alcanzándolo.
 
La mirada del joven se fijó en otra turquesa—. Lástima que no pude apuntar bien.
 
—¡Ja! ¡Porque no querías! —Sonrió ampliando sus ojos—: He visto tus presas, al igual que has visto las mías. Somos asesinos perfectos y no cometemos errores en nuestro trabajo.
 
—La diferencia es que yo no asesino seres indefensos. —Sus ojos brillaron airadamente.
 
Kardia no pudo reprimir una sonrisa—. No, eso no es así. No obstante, ¿Te consideras menos asesino por ello? 
 
—Juega un papel muy importante.
 
—Na, na... no es necesario elevar el tono serio, ¿Qué pensará la gente a nuestro alrededor? 
 
—No me interesa. —Su auto-control no se derrumbaría aún. Pero Kardia parecía leerlo como un libro.
 
—Eso es algo completamente nuevo, que jamás pensé escuchar de ti. Me gusta. —Su sonrisa cariñosa se amplió.
 
—Tu opinión para mí... —La frase no pudo finalizar, porque pronto sintió los labios de Kardia en los suyos, tomándolo fuera de base, su lengua penetró lentamente su boca uniéndose a la suya. Los ojos de Dégel se ampliaron totalmente sobresaltado. 
 
¿Qué demonios estaba haciendo? 
 
¡¿Por qué lo dejó?!
 
Normalmente lo empujaría como otras veces. ¿Por qué no lo hacía? No es que no lo hizo, no cuando Kardia se separó de él, sintió algo como remordimiento.
 
—Eres muy lindo cuando estás enojado. —La cara del peliazul sólo estaba a centímetros de la suya.
 
De un empujón lo apartó, haciendo caso omiso a sus palabras.
 
Kardia lo vio alejarse. Era de alguna forma inocente, después de todo lo que vio cuando niño. 
 
Giró su cabeza de nuevo al hospital y miró una ventana en particular.
 
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Cuando se detuvo en la puerta pensó en todo lo que debería atender más tarde. Después de todo, sabía dónde podía encontrarlo. Lo más importante ahora era qué era lo que sacudía su interior por Dégel. Algún tiempo se había prometido cuidarlo de los otros lobos, era suyo después de todo. A los ojos de Radamanthys significaba que, Dégel, probablemente sobreviviría menos de 24 horas, pero él no era esa bola de pelos amarilla. Aún así, tendría que explicárselo, pensando en ello Kardia se dirigió a casa.
 
Con un fuerte chasquido abrió la cerradura de la puerta, entró y encendió las luces. Tiró descuidadamente sobre una mesa las llaves y su abrigo en el perchero. Ese no era realmente su día, pero los ánimos se hundieron aún más cuando vio quien estaba sentado en su sala de estar. Al parecer, lo estaba esperando. 
 
En el sofá se encontraba un hombre joven, intimidante y atletico, de puntiaguda cabellera rubia... a su alrededor tres jóvenes le atendían.
 
—¡Hey! ¿Qué haces tú y tus perros falderos aquí? 
 
Valentine, Sylphid y Queen le lanzaron una mirada asesina.
 
Radamanthys, sin embargo, sólo le sonrió sucesivamente—. Estoy aquí porque al parecer no recibiste mi mensaje. Aunque informaron que respondiste.
 
—¿Y debía hacer algo más? —Se sentó en una silla y miró a los cuatro. Mañana por la mañana, tendría que comprar un nuevo sofá.
 
—Estaría bien, si hubieras aceptado mi invitación.
 
Kardia suspiró—. ¿Por qué? ¿Acaso era importante? Probablemente no, porque de lo contrario, difícilmente enviarías uno de tus sirvientes. 
 
Valentine quería subir, pero Radamanthys dejó su mano en la cabeza y acarició su cabello. Sylphid miró sumiso a su líder. Como este se limitó a negar levemente con la cabeza, y el platinado se dejó caer contra su hombro nuevamente, observando furioso a Kardia.
 
—De todos modos, quería preguntar cómo continúa tu entrenamiento, pero ahora existe otro asunto que debemos hablar. ¿Tienes algo que decirme?, ¿O debo enumerar? 
 
Cuando Kardia permaneció en silencio, continuó.
 
—Bueno, primero te encargarás del hombre mordido. En segundo lugar, hasta ahora no has tomado medidas para llevar su desgracia a términos, y en tercer lugar, ese híbrido sigue vivo y mata indiscriminadamente nuestro pueblo.
 
—Te dije que me encargaré de él y lo hago. —Apretó los dientes para controlarse.
 
—¿Sí? ¿Y cómo piensas hacer? Al parecer, no es tan receptivo a tus insinuaciones como te gustaría. —Los ojos de Valentine brillaron con una mezcla de desprecio y enojo.
 
Kardia lo midió con la mirada, considerando si Valentine valdría una respuesta—. Ni siquiera he comenzado aún.
 
—Suficiente. —Con un gesto enérgico Radamanthys ahogó la disputa emergente de raíz—. Cuida de estos problemas, no importa cómo Kardia. Ya sea que lo mates o lo hagas uno de nosotros. Pero contigo como mentor, procede a tu gusto. Seducelo, juega con él o mátalo. No me interesa, sólo hazte cargo de esto. —Se puso de pie y el resto de sus hombres aún parecían irritados.
 
—¿Por qué tus visitas siempre terminan en más trabajo? —Meditando Kardia fue a su habitación y se dejó caer en la cama.
 
Perdido en pensamientos, miró el techo negro. El primer problema crearía solución con dos. Pero el segundo problema no era tan fácil. Cada una de estas soluciones herirían a Dégel... y de alguna manera no lo haría. Por otro lado, estaba preocupado cuando cuidó de ese joven que mordió, entonces Kardia elaboró una idea durante toda la noche.
 

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