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Sunion Break por Agus y Moony

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Notas del capitulo:

Gracias a todos los que lo leyeron. Y mas gracias a la genial Cyberia que nos dejo un review.

De ella tomamos el nombre inventado de Death Mask.

 

 

Ni bien entré a la capilla ví los endiablados rulos de Aioros sentados en la tercera fila de bancos. Era el único lugar donde podía verlo y las manos se me iban solas.
Caminé despacio, tratando de no llamar la atención a ninguno de los doscientos guardias –bueno, tal vez no tantos, pero sí muy fuera de lugar- que había dentro de la pequeña Iglesia y me acerqué hasta él.
Por lo que oí, el cura estaba ya dando por finalizada la ceremonia, así que tenía que apurarme. Le toqué el hombro con suavidad.
Levantó la cabeza y la giro hacia mí, mirándome con sorpresa. Y luego sus ojos se achicaron de la alegría que le produjo.

-Aioria, Aioria...¿qué haces acá? –me preguntó con la voz quebrada.

-Es obvio, vengo a sacarte –le contesté en susurro.

Sus ojos estaban completamente vacíos, me dió una punzada en el corazón verlos así, esos no eran los ojos de mi hermano. Eran los de un espectro. Alguien que no tenía nada porque vivir.

-Dejá de hacer locuras. Portate bien y en dos años estás afuera. –me ordenó, aún conservando su toque paternalista conmigo. Como había sido siempre.

-Pretendo estar mucho antes. –le devolví, cada vez mas convencido.

Negó con la cabeza, sus rulos se movieron y le taparon la visión. Mejor para mí, que cada vistazo a esos ojos me producía dolor.

-Te voy a sacar Aioros –le prometí con vehemencia.

Se miró las manos, que estaban amarradas. Esa visión me cayó verdaderamente mal.
No se que esperaba, pero verlo así, incluso para ir a misa me torturo por dentro.
El pareció ver mi vacilación.

-Estoy bien. No hagas locuras. –volvió a ordenar.

Esta vez fui yo quien negó con la cabeza. Garan, su guardia personal, lo agarró con cuidado y lo comenzó a trasladar hacia su sector.

-Nos vemos pronto. –le dije a modo de saludo y deseo.

El me miró y un asomo de sonrisa apareció en su cara demacrada.
Después salio del lugar.
Suspire, triste, pero decidido. Nadie me lo iba a quitar.

* * *

Nuevamente en la enfermería. Nuevamente mi dosis extra de insulina.
Nuevamente el doctor D’Virgo con su lunar hipnotizante y sus ojos celestes.

-Hola Aioria –saludó con calma en cuanto me vió llegar.
-Hola –contesté, tratando de no mirarle a la cara.

-¿Cómo es que un estudiante de la Universidad de Athenas termina en Sunion?

Oh no, pensé, otra vez con eso. Solo podía significar una cosa, que había estado revisando mi expediente.
Parpadeé sin saber que contestarle.

-Quizás mis compañeros de fraternidades me hacían sentir inferior y necesitaba algo para llamar la atención. –contesté en tono de burla.

Sonrió sin mirarme.

-Pueden llegar a ser insoportables –siguió la broma. –Fuimos a la misma Universidad. –aclaró mientras yo me hacía el sorprendido nuevamente.

-Tal vez nos conocimos antes, borrachos en algún bar. –solté, para cambiar de tema.

-Te recordaría. –contestó, ¿seductor?

-¿Es un cumplido? –pregunté con voz divertida.

-No. –contestó automático. Y volvió a sonreír.

No sabía como sentirme. Èl era una pieza mas del plan y nada más. Lo único que necesitaba en este lugar era pasar desapercibido. Se me iba a hacer difícil.

-Estuve pensando...-comenzó con cautela. Su cabello rubio esta vez estaba atado en una coleta suelta, y algunos mechones le caían sobre los hombros.
-En el test que te hice el otro día, te salió como que tenías demasiada insulina en la sangre.

Lo miré confundido. Oh, no. Comencé a respirar entrecortado, tratando de disimular.

-¿Estás seguro que sos diabético? –preguntó con voz apremiante.

-Desde jardín –fingí estar resignado.

Negó con al cabeza, su flequillo oscilo frente a mis ojos, tapando su lunar.

-Me sale que no. –replicó. –Te voy a hacer un análisis de glucemia, quizás te diagnosticaron mal.

Fingí no escucharlo.
Continúo en sus trece:

-Lo que menos quiero es darle insulina a alguien que no la necesita.

Sin embargo, me inyectó nuevamente.
Mientras iba a tirar los materiales que había usado me acerque a la ventana. Miré con aprehensión la ristra de cables que cruzaba desde la ventana hasta una torre del muro exterior. Sería nuestra vía de escape.
Él volvió de pronto y me preguntó:

-¿Sentís que te tiemblan las manos? ¿escalofríos?

Negué con la cabeza, mintiendo descaradamente.
Su ceño se frunció. No le gustaba no estar seguro de algo.

-Hoy ya no tenemos tiempo. Pero mañana te hago el nuevo análisis. Nos vemos- y dió por terminada la conversación y la consulta. Fué hasta la puerta y llamó al guardia que me trasladaba.
Suspire. Había estado muy cerca y no tenía mas tiempo que perder con ese tema.

* * *


Me acerqué al teléfono público con cautela. No era que me importaba si era mi turno, o no. Pero nadie debía estar escuchando. Mis conversaciones eran mías.
El sol nuevamente brillaba con fuerza sobre las cabezas de los convictos. Miré alrededor, no había nadie husmeando. Algunos caminaban cerca, pero me tenían demasiado miedo como para acercarse mas. Sonreí con suficiencia, estaría preso, pero seguía siendo Death Mask.
Y estaba preso porque Shiryu me había delatado. Porque el maldito Shiryu había testificado en mi contra. Me sacudió la rabia. Ya vería ese pendejo con quién se había metido y adonde le llevaría su estúpido sentido de la justicia. A un pozo. Luego de que le hubiera arrancado los ojos para que no pudiera ver nada más y contárselo a nadie.
Pero ahora estaba en protección de testigos. Nadie lo había visto desde el día del juicio, y eso que tenía varias personas trabajando para eso. Tenían la orden estricta, (y estricta significaba “o la seguís o da por muerta a tu familia y a todos los que conociste alguna vez”) de avisarme ante cualquier avistamiento sin hacer ninguna acción que pudiera estropear mi venganza.
Pero los días pasaban, y de Shiryu nada. Hasta hoy.
Llamé a mi Manigoldo, mi hombre de confianza afuera.
Su voz sonaba rara cuando atendió.

-Encontraron a Shiryu –anunció con su acento italiano deformado por la ansiedad.

El júbilo recorrió mi cuerpo, me hubiera puesto a gritar de alegría. Solo me moví de un pie a otro.

-¿Dónde?¿Cómo?¿Cuándo? –inquirí rápidamente, mirando alrededor, haber si alguien había notado mi escena.

-No sabemos nada –contestó cautelosamente.

-¿Cómo es eso?

-Nos llegó un sobre, con varias fotos de él en una casa que podría ser cualquiera de las de Grecia.
No entendía nada.

-¿Un sobre? –repetí como tarado. Ahora hasta mi voz sonaba rara.

-Sí, un sobre con una flecha adentro.

-¿Una flecha?¿De verdad? –pregunté extrañado. No tenía idea a donde iba con todo esto.

-No, -contestó automático. –una flecha...de papel...

-¿Cómo un origami? Empezaba a darme cuenta poco a poco, mientras la rabia me subía por la espalda.

-Seh, exacto, como un origami. –sonrió el otro al ver que yo me daba cuenta.

Corté el teléfono sin más. Iba a tener una charla con el gatito ese. Urgentemente.


* * *

La tensión por la pelea racial, o internacional se sentía en cualquier lado al que iba.
Los grupos no se dividían únicamente por países, sino más bien por territorios o continentes, ya que en gran cantidad solo estábamos los griegos.
Milo me había anticipado que sería una batalla sin cuartel, y que me convenía mantenerme alejado de cualquier grupo. Había uno de asiáticos que se la tenían jurada a los del norte de Europa, y a pesar de la advertencia de mi amigo, tenía asuntos pendientes con ambos.
No es que los chicos tibetanos me cayeran mal, pero no sabía como les caería a ellos, como estaban de difíciles las cosas justo ahora, la presencia de un griego.

El día estaba soleado, pero un fuerte viento soplaba desde el océano. El patio se mantenía en orden. Milo jugaba a la pelota de nuevo, por lo que aproveche para revisar la rejilla por la que había dejado caer la revista. Sonreí al comprobar que mi flecha de papel había llegado nadando desde la enfermería, y mi revista había detenido su paso, lo que quería decir que, tal como suponía, las cañerías estaban conectadas.

Me paseé por el patio con una sonrisa en la cara, todo iba bien.
Divise a Dohko sentado en su grada, acariciando a su pequeño tigre. Su cara de paz relajaba un poco el ambiente. Decidí que cuanto antes hiciera las sociales mejor.
El chino me sonrió cuando me senté a su lado, tenía una expresión pícara, quizá me había estado observando mientras miraba la rejilla.

-Hola- me saludó cortésmente.

Respondí el saludo, no parecía una persona difícil de tratar. Quise entablar una conversación previa, para tantear el terreno.

-¿Cómo es que entró eso acá? –Pregunté señalando a su gato atigrado que ronroneaba feliz en los brazos de su amo.

-Primero: no es eso -puntualizó –Se llama Shunrei, como mi hija. –Segundo: La tengo hace unos años, cuando aun lo permitían.

-Querrá decir su sobrina –me arriesgué. Dohko sonrió

-Me ayuda a extrañarla menos- prosiguió- El norte de China está muy lejos.

-Querrá decir el oeste.

Dohko soltó una carcajada con su voz grave.

-No más pruebas, lo prometo.- puntualizó su sonrisa –Se nota que hiciste tu tarea, gato.

Lo miré a sus ojos verdes. Había en ellos experiencia y fortaleza.

-Oí por ahí que usted de el famoso Dragón Naciente. –Comenté.

Él perdió un poco su sonrisa

-Seguro que si, todos lo dicen, - explicó –Pero no es cierto.

Sabía que lo negaría, tal como me había dicho Milo.

-¿Qué más quisiera yo ser él?-continuó- Tendría millones esperándome afuera. Mi Shunrei nunca tendría que volver a trabajar…

Suspiró, tenía su discurso muy bien preparado. Pero yo también.

-Que lástima –comenté siguiéndole la corriente, no quería presionarlo ahora.
–Me hubiera gustado conocer al famoso Dragón.

-Sin duda sería una persona interesante- agregó.

No repuse nada, ya que en ese momento Death Mask y su gente se acercaban imponentemente hacia nosotros.

-No te conviene meterte en líos gato –me previno Dohko antes de levantarse y marcharse aun con su gatita en brazos.

-Me parece que he visto a un lindo gatito… -Me dijo Death Mask a modo de saludo.

Sus ojos desprendían odio. Y la expresión de su boca me puso la piel de gallina.

-Uno muerto- agregó.

Me ví rodeado en cuestión de segundos.

-Estas muy lejos de casa de casa Leo- continuó –Y metiste tu hocico donde no debías.
-Decime donde esta Shyriu- Me ordenó.

Negué con la cabeza

-Meteme en la IP, sería mas fácil para los dos.

Ni siquira lo pensó.

-¿Dónde esta Shyriu?- volvió a preguntar.

-¿Qué te parecería salir de estas paredes? –cambié de tema. -¿Tendrías los métodos para desaparecer del país?

No entendió porque salía con esto, estaba demasiado irritado.

-Qué te importa –me gruñó

-Simple curiosidad. -contesté con tranquilidad. Aunque ví que los presos junto a mí se retorcían los nudillos.

El mafioso los hizo una seña con la cabeza.

-Si me atacas a mí, yo te voy a atacar a vos Giovanni. –amenacé.

Había averiguado que el italiano no toleraba que le dijeran por su nombre real.
Mucho menos un enemigo.
Esperé el golpe, aunque fue mas fuerte de lo previsto, había venido de uno de sus monos mas grandes. Reaccioné y le asesté un puñetazo en la mandíbula al jefe, exactamente como le había dicho.
Lo que sucedió a continuación no fue bonito, ya que yo era solo uno y ellos cuatro, sin incluir a su jefe, que ahora me miraba perplejo, como si hiciera años que no recibía un golpe.
Cuatro puños se encajaron en diferentes lados de mi cara y rápidamente estuve en el piso. Me sangraba la boca y no podía enfocar con facilidad.
Me encogí en el piso, pero las patadas no se hicieron esperar.
Los demás convictos del patio empezaron a gritar aliviados de poder liberar parte de la tensión que reinaba allí.
La tercera patada me dejó si aire y temí perder la conciencia, pero no quería mostrar debilidad, no más, al menos.
El caos era total cuando una alarma empezó a sonar y varios disparos se enterraron muy cerca nuestro. Inmediatamente todos se tiraron la piso quedándose momentáneamente inmóviles. Con la sangre en mi cara le dirigí una mirada a Death Mask, que aún clavaba sus atemorizantes ojos en mí.
Ignoré el dolor que sentía, ya que me invadió, a pesar de todo, una profunda satisfacción. No quedaba duda que mi mensaje había sido entregado.

* * *

Los ojos de Shion mostraban desaprobación y decepción, mas que cuando me había negado a ayudarlo. Había quedado como el culpable del incidente en el patio y éste me había mandado a llamar, me sentía en la primaria.
Aunque nunca me habían mandado a dirección.

-No creí que era un alborotador Leo. Parece que lo subestime.

Me dolió su comentario, después de todo, había pensado que yo era diferente a todos los demás convictos. ¿Lo era?
Shion esperó que dijera algo en mi defensa. No ocurrió.

-Ya que parece que no sabe comportarse, va a pasar noventa días en confinamiento en solitario –decretó.

Me quedé estático un momento, sin saber que pensar. ¿Noventa días? ¡Iban a ejecutar a Aioros en treinta! Se suponía que en veinte íbamos a salir de allí.
Empecé a respirar rápidamente, embriagado por la desesperación. No, no podía ser así. Debía pensar en algo.
Miré el almanaque que tenía Shion en su escritorio. Me relajé.

-Si me encierra noventa días no voy a ser de mucha utilidad.-comenté, como quien no quiere la cosa.

Shion me miró sin entender

-¿De utilidad?-repitió confuso.

-Claro, si necesita la Muralla para el mes que viene...-dejé la frase cortada.

Shion entrecerró los ojos, pero me dejo continuar.
Me dirigí hacia la réplica.

-La base es muy pequeña para tanta extensión -le expliqué señalándoselo- Si queremos que se mantenga en pie, vamos a tener que reconstruir este sector, y mas el tiempo que lleva que seque el pegamento...Es una pena que una de las maravillas del mundo se venga a bajo por un problema de peso, ¿no cree?

Esta vez Shion picó, ya una sonrisa permisiva asomo por su rostro.

-Entonces ¿mañana a esta hora?-dijo finalmente.

Sonreí a su vez, agradeciendo a todos los dioses chinos.

* * *

No podía dejar de dar vueltas en la pequeña habitación que nos daban para las visitas conyugales. Era lo único que realmente odiaba de la cárcel, la parte en que tenía que esperar que Camus viniera, sin saber si iba a llegar o no, y con el miedo de que quizás no apareciera y se acabara la hora y tuviera que volver a la celda.
Pero no, él no me haría eso. En este tiempo que había estado preso, se había comportado de maravilla, mas que eso; dicen que las situaciones así sacan lo mejor y lo peor de las personas, y de Camus había sacado lo mejor. Ya no era tan frío como antes y se mostraba muy amable y comprensivo en todo lo que tuviera que ver con Sunion.
Venía con un sobretodo largo y debajo prácticamente desnudo para no perder tiempo. Eso me ponía la mar de contento.
Recorde como sus ojos brillaban de manera pícara la primera vez que había venido así, de solo pensarlo me recorrió un escalofrío, de nervios y placer.
Pero lo ultimo que le había mandado era la carta, proponiéndole matrimonio. No tenía idea de cómo se iba a sentir, que iba a contestar y si iba a querer volver a verme siquiera. Sabía que su familia le imponía un montón de condiciones estúpidas para ser mi novio, y que a él le haría muy feliz poder presentarme oficialmente como su marido. Sería genial. Pero pasaban los minutos, y no venía.
El estómago ya comenzó a pasarme factura de los nervios, sentía que tenía un monstruo adentro que me corroía la tripas.
Miré el gran reloj que estaba encima de la cama, ya habían pasado diez minutos de nuestros preciados sesenta. No iba a venir. Se había asustado. Se había cansado de toda esta situación.
Sentí un nudo en la garganta. No le daría el placer de llorar por el, no le daría...

-Hey, casanova. Llegó la visita. –me anunciaron desde afuera.

¡Había venido! ¡Que alegría!
Me acerqué hasta la blindada puerta justo cuando la abrían y el entraba, con esa mirada pícara brillando en sus ojos, y su sobretodo azul resaltando debajo de su pelo rojo.
Salté sobre él con alegría, aprovechando su confusión para estamparle un beso.
Sus labios estaban calientes, la cabeza me dió vueltas.

Me empecé a quitar mi propia ropa cuando me quedé helado. No se había movido del lugar donde le había robado el beso y me miraba con ojos brillantes. Me asusté nuevamente. El monstruo en mi interior volvió a rugir.

-Milo...-empezó.

Lo miré ya a punto de largarme a llorar.

-Sí, quiero. –contestó.

Tarde un segundo en responder.

-¡¿Sí?!

-Sí, -repitió con júbilo, sus mejillas se tornaron de un rojo intenso.

El monstruo salió volando mientras lo abrazaba y nos besábamos ahora recíprocamente.

Ya se habían pasado un poco la hora de gracia que nos daban pero el guardia seguía sin llamarme. No podía estar mas agradecido. Pero Camus se incorporo después de un ultimo beso lleno de pasión y se comenzó a poner su tapado.

-¿Qué pasa? –pregunté, con la voz seca.

-Nada, nada, Crystal me está esperando y le dije que saldría a esta hora.

-¿Crystal? ¿Y qué quiere ese?

-Ay, Milo, no seas infantil –me reprendió, ante mi cara de enojo.

-¿Qué quiere? –repetí.

-Solo me trajo en su auto y ahora me lleva de vuelta a casa, nada más.

-¿Y por qué?

-Estaba llegando tarde, perdí el colectivo, pasaba por ahí y se ofreció a traerme.

Aunque me había beneficiado seguía enfuruñado. Hacía mucho que Crystal le tenía ganas a MI Camus.

-Es como tu primo...no seas celoso. –dió por sentada la cuestión mi novio acomodándose el pelo mientras se miraba a un espejo que traía en el bolsillo.

-Justamente por eso...-contesté yo. Pero no tenía sentido seguir discutiendo.

-La semana que viene...-comenzó, mientras ya se acercaba a la puerta.

-Es tu cumpleaños, lo sé –contesté, interrumpiéndolo mientras me empezaba a vestir con pesar.

-Si, no voy a poder venir.

Levanté las manos con gesto de no darle importancia, para que se sintiera bien. Aunque me carcomía la culpa y la tristeza por dentro.

-No hay problema. Te voy a llamar por teléfono. –le prometí.

-Lo voy a estar esperando.

Y con un último beso fugaz llamó al guardia para que se lo llevara.

* * *

Volvía al patio mucho mas feliz que antes, mi plan había salido bien, y pronto tendría a ese italiano haciendo lo que yo quería. Quizá no tendría tanto tiempo, pero al menos volvía a tener la confianza de Shion.
Solo quedaba un asunto urgente que arreglar, al menos por ahora.
Me acerqué a Milo que estaba sentado en una grada, con la mirada perdida, soñando despierto. Imagine que después de tantos nervios pasados, Camus le había dado una respuesta.
Por su sonrisa tonta supuse que era positiva.
-¿Milo?

Le pasé una mano por la cara para que me prestara atención.

Luego de que me contara palabra por palabra con todos los detalles su encuentro romántico, casi saltando de alegría, nos encaminamos al grupo de chicos tibetanos del que mi amigo me había hablado y de los que yo necesitaba algo con urgencia.
Eran cinco, pero los que mas resaltaban eran Mu, el jefe del grupo, y dos gemelos que le hacían de guardaespaldas.
Todos tenían unos extraños puntitos en vez de cejas, aunque no supe si eran tatuajes o alguna extraña marca de nacimiento, aunque no era probable, ya que todos las poseían. Intenté no mirarles allí, recordando el lunar del rubio médico.
Milo y yo nos acercamos a ellos, uno de los gemelos se adelantó.

-¿Qué quieren? -Siseó, su acento era de lo mas extraño.

No me amedrenté.

-Hablar con Mu.

El aludido abrió grandes sus ojos y su expresión me recordó al director.

-Dejalos Sage- le ¿ordenó? a su compañero, aunque su voz era tan dulce que resultaba difícil que pudiera mandar a alguien.

Este nos permitió pasar. Mu era flaquito y bastante mas bajo que yo, parecía totalmente inofensivo.
Abrió mas los ojos y supuse que si hubiera tenido cejas se habrían alzado con curiosidad.

-La verdad es que Milo me dijo que vos eras, algo así como, la farmacia de la cárcel –empecé.

Puso una cara de reprobación dirigida a mi rubio amigo.

-Milo –lo reprendió- mas cuidado con tu boca, o se van a enterar las chapas.

Entendí que así les decían a los policías, no tenia mucho de jerga de prisión, la verdad.
Milo lo tranquilizó:

-El gato es de confianza.

El otro gemelo soltó un chasquido de reprobación, pero no comentó nada.
Mu volvió a hablar con su dulce voz.

-¿Qué es lo que necesitás? –me preguntó.

-Se llama pugnac, es un suprimidor de insulina, se vende en cualquier farmacia sin receta, no es difícil de conseguir. -Expliqué.

El tibetano me escuchó con atención y pareció pensarlo un momento.

-¿Por qué no la pedís en la enfermería?- me preguntó confuso.

Supuse que generalmente le encargarían medicamentos mas fuertes.

-Porque ya voy a la enfermería a administrarme insulina- expliqué tranquilamente.

Mu soltó una carcajada fresca y despreocupada.

-¿Y para qué vas a la enfermeria? –quiso saber.

-Conseguime el pugnac y quizá te cuente -le dije como toda respuesta.

Todavía pensaba en lo extraño que parecía Mu, mientras mataba el tiempo en mi celda, mirando por los barrotes, como era mi costumbre. Nunca hubiera creído que una persona como él estuviera presa, si no fuera porque ambos estábamos adentro.
Pensé que alguien que me conociera seguro pensaría lo mismo de mi.
Hablaba despreocupadamente con Milo, quien me contaba porque lo habían encarcelado, otra vez.
Aun no había perdido las esperanzas cuando finalmente apareció un guardia, trayendo consigo una especie de tarjeta credencial.

-No se que habrás hecho, pero Death Mask me pidió que te diera esto.

Me lo extendió y pude ver lo que era. Un carnet con mi foto conde figuraba como empleado de la IP.
La agarré rápidamente, y miré al policía que seguía allí con gesto de indiferencia.

-¿Necesita algo mas de mí, oficial?-le pregunté con descortesía.

Este negó con la cabeza y se marchó.
Le mostré a Milo la tarjeta y este me sonrió con sorpresa, incrédulo.

-¿A qué estas jugando gato? Me dijo aún con su sonrisa en la cara.
Yo solo me encogí de hombros.




Notas finales: Esperamos que les haya gustado.

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