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MELPOMENE por Kitana

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La Navidad estaba cerca, y las oficinas de la firma lucían ya los colores de la época. Contempló aquella corona que pendía sobre su cabeza y sonrió como un niño pequeño. La Navidad era una de las escasas fiestas que disfrutaba, pero siempre con los más cercanos, le disgustaban las fiestas ostentosas y los regalos de compromiso, quizá lo que más odiaba era las fiestas en el trabajo. Cierto, era apenas su primera Navidad en ese empleo, pero las cosas eran idénticas en todos, la hipocresía campeaba golosa por los corredores, aun si las relaciones eran medianamente buenas, la época hacía que las personas se trataran como si de verdad se cayeran bien, cuando en privado solían emprender una carnicería verbal unos contra otros.

 

- Buenos días Afrodita. - dijo Milo apareciendo por la puerta, le vio cruzar la habitación como un suspiro, aparentemente en ese lugar, él era una de esas escasas personas a las que les seguía preocupando la puntualidad.

 

Afrodita no quiso seguirlo a pesar de los profundos deseos que tenía de charlar con él, a su modo, el griego era fascinante. Se encerró en su privado, estaba nervioso, la fusión de esas empresas que habían estado negociando parecía estarse viniendo abajo. No podía permitir que eso sucediera. Su prestigio profesional estaba en juego, y si había tomado aquel negocio en sus manos había sido para concretarlo, no iba a permitirse fallar.

 

Se pasó la mañana entera revisando cada detalle que pudiera fallar, necesitaba reforzar los puntos débiles de su oferta, necesitaba plantearlo de una manera tal que no quedara duda a ninguna de las partes de que la fusión era lo más aconsejable en esos momentos.

 

Revisó una vez más los datos que le había proporcionado su asistente, era obvio que su asistente estaba tan decidido como él a conseguir que se diera esa fusión.

 

Una sonrisa adornó sus labios. Milo comenzaba a tornarse en obsesión. No había podido conseguir más que un trato amable por parte de su rubio asistente, el griego parecía no querer ir más allá de una simple camaradería con él.

 

Se había dedicado a estudiarlo, a observarlo, no podía creer que Milo simplemente pasara de él.

 

Había intentado todo, desde lo más refinado hasta lo más burdo e infantil de su repertorio. Y nada parecía dar resultados.

 

Milo permanecía inmune a sus encantos, sin caer en sus redes. Y comenzaba a preocuparle.

 

Nunca nadie se había resistido a él, nunca nadie le había rechazado, ni siquiera de forma sutil, nadie había prestado tan poco interés en su persona como el que el ese griego mostraba. Se encerró en su oficina, aún tenía que revisar los últimos detalles del proyecto de contrato que presentaría en la junta que tendrían con los ejecutivos de las empresas al día siguiente. Tenía que sacarse de la mente a ese asistente a la brevedad posible, había trabajo que hacer, y él nunca perdía un contrato.

 

Milo se encontraba en la oficina que compartía con uno de sus compañeros. Estaba cansado, no había podido dormir bien la noche anterior. Comenzaba a preocuparse. Sabía de sobra lo que se rumoraba de él y Afrodita en la oficina. No era la primera vez que se escuchaba algo semejante, pero nunca se había visto mezclado en nada de ese tipo.

 

No era la clase de empleado que usaría a su conveniencia la presunta cercanía con su jefe. Pero el resto de la firma parecía opinar lo contrario, eso no le gustaba, y era esa una de las razones por las que evitaba al máximo la cercanía con Afrodita.

 

Otra era que simplemente no le interesaba enredarse en una relación con su jefe, era poco ético, poco profesional, algo que en definitiva, él no haría.

 

Pero quizá la razón determinante era el propio Afrodita. No comprendía a su extravagante y caprichoso jefe, había algo en su persona que no terminaba de gustarle, tal vez era ese aire de niño caprichoso que Afrodita solía exhibir cuando las cosas no sucedían a su antojo. Era en suma, la clase de persona que solía irritarle al extremo. Sin importar lo hermoso que era, sin importar lo inteligente que fuera, era el tipo de persona con la que jamás iba a relacionarse a menos que fuera estrictamente indispensable.

 

Su compañero llegó, nunca se habían llevado bien, y la rivalidad se había acentuado cuando Death Mask decidiera que sería Milo el asistente de Afrodita.

 

- Por lo que veo a ti y a tu jefe les gusta darse los buenos días muy temprano. - le comento con verdadera insidia.

- A diferencia de otros, tenemos proyectos importantes que emprender.

- O más bien, imposibles. - dijo el otro con burla.- Aunque tal vez sea solo un pretexto para que tengan tiempo para otras cosas...

- Piensa lo que quieras... pero hazlo en silencio. - dijo Milo sin mirarlo siquiera. Empezaba a hartarse de semejantes comentarios y de las risitas que los demás soltaban cada vez que pasaba cerca.

 

Todos estaban ya al tanto de la reputación de Afrodita Zlatan, y al hombre parecía no importarle demasiado, dado que cada vez que alguien comentaba algo en su presencia, se limitaba a reírse.

 

Nadie parecía creer que de verdad no había nada entre ellos. Y Afrodita no se había tomado la molestia de aclarar el malentendido. Milo había creído que con no decir nada pronto lo olvidarían, pero sus pronósticos habían fallado, el que menos, pensaba que él era el empleado consentido de los jefes, cosa que le había atraído más de un mal comentario.

 

Prefirió no pensar más en ese asunto. Tenía cosas más importantes que hacer.

 

Por su parte, Afrodita creyó haber encontrado la respuesta a todos sus problemas con aquella fusión.

 

- Pero como no se me ocurrió antes... - dijo con una amplia sonrisa mientras buscaba en su agenda el número del vicepresidente de una de las empresas que tantos problemas le estaba causando, Aiacos Garude.

 

No iba a ser difícil convencerlo de aquello, simplemente era una cuestión de enfoques y probabilidades, como solía decir él mismo.

 

- Buen día, comuníqueme con el señor Garude, de inmediato. - dijo empleando el tono autoritario que utilizaba cuando se sabía dueño de la situación.

 

La secretaria puso pronto en la línea a Garude.

 

- Zlatan, ¿por qué me llamas tan temprano? Creí que la junta sería mañana, ¿o es que me quieres listo para admitir la derrota?

- Dame un poco de crédito Garude. A diferencia de tus torpes socios, conozco bien mi trabajo.

- A mi no me lo ha parecido en las últimas semanas.

- Dejarás de pensar eso cuando sepas lo que tengo planeado para mañana.

- Dímelo.

- ¿Por teléfono?

- De acuerdo, te busco en media hora.

- ¿Vas a invitarme a almorzar? - preguntó Afrodita con coquetería y una sonrisa de victoria en los labios.

- Bien, pero si tu plan no es tan bueno como dices... tú pagas la cuenta.

- Es un trato, te veo en media hora.

 

Luego de colgar, marcó la extensión de Milo.

 

- Milo, cancela mis citas de las próximas dos horas, tengo que atender algo urgente. - no dio mayor explicación, simplemente colgó, su asistente se apresuró a acatar las ordenes que le había dado su jefe y se olvidó del asunto.

 

Media hora más tarde, Aiacos se presentó en las oficinas de la firma para encontrarse con Afrodita, se les vio salir juntos, Death Mask comprendió de inmediato que su rubio amigo al fin había conseguido su propósito, Afrodita no solía mezclar negocios y placer, así que el verle salir con Aiacos, solamente significaba que había encontrado la salida al dilema que les aquejaba en esos momentos. Eso le dio una enorme sensación de tranquilidad, esa fusión era la prueba de fuego para su naciente empresa, los encumbraría o los condenaría al olvido, y ni todas las artes de él y Afrodita juntos los librarían de esto último.

 

Afrodita y Aiacos terminaron en un restaurante cercano, el sueco le dio a grandes rasgos el plan para conseguir su objetivo, la sonrisa en los labios de Aiacos se hacía más y más grande a cada momento.

 

- De verdad que eres un maldito genio Zlatan. - dijo el pelinegro. Sus violáceas pupilas brillaron de placer.

- Te dije que esto no podía fallar. - dijo Afrodita con orgullo nada disimulado. Bebió un poco de su café. - Dime, ¿crees que ellos estén listos para asumir la derrota y resignarse a ser absorbidos?

- Lo dudo, pero, siendo sinceros, me importa un demonio, mi jefe estará sumamente complacido.

- Estoy seguro de que Hades recompensará tus esfuerzos.

- Y los tuyos también, créeme, con esto, tienes un nuevo cliente.- los dos rieron complacidos. - Dime... ¿crees que podríamos vernos esta noche?

- Conoces mis reglas, mientras hay tratos sobre la mesa, no hay nada sobre la cama.

- Pero cuando esto termine...

- Cuando termine y tenga mi dinero, veremos. - dijo el sueco con franco coqueteo.

- Eres un hueso duro de roer, Afrodita.

- Vamos, tengo que regresar a la oficina.

- Te acompaño.

- Bien. - después de pagar la cuenta, abandonaron el restaurante, Afrodita se veía complacido, aunque no tanto como Aiacos. El pelinegro estaba seguro de que podría obtener todo lo que quisiera de él.

 

Para Afrodita había terminado el juego, lo que venía, simplemente era un trámite, el reto estaba superado y todo el interés que hubiera podido despertar en él, se había esfumado.

 

Los retos no eran frecuentes, pero sin duda, todos eran igualmente efímeros.

 

Volvieron a la oficina de Afrodita. Milo les vio entrar, le sorprendió ver ahí a Aiacos, su jefe no solía recibir a los clientes, ni dentro ni fuera de las oficinas de la firma. No se interesó más en el asunto, después de todo, Afrodita sabía lo que hacía, tenía bastante experiencia, bastante más que él.

 

Se encerró en su pequeño cubículo y no dio importancia al asunto, después de todo, a él no tenía porque interesarle lo que su jefe hiciera.

 

Aiacos salió al poco rato, con una enorme sonrisa en los labios y sin parar de hablar por su celular.

 

Afrodita no volvió a salir de su privado en lo que restó del día, ni siquiera salió a comer, tenia demasiados ajustes que hacer en la propuesta y tenía escasas horas para hacerlo. No había tiempo que perder.

 

Se enfrascó en aquella tarea sin ayuda, en ningún momento requirió a Milo, a veces hacía esas cosas, a veces hacía cosas que ni él mismo se explicaba, y en ese momento le apetecía trabajar a solas.

 

Para cuando terminó todos se habían ido, o al menos eso creyó. Aún quedaba alguien en el edificio: Milo.

 

- Creí que todos se habían ido temprano, como esta cerca la nochebuena. - dijo Afrodita con aire cansado al verle sentado en el escritorio sito fuera de su privado.

- Tal vez podrías necesitar algo, por eso me quedé.

- Entiendo. ¿No le molesta a tu familia que salgas tan tarde?

- No tengo familia, así que nadie se molesta. - dijo el joven griego.

- ¿Me acompañas? No he comido en todo el día y me muero de hambre.

- No lo creo, prefiero irme a casa; es muy tarde ya.

- ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué parece que me huyes? - dijo Afrodita irritado.

- No te huyo, simplemente no me interesa tener contigo ningún tipo de relación, como no sea de trabajo. - dijo el griego sin mayor aspaviento, Afrodita se irritó aún más ante aquella respuesta, ante la fría serenidad de su asistente.

- Como sea... te quiero mañana aquí media hora antes de lo acostumbrado, tienes que ayudarme a afinar los últimos detalles de la reunión que tendremos con los ejecutivos de las dos empresas. - Milo permaneció en silencio mientras su jefe se retiraba furioso. No le gustaba el rumbo que empezaban a tomar las cosas.

 

Afrodita corría escaleras abajo, nunca en toda su vida había sentido lo que sentía en esos instantes. Era una especie de rencor, de violento desprecio el que le acometía, pero sin duda, le era totalmente ajena la sensación del rechazo, nunca había sido rechazado, ni disimulada ni abiertamente, mucho menos en los términos que el joven griego había empleado.

 

Se sintió iracundo, irritado, lleno de un sentimiento que jamás había experimentado.

 

Un sonido de disgusto salió de su garganta, estaba molesto, más que molesto, prácticamente colérico. ¿Quién se creía ese pobre asistente como para tratarle de esa manera? Ya habría ocasión de cobrarle la factura por su atrevimiento...

 

Se fue a casa, sin olvidar el agravio, sin permitirle a su memoria, a cada célula de su cuerpo olvidar la sensación que Milo le había producido con aquellas palabras.

 

Al día siguiente se apareció por las oficinas de la firma muy temprano, tenía cosas que hacer, se sorprendió al ver que Milo ya se encontraba ahí, trabajando, como de costumbre, le saludo con la fría cortesía de siempre, sin embargo, Afrodita ni siquiera le respondió. Ni siquiera una mirada le dirigió. El griego ni se inmutó, le siguió hasta su privado soportando el mal humor de su jefe.

 

-¿Tienes listas las proyecciones que te pedí ayer? - le dijo de muy mal humor.

- Están sobre su escritorio. - dijo Milo sin perder la calma a pesar del tono empleado por su jefe. Al sueco no le pasó desapercibido el hecho de que Milo había dejado de tutearlo. Se detuvo en seco y lo miró, habría querido preguntarle que era exactamente eso que le impedía dejarle acercarse, pero su orgullo fue más fuerte que la curiosidad.

- Correcto, espero que tengas todo listo. Antes de irme te envié un mail con la presentación que haré en la junta.

- Esta lista, también las carpetas para los socios, y la tabla de costos. - dijo el griego. Afrodita menguó el paso.

- Retírate. - el griego no emitió ningún sonido, simplemente volvió sobre sus pasos hasta su cubículo.

 

Afrodita se mantuvo acuartelado en su privado hasta que llegó la hora de partir rumbo a la junta. Escoltado por su asistente se presentó en la junta. Al entrar en la sala de juntas, tuvo un interesante intercambio de miradas con Aiacos. Eso fue suficiente como para que Death Mask se tranquilizara, definitivamente la fusión era un hecho.

 

- Excelente... - susurró al tener entre sus manos la carpeta con la nueva propuesta, eso era algo que definitivamente ninguno de los presentes esperaba ver. Como de costumbre, Afrodita iba a salirse con la suya.

 

- ¡Eres un demonio! - exclamó el italiano al termino de la junta, ese era su modo de felicitar a su socio por el logro obtenido.

- Sólo hago lo que mejor se hacer... me muero de hambre, vayamos a almorzar, Aiacos, estás invitado. Tú, lleva mi portafolio a la oficina. - dijo refiriéndose a Milo.

 

El asistente no dijo ni media palabra, simplemente desapareció de ahí. Death Mask lo siguió con la mirada.

 

- ¿Sabes Afrodita? Deberías andarte con cuidado, él tiene un carácter tan horrendo como el tuyo. - dijo el italiano en voz baja para que solo su socio le oyera.

- Es un simple empleado. - dijo Afrodita.

- Tal vez, pero te recuerdo que no puedes humillarles así como así.

- Como sea, vamos a almorzar. - el hecho de que su amigo defendiera a ese asistente le sacaba de quicio, ¿es que se ponían de acuerdo?

 

No quiso pensar más en ello, tenía que ocuparse en otras cosas para no pensar, para no arrepentirse de la manera en que había tratado a Milo.


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