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MELPOMENE por Kitana

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Iban a dar las siete, no tenía muchos deseos de presentarse en la fiesta que Death Mask había organizado para agasajar a los empleados de la compañía, no quería cruzarse con Afrodita. En los últimos días su jefe había estado verdaderamente insoportable, empezaba a considerar con seriedad la posibilidad de cambiar de empleo. Había comenzado a hacer circular su currículo en algunas firmas, aún no le respondían. Estaba creyendo que era misión imposible volver a tener una buena relación con Afrodita. Ese hombre, a sus ojos, era sencillamente voluble, volátil y dueño de un ego demasiado grande. No entendía como una persona dotada de un intelecto como el de Afrodita, pudiera ser tan caprichosa e infantil como lo era desde su punto de vista el sueco.

 

Terminó de arreglarse. Se miró al espejo, lucía cansado, la noche anterior a penas si había podido dormir, a su jefe le había dado por pedirle un informe completo de las dos cuentas más importantes y voluminosas que habían tenido que llevar ese ultimo mes.

 

Decidió estar en aquella fiesta un rato, un par de horas bastarían para hacer presencia y no dar una mala impresión al dueño de la firma. Quizá aprovecharía la oportunidad para pedirle a Death Mask una carta de recomendación. No esperaba seguir por mucho tiempo en ese empleo.

 

Llegó hasta el hotel donde se realizaría la cena. No se sentía cómodo, podía lidiar perfectamente con sus compañeros en la oficina, pero fuera de ella, sus habilidades sociales eran verdaderamente nulas. Por eso era que no se presentaba jamás en las fiestas de la empresa, sin embargo, esta vez, había sido el propio Death quien le invitara y no podía simplemente negarse.

 

Entregó su invitación en la entrada y se preparó para la peor noche del año, aquella festividad sencillamente le resultaba insoportable, no la toleraba. Se armó de fortaleza para soportar aquello que se le antojaba imposible de resistir y entró, pronto dio con la mesa que le habían asignado, se alegró al comprobar que al menos había alguien con quien conversar. Aldebarán Oliveira, el enorme auxiliar de contabilidad al que conocía desde niños.

- Por un momento creí que tendría que vérmelas solo con esta jauría. - dijo Milo sentándose junto al contador. - Aldebarán rió suavemente mientras le miraba con esos enormes ojos cafés.

- Te dije que vendría, ¿no? Ya estaba pensando que me dejarías solo en esto, te tardaste demasiado.

- No encontraba taxi.

- Debiste aceptar que pasara por ti, uno de estos días ese orgullo tuyo te va a causar más problemas de los que te imaginas.

- Amigo, créeme, mi orgullo es lo único que me hace levantarme en las mañanas últimamente.

- ¿De que hablas?

- De ese maldito sueco loco.

- ¿Zlatan? He oído que te trata muy bien.

- Dejo de hacerlo cuando le puse muy claro que no me interesa tener una aventura con él. - dijo el rubio sin poder esconder su disgusto.

- Vaya que estás molesto. - dijo Aldebarán con seriedad.

- Me voy de la firma.

- ¿Por qué? No creo que valga la pena que lo hagas.

- No quiero seguir aquí. Él se empeña en hacerme la vida difícil y no soy de los que corren a pedir auxilio.

- Decírselo al jefe no sería pedir auxilio, ¿sabes?- dijo Aldebarán en tono conciliador, nunca terminaría de entender el orgullo de su amigo.

- Como sea... ya empecé a buscar trabajo.

- No va a ser fácil...

- Lo sé... pero no me queda otra opción. Tengo que apartarme de ese hombre lo antes posible. - dijo el rubio con desgano.

- Cualquiera diría que estás loco, es tan hermoso que muchos lo darían todo por estar cerca de él.

- Pero yo no soy uno de esos.

- ¿Por qué?

- Porque además de su exterior, en él no hay nada, esta completamente vacío. - dijo el rubio con serenidad. Aldebarán lo miró y se dio cuenta de que la opinión que Milo tenia de su jefe difícilmente iba a cambiar. Milo no solo era necio, difícilmente se le convencía de cambiar de opinión acerca de algo.

 

Afrodita llegó más tarde, Aiacos le acompañaba. No había querido llegar solo, y después de que cerraran ese trato, Aiacos había insistido en revivir la vieja aventura que habían tenido algún tiempo atrás. Aiacos era divertido, era la clase de hombre que no se complicaba la existencia, dispuesto a recibir lo que Afrodita pudiera o quisiera dar, sin explicaciones, sin complicaciones, sin ataduras ni compromisos. Era perfecto para evadirse en el placer, sin pensar en un mañana, sin pensar en consecuencias, en aquello que le tenía furioso y herido como nunca antes lo había estado.

 

Milo era simplemente incomprensible. No entendía como era que el muchacho había terminado resistiéndose a sus encantos, a todo lo que había intentado, y aún así, no podía sacarlo de su mente, ni dejar de sentirse atraído por la extraña personalidad de su asistente. Le había estado tratando como basura, y el joven no había dicho ni hecho nada al respecto. Se limitaba a desarrollar sus labores con la misma diligencia de siempre y esa fría cortesía que había terminado por minar la resistencia del sueco.

 

- ¿Sucede algo? - dijo Aiacos al notar que Afrodita permanecía en silencio.

- No es nada.

- A ti te pasa algo, a pesar de todo, te conozco Afrodita.

- Eso no te incumbe Aiacos, y si no quieres pasar la noche solo, será mejor que cierres la boca ahora mismo. - empezaba a irritarse, Aiacos lo notó  y decidió cambiar el tema.

- Mira, allá esta tu asistente. - dijo al descuido.

- ¿De verdad? No lo había visto, el pobre es tan gris... - dijo Afrodita fingiendo indiferencia. Ciertamente no lo había visto, y hubiera preferido no verlo, sintió que algo se revolvía en él cuando vio a Milo charlar animadamente con ese hombre. No iba a quedarse con la duda. - ¿Quién es ese que está con mi asistente? - le preguntó a Death Mask.

- ¿Él? Creo que trabaja en contabilidad, la verdad no tengo idea. - dijo Death Mask sin ocuparse demasiado por lo dicho por su amigo, había creído que su interés por Milo era un simple capricho y que ahora que había reanudado relaciones con Aiacos, lo olvidaría. - Tengo tanta gente cerca...

- Es decir que es sólo un empleado más. - dijo Afrodita sin poder dejar de mirarlos. La situación le parecía, cuando menos, irritante.

- Precisamente. - dijo el italiano sin mirarlo, sin entender que Afrodita estaba furioso.

- ¿Todo bien? - le preguntó Aiacos al ver la manera en que las delicadas manos del sueco retorcían la servilleta.

- Perfectamente, ¿crees que podríamos irnos de una vez? Me estoy hartando de esto.

- Lo siento, pero no puedo irme, tengo que tratar algunos asuntos con ese hombre de allá. - dijo señalando a un hombre que se hallaba en una mesa cercana. Afrodita frunció el ceño contrariado. Las cosas últimamente no sucedían como él quería que fueran. Se sintió disgustado, y sin mayor explicación, se levantó de la mesa y se fue, sin siquiera despedirse.

 

Salió a la calle al mismo tiempo que Milo y ese hombre de proporciones colosales, el joven griego reía suavemente mientras su acompañante decía algo. Afrodita frunció el ceño, no terminaba de gustarle verlo con alguien más. Parecía llevarse muy bien con ese hombre, definitivamente actuaba distinto a como lo hacía cuando estaba con él. Parecía más relajado, más suelto, sus sonrisas eran auténticas y no esas sonrisas forzadas que a él le mostraba. Contempló como ese otro hombre le palmeaba la espalda con desparpajo, como el griego le seguía el juego. Afrodita miraba todo con los puños crispados y un gesto de incredulidad en el rostro aquella escena.

 

- ¡Demonios, Afrodita! - exclamó Aiacos saliendo a su encuentro. - ¿Por qué te fuiste así nada más.

- Porque me dio la gana. - respondió el sueco con disgusto. - Te dije que quería irme, me da igual si me voy sólo o contigo. - dijo, Aiacos lo miró y no se creyó que esa fuera la única razón para el mal humor del sueco.

- Bien, siguieres irte, vámonos, ¿a dónde quieres ir?

- A mi departamento, quiero hacerte el amor. - dijo el sueco con un matiz de sensualidad en su voz, no le importó que alguien lo viera, o más bien, su intención era que todos lo vieran. Quería que él lo viera.

 

- ¿Viste? - dijo Aldebarán con una sonrisa mientras señalaba el veloz deportivo que se alejaba.

- ¿Qué? - preguntó Milo con escaso interés.

- Tu jefe, iba en ese auto con el nuevo presidente de Industrias Corve.

- No me di cuenta. - dijo el griego encogiéndose de hombros.

- Tal vez su fama sea cierta, dicen que cierra más negocios sobre la cama que sobre la mesa.

- Eso a mi no me consta y me tiene sin cuidado. - dijo Milo inconscientemente, se sorprendió a sí mismo al sentirse molesto por el comentario de su amigo. A él nunca le habían interesado, ni siquiera molestado ese tipo de comentarios. Aldebarán solo rió.

- Veo que no te gustó lo que dije.

-Ideas tuyas, te invitó un café, ¿aceptas?

- Por supuesto. - dijo el brasileño sin creerse que aquel comentario no le había afectado.

 

En tanto, Afrodita ingresaba a su suntuoso hogar, seguido por Aiacos, ni siquiera le dio tiempo a su acompañante de decir nada, simplemente lo arrastró a la cama. Hasta ese momento no sabía exactamente que era lo que veía en Aiacos, ellos ya habían estado juntos antes, hacía tiempo, y no había descubierto porque, de entre todos los posibles candidatos, le había escogido a él nuevamente.

 

Abrevó de la fuente de la pasión, perdiéndose entre las mil y una sensaciones que las inquietas manos de Aiacos le producían, gimió gozoso cuando el pelinegro se internó en lo más profundo de su intimidad. Aferró los hombros de su amante y buscó ansioso sus labios, deseando perderse en él, deseando embriagarse de placer y no pensar en aquello que le faltaba, entrecerró los ojos sintiendo que el placer se extendía por todo su ser. Los largos cabellos de Aiacos se desparramaron sobre su rostro, sintió la sedosidad de los mismos, se embriagó con el sutil perfume que de ellos brotaba, y se dejó ir en medio de la nube de placer en que su amante le había instalado.

 

Aiacos le arrebató un salvaje beso al arribar al orgasmo, le aprisionó con furia entre sus brazos, murmurando mil y una incoherencias a las que no quiso atender... el placer era la droga perfecta para no escuchar las inclementes voces que le repetían una y otra vez que al final del día no quedaba nada...

 

Cuando todo terminó, y tuvo rendido en su cama a Aiacos, se percató de algo que, consciente o inconscientemente, no había advertido, y era el que Aiacos y Milo guardaban un parecido inquietante. En un repentino arranque de pudor que le desconcertó aún a él mismo, se cubrió con las sábanas.

 

- ¿Sabes? He estado pensando en que... bueno, ya no me conformo con esto, si me entiendes, ¿verdad? - dijo Aiacos

- Te entiendo perfectamente, y espero que tú entiendas que no vas a encontrar eso conmigo. - dijo el sueco dándole la espalda.

- Nada perdía con intentar... sólo la ilusión. - dijo Aiacos con voz ronca - ¿Qué vas a hacer mañana?

- ¿Por qué lo preguntas?

- No sé, tal vez porque mucha gente ve a su familia y esas cosas.

- No tengo familia.

- Creí que tenías una hermana.

- No nos frecuentamos, ella y yo... nunca podríamos llevarnos bien, es demasiado... diferente a mí. - dijo Afrodita sin pensar. Aiacos lo miró, lo notó pensativo.

- Me voy a casa, mañana tengo que levantarme temprano, ¿puedo venir por la tarde?

- No, voy a salir. - mintió el sueco, Aiacos lo dejó en paz, de sobra sabía que Afrodita se pasaría el día tumbado en la cama.

 

Aiacos lo dejó solo y comenzó a pensar mil y una cosas que hacia tiempo que no pensaba, comenzó a recordar su infancia, todas esas navidades plagadas de regalos, de inocencia infantil que con los años fue perdiendo, de todo lo que se había quedado atrás en el camino... incluida su familia.

 

- Ingrid... - susurró recordando a su hermana mayor, ¿dónde estaría en esos momentos? Seguramente la rodearían su esposo, sus hijos, esos niños que por orgullo había decidido no conocer.

 

Milo comenzó a invadir sus pensamientos, se llevó las manos al rostro. No era sano, ni normal en él eso de pensar a cada  minuto en alguien que no mostraba ni gota de interés en su persona. ¿qué era lo que pasaba por la mente de ese rubio idiota como para que ni siquiera se fijara en él?

 

No podía más con la incertidumbre, eran las diez treinta, se vistió a prisa, no podía seguir así, necesitaba saber para poder deshacerse de él, para cumplir su capricho, intuyendo que, una vez realizado, Milo perdería la importancia de la que le había dotado.

 

Subió a su auto y condujo como un loco hasta llegar al domicilio del griego. la furia corroyó sus entrañas al verle llegar con el mismo hombre con el que había abandonado la fiesta. Apresuró el paso hasta encontrarse con ellos.

- Buenas noches. - dijo intentando parecer desinteresado.

- Buenas noches. - respondió Milo sintiéndose incómodo. No le gustaba la presencia de su jefe en su departamento.

- Te veré después. - dijo Aldebarán suponiendo que si lo buscaba, era porque Afrodita tenía pendiente alguna cuestión de trabajo.

- ¿A que debo su visita? - dijo Milo cuando Aldebarán se fue.

- Quiero que charlemos un poco, a solas, lejos de la presión de la oficina.

- Bien. - dijo el griego mirándolo con frialdad. ¡Cómo le hacía mella esa mirada! Deseaba verle sonreír de la misma manera en que le sonreía a ese hombre, deseaba que le mirara con esa afabilidad que nunca había tenido para con él...

 

Subieron al departamento del joven asistente, Milo se sentía incómodo, por alguna razón, el ver a Afrodita con ese hombre había hecho crecer su animadversión hacía el sueco. No entendía su sentir, de cierta forma, Afrodita causaba en él cosas que nadie más había provocado.

 

Se sentaron en el pequeño recibidor, Afrodita pudo notar lo incómodo que se sentía Milo.

- Te preguntaras que hago aquí... ¿no es cierto?

- A decir verdad, sí, es decir, usted y yo no somos precisamente cercanos. - Afrodita frunció los labios con algo que quiso ser una sonrisa.

- No te entiendo... de verdad que no te entiendo... ¡Te me ofrezco en bandeja de plata y me rechazas! ¿Qué sucede contigo, o es que acaso no te das cuenta de que soy alguien que vale la pena? - dijo en un arranque de sinceridad. Milo evito mirarlo.- Respóndeme, ¡te exijo que me respondas! ¿Por qué no te das cuenta de que quiero tenerte?

- No soy un objeto como para que alguien me tenga. - respondió secamente el griego. Afrodita solo le miraba con los ojos como platos, sin entender a cabalidad lo que sucedía.

- Pero... ¿qué dices? Solo hablo de pasar un rato divertido, no de pasar el resto de la vida juntos. - dijo el sueco con una mueca de contrariedad plantada en el rostro.

- Usted no me interesa de esa manera, ni de ninguna otra que no caiga dentro de lo laboral. - dijo Milo apretando la mandíbula.

- ¿Quién te crees que eres? ¿Ah? ¿Crees que alguien como tú va a venir a decirme que no así como así? - dijo Afrodita verdaderamente disgustado.

- No le permito a nadie que me levante la voz, y mucho menos en mi propia casa.

- ¿Qué es lo que pasa contigo? ¿Por qué no te  intereso? - preguntó el sueco sujetándole por los hombros.

- Usted es tan complicado... tan complicado que da pereza, no soy alguien que soporte los caprichos de otro solo por quedar bien, usted quiere probar que siempre consigue lo que quiere, pero no voy a dejarlo. Usted no tiene nada que me interese, señor Zlatan, usted no es más que un hermoso empaque vacío. - dijo Milo perdiendo la paciencia, Afrodita sintió que su rostro enrojecía de furia.

- ¡Eres un imbécil! Esto no va a quedarse así, ¿entiendes? ¡voy a hundirte! - dijo el sueco con furia.

- Usted es libre de hacer lo que le plazca, tal como lo soy yo. - dijo conteniendo su disgusto - Por favor, salga de mi casa.

- ¡Te demostraré que no hay nadie que se resista a mi! ¡Nadie! - dijo el sueco alzando la voz, estaba verdaderamente furioso, salió azotando la puerta a su paso, ¿Qué se creía ese miserable asistente? ¡Pobre estúpido! No sabía lo que era enfrentarse a Afrodita Zlatan.

 

A penas llegar a su auto, llamó a Death Mask.

 

- Más te vale que sea algo verdaderamente bueno o urgente. - respondió el italiano al teléfono.

- Quiero que despidas a ese mequetrefe que me pusiste como asistente. - aún estaba molesto, y su voz lo decía todo.

-  Me temo que no puedo hacer eso. - dijo Death Mask ahogando un bostezo.

- ¿Por qué? ¿Prefieres a ese cretino antes que a mí? - dijo Afrodita francamente histérico.

- No, es solo que no puedo hacerlo, ¿cómo despido a alguien que ya no trabaja para mí?

- ¿Qué has dicho?

- Eso, que ya no trabaja para nosotros, me presentó su renuncia antes de dejar la fiesta, pensé en rechazarla, pero... ¡bah! Da igual, ya te conseguiremos otro asistente. - escuchó a Death Mask reiterarle la invitación para comer juntos al día siguiente, aceptó sin saber exactamente lo que estaba aceptando, Milo definitivamente estaba decidido a alejarse de él...


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