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MELPOMENE por Kitana

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Notas del capitulo: Bueno, despues de un largo tiempo aqui traigo mas de esta historia XD

 

Faltaban quince minutos para la media noche. Contempló con cierto fastidio la figura que descansaba plácidamente a su lado. Sin quererlo frunció el ceño con disgusto. Aiacos dormía serenamente mientras él no había podido pegar el ojo en toda la noche. Estaba molesto. ¿Por qué en los últimos días nada parecía resultar como él quería que fuera? Aquello le disgustaba sobremanera. Se sentía irritado, disgustado en extremo por las cosas que venían sucediendo desde hacía unos días. No quería admitirlo, sin embargo, ¡definitivamente le enfurecía que Milo se le hubiera ido de las manos sin que consiguiera obtener de él lo que quería! Aún peor, ¡se había ido sin darle la oportunidad de desquitarse!

 

Fuera por lo que fuera, no dejaba de pensar en él. Había llegado al extremo de considerar la posibilidad de contratar un investigador que le ayudara a dar con su paradero.

 

Días después de su renuncia, había ido a buscarlo al departamento en que el joven griego vivía, encontrándose con que Milo lo había abandonado días atrás. Parecía como si el muchacho hubiera querido escapar de algo o de alguien, como si de verdad no quisiera tener más nada que ver con él, con todo lo que él significaba.

 

Contempló a Aiacos dormir y una furia repentina le atacó. ¡Era tan parecido a él y a la vez tan distinto! Milo era sobrio, frío, aunque en extremo transparente, en tanto que Aiacos era todo lo contrario, calculador, un hombre incapaz de esconder lo que sentía, fuera bueno o malo, plagado de dobleces... se preguntó, ¿por qué lo mantenía en su cama? Había dejado de serle divertido, había dejado de ayudarle a evadir los pensamientos que se habían instalado en su ser luego de la última conversación con Milo.

 

No dejaba de recordar esa frase... esa frase que parecía haberse clavado en su mente...

 

Usted es tan complicado... tan complicado que da pereza.

 

No podía dejar se sentirse ofendido por ese comentario, por la fría actitud del joven griego. ¿Por qué sencillamente no había actuado como los otros? ¿Por qué? Sí sólo hubiera sido como los otros le habría olvidado al instante. Habría sido como otra gota de agua en el mar, prescindible, insignificante al final del día. Pero, actuando de esa manera, haciéndole sentir como nunca nadie lo había hecho, sólo conseguía despertar más y más su interés.

 

Se sintió ridículo, ¿por qué le importaba tanto ese simple empleado? ¿Por qué si podía tener a mil hombres y mujeres mejores que él?

 

Pero no a él...  dijo esa molesta vocecita en su mente, no a él...

 

Se levantó de la cama. No tenía caso seguir ahí si no podía dormir y Aiacos ya estaba fuera de combate. Se calzó unas sandalias y fue a deambular por su enorme y frío departamento, a decir verdad, nunca se había percatado de eso, de que su departamento no podía ser llamado hogar, era un simple lugar en el cual podía estar a solas, en el cual podía pasar la noche de vez en cuando, sólo, acompañado, daba igual... todo daba igual.

 

Se recluyó en su estudio, incapaz de plantarle la cara a Aiacos, incapaz de plantarle la cara al mundo. No podía creer que le pasaran cosas semejantes. ¡A él nadie había osado despreciarlo! ¡Jamás! Y ese idiota lo había hecho...

 

Sabía que era una insignificancia, sin embargo, le había puesto al borde de la desesperanza. Odiaba sentirse así. Desde pequeño había asumido que era distinto a los otros, que merecía cuando deseara, y que nada, por pequeño que fuera, se le negaría, así había sido siempre, él, sencillamente era mejor que el resto, siempre obtenía lo que quería ¡pero Milo parecía no enterarse de aquello!

 

No sabía como explicarlo, cómo definir lo que sentía en esos instantes, pero se traducía en una enorme incomodidad consigo mismo, con el resto del mundo. Quizá lo peor era sentirse incómodo dentro de su propia piel, dentro de todo, jamás se había sentido como se sentía en esos momentos.

 

Odiaba tener que reconocerlo, pero Milo había dejado en él una impronta difícil de borrar, tal vez imposible de borrar.

 

En las semanas siguientes se sumergió en el trabajo, todo le parecía monótono, carente de color, aún más de lo habitual. Volvía a ser infeliz. Quiso atribuirlo al hecho de que el reto se le había escapado de las manos, a que no había nada emocionante en su horizonte, pero, en el fondo, sabía que no era así.

 

Todo era extraño. Muy extraño.

 

Pasaron un par de semanas más cuando se decidió a buscarlo. Llamó al investigador que había seleccionado previamente y le dio toda la información con que contaba acerca de Milo. El hombre le dijo que no habría problema, mientras siguiera vivo, él le encontraría.

 

Recién le despedía cuando su nuevo asistente llamó a la puerta.

- Pase. - dijo con cansancio. El muchacho entró sin hacer ruido, en los últimos días su jefe estaba particularmente irritable, más que lo habitual. - ¿Qué deseas? - le dijo sin apartar la vista de la carpeta que estaba estudiando.

- Yo... lamento interrumpirlo pero...

- Pero, ¿qué? - dijo el hermoso rubio perdiendo su de por sí escasa paciencia.

- Tiene una llamada.

- Sabes que nunca atiendo llamadas personalmente. - dijo molesto.

- Creí que esta si la atendería... le llaman de Suecia, un pariente suyo, dice que es urgente.

- Diles que llamen más tarde a mí casa.

- Pero...

- Pero nada, te pagan por obedecer, así que haz lo que te he dicho, cierra la puerta cuando salgas. - dijo con aires despóticos. Detestaba que le molestaran cuando trabajaba, ni siquiera se preocupó por averiguar más acerca de esa llamada. Tenía cosas más importantes en que pensar, estaba a punto de concretar una fusión que le redituaría millones, no iba a perder el tiempo en escuchar de nuevo la misma cantaleta acerca de que debía acercarse a la familia. ¿Por qué no entendía que no tenía ni intenciones ni deseos de convivir con ellos?

 

Siguió trabajando hasta bien entrada la noche. No tenía nada mejor que hacer, Aiacos estaba fuera y no le apetecía salir a buscar aventuras, además, quería que esa presentación quedara perfecta, tenía que hacer honor a su reputación. Necesitaba terminar, para embarcarse enseguida en otro proyecto igual de arriesgado y demandante, no quería tener tiempo de pensar en nada, no quería tener tiempo de procesar lo que sentía en esos momentos. Cerca de las once, abandonó la oficina, más por cansancio que por convicción, después de todo, no estaba tan perdido como para no recordar que necesitaba comer y dormir antes de continuar con aquello.

 

Estaba pensando seriamente en pedirle a Death Mask que le consiguiera un nuevo asistente, todos los que le habían asignado eran por demás incompetentes, y eso le hacía pensar aún más en Milo. El griego era verdaderamente eficiente, verdaderamente meticuloso, los que habían llegado después que él sencillamente eran torpes, ineficaces, no eran capaces de seguir órdenes. Estaba harto. Tal vez lo mejor era tomarse unas vacaciones, ahora que era socio, podía ir y venir a voluntad, podría negociarlo con Death Mask.

 

Con esa idea en mente fue que llegó a su departamento. Decidió revisar los mensajes, tal vez el investigador ya tenía algo. Se sentó al lado del teléfono a escucharlos. Estaba demasiado cansado.

 

Había tres mensajes, dos ofreciéndole tarjetas de crédito, y el tercero era de alguien llamado Mikael Dorsin. No tenía ni idea de quien era, pero de alguna manera, le resultaba conocido el apellido. Supuso que se trataba de negocios, por lo que marcó casi de inmediato el número que ese hombre le había dejado en su mensaje.

 

- ¿Mikael Dorsin? - preguntó en cuanto le respondieron.

- Sí, él habla, ¿quién es?

- Afrodita Zlatan. Usted dejó un mensaje en mi contestadora, ¿a que firma pertenece usted?

- Ah, señor Zlatan, no pertenezco a ninguna firma.

- Entonces no entiendo el motivo de su llamada ni la urgencia por hablar conmigo. - dijo Afrodita sintiendo que ese hombre le hacía perder el tiempo.

- Se trata de su hermana, señor Zlatan.

- Entiendo, verá, para ser sinceros, no tengo ningún interés en hablar con ella, sea lo que sea, y si necesita algo, que lo trate con mi abogado, ella tiene el número.

- Usted no entiende.

- ¿Qué hay que entender? ¿Qué este es otro de sus intentos por acercarse a mí? Pídale que no pierda su tiempo, no estoy interesado en ella  ni en conocer a sus hijos, y si me disculpa, mañana debo trabajar.

- ¡Espere! Por favor no cuelgue, esto es un asunto muy serio.

- No insista más, por favor, no quiero ser grosero.

- Señor Zlatan, su hermana falleció. - Afrodita no pudo ni articular palabra, ¿acaso era una broma?

- ¿Cómo fue? - dijo con voz plana y monótona.

- Un accidente. Ella y su esposo fallecieron, también el menor de sus hijos.- aquello le sonaba al guión de una mala película.

- ¿Qué fue del otro?

- Está bien, sobrevivió al accidente, aunque sigue en el hospital.

- Entiendo. Gracias por avisarme. - dijo dispuesto a colgar.

- Por favor, no cuelgue.- dijo el hombre. Afrodita no entendió nada.

- Ya me ha informado, se lo agradezco, pero no espere que me presente por allá. Tengo demasiado que hacer. - dijo cortante.

-  No se trata solamente del funeral.

- Debí suponerlo... ¿de cuanto estamos hablando? - dijo de mala gana.

- Tampoco se trata de dinero.- le dijo su interlocutor con tono de disgusto. - Se trata de su sobrino, señor Zlatan.

- El chico y yo ni siquiera nos conocemos. - dijo a la defensiva. - No entiendo de que se trata esto.

- Cómo usted sabe, usted era el único pariente de su hermana, y dado que su cuñado no tenía familia, usted se convierte en la única persona que puede hacerse cargo del jovencito.- aquello le dejo helado, ¿a quién se le había ocurrido que el podía o quería hacerse cargo del muchachito ese? Por muy su sobrino que fuera, no estaba dentro de sus planes tener a un chiquillo de 16 años en casa.

- ¿Y que pretende que yo haga? - dijo un tanto molesto.

-  Ha quedado bajo su tutela, es su único pariente.

- Eso ya me lo ha dicho. Pero insisto, ¿qué pretende que yo haga? Por el momento me es imposible salir de Grecia, no puedo viajar a Suecia en mucho tiempo.

- Sí usted lo autoriza, yo mismo podría llevarle a Grecia.- Afrodita permaneció en silencio. ¿Qué podía responder? La verdad no era una opción, por lo que podía ver, no tenía más opción que recibir al muchacho.

- De acuerdo... ¿cuándo llega?

- En tres días, mañana será el funeral y le darán de alta en el hospital. Como comprenderá, no puede viajar de inmediato.

- Sí... entiendo... - dijo con desgano, no paraba de preguntarse, ¿qué demonios iba a hacer alguien como él con un chico de 16 años? ¿Por qué había permitido que le engatusaran de esa manera? Se sentía torpe, y no tenía más opciones que seguir adelante con esa locura.

 

Luego de ultimar los detalles con Dorsin, colgó. Seguía sin entender porque había aceptado aquello, tal vez solo por deshacerse de Aiacos, el tener al chico en casa sería el pretexto ideal para no recibirle más.

 

Se sentía extraño. No había hablado con su hermana en más de quince años, y la última vez que ella intento buscarlo, le despidió de mala manera. Ahora estaba muerta. Sentía un vacío, un cosquilleante remordimiento por no haber estado cerca, por haber obedecido ciegamente a su orgullo y olvidarse de su corazón. Sin embargo, se apresuró a desechar ese pensamiento sumergiéndose en reflexiones mucho más prácticas acerca de su trabajo. No tenia tiempo para arrepentirse y tampoco tenía manera de disculparse, suponiendo que quisiera hacerlo, por tanto, era perder el tiempo el pensar en ello.

 

Se sumergió en su trabajo para no pensar en nada, ni en su hermana ni en Milo, ambos le producían una inquietud difícil de describir, y le hacían sentir que el enorme vacío se hacía más y más grande... que nada ni nadie podría llenarlo.

 

A pesar de todo, siguió encontrándose con Aiacos. Lo vería esa noche. Tenía planeado pasar la noche con él, no se sentía con ánimos de buscar a alguien más, a pesar de que no le faltaban oportunidades. Sentía que, de momento, le bastaba con él. Tenía demasiadas cosas en mente como para ocuparse en conseguir a un amante justo en esos días. Las cosas se complicaban para mal en la nueva fusión que preparaba, tenía que actuar con excesiva cautela si acaso quería que todo resultara bien.

 

Faltaban quince minutos para las nueve, había terminado de cenar con Aiacos. El lo miraba de una forma peculiar.

- ¿Qué tanto miras? - dijo disgustado por aquel escrutinio.

- Nada, sólo me parece que el carácter se te esta agriando, querido. - dijo con tono burlón.

- Cierra la boca si es que no quieres dormir solo.- le dijo suavemente.

- Ciertamente sabes como hacer que alguien se quede sin palabras.- dijo Aiacos burlón. - Por cierto, ¿adivinas a quien vi recién?

- Aiacos... no estoy de humor para juegos, ¿sabes?

- Vamos, Afrodita, creí que tenías más desarrollado tu sentido lúdico.

- Dilo, adelante. - le urgió con burla.

- A tu ex asistente, debo decir que le ha sentado el cambio, lucía verdaderamente apetecible.

- No sé que le encuentras de apetecible, es realmente insignificante.

- Oh no, yo creo que no, tiene su encanto el sujeto. De hecho, le considero atractivo. - dijo Aiacos mirándolo fijamente. - Se veía tan bien con ese enorme moreno, deben pasarlo muy bien por las noches. - comentó con un deje de burla. Afrodita frunció el ceño con disgusto.

- ¿Viniste aquí para hablar de ese o para estar conmigo? - dijo retador. Aiacos rió.

- ¿Celoso?

- Por supuesto que no, sólo que no entiendo porque tienes que hablar de él justo ahora. - dijo.

- Bien... entonces, dejemos de hablar.- dijo Aiacos acercándosele, Afrodita se dejó besar por él, dejó que le quitara la ropa, dejo que le acariciara, limitándose a proporcionar unos cuantos roces que Aiacos recibió complacido. Se hallaban tendidos en el sofá, desnudos, Afrodita gemía escandalosamente en brazos de Aiacos, dejándose hacer, dejándole penetrar en su cuerpo. Gemía y gemía, inundándose con el placer que su amante le proporcionaba, su mente estaba en blanco, sentía que la locura del orgasmo pronto se desataría, Aiacos aferró con furia sus caderas, embistiéndole con violencia, Afrodita se dejó hacer, sintiéndose al borde de la locura.

 

A punto estaba del orgasmo cuando escuchó que llamaban a la puerta.

- Maldición... vaya momento...- dijo con la voz entrecortada.

- Deja que toquen. - ronroneó Aiacos cerca de su oído, el pelinegro comenzó a moverse lentamente en el interior de Afrodita, no quería arruinar el momento. No se detuvieron, Afrodita se olvidó de la puerta y se concentró en su placer, sin embargo, la insistencia en la puerta le sacó de concentración y terminó por separarse de Aiacos.

 

A medio vestir y completamente furioso, se dirigió a la puerta. Abrió de mala gana, disgustado y completamente furioso, se enfrentó con el hombre que esperaba afuera.

- ¿Afrodita Zlatan? - dijo dudando.

- Sí, ¿qué desea? - le respondió de mala gana.

- Soy Mikael Dorsin, he traído a su sobrino. - Afrodita no supo ni que responder.

- Espere un momento. - dijo cerrando la puerta.- Vístete, tengo visitas.

- ¿Visitas?

- Aiacos, no tengo tiempo para tus pseudo celos, vístete y lárgate, tengo asuntos que atender con esta gente.- dijo Afrodita de mala gana, refunfuñando, Aiacos terminó de vestirse, pero no salió. Quería saber que demonios traía entre manos Afrodita. Se plantó en el sillón, nada ni nadie le harían moverse de ahí.

 

Afrodita lo miró de mala manera antes de abrir la puerta. No podía pensar, simplemente contemplaba a Dorsin hablar y al chico detrás de él. Era idéntico a su hermana, y por consiguiente, a él.

- Entiendo. - dijo por decir, no había atendido a nada de lo que Dorsin dijera, no le importaba, si se presentaba algún lío, vería como resolverlo, y si no, le pagaría a alguien para que lo hiciera. - Dormirás en la habitación de huéspedes. - le dijo a su sobrino para luego internarse en su habitación, no podía más, estaba furioso y no estaba de humor para nada ni para nadie.

 


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