Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

TRiADA por Kitana

[Reviews - 104]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo: Bueno,d espues de una larga ausencia, vuelvo a la carga con este fic, espero les agrade la conti, y si tienen sugerencias, comentenlas en sus reviews XD, seee you!!!
Gruesas y oscuras nubes poblaban el cielo, la oscuridad que envolva los dominios de la misericordiosa Atenea tena poco de terrena, pareca provenir de una fuerza ajena a lo humano, a la naturaleza misma, pareca originarse en algo que iba ms all del entendimiento humano.

Nada mejoraba. Da con da, las deserciones se sucedan. No pocos eran los protectorados que optaban por unirse a las filas del dios que disputaba a Atenea la supremaca en la tierra: Ares. El sanguinario seor de la guerra avanzaba lentamente, pero a paso firme hacia la consecucin de sus objetivos.

Aquella extraa noche, el violento seor de la guerra se hallaba en las cercanas del santuario, observando, regocijndose con el temor que poda sentir en el apagado cosmos de su hermana. Los recientes acontecimientos le haban obligado a posponer sus acciones, a frenar el desarrollo de sus planes. An l reconoca que en ese momento la venganza quedaba en segundo trmino. Haba asuntos prevalentes, asuntos que requeran de cooperacin entre los implicados. Sus rdenes en ese momento eran simplemente observar sin intervenir de ningn modo. Algo que, en definitiva, iba en contra de su naturaleza misma, de todo lo que l era y representaba.

Pero tena que resistir… eran rdenes, rdenes de alguien a quien no poda pasar por alto, mucho menos en una situacin como la que vivan en esos momentos.

Sus negros cabellos brillaron por un instante cuando las nubes se dispersaron dejando pasar algunos rayos de luna. Una enorme sonrisa de satisfaccin curv sus labios al percatarse de que aquella presencia se haba fortalecido enormemente. Ya no era esa sombra gris que haba descubierto haca meses, ahora era ms parecida a su antiguo esplendor. Estaba convencido de que, de alguna manera, aquello contribua a hacer realidad sus deseos.

Un hombre cubierto por una negra capucha se le acerc.
— Qu sucede? — pregunt Ares sin apartar sus penetrantes ojos negros de los doce templos del zodiaco.
— Hemos terminado con la inspeccin, seor.
— Bien, qu han hallado?
— Lo que usted dijo que hallaramos — dijo aquel hombre en voz baja.
— En ese caso, debemos volver… dile a los otros que nos vamos. Ordena a Mitrades ir en busca de las amazonas, hay cosas que necesito saber antes de abandonar el continente — dijo el dios mientras acariciaba con amoroso afn la empuadura de su espada.
— As se har, mi seor — dijo el encapuchado.
— En cuanto volvamos a nuestro hogar, convoca a reunin, por ahora, quiero que busques a nuestro amigo ateniense y le adviertas de esto — dijo Ares dndole la espalda.
— Como ordene, seor — dijo su servidor inclinndose ante Ares, al hacerlo, una gruesa trenza de cabellos rubios escap de su capucha.
— Ve a prisa, tenemos poco tiempo. No olvides entregarle mi presente.
Su servidor no respondi, simplemente desapareci en un instante. Ares se alej a paso lento, como si no deseara en realidad apartarse de ese lugar. Cunto le costaba contenerse para no caer sobre el santuario de su hermana y asolarlo como haba sido su deseo desde que supiera de la muerte de su amante! Cmo deseaba borrar hasta su nombre de la historia… pero no poda. Esta vez tena que hacer uso de toda su paciencia, de toda su serenidad. Por el momento, haba valido la pena, estaba jugando bien sus cartas, estaba avanzando lento, pero con firmeza en aquella aventura que se negaba a dar por perdida ante los acontecimientos recientes. No poda quejarse, la paciencia comenzaba a rendir sus frutos…

La aurora, de rosados dedos, lleg hasta la tierra de Atenas, pronta la noche se disip dando lugar a un fro amanecer, pero no as a la serenidad. Los peores temores de la gente de la fundacin comenzaban a volverse tangibles, cobrando forma con los primeros rayos del sol. Los informes no paraban de llegar y no eran nada alentadores. Se vea ir y venir a esos hombres perpetuamente ataviados con el color de las alas del cuervo. Los escasos santos que permanecan a las ordenes de la diosa los miraban sin entender nada de cuanto suceda frente a sus ojos, la informacin jams flua haca ellos, sino que se quedaba en manos de aquellos hombres que les contaban como activos ms no como individuos. A nadie se le deca nada, nadie pareca saber de qu se trataba aquello que haca cimbrarse a la orden completa. Los miembros de la orden permanecan ignorantes de todo cuanto ocurra dentro y fuera del santuario. Por mandato de la diosa se segua esa poltica de absoluto hermetismo.

Los rumores crecan, se hablaba de una nueva amenaza, quiz ms poderosa que el mismsimo Hades. Sin embargo, no eran ms que rumores, sin fundamento, sin certeza. Muchos seguan creyendo que slo eran rumores, que no haba nada que los respaldara al ver que la diosa se mantena inactiva, pero los ms suspicaces comenzaban a ver algo oculto detrs de esa pasividad. Atenea no tomaba ninguna determinacin, no haca ms que recluirse en su templo sin ordenar ninguna lnea a seguir.

Todos saban o intuan que algo suceda, pero nadie tena elementos para probarlo.

Cerca del medio da, cuando la gente de la fundacin tuvo toda la informacin disponible en sus manos, algunos de sus altos mandos se presentaron ante la diosa. La encarnacin de Atenea los recibi de mala gana, tena cosas ms apremiantes de que ocuparse que cualquier cosa que esos hombre tuvieran para comunicarle. Su apata se torn en angustia cuando se enter de qu se trataba.
— Qu tan seguros estn de esto? — pregunt sosteniendo en sus manos los documentos que le haban entregado aquellos hombres.
— Muy seguros, seora — dijo su interlocutor, la diosa frunci el ceo en un gesto de desesperacin.
— Retrense.
— Pero, seora, no haremos nada?
— Slo enven a un grupo de santos de plata.
— Me temo que no ser posible, el ltimo disponible fue enviado a Rozan a reprimir laa los rebeldes.
— Bien, en ese caso, que sean santos de bronce.
— Seora, no creo que sea buena idea, los nicos que estn disponibles son muy jvenes y carecen de experiencia, no me parece que sean capaces de…
— Qu sugiere entonces? Ir usted mismo? — le interrumpi la diosa —. No sea estpido. Envelos hoy mismo. Quiero que esta situacin sea controlada esta misma noche, me ha entendido?
— Cmo ordene, seora— dijo el hombre en tono apesadumbrado. Todos salieron prestos a cumplir las rdenes recibidas. La diosa se qued sola, pensando todava en lo que haba notado la noche anterior. Ares haba estado en el santuario…

Muy pronto Shion recibi noticias de lo que suceda en terrenos del santuario. Su preocupacin se increment exponencialmente. Esto slo haca que se viera en la necesidad de acelerar las cosas. Su angustia se habra duplicado de saber lo que haba ordenado la diosa, sin embargo, no tuvo modo de saberlo. El guardia que le serva de espa no haba podido escuchar esa parte. El patriarca se vea rebasado por lo que suceda, no entenda bien a bien si todo lo que ocurra era obra de la misma diosa o de un poder ajeno, ese mismo poder que crea haber notado haca mucho desde Star Hill.

Cansado fsica y emocionalmente, Shion se despoj de los ropajes sacerdotales y se dirigi a su refugio en Star Hill. Necesitaba un refugio y algo de consuelo. Estaba seguro de que nadie iba a buscarlo. Tena mucho en que pensar, mucho sobre que reflexionar.

Siendo optimista, esa inesperada libertad de la que gozaba, le permita a Shion moverse con libertad, lejos de la mirada de la diosa y de la fundacin, poda ir y venir a su antojo, sin tener que rendir cuentas a nadie de cuanto haca. Sin embargo, tambin vea aquello como una limitante, careca de poder para hacer que las cosas cambiaran desde dentro. No bastaba para hacer menguar su impotencia. La sensacin de ser incapaz de actuar para cambiar las cosas haba crecido desde que Dohko muriera.

Se desplaz lentamente, internndose en aquel observatorio que le despertaba mil y una emociones, cada una intensa y dolorosa a su manera. Ese lugar simplemente contena ms secretos, propios y ajenos, de los que Saga haba podido siquiera vislumbrar, mucho menos desentraar, cuando tom su lugar. Contempl con serenidad las marcas dejadas por los antiguos patriarcas, la que l mismo haba impuesto en la roca al sepultar ah a la anterior encarnacin de la diosa. Por extrao que resultarse, aquel lugar le pareca el nico rincn del santuario que lo acoga. El resto de los dorados se haba apartado de l, an Mu, su alumno. Despus de lo ocurrido en el juicio, todos le vean con reticencia, como si ya no confiaran en l.

Nunca olvidara ese da, no mientras viviera. Con el paso del tiempo haba conseguido reconstruirlo todo y entender que la diosa haba ido ms all, haba entendido lo que Dohko comprendiera desde el primer instante. Milo haba hecho lo que nadie se haba atrevido a hacer en siglos…

Saba que ella los buscaba para cumplir la sentencia, a sabiendas de que no era posible, a sabiendas de que violaba leyes que la regan an a ella siendo una diosa. Atenea haba violado las leyes divinas al empearse en matarlos. No dejaba de pensar en lo que les haca merecedores de tanta ira, de tal deseo asesino. Esos tres hombres no eran los mejores, nunca lo seran, pero tenan razn en algo, eran fruto del santuario, eran el producto de quienes haban estado antes que ellos… Shion nunca los haba apreciado, como jams haba sentido aprecio para quienes posean el dudoso honor de ser el brazo ejecutor de la orden. Pero saba que esta vez el trato dispensado a ellos era inmerecido, sus crmenes no eran pocos, sin embargo, se haban acogido a la misericordia del poderoso Zeus, y an as, la diosa deseaba su muerte, algo completamente inaceptable ante los ojos de hombres y dioses

Haba llegado a su destino, se arrodill al lado del montculo de rocas que l mismo haba formado para sealar el sitio en el que Dohko de Libra descansaba. Por supuesto que no permitira que el cuerpo del hombre al que amaba terminara en un barranco. Cuando la diosa dio la orden de disponer del cuerpo, supo lo que tena que hacer.

Su mano se pos sobre la spera superficie y suspir sonoramente. Gruesos lagrimones rodaron por sus mejillas plidas…
— Te extrao tanto…! An ms que hace doscientos cincuenta aos… — musit —… no eras t quien deba enfrentarla, no eras t! T no tenas que morir ese da… — dijo mientras el viento le despeinaba los rubios cabellos.

Su mente se remont a aquellos lejanos das, aquellos en los que haba conocido al hombre que, en ms de una manera, se haba vuelto el eje de su existencia, pese a la distancia. …l lo saba… haba sido la muerte de Dohko la que le llevara a aceptar la oferta de aquel a quien era su deber combatir como patriarca de la orden de Atenea. Haba sido la muerte de su amante lo que le orillara a dejar atrs la contemplacin y proceder a la accin, ese haba sido el precio que haba tenido que pagar para abrir por completo los ojos a la realidad y tomar la nica oportunidad que se le present.

Se quedo inmvil al lado de la tumba a la que abraz como si estuviera abrazando a su amante, llorndolo, aorndolo, maldicindose a s mismo por no haber actuado a tiempo. Permaneci mudo y en silencio, con las lgrimas fluyendo vivamente de sus ojos, languideciendo bajo el peso del dolor que le agobiaba cada da con mayor intensidad.

Se dio cuenta de que el sol haba llegado al cenit. Era el momento de acudir a aquella cita que tan nervioso le tena. Sonde los alrededores intentando saber si haba alguien cerca. Aparentemente era el nico ser humano en los alrededores. Tena que darse prisa, lo que tena que informar era verdaderamente importante segn su criterio. Deba ser veloz, no iban a esperar por l para siempre.
Se senta incmodo, invadido por todos esos sentimientos encontrados que se cernan sobre l cada vez que se preparaba para una entrevista como la que estaba a punto de tener. Sin embargo, entenda que, por el momento, llevar a cabo esos encuentros era la nica manera de hacer algo verdaderamente til.

Se deshizo de sus temores y se dirigi a los lmites del santuario de Atenea, adentrndose poco a poco en aquellos terrenos que, desde sus aos de aprendiz, estaban vedados para los miembros de la orden. Contempl aquellas ruinas que desde su infancia conoca como tales, esperando que pronto llegara aquel a quien esperaba. Pronto apareci, embozado como siempre, a pesar de que los quemantes rayos del sol se cernan sobre ellos.
— Llegas tarde — le dijo, con esa voz altiva y rasposa, pero tremendamente viril que posea.
— Tena que asegurarme que nadie me siguiera.
— Te he dicho mil veces que es mejor que sea yo quien te busque, est visto que mis mtodos son ms eficientes que los tuyos.
— Es muy arriesgado que entres ahora al santuario, me temo que dadas las circunstancias, sera fcil que nos descubrieran.
— No lo creo, pienso que si alguno de tus compaeros te sigue, sabrn que t ests en esto con nosotros, en cambio, si me sorprendieran, simplemente pensaran que se trata de un intruso. O tal vez lo que deseas es que nos pesquen, Shion de Aries? Empieza a pesarte la conciencia? —musit el encapuchado con cierta agresividad.
— Si deseara traicionarte, hace mucho que lo habra hecho, no lo crees?
— No confo en ti, como no confo en ninguno de los tuyos, pero mi seor me obliga a hacerlo. Espero que las cosas resulten como se tienen previstas, de lo contrario, sabrs por qu nos llaman teritas — sise aquel hombre mientras tomaba de las manos de Shion el pergamino que ste le tenda sin intimidarse —. Mi seor te ha enviado un presente, desea que lo aceptes — aadi ofrecindole un pequeo bulto cubierto con una tela tan roja como la sangre fresca —. Gurdalo bien, mi amo ha dicho que cuando llegue el momento nos ser muy til a todos — dijo antes de alejarse.
Shion lo mir mientras su veloz silueta se perda entre las ruinas. No comprenda a ese hombre, ni a l ni a sus motivaciones, pero comprenda que en su corazn anidaba un hondo resentimiento. Observ el paquete que reposaba entre sus manos, no haba tenido oportunidad de preguntar de qu se trataba. Guard aquello entre sus ropas y se dispuso a volver a sus aposentos, sin imaginar siquiera lo que haba ocurrido esa noche.

Al franquear la puerta trasera del templo principal, se encontr que haba un gran movimiento por parte de la gente de la fundacin. Sin embargo, no prest mayor atencin a aquello. Estaba demasiado preocupado por sus propios dilemas como para atender a algo en lo que crea no tener mayor injerencia. No prest atencin a un detalle que, de notarlo, habra alertado todo su ser. Los hombres de la fundacin se dirigan a las barracas de los santos de bronce.

Shion de Aries, al igual que el resto del santuario, se concentro en sus asuntos sin pensar en el hecho de que algo no andaba bien en el santuario de Atenea.

La noche se extenda a un ritmo vertiginoso sobre el santuario de Atenea, la de los ojos brillantes. Lentamente aquel refugio cesaba su movimiento, no pocos eran los que se entregaban a los placeres de Morfeo, cuerpos y mentes agobiados por el cansancio de un da como cualquier otro, hallaban solaz en el sueo entregndose al merecido reposo. Slo un puado de esos hombres y mujeres haban renunciado a ese sencillo goce para acudir al muro norte del santuario y cumplir con las rdenes que haban emanado de la diosa a la que haban consagrado sus vidas.

Tal como la diosa lo ordenara, se haba formado un grupo de santos de bronce. Sus rdenes eran sencillas y claras. Fuera lo que fuera eso que haba comenzado matando el ganado de los lugareos y que por esas fechas haba cobrado, al menos, diez vctimas humanas, era su misin aniquilarlo.

Cinco hombres y tres mujeres se presentaron en las cercanas del muro norte sin que supieran con exactitud a lo que se enfrentaban. Confiando en s mismos y con el entusiasmo y optimismo propios de la juventud, con las ansias de aquel que se cree capaz de todo, comenzaron con la bsqueda. Se dispersaron, creyendo que as facilitaran su tarea, bromeando, rindose, como si acudieran a un festejo, tan jvenes e ingenuos!

El primero en caer fue el santo del Lobo. Sus compaeros sintieron como su cosmos se apagaba al comps del postrero alarido que man de su garganta. Sucedi en tan slo instantes…
Ese otro cosmos, brutal y poderoso, enorme y temible, se expandi poderosamente, como si quisiera devorarlos. Todos se replegaron. Era un cosmos oscuro y terrible, furioso, lleno de rencor, y los envolvi en cuestin de segundos. Alertados por lo sucedido con el santo del Lobo, se dirigieron a lo que pareca ser el foco de ese cosmos. Conforme se acercaban, percibieron que aquella energa, enorme y terrible, sobrepasaba con creces a la de un humano.
— No creo que podamos solos con esto — susurr la amazona de la Hidra, el resto la mir como si coincidiera en todo con lo que ella haba dicho.
— Eso no importa, tenemos rdenes — susurr el santo del Lince —. Somos santos de Atenea, tenemos que cumplir con nuestro deber.
— Ya perdimos a Nefis… — dijo el que llevaba la armadura del oso.
— Tenemos rdenes, rdenes que nos fueron dadas por la propia diosa Atenea! — dijo Lince y se adelant con gesto decidido. El resto lo sigui, contagiados por su valor temerario — Adelante! — su grito reson en medio del silencio de la noche mientras el grupo se compactaba para lanzarse a atacar a eso sin pensar en que ya haba dado cuenta de uno de sus compaeros, con el miedo reptando por cada rincn de sus cuerpos y mentes.

El silencio de la noche se vio roto por una serie de gritos de dolor que por momentos no parecan provenir de la garganta de un humano. Aquellos verdaderos alaridos de dolor surcaron los cielos partiendo la calma de la noche. Lentamente, uno a uno, sus cosmos se extinguieron como la luz de una vela. Uno tras otro. Para cuando se retir aquel ser, slo quedaba uno con vida, y no tardara mucho en morir. Slo quedaba viva la amazona de la Hidra, estaba agonizando, aterrada ante el conocimiento de que estaba viviendo los ltimos instantes de su vida.

Su rostro haba quedado al descubierto, tosi un poco, expeliendo sangre al hacerlo, sinti que el dolor le quebraba las entraas en mil pedazos. No poda moverse, no senta las piernas… con un esfuerzo sobrehumano, consigui volver el rostro slo para encontrarse con el dantesco cuadro del que ella tambin era parte. A su alrededor se hallaban los cuerpos, yertos y desmembrados, de quienes fueran sus compaeros, de esa a la que llamaba hermana pese a no existir ningn lazo de sangre entre ellas. Entrecerr los ojos, dejando que las lgrimas brotaran de sus ojos.

El dolor era indescriptible, estaba a punto de desvanecerse, an respirar era dolorossimo. Cuando esa sensacin de algo hmedo y viscoso corriendo por su rostro fue ms palpable y los escalofros se intensificaron, supo que estaba condenada a morir. Se sorprendi de seguir con vida, no entenda cmo era posible. Aquel ser haba destrozado por completo su armadura, como si se tratara de un simple trozo de papel.

Sus posibilidades eran escasas. An si consegua sobrevivir, jams volvera a levantarse, haba escuchado claramente los huesos de su columna hacerse polvo cuando el ser respondi a su ataque. Esa cosa le haba partido la espina en dos. Contempl con pena los ojos fijos del santo del Lince, y rog a los cielos que la muerte de sus compaeros no hubiera sido tan dolorosa como lo estaba siendo la propia. No quera morir! Llor llena de desesperacin, suplicando en silencio que alguien acudiera en su auxilio. No poda gritar, pero encendi su cosmos, esperando ser notada por alguien, esperando que alguien viniera antes de que muriera. No quera morir sola…

Estaba muy dbil, sin embargo, el desesperado llamado que clam su cosmos lleg a odos de alguien. Shaka de Virgo la haba notado. El hombre ms cercano a los dioses vio interrumpida su meditacin por aquel clamor desesperado. Fue a penas un destello, sin embargo, bast para que Virgo lo notase. Fue como escuchar un grito desgarrador. Abri los ojos, horrorizado por todo lo que transmita ese cosmos. Abandon su meditacin y se puso en pie. Descalzo, corri hasta llegar a quien le haba llamado. Poda sentir como el dolor y la desesperanza emanaba de ese cosmos tan dbil. Para cuando lleg junto a ella, Hidra an viva.
Lo que encontr en aquel lugar super con creces lo que haba imaginado. Haba dado con ellos. En medio de la oscuridad, el sol comenzaba a brillar e iluminaba aquella terrorfica escena. La visin que tuvo ante sus ojos con los primeros rayos del sol hizo su alma estremecerse. Corri hacia la nica sobreviviente, se arrodill a su lado y encendi su cosmos, esperando que aquello pudiera salvarle todava. La muchacha lo miraba, con los ojos enormes y llenos de miedo, de un temor rayano en lo animal que jams haba visto en ojos humanos. No supo qu hacer, ni cmo ayudarla, el cosmos de la chica se extingua velozmente. Mir detenidamente el rostro desfigurado de la amazona, era una nia! No le calcul ms de diecisis aos, a penas si podan distinguirse sus rasgos, su rostro estaba desfigurado por completo. Shaka supo que ella no resistira.

De los sanguinolentos labios de la jovencita, brot un suspiro. Shaka le apart los cabellos del rostro y la mir, sabiendo que la joven viva sus ltimos momentos.
— Tranquila… — susurr —, intentar ayudarte — dijo intentando confortarla. Se reprimi de tocarle el rostro, estaba casi seguro que la chica tena cada hueso del crneo fracturado. La ansiedad comenz a invadirle —. Soy Shaka de Virgo — murmur con voz pausada mientras arrancaba un jirn del manto que vesta para intentar frena, al menos un poco, la hemorragia en el cuello de la jovencita —. Har lo que pueda, debes resistir mientras te llevo al hospital.
— Es un monstruo… — dijo ella con su ltimo aliento. Shaka logr percibir el instante preciso en el que ella dej de existir. Casi enloqueci al comprobar que ella haba dejado de respirar. No haba nada ms que hacer…

Cuidadosamente cerr los ojos de la muchacha. El amanecer despuntaba y su alma, normalmente serena, se vea invadida por una honda desesperacin, misma que haba credo haber desterrado haca ya mucho tiempo. El ser el hombre ms cercano a los dioses le haba dotado de una inmensa paz espiritual, misma que se vea rota por semejante acontecimiento.

Contempl la escena de la que ahora formaba parte, la desesperacin, la furia, reptaban por cada fibra de su ser, aullando en sus odos que aquello poda haberse evitado, que l pudo hacer algo, que haba esperado demasiado para actuar. Una lgrima se escap de sus ojos abiertos. Supo en ese instante que no haba nada ms injusto en la faz de la tierra que la voluntad de los dioses… Se incorpor, tom a la joven en sus brazos y lentamente, volvi sobre sus pasos con la mirada perdida, avanzando lentamente haca los doce templos del zodiaco. Mientras caminaba, se pregunt si esa era la seal por la que haba estado orando, y rog a los cielos que no fuera as. Esa no era la clase de seal que hubiera deseado. La idea de que su inactividad era el germen de aquella tragedia no le dejaba en paz. Se maldijo a s mismo por haber ignorado sus instintos y permanecer impvido ante lo que suceda a su alrededor.

No se detuvo sino hasta llegar al templo del patriarca, deseoso de una explicacin a lo sucedido. Ms de uno se sorprendi al verlo ah, no por darse cuenta de que su rostro reflejaba algo que nadie hubiera imaginado en l: desazn, sino porque llevaba a cuestas el menudo cadver de aquella jovencita, un cadver prcticamente irreconocible. Las manos de Shaka estaban manchadas de sangre, su rostro, su piel, blanca como la leche, mostraba salpicaduras de sangre, sus ropas, manchadas aqu y all con la sangre de la infortunada que llevaba en brazos. Nadie hubiera imaginado siquiera una escena semejante.

Irrumpi en el saln del trono sin anunciarse, sin decir ni una palabra. El sonido de sus pies descalzos contra el fino mrmol del piso fue el nico aviso de su presencia en ese lugar. Al unsono, todos los ojos se volcaron sobre l, an los de la diosa. Junto a ella se encontraban los hombres de la fundacin, mirando a ese hermoso ser que pareca ser el vivo rostro de la desesperanza. La diosa contempl al hind como quien presencia una aparicin. Deliberadamente omiti el desmadejado cuerpo que Virgo llevaba en brazos, con la misma delicadeza que se empleara para con una recin desposada. Sin ms, Shaka se aproxim al trono. La encarnacin de Atenea no pudo dejar de mirar las azules pupilas del santo de la Virgen. …l tena los ojos abiertos! Virgo la miraba con algo parecido al reproche, a la furia…
Pas a paso, Shaka se encontraba ms y ms cerca de la diosa, sin apartar sus ojos de ella, sin lograr encontrar an las palabras con que hacerle saber lo que senta, lo que saba.
— Qu haces aqu, Shaka? — dijo la diosa mientras aferraba con los dedos los descansabrazos del trono. El rubio guard silencio, escudriando el rostro de la diosa — Te hice una pregunta, qu haces aqu? No he requerido tu presencia — dijo la mujer sin querer mirarlo a la cara. En los ojos de Shaka pareci brillar algo metlico, algo que definitivamente, nadie haba imaginado que exista en l. Finalmente se decidi a hablar, consciente de que las palabras no bastaban para hacer saber su indignacin.
— Por qu…? Por qu lo hizo? Usted saba que ellos no tenan oportunidad! Usted conoca a lo que iban a enfrentarse y an as decidi enviarlos! — exclam el hind rebasado por lo que senta. Se acerc a la diosa y cuidadosamente coloc el cuerpo muerto de la amazona.
— De qu hablas, Virgo? — dijo ella con gesto cansado, negndose a creer que aquello que reposaba a sus pies, era un cadver.
— De qu hablo? Hablo de los santos que han muerto esa misma madrugada! Usted debi notarlo tambin… Slo eran nios! Nios que ignoraban a lo que se enfrentaban!
— Eran santos, miembros de la orden de Atenea, estaban cumpliendo su deber! Un deber del que t, convenientemente pareces haberte olvidado — dijo ella apuntndole con el ndice. Como toda respuesta, Shaka descubri el rostro de la chica.
— Eran nios y usted los envi a una muerte segura! — grit Virgo desesperado, rebasado por la situacin, avanz hacia la diosa y la asi por las muecas, dos de los empleados de la fundacin intentaron separarlo de la diosa, pero le bast con encender su cosmos para librarse de ellos. Nunca, en toda su vida, haba sentido tal furia —. Mrela bien, seora… — dijo Shaka, la mujer intent retroceder al notar ese brillo metlico en los ojos del hombre en el que Buda haba encarnado. El cosmos de Shaka se expandi, descontrolado, violento, lleno de dolor. Con un veloz movimiento, Shaka la oblig a inclinarse sobre el cuerpo de la amazona —. Mrela bien, seora, mrela bien, porque usted es responsable de su muerte, de la de ella y de esos nios a los que envi a luchar contra algo a lo que an usted siendo una diosa teme… — la diosa lo mir con desprecio, librndose de l de inmediato.
— Ellos cumpla su deber, tal y como t deberas hacerlo en vez de recluirte en tu templo para meditar! — dijo con furia y desdn. Shaka no supo cmo reaccionar ante aquello, estaba confundido, esa mujer no era la diosa por la que haba muerto!
— Seora, no conozco sus motivos, ni los entendera de conocerlos, sin embargo, ellos no merecan morir de esta manera! Tenga presente que a partir de hoy, suceda lo que suceda, sin importar lo que diga, sin importar lo que haga, la sangre de esos nios escurre por sus manos, la de todos los que mueran a partir de hoy — le dijo. La diosa no respondi. El santo de Virgo abandon el saln del trono con rumbo desconocido, nadie se atrevi a detenerlo.
Se le vio bajar la escalinata rumbo a Piscis, con gesto desvalido, como alguien que ha perdido por completo su camino.

La encarnacin de Atenea se dej caer sobre el trono que dominaba aquella habitacin. Haba sentido sus rodillas flaquear desde el momento mismo en que Shaka abandon el saln. Baj el rostro y se encontr con el rostro desfigurado del cadver que yaca a sus pies.
— Squenla inmediatamente de aqu! — grit con voz chillona, sintiendo que enloquecera si segua viendo ese rostro un minuto ms. Mir sus muecas y se encontr con que las manos de Shaka haban dejado huella en ellas… aquello que manchaba su piel era sangre, sangre derramada por la mujer cuyo cadver los burcratas se llevaban en esos momentos, uno de ellos haba terminado vomitando en un apartado rincn luego de ver el estado del cuerpo.
Las palabras de Virgo resonaron en su mente como un presagio. Se llev las manos al rostro queriendo disipar esos pensamientos. Sin embargo, el penetrante aroma de la sangre golpe su olfato con insolencia. Rpidamente las apart, y sin decir ms, se puso de pie y se precipit a sus aposentos, no pudo evitar ser seguida por uno de sus empleados.
— Seora…
— Qu sucede? Es que no pueden darme un minuto de paz? — dijo a los gritos.
— Encontramos esto… — dijo mientras pona en sus manos un extrao brazalete, demasiado antiguo como para pertenecer a la infortunada joven —. Ella lo tena en las manos… — aadi el hombre, la diosa no le dio una respuesta, aferr la pieza de metal y prcticamente corri haca sus aposentos.

Se encerr en el bao, con aquel objeto entre sus manos… era imposible… no poda creer que eso fuera real. Comenz a pensar que aquello era cosa de Ares….Ares, el maldito Ares que seguramente se estara riendo de ella en esos instantes. Sin embargo, ni siquiera l se atrevera a jugar con algo semejante… pero y si se haba atrevido a hacerlo? Sera tanta su furia que llegara a tal extremo? Ares era capaz de ir ms all de lo permitido slo por conseguir sus propsitos. …l actuaba como si no hubiera nada ms que sus deseos, en especial ahora que haba sido atacado en aquello que ms amaba. …l era capaz de eso y ms, sin embargo no estaba segura de que estuviera detrs de aquello. No poda asegurarlo, como no poda seguir escondiendo lo que suceda en sus dominios, era el momento de acudir a Zeus, aunque no podra llegar a l tan fcilmente, se dijo mientras sus dedos recorran la antigua escritura que adornaba el brazalete.

Tendra que acudir primero a Apolo y rogar porque su hermano fuera capaz de ayudarle, de creerle…
Notas finales: Me he dado cuenta de que por alguna extraña razón si escribo "él", me aparece al publicar como "..l" si alguien tiene idea de como solucionar esto, por fa aviseme, gracias, bye bye!!!

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).