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Fiebre por starsdust

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Kardia.

Lo primero que sintió Kardia al abrir los ojos fue frío. La sensación le era extraña e incómoda, pero estaba todavía tan somnoliento que no le dedicó demasiada atención. A su alrededor todo estaba oscuro y silencioso. Tenía un vago recuerdo de la tarde y de haber llegado al santuario con Dégel, pero desde allí todo se había vuelto nebuloso. No era la primera vez, pero no pudo evitar sentir un pinchazo de frustración.

Se incorporó un poco y se sorprendió al notar que su cuerpo se sentía liviano como una pluma, tanto que por un momento le pareció que no tenía control total sobre él. Buscó a Dégel con la mirada, convencido de que estaría cerca, pero no lo encontró. No había nadie en la habitación.

−¿Dégel? −preguntó.

Luego de unos momentos, salió de la cama tiritando de frío. Estaba molesto consigo mismo por no poder ni siquiera recordar cómo había llegado allí, molesto por no saber qué había pasado. Dégel le diría que estaba bien, pero no era así. Todavía se sentía un poco atontado, confuso porque Dégel no estaba cerca y enojado por darle importancia a eso. Dégel no tenía por qué estar allí tampoco, ¿verdad? Exacto, Dégel no tenía obligación para con él.

Pero sin notarlo había salido del templo y antes de darse cuenta estaba caminando escaleras arriba, ignorando la voz de su conciencia. Al llegar a Sagitario recordó vagamente que El Cid estaba en una misión con Sísifo, y aún no había vuelto. Sintió un escalofrío. Venía congelándose desde que había despertado, pero aquel lugar parecía estar más helado que el mismo aire de la noche. El lugar parecía desolado y lúgubre. Se apuró a pasar a través de él, alegrándose de no tener que dar explicaciones en ninguna de las dos casas. Siguió su camino sin detenerse al atravesar el templo de Capricornio y dejó escapar un suspiro de alivio al llegar a las puertas de Acuario.

Se coló entre los recovecos del templo hasta la habitación de Dégel, ignorando la débil voz interna que le decía que estaba cometiendo un error. Se acercó a la cama y se subió a ella sin poder evitar sonreír, imaginando la reacción de Dégel cuando despertara. Le encantaba ver la expresión de desconcierto de Dégel, que siempre quería creer que tenía todo bajo control. Se recostó junto a él y esta vez el aura helada que rodeaba al santo de Acuario y que en general le resultaba agradable le puso la piel de gallina. A pesar de eso pasó los brazos sobre la cintura de Dégel como tantas otras veces antes, esperando volver a dormirse y despertar sin aquella sensación desagradable.

Ni bien había acabado de cerrar los ojos sintió una ráfaga congelada que lo empujaba hacia atrás y antes de que pudiera entender lo que estaba ocurriendo, un golpe seco contra su cráneo le produjo un dolor penetrante. Había volado por los aires hasta darse contra uno de los muros de la habitación.

Levantó la vista, confundido, y vio a Dégel parado frente a él con una expresión severa. Kardia sintió el cuello un poco húmedo y palpó la sangre con sus dedos. Este no era el tipo de recepción que había esperado.

−¿Qué haces aquí? −preguntó Dégel.

−¿Qué haces tú, jugando a ser el malo conmigo? Casi me matas…

Dégel parecía incómodo. Se había cruzado de brazos y su actitud se parecía a la que Kardia le veía adoptar cuando estaba frente a otros. Lo conocía bien. Aquello no era más que una máscara.

−¿Estás bien? −preguntó el acuariano. Parecía confundido, y Kardia también lo estaba, lo que le impedía disfrutar de algo que en otro momento le hubiera parecido muy divertido.

−Sí… −respondió Kardia levantándose y caminando hacia Dégel hasta tenerlo frente a él− No tenías que ser tan agresivo… ¿o quieres probar algo nuevo?

Dégel detuvo con una mano el avance de Kardia. No parecía haber encontrado el comentario gracioso en absoluto.

−Veo que se te pasó la fiebre. Deberías estar en tu templo. ¿Por qué has venido?

−¿Desde cuándo tengo que darte explicaciones sobre eso, eh?

−¿Milo? −dijo Camus, empezando a sospechar que había una razón especial tras el extraño comportamiento de Milo. No solamente el tono de voz, sino tambíén las palabras que elegia y su actitud en general. Milo no estaba actuando como su yo habitual.

−¿Qué dices? ¿Por qué dices eso?

Camus notó el hilo de sangre que corría por el cuello de Milo. Al parecer lo había lastimado al repelerlo unos momentos antes. Y ahora que lo veía comportarse de esta manera, temió que quizás lo hubiera herido más de la cuenta.

−¿Sabes dónde estás? −preguntó Camus pacientemente.

−¿Qué tipo de pregunta es esa? El templo de Acuario. Y sea lo que haya pasado, estoy bien. Así que no hace falta que empieces con tus exámenes de siempre, Dégel.

−¿Dónde escuchaste esa palabra? −dijo Camus, sorprendido de escuchar un término en francés saliendo de la boca de Milo con tanta naturalidad.

−Es tu nombre… −respondió Milo. Camus sabía que Milo no bromeaba. Si había algo de lo que podía estar seguro era de su sinceridad, así que decidió ir paso a paso con parsimonia, convencido que el golpe lo había afectado de alguna manera.

−¿Cuál es tu nombre?

−¿Mi nombre? ¿A qué viene todo esto…? ¿Es un juego? Soy yo…

Camus se estremeció. Por alguna razón toda la situación le resultaba familiar. Como si hubiera tenido una visión de algo así en un sueño olvidado hacía mucho tiempo. Y como si supiera lo que venía a continuación, la respuesta a la pregunta que había hecho surgió de sus propios labios, aunque él mismo no entendiera lo que estaba diciendo.

−Kardia… −susurró Camus, casi para sus adentros. Observó a Milo y supo instintivamente que había algo terriblemente mal.

·

·

·

Milo.

−¡Mentira! −exclamó Milo, que estaba acurrucado en la esquina de la habitación como si fuera un animal acorralado por un cazador.

−Sólo te pido que me escuches −dijo Dégel.

−¿Cómo voy a escucharte? ¡Estás diciendo que todo lo que recuerdo no existe!

El acuariano desvió la vista. No era capaz de mirar a los ojos a su compañero. Había sabido que Kardia tenía los días contados desde el principio, pero con el tiempo parecía haber aprendido a controlar su enfermedad y a pesar de tener una personalidad especial nunca antes había mostrado los signos de quiebre que empezaban a verse ahora. Ni siquiera era capaz de reconocerlo por su nombre ni recordar el suyo propio.

Dégel empezaba a comprender que era posible que esa enfermedad tuviera más efectos que los que habían sido ya identificados. Intentó pensar con rapidez, pero sentía que algo en su interior había sido bloqueado. Se sintió responsable. Había investigado arduamente buscando una cura para la dolencia de Kardia pero al final de cuentas era demasiado tarde: había fallado. Kardia mismo le había pedido que desistiera, pero ¿cómo podía resignarse a dejar las cosas como estaban si había aunque fuera un poco de esperanza?

−Estás enfermo, Kardia…

−¡Mi nombre no es Kardia! Soy Milo…

−Está bien, "Milo". Quiero ayudarte, pero si no me dejas entonces la única alternativa que quedará será que tendrás que entregar tu armadura y renunciar a tu puesto.

−¿Qué? ¡¿Por qué?!

−Porque tu enfermedad tenía solamente efectos físicos, pero si el patriarca descubre que también está afectándote mentalmente a este punto, no te considerará apto para seguir siendo un caballero.

−No sé de qué enfermedad hablas. Apenas tenía un poco de fiebre.

−A eso me refiero… tus recuerdos están distorsionados.

Milo seguía sin creer lo que escuchaba, acurrucado aún contra el rincón. Pero observando a quien tenía delante, comenzó a dudar. Aquella persona, prestándole la atención adecuada, no era como el Camus que recordaba. Era similar a él, pero definitivamente diferente. Dejó que el acuariano se le acercara y se arrodillara frente a él.

−¿Distorsionados...? −preguntó Milo, bajando un poco el tono de voz.

Dégel miró a Milo con una expresión abatida y le puso una mano sobre la mejilla. La temperatura había vuelto a subir.

−No dejaré que te pase nada. Buscaré la solución.

−Camus… −murmuró Milo, y se detuvo al ver la expresión dolida del otro. Dégel. Es Dégel.

Milo apretó los labios y asintió. Aunque no entendía lo que estaba pasando sabía que podía creer en aquellas las palabras y por un momento dejó de cuestionar la situación. Cerró los ojos y se concentró en la sensación fresca de la mano que estaba apoyada contra su piel hasta que un gesto inesperado de Dégel lo sacó de su letargo y lo hizo abrir los ojos. Dégel estaba ahora de pie.

−Ya vuelvo. Espera aquí. No te muevas.

Dégel salió de la habitación y se dirigió a la puerta de su templo, desde donde sentía llegar un cosmos poderoso. Era Asmita de Virgo en persona. Eran contadas las veces en que Asmita abandonaba su templo, así que no pudo evitar sorprenderse un poco de verlo allí.

−Dégel… ¿Ocurrió algo?

Asmita estaba entre las pocas personas que sabían acerca de la enfermedad de Kardia, pero aún así Dégel dudó en responder.

−¿Por qué has venido...?

−Sentí una energía extraña desde este templo. Algo que nunca antes había sentido… Esto no es normal.

−Algo pasa con Kardia −dijo finalmente Dégel en un susurro.

−Me doy cuenta, considerando el esfuerzo que estás poniendo en mantener la calma −dijo Asmita con una sonrisa, para mayor incomodidad de Dégel−. ¿Tiene que ver con su corazón?

−Creo que sí. Creo que es más grave de lo que pensaba.

−¿Más grave…?

−No recuerda quién es. Ni quién soy yo. Tiene recuerdos del santuario, pero que apenas se corresponden con la realidad.

−¿Y todo esto cuándo comenzó…?

−Ayer, cuando volvimos al santuario... −empezó a decir Dégel antes de detenerse. No tenía fuerzas para explicar. No le gustaba la idea de haber dejado a Kardia solo. Le dio la espalda a Asmita y comenzó a caminar en dirección a su habitación−. Tengo que ir con él.

Asmita lo siguió sin pedir permiso, pero Dégel apenas tenía espacio para él en su mente. El escorpiano seguía en el rincón, abrazando sus rodillas, con la mirada vidriosa. Apenas hubieron entrado en la habitación levantó la vista y la clavó en Asmita.

−¡Shaka! −exclamó Milo con una sonrisa.

−¿Shaka? −repitió Asmita.

−Ayúdame, Shaka… ¿qué está pasando?

−Te lo dije −intervino Dégel con una voz lúgubre.

−Ya veo. ¿Entonces ese es el nombre que tienes para mí, Kardia? "Shaka", interesante. Ese es uno de los nombres del Buda. Pero mi nombre es Asmita.

−¿Tú también…? −preguntó Milo, desolado.

−¿Qué fue lo que ocurrió durante la misión, Dégel? ¿Algo especial, algo que pudiera motivar algún tipo de crisis…?

−No realmente −respondió Dégel−. Se trataba de custodiar un objeto.

−¿Qué tipo de objeto?

−El patriarca no dio demasiados datos…

−Quizás sea el momento de averiguarlo, Dégel… Allí podría estar la clave…

−Cuando llegamos al santuario ocurrió algo extraño en el templo de Aries −Dégel miró a Milo, dudando entre seguir hablando o no−. Fue después de eso que lo traje hasta aquí. Necesito solucionar esto antes de que sea demasiado tarde.

−Pero Dégel, si es consecuencia de la enfermedad entonces es probable que…

−No. Tengo que revertir esto. Pero tiene que ser un secreto.

Asmita asintió. Estaba intrigado por la situación. Y también porque el cosmos de Kardia parecía haber cambiado tanto como su personalidad.

−¿Cómo dices que es tu nombre?

−Milo.

−Bien, "Milo". Aunque no entiendas lo que está pasando, para que podamos ayudarte tendrás que hacer lo que te digamos. No sé si sea mejor esconderlo hasta que sea necesario o fingir que todo es normal…

Dégel, que estaba de nuevo junto a Milo, miró a Asmita con ojos suplicantes. Parecía decidido a aceptar que Asmita tomara el control de la situación.

−Podemos esconderlo un par de días, pero luego notarán su ausencia… el patriarca lo notará. Ni siquiera parece ser capaz de controlar el calor de su cuerpo. Es como si lo hubiera olvidado todo.

−"Milo" −dijo Asmita, ignorando la catarata de palabras de Dégel−. Si quieres conservar la armadura de Escorpio tendrás que responder al nombre de "Kardia". Tendrás que escuchar lo que Dégel te diga y aceptarlo. ¿Entendido?

Milo se sentía carcomido por el calor, indefenso y confuso, pero reconoció a Shaka en aquella persona que se hacía llamar Asmita, y también la confianza que le inspiraba. La idea de perder la armadura de Escorpio lo aterrorizaba. Los brazos de Dégel lo rodearon una vez más y Milo terminó deslizándose hacia un sueño sin imágenes.

Continúa

Notas finales:

Hice sufrir al pobre de Milo. Aquí tenemos a Milo Ep G, o sea un Milo menos maduro que en el clásico (en Ep G Milo es muuuuy infantil). Se me hace divertido, porque entre Milo infantiloide y Dégel en shock no hacen uno! :P Acá es la primera aparición de uno de los Virgos... personajes que terminaron siendo muy relevantes en la trama XD


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