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Fiebre por starsdust

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Kardia.

-¿Mu de Aries? -preguntó Kardia, recordando lo que Shaka le había contado-. ¿El que vive en Jamir?

Camus se cruzó de brazos. No parecía tan seguro como Shaka de que ese fuera el camino adecuado a seguir, y su lenguaje corporal lo dejaba en claro. Kardia se sintió por fuera de la discusión, quedándose con la impresión de que los otros habían estado hablando sin consultarle. Camus habló en voz baja.

-Pero Shaka... eso significaría que deberíamos ir con él o que él debería venir hasta aquí, y cualquiera de las opciones me parece inviable. Además, no estamos seguros de que funcione. …l no querrá venir, y si nosotros fuéramos allí, tres personas ausentándose del santuario sin una buena justificación sería demasiado sospechoso.

Otro problema era que enfrentar a Kardia con Mu supondría dejarle saber a Kardia que Aries había seguido un camino distinto al del resto de su generación, al ser uno de los dos sobrevivientes. El santo de Aries del siglo XVIII era Shion, quien después de la guerra se había convertido en patriarca. Era probable que Mu no fuera la reencarnación de nadie que Kardia conociera, y que a través de eso Kardia pudiera deducir datos sobre el pasado.

Shaka entendió las dudas de Camus y asintió, para molestia de Kardia, que no entendía el motivo del intercambio de gestos cómplices entre los otros dos.

-En todo caso serían dos, no creo que debieras venir si tomamos ese camino. Además, tus habilidades no servirían en este caso, mientras que las mías podrían complementar las de Mu -respondió Shaka, sin inmutarse por la expresión de disconformidad de Camus-. Pero incluso si fuéramos dos sería igualmente peligroso, sí. Y la posibilidad de que Mu acepte venir aquí queda descartada.

-Pero es un santo dorado, ¿verdad? ¿Por qué no quiere venir? -intervino Kardia. Lo que recibió como respuesta fue un silencio que le hizo sentir que su pregunta era muy inconveniente-. ¿Qué tipo de lugar es este...?

-No es el momento de responder preguntas, sino de actuar. Esta es nuestra mejor oportunidad, ¿entiendes? -dijo Shaka con seriedad.

Kardia apretó los puños. Era el primer plan con posibilidad de resultados reales, así que decidió aceptar el liderazgo de Shaka. Miró de reojo a Camus, que venía evitando su mirada, y sintió cierta tristeza. Se alejó unos pasos del grupo.

-¿Qué es lo que propones entonces, Shaka? -preguntó Camus.

-Tengo una idea. Pero antes tendremos que hablar con alguien para que actúe como nuestro intermediario.

-¿Alguien más? ¿Y dejarle saber lo que está pasando?

-No hay otra opción. Tendremos que ir con la persona más cercana a Mu... Aldebarán de Tauro.

Al escuchar ese nombre, Kardia se dio la vuelta de inmediato.

-¡No! ¡No pueden! Se lo dirá a todo el mundo -exclamó, acercándose otra vez. Camus detuvo su avance, parándose frente a él.

-Aunque involucrar a más gente no sea lo mejor, esta vez no hay otra opción. Además, Aldebarán es de confiar. No tienes que preocuparte.

La mano de Camus se posó sobre el pecho de Kardia, que se calló de inmediato. La sensación le era familiar, y se dio cuenta de cuánto la extrañaba. Ninguno de los dos supo qué decir, y simplemente se miraron a los ojos esperando a que el otro hablara. Finalmente fue Shaka quien rompió el silencio.

-Hablaré con Aldebarán. Pero antes necesito intentar algo más... les pido que me dejen solo para que pueda concentrarme -dijo Shaka, señalando sin demasiada sutileza el camino hacia la salida.

-Claro, Shaka -susurró Camus-. Gracias -agregó, antes de retirarse llevándose consigo a Kardia.

Recorrieron el camino hasta la octava casa en silencio, y una vez que llegaron allí Camus pareció dudar entre si seguir adelante o quedarse. Kardia notó su indecisión y lo tomó del brazo cuando Camus atinó a alejarse.

-Camus -dijo Kardia, y su voz hizo eco en el templo. Camus dejó escapar un suspiró y se volvió hacia él-. ¿Es así como tratas a Milo?

La pregunta no le sorprendió, pero le incomodó terriblemente. Una vez más, Kardia intentaba entrar en temas que no le correspondían. Y esta vez su expresión era más seria que cualquier otra que le hubiera visto antes, como si estuviera decidido a llegar al fondo del asunto.

-¿Te parece que este tiempo que llevas aquí es suficiente para juzgar cómo actúo? -respondió Camus.

-¿Por qué no contestas? -insistió Kardia.

-Tú no eres Milo.

-Si él tiene que lidiar contigo todos los días, me alegro de no serlo. -Kardia sonrió con un aire de picardía que ocultaba sus verdaderas intenciones. Sabía que estaba metiendo el dedo en una llaga, y era exactamente lo que buscaba. Como era de esperarse, Camus no estaba tan complacido.

-¿Por qué quieres provocarme? ¿No te basta con que estemos metidos en esto por tu culpa, no soportas estar un segundo sin ser el centro de atención?

La expresión de Kardia se volvió seria.

-No es sobre mí, es sobre Milo. ¿Qué es Milo para ti?

-¿Por qué debería interesarte eso? -Aquello era justamente lo último sobre lo que quería hablar, aunque tenía claro que no podía evitar el tema para siempre. Desde hacía un tiempo, la relación que tenía con Milo había comenzado a sentirse diferente.

-Porque si Shaka tiene razón, Milo es mi futuro. Y creo que tiene razón. ¿No lo crees tú? ¿No lo sientes?

Viendo en los ojos de Kardia, Camus sintió un escalofrío. Si había estado evitando mirarlo directamente era porque las respuestas que buscaba a sus dudas sobre su relación con Milo podían estar allí, y les temía.

-¿Y entonces qué? -preguntó Camus, resignándose. Kardia sonrió y se acercó más a él. Esta vez Camus no hizo nada para detenerlo, ni siquiera cuando Kardia puso sus labios contra los suyos.

-¿Ves que no es tan difícil? -preguntó Kardia sin apartarse.

-Lo es. No quiero complicar las cosas más de lo que ya están -respondió Camus, aunque no tenía la fuerza para rechazar a Kardia.

-Si no lo afrontas se volverá peor. No puedes esconder la basura bajo la alfombra para siempre.

-Creo que dadas las circunstancias estamos de acuerdo en que no eres la mejor persona para dar lecciones de cómo vivir la vida.

El tono de voz de Camus era severo, pero bajo él se ocultaba la inseguridad. En realidad, él mismo sabía muy poco de la vida. Había pasado por varias cosas a pesar de su juventud, pero también era consciente de que no era más que un niño al que habían obligado a crecer demasiado rápido, al igual que todos quienes habían sido criados para ser santos. Y Kardia, con toda su irreverencia, poseía un tipo de madurez que a él le faltaba.

-¿Eso crees? -preguntó Kardia-. Creí que vivir la vida trataba sobre aprovechar las oportunidades, no huir de ellas. Si me equivoco al hacer algo, no quiero que sea porque no lo intenté... ¿a qué le temes, Camus? ¿De qué te escondes?

Camus negó con la cabeza, intentando ordenar sus pensamientos, y Kardia sonrió esperando la respuesta.

-No quiero que mis sentimientos obstruyan mi forma de actuar -balbuceó Camus. Kardia rió.

-Qué paradoja. ¿Pero no son los sentimientos los que nos motivan a actuar, justamente? -dijo Kardia bajando el tono de voz. Sin que él lo notara, su pregunta se había vuelto casi un ruego. A pesar de sonar desafiante, en el fondo buscaba una confirmación de su planteamiento. En sus ojos llenos de emoción, Camus vio al Milo que conocía, y susurró su nombre acariciando la mejilla de Kardia con el dorso de su mano. La expresión de Kardia se volvió más suave, y puso su propia mano sobre la de Camus-. ¿Qué es Milo para ti? -repitió-. ¿Qué soy yo para ti?

-¿Tú? -preguntó Camus. Se dio cuenta de que se había acercado demasiado e intentó retroceder, pero Kardia avanzó de repente hasta apoyar la cabeza en su pecho. Kardia habló en un hilo de voz, mientras Camus trataba de decidir qué hacer, si apartarlo o rodearlo con sus brazos.

-Si yo soy él... espero haber aprendido. Espero que él no sea como yo. Que no cometa los mismos errores... Perdóname.

-Kardia. -Camus hundió sus manos en la melena de Kardia y finalmente lo abrazó con ternura, dejando de lado por unos instantes sus inhibiciones. Al tiempo que lo hacía, un recuerdo lejano se abrió paso.



-No vuelvas a hacer algo así, Kardia -dijo Dégel, acorralando a su compañero contra la pared.

-No puedes pedirme eso -respondió Kardia. No era la primera vez que Dégel se lo pedía, ni sería la última.

-Me hiciste preocupar. No puedo creer que seas tan egoísta.

Kardia sonrió, estirando el brazo para tocar los labios de Dégel.

-¿Ah, sí? ¿Te hice preocupar? Interesante... -dijo con tono burlón.

-No es interesante.

-Sí lo es -replicó Kardia, atrayendo a Dégel contra sí.

-No lo es -respondió Dégel, aunque sin resistirse al gesto de invitación.

-Entonces muéstreme su furia. Si eso lo hace sentir mejor -dijo Kardia, haciendo uso de la falsa cortesía con la que gustaba de provocarlo.

Dégel meneó la cabeza. Se veía frustrado. Sabía que Kardia disfrutaba de cada ápice de atención que recibía, incluso si era por las razones equivocadas, y que hacer protestas sólo serviría para aumentar su ego, pero incluso así las palabras se le escapaban de la boca.

-No me hará sentir mejor.

-¿Qué te haría sentir mejor, entonces?

-Que no hagas más este tipo de locuras -dijo Dégel con seriedad.

-¿Entonces debería dejar de hacer "locuras" solamente para que tú no tengas que preocuparte? ¿Quién está siendo egoísta ahora?

Dégel lo miró con expresión dolida, una que tenía claro que a Kardia nunca le había gustado ver. Cuando Kardia cerró los ojos, Dégel lo rodeó con sus brazos.




Todo lo que había estado sintiendo antes no eran más que impresiones vagas, pero aquello era diferente. Una pieza que había estado por mucho tiempo desencajada acababa de acomodarse dentro de Camus.

Un deseo más allá de sí mismo guió su voluntad, y pronto sus manos comenzaron a recorrer el cuerpo de Kardia, deseando sentir la piel bajo su armadura, ansiando fusionarse con él. Se estaba dejando llevar sin pensar en las consecuencias, y esta vez no le importaba.




Milo.

-¿"Defteros"? -preguntó Milo-. ¿"El segundo"?

Defteros observó a Milo, preguntándose si había cometido una equivocación mostrándose ante él. Ciertamente había cedido a un impulso, quizás porque a pesar de las diferencias, ambos estaban en situaciones que los ponían en una posición que implicaba no solamente guardar un secreto, sino ser un secreto.

Había nacido como el gemelo de Aspros, el santo de Géminis, y desde el principio estaba condenado al ostracismo por cargar con el estigma de la estrella de la mala fortuna. Lo creían maldito. Vivía oculto en el templo de su hermano y pocos conocían su existencia, así que se había acostumbrado a pasar desapercibido. Observaba desde las sombras todo lo que ocurría.

-Guardaré tu secreto, y tú el mío -dijo Defteros, intentando sonar firme mientras se maldecía por su falta de cuidado. ¿Tanto deseaba tener contacto con otros como para haberse dejado descubrir?

-No me parece justo. Tú sabes más de mí que yo de ti. ¿Por qué me seguiste...? ¿Por qué usas esa máscara...?

Milo se dio cuenta de que el chico frente a él estaba incómodo con sus preguntas y de que a pesar de intentar aparentar frialdad, parecía tan interesado en Milo como Milo en él. Y más aún, cuando consiguió mirarlo directamente a los ojos por primera vez, lo que vio fue una sincera preocupación.

-Ten cuidado, ¿sí?

Inconscientemente, Milo terminó por asentir, y un parpadeo bastó para que perdiera de vista al muchacho enmascarado, que pareció desvanecerse en el aire en cuestión de segundos. El ambiente volvía a sentirse silencioso y solitario, tanto que Milo manejó la posibilidad de haber tenido una alucinación. Pero Defteros aún lo vigilaba desde lejos, esta vez decidido a ser más cuidadoso. Asmita le había confiado la tarea, y Defteros no traicionaría su confianza.

El sol se había movido sobre el cielo, que estaba tomando un color diferente. Milo no sabía lo que había querido ir a buscar cuando salió del santuario, pero sentía haberlo encontrado. Decidió que era hora de volver, y comenzó a recorrer lentamente el camino de retorno. Llegó a Aries cuando el sol se ponía, y entró al templo distraídamente, cuando una voz en tono de reproche lo detuvo.

-Claro que puedes pasar.

Milo se volvió hacia el dueño de la voz, que resultó ser un chico más joven que él, que vestía la armadura de Aries. La sorpresa lo paralizó. ¿Acaso no había dicho Asmita que estaba fuera del santuario? Los pensamientos se agolparon en su mente y las palabras se le atragantaron en cuanto cobró conciencia de que estaba ante el futuro patriarca del santuario. ¿Qué hacer? ¿Qué decir?

-Perdón -musitó Milo, inclinándose respetuosamente. Shion frunció el ceño, extrañado.

-¿Lo dices por lo del otro día? Está bien, no te preocupes... -dijo Shion. Aún estaba luchando por quitarse la inquietante imagen de sí mismo que Kardia le había proyectado unos días atrás, y lo último que quería era que se lo recordaran.

-Me refiero a no pedir permiso... creí que no estaba.

-Deja de burlarte hablándome así, Kardia -Shion se cruzó de brazos. Kardia gustaba de hacer bromas, y todo ese supuesto respeto le parecía el preámbulo a alguna en la que no quería caer desprevenido-. Esa misión a la que fuimos resultó más fácil de lo que creíamos, así que estamos de vuelta.

Milo levantó la vista lentamente, intentando convencerse de que debía tratar a Shion como a una persona normal, pero encontrarse con su mirada le trajo de vuelta un recuerdo que creía muerto y enterrado hacía mucho tiempo. Era un episodio que había ocurrido cuando Milo era un niño, pero cuyos detalles volvieron a él con total claridad.



Sabía que había hecho mal al colarse en ese lugar, y aún peor al permanecer allí escondido. Ahora tendría que afrontar las consecuencias, pero no estaba listo. Sabía que lo buscaban, pero no había respondido a los llamados, tenía demasiado miedo. Tiempo después la sala había quedado silenciosa, y unos pasos solitarios se habían acercado a su escondite.

-Milo, puedes salir. No tengas miedo -habían sido las palabras cómplices del hombre de la sotana.

-No soy Milo -respondió, revelando involuntariamente el lugar exacto de su escondite.

-¿No? ¿Cómo te llamas, entonces? -preguntó el patriarca. Milo no quería responder. Le temía. Aún a su corta edad, había escuchado cosas horribles sobre ese hombre. Que tenía mil años, que podía hacer desaparecer a la gente sin dejar rastro, que mataba niños. Y él, que había aprendido hacía poco tiempo lo que era la muerte, no quería morir. Cerró los ojos, esperando no ser visto, pero al parecer no funcionó, porque un par de manos lo tomaron, alzándolo en el aire-. No tengas miedo, Milo.

Milo tomó coraje y abrió los ojos con timidez. Le sorprendió que el hombre no llevara puesto su casco. Era la primera vez que veía su rostro, que aunque anciano, no era como el del monstruo que había imaginado. Al igual que Mu, se veía diferente de la mayoría de las personas. Sus ojos parecían tristes.

-Perdón, señor -dijo Milo, temiendo la sanción que estaba seguro que se vendría sobre él.

Pero el castigo no llegó. En lugar de eso, el patriarca Shion lo recostó contra su pecho y comenzó a entonar una melodía que le resultaba conocida por alguna razón, susurrando palabras suaves en un idioma extraño y meciéndolo en sus brazos hasta que Milo se adormeció, sin llegar a comprender las razones del actuar de quien se decía era el hombre más severo en el santuario. Despertó horas después en su propia cama, y llegó a convencerse de que todo había sido un sueño. Nunca había vuelto a ver la cara del patriarca.




Darse cuenta de que aquello realmente había ocurrido no lo ayudó a sentirse más cómodo con la situación. Se trataba de su patriarca, y uno de los legendarios sobrevivientes. Aquella persona tenía que ser muy especial. Y al no saber Asmita que volvería tan pronto, no había recibido instrucciones de cómo tratar con él.

-Creo que debería irme -dijo Milo.

-Sí, Dégel preguntó por ti -respondió Shion, que deseaba que el Escorpión saliera de su templo cuanto antes. Milo se despidió y siguió su camino, todavía impresionado por el encuentro.

Apenas llegó a Virgo, sintió que el aire estaba enrarecido. Dégel fue quien salió a su encuentro, tomándolo del brazo en cuanto lo vio y arrastrándolo a una sala lateral.

-¡¿Dónde estabas?! -preguntó, molesto. Milo se sorprendió; era la primera vez que lo veía enojado. Dégel ni siquiera le dio tiempo de contestar, en su lugar lo llevó frente a Asmita, que estaba arrodillado en el suelo, apoyándose en sus manos. Se veía agotado, como si estuviera siendo aplastado por un enorme peso.

-Milo... -susurró Asmita. Milo estiró la mano para tocarlo, pero Dégel lo detuvo.

-¿Qué es esto? ¿Qué te pasa, Asmita...?

-Soy Shaka. Tomé prestado el cuerpo de Asmita para hablar contigo, pero no podré mantenerme aquí por mucho tiempo.

-¡Shaka! ¿Estás bien? ¿Cómo está Camus...?

-Kardia está en tu lugar -murmuró Dégel, apoyando una mano sobre la cabeza de Milo. Al parecer, había logrado hablar un poco con Shaka antes de que Milo llegara.

-¡Escucha! Intentaremos hacer el cambio a través de Mu -dijo Shaka.

-¿Mu? -preguntó Milo.

-Se necesita una persona que pueda manejar el transporte de terceros entre dimensiones. Aries es el único que puede hacerlo aquí. Pero para que haya una mayor posibilidad de éxito... -La voz de Shaka tembló, y el cuerpo de Asmita comenzó a estremecerse. Dégel se apresuró a ir a su lado y lo sostuvo con cuidado, mientras que Milo observaba con estupefacción.

-¿Estás bien, Asmita? -preguntó Dégel una vez que los espasmos cesaron.

-Sí, pero Shaka se fue. Lo siento. -Asmita estaba cansado y decepcionado consigo mismo por no haber podido contribuir a mantener el vínculo durante el tiempo suficiente para que el mensaje llegara de manera completa, pero sonrió cuando Dégel le susurró una serie de palabras de las que Milo apenas pudo distinguir una: "Gracias".

Desde las sombras, Defteros se maldijo por no poder intervenir. Las palabras de Shaka resonaban en su cabeza. Sabía que Aries tenía que ser una segunda opción. Nadie dominaba el pasaje entre dimensiones como Géminis.


Continúa

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