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Sunion Break por Agus y Moony

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Notas del capitulo:

No hay mucho mas que decir, solo GRACIAS. Y ahora sí...¡¡¡a leeeeer!!!

¿Por qué todo tenía que ser tan difícil para mí?

Caronte no tenía ni idea de quien era. Ni siquiera tenía idea quien era él mismo.

Suspiré contrariado.

Era cierto que había tenido como una especie de ataque de pánico en el solitario, pero finalmente eso me había abierto la cabeza.

Había alguien en esa prisión además de mi mismo que conocía el camino, solo tenía que reunirme con él.

 

El problema era que estaba totalmente sumido en una tranquilidad química.

Igualmente no me rendiría. Estaba seguro de eso desde que había puesto un pie en ese Banco.

 

Me acerqué a mi antiguo compañero hasta quedar a solo unos centímetros. No tenía muchos conocimientos de psiquiatría pero  estaba dispuesto a practicar la estrategia prueba y error.

 

-Soy yo Caronte, Leo, tu compañero, el de los tatuajes-

 

Al menos los ojos del loco estaban fijos en los míos, creo que me encontraba extraño.

 

-Tenías razón sobre los tatuajes, son un camino…

 

Nada

 

-Necesito que recuerdes Caronte, por favor-

 

De nada servía suplicar, pero lo haría si fuera necesario.

 

-¿Quién sos vos?- volvió a preguntarme, frunciendo levemente el entrecejo.

 

-Aioria Leo, nos conocimos en la celda 58, en el pabellón central…

 

Dioses, ¿podrían ayudarme por una maldita vez?

 

-Radamanthys te puso en mi celda, ¿te acordás? Yo tengo un tatuaje, vos lo dibujaste…

 

Caronte no parecía entender nada. Trataba de hablar en susurros, pero igualmente nadie nos estaba prestando atención.

Después de todo solo éramos un par de locos.

 

-¿Te parezco un poco familiar al menos?-pregunté finalmente empezando a enojarme.

 

Se tomó unos segundos en responder.

 

-¿Vos me robaste el dentífrico?-

 

Gracias Dioses.

 

-Si, exacto, yo fui quien te robó el dentífrico-

 

Estaba tan contento que me recordara que me asustaron dos enfermeros que llegaron de pronto. Ni siquiera había notado cuando dejaban el office.

 

-Los medicamentos- ladró uno de ellos y le tendió a mi nuevo mejor amigo un pequeño vasito con pastillas que este se tragó como si fueran caramelos.

 

Me tendió uno igual a mi, con una píldora solitaria.

 

-No gracias- dije cortés.

 

El tipo, moderadamente joven, se rió de mí.

 

-No es opcional.-

 

-No la necesito,- repliqué- ya me siento mucho mejor.

 

Volvió a reir e hizo un gesto con la mano.

 

-No deberías hacer eso-comentó Caronte que había sido testigo de todo- Son buenas.

 

Llamó a un compañero tres veces más grande que yo y mi hermano juntos.

El enfermero risueño le pasó las pastillas.

 

-Te las tomas, o te las metemos por la fuerza- me dijo el grandote con una voz tan intimidante como su físico.

 

Tomé la píldora y fingí tragármela, ocultándola bajo la lengua.

Me hicieron abrir la boca, y cuando parecieron satisfechos se marcharon.

 

La escupí y me la metí en el bolsillo.

 

-Caronte, necesito que dibujes el tatuaje de nuevo- le dije retomando el tema.

 

-¿Quién sos vos?-

 

Tenía la mirada perdida y esa tonta expresión de tranquilidad.

Suspiré, iba a ser más difícil de lo que pensaba.

 

* *  *

 

El viejo Dohko miraba su reloj de manera compungida. Me había contado que su sobrina estaba muy enferma, y por eso se jugaba la vida y la ultima oportunidad de verla en esta fuga.

Me daba pena. Pensaba en Kiki, y aunque, ninguno de los dos era el padre biológico de nuestros pequeños, ambos los queríamos como a hijos, y enterarme de pronto que estaba a punto de morir, sería la cosa mas terrible que oyera en mi vida, ahora, o en sesenta años.

Me acerqué mas a su menuda figura y miré por sobre su hombro. El reloj de bolsillo era de oro, indudablemente.

Tenía la numeración en kanjis y era realmente precioso. Claro que Dohko solo miraba la foto que estaba en la tapa, donde se veía una joven china muy bonita.

 

-¿Es ella?-pregunté, aunque solo para entablar conversación con el viejo.

 

Asintió con la cabeza. Quíza lo había tomado demasiado por sorpresa y temía que al hablar su voz se quebrara.

 

-Vivir mas que el amor de tu vida, es sumamente doloroso, pero vivír mas que un hijo…

 

La angustia pugnaba por salir.

 

-¿Cuánto tiempo le queda?-

 

-Una semana, tal vez dos, no lo saben con certeza…-

 

Los ojos grandes y verdes del chino se pusieron brillosos.

No sabia si abrazarlo, ponerle una mano en el hombro, o simplemente  permanecer callado.

 

 

Nunca había agradecido tanto que apareciera Afrodita. Sus ojos estaban más abiertos de lo usual y su expresión era sombría. Solo lo había visto así cuando planeaba guerras raciales contra nosotros, los asiáticos.

 

-Tenemos un problema- dijo en susurros, sin siquiera reparar en la situación emocional de Dohko.

 

Ambos lo miramos.

 

-¿Otro?-pregunté en tono burlón.

 

Ahora mismo, los únicos que quedábamos disponibles del grupo éramos nosotros.

Afrodita hizo caso omiso de mi pequeño chiste.

 

-Aiacos va a subastar la celda de Leo.-

 

Dohko frunció el ceño y me miro. ¿Acaso era el líder ahora?

 

-Y eso no es todo, Mills se quejó de la gotera del inodoro y A’cos dijo que lo va a mandar a cambiar. Si reemplazan ese maldito inodoro—

 

-Van a ver el agujero-terminé por él.

 

Sentí que el pánico subía por mis piernas como si se tratase de una pitón.

Escucharlo de mi boca había puesto ligeramente pálido al  sueco.

 

Pensá Mu, pensá…le dije a mi cerebro. El Gato se había hecho cargo de todos los problemas mientras estaba presente, lo mínimo era manejar esta situación durante su ausencia.

No es que me sintiera en deuda con él, ni nada parecido, pero tenía orgullo masculino, y sobretodo interés.

 

-¿Cuánto le prometió Mills?-le pregunté.

 

-Doscientos- me dijo abatido.

 

Una oleada de alivio ahuyentó a la pitón.

 

-Casi me habías asustado-le dije haciéndome el relajado.

 

-¿Acaso tenes tanta plata?

 

Le levanté una ceja sobradoramente.

 

El vozarrón de Radamanthys nos ordenó que nos formáramos para salir al patio. Afrodita se colocó delante mío y Dohko detrás.

Todavía me asombraba trabajar con estos tipos, había tolerado a Dohko antes de esto, pero si podría haber matado al sueco en alguna pelea, lo hubiera hecho gustosamente.

 

Caminamos enfilados hacia los exteriores.

 

* * *

 

Las pastillas lo volvían totalmente grogui, lo necesitaba lúcido…

O lo más lucido que Caronte podía estar.

Me concentré en el lugar mientras el grupo de los loquitos hacíamos artesanías. Había un baño pasando el almacencito que había junto a las mesas.

 

Los enfermeros pasaron repartiendo las pastillas nuevamente. Fingí tragarla sin hacer escándalo esta vez.

Caronte, a pocos metros tragó obedientemente las suyas.

 

-A todo o nada-me dije mentalmente mientras me paraba e iba a su encuentro.

 

Me acerqué y lo llamé con una sonrisa inocente.

 

-Vení conmigo Car, tengo una sorpresa-

 

-¿Sorpresa?-Repitió

 

-Claro que sí, si me seguís.-

 

Entramos al almacén donde había varias bolsas de pañales para adultos entre otros trastos.

 

-No uso pañales- me aclaró innecesariamente y pareció un niño que asegura no mojar la cama.

 

-Claro que no-

 

Necesitaba caerle bien.

 

Lo llevé al baño y me detuve junto a él.

 

-¿Qué—cual es la sorpresa?-

 

-Tenes algo entre los dientes, dejame sacártelo-

 

No era para nada agradable, pero había que hacerlo.

Le metí la mano en la boca hasta que una arcada le sacudió el cuerpo y finalmente vomitaba la merienda y con ella, las pastillas.

 

Cuando se repuso me miró enojado.

 

-¿Por qué hiciste eso?-

 

-Son esposas invisibles en tu mente- le respondí mirándolo fijamente- las odiabas ¿te acordas?

 

Parpadeó repetidas veces como si se despertara de un largo sueño. Me volvió a mirar con esos ojos perdidos como si fuera la primera vez que me veía de verdad, o que veía a un hombre de cerca.

Por un segundo me lo imagine como una versión bizarra de Mowgli, del Libro de la Selva, donde el pequeño humano jamás había tenido contacto con otros de su misma especie.

Rápidamente deseche la idea y seguí:

 

-¿Te acordas de mi?

 

-Es un camino –largó de repente.

 

Sentí como si me volvía el alma al cuerpo. ¡Si!

 

-¡Sí! –exclamé, asustado de que me grito alertara a algún guardia.

 

Me saqué el ambo para que la imagen física le ayudara con el recuerdo.

 

-Es un camino, -repitió. –Es un camino que conduce al infierno.

 

-Justamente lo contrario –lo contradecí.

 

-El camino al infierno está plagado de buenas intenciones. –siguió terco, sin escucharme.

 

Decidí que lo mejor era no discutir.

De repente sentí su dedo en mi espalda. Me sobresalté, se había incorporado tan rápido que no lo había notado.

 

-Alguien lo rompió. –dijo con un dedo tembloroso junto a la venda de la quemadura.

 

-Alguien lo rompió, hay que arreglarlo. –Volvió a murmurar.

 

* * *

 

Cuando escuche la vos de Seiya en el teléfono, sentí que todos los problemas por los que estábamos pasando no importaban. Sentir que mi hijo me hablaba de nuevo y confiaba en mi  era todo lo que me importaba.

 

Claro que después me enteré de que me hablaba desde la comisaría y se me cayó el alma a los pies.

Al parecer le había disparado a alguien. No entendía nada de lo que me explicaba, parecía querer taparse la boca y hablar al mismo tiempo. Supuse que lo estarían vigilando.

 

-Quería llevarme a uno de ellos- me dijo con una voz angustiada, que me hizo estrujar el corazón por no poder abrazarlo ahí mismo.

 

No podía entender como se había complicado tanto por actuar sin pensar.

Luego pensé que era un adolescente, cuya madre acababa de ser asesinada y cuyo padre estaba sentenciado a la silla eléctrica, que vivía prófugo porque era acusado falsamente del asesinato de su madre justamente. Era lógico que actuara sin pensar.

 

-Tranquilo hijo- le dije con mi voz mas paternal. –Vamos a solucionarlo, ¿eh?- le aseguré.

 

El guardia que me escoltaba sonrió enternecido. Quizá pensaba que le hablaba de alguna travesura que había salido mal.

 

-¿Está Saga por ahí? Pasame con él- le pedí.

 

En esos momentos le agradecía al cielo que Saga no fuera rencoroso y se hubiera hecho cargo de Seiya.

 

-¿Qué cargos tiene? –le pregunté directamente.

 

Si me ponía a pensar demasiado en el, la angustia de no poder estar junto a las dos personas que amaba sería demasiada.

 

-Tentativa de homicidio- me respondió con voz cansada.

 

Una punzada de culpa me recorrió la espalda. Sabía que estaban trabajando incansablemente por mí.

 

-Como también tiene los cargos de homicidio de Marin y Shura no le permiten la fianza- agregó.

¡Maldición! Lo único que nos faltaba. Más problemas.

 

-¿Hay algo que puedas hacer?-pregunté no muy esperanzado.

 

-La única posibilidad es que lo juzguen como un menor, Aio.

 

Escuchar mi nombre, apodo en realidad, salir de su boca acrecentó la desesperación y las ganas de verlo.

 

-Pero tiene que mostrar remordimiento, tiene que parecer las acciones de un niño asustado.-siguió.

 

Reí con amargura. Seiya se negaría a mostrarse arrepentido.

 

-Ojala pudiera verlo- dije mas que para mi que para Saga.

 

-Eso es imposible Aioros, pero te prometo que voy a pelear con todo para que no lo encierren.

 

-Lo se Saga, lo se.- le respondí con la vos entrecortada.

 

Cuando volvía a mis celda, las lágrimas me corrían por las mejillas. Pensé en mi hermano, y en que necesitaba salir de ese lugar.

 

 

* * *

 

 

Ese estúpido de Afrodita me había dado un susto terrible. ¿Por quinientos pesos tanto lío?

Caminé hacia los gemelos que me saludaron  inclinando levemente la cabeza.

 

-Hey Mu- habló Sage, era el más sociable de los dos, aunque Hakurei llevaba la voz de mando.

 

-Hey chicos- respondí con una sonrisa.

 

Había estado poco tiempo con ellos últimamente y eso me dolía un poco. Después de todo, ellos eran mis hermanos de patria y siempre habíamos afrontado juntos la discriminación de los europeos.

 

-Necesito un favor-

 

Ambos me miraron fijamente, pero no hicieron ningún comentario.

 

Era una persona agradable, y mis contactos en farmacia me habían hecho alguien muy requerido en la prisión. La gente venía a mi constantemente, y muchas veces no tenían la plata que prometían a cambio de mis favores, pero, como Hakurei siempre decía: “Mejor que ellos de te deban a vos. Cuando necesites algo, vas a tener un montón de tipos a los que les caes bien que te puedan pagar.”

 

Había sido un buen consejo, porque ahora lo necesitaba.

 

-Necesito cobrar todas mis deudas.

 

Si hubiera tenido una, Sage hubiese levantado la ceja. No me gustó mucho su expresión. Yo era el líder ahí. Me lo había ganado tiempo atrás.

 

-¿Para cuando lo necesitas Mu?-me preguntó Hakurei haciendo caso omiso de su hermano.

 

-Para ayer-respondí sonriendo.

 

-Vamos a hablar con los otros- me aseguró y ambos dieron media vuelta y se alejaron.

 

Suspiré mas tranquilo y contento de que cuando el equipo me necesitaba, podían contar con migo.

Pensé en Kiki y lo mucho que lo extrañaba. La situación de Dohko me hacía extrañarlo mas.

 

-Estamos mas cerca peque-

 

* * *

 

Los autos que pasaban cerca mio tenían marcada la palabra “sospechosos” con letras de neon. No había trabajado tantos años en el servicio como para no notarlo.

Efectivamente había tenido que frenar de golpe para no chocarlos.

Estábamos en una de las clásicas y tranquilas calles de Grecia. Sabía que tenían algo importante que decirme y sabía casi con seguridad quienes eran.

Pero no bajaría todavía. Esperaría que ella lo hiciera primero.

Así lo hizo.

La morocha Violatte, la nueva asesora de mi señora Athena, la que quería mi lugar.

 

-¿Estas loca? -grite, también bajando ahora, y dando un portazo.

 

Violatte parecía aburrida, casi como si fuera un tramite monótono hablar conmigo. Me sacó de quicio.

 

-Se acabó tu carrera, guardaespaldas.

 

Supe que estaba esperando tener la oportunidad de decir una frase de película trillada como esa. Me daba rabia haberle dado lugar.

 

No dije nada y trate de mantenerme frío y distante como ella. No quería dar la sensación que estaba nervioso y trastornado ante la posibilidad de perder mi trabajo.

 

-El hijo de Sagitario, de dieciséis años te encontró y te disparó, ¿qué tan patético puede ser eso?

 

Caminó unos pasos hacia mi para que admirara su esbelta figura. Tenía un escote provocativo y se movía para que fijara la vista en él. Por supuesto que no lo hice.

Tampoco retruqué lo que había expuesto. Era tonto. Sin embargo dije seriamente:

 

-Puedo seguir trabajando.

 

-Si, podes, pero no lo haras.

 

Hablaba de manera cortante y misteriosa. Seguramente se creía una femme fatale del cine noir. Me estaba enojando, y no me importaba que el primer grito que diera era la sentencia de mi despido.

Que me pusiera violento y caprichoso era lo que había estado intentado desde el principio.

 

-De ninguna manera voy a dejar a la seño--

 

-¡Hay cosas mas importantes en juego, que vos y tu ama, la "señorita Athena"!

 

Esto último lo dijo con voz burlona, gozándome.

 

-Vos no tenes nada que ver con lo que se está armando. -agregó después, fulminante.

 

-Thanatos no trabaja más en el Servicio Secreto, solo queda el viejo Mors.

 

Dijo mi nombre con tranquilidad. Y me hirvió la sangre.

No supe que contestarle o decirle, quería pelear, quería protestar. Pero sabía que era imposible. Ya debía estar borrado de todos los archivos y accesos.

 

Sin decir nada mas, sabiendo que había ganado la pelea, -y la guerra- Violatte volvió a su auto meneando las caderas y desapareció.

 

* * *

 

Aioria me había dado un cuadernito. Me preguntaba de donde lo había sacado. Hacía bastante que estaba acá y nunca había encontrado nada parecido. Nada donde escribir lo que yo sabia, lo que yo sentía, donde poder expresarme.

 

Los rulos de Aioria parecían mas largos que el día anterior. Y también que el día que había llegado al ala de psiquiatría. Debería hacer mucho que había entrado.

Nos volvimos a esconder en el armario de los pañales. Yo no uso pañales. Se lo había dicho ayer. Que bueno que me ayudo a que no tragara las pastillas. Eran esposas invisibles de la mente. No me dejaban pensar con claridad. Y no me dejaban dibujar, y expresarme, igual que los del ala de psiquiatría, que no me proveían de cuadernitos.

 

Pero Aioria sí. Sus rulos estaban largos.

 

Se bajó nuevamente el ambo hasta la cintura. Tenía una espalda hermosa y bronceada. Pero lo más importante de todo…Esa espalda era el pergamino de un camino. Del camino al infierno. Veía como los dibujos de los distintos dioses que tenían alrededor lo señalaban. Señalaban los pasadizos que cubrían sus omoplatos bien formados. Los seguí, hipnotizado, como adentrándome a través del hoyo del conejo, sentí un escalofrío de placer, era como pasar a formar parte del País de las Maravillas, hasta que…Hasta que…

 

-Oh no, lo borraron. –dije sin poder contenerme.

 

Alguien me había arrancado de ese mundo sin avisarme. Lo habían cortado, le habían tirado árboles arriba y ahora estaba en el medio del bosque sin un sendero.

 

-¿Por qué hicieron eso? –le pregunté a Aioria.

 

Era su piel, debía de saberlo. Era su espalda hermosa y bronceada.

 

-Necesito que lo arregles. –contestó con voz aterrada.

 

Claro, él también estaba perdido y me estaba pidiendo ayuda.

 

-Tenes que recordar lo que había ahí. –agregó, implorante.

 

Al casco de Hermes le faltaba un ala, en su lugar había una enorme y estorbadora gasa blanca, cubriéndolo todo con sus hilos desprolijos.

 

-Si se corta un camino no va a ninguna parte. –comente.

 

Aioria no dijo nada esta vez. Debía estar confundido. Después de todo no podía verse la espalda.

 

Me acordaba. Me acordaba perfectamente de cómo iba el camino.

Lo primero que hice en el cuadernito que Aioria me había dado para expresarme fue la otra alita del casco de Hermes. El Dios mensajero debió sonreírme en donde estaba.

Podía verlo. Podía dibujarlo.

Volví a mirar la espalda de mi compañero y sus rulos tapaban ahora la parte que me tocaba. No lo necesitaba, me acordaba perfectamente del camino. Dibujé, y completé espacios lenta pero eficientemente, como una araña haciendo su tela.

 

Levanté la vista nuevamente pero Aioria se había ido a hablar con el tipo de la lavandería.

 

-¡Aioria! –murmure fastidiado.

 

¿No se daba cuenta que tenia que terminar el camino? No había nada mas importante que eso. Espere con fastidio.

 

-Tengo un mensaje para Milo. –dijo Aioria. –Cassios, escuchá bien porque es importante.

 

-Estoy bien, intento llenar los espacios en blanco.

 

“Intento llenar los espacios en blanco”. Mucho no lo intentaba dado que se movía de un lado a otro y se había alejado tanto de mi que no llegaba a reconocer el fondo de la figura.

 

Finalmente se dio vuelta para volver a prestarme atención, el tal Cassios lo miró por encima del hombro un rato mas, pero a mi no me importó y al cabo de un rato también se fue y pude seguir dibujando.

 

* * *

 

Mu estaba loco si creía que aun le éramos fieles. O era muy caradura. O ambas cosas.

Había hablado con mi hermano y habíamos decidido darle la espalda. Tal y como el había hecho.

 

Su comportamiento era muy sospechoso, pero como no nos había dicho nada, nosotros hacíamos como que éramos idiotas y no nos dábamos cuenta de nada.

Pero eso terminaba hoy.

 

Lo esperábamos en un rincón aislado del patio. Los polis no pasaban por allí y los otros presos generalmente utilizaban las tardes en el patio para jugar a la pelota, hacer pesas o simplemente “marcar territorio” como decía Hakurei.

 

Mu llegó caminando tranquilamente, sonriendo un poco al vernos.

Hakurei y yo intercambiamos una rápida mirada de asentimiento antes de que llegara a nosotros.

 

-Chicos- nos saludó- ¿Tienen lo que les pedí?

 

Al parecer estaba apurado. Mira vos.

 

Mi hermano hablaría, así lo habíamos acordado.

 

-No tengo el dinero Mu.-dijo sin más dilación.

 

La cara de Mu se contorsionó de la sorpresa.

 

-¿Qué?-preguntó pertinentemente.

 

-Como lo oís Mu, Sage y yo somos ahora los dueños de el dinero, y los líderes de este grupo.

 

Hubiera pagado por fotografiar su cara. Daba la impresión que Hakurei lo había abofeteado.

 

-Necesito esa plata- protestó Mu, parecía que perder su puesto y a sus subordinados no le importaba en absoluto.

 

-Pedisela a Piscis y a tus amiguitos griegos.

 

Ahí cayó.

 

-No puedo creer que todo este numerito sea de puros celos- dijo y soltó una risita sarcástica.

 

¿Celos? Que pendejo creído.

 

-No es por celos-dije sin poder contenerme- Es lealtad Mu. Te apoyamos en todas las guerras que hubieron desde que llegaste, te dimos el mando, y vos nos traicionaste juntándote con esos.

 

El chico tomó aire y no dijo nada como por dos minutos.

Si no podía dar explicaciones…Si ni siquiera iba a decir nada…

 

-Vamos a dejarte ir por respeto a lo que fuiste Mu, pero no vuelvas, y no nos pidas nada, nunca más.-lo sentenció mi hermano.

 

Éramos mas grandes y altos que él, no le convenía rebelarse.

Pero parecía que últimamente no hacía las cosas convenientemente.

Se dio la vuelta, pero solo para impulsar su puño contra la cara de Hakurei.

 

Esperábamos su reacción, por eso contraatacamos casi al instante.

No fuimos piadosos con el y lo golpeamos durante cinco minutos seguidos. Mu pagaría caro el precio de la traición.

 

* * *

 

-Parece que el Banco del Tibet no deja hacer transacciones hoy. –le dije socarronamente a Mu cuando se sentó con nosotros.

 

Dohko me lanzó una mirada de desaprobación y luego una de piedad a Mu, pero fue lo único que hizo. Nadie dijo nada, sabíamos que las esperanzas se iban cayendo una  a una y que no íbamos a poder evitar que accedieran a la jaula del Gato y de Escorpio. Era cuestión de tiempo. Mi futuro afuera se veía tan lejos como el primer día que había pisado la prisión.

El viejo se puso a decir las cosas que todos sabíamos, que hoy no era día de visitas, que no se podía obtener la plata de afuera, que como iba a sufrir Aioria…A menos…

 

-Nos queda una salida –dije, en voz baja, creando suspenso.

 

Mu entornó sus ojos hacia mi y levantó sus golpeados párpados, enseguida hizo una mueca de dolor, como si el simple hecho de moverse le provocara nauseas. Parecía acabado y su rostro deformado le daba un aspecto tétrico.

 

-El juego de cartas en la cocina.

 

Dohko no entendía, miro hacia otro lado como si estuviera dispuesto a dejarme hablar pero no me iba a prestar atención.

 

-En mi Suecia natal, se podían hacer tres cosas para ganar plata: jugar futbol, jugar hockey sobre hielo, y jugar al póker.

 

-¿Jugar al póker? –preguntó Mu con la desconfianza pintada en sus maltrechas facciones.

 

-Por supuesto, ¿Qué te crees, que lo inventaron los yanquis? Su origen es alemán y en todo caso, persa. Dos raíces que dieron vida a este árbol.

 

Y me di un golpecito en el pecho.

 

El ignorante tibetano me seguía mirando como si no hubiera entendido nada de lo que hubiera dicho, y así me lo temía. Dohko sin embargo parecía pensar que estaba diciendo algo coherente porque había vuelto su cabezota anciana hacia mi, pero no habló.

Mire alrededor en el patio, los reos no nos prestaban mas atención de la usual. Mejor así.

 

-Debe haber cinco personas en este mugroso país que manejen la baraja como yo. –alardeé.

 

Dohko suspiró. Seguramente estaba pensando que aprovechaba para criticar a Grecia cuando no había ningún griego cerca. Pero no me importó.

 

-¿Y por qué lo dijiste recién ahora? –preguntó Mu ahora, con la voz tan rota como sus labios.

 

Me mojé los míos, para darme importancia y con los ojos le señale a Niobe y su grupo, los chicos de la cocina. Eran latinos, no se muy bien como habían caído en Grecia, pero ahí estaban. Y eran peligrosos.

 

-Digamos que si alguno de esos te encuentra haciendo trampa…bueno…tienen muchos cuchillos a mano.

 

Sonreí. Mu no.

 

-¿Y que necesitas para entrar? –preguntó el chino, vivo, sabiendo que en la cárcel, y en la vida, siempre se necesita algo para acceder.

 

-Cincuenta pesos. –contesté, apenado.

 

No dijo nada pero sus ojos verdes brillaron por si mismos.

 

* * *

 

Subí las escaleras que me separaban de la celda de Milo y Aioria con Aiacos pisándome los talones. Despacio avance lentamente entre la prisión e incluso camine mas lento de lo habitual solo para ponerlo nervioso. Además debía dar la sensación de ser un viejo lento que probablemente estuviera perdiendo la cordura.

Llegamos finalmente e inspeccione el pequeño cubículo como si nunca hubiera visto uno, o como si fuera que no viviera hace treinta años en un lugar igual. Aiacos terminó por perder la paciencia.

 

-Dale viejo, apurate.

 

-Tranquilo Jefe -contesté entrando al lugar y ubicando rápidamente el objeto de mi deseo. Agradecí mentalmente el trastorno obsesivo del Gato y su meticulosidad.

 

La Biblia que le había pasado a Aioria hacia ya varias semanas estaba ahí, en  la mesita, junto a una foto de un pelirrojo que no conocía y cepillos de dientes y demás elementos de limpieza.

 

-Dohko, ¿para que te queres mudar en primer lugar? -inquirió mirándome con sus ojos oscuros.

 

-Ya sabe, Jefe, la vejez necesita comodidad.

 

Rápidamente tome de la Biblia lo que necesitaba y seguí mirando el interior con parsimonia.

 

-Bueno, ya, ¿cuanto tenes? -preguntó, hartándose.

 

Fingí que pensaba.

 

-Mmm, le voy a dar cien pesos...-anuncié, y puse mi mejor sonrisa.

 

Vi como las facciones de Aiacos cambiaban de impacientes a furiosas.

 

-¿Cien pesos? -dijo -¡¡¿¿Cien pesos??!! -repitió.

 

-Me estuviste haciendo perder el tiempo, chino mugroso.

 

Prácticamente me arrastró del lugar mientras seguía profiriendo insultos.

 

No me importaba en lo más mínimo. Con disimulo me acerqué a Afrodita que estaba sentado en sus famosas gradas, pero esta vez nadie estaba alrededor suyo, ninguno de sus chongos ni de sus subordinados. O estaba perdiendo el encanto, o se estaba juntando con la gente equivocada.

 

Me miró con sus ojos claros, celestes, muy distintos a los de Aiacos, pero igualmente inquisidores.

 

-Esto es para la entrada. -anuncié, triunfal. -La salida depende de vos.

 

Entendió a la perfección que le hablaba del juego de cartas, el juego de cartas que nos permitiría sobrevivir la noche. Esbozó una sonrisa pícara.

 

 * * *

 

El viejo me entregó la plata con una sonrisa extraña. Al principio me sorprendió que alguien como él, que no tenía negocios sucios dentro de la prisión tuviera un billete de cien guardado por ahí.

Pero después lo reconocí. La serie y numeración eran únicas. El famoso dinero del famoso Dragón Naciente. Viejo ladino.

Un paso estaba dado. Faltaban un par mas.

 

Dejé mis gradas, el único lugar donde últimamente me sentía contento, para juntarme con quien antes solo había tenido roces. Y no de los que me gustaban, precisamente.

 

Mu Aries. Otro de los neo outsiders, otro de los nuevos marginados, otro de los del grupo del Gato.

 

-Tengo la plata -anuncié, intentando parecer casual.

 

Lo cierto era que me sentía poderoso, y hacia tiempo que no me sentía así.

Caminamos juntos hasta una de las mesitas del patio y nos sentamos. Mu seguía con la cara herida. El párpado un tanto hinchado le daba un aspecto extraño a los puntos de sus cejas arrancadas.

 

-Hacelo de manera casual. -me ordenó, mientras miraba alrededor.

 

-¿Hacelo? -repetí. ¿Hacelo? Pensé.

 

-Lo tenemos que hacer juntos. -le dije de manera que no le quedaran dudas.

 

Abrió sus ojos de un color extraño de forma exagerada, como si le dijera que tendría que arreglar armaduras romanas.

 

-No se nada de póker. -se excusó, de manera torpe.

 

Se me antojó adorable, nunca lo había visto de esa manera y me estaba empezando a gustar. Nos vinculamos por necesidad sostenía Pichon Riviere con mucho tino.

 

-No tenes porque saber. Solo hacé lo que yo te digo.

 

Esto último se lo dije con un tinte pícaro, sintiéndome superior en muchos sentidos y hasta con un ligero escalofrío que no llego a puntada en la entrepierna pero estuvo cerca.

Me quede por un segundo pensando en esto y pensando en el pobre Misty.

Cuando saliera de este lugar le haría un pequeño homenaje, no llegaría hasta la hipocresía de una tumba pero seguramente alguna velita prendería en mi casa.

 

Al parecer Mu me había estado hablando todo este tiempo y no le había estado prestando atención. Tampoco es que la mereciera.

 

-¿Decías?

 

-¿Como me voy a dar cuenta de lo que tengo que hacer? -parecía un corderito la manera en que me miraba.

 

-Cada vez que reparto yo, apostas mucho, mucho -remarqué- y nunca pasas.

 

-¿Y por que no lo haces vos? -dijo, como si fuera lo mas obvio del mundo y a ninguno de nosotros se le hubiera ocurrido.

 

-Porque si gano siempre van a sospechar. -aclare. -en cambio, nadie pensaria que estamos trabajando juntos.

 

Lo mire y esta vez si pareció entender algo de lo que estaba diciendo.

 

Miramos juntos alrededor sin nada de pudor. Mis viejos camaradas escandinavos me miraban con sorpresa y fastidio. Sus viejos compañeros tibetanos con decidido odio. ¿A donde había quedado el viejo continente Eurasia?

 

* * *

 

Cuando entré en el negocio de artículos para celulares, se me vino el alma al piso.

Había muchísima gente y todavía mas modelos de diferentes cargadores. No iba a ser fácil encontrarlo por mi mismo, y hacerlo rápido.

Lo mejor era recurrir al mostrador, y esperar hasta ser atendido.

 

Ese teléfono podría darnos las suficientes pistas como para conseguir algo con el tema de Aioros. Saga ya se estaba desesperando, y el hecho de casi no haber podido evitar la ejecución, no traía mucha esperanza.  Los nuevos datos eran reveladores pero sin un remitente no eran de mucha ayuda.

 

Perdido en mis pensamientos, di en respingo cuando sentí que una mano me sujetaba el brazo. Supongo que los últimos días a las corridas me tenían bastante paranoico.

Me giré para ver quien me agarraba y me tope con dos tipos grandes. No los conocía, pero los había visto alguna que otra vez. Trabajaban para él.

 

Su presencia me hizo empalidecer. ¿Que demonios querían ahora?

 

-¿Dónde está tu hermano?- Me preguntó el mayor de ellos con un susurro alto, pero que solo escuchamos nosotros.

 

-Va a llegar a mi casa en una hora- respondí cortante. Seiya estaba detenido y Saga se estaba ocupando de ese asunto.

 

No entendía que querían de mi ahora. ¿Todo marchaba bien, o no?

 

-Ojo con los arreglos que haces con él, no te olvides los que tenes con el jefe.-me dijo el otro mostrándome levemente los dientes, como si intentara atemorizarme.

 

Me alejé un poco. No quería hacer una escena en aquella tienda.

Los tipos se me pegaron nuevamente. Aunque tenía la piel de gallina, les dije con mi voz mas fría que dieran un paso atrás. A ellos tampoco les convenía un escándalo.

Obedecieron, pero a regañadientes.

 

-Mantené el acuerdo, Geminis.-Me dijo el mas grande, hablando un poco mas alto ahora que no estaban tan cerca.- Vigila a Saga, todo el tiempo.- remarcó.

 

Desgraciadamente, no necesitaba que me recordaran algo como eso.

 

-Porque nos vamos a cobrar el favor.- Agregó el otro.

 

Respiré profundamente para mantenerme calmo. Pero lo cierto es que el corazón me iba a diez mil.

No dije nada. No pude.

Al parecer los hombres notaron mi vacilación.

 

- A menos que quieras anular el trato, ahora que volviste a hablar con tu gemelito, quizá sentís que es mas importante que el otro.

 

De repente pensé que las piernas, que hasta ahora se estaban esforzando tanto, dejarían de sostenerme.

 

-No-dije, con una voz extraña, pero fuerte y clara.

 

-Muy bien, pero entonces portate bien Kanon. Que no queremos volver a recordártelo.

 

Los tipos salieron discretos, y yo caí en la cuenta de que aun estaba en la tienda.

 

-¿Señor? ¿Se siente bien?- Al parecer era mi turno, ya que había quedado frente al mostrador.

 

-Si-mentí.

 

La verdad es que las cosas aun me daban vueltas y sentía nauseas.

 

-¿En que puedo ayudarle?-

 

Nadie puede ayudarme pensé para mis adentros mientras le mostraba a la joven empleada el modelo del celular para el que quería el cargador.

 

* * *

 

Caronte otra vez tenía la mirada perdida. Otra vez parecía que estaba en el mundo de los sueños y que era incapaz de reconocer alguna palabra que le dijera. Mucho menos entender que debía sí o sí recordar el dibujo de mi espalda.

Suspiré, frustrado. No podía ser que las cosas se complicaran de esa manera tan tonta. No podía ser que para esconderme de un guardia me quemara viva la mitad de la espalda. Me superaban por tanto esas situaciones que a veces pensaba que me iba a volver loco. Es más, por un momento realmente había querido ponerme a gritar libremente en el Pabellón Psiquiátrico y que nadie me prestara atención.

 

Pero después me acordaba de Aioros, de sus ojos intentando darme seguridad cuando sabía que estaba muerto de miedo porque iba caminando a la silla eléctrica. De Seiya, que siempre me había admirado y me tenía como el tío superpoderoso, y de mi papá, que Aioros decía que había visto el día de la ejecución y yo no creía que pudiera llegar a ser cierto.

Después de constatar erróneamente que había tomado mis pastillas, el enfermero salió caminando con paso cansino y toda la sala de presos locos quedó tranquila.

Todos menos yo. Tenía trabajo que hacer, y no era uno muy agradable.

Me incorporé despacio y le hice señas aspaventosas a Caronte para que me siguiera.

Vino con la cara de dormido que tenía desde hacía largos minutos. Me deprimí momentáneamente por el estado de sus neuronas y como algunas situaciones revierten de tal modo a una psiquis normal.

 

-No lo puedo creer -dije en voz alta, mirándolo a los ojos mientras lo hacía, para asegurarme que, en la medida de lo que podía, me prestaba atención.

 

-Otra vez tenés algo en los dientes...

 

Me lo llevé casi arrastrándolo al viejo lugar donde se guardaban los pañales, dispuesto a nuevamente meterle la mano en la boca para que vomitara los fármacos.

Pero Caronte hizo algo que me sorprendió.

Enfocó totalmente su mirada y me agarró fuertemente el cuello con las manos.

Forcejee por una bocanada de aire mientras me aplastaba contra una de las frías paredes.

¿Qué demon--?

 

-Deberías tener cuidado cuando le decís a la gente que recuerde algo, Leo. -soltó de repente, sin dejar de aprisionarme.

 

El cuello me dolía más de lo que me costaba respirar, y aún estaba tratando de entender lo que me decía. ¿O sea que se acordaba de mi? ¿Había estado fingiendo? ¿Ahora quién era el inteligente y quién el desquiciado?

 

-Deberías haber tenido cuidado. -siguió, mientras yo empezaba a ver puntitos blancos alrededor de su figura.

-Por qué ahora recuerdo todo. Me traicionaste. -escupió.

 

Y finalmente me soltó.

 

Me dejé caer contra la pared frotándome inconscientemente la zona dolorida mientras respiraba de manera agitada.

 

-Te golpeaste la cabeza, -dijo, mirándome fijamente, sin dejar lugar a dudas o a excusas. -Y me culpaste por eso, cuando no tenía nada que ver. Me traicionaste, me acuerdo. -repitió.

 

No sé si quería que me sintiera mal o simplemente disfrutaba con decirlo. Lo importante es que sabía.

 

-Y también me acuerdo de esto.

 

Y como si lo hubiera tenido guardado en la manga, sacó de dentro de la chaqueta blanquísima, un manojo de hojas dibujadas. Las hojas del cuadernito que le había dado. Dibujadas con mi mapa. Dibujadas perfectamente con los pasadizos que el fuego, inclemente, me había arrancado.

 

Sentí una explosión en la boca del estómago. Ahí tenía el túnel, la salvación, de nuevo al alcance de la mano. Por acto reflejo estiré el brazo para que me lo diera, pero Caronte dio un paso atrás.

Se escondió pobremente entre las sombras que dibujaba la ventana enrejada.

 

-Caronte...-empecé. -Damelo...-dije después, sin saber muy bien a que técnica psicológica recurrir.

 

Pero él, haciendo gala de su conducta neurótica, despreocupadamente, le rompió una punta a mi mapa, a mi camino al cielo.

 

-No, no. -supliqué. Me doblé, como si me achicara, como para pedirle de rodillas por el dibujo. Lo haría si era necesario.

 

-Lo rompo si no me decís dónde y cuándo. -me amenazó.

 

Se me vino el alma al piso, era completamente capaz de romperlo. Tuve un acceso de pánico de pensar que un psicópata tenia la vida de mi hermano en sus manos.

Me quede paralizado, no sabia que hacer o decir para calmar a Caronte.

Por puro instinto camine hacia él:

 

-Quieto Leo. -advirtió, en voz baja.

 

Las sombras de la ventana enrejada le reflejaban los ojos que los tenia extrañamente tranquilos. Seguramente yo tendría mas cara de desencajado que él ahora mismo, y que cualquiera de los internos del pabellón. Y con razón.

 

-Empieza en el sótano de la morgue. -le dije, sintiendo que era lo único que podría detenerlo de seguir rompiendo la hoja.

 

Me miró sorprendido, incapaz de creer que se lo estaba contando.

 

Yo tampoco lo creía, de hecho.

 

-Ahora me voy. -le comuniqué, aprovechando el único momento de debilidad que me había mostrado hasta entonces.

 

-Pero en tres días vuelvo para buscarte, el día de la fuga. -fingí prometerle.

 

Lo miraba fijamente a ver si notaba la mentira. Era psicótico pero no idiota.

 

-Solo me estás diciendo lo que quiero oír. -replicó.

 

Pero esta vez estaba preparado:

 

-Caronte, confía en mí, es la única manera en que puedas salir. -estiré el brazo una vez más intentando hacerme con el dichoso mapa.

 

-No te necesito, puedo irme yo solo, tengo el dibujo. -balbuceó, pero no se lo creía.

 

-Confiá en mí. -repetí.

 

Y, gracias a los Dioses, parece que finalmente lo hizo.

 

Me entregó el papel aunque su mirada era de terrible desconfianza.

 

-Si me volves a engañar, te voy a matar. -dijo simplemente.

 

Asentí, sabiendo que era lo mínimo que me merecía.

 

* * *

 

Cuando llegué a casa, encontré a Kanon sentado en el sillón mirando a la nada. Era raro ver esa expresión en su cara, ya que últimamente todas las grandes ideas se le ocurrían a él, ¿habría pasado algo?

 

-Hola- me saludo al darse cuenta que había entrado, lo cual no era difícil ya que la llave era muy ruidosa. -¿Cómo te fue?

 

Su pregunta era como hecha por cortesía y no me gustó.

 

-Ya elevé la petición de Seiya, ahora hay que esperar que la aprueben.-respondí un poco frío. -Me prometió que iba a bajar la cabeza por el bien de todos, pero no se si cumplirá.-agregué

 

Flotaba un ambiente extraño en la casita y Kanon parecía como a mil kilómetros de ahí. Quizá el estres de los últimos días lo estaba empezando a afectar.

 

-¿Conseguiste el cargador? dije de repente, acordándome que por eso nos habíamos separado.

 

Quizá eso nos daba las pistas que necesitábamos.

 

-Si- respondió mi hermano como recordándolo el también.

 

-¿Funciona?

 

Sentía que una renovada esperanza me iba llenando por dentro.

 

-Todavía no lo probé- me respondió Kanon volviendo a la distancia de antes.

 

¿Qué demonios le había picado ahora?

 

-¿Cómo? ¿Por qué no lo enchufaste? -le reproché.

 

Su comportamiento era por demás raro. A pesar que habíamos estado separados los últimos años, era mi gemelo, y lo conocía bien. Algo le pasaba.

 

-Recién llego. Solo me quede pensando un momento.

 

¿Pensando un momento? ¿Qué estaba diciendo?

 

Como si se hubiera despertado de un sueño, Kanon buscó el teléfono y el cargador recien comprado y se dispuso a conectarlo con la iniciativa de siempre.

No me animaba a preguntarle el porqué de su actitud, así que hice de cuenta que los momentos anteriores no habían existido. No era el momento oportuno para entablar la conversación de hermanos que nos debíamos desde hacia años. Kanon se había ofrecido a ayudarme sin ningún tipo de paga a cambio y yo la había aceptado sin dudarlo un momento.

El teléfono pitó en cuando empezó a llegarle corriente. Kanon me dirigió una mirada de alegría. Supongo que mi expresión seria exactamente igual.

Los números archivados en la agenda del teléfono de Pandora ahora estaban a disponibilidad nuestra.

 

* * *

 

Me estaba divirtiendo, realmente estaba gozando la situación, hacía mucho que no jugaba a las cartas y hacerlo con Mu como compañero era tan ridículo como hilarante.

 

Niobe, el amo y señor de la cocina, un tipo boliviano bastante listo y desagradable era el que llevaba la voz cantante, olía tan mal como la comida que cocinaba y Zeros, uno de sus estúpidos ayudantes, completaba el cuarteto, no me preocupaba, cartearse con el era casi lógico.

 

Mu estaba aterrado, probablemente los monjes no sean muy apostadores, pero me hacia las paredes tal como necesitaba. Cada vez que repartía, Mu tenía una esplendida mano y nadie sospechaba que estábamos trabajando juntos.

 

-Full House- dijo  de pronto con su cara maltratada muy seria.

 

-Un termino al que estarás acostumbrado, ¿eh Niobe?-bromeé como distracción.

 

El latino tiró sus cartas sobre la mesa con un gesto entre enfadado y ofendido.

Zeros rió de manera espantosa y su “jefe” lo silenció con una mirada.

 

* * *

 

Thanatos tenía la habilidad de ponerme nerviosa. Era algo triste, dado que esa era la habilidad más importante que tenia. Ahora estaba nervioso y fastidiándome por su inoperancia. Movía sus pies como si fuera un niño pequeño que hizo una travesura y tiene que confesarse frente a su madre.

Que era maso menos lo que había pasado aquí. Solo que la travesura había sido no matar a un hombre y yo no era su madre, si no una senadora que quería convertirse en gobernadora.

 

-El plan de la Compañía no coincide con el nuestro –dijo de pronto, sobresaltándome.

 

Eso ya lo sabía, desde el primer día, pero no se lo dije porque no me gustaba la idea de asustarlo. Era como un pollito mojado. Me provocaba ternura y desprecio por partes iguales.

 

-Por eso tenemos que enterrar a Sagitario. La aparición de su padre me pone los pelos de punta.

 

Thanatos asintió, compungido, pero siguió en sus trece.

 

-Si el vive, se deschava tu plan, Athena, no el de la Compañía.

 

Ya se estaba pasando.

 

-Si desobedeces, te van a quitar y el apoyo y se lo van a dar a otro candidato, sabes como son. No van a ser leales a nosotros.

 

Bueno, gracias. Este imbécil había descubierto el agua tibia. ¿De que lado estaba, además?

 

-Van a retirar los fondos de la campaña…-seguía.

 

Estaba por darle una cachetada para sacarlo del pozo depresivo y deprimente en que estaba metido, pero me contuve.

Si mi mano derecha dudaba tanto de mi, significaba que mi aura de poder se estaba desvaneciendo. Y eso no podía pasar, yo siempre debía estar por encima, y resplandeciendo.

 

-Solo si se enteran. –anuncie, lacónicamente. No había mas que agregar.

 

Thanatos finalmente se calló.

 

***

 

Era la última mano y estaba transpirando más que en los veranos tórridos en la India. Quería terminar este estúpido juego y salvar la celda del Gato y nuestros pellejos a la vez.

Quería ver a Kiki.

Repartía Afrodita. Realmente era muy bueno, tal como lo había dicho.

 

-Ya me cansé de perder mi dinero Mu. -me dijo Niobe y yo sonreí inocente.

 

-Hoy es mi día de suerte, supongo-dije , ya no tan inocente, sino un poco más petulante.

 

Las manos blancas y delicadas del sueco bailaron por toda la mesa y me anticipé a mi carta estirando mi mano.

Grave error, choqué con él y la carta aterrizó boca arriba, ante la mirada atenta de los otros jugadores, y media docena de convictos que disfrutaban del partido.

 

Era la última carta que necesitaba para completar la escalera. Y todos la habían visto.

 

Por un segundo vi una sombra de miedo un la cara del rubio.

 

-Me la voy a quedar. -dije soltándole importancia,- después de todo es mi culpa.

Niobe me miró acusadoramente.

 

-Devolvela  al mazo-ordenó

 

-Tranquilos, reparto de nuevo- sentenció Afrodita, pero una mano de uñas sucias atrapó la suya.

 

-No, cambiale la carta, son las reglas de la casa.

 

El dos de pica picas no combinaba para nada con mi escalera de diamantes.

 

El ambiente ahora se cortaba con uno de los innumerables cuchillos que había al alcance de las manos de Niobe y sus compinches.

 

* * *

 

Ese gato ya me las había jugado una vez, pero era loco, no idiota.

Pronto se iría al pabellón general y yo me quedaría acá. Pero esta vez, me aseguraría de reír último.

Acababan de repartir la medicación, por lo que los estúpidos guardias no volverían en un buen rato.

Malditas esposas mentales, ¿cómo se me había ocurrido volver a tomarlas? Aún por conveniencia suya, Aioria me había hecho un favor abriéndome los ojos.

Y ahora por fin sería libre.

 

-¿Así que te crees más listo que yo, minino? –dije para mi mismo en voz baja.

 

Y saqué una de las muchas copias del laberinto que había dibujado para Leo.

Había preparado esto con anterioridad y robado un poco de plastilina del taller de artesanías para ponerla en la puerta y evitar que se trabase.

Al abrirla sin problemas, mi cuerpo sufrió un escalofrío de emoción. Llevaba varios el día de hoy.

Sería libre, me escaparía antes que el gato y sus amigos. Sonriendo de júbilo tomé la segunda parte y accioné el picaporte.

Una vez acostados los presos, los guardias solían dejarla abierta.

No fue el caso. Y las cosas se me complicaron cuando una alarma empezó a sonar en cuanto toqué el mango.

No tenía escapatoria, y aunque quise correr, los guardias salieron de todos lados.

Maldito, maldito gato.

 

-¡Se quiere escapar! –grité mientras me debatía. -¡Es un camino! ¡Es un mapa!

 

Por supuesto, eran los gritos sin sentido de un loco más de aquel lugar. Y lo último que alcancé a ver, antes que el sedante entrara en mi torrente sanguíneo. Fue la cara de satisfacción de Aioria desde el ventanuco de la puerta de su celdita.

 

* * *

 

El inepto de Mu había arruinado la última mano y ahora estaba por su cuenta. Si todo salía mal por su culpa lo colgaría con su propio cabello.

Niobe contó lentamente su plata. Tenía ochenta y dos pesos. Ochenta y dos preciosos pesos que debían ser nuestros si queríamos esa celda.

 

-Apuesto toda mi plata- sentenció.

 

Probablemente tuviera un trío. Mu lo aplastaría con la escalera que tendría que haber repartido para el. Pero no sabia que carta había salido luego, y por su cara no una muy buena.

 

-Estoy afuera- dije hablando primero.

 

Zeros tambien se salió. Habia podido ver  sus cartas todo el tiempo y eran horribles.

Solo quedaba Mu y nuestras esperanzas con el.

Miró sus cartas una y otra vez. Tardó varios minutos y contó su dinero. Finalmente dijo:

 

-Pago los ochenta y dos y apuesto otros setenta y cuatro.-

 

Me quedé mudo. Era un farol, estaba seguro. Pero uno que Niobe no podría descubrir jamas.

 

-No tengo para seguir- replicó enojado- Sabías que ese era todo mi dinero, ¿Es que no conocés las reglas de cortesía?

 

-Claro que sí, dijo friamente,- pero aca no se aplican, si crees que tus cartas son mejores que las mías pedile plata a tus amigos y pagá.

 

Niobe apretó los dientes y entregó su plata con verdadero odio.-Si no queres problemas te conviene no cruzarte conmigo en el patio.

Mu agarró los billetes con una sonrisa.

Yo lo miré aliviado y sorprendido del coraje del tibetano.

 

* * *

 

Vi la impaciencia en la cara de Aries en cuanto salí al patio. ¿Qué demonios tenía esa celda que todos estaban tan interesados? Después del fiasco de Libra, como por arte de magia habían ido apareciendo candidatos. Mu, uno de los líderes del grupo de los asiáticos parecía el mas entusiasmado, pero igualmente la había prometido acá y allá.

La vendería al mejor postor.

 

El tibetano llegó a mi encuentro con cara de alegria, lo que significaba que habia conseguido el dinero. Bien por él.

 

Nos separaba un alambrado, pero igualmente Mu se acercó lo más que pudo y luego dijo despreocupadamente:

 

-¡Creo que se le cayo algo, jefe!

 

Chico listo.

 

Como pudo me paso un rollito de billetes. Casi me daba pena estafarlo. Casi.

 

-Los quinientos que habíamos arreglado. –me adelantó.

 

No dije nada, espere a que él hablara. No conté los billetes, no sería capaz de mentirme.

 

-¿Cuándo me mudo? –dijo finalmente Mu.

 

-No lo haras. –respondi seriamente.

 

Su cara se desencajó.

 

-¿Cómo? Pero si…

 

-Los quinientos son un depósito –expliqué cruelmente- Ahora la habitación sale setecientos…

 

Los ojos de Mu mostraban horror, pero se recompusieron rápidamente y dijo un infantil “ahora vuelvo” mientras salía corriendo.

Imbecil.

¿Cuándo aprenderían que el uniforme diferente no era lo único que nos separaba de ellos?

A lo lejos lo vi hablar con el viejo Libra, rara dupla.

 

Volvio al minuto, con la lengua afuera, pero esperanzado de nuevo.

 

-Esto cubre los doscientos que faltan, jefe –me dijo entregandome un reloj de bolsillo de oro.

 

Era bastante pesado, podía sacarle unos buenos pesos.

 

Me lo meti en mi propio bolsillo.

 

-Esto está bien –le comente. –Pero llegas tarde. Alguien ya me pagó, así que, será la proxima vez, Aries.

 

Dejándolo aun sin palabras seguí caminando con una sonrisa en la cara y pensando en Radamanthys.

 

* * *

 

Entré al sector de psiquiatría con las ganas de verlo, pero también con muchos sentimientos encontrados. ¿Qué era lo que pretendía ese chico?

Me sentía estúpido por primera vez desde que había ingresado a trabajar en la prisión. Aioria Leo simplemente me descolocaba, tenía la necesidad imperiosa de saber que sentía por él y si era recíproco. Me preguntaba si alguna vez iba a pasar algo entre nosotros más concreto que la tensión sexual casi palpable que flotaba en el ambiente cuando nos encontrábamos.

 

Debía averiguarlo ahora.

La sala era blanca, tan blanca que por un momento parecía que estabas encerrado dentro de un copo de nieve, congelándote hasta morir de hipotermia.

Saqué esos pensamientos de mi cabeza. En Grecia no había nieve y si esos tipos estaban en esa sala blanca y asfixiante era porque se lo merecían.

 

Todos excepto uno.

 

Aioria estaba sentado en una de las mesas de artesanías del lugar. Su ropa, también odiosamente blanca, contrastaba de maravilla con su piel bronceada y sus rizos dorados parecían más largos que la última vez que lo había visto. Y eso que sólo habían pasado unos días.

Recordé como estaban de perdidos sus ojos cuando lo trajeron aquí, a la nieve. Pero esta vez no, esta vez brillaban de picardía haciendo que mi precario equilibrio se desmoronara una vez más.

 

-Hola, doc. –dijo con una sonrisa, la más grande que le había visto desde que lo conocí.

 

-Hola Leo –contesté.

 

Quería dejar claro quién era el que estaba a cargo de aquella situación.

 

-Tengo algo para vos. –dijo, como un niño, y me estiró un Mala (rosario budista) creado torpemente a partir de fideos.

 

Sonreí, sintiendo calor por dentro, sintiendo calor que capaz derretía la nieve blanca del lugar.

 

-Gracias. –me guardé el rosario. –Pero, ¿qué te parece si hablamos de tu conducta de la última semana? –inquirí, sentándome en la mesa junto a él.

 

Revoleó los ojos y se ruborizó, pero no dijo nada. Esperé. Al cabo de un rato en que pareció pensar la respuesta dijo:

 

-Shaka, sabes que no pertenezco a este lugar.

 

Era la ¿¿primera vez?? que me decía así y escuchar mi nombre de su boca me produjo un escalofrío que nada tenía que ver con la nieve.

 

-Y vos sabes porqué estás acá. –logré contestar-Si no le decís a Shion quién te quemó vas a volver al Solitario.

 

Respiró profundo y vi como su pecho ascendía y descendía. Sentí un breve impulso de apoyarme junto a el pero me detuve.

 

-Me quiero ir. –dijo simplemente.

 

Como un nene que no le daban lo que quería.

Fugazmente pensé en Aioros y en la forma en que lo habría criado.

 

-Si no le contás al Director lo que pasó, vas a volver al Solitario y cuando estes ahí vas a terminar acá. –expliqué.

 

Pareció enojarse por unos momentos, interpretando erróneamente lo que le quería decir. Vi como la idea se formaba en su mente y la escupía con algo de fastidio.

 

-¿Crees que no soy capaz de soportar estar en el Solitario?

 

Parecía dolido. Pero no me importó, no estaba ahí para consolar su orgullo. Lo había visto con las manos ensangrentadas y la cara completamente desencajada cuando lo habían sacado de ahí.

 

-Decile a Shion. –insistí. –Decile la verdad y todo volverá a ser como antes.

 

Lo del todo pareció gustarle. No dijo nada más.

 

 

* * *

 

-Aioria me dijo que te diga que “ya-lleno-los-agujeros”. –mi primo me dio la información lentamente, como para asegurarse que no se perdia ningun detalle y que entregaba correctamente el mensaje.

 

Sonrei, asintiendo. Gato inteligente.

 

-Gracias Cassios, -le dije, a traves de los pequeños barrotes que nos separaban –no hubieramos podido hacerlo sin vos.

 

Mi primo me escuchó con atención, me alegraba tenerlo cerca, aunque fuera en cirscuntancias tan poco felices.  Lo cierto es que habia sido de gran ayuda.

Me di vuelta para volver a acostarme en la cama, la espera de noticias habia sido terrible y ahora me sentia cansado y estresado.

Pero Cassios no pareció entender la indirecta.

 

-Milo, -susurró, obviamente esperando que volviera a mirarlo.

 

-¿Qué pasa? –conteste con desgano.

 

Había ayudado, si, había sido parte fundamental del plan, pero ¿ahora que queria?

 

-Vi las marcas. –dijo en voz tan baja que me tuve que esforzar por entender.

 

Algo de eso debió reflejarse en mi cara porque Cassios repitió:

 

-Vi las marcas de quemadura en la espalda de tu amigo. –largó, un poco mas alto esta vez.

 

Al primer instante no supe que decir, si desmentir lo que habia dicho, si contarle la verdad, lo cierto es que me tomo por sorpresa y de repente todo el cansansio se habia trasnformado en nervios y palpitaciones.

 

-Cassios…-empece.

 

-Nada primo, quiero salir con ustedes.

 

Por supuesto.

 

-Cassios, no es algo que yo pueda decidir, de hecho—de hecho ya va mucha mas gente de la que debería—

 

-No los voy a seguir ayudando hasta que me digas. –se plantó.

 

Y esto lo dijo en voz bastante alta.

 

No podía creerlo. No podía creer que ahora mi primo se volviera en mi contra y se sumara a la larga lista de problemas que esta salida estaba ocasionando. Ademas, como bien le habia dicho, no era algo que yo pudiera decidir, el Gato era el capitan de este barco. Incluso aunque estviera en el psiquiátrico a muchos metros de ahí.

 

-No Cassios, no puedo. –conteste, tristemente.

 

-Buena suerte entonces. –dijo tambien, comenzando a alejarse.

 

¿Buena suerte me decía? ¡Vaya caradura! Me dieron ganas de arrojarle algo pero no tenía nada a mano y además hubiera sido algo completamente estupido. Por lo menos le escupiría la cabeza. Me acerqué a la ventanita con rabia, pero antes que pudiera hacer algo escuche que lo llamaban.

 

-Cassios, soy Aioros. Tengo una idea.

 

Me tragué la saliva y me tire en la cama resignado.

 

* * *

 

Nunca había visto a Mu tan enojado. La verdad es que antes que nos hiciéramos compañeros en esa unión de los que tienen hijos, o que quieren a personas como si lo fueran, no lo había visto mucho. Sabia que era una de esas personas influyentes en la prisión, uno de esos presos que movían los hilos a su antojo y que nacían para ser lideres. Pero parecía que esta vez no. Mu tenía sus rasgos deformados por la ira.

 

-Ese hijo de puta de Garuda lo va a pagar.

 

Rumiaba su odio ante la mirada aburrida de Afrodita que se balanceaba de un lado a otro de puro deprimido que estaba. Ese chico definitivamente no terminaba de convencerme. En este tiempo que lo había conocido mas, la aberración que sentía por el, había dado lugar a algo parecido a la pena. El padre lo había violado y humillado delante de sus amigotes. Sentí asco ante hombres grandes que se deleitaban frente al cuerpo de un niño de cuatro o cinco años.

 

-Que asco…-murmuro de repente como si me estuviera leyendo el pensamiento.

 

Pero Afrodita no se refería a su padre o a los horrendos amigos de este, si no a Cassios, un tipo que alguna vez me había parecido ver con Milo. Era su primo, o algo así. Era gordo y sin gracia alguna. Grande fue mi sorpresa cuando se acercó a nuestra mesa y en voz tan baja que solo nosotros tres pudimos oírlo dijo:

 

-Yo los puedo ayudar.

 

Afrodita aun así, es un milisegundo ya lo tenía bajo su pálido brazo y amenazaba con ahorcarlo ahí mismo. Mu miraba para todos lados como si temiera que lo fueran a descubrir mientras lo hacían.

 

-No nos podes ayudar con nada, por que no sabes nada, ¿oíste? –siseó.

 

El pobre gordo no entendía porque de repente le había comenzado a faltar el aire.

 

-Aioros—balbuceó como pudo a través del brazo atenazador del rubio y de sus propias capas de grasa.

 

¿Aioros? Pensé, comenzando a entenderlo.

 

-Aioros y Milo me contaron todo—dijo entonces de un tiron, ya poniéndose cianótico.

 

Afrodita se revolvió incomodo. Lo liberó de la presión pero lo siguió sosteniendo cerca. Y entonces Cassios dijo las palabras mágicas, las que más y menos queríamos escuchar en ese momento:

 

-Milo me dijo que podía ir con ustedes si sacaba al Gato del loquero.

 

Las palabras “gato” y “sacar” tintinearon en mi mente. Mire a Mu que ahora no se perdía detalle.

 

-¿Qué somos ahora, un tren? –inquirió Afrodita enojado, soltando por fin al pobre tipo.

 

Llegaba el momento de intervenir. El momento de ser la cabeza pensante y evaluar costos y beneficios.

Lo miré fijo a sus ojos celestes. Nunca lo había hecho y un poco sí que me impresionó la frialdad que escondían.

 

-¿Tenes una idea mejor?

 

Mu frunció los labios pero no dijo nada. Afrodita tampoco.

 

-Ideamos un plan…es arriesgado. –anuncio Cassios comenzando a tomar coraje al verse incluido indefectiblemente en el grupo.

 

* * *

 

Cuando Cassios se apareció en el sector de psiquiatría con esa sonrisa tan excéntrica supe de inmediato que habia un problema. Que habia un problema tan grande como él. Y por un momento mi orgullo me grito en la cabeza diciendome que no podian hacer nada sin mi. Respire profundo, tal vez me habia equivocado.

 

-Aioros me conto todo.

 

Con esas cuatro palabras, mi dia, que habia estado iluminado por la presencia de Shaka se cayo a pique. ¿Qué habias hecho, hermano?

 

Cassios me conto en susurros entrecortados dado que la emocion lo superaba y lo hacia subir y bajar su voluminoso pecho todo lo que Aioros le habia explicado. Y lo peor de todo, es que tenian un plan.

Un plan que de hecho era un buen plan y que tenia que seguir si o si a menos que quisiera quedarme haciendo rosarios budistas lo que me quedaba de vida.

 

El problema de Cassios lo solucionaria cuando fuera el momento, me convenci. Cruzaria ese puente cuando llegara a él. Lo importante ahora era seguir el plan.

 

Cassios quemaria una chaqueta del uniforme de Aiacos y se lo daria a Dohko. El unico de nosotros que era capaz de entrar al vestuario de los guardias. Ahí donde guardaban sus pertenencias, ahí donde meteria la camisa azul quemada.

 

Mientras tanto, yo tenía que cumplir mi parte.

Cuando Cassios finalmente se fue, pedi que me llevaran a hablar con Shion. Me alegré un poco al pensar que Shaka imaginaría que lo había hecho por consejo suyo.

Pero no era cierto.

Dejar la salida en manos de un elaborado plan salido de la mente soñadora e ingenua de Aioros me ponia los pelos de punta, pero era lo unico que podia hacer en este momento, asi que acallando los gritos de mi conciencia meticulosa y obsesiva sali en busca del Director.

 

* * *

 

Esa tarde esperaba que no sucediera nada mas, asi que grande fue mi sorpresa cuando Aioria Leo entró por mi puerta escoltado por unos policias del sector de psiquiatria.

Parecia apenado mas que nervioso pero aun asi se podia ver la chispa en sus ojos verdes. La que habia perdido completamente cuando lo trasladamos del Solitario al loquero.

Me alegro verlo bien, pero no estaba dispuesto a cambiar su situación a menos que confesara quien lo habia quemado.

La segunda sorpresa del dia fue cuando lo hizo:

 

-¿Me da su palabra que me protegera? –dijo, mirandome a los ojos.

 

Asenti.

 

-Por supuesto, hijo.

 

-Disculpe por faltarle el respeto, pero si me hubiera protegido antes no hubieramos llegado a esta situación. –dijo, de manera educada, pero con veneno en cada una de las silabas.

Me molesto. Nadie venia a darme sermones en mi penitenciaria. Pero lo deje pasar, aunque no agregue nada a su comentario.

Solo pregunte, cortante.

 

-Dame un nombre.

 

-Aiacos Garuda. –contestó, con voz firme y nuevamente clavando sus ojos en mi.

 

¿Aiacos Garuda? Sabía que era un poco brusco con sus modales, por algo era guardia en una carcel, bien conocido es el dicho que reza que la unica diferencia entre los policias y los reos en una prision es la del uniforme. Aun asi me costaba creerlo.

Espere a que Aioria siguiera su descargo.

 

-Aiacos Garuda le saca dinero a los presos.

 

No era algo tan fuera de lo comun después de todo, pero sabia que Aioria se estaba guardando una carta para el final.

 

-Habra leido en algun formulario que fui a la Universidad, quizas por eso penso que era rico, o algo. Asi que me pidio mas y mas plata.

 

Ahora si me estaba preocupando, si Aiacos habia sido capaz de revisar papeles y elegir a sus objetivos pasaba de castaño a oscuro. Aioria parecia verdaderamente conmovido por lo que contaba. A pesar que seguia enojado con él me dio pena verlo asi.

 

-Llego un momento en que no pude darle mas. –dijo, haciendo un alto en la historia para respirar. –Una tarde me llevo al sotano y me presiono contra los tubos de la caldera. –conto.

 

Juraria que sus ojos brillaban.

 

Me sentia enfermo. El abuso de poder es algo que realmente me produce nauseas.

 

-Dolia. –agrego finalmente Aioria recobrando la compostura.

 

Asenti.

 

* * *

 

-Está desconectado el teléfono –murmuro mi hermano con la desilusión haciendo una escultura en su rostro.

 

-Qué raro…-contesté, como para decirle algo.

 

Sus ojos se apagaban rápidamente cuando las cosas nos salían mal. Así era Saga, cuándo estaba entusiasmado podía recorrer el mundo a pie, pero cuando las cosas se torcían, se desilusionaba hasta el lugar del suicidio. Había hablado con Aioros y la alegría le había durado bastante. Pero ya estaba.

 

Y lo cierto es que las cosas nos salían mal cada vez mas seguido. Era frustrante. Y peor.

Conecte el teléfono a Internet y me puse a buscar algo que no me dijera el aparato.

Conocía un par de páginas de rastreo y pude acceder sin dificultad. Primero me fije lo relacionado a Pandora.

Vacío.

 

-Simplemente no existe ni existió nadie con ese nombre. –dije, al cabo de un rato de búsqueda infructuosa.

 

Saga gimió con dolor.

 

No me rendí. Por lo menos podía averiguar a quién habían llamado desde ese teléfono. La conversación que había tenido con los tipos cuando había comprado el cargador había quedado atrás. Había recuperado la confianza y sabía que la única manera de salir de esta era confiando en mi mismo y en mis habilidades. No quise pensar en que iba a hacer si las cosas salían mal.

 

Después de presionar algunas teclas saltaron varios números, pero todos terminaban en lugares vacíos. Los números a los que había llamado aparecían ahora como desconectados, pero marcaba que eran empresas alrededor del mundo.

Se lo comenté a mi hermano mientras el planisferio de la pantalla se llenaba de puntitos rojos.

 

Era atemorizante. ¿En que nos habíamos metido? Y aun peor… ¿Qué clase de persona era Aioros? Saga jamás dudaba de su castaño, pero al ver como los contactos pintaban la computadora de rojo, por primera vez, sentí dudas acerca de lo que queríamos lograr.

 

¿Y si mi hermano se equivocaba? ¿Y si Aioros, quizás no había matado a la mujer, pero sí tenía algo truculento?

 

-¿Hay algo que no puedan hacer? –preguntó Saga sacándome de mis cavilaciones de manera brusca.

 

No supe muy bien que contestarle, seguía debatiéndome entre la desconfianza a Aioros y el dolor que me producía la desazón de mi gemelo. Sin motivo aparente me vino a la cabeza un conocido que trabajaba en Athenas. Podía ayudarnos.

 

-Puedo pasarle los datos del teléfono a Krishna, un tipo que se la rebusca con estas cosas. Quizás él pueda decirnos si tienen alguna conexión entre los números.

 

Saga pestañeó, ya tenía lágrimas en sus pestañas largas. Parecía una mujer muy masculina.

El pensamiento de Saga mujer me hizo reír y me despejo la mente por un rato.

 

-Gracias. –dijo mi hermano ya recuperando la compostura y el brillo en los ojos.

 

Le hice un gesto con la cabeza. Si supiera lo que estaba pensando hacia diez minutos…Si supiera lo que había pasado hoy…

 

-De nada, -balbucee, avergonzado.

 

-No, en serio, gracias. –Siguió él.

 

Suspiré profundo y no dije nada.

 

* * *

 

Aiacos era lindo. No despampanante, pero bastante pasable. No había podido rehusarme a su propuesta de ir a tomar algo con él, después de todo, ¿qué iba a perder?

 

Se lo veía radiante. Se ve que lo ye gustaba mucho. Eso me hacía sentir muy bien.

Aunque era tarde y estaba cansado, todavía quedaban dos horas para acabar mi turno. Me prendí un cigarrillo despreocupadamente, mientras reía con las cosas que decían mis compañeros mientras hacíamos un pequeño descanso en la sala de guardias provisoria.

Las risas se cortaron súbitamente y alcé la vista para ver a Shion entrando a la habitación como una exhalación.

 

-¡Qué gusto, Sr.! –lo saludé cortes sólo para quedar bien.

 

Ni siquiera me miró. Estaba hecho una furia.

 

-¿Qué demonios? –soltó Aiacos cuando el Director se dirigió a su casillero y lo abrió de golpe.

 

Nos quedamos de piedra. Empezó a revolver las cosas sin ningún cuidado, hasta que, al parecer encontró lo que buscaba.

 

-¿Qué significa esto, Sr. Garuda? –Exigió saber con un vozarrón que yo jamás le había oído utilizar.

 

Levantó una chaqueta perfectamente doblada y planchada que Aiacos tenía y se la señaló.

Como no entendía nada, y al parecer mi compañero tampoco, me acerqué para observar mejor, y recién ahí lo noté.

El jefe sostenía la chaqueta y señalaba un agujero  la altura del hombro, de lo que parecía ser una quemadura.

Lo miré a Aiacos y noté que tenía la misma expresión de desconcierto que el resto de nosotros.

 

-Eso no es mio. –balbuceó estúpidamente, ya que todos habíamos visto que salía de su locker.

 

-Usted agredió a un convicto para extorcionarlo por dinero. –explicó Shion sin pelos en la lengua.

 

-¿Qué? ¡Yo no hice nada! –se defendió mi amigo.

 

No entendía que era real y que era actuación. Por eso me limité a observar.

 

Shion siguió revolviendo las cosas y sacó un rollo de billetes sucios, obviamente juntados por los presos.

Me mordí el labio. No podía ayudarlo ya. Me miró con ojos desesperados y yo bajé la vista. Estaba bien jodido.

 

-¡Eh! Eso es mio. –protestó cuando Shion sacó un reloj pulsera de oro, de uno de los recovecos. Patrañas, toda la cárcel sabía que peretenecía al viejo Dohko.

 

-Me lo regaló mi padre cuando cumplí dieciocho –mintió.

 

Shion lo abrió con un rápido movimiento y puso un gesto furibundo.

 

-¿Y a tu papá le pareció gracioso dedicartelo en chino?

 

Y aunque no lo dije, supe que había leído Dohko en esos kanjis, ya que su pareja era chino y lo hablaba con facilidad.

 

-Junte sus cosas, sr. Garuda. Está despedido. Lo quiero fuera de mi prisión en una hora.

 

Antes de la media hora, acompañaba a mi amigo hacia la puerta de las instalaciones.

 

-Yo no quemé a nadie –protestaba. –Me plantaron cargos falsos.

 

No sabía si decía la verdad, y poco me interesaba.

 

-Aún así, el reloj estaba ahí, y esos cargos son reales. –comenté.

 

Me miró con asombro.

 

-Por favor, Radamanthys. ¿Me vas a decir que nunca le sacaste nada a un preso? No mientras, somos iguales, vos también estás corrupto hasta la médula. –escupió.

 

No sabía si sonreír o decirle que hablara mas bajo.

 

-Pero a mi no me agarran. –contesté finalmente.

 

Con una caja con sus cosas en las manos salió de Sunion dando grandes zancadas.

Al parecer no íbamos a tomar ese trago después de todo.

 

 

* * *

 

Aunque todavia me dolía haber perdido el reloj, no pude evitar la felicidad que me dio al ver a Aioria entrar en mi celda.

Se lo veía fresco.

Como si esos dias en el ala psiquiatrica los hubiera usado para descansar. Habia pasado por mucha angustia y nervios y se merecia un pequeño descanso, aunque sea por error.

 

-Nunca habia estado tan feliz de volver a mi celda.- me dijo picaramente.

 

Estaba radiante.

Le sonreí como bienvenida. Al verlo, la esperanza de volver a ver a mi Shunrei, renacia en mi interior.

 

-Me lo manda Shion- me dijo extendiendo la mano para ofrecerme el reloj.

 

El júbilo de volver a tenerlo entre mis manos me hizo soltar unas lagrimas.

 

-Gracias Aioria- dije, en voz baja, colocando la foto de nuevo en el lugar que pertenecía.

 

-Y bienvenido de vuelta, Gato.

 

El chico sonrio como un nene mientras le revolvia su mata de rulos.

 

 

Notas finales:

Esperamos que haya valido mínimamente la espera :)

Besitos


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